Sobre la felicidad y la brevedad de la vida - Lucio Aeneo Séneca - E-Book

Sobre la felicidad y la brevedad de la vida E-Book

Lucio Aeneo Séneca

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Beschreibung

Sobre la felicidad y la brevedad de la vida es una obra clásica explora la esencia de la del sentir y el hecho de vivir. Aborda reflexiones profundas sobre la existencia y la plenitud. Séneca les ofrece a los lectores unas reflexiones profundas sobre la felicidad y cómo alcanzarla a pesar de las dificultades que pone la vida en el camino. Teniendo como parangones la razón, la virtud y la fortaleza interior, Séneca asegura que la mente y el cuerpo pueden alcanzar ese verdadero estado de felicidad que anhelan todos los humanos. Por otra parte, en La brevedad de la vida, Séneca les advierte a sus lectores sobre el daño que hacen la procrastinación, el desperdicio del tiempo en vanidades y las preocupaciones triviales, ya que la vida puede percibirse como corta y quien se enfoque en los aspectos incorrectos sentirá que pasa aún más rápido. A través de sus reflexiones, este filósofo hace énfasis en la importancia de valorar la existencia y de aprovechar cada minuto con gratitud y sabiduría.

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SOBRE LAFELICIDADYLA BREVEDADDE LA VIDA

Título original: De vita beata y De brevitate vitae

Primera edición en esta colección: marzo de 2024

Séneca

© 2024, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7667-70-9

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano

Traducción y edición:

Isabela Cantos

Diseño de cubierta y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Impreso en Colombia, marzo de 2024

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.) sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

SOBRE LA FELICIDAD

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII

LA BREVEDAD DE LA VIDA

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

SOBRE LA FELICIDAD

CAPÍTULO I

Todos los hombres, Galión, desean vivir felizmente, pero no logran percibir, con exactitud, qué es lo que hace que la vida sea feliz. Y obtener la felicidad está tan lejos de ser fácil que cuanto más se esfuerce un hombre por alcanzarla, más puede alejarse de ella si toma el camino equivocado, pues, ya que va en la dirección opuesta, su rapidez lo lleva cada vez más lejos. Por lo tanto, primero debemos definir con claridad a dónde estamos apuntando. Luego debemos considerar por qué camino podemos llegar más rápido allí, pues en el camino mismo, si es que vamos en la dirección correcta, aprenderemos cuánto progreso hemos hecho cada día y qué tanto más cerca estamos de la meta natural hacia la que nos impulsan nuestros deseos naturales.

Pero mientras avancemos al azar, sin seguir ninguna guía excepto la de los gritos y clamores discordantes de aquellos que nos invitan a proceder en direcciones diferentes, nuestra corta vida se verá desperdiciada en vagabundeos inútiles aunque trabajemos día y noche para obtener un buen entendimiento. Así pues, no decidamos hacia dónde debemos ir, y por cuál camino, sin el consejo de una persona experimentada que haya explorado la región a la que estamos a punto de entrar, pues este viaje no está sujeto a las mismas condiciones de otros, ya que en ellos los senderos marcados con claridad y las preguntas que les hagamos a los nativos harán imposible que nos equivoquemos. Pero, en este viaje, los senderos más usados y frecuentados son los que nos desvían del camino real. Por lo tanto, nada es más importante que esto: no debemos seguir, como ovejas, al rebaño que va por delante nuestro, procediendo así no hacia donde debemos ir, sino hacia donde el resto está yendo.

Ahora, nada nos mete en peores problemas que nuestra sumisión ante los rumores comunes y nuestros hábitos de pensar que las mejores cosas son las que así se perciben, de aceptar muchas falsificaciones de cosas buenas y de vivir no siguiendo a la razón, sino imitando a los demás. Esas son las causas de aquellos huecos a los que los hombres se apresuran a caer hasta que quedan apilados unos sobre otros. En una gran multitud de personas, cuando la turba se presiona a sí misma, nadie puede caer sin llevarse a alguien más consigo. Y quienes van de primeros causan la destrucción de quienes los siguen.

Se puede observar lo mismo en la vida humana: nadie puede equivocarse por sí mismo, sino que debe convertirse tanto en la causa como en el consejero de otros males. Es dañino seguir los pasos de aquellos que van por delante de nosotros y, dado que todos prefieren creer en alguien más que formarse su propia opinión, jamás usamos un juicio deliberado con la vida, sino que algún error tradicional siempre nos enreda y nos lleva a la ruina. Y perecemos porque seguimos los ejemplos de otros hombres. Nos curaríamos de este mal si nos separáramos del rebaño, pero, tal como están las cosas, la multitud está lista para pelear en contra de la razón para defender sus propios errores.

En consecuencia, lo mismo pasa en las elecciones, en las cuales, cuando la inconstante brisa del favor popular ha cambiado de dirección, aquellos que han sido elegidos como cónsules y pretores son admirados por los propios hombres que los pusieron allí. Que todos debamos aprobar o desaprobar las mismas cosas es la muerte de cada decisión que se toma de acuerdo con la voz de la mayoría.

CAPÍTULO II

Cuando estamos considerando una vida feliz, no pueden contestarme como si se tratara de una cuestión de votos: «este punto de vista tiene más simpatizantes». Por esa precisa razón, ese es el peor de los dos. Los asuntos no están tan claros para la humanidad como para que la mayoría prefiera el mejor curso. Cuantas más personas hacen algo, peor tiende a ser. Por lo tanto, preguntémonos no qué es lo que se hace más comúnmente, sino qué es lo mejor que podemos hacer y qué nos permitirá poseer una felicidad eterna, no esa que está aprobada por el vulgo y que es la peor exponente de la verdad. Por «el vulgo» me refiero tanto a aquellos que usan capas de lana como a los que usan coronas, pues no me importa el color de la ropa con la que se cubren.

No confío en mis ojos para que me digan cómo es un hombre. Tengo una perspectiva mejor y más confiable con la que puedo distinguir lo que es verdadero de lo que es falso: que la mente descifre lo que es bueno para la mente. Si un hombre le permite tener a su mente algo de espacio para respirar y tiene tiempo para escucharse a sí mismo, ¡cuántas verdades no se confesará a sí mismo después de haberse torturado!

Dirá: «lo que haya hecho hasta ahora deseo deshacerlo. Cuando pienso en lo que he dicho, envidio a las personas necias. Aquello que había anhelado parece ser lo que mis enemigos deseaban que me afectara. Por todos los cielos, qué soportable parece ser lo que temí en comparación con lo que he deseado. Me he enemistado con muchos hombres y he cambiado mi disgusto por ellos por amistad, si es que la amistad puede existir entre hombres malos. Sin embargo, no me he reconciliado conmigo mismo».

Yo me he esforzado con toda mi fuerza para alzarme por encima del rebaño común y para volverme reconocido por algún talento: ¿qué he logrado, excepto convertirme en una diana para las flechas de mis enemigos y mostrarles a quienes me odian en dónde herirme? ¿Ve a aquellos que alaban su elocuencia, que anhelan su riqueza, que intentan ganarse su favor o que presumen de su poder? Todos estos son o, lo que viene a ser lo mismo, pueden ser sus enemigos.

La cantidad de personas que lo envidian es igual de grande a la cantidad de aquellas que lo admiran. ¿Por qué mejor no busco algo bueno que pueda usar y sentir, en vez de algo que pueda mostrar? Esas cosas que los hombres miran con admiración, que crean multitudes para ver, que hacen que unos y otros se señalen sin palabras y sorprendidos, son brillantes por fuera, pero por dentro solo contienen miseria para quien las posea.

CAPÍTULO III

Busquemos alguna bendición que no sencillamente se vea bien, sino que sea sensata, buena en general y, sobre todo, bella en los lugares que menos se ven. Descubrámosla. No está lejos de nosotros y puede encontrarse. Todo lo que se necesita es saber hacia dónde extender la mano, pero, tal como están las cosas, nos comportamos como si estuviéramos en la oscuridad e intentamos alcanzar lo que está más allá de lo que tenemos cerca, dejando de lado, mientras lo hacemos, las cosas que queremos.

Sin embargo, de modo que no lo deje enfrascado en digresiones, me saltaré las opiniones de otros filósofos porque tomaría mucho tiempo presentarlas y argumentarlas. Tome la nuestra. Ahora, cuando digo «nuestra», no me ato a mí mismo a ninguno de los padres de la escuela estoica, pues yo también tengo el derecho a formarme mi propia opinión. Por lo tanto, aceptaré la autoridad de algunos de ellos, pero les pediré a los demás que disciernan sus significados. Quizás, cuando haya reportado todas sus opiniones, me pregunten la mía, pero no impugnaré ninguna de las decisiones de mis antecesores y diré: «también añadiré algo a lo que han dicho».

Mientras tanto, sigo a la naturaleza, el cual es un punto sobre el que están de acuerdo todos los filósofos estoicos. La verdadera sabiduría consiste en no alejarse de la naturaleza y en moldear nuestra conducta de acuerdo con sus leyes y su modelo. Una vida feliz, por lo tanto, es una que existe de acuerdo a su propia naturaleza y no puede crearse a menos que, en primer lugar, la mente esté sana y siga así sin interrupciones y, después, sea audaz, vigorosa, capaz de soportar todas las cosas con el coraje más admirable, digna de los tiempos en los que vive y cuidadosa con el cuerpo y sus accesorios, aunque sin llegar a ser tan cuidadosa como para causar problemas.

También debe conferirle el valor justo a todas las cosas que adornan nuestras vidas, sin sobrestimar a ninguna de ellas, y debe ser capaz de disfrutar de la riqueza de la Fortuna sin convertirse en su esclava. Sin mencionarlo, usted entiende que, como consecuencia, aparecerán la calma y la libertad justo cuando hayamos alejado todas aquellas cosas que nos emocionen o nos alarmen, pues en lugar de los placeres sensuales y esos asuntos perecederos que están relacionados con los crímenes más básicos, ganamos así una alegría inmensa e imposible de intercambiar, así como paz, calma, grandeza de mente y amabilidad, pues cualquier tipo de salvajismo es una señal de debilidad.

CAPÍTULO IV

Nuestro bien mayor puede definirse también de otra manera, es decir, la misma idea puede expresarse en un lenguaje diferente. Tal como el mismo ejército puede extenderse más ampliamente en un momento, luego contraerse a una unidad más pequeña, curvarse hacia los lados dejando una depresión en la línea del centro u organizarse en una línea recta. Sin embargo, estén en la figura en la que estén, su fortaleza y lealtad no cambian.

Así pues, nuestra definición del bien mayor puede expresarse difusamente y de muchas maneras en algunas ocasiones, mientras que en otras puede plantearse de una manera corta y concisa. Por lo tanto, al final será lo mismo si digo «el bien mayor es una mente que odia los accidentes de la fortuna y deriva placer de la virtud» o «una mente de fuerza inconquistable es aquella que conoce bien el mundo, es gentil en sus tratos y les demuestra gran cortesía y consideración a aquellos con los que interactúa».

O podemos escoger que la definición de un hombre feliz sea aquel que conoce el bien y el mal a partir de las buenas o malas mentes, aquel que adora el honor y está satisfecho con su propia virtud, aquel que no se regodea en la buena fortuna y tampoco se deprime por la mala fortuna, aquel que no conoce otro bien diferente al que es capaz de concederse a sí mismo, aquel cuyo placer real yace en despreciar los placeres. Si usted elige seguir con esta línea de pensamiento, puede plantear esta idea de muchas formas diferentes sin cambiar o debilitar su significado, pues ¿qué nos impide decir que una vida feliz consiste en tener una mente que sea libre, recta, inquebrantable y firme más allá de las influencias del miedo y los deseos, una que no piense que nada diferente al honor es bueno y que lo único malo es la culpa, una que clasifique todo lo demás como una masa de detalles insignificantes que no pueden añadir ni quitarle nada a la felicidad de la vida, sino que son cosas que van y vienen sin aumentar o disminuir el bien mayor?

Un hombre con estos principios, lo quiera o no, siempre estará acompañado por una alegría continua y una felicidad mayor, las cuales vienen en su mayor esplendor porque se deleitará con lo que tiene y no deseará placeres más grandes que aquellos que le concede su propio hogar. ¿Acaso no tiene razón al permitir que estas sean más importantes que los movimientos mezquinos, ridículos y efímeros de su propio cuerpo mortal?

El día en el que se convierte en una prueba en contra del placer, también se convierte en una prueba en contra del dolor. Vea, por otra parte, a qué esclavitud tan malvada y culpable se ve sometido el hombre que está dominado por los placeres y los dolores, aquellos señores tan poco confiables y apasionados. Por lo tanto, debemos escaparnos de ellos para alcanzar la libertad. Esto no nos dará nada, excepto un odio por la Fortuna.

Pero si lo logramos, entonces nos acercaremos a esas bendiciones invaluables, al reposo de una mente que está descansando en un lugar seguro, con sus dignas imaginaciones, su deleite enorme y digno cuando descarta los errores y aprende cómo conocer la verdad, su cortesía y su alegría. Debemos deleitarnos con todo esto sin verlo como algo bueno, sino como el actuar apropiado de un hombre bueno.

CAPÍTULO V

Como he empezado a plantear mis definiciones sin adherirme muy estrictamente a lo ya escrito, podemos decir que un hombres es feliz cuando, gracias a la razón, ha dejado de lado los anhelos y los miedos. Pero ni las rocas ni el ganado sienten miedo o tristeza y, no obstante, nadie diría que son felices, pues no pueden comprender lo que es la felicidad.