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Había jurado que la mantendría a salvo, pero ella amenazaba todas sus barreras. Niall Pedersen decidió ayudar a Lola Suárez cuando un acosador comenzó a amenazarla. Niall, un magnate hecho a sí mismo y el mejor amigo del hermano de ella, le ofreció un lugar para ocultarse, que resultó ser su retiro privado en la costa australiana. Aunque Lola fuera terreno prohibido, la mutua y apasionada atracción venció la resistencia de Niall. Pero, cuando comenzó a acostarse con la virginal Lola, no pudo negarse a reconocer la verdad: ella se merecía una relación duradera y feliz. Precisamente lo que él, marcado por un trágico pasado, no podía ofrecerle.
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Seitenzahl: 187
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2021 Annie West
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Solo por el amor, n.º 2937 - junio 2022
Título original: The Innocent’s Protector in Paradise
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-698-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Me preocupa Lola. Le pasa algo, pero no quiere contármelo.
A Niall le hubiera gustado preguntar a Ed por qué estaba seguro de que su hermana tenía un problema, pero se fiaba del juicio de su mejor amigo: Ed no se preocupaba sin motivo.
Se colocó mejor el teléfono para poder oír a Ed por encima del ruido de un anuncio por los altavoces del aeropuerto.
–¿Qué clase de problema?
–No lo sé. Parece tensa. Ya sabes cómo es: no sabe mentir. Me ha dicho que tiene mucho trabajo, pero no es eso. El otro día oí una sirena de policía al fondo y me colgó rápidamente. Cuando después le pregunté, me dijo que había habido un incidente en la calle, pero la voz la delató. Hay algo que va mal.
Niall frunció el ceño.
–¿La policía? No creerás que Lola tiene problemas con ella.
Era imposible que la hermana pequeña de Ed hubiera cometido un delito.
Recordó la primera vez que había ido a casa de los Suarez con Ed, su nuevo amigo, después de salir de la escuela. La pequeña Lola lo miró como si no supiera si podía fiarse de él, que tenía un corte en el labio y un ojo morado porque se había peleado en la calle. Le pareció que Lola había adivinado el vacío que subyacía a su bravuconería adolescente.
Más tarde se percató de que la pequeña Lola no lo juzgaba. Con el tiempo se convirtió en un hermano mayor para ella. Lo que a la niña no le gustaba eran los cambios, y él, claramente, constituía uno.
–Tal vez si estuvieras en tu casa, en Melbourne, en vez de estar trabajando fuera, ella te lo contaría.
Había una diferencia de edad de seis años entre los hermanos, pero estaban muy unidos.
–Ese es el problema. No puedo marcharme. Debo seguir en la Antártida varios meses. Por eso quiero que le hagas una visita. Vas a Melbourne, ¿verdad?
–Estoy en el aeropuerto. Me pasaré a verla a última hora de la tarde, cuando se hayan acabado las reuniones que tengo.
Niall no se pensó dos veces hacer lo que Ed le pedía. Tenía una deuda con la familia Suarez que nunca podría saldar. Le habían salvado la vida cuando estaba al borde de la destrucción personal. De no haber sido por ellos, su vida habría sido un corto viaje desde la inadaptación adolescente a la pertenencia a bandas violentas, con un rápido final.
Los Suarez le recordaron que en el mundo había cosas buenas y lo animaron a aspirar a lograr grandes objetivos.
Oyó a Ed suspirar.
–Gracias, sabía que podía confiar en ti. Haz lo que consideres necesario para cuidarla. Ella misma es su peor enemigo. Cree que siempre debe ser fuerte y no depender de nadie.
–No te preocupes. Conmigo estará a salvo. Le tengo mucho cariño.
Hacía años que no la veía. La última vez fue cuando volvió a Melbourne para el funeral de la madre de los hermanos. Lola tenía dieciséis años, pero la ropa oscura que llevaba y su expresión sombría eran los de alguien mucho mayor.
Niall hizo lo que pudo para consolarla. La abrazó y le ofreció un hombro para llorar, pero ella se recluyó en sí misma, como si lo avergonzara tocarlo, como si lo rechazara.
Él lo entendió, porque en esos momentos lo que contaba era la familia, no alguien a quien sus bondadosos padres habían adoptado de manera informal. Su pasado y su relación con su verdadera familia eran terribles, a pesar de haber triunfado desde el punto de vista profesional.
Oyó el aviso para embarcar. No solía viajar al sur. Melbourne le recordaba muchas cosas que quería olvidar. Pasaba casi todo el tiempo en Brisbane o en el extranjero.
Se dirigió a la puerta de embarque.
–Déjalo en mis manos, Ed. Te prometo que me ocuparé de ella. Probablemente tenga un nuevo novio del que no quiere que sepas nada –sonrió mientras se preguntaba qué aspecto tendría la joven. Su madre había sido muy guapa.
–Entonces te encargo que lo conozcas, a ver qué te parece. En ese campo eres un experto. No dejes que ella te engatuse.
¿Engatusarlo? ¿La pequeña Lola? La idea lo hizo sonreír. La guapa azafata que lo esperaba le devolvió la sonrisa.
Te estás precipitando. Mantén la calma».
Pero el corazón le latía con tanta fuerza que parecía que se le iba a salir del pecho.
Lola estaba segura.
Alguien había estado en su piso.
Se dio cuenta en cuanto entró. Encendió la luz y se detuvo en el umbral porque notó que algo no cuadraba. A primera vista, todo parecía igual.
Sin embargo, al respirar hondo notó un olor químico desconocido.
Retrocedió hasta el descansillo y miró a su alrededor, sin observar que hubieran limpiado o hecho labores de mantenimiento.
Vaciló y pensó en volver a llamar a la policía, lo cual la obligó a entrar de nuevo. La policía no había descubierto nada concluyente. Cuantas más veces la llamara, menos urgentes parecerían las llamadas.
Era lo que le había sucedido a Therese.
Lola se estremeció al recordar a la que había sido su vecina.
Allí estaba, con la ropa de trabajo, helada a pesar de la calefacción que había dejado encendida, intentando decidir si corría peligro.
¿La habría visto Braithwaite entrar en el edificio? Estaba segura de haberlo divisado en la calle unas semanas antes, aunque había desaparecido deprisa.
¿La habría visto entrar en casa esa tarde?
Se cruzó de brazos y se los frotó para entrar en calor.
Inspeccionó las habitaciones, incluso miró dentro de los armarios y debajo de la cama. Estaba sola.
Pero seguía nerviosa.
Se sobresaltó cuando llamaron a la puerta.
Eran las siete y media y no esperaba a nadie. Ningún vecino la visitaba para charlar o pedirle algo prestado.
El timbre volvió a sonar, como si supieran que estaba en casa.
¿Sería Braithwaite?
Lola se quedó petrificada. Dejó de respirar a causa del miedo.
¿Había cerrado la puerta con llave?
«Desde luego. Siempre lo haces».
De todos modos, se imaginó, horrorizada, que se abría y que alguien entraba.
Agarró el móvil y marcó el número de la policía, por si acaso. Después se acercó a la puerta y miró por la mirilla.
No era Braithwaite.
Lanzó un suspiro de alivio.
Vio a un hombre de anchos hombros que llevaba un traje oscuro. Estaba de espaldas y el negro y corto cabello le brillaba. Braithwaite lo llevaba largo y no era tan alto ni de anchas espaldas.
El hombre se volvió. Llevaba la corbata torcida, como si hubiera tirado de ella tras un largo día de trabajo. Era demasiado alto para verle los ojos, pero no el firme mentón y la boca sensual.
Lola se llevó la mano al cuello y se le aceleró el pulso.
No, no era Braithwaite, sino otro hombre al que no quería ver bajo ningún concepto.
Niall Pedersen.
¿Qué hacía allí?
Tenía la costumbre de aparecer cuando ella se sentía más vulnerable; la última vez, en el funeral de su madre.
Sintió dolor y resentimiento, y algo más que no había conseguido erradicar y en lo que se negaba a pensar.
Cerró los ojos, contó hasta cinco para intentar recuperar el control de sí misma y abrió la puerta justo cuando el timbre sonaba por tercera vez.
¿Niall era tan ancho de espaldas cuando se habían visto hacía ocho años?
Lola se dijo que no se acordaba, a pesar de que lo recordaba perfectamente.
Se quedó inmóvil, con la boca abierta, como si no lo conociera.
Los ocho años transcurridos habían convertido en realidad lo que apuntaba en él en la juventud. Le habían conferido un aire de autoridad y seguridad en sí mismo, además de formarle arrugas en torno a los ojos y la boca, que habían transformado a un guapo joven en un hombre de gran carisma.
A Lola le fallaron las piernas, por lo que, maldiciendo, se agarró al picaporte.
Aunque él no lo supiera, le había arruinado la vida. Haría bien en no olvidarlo.
–No te esperaba, Niall –su voz era más profunda de lo que él recordaba, y ligeramente ronca. Notó una oleada de placer y una leve excitación.
La miró durante unos segundos, con la mente en blanco y las hormonas disparadas, hasta que se impuso la lógica.
Era Lola, la hermana de Ed, la chica a la que había ido a ayudar.
Aunque ya no era una chica, sino una mujer.
Niall tragó saliva.
Sabía que ella habría cambiado, pero no tanto.
–Lola –consiguió pronunciarlo de forma que no pareciera una pregunta, porque, aunque sabía que tenía que ser ella, no reconocía en aquella mujer a la niña, seria y dulce, que había conocido–. Me alegro de verte.
Deslizó la mirada por su falda gris oscuro, sus largas piernas y los zapatos de tacón. La sonrisa se le heló cuando observó sus esbeltas curvas, antes de regresar a su rostro.
Tenía la boca más ancha y los ojos, que antes parecían los de un búho serio, eran los de una hermosa mujer.
Tenía un aspecto severo y sexy a la vez, como si el cabello recogido con tirantez y la ropa de trabajo camuflaran a una apasionada mujer que…
Niall se puso tenso, horrorizado. ¡Era Lola! No podía pensar así de la hermana pequeña de Ed.
¡Ojalá lo hubiera prevenido su amigo! Cuando mencionaba a Lola, no daba a entender que se hubiera convertido en aquella maravilla.
«Claro que ha cambiado. Han pasado casi diez años».
Pero estaba sorprendido.
–¿Qué haces…?
–¿No vas a invitarme a…? –preguntó él al mismo tiempo.
Lola apretó los labios, lo que a él le extrañó, ya que la familia Suarez era muy hospitalaria. La expresión de ella cambió, sonrió, se echó a un lado y lo invitó a entrar con un gesto.
–Entra, por favor.
Al pasar a su lado, Niall vio que tenía el móvil en la mano.
–¿Llego en mal momento?
Ella vaciló, antes de negar con la cabeza.
–No, acabo de llegar y no esperaba a nadie.
–Trabajas hasta tarde –comentó él intentando no fijarse en el movimiento de sus caderas mientras la seguía al salón.
Miró a su alrededor con curiosidad. La habitación estaba decorada en verde pálido y blanco, salvo los cojines del sofá, que eran naranjas y marrones. La librería estaba llena de libros de dirección de empresas y economía en los estantes inferiores y de novelas en los superiores.
–Estoy trabajando en un proyecto importante. Supongo que ya sabes lo que es eso. No has llegado donde estás trabajando ocho horas diarias.
Él asintió.
–Es cierto.
Había trabajado mucho para triunfar y ser, a los treinta años, el director ejecutivo de una empresa multimillonaria.
Esperó a que ella se sentara, pero Lola permaneció de pie en el umbral, con las manos entrelazadas como si no supiera qué hacer con ellas.
Era extraño. Su forma de vestir y el movimiento de su cuerpo daban la impresión de que se trataba de una mujer capaz y segura de sí misma. Pero a él le transmitía otra cosa. Entrecerró los ojos. ¿Se estaba mordiendo la comisura de los labios?
Era algo que hacía cuando estaba nerviosa.
El tiempo retrocedió y, de repente, se halló en la cocina de los Suarez con Lola, que hacía un trabajo escolar. Estaba segura de que la iban a suspender hasta que él, compadecido, lo repasó y le aseguró que no solo aprobaría, sino que sacaría buena nota.
–He venido a Melbourne por negocios. Me gustaría invitarte a cenar. No suelo venir, así que he pensado que podríamos ponernos al día.
–¿A cenar? –lo miró como si fuera la primera vez que oía esas palabras. No era la reacción habitual cuando invitaba a salir a una mujer.
–Sé que es un poco precipitado.
–Eres muy amable –le sonrió, pero no con los ojos–. En otro momento me encantaría, pero ha sido un día muy largo y mañana tengo que madrugar.
–Entiendo –pero su sexto sentido, alertado por la llamada de Ed, le indicó que había algo más que mero cansancio. Por eso no se marchó. Al fin y al cabo, casi era de la familia–. ¿Y si pedimos que nos traigan algo de comer? Puedo encargarme, mientras te cambias de ropa.
–¡Ah!
Niall se dio cuenta de que buscaba una excusa para negarse.
–Será una cena rápida. Yo también tengo mucho trabajo mañana –le sonrió.
Ella parpadeó y la tirantez alrededor de su boca disminuyó.
Él se dijo que no se trataba solo de hacerle un favor a Ed. Aunque llevara años sin ver a Lola, la apreciaba mucho. Observó con preocupación que tenía ojeras.
–Gracias, pero…
–A no ser que esperes a alguien. ¿A tu novio?
–No, no tengo novio.
Niall experimentó algo parecido a la satisfacción, porque podría decirle a Ed que no había ningún hombre en su vida.
–Me gustaría que me contaras lo que haces. Y me encantaría que me hicieras compañía. Volver a esta ciudad me despierta muchos recuerdos.
Extendió las manos y esbozó una sonrisa compungida. Ella no conocía toda la historia, pero sabía lo suficiente pata entender que había habido sombras oscuras en su juventud. Ni siquiera Ed conocía todos los detalles.
Observó que ella se debatía entre su deseo de estar sola y su buen corazón.
Lola asintió bruscamente.
–Será… un placer. A mí también me vendrá bien la compañía –sonrió. Era una sonrisa genuina que lo dejó sin respiración.
Aún se estaba acostumbrando a aquella nueva Lola. Cuando la novedad se hubiera desvanecido, volvería a ser lo que siempre había sido para él: la pequeña Lola.
No una mujer inquietantemente atractiva.
–Excelente. ¿Qué quieres cenar?
–Hay un restaurante tailandés al final de la calle. El menú está en la puerta de la nevera. Elige lo que quieras –Lola dio media vuelta y se dirigió a su habitación.
La luz ya estaba encendida en la cocina. Niall la contempló y se percató de que, al menos en eso, Lola no había cambiado. No era una obsesa del orden, pero la diferencia entre su cuarto y el de Ed era motivo de burlas familiares. Ed se encontraba a gusto en medio del desorden, mientras que Lola tenía cada cosa en su sitio.
Era agradable saber que no había cambiado por completo. Siempre había sido ordenada y reflexiva, además de bondadosa; de ahí que la hubiera conmovido su aparente necesidad de compañía. Y una persona resuelta. Cuando se proponía algo, no se daba por vencida.
La cocina estaba ordenada. Había una fila de tiestos con hierbas aromáticas en el poyete de la ventana. Niall pasó a su lado y se detuvo.
Había un olor extraño.
Se inclinó hacia los tiestos y aspiró. Agarró el primer tiesto y lo giró, e hizo lo mismo con todos los demás.
Las plantas estaban muertas por el lado que daba a la ventana. No era que se estuvieran secando, sino que estaban verdes y vivas por un lado y muertas y arrugadas por el otro. La diferencia entre las dos mitades era una clara línea en el centro.
Se inclinó haca delante y le llegó un olor acre. Se echó hacia atrás haciendo una mueca.
Habían puesto algo venenoso en cada planta, pero con tanta precisión como si hubieran utilizado una regla.
Niall frunció el ceño. Lola no cometería semejante error. Tenía muy buena mano para las plantas y ayudaba a su madre en el jardín.
Sintió picor en la nuca al mirar las plantas dañadas; mejor dicho, envenenadas. A eso olía, a ácido.
No se le ocurrió motivo alguno por el que Lola hubiera envenenado a medias las plantas, sobre todo las que empleaba para cocinar.
Se le activó el sexto sentido, ese que lo había mantenido vivo en la adolescencia y lo había salvado más de una vez.
Inspeccionó la cocina.
Todo brillaba. Un paño a cuadros blancos y azules colgaba de la puerta del horno. En la encimera había un frutero con naranjas, un hervidor y una tetera de cristal vacía.
No, no estaba vacía. Se dio cuenta de que algo brillaba en su interior.
Retrocedió y vio que se había equivocado. La tetera estaba vacía. Sin embargo, la señal de alarma persistía. Agarró la tetera y levantó la tapa.
La llevó bajo la luz de la cocina y observó los residuos que había en el fondo.
Se le erizó el vello al examinar los granitos. Los tocó con el índice y levantó la tetera para observarlos mejor.
No era azúcar, como creía.
Era cristal molido.
Si Lola se hubiera preparado un té sin prestar atención, habría destapado la tetera, añadido agua y se habría servido una taza.
Niall se estremeció. Quien hubiera hecho aquello no pretendía asustar a Lola, sino hacerle mucho daño. Daba igual que, a diferencia de lo que se solía creer, no fuera mortal. Lo que importaba era la intención del perpetrador: cometer un asesinato.
Niall dejó la tetera en la encimera y, unos segundos después, llamaba a la puerta del dormitorio.
–¿Estás bien, Lola?
Silencio. La imaginación se le desbordó. Después de lo que había visto en la cocina, ¿qué podía haber ocurrido en el dormitorio?
Agarró el picaporte justo cuando Lola abría. El impulso lo lanzó hacia delante.
Experimentó un gran alivio al asirse a ella. Sus suaves curvas se apretaron contra su cuerpo y aspiró su cálido aroma.
Estaba a salvo.
–¿Qué pasa, Niall? –preguntó ella con el ceño fruncido al tiempo que retrocedía.
Él la soltó de mala gana luchando contra el instinto que lo impulsaba a estrecharla en sus brazos y a quedarse así.
¿Intentaba protegerla?
¿O era una reacción primaria a su feminidad, tras esos segundos de contacto corporal?
La idea lo desconcertó.
Apretó los dientes y retrocedió, aumentando la distancia entre ambos.
Ella estaba bien, se dijo.
En realidad, estaba más que bien, con unos vaqueros ajustados y un jersey verde claro.
–Siento haber entrado así. ¿Todo en orden?
Miró a su alrededor.
–¿Por qué me lo preguntas? –su voz la traicionó. Estaba nerviosa.
Niall se fijó en sus hermosos rasgos. Estaba pálida y volvía a morderse el labio inferior.
–¿Vas a decirme lo que te pasa?
Lola alzó la barbilla, pero fue incapaz de mirarlo a los ojos.
–No sé a qué te refieres.
«Cuéntaselo».
«¿Y qué va a hacer? Vive al otro extremo del país. No puede protegerte y se lo contará a Ed, que se inquietará porque no está aquí».
–Alguien ha estado en el piso.
Ella lo miró con los ojos como platos. Se fijó en su sensual boca y en sus ojos azules que, incluso después de ocho años, seguían perturbándola.
Algo se deshizo en su interior.
La esperanza, a la que hasta entonces se había aferrado, de haber superado aquel amor imposible y no deseado.
Respiró hondo. ¿Cómo, en aquellos momentos, se ponía a pensar en su forma de reaccionar ante él?
Porque fijarse en su masculinidad era preferible a pensar en el peligro que corría, un peligro que la policía no había sabido descubrir.
Estaba aterrorizada. Llevaba semanas asustada y empezaba a sentirse agotada.
Volvió a respirar hondo intentando controlarse.
–¿Cómo lo sabes? –ella llevaba cinco minutos en el piso, antes de que él llegara, y había sido incapaz de notar ninguna diferencia, salvo el olor.
–Ahora te lo enseño. Sabes quién ha sido, ¿verdad? –su expresión pasó de la preocupación al enfado–. ¿Es un hombre? ¿Le diste la llave?
No estaba enfadado, sino furioso.
¡Como si fuera culpa de ella que la estuvieran acosando!
–No, no le he dado la llave a nadie.
Él enarcó las cejas e hizo una mueca de disgusto.
–Muy bien. ¿Y a alguien a quien invitaras y se quedara a pasar la noche? Puede haber hecho un molde de la llave sin que te dieras cuenta.
¡Qué gracia!
No había ningún hombre en su vida.
Y no por falta de ganas. Pero por esperanzada que estuviera ante una cita, nunca conducía a ninguna parte, ya que no había hombre que estuviera a la altura del ideal que tenía en la cabeza.
Era culpa suya. Y del hombre que había frente a ella.
Solo eso era una razón para odiarlo.
Se fijó en sus hombros, su cuerpo atlético y masculino.
Cerró los ojos e intentó centrarse.
–Dime por qué sabes que alguien ha estado aquí –abrió los ojos y vio que él le miraba fijamente la boca. Sintió que se derretía, una sensación que desearía poder experimentar con cualquier otro hombre.
–Ven –la condujo a la cocina.
Lola ahogó un grito al ver las plantas. El olor era más intenso allí. Observó que las hojas estaban marchitas; no, quemadas. Él las había quemado con ácido.
Se llevó la mano a la garganta al recordar lo sucedido a Therese: la piel quemada por el ácido. Se abrazó con el otro brazo al tiempo que sentía náuseas. Lanzó un grito de horror sin poder evitarlo.
Era obra de Braithwaite. No se lo había imaginado, como le había dicho la policía.
–¡Lola! –Niall la abrazó. Era alto y musculoso. Durante unos segundos ella se puso rígida temiendo que apoyarse en él fuera lo más fácil, cuando debía ser fuerte.
Pero al notar el calor de su cuerpo, se apoyó en él temblando.
Llevaba una eternidad sin poder relajarse, en estado de alerta. ¿Cuánto hacía que no estaba tan cerca de otra persona?
–No pasa nada, Lola.
Ella abrió la boca para decirle que no era así, pero cerró los ojos y apoyó la cabeza en él. Y aspiró ávidamente su aroma a cedro y especias.