C O L E C C I Ó N A S Í O C U R R I Ó / I N S T A N T Á N E A S D E L A H I S T O R I A
Sor Juana Inés de la Cruz:
LA PEOR
MAGNÍFICA
Texto de María Baranda
Ilustraciones de Éricka Martínez
Inés de la Cruz:
Sor Juana
LA PEOR
MAGNÍFICA
Texto de María Baranda
Ilustraciones de Éricka Martínez
He estado siglos enteros dentro de un cajón: seca.
¡Qué horror! Seca, seca, seca. No sé cómo llegué
a esta tienda de antigüedades. Finalmente, hace unos
días alguien me puso un poco de sangre, digo, de tinta.
Y ahora siento unas ganas inmensas de contarlo todo.
Antes de empezar, debo decir que hace cien años me sacó
de la tienda un escritor de novelas. ¡Otro horror!
Yo estoy hecha para escribir poemas y también alguna
que otra obra de teatro. El novelista se hartó de mí
porque yo cambiaba todo. Cuando él quería escribir
sobre el desamor, yo ponía engaño colorido; si él deseaba
hablar de relojes, yo escribía máquinas primas; si de
tristeza se trataba, yo ponía dolor fiero. Juana Inés
me había entrenado para escribir de cierta manera.
Puedo contar ahora que fui parte de un pacto secreto.
Todo comenzó en México, cuando los caminos eran de tierra y polvo, y el agua
había que irla a buscar al río. Fue en un lugar llamado san Miguel de Nepantla,
al pie del volcán Popocatépetl, en un día muy frío, pero con un sol que miraba
de frente y con fuerza, cuando nació mi dueña: Juana Inés Ramírez de Asbaje.
A su papá no lo conoció jamás, solo supo su nombre: Pedro. Era capitán español
y con su mamá había tenido otras dos hijas. Juana Inés creció en la hacienda de
Panoayán, que su abuelo había conseguido para tres generaciones: la suya, la de su hija
Isabel y la de su nieta María. Su mamá nunca aprendió a leer y a escribir, pero cuando
el abuelo murió, ella fue la encargada de la hacienda, de esa casa tan grande donde
vivían tantas personas que nadie alcanzaba a contarlas, y en la que había que levantarse
antes de que saliera el sol para ir a trabajar y cuidar a los animales.
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A los tres años de edad Juana Inés hizo una travesura: siguió a su hermana
a la escuela sin tener permiso. De pronto oyó cómo hablaban de la A de alas,
abierta, arriba. De la M de madre, mar, montaña. Y luego escuchó la V de vuela,
viaje, viento. Imaginó que volaba. Era como abrir una caja llena de sorpresas.
Entonces le pidió a la maestra que le enseñara. Dijo que era una orden de su mamá,
pero la maestra no le creyó. Juana Inés insistió tanto que la maestra aceptó
con la condición de que solo hasta que hubiera aprendido perfectamente cada