Su amante del desierto - Annie West - E-Book

Su amante del desierto E-Book

Annie West

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Beschreibung

Cuando Ashraf, el príncipe del desierto, fue secuestrado junto a la geóloga Tori Nilsson, la desesperada situación de vida o muerte a la que se enfrentaban llevó a un apasionado encuentro. Después de ser rescatados, Ashraf le perdió la pista a Tori, pero el poderoso jeque nunca dejó de buscarla. Ahora, quince meses después, por fin la había encontrado… y había descubierto que tenía un hijo. Para reclamarlo, Ashraf estaba dispuesto a convertir a Tori en su reina, ¿pero podría ofrecerle algo más que un título?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Annie West

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su amante del desierto, n.º 2751 - enero 2020

Título original: Sheikh’s Royal Baby Revelation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-037-4

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL GOLPE de una puerta despertó a Ashraf, pero tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los ojos. La boca le sabía a sangre. A sangre y polvo.

Estaba tumbado boca abajo, con la cabeza y las costillas ardiendo de dolor y magulladuras por todo el cuerpo. Miró alrededor, intentando averiguar dónde estaba. Era en un lugar oscuro, iluminado apenas por un rayo de luna que se colaba a través de un ventanuco.

Oyó voces hablando en un antiguo dialecto local y aguzó el oído, intentando ignorar el implacable martilleo en su cabeza. Tres hombres, contó, alejándose.

Lo matarían al día siguiente. Cuando llegase Qadri para pagarles por el secuestro y disfrutar del espectáculo.

Ashraf apretó los dientes, haciendo un gesto de dolor. Por supuesto, Qadri estaba detrás del secuestro. ¿Quién más se hubiera atrevido? En los últimos años del gobierno de su padre, el líder de los bandidos se había convertido en una amenaza para la zona.

El viejo jeque no tenía gran interés en solucionar los problemas de la provincia más remota, la más pobre y atrasada del país, y el bandido había campado por sus respetos. Pero él no era como su padre y, tras su muerte, había introducido cambios en la región para terminar con las fechorías de Qadri.

No podía esperar clemencia de sus captores. No era tan ingenuo como para creer que Qadri negociaría con él a cambio de su liberación. No, el bandido lucharía para mantener su feudo de la única forma que conocía: con violencia.

¿Y qué mejor manera de intimidar a los pobres lugareños que ejecutar al nuevo jeque? Así demostraría que las obras de modernización y el imperio de la ley no tenían sitio en esas montañas, que durante décadas solo habían conocido la autoridad del bandido.

El deseo de ver cómo iba el nuevo proyecto de irrigación lo había empujado a visitar la provincia con un guía local y un solo guardaespaldas. Él, el jeque de Za’daq, había ido con un solo guardaespaldas al territorio de su enemigo.

Se le encogió el estómago al pensar en su guardaespaldas, Basim, que había salido despedido del caballo cuando el animal tropezó con un cable atado entre dos rocas.

Ashraf había corrido a ayudarlo y fue entonces cuando los atacantes se lanzaron sobre él. No lo habían subyugado fácilmente, pero eso daba igual.

¿Estaría vivo Basim? No quería pensar en su fiel guardaespaldas abandonado donde había caído del caballo.

Tenía que pensar con frialdad. Debía encontrar la forma de escapar, o al menos de informar sobre su paradero a las fuerzas de seguridad, que sin duda estarían buscándolo.

Su padre siempre había dicho que tenía la suerte del diablo. Era una acusación, no un halago, pero por primera vez Ashraf se encontró deseando que su padre tuviese razón.

Un ruido interrumpió sus pensamientos.

No estaba solo.

Y no iba a quedarse tumbado esperando otro golpe, de modo que se puso en pie… y se detuvo abruptamente cuando algo tiró de su brazo.

Ashraf descubrió entonces que estaba encadenado a la pared. Se giró de nuevo, tan rápido como le permitían sus doloridas costillas, pero con la espalda contra la pared y las piernas abiertas, estaba dispuesto a lanzarse sobre su atacante.

–Vamos, sal para que pueda verte.

Nada. Ningún movimiento, ningún sonido.

Entonces, en la oscuridad, vio algo.

Algo pálido que brillaba a la luz de la luna.

¿Su captor tenía el pelo rubio?

Ashraf parpadeó. No era una alucinación. Quien fuese, no era de la zona.

–¿Quién eres? –le preguntó en árabe. Cuando no respondió, le preguntó en otros idiomas hasta que obtuvo una respuesta.

–¿No lo sabes?

Ashraf frunció el ceño. ¿El golpe en la cabeza habría dañado sus tímpanos? No podía ser, pero sonaba como…

–¿Eres una mujer?

–Entonces, tú no eres uno de ellos.

–¿Uno de ellos?

–Los hombres que me trajeron aquí. Los hombres que… me han secuestrado –respondió la mujer, con voz temblorosa.

–No, no soy uno de ellos. También a mí me han secuestrado.

Pero no tenía intención de morir en lo que, por el olor a ganado, parecía una cabaña de pastores. Aunque la cadena indicaba que el sitio era usado para otros propósitos más siniestros. Había oído que Qadri estaba involucrado en la trata de blancas, que algunas mujeres desaparecían sin dejar rastro, vendidas a canallas sin escrúpulos al otro lado de la frontera.

La figura se acercó entonces y, entre la sombras, Ashraf vio un pelo rubio muy claro, casi plateado, una piel muy pálida y unos ojos que brillaban de miedo. Pero parecía calmada, serena.

–¿Estás herida? –le preguntó.

–Eres tú quien está sangrando.

Ashraf bajó la mirada. Bajo la camisa desgarrada descubrió un largo corte que había dejado de sangrar. Una herida de cuchillo, pensó, pero no era profunda.

–Sobreviviré.

A pesar de su reputación de playboy, Ashraf había estado en el ejército y su padre se había encargado de que fuese un servicio más duro y peligroso de lo normal. Había visto muchas heridas y, por eso, sabía que estaría vivo cuando llegasen sus ejecutores al día siguiente.

–¿Y tú?

Ella lo miró, queriendo reír y llorar al mismo tiempo. Pero llorar no serviría de nada y temía que la risa se convirtiese en histeria.

–Solo algunas magulladuras –respondió.

Había tenido suerte. A pesar del brillo de lascivia que había visto en los ojos de sus captores, no la habían tocado. Se habían limitado a meterla a empellones allí.

Sí, había tenido suerte. Por el momento.

El hombre estaba inconsciente cuando lo llevaron allí y lo encadenaron a la pared. O había luchado con todas sus fuerzas o tenían algo en particular contra él para haberlo golpeado de ese modo.

Su camisa estaba hecha jirones y tenía una herida en la cabeza. Ahora, de pie, vio que era muy alto, de hombros anchos, con unos muslos de jinete. Tenía un aspecto atlético y poderoso a pesar de estar malherido.

¿Lo vería a la luz del día o sus captores llegarían antes de que amaneciese? Tori sintió un escalofrío de terror al imaginar lo que les esperaba.

–¿Dónde estamos?

Como ella, el extraño hablaba en voz baja, pero algo en su voz pausada alivió un poco la tensión.

–En las montañas, no sé dónde. Me trajeron en una camioneta –Tori se abrazó a sí misma, recordando el aciago viaje.

–¿Llegaste aquí por una carretera?

–Solo una parte del camino. Luego me trajeron hasta aquí andando, con una venda en los ojos.

–¿Hay un guardia en la puerta?

–Creo que no.

Cuando sus captores desaparecieron se había acercado a la puerta para intentar abrirla, pero era tan sólida como la de una prisión.

Tori miró la pesada cadena que sujetaba a su compañero de celda a la pared y se le encogió el estómago.

–Hay luz a lo lejos. Creo que es un campamento, pero aquí no hay nadie.

¿Por qué iban a molestarse en hacer guardia? La sólida puerta estaba cerrada con cerrojo, su compañero estaba encadenado a la pared y ella no tenía nada que pudiera usar para escapar.

¿Qué no daría por tener su piqueta en ese momento? Diseñada para partir rocas, el filo podría romper una cadena y sería un arma muy efectiva.

–¿Qué haces? –le preguntó, al oír el ruido de los eslabones de metal.

–Intentando arrancar la cadena –respondió él, mascullando una maldición.

–No podrás arrancarla. Está bien clavada a la pared.

–¿Lo has comprobado? –le preguntó él, girando la cabeza.

De repente, estaba más cerca de lo que había esperado y Tori dio un paso atrás. Horas antes había sido secuestrada por unos extraños que la habían doblegado a pesar de sus frenéticos intentos de escapar y el miedo la paralizó.

Como si se hubiera dado cuenta, su compañero de celda se apartó.

La lógica le decía que no era un enemigo. Sus captores también lo habían secuestrado a él.

Tori tomó aire, intentando respirar con normalidad. Estaba demasiado oscuro como para saberlo con certeza, pero en sus ojos le pareció ver un brillo de compasión.

Porque el destino de una mujer secuestrada por un grupo de hombres violentos era digno de compasión.

Pero no quería pensar en ello, no podía permitirse ser débil.

–Claro que lo he comprobado. Pensé que podría usarla como arma cuando esos hombres volvieran.

–¿Una mujer contra tres hombres?

–No pienso rendirme sin luchar.

–Sería más seguro que no te resistieras. Espera hasta que estés sola con uno de ellos. Alguien vendrá para trasladarte mañana a otro sitio.

–¿Cómo lo sabes? ¿Qué han dicho sobre mí? –le preguntó Tori, asustada.

Él negó con la cabeza, haciendo una mueca de dolor.

–No he oído nada sobre ti, pero el jefe de esos bandidos llegará mañana. Esperan un pago por el secuestro y hasta entonces nos dejarán en paz.

Tori se apoyó en la pared. Llevaba horas en vilo, temiendo que volviesen en cualquier momento…

–¿Estás bien? –le preguntó el hombre.

Ella asintió con la cabeza. Era un alivio saber que, al menos, estaba a salvo por esa noche, pero seguía en grave peligro y estaba tan asustada, tan exhausta, que reaccionó ante la noticia derrumbándose de repente.

Unas manos firmes la sujetaron, ayudándola a sentarse en el suelo. Unas manos grandes y fuertes, pero sorprendentemente delicadas.

–¿Qué más han dicho? ¿Qué van a hacer con nosotros?

–No han dicho nada sobre ti –respondió el hombre, poniéndose en cuclillas frente a ella–. No tengo pruebas, pero sospecho que van a llevarte a la frontera.

Tori se mordió los labios. Había oído historias sobre la trata de blancas y sintió náuseas al pensar cómo podría terminar.

–Si es así, podríamos tener una oportunidad de escapar. Tal vez algunos de los hombres se quedarán aquí, en el campamento.

Tori sabía que estaba agarrándose a un clavo ardiendo, pero eso era mejor que dejarse llevar por la desesperación.

–Puedo garantizarlo –dijo él entonces.

–¿Por qué? ¿Qué más sabes?

El hombre se encogió de hombros mientras se sentaba en el suelo, frente a ella. A pesar de las heridas y de la pesada cadena parecía estar tranquilo y ese aire de confianza la tranquilizó un poco.

–El líder de esos hombres es mi enemigo y te garantizo que está más interesado en mí que en ti.

Tori recordó entonces el gesto que había hecho uno de sus captores mientras lo encadenaba a la pared. Riendo, el canalla se había pasado un dedo por la garganta de lado a lado.

Iban a matar a aquel hombre.

Debería advertirle, aunque seguramente él ya lo sabía. Y estaba segura de que no se rendiría sin pelear.

Por instinto, alargó una mano para tocar la suya.

–¿Qué podemos hacer?

Él la miró en silencio durante unos segundos y luego volvió a encogerse de hombros.

–Buscar una salida.

–Ya lo he hecho. Es lo único que he hecho durante las últimas cinco horas.

Eso e intentar controlar el pánico.

–No llevarás una horquilla, ¿verdad?

–¿Para abrir la cerradura? No, lo siento. Suelo llevar una coleta.

Él alargó una mano para tocar su pelo y Tori sintió algo inesperado.

Algo que no era miedo o desesperación.

–Y, por desgracia, a mí no se me ocurrió traer una cizalla para cortar cadenas.

Tori esbozó una sonrisa. Era una tontería, pero en su presente estado de ánimo cualquier broma era bienvenida.

–El ventanuco es demasiado pequeño –murmuró–. Tal vez por el tejado…

Él se incorporó con una rapidez envidiable para alguien que había estado inconsciente hasta unos minutos antes.

–Ven –le dijo, ofreciéndole su mano.

Estaban tan cerca que le llegó un olor a canela, a hombre.

–¿Qué vas a hacer?

–Apóyate en mis hombros. Te levantaré para que puedas buscar una grieta en el tejado.

–Pero tú no podrás salir –dijo ella, mirando la cadena.

–Esa no es razón para que no lo intentes.

Había algo en aquel hombre que la atraía… su voz profunda, masculina, la serenidad que demostraba enfrentado a la adversidad.

–¿Cómo te llamas?

–Tori. ¿Y tú?

–Puedes llamarme Ash –respondió él–. Si eres capaz de salir por el tejado podrías alertar a alguien antes del amanecer.

No tenía que decir lo que pasaría cuando amaneciese. Tori aún recordaba el gesto del secuestrador.

–Pero no sé dónde estoy o hacia dónde debo ir.

–Camina inclinada cuando salgas de aquí, intenta que no te vean. Cuando estés a una distancia segura, rodea el campamento y tarde o temprano llegarás al camino por el que te trajeron.

–¿Crees que encontraré la carretera o algún poblado? Es de noche, no se ve nada.

–¿Se te ocurre una idea mejor?

Ella negó con la cabeza. Era una posibilidad. Posiblemente la única posibilidad para Ash.

–Muy bien, vamos a hacerlo.

Tori puso las manos sobre sus hombros y contuvo el aliento cuando él la tomó por la cintura para levantarla.

Tardaron unos quince minutos en admitir la derrota, pero para Ash fueron horas. Horas frustrantes con esa maldita cadena impidiendo sus movimientos. No había resquicio alguno por el que poder escapar y el dolor en las costillas era una agonía, pero aún peor era tener los pechos y las nalgas de Tori tan cerca

El agotamiento y el dolor se mezclaban con la frustración, pero el cuerpo femenino pegado al suyo era una tortura aún peor. Sujetándola con las piernas abiertas, su rostro apretado contra el suave vientre femenino mientras ella intentaba encontrar una grieta en el tejado, tocando su estrecha cintura, inhalando su aroma femenino, fresco e invitador, a pesar del polvo y el miedo…

Bajo los pantalones y la camisa de manga larga, era toda una mujer. Firme, suave y femenina.

Cuando por fin la dejó en el suelo y se apoyó en la pared, temblaba de arriba abajo. De dolor, de rabia por haber dejado que Qadri lo secuestrase.

Y de deseo. Flagrante, ardiente e inconveniente deseo.

Se dijo a sí mismo que era una descarga de adrenalina, una respuesta a la dramática situación en la que se encontraba. El ansia de desafiar a la muerte perdiéndose en el calor de una mujer, el deseo de derramar en ella su semilla con la esperanza de asegurar la supervivencia, si no para él, al menos para la siguiente generación.

–¿Estás bien? –Tori estaba tan cerca que notó su cálido aliento en la cara–. Deberíamos haber parado antes. ¿Estás sangrando de nuevo?

–¡No! –exclamó Ashraf, sujetando su mano cuando iba a tocarlo.

Ella lo miraba con gesto preocupado y vio que sus ojos eran de un color pálido… ¿azules, grises? ¿Tal vez ámbar?

Entonces se dio cuenta de algo.

«Ella también lo siente».

Esa oleada de deseo, esa conexión entre dos personas atrapadas y desesperadas. La esperanza de encontrar consuelo frente a la muerte. Porque, aunque a ella no fuesen a ejecutarla por la mañana, el destino que le esperaba era terrible.

–No te preocupes, estoy bien.

No era capaz de soltar su mano porque su roce le daba un inesperado consuelo. Estaba furioso consigo mismo por haberse dejado capturar. Frustrado porque tal vez su vida terminaría al día siguiente y su padre habría tenido razón. Su padre solía decir que nunca llegaría a nada y si moría en los primeros seis meses de su reinado, sin haber logrado cimentar los cambios en el país…

Ashraf soltó su mano y giró la cabeza para evitar su mirada.

–No estoy preocupada –dijo ella en voz baja.

Se dio cuenta entonces de que estaba conteniendo las lágrimas. ¿Por él? No, Tori no podía saber que al día siguiente se enfrentaría a la muerte. Era una reacción lógica por la situación en la que se encontraban. Estaba siendo muy valiente, más valiente que la mayoría de los hombres que él conocía, perseverando para encontrar una salida cuando muchos otros se hubieran rendido.

–No estoy sangrando, estoy bien.

Ella sacudió la cabeza y un mechón plateado escapó de su coleta. Ashraf apretó los puños, conteniendo el deseo de enredar los dedos en su pelo.

Era una cruel tentación. No podía tomar lo que quería, ni pedirlo siquiera. Tori era una mujer orgullosa que luchaba contra el pánico con todas sus fuerzas.

–Será mejor que descanses –murmuró, mientras intentaba contener ese absurdo deseo–. Eso es lo que yo pienso hacer.

Ashraf se dejó caer al suelo. Había muy pocas esperanzas de escapar, pero estaba vivo y no tenía intención de someterse a la ejecución sin pelear.

Se había pasado la vida luchando para encontrar su sitio, para demostrar su valía ante un padre que lo despreciaba. Cuando no lo consiguió, se mofó de él convirtiéndose en un playboy, encantado con los escándalos que el viejo jeque detestaba.

Ahora estaba de vuelta en Za’daq y, tras la renuncia al trono de su hermano Karim, todo había cambiado. Se le encogió el estómago al pensar en Karim.

–Me sentiría mejor si me dejases examinar tus heridas –dijo Tori entonces.

Estaba tan cerca que apenas tendría que moverse para tocar su cara, sus pechos. Demasiado cerca para un hombre que estaba luchando contra la tentación.

–A menos que tengas una linterna y un botiquín escondidos en algún sitio no creo que puedas hacer nada –Ashraf lamentó tan seca respuesta inmediatamente. No era la preocupación lo que había hecho que respondiera de ese modo sino su visceral reacción ante aquella mujer–. Lo siento –se disculpó de nuevo–. Me duele, pero no es un dolor insoportable.

¿Qué eran unas heridas en comparación con lo que le esperaba al día siguiente?

–Me alegro.

–Pero hay algo que sí puedes hacer.

–¿Qué? –se apresuró a preguntar ella.

–Descansar. Tenemos que conservar las fuerzas –Ashraf se estiró, conteniendo un gemido de dolor.

Después de un largo silencio, por fin ella siguió su ejemplo y se tumbó a su lado.

Ashraf no podía dormir pensando en el día siguiente, preguntándose si sus hombres lo encontrarían antes de que fuese demasiado tarde. Preguntándose si Basim estaría vivo.

Por fin, un ruidito llamó su atención. ¿Era un castañeteo de dientes? La noche en el desierto era fría y Tori estaba temblando.

–Ven aquí. Juntos entraremos en calor.

–Pero tus heridas…

–No pienses en eso. Pégate a mi lado y apoya la cabeza sobre mi hombro.

Ella lo hizo y Ashraf sintió el soplo de su cálido aliento a través de la camisa, las suaves curvas, los sedosos mechones de pelo rozando su cuello.

Sin pensar, levantó la mano libre para acariciar su pelo. Era tan suave como un almohadón del harem real, cuando los jeques de Za’daq tenían un harem de concubinas dedicadas a darles placer.

Un temblor lo recorrió de arriba abajo y no pudo hacer nada para disimular.

–¿Peso demasiado?

–Tranquila. No me haces daño –musitó él, capturando una de sus rodillas entre las piernas cuando iba a apartarse.

No era cierto del todo, pero el dolor de las heridas y la indignidad de estar encadenado eran eclipsados por un dolor de otro tipo.

Ashraf esbozó una amarga sonrisa. Se había dejado llevar por la tentación durante toda su vida y no estaba acostumbrado a resistirse. Tal vez por eso la tensión que sentía era tan intensa, el tira y afloja entre el honor y el deseo tan fiero.

Pero ganó el honor.

Tori empujó las caderas hacia él para ponerse más cómoda y la fricción fue una tortura, pero una tortura que soportó de buen gusto.

Hasta que ella movió un brazo y, sin querer, rozó con la mano la evidencia de su deseo, que empujaba contra la cremallera del pantalón.

Los dos se quedaron inmóviles. Ashraf juraría que habían dejado de respirar.

La sangre latía en sus oídos y tuvo que hacer un esfuerzo para no levantar las pelvis, buscando el roce de su mano.

–No pasa nada. Estás a salvo conmigo.

¿Se daría cuenta de que hablaba con los dientes apretados?

Esperaba que Tori se apartase, pero no lo hizo. Al contrario, se acercó un poco más.

–Tal vez yo no quiera estar a salvo contigo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TORI notó que Ash contenía el aliento, pero se negaba a hacerse la inocente cuando aquella podría ser la última noche de su vida. Tenía que hacer un esfuerzo para no imaginar lo que la esperaba a merced de sus captores… no, no quería pensar en ello.