2,99 €
¿Podría haber algo de verdad en la leyenda de la antigua joya? El valioso diamante conocido como El Corazón del Valor decía garantizar amor eterno para todos los descendientes de la familia de Kazeem Khan, el emir de Kabuyadir. Pero el jeque Zahir rechazaba tal leyenda. Después de las tragedias sufridas por su familia había decidido que el amor y el matrimonio eran dos cosas separadas y ordenó que se vendiera la joya. La historiadora Gina Collins sería la encargada de estudiar y tasar aquel valioso tesoro, pero cuando volvió al reino de Kabuyadir se quedó asombrada al descubrir que su misterioso cliente era el hombre con el que había pasado una noche de ensueño tres años atrás, el hombre que le robo el corazón para siempre.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 179
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Maggie Cox. Todos los derechos reservados.
SU JOYA MÁS PRECIADA, N.º 2190 - octubre 2012
Título original: One Desert Night
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1081-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
¿Quién ha amado que no haya amado a primera vista? El reino de Kabuyadir…
La brisa parecía llevar el sonido de un llanto. Al principio, Zahir creyó haberlo imaginado, pero volvió a escucharlo cuando salió al patio de mosaicos, el extraño sonido distrayéndolo de su decisión de marcharse de la fiesta que tanto lo aburría y volver a casa.
Había decidido dejar atrás las insustanciales conversaciones para buscar un momento de soledad y pronto buscaría a su anfitrión para despedirse. Y, sabiendo lo que pasaba en su casa, Amir lo entendería perfectamente.
Adoptando un aire distante y frío que desanimaba hasta al más valiente, Zahir salió al patio y miró alrededor buscando… ¿qué? No lo sabía. ¿Era el llanto de un niño lo que oía? ¿O tal vez la queja de un animal herido?
¿O era simplemente el producto de una mente cansada y un corazón dolorido?
El ruido del agua que salía de la boca de una sirena en la magnífica fuente en el centro del patio acalló el llanto por un momento.
Por el rabillo del ojo, Zahir vio algo rosado y giró la cabeza para mirar un asiento de piedra medio oculto entre las oscuras hojas de una planta de jazmín bajo el que asomaban unos bonitos pies descalzos.
Intrigado, dio un paso adelante.
–¿Quién está ahí?
Lo había preguntado en voz baja, pero con el tono autoritario al que estaba acostumbrado.
Escuchó entonces un sollozo y, conteniendo el aliento, alargó una mano para apartar las hojas…
–Soy yo, Gina Collins.
La extraña tenía los ojos azules más embrujadores que Zahir había visto nunca. Unos ojos cuya luminosidad podría rivalizar con la luz de la luna.
–¿Gina Collins?
Ese nombre no significaba nada para él, pero la belleza rubia que emergió de su escondite con un vestido rosa hasta los tobillos lo afectó como no lo había afectado nunca una mujer.
Era bellísima, alguien a quien ningún hombre podría olvidar.
Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
–Sí.
–No sé quién eres –dijo Zahir, enarcando una ceja.
–Soy la ayudante del profesor Moyle. Hemos venido a catalogar los libros y las antigüedades de la señora Hussein.
Zahir recordaba vagamente que la mujer de su amigo Amir, Clothilde, que era profesora de arte en la universidad, le había hablado de su intención de catalogar su biblioteca de libros raros y valiosos.
Pero no se habían visto desde la muerte de su madre y, francamente, él tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
–¿El trabajo es tan terrible que te obliga a esconderte? –bromeó Zahir.
Ella lo miró con sus enormes ojos azules.
–No, en absoluto. El trabajo es maravilloso.
–Entonces, me gustaría conocer la razón para tus lágrimas.
La joven permaneció en silencio y a Zahir no le importó esperar. ¿Por qué iba a impacientarse cuando se sentía feliz mirando a aquella criatura exquisita, con unas facciones que parecían esculpidas por un artista? En particular, sus temblorosos labios.
Ella suspiró suavemente.
–Hoy he recibido la noticia de que mi madre está ingresada en el hospital. Mi jefe ha conseguido un billete de avión para mí y mañana a primera hora volveré a Reino Unido.
Zahir sintió una oleada de compasión. Él sabía muy bien lo que era tener una madre enferma, ver cómo se deterioraba día tras día y sentirse incapaz de hacer nada al respecto. Pero le sorprendía cuánto lo perturbaba que aquella bella joven estuviera a punto de marcharse cuando acababa de encontrarla.
–Lo siento mucho, pero debo confesar que lamento que debas volver a casa sin que hayamos tenido la oportunidad de conocernos.
Ella frunció el ceño.
–Aunque mi madre está enferma, me gustaría no tener que marcharme de Kabuyadir. ¿Cree que hago mal? Preferiría quedarme aquí, la verdad. Hay algo mágico en este país, algo que me tiene hechizada.
Su respuesta fue tan sorprendente que, por un momento, Zahir no supo qué decir.
–Si te gusta este país, debes volver lo antes posible, Gina. Tal vez cuando tu madre se haya recuperado –sugirió por fin, con una sonrisa amable.
–Me encantaría volver. No puedo explicarlo, pero siento que este sitio empieza a ser mi hogar… más que mi propio país.
Su mirada se iluminó de repente y Zahir decidió que no tenía la menor prisa por marcharse.
–Debes creerme muy grosera por estar aquí, apartada de todos, pero la graduación del sobrino del señor Hussein debería ser una ocasión feliz y no quería entristecer a nadie. No podía contener mis sentimientos y es difícil ser simpática cuando no te sientes bien.
–Todo el mundo entenderá que hayas querido estar sola un rato, pero está bien que hayas acudido a la fiesta. La costumbre aquí es invitar a todos los parientes, amigos y conocidos cuando hay algo que celebrar.
–Eso es lo que me gusta tanto de esta gente. La familia es muy importante para ellos.
–¿Y en tu país no lo es?
Ella lo miró con expresión contrita.
–Para algunos tal vez, pero no para todo el mundo.
–He vuelto a entristecerte, lo siento.
–No, no. Estoy triste por la enfermedad de mi madre, pero la verdad es que nuestra relación no es… en fin, no es todo lo afectuosa que a mí me gustaría. Mis padres son académicos y lidian con hechos, no con sentimientos. Para ellos, los sentimientos son un estorbo –Gina suspiró–. Pero no quiero aburrirte con mis problemas. Me alegro de haberte conocido, pero creo que debería volver a la fiesta.
–No hay prisa. Tal vez podrías quedarte un rato aquí conmigo. Hace una noche preciosa, ¿verdad?
Zahir la tomó del brazo y el roce de la satinada piel lo mareó de deseo. Era como si un ardiente viento del desierto recorriera sus venas. No podía apartar los ojos de ella.
–Tal vez podría quedarme un rato más. Tiene razón, hace una noche preciosa –Gina dio un paso atrás, como si se hubiera dado cuenta de que estaban demasiado cerca–. ¿Eres pariente de la familia Hussein? –le preguntó.
–No estamos emparentados, pero Amir y yo somos amigos desde hace mucho tiempo y siempre lo he considerado como un hermano. Mi nombre es Zahir –se presentó, haciendo una leve inclinación de cabeza.
Ella puso cara de sorpresa. ¿Por la inclinación o porque solo le había dicho su nombre de pila?
En Occidente resultaría normal, pero no era así como hacían las cosas en Kabuyadir, especialmente cuando uno estaba destinado a heredar un reino.
–Zahir… –Gina repitió su nombre en voz baja, como si fuera algo precioso–. Incluso los nombres aquí tienen un aire de misterio, de magia.
–Ven, vamos a dar un paseo. Sería una pena desperdiciar la luna llena en un jardín solitario, ¿no te parece?
–¿No te echarán de menos en la fiesta?
–Si a nuestro anfitrión le preocupa mi ausencia, será lo bastante educado como para no decirlo. Además, no tengo que darle explicaciones a nadie –Zahir miró sus bonitos pies descalzos, las uñas pintadas del mismo tono rosa que su vestido–. Pero deberías ponerte unos zapatos.
–Están ahí, en el banco.
Gina se acercó al asiento de piedra medio escondido entre las hojas y tomó sus sandalias. Cuando un mechón de pelo rubio cayó sobre su frente ella lo apartó, sonriendo.
La sonrisa de una mujer nunca lo había afectado de ese modo. Nunca lo había dejado sin palabras, pero así era. Zahir le ofreció su mano y cuando ella la aceptó perdió la noción del tiempo y el espacio. El dolor y la angustia que sentía desde la muerte de su madre desapareció de repente…
Estudiando el rostro de facciones marcadas, los penetrantes ojos oscuros y el largo pelo negro, Gina se sintió cautivada.
Con un ancho cinturón de cuero sujetando la chilaba oscura, podría ser un califa, un soldado, un guardaespaldas tal vez. Era un hombre alto y fuerte que parecía acostumbrado a cuidar de sí mismo y de los demás.
Tal vez era peligroso confiar en un desconocido, pero como Gina nunca había sentido lo que sentía en ese momento, tenía que creer que era kismet, como solían llamarlo en aquella parte del mundo. En aquel momento necesitaba la presencia de una figura fuerte, alguien en quien apoyarse.
Algo le decía que Zahir la entendía y pensar eso era embriagador.
Mientras paseaban por el jardín, enclaustrado entre altos muros de piedra, con la luz de la luna iluminando el camino, se preguntó cómo iba a soportar su regreso a casa.
Cuando su madre se recuperase, volvería a hacer lo mismo de siempre, pero Gina no podía negar su anhelo de conectar con algo más profundo y más real; su anhelo de vivir. Se había engañado a sí misma pensando que estudiar viejos tomos y catalogar objetos antiguos era suficiente y desde que llegó a Kabuyadir había empezado a preguntarse si eso era lo único que quería de la vida.
Le encantaba su trabajo, pero viajar al otro lado del mundo y descubrir el sensual paraíso de sonidos y aromas que solo conocía por las páginas de los libros de historia la había hecho experimentar una inquietud que ya no podía contener.
Para sus padres, los dos profesores, la vida académica era más que suficiente. Su matrimonio estaba basado en intereses comunes y admiración profesional, pero nunca expresaban sentimientos más profundos el uno hacia el otro. Ni hacia ella.
La habían criado como si fuera una responsabilidad, empujándola para que se interesase en la historia del arte y rara vez le habían dicho que la querían…
Pero su madre estaba enferma y sabía que su padre lidiaría con su enfermedad encerrándose en los libros en lugar de expresar emociones. Y ella se sentiría incómoda en el hospital, sin saber qué decir…
Naturalmente, le apenaba que su madre estuviera enferma, pero debería haberse rebelado mucho tiempo atrás contra el camino que habían trazado para ella.
A los veintiséis años, no sabía nada de la vida. Sabía mucho sobre libros y objetos antiguos, pero ni siquiera había aprendido a cocinar, algo heredado de sus siempre ocupados padres.
Y nunca había tenido una relación amorosa.
Sus amigas desdeñaban las relaciones porque serían una pérdida de tiempo y las distraerían de su trabajo, pero desde que llego a Kabuyadir, la idea de tener una relación se había convertido en una obsesión para ella.
–¿Sabes que los antiguos astrólogos solían trazar el destino de los reyes a través de las estrellas? –su acompañante señaló el cielo, cubierto de puntitos que brillaban como diamantes.
Gina sintió un escalofrío. El aspecto físico de Zahir era impresionante, pero su voz era cautivadora. Todo eso, unido al ambiente de ensueño en el patio, era como una telaraña que envolvía su corazón.
–¿Solo de los reyes? –le preguntó–. ¿Las estrellas no pueden trazar el destino de las personas normales?
Cuando Zahir capturó su mano izquierda para examinarla, el corazón de Gina se detuvo durante una décima de segundo. Un golpe de viento movió su pelo entonces, apartándolo de su cara, liberándola, como si quisiera también liberar su alma.
–No creo que tú seas una persona normal en ningún sentido. Tu destino será hermoso, rohi. ¿Cómo podría ser de otra manera?
–Eres muy amable, pero no me conoces. Aparte de venir aquí, a mí nunca me ha pasado nada extraor dinario.
–Me duele que no sepas lo que vales, Gina. Eres absolutamente encantadora.
–Nadie me lo había dicho nunca.
–Entonces, la gente a la que conoces está ciega.
Cuando inclinó la cabeza, Gina ni siquiera pensó en apartarse. Su tristeza y su frustración con la vida reemplazadas por un anhelo desconocido mientras la tomaba por las caderas, el íntimo contacto quemándola a través del vestido.
Los labios de Zahir rozaron los suyos, suaves y eróticos, su barba bien recortada más suave de lo que había imaginado. La acariciaba como si fuera un pajarito al que no quisiera asustar con su fuerza y supo que nunca lo olvidaría. El calor y el aroma del cuerpo masculino invadían su sangre como una droga y sintió que le temblaban las rodillas. Pero quería más… mucho más de aquella potente magia.
–¿Tienes frío? –le preguntó él.
–No, no tengo frío… tiemblo porque estoy nerviosa.
–Te he asustado.
Cuando Zahir iba a apartarse, Gina puso una mano sobre su corazón, el fino algodón de la chilaba tan sensual como el roce del más lujoso terciopelo. Bajo su mano notaba unos músculos que irradiaban masculina energía y la fuerza de un guerrero…
Zahir la atrajo hacia él y, al entrar en contacto con la dura realidad masculina, Gina contuvo el aliento.
¿Cómo algo que nunca había experimentado antes de repente le parecía tan esencial como respirar? Si la soltaba, tendría que suplicarle que siguiera abrazándola.
La mezcla de perfumes, jazmín, rosa, azahar, del jardín aumentaba la magia de un momento que estaría grabado en su memoria para siempre. Y cuando la besó, con un ansia cruda y elemental, tuvo que agarrarse a él para no perder el equilibrio.
Zahir se apartó unos segundos después, jadeando.
–Te vas mañana y yo… –empezó a decir, sacudiendo la cabeza–. No quiero dejarte ir.
–Tampoco yo quiero marcharme, pero debo hacerlo.
–¿Debemos separarnos así? Jamás había sentido esto con otra mujer. Es como si… como si fueras una parte de mí que no sabía hubiera perdido hasta que te he encontrado.
La devoraba con los ojos y Gina sintió que su corazón se encogía de angustia al pensar en separarse de él. La gente la juzgaría como una mala hija porque prefería quedarse con Zahir en lugar de ir a casa para cuidar de su madre enferma…
Pero en aquel momento no le importaba. ¿Cómo iba a importarle si le había faltado cariño y calor humano durante tanto tiempo?
¿Por qué iba a sentirse culpable cuando su apasionada confesión era lo más maravilloso que le había pasado nunca?
–Imagino que te alojarás en una de las casas de la finca –Zahir la llevó hacia un grueso árbol, mirando hacia atrás para ver si estaban siendo observados. Pero, salvo el canto de los grillos y el tintineo del agua de la fuente, el fragante jardín estaba en silencio.
Gina se mordió los labios.
–Así es.
–¿Podemos ir allí? –Zahir acariciaba su muñeca con el pulgar y la tensión era como un arco estirado al límite, a punto de partirse en dos.
–Sí.
Fueron en silencio hacia un emparrado que llevaba a otra zona del jardín en la que estaba la casita de adobe que ocupaba Gina, con una entrada en forma de arco de herradura y las tradicionales ventanas estrechas para evitar el calor.
Como en las montañas llovía a menudo, todo estaba verde, perfumado y lleno de flores. La temperatura allí no era tan alta como en el desierto y ocasionalmente eran bendecidos por una fresca brisa.
A unos cien metros, medio escondida entre dos magníficas palmeras, había otra casa ocupada por el jefe de Gina, Peter Moyle. Pero Peter seguía en la fiesta de Amir Hussein, de modo que Zahir y ella pudieron entrar en la suya sin ser vistos.
Se sentía atrevida y un poco asustada. Siempre había pensado que era un poco aburrida y dejarse llevar por aquel impulso, hacer algo que había anhelado durante tanto tiempo sin miedo a las consecuencias era maravilloso.
Había dejado una lamparita encendida en el vestíbulo, pero cuando iba a entrar en el salón, Zahir la tomó por la cintura y lo que vio en sus ojos la dejó sin aliento.
–¿Dónde duermes? –le preguntó, con una voz ronca imbuida por el calor del desierto.
Tomando su mano, Gina lo llevó a un fresco dormitorio con el suelo de losetas y una cama con cortinas del color de la puesta de sol, los apliques de la pared iluminando la estancia con una luz suave.
Zahir tomó su cara entre las manos, unas manos capaces y fuertes, las manos de un hombre acostumbrado a proteger a los demás. Y su mirada… su oscura mirada era un benevolente y sedoso océano en el que a Gina no le importaría hundirse.
El corazón de Zahir latía con fuerza dentro de su pecho. Le había dicho que nunca había deseado a una mujer como la deseaba a ella y era cierto. ¿Cómo podía una atracción ser tan violenta, tan inmediata? Se sentía cautivo de aquella belleza hasta el punto de no ser capaz de pensar y menos de buscar una explicación razonable.
En contraste con su pelo dorado, las cejas de Gina eran oscuras y arqueadas, enmarcando unos ojos como dos topacios. Y su rostro era tan hermoso… poseía una belleza imposible de olvidar.
Tal vez aquella sería la única ocasión de estar juntos en mucho tiempo porque no sabía cuándo volvería de Reino Unido. ¿Cuánto tiempo antes de que volviera a Kabuyadir? ¿Por qué el destino lo había llevado hasta aquel tesoro para robárselo después?
–Jamás hubiera esperado…
Gina no terminó la frase y Zahir notó que contenía el aliento, sus temblorosos labios delatando un nerviosismo que no podía disimular.
¿Cómo podía decirle sin palabras, porque las palabras serían inadecuadas, que él nunca le haría daño? Eran las mismas razones que lo habían hecho mirar hacia atrás por si estaban siendo observados. Él se haría responsable si alguien intentaba juzgarla.
–Tampoco yo, rohi –Zahir pasó la yema del pulgar por sus generosos labios–. Y, si lo único que nos depara el destino es estar juntos esta noche…, entonces, te prometo que será una noche que no olvidaremos nunca.
Tres años después…
–Papá, ¿estas ahí? Soy yo –lo llamó Gina, mientras tomaba el correo que se había acumulado en el felpudo de la entrada. Con el ceño fruncido, recorrió el oscuro pasillo que llevaba al estudio y encontró a su padre inclinado sobre el escritorio, mirando lo que parecía un legajo antiguo.
Con su despeinado cabello gris y los delgados hombros bajo una camisa azul sin planchar, no parecía solo aislado, sino triste y abandonado también.
Y Gina se sintió culpable. Trabajaba mucho en la prestigiosa casa de subastas y, aunque lo llamaba por teléfono todos los días, no había ido a verlo en una semana.
–¿Cómo estás, papá? –le preguntó, inclinándose para darle un beso en la mejilla.
Su padre la miró con gesto de sorpresa, como si estuviera viendo un fantasma.
–Pensé que eras Charlotte. Cada día te pareces más a tu madre, Gina.
–¿Ah, sí? –exclamó ella, sorprendida.
La muerte de su madre tres años antes había sido un golpe más duro de lo que Gina había pensado y su padre nunca la mencionaba.
–Te pareces mucho –Jeremy dejó sobre el escritorio el documento que estaba estudiando–. ¿Qué tal tu trabajo?
–Si quieres que te diga la verdad, es agotador. Cuando pienso que lo tengo controlado descubro algo nuevo… tengo mucho que aprender.
–Eso significa que estás ganando sensatez y prudencia.
–Eso espero. Por muchos títulos que tenga, me siento como una novata en este oficio.
–Lo entiendo, hija, pero no tengas tanta prisa. Este oficio, como tú lo llamas, es una pasión para la mayoría de los que se dedican a ello. Nunca deja uno de aprender y descubrir cosas. Además, eres muy joven… ¿cuántos años tienes?
–Veintinueve.
–¡Santo cielo!
Su exclamación hizo reír a Gina.
–¿Cuántos años creías que tenía? –le preguntó, alegrándose al ver que no estaba distraído o triste como tantas otras veces.
–Yo siempre te veo como una niña de cinco años… alargando las manitas hacia los papeles de mi escritorio. Incluso entonces tenías interés por la historia, Gee-Gee.
Ella lo miró, perpleja.
–¿Gee-Gee?
–Así era como te llamaba entonces. ¿No te acuerdas? A tu madre le parecía muy gracioso que a un distinguido profesor de historia antigua se le hubiera ocurrido algo tan frívolo.
–Toma –dijo Gina, con un nudo en la garganta.
–¿Qué es esto?
–El correo, papá. Se había ido acumulando en la puerta… ¿por qué no te lo ha traído la señora Babbage?
–La señora Babbage se despidió la semana pasada. Su marido está en el hospital, así que tengo que encontrar otra ama de llaves…
Gina puso una mano en su hombro y se quedó sorprendida al ver lo delgado que estaba.
–Es la tercera ama de llaves que pierdes en un año.
–Lo sé –asintió él–. Debe de ser mi encantadora personalidad.
Ella lo miró, muy seria.
–¿Qué has comido durante esta semana? Nada, por lo que veo.
–He comido lo que tenía en la nevera.
–¿Por qué no me habías dicho nada?
Por un momento, la expresión de su padre le recordó a un niño al que su profesora estuviera regañando y eso la conmovió.
–No quería preocuparte, hija. No es culpa tuya, es culpa mía por no haber aprendido a cocinar. Siempre con la cabeza en los libros… desde que tu madre murió no puedo concentrarme en nada. La gente pensó que era una persona fría cuando no lloré en el funeral, pero te aseguro que lloraba por dentro… –su voz se rompió entonces–. Lloro por dentro todos los días…
Gina no sabía qué decir. Era como si estuviese hablando con un extraño, no con su remoto, serio y reservado padre. El hombre que ella había pensado no tenía sentimientos.
Sin saber qué hacer, le dio una palmadita en el hombro para consolarlo.
–¿Por qué no te preparo una taza de té? Lo tomaremos en el cuarto de estar y luego iré al supermercado para comprarte algo de comida.
–¿Tienes prisa, hija? –le preguntó su padre, mirándola con un inusual brillo de afecto en los ojos.