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La Teoría general de Keynes ha adquirido un lugar destacado en la literatura económica de nuestros días y su objeto es ocuparse de las cuestiones de la teoría y sólo secundariamente de sus aplicaciones prácticas. Es, sobre todo, un estudio de las fuerzas que determinan los cambios en la escala de preocupación y de ocupación como un todo.
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Seitenzahl: 758
SECCIÓN DE OBRAS DE ECONOMÍA
TEORÍA GENERAL DE LA OCUPACIÓN,EL INTERÉS Y EL DINERO
Traducción de EDUARDO HORNEDO Revisión de ROBERTO REYES MAZZONI
Primera edición en inglés (Nueva York: Harcourt), 1936 Primera edición en español, 1943 Segunda edición (corregida), 1965 Tercera edición, 2001 Cuarta edición (corregida y aumentada), 2003 Cuarta reimpresión, 2013 Primera edición electrónica, 2014
Traducción de la introducción general, introducción editorial y prefacios a las ediciones alemana, japonesa y francesa: Juan Carlos Moreno-Brid y Rafael Márquez Arias
© 1973, The Royal Economic Society Título original: The General Theory of Employment, Interest and Money
D. R. © 1943, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-2428-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
INTRODUCCIÓN GENERAL*
CON LA EDICIÓN ESTÁNDAR DEThe Collected Writings of John Maynard Keynes, la Royal Economic Society le rinde tributo a quien dedicara una buena parte de su ocupada vida a la Sociedad. En 1911, a la edad de veintiocho años, Keynes fue designado editor del Economic Journal en sustitución de Edgeworth; dos años después fue también nombrado secretario. Desempeñó estos oficios sin intermitencia hasta casi el final de su vida. Es cierto que, de 1919 a 1925, Edgeworth regresó para asistirlo con la labor editorial; MacGregor tomó el lugar de Edgeworth hasta 1934 que fue cuando Austin Robinson lo reemplazó y continuó ayudando a Keynes hasta 1945. Pero a lo largo de estos años fue el mismo Keynes quien cargó con el peso de la responsabilidad y tomó las decisiones principales sobre los artículos que habrían de aparecer en el Economic Journal, sin ninguna interrupción salvo por dos o tres números del año 1937, cuando se enfermó gravemente. Pocos meses antes de su fallecimiento en la pascua de 1946 fue electo presidente de la Sociedad y delegó la tarea de editor a Roy Harrod y el secretariado a Austin Robinson.
En su doble papel de editor y secretario Keynes desempeñó un papel importante en la conducción de las políticas de la Royal Economic Society. A él se debe en gran medida el comienzo de las publicaciones más importantes que emprendió la Sociedad: la edición de la obra de Ricardo por parte de Sraffa, la edición de los documentos económicos de Bentham a cargo de Starks, y la edición que Guillebaud hizo de Marshall, así como publicaciones diversas durante los años treinta.
Cuando Keynes falleció en 1946, era lógico que la Royal Economic Society quisiera rendirle un homenaje. Era igualmente lógico que la misma Sociedad escogiera para ello editar una compilación de sus obras. Keynes mismo siempre fue un entusiasta de las publicaciones bien hechas, y la Sociedad, con la ayuda de los Señores Macmillan como editores y la Cambridge University Press como impresor, se ha esmerado en darle a los escritos de Keynes una forma permanente que sea totalmente digna de él.
La presente edición publicará tanto como sea posible de su trabajo en el campo de la economía. No incluirá la correspondencia privada o personal, o la correspondencia que su familia conserva. La edición está dedicada, para decirlo claramente, al Keynes economista.
Los escritos de Keynes se pueden dividir en cinco categorías. Primero están los libros que el escribió y publicó como tal. En segundo término están las colecciones de artículos y panfletos que él mismo hizo a lo largo de su vida (Essays in Persuasion y Essays in Biography). En tercer lugar, hay un amplio volumen de trabajos publicados aún no compilados de artículos de periódicos, cartas a periódicos, artículos en revistas especializadas que no han sido incluidos en sus dos volúmenes de compilaciones, y varios folletos. En cuarto lugar, hay pocos trabajos que hasta ahora no habían sido publicados. En quinto lugar está la correspondencia que sostuvo con economistas o que se refiere a la economía o los asuntos de interés público.
Esta serie intentará publicar la totalidad de los escritos económicos formales de Keynes. La intención es cubrir todos los artículos de las primeras cuatro categorías mencionadas anteriormente. Las únicas excepciones son algunos artículos concesionados, en donde el contenido, publicado en distintos periódicos o en diferentes países, observa variaciones mínimas y sin importancia. En estos casos, la decisión será publicar sólo una de estas versiones, la más interesante.
La publicación de la correspondencia económica de Keynes debe ser inevitablemente selectiva. En los días de la máquina de escribir y el archivero y particularmente en el caso de un hombre activo y tan ocupado, es imposible publicar cualquier hoja de papel que él haya dictado acerca de cualquier tema efímero o sin importancia. Sin embargo, nuestro objetivo es reunir y publicar tanto como sea posible de la correspondencia en que Keynes desarrolló sus nuevas ideas en discusión con sus colegas economistas, así como la correspondencia de la época en la que Keynes ocupaba un lugar prominente en los asuntos públicos.
Además de sus libros publicados, las principales fuentes que tuvieron a su disposición quienes prepararon esta serie han sido dos. En su testamento, Keynes nombró a Richard Kahn su albacea y responsable de sus escritos económicos. Estos fueron depositados en la biblioteca Marshall de la Universidad de Cambridge y estuvieron disponibles para esta edición. Keynes no tuvo secretaria sino hasta 1914 y sus escritos anteriores a esta fecha se limitan a borradores de cartas importantes de su puño y letra que el mismo guardó. La mayor parte de la correspondencia que poseemos de esa etapa tiene que ver más con lo que él recibía que con lo que escribía. Durante los años 1914-18 y 1940-46 Keynes trabajó en la Tesorería. Con la apertura de los archivos oficiales fue posible acceder a muchos de los documentos que él escribió cuando tuvo ese cargo. A partir de 1919 y por el resto de su vida, Keynes contó con la ayuda de una secretaria que fue durante muchos años la Señora Stevens. En consecuencia, tenemos las copias al carbón de las cartas que escribió, así como los originales de las que recibió durante los últimos 25 años de su vida profesional.
Durante este periodo hubo, por supuesto, ocasiones en las que el propio Keynes redactó las cartas de su puño y letra. En algunos de estos casos, con la ayuda de sus corresponsales, hemos podido juntar en su totalidad ambos lados de algunos importantes intercambios. Al respecto hemos insistido, haciendo justicia a ambas partes, en publicar los dos lados de la correspondencia.
La segunda fuente principal de información ha sido un conjunto de “cuadernos de recortes” que la mamá de Keynes, Florence Keynes, esposa de Neville Keynes, guardó durante muchos años. De 1919 en adelante estos cuadernos contienen casi todos los escritos de Keynes sobre cuestiones efímeras, sus cartas a los periódicos y una buena parte de material que nos permite ver no sólo lo que él escribió sino la reacción de otros a sus escritos. Sin estos cuadernos tan cuidadosamente conservados, la tarea de cualquier editor o biógrafo de Keynes habría sido inmensamente más difícil.
Hasta ahora, el plan de la edición es el siguiente. Un total de veinticinco volúmenes. De éstos, los primeros ocho serán los libros publicados de Keynes desde Indian Currency and Finance, en 1913, hasta la Teoría General en 1936, a lo que se agregarán Treatise on Probability. Los volúmenes IX y X, serán y Essays on Persuasion y Essays in Biography, que son compilaciones hechas por el propio Keynes de sus artículos. Esta edición de Essays on Persuasion diferirá de la edición original en dos aspectos: contendrá los textos completos de los artículos o folletos incluidos y no (como en la edición original) las versiones abreviadas de estos artículos; y se añadirán uno o dos artículos posteriores que son exactamente del mismo carácter que aquellos que Keynes escogió publicar en la compilación original. En el caso de Essays in Biography se añadirán uno o dos estudios biográficos que Keynes escribió después de 1933.
Seguirán cuatro volúmenes, del XI al XIV, con artículos y correspondencia sobre asuntos de economía, y un volumen de escritos sociales, políticos y literarios. En estos volúmenes se incluirán la parte de la correspondencia económica que está relacionada con los artículos que en ellos aparecen.
Los últimos nueve volúmenes, según el plan actual, estarán dedicados a las Actividades de Keynes durante los años en los que fue figura pública, es decir, desde 1905 hasta su muerte. En cada uno de los periodos en los que proponemos dividir este material, el volumen en cuestión incluirá sus escritos de carácter más efímero, todo lo cual había estado disperso, su correspondencia relacionada con estas actividades, y otros materiales y correspondencia que son necesarios para la comprensión de las actividades de Keynes. Estos volúmenes están siendo editados por Elizabeth Johnson y Donald Moggridge, y su tarea es reconstruir e interpretar las actividades de Keynes para hacer el material completamente inteligible a las generaciones posteriores. Hasta que este trabajo haya avanzado no es posible saber con exactitud si el material será distribuido, como ahora lo pensamos, en nueve volúmenes, o si será necesario uno o varios volúmenes adicionales. Habrá un volumen final de bibliografía e índices.
Los responsables de esta edición han sido Lord Kahn, que como albacea y viejo e íntimo amigo de Lord Keynes, ha podido ayudar en la interpretación de gran cantidad de material que de otra manera hubiera sido malinterpretado; sir Roy Harrod, autor de su biografía; Austin Robinson en su calidad de co-editor, al lado de Keynes, del Economic Journal y su sucesor en la secretaría de la Real Sociedad Económica. Al comienzo la tarea editorial fue desempeñada por Elizabeth Johnson. Recientemente Donald Moggridge se le unió en esta responsabilidad. Ellos han contado con la ayuda en distintos periodos de Jane Thistlethwaite, la Sra. McDonald, quien fue originalmente la responsable del ordenamiento sistemático de los archivos de los escritos de Keynes; Judith Masterman, quien por muchos años trabajó con la Sra. Johnson en los escritos; y más recientemente Susan Wilsher, Margaret Butler y Barbara Lowe.
* El FCE ha decidido conservar la “Introducción general”, a The Collected Writings of John Maynard Keynes, tal como aparece en la edición de la Royal Economic Society para The Macmillan Press Ltd., 1973
INTRODUCCIÓN EDITORIAL*
“HE ESTADO MUY PREOCUPADO por el proceso causativo, por así decirlo, de la trayectoria que siguió mi pensamiento desde la posición clásica hasta mis puntos de vista actuales, por el orden en que el problema se desarrolló en mi mente. Lo que algunos podrían considerar un tono innecesariamente polémico se debe realmente a la importancia de mis antiguas creencias y a los momentos de transición que fueron, para mí en lo personal, momentos de iluminación… No se habla de demanda real o, para ser precisos, de la curva de la demanda de producción como un todo, salvo en el caso en que esté implícita en el multiplicador. Para mí, visto desde una perspectiva histórica, el hecho más extraordinario es la total desaparición de la teoría de la demanda y la oferta de producción como un todo, es decir, la teoría de la ocupación, después de que durante un cuarto de siglo había sido el asunto más discutido en economía. Una de las transiciones más importantes para mí, después de la publicación de mi Tratado sobre el dinero, fue el darme cuenta súbitamente de esto. Sucedió sólo después de que enuncié para mí mismo la ley psicológica que establece que, cuando se incrementa el ingreso, también se ensancha la brecha entre el ingreso y el consumo, conclusión de gran importancia para mi propio pensamiento, pero que, evidentemente, expresada tal cual, no lo es para el de los demás. Luego de un tiempo considerable, concebí la noción de que el interés es la medida de la preferencia por la liquidez, lo cual me quedó muy claro en el momento en que reflexioné en ello. Por último, después de muchas confusiones y muchos borradores, la definición adecuada del rendimiento marginal del capital ligó una cosa con la otra.”
Con estas palabras, Keynes relataba a R. F. Harrod, en el verano de 1936, el desarrollo de las ideas que lo llevaron a la Teoría general.1
Los orígenes de la Teoría general residen en la insatisfacción de Keynes con su propio Tratado sobre el dinero incluso en el momento de su publicación,2 en la prolongada depresión internacional posterior al año 1929 y en el estímulo que emanó de un “circo” de jóvenes economistas de Cambridge que poco tiempo después de la publicación del Tratado empezaron a reunirse para discutir y analizar minuciosamente sus dos volúmenes. Las discusiones en el seno de ese grupo, que Kahn relataba a Keynes, fueron lo que constituyó la base de la primera fase de la transición entre el Tratado y la Teoría general.3
A esa etapa siguió pronto el compromiso explícito de Keynes de revisar los fundamentos teóricos del Tratado, de los que sólo se había ocupado casualmente desde el punto de vista de los movimientos de la producción. Consecuentemente, en su prefacio para los lectores japoneses del Tratado, fechado en abril de 1932, Keynes hizo notar que, más que revisar su Tratado, proponía que “se publique un libro corto de carácter puramente teórico en el que se extienda y corrija las bases teóricas de mis opiniones tal y como aparecen en los libros III y IV”.4 Su compromiso se hizo más claro en el otoño de 1932, cuando cambió el nombre de su curso de disertaciones sobre “La teoría pura del dinero”, título que habían tenido desde el otoño de 1929, por el de “La teoría monetaria de la producción”, el cual conservarían hasta 1934. Dichas disertaciones trataban sobre los movimientos de la producción como un todo y contenían ya los inicios del concepto de la preferencia por la liquidez, aunque no fue sino hasta el otoño de 1933 cuando adoptaron la forma que se emplea en la Teoría general.
Los primeros indicios importantes del rumbo que siguió el pensamiento de Keynes entre el Tratado y la Teoría general aparecieron publicados en 1933 bajo la forma de un ensayo, “La teoría monetaria de la producción”, un panfleto, “Los medios para la prosperidad”, un artículo, “El multiplicador” (incluido en la edición estadunidense de “Los medios para la prosperidad”), y un bosquejo biográfico de T. R. Malthus.5 Todos esos escritos están formulados desde el punto de vista de los movimientos de la producción como un todo y reflejan insatisfacción con la teoría aceptada.
Así, los elementos básicos de la Teoría general se habían ido acumulando persistentemente desde 1931 y, en la primavera de 1934, como queda claro por los borradores que datan de ese periodo y un documento de trabajo que Keynes preparó durante su visita a Estados Unidos en mayo y junio, ya todos esos elementos estaban realmente en su lugar, salvo la idea del rendimiento marginal del capital,6 pieza final que, no obstante, quedó en su lugar en el verano de ese mismo año, por lo que, para el otoño, Keynes ya estaba ofreciendo sus disertaciones, ahora tituladas “La teoría general de la ocupación”, basado en las pruebas de imprenta.
Con todo, habría de pasar otro año de intensas discusiones y reescritura antes de la publicación. Keynes distribuyó pruebas del libro a R. F. Kahn, Joan Robinson, R. F. Harrod, D. H. Robertson y R. G. Hawtrey y tomó cuidadosa nota de sus comentarios y mejoras sugeridas, estableciendo con toda claridad los porqués de su desacuerdo cuando no los aceptaba.7 Así, después de casi cinco años de intensa preparación, el libro apareció en febrero de 1936 a un precio de 5 chelines con el propósito de que muchos estudiantes pudieran comprarlo.
La publicación generó aún más discusiones y, de cuando en cuando, controversias. El propio Keynes estimulaba la discusión, pues, como él mismo decía:
Estoy más apegado a las ideas fundamentales, comparativamente simples, que sustentan mi teoría que a las formas particulares en que las he plasmado y no es mi deseo que estas últimas se cristalicen en la fase actual del debate. Si las ideas básicas simples han de llegar a ser familiares y aceptables, con el tiempo, la experiencia y la colaboración de otros pensadores se descubrirá la mejor manera de expresarlas.8
En ese espíritu, Keynes sostuvo una vasta correspondencia con quienes criticaban, exponían y extendían sus ideas;9 por lo demás, a medida que avanzaba el debate, sus propias ideas fueron cambiando y, hacia agosto de 1936, escribió a R. G. Hawtrey:
Puedo mencionar que estoy pensando en escribir en el transcurso del próximo año, más o menos, lo que podría llamarse notas de pie de página a mi libro anterior que aborden las variadas críticas y diversas cuestiones que requieren un mayor desarrollo. En realidad, claro, se requiere reescribir y reformular todo el libro, pero mi estado mental todavía no ha cambiado lo suficiente como para disponerme a hacerlo. Por otra parte, sí puedo ocuparme de temas específicos.10
De ese periodo, se conserva un borrador del índice de un libro titulado Notas de pie de página a La teoría de la ocupación, el interés y el dinero, título que recuerda el primer borrador de su índice posterior a Las consecuencias económicas de la paz.11 También empleó ese título para las disertaciones que ofreció en Cambridge durante la primavera de 1937, de las que sobreviven dos borradores.12 En realidad, parece que para entonces ya había hecho grandes avances para abandonar la Teoría general, pues, como le comentó a Joan Robinson en abril de 1937:
Estoy situándome gradualmente en una posición externa respecto al libro y siento que me aproximo a nuevas líneas de exposición. Es probable que veas lo que tengo en mente en mis próximas disertaciones.13
Por desgracia, las “notas de pie de página” propuestas nunca trascendieron el ámbito de sus disertaciones, pues Keynes sufrió un severo ataque al corazón a comienzos del verano de 1937 y nunca pudo recobrar su antiguo ritmo de trabajo hasta que sobrevino la guerra, en 1939, y para entonces sus energías apuntaban ya en otras direcciones. Es imposible saber en qué sentido habría ido su revisión de la Teoría general de haber estado en buenas condiciones de salud; de lo único que se puede estar seguro es de que la habría revisado.
Desde su publicación en la Gran Bretaña en febrero de 1936, la Teoría general ha sido publicada en Estados Unidos (originalmente, a partir de hojas impresas en Inglaterra) y traducida al alemán, japonés, francés, español, checo, italiano, serbo-croata, hindú, finés, rumano, húngaro y ruso. Las ediciones alemana, francesa y japonesa contaban con prefacios especiales adicionales que aparecían después del prefacio original de la edición inglesa y se reproducen más adelante.
Esta edición respeta la reimpresión de la primera edición inglesa y difiere de la primera impresión por el hecho de que la corrección que se hizo a los renglones 23 a 25 de la página 123 se introdujo en el texto y no en la fe de erratas posterior al índice, donde aparecía originalmente, y por las correcciones hechas a las páginas 44, 113, 176 y 357. En el Apéndice I hemos introducido una lista de correcciones textuales menores, hechas a la reimpresión de la primera edición. Adicionalmente, en los Apéndices II y III reproducimos los artículos de Keynes “Fluctuaciones de la inversión neta en Estados Unidos” y “Movimientos relativos de los salarios y la producción reales”, que abordan errores en las páginas 103 a 104 y 9 a 10, respectivamente, del texto mismo. Respecto a la discusión en torno a la Teoría general, se remite al lector a The Collected Writings of John Maynard Keynes, volúmenes XII y XIV.
Hemos reducido el uso excesivo de mayúsculas tan del gusto de los impresores originales de Keynes, pero que tanto irritan al lector moderno.
* “Introducción editorial” a la edición del volumen VII: The General Theory of Employment, Interest and Money en la edición de la Royal Economic Society para The Macmillan Press Ltd., 1973.
1 Carta de Keynes a R. F. Harrod, agosto 30 de 1936. Esta carta aparece reproducida en su totalidad en el volumen XIV de The Collected Writings of John Maynard Keynes, ed. Cambridge University Press / The Royal Economic Society (JMK).
2 Veáse, por ejemplo, la carta que escribió a su madre el 14 de Septiembre de 1930, en el volumen V de JMK, p. XV.
3 Una nota sobre el “circo” y todos los documentos que sobreviven de él aparece en el volumen XIII de JMK.
4 JMK vol. V, p. xxvii.
5 “La Teoría Monetaria de la Producción” aparece en el volumen XIII, “Los Medios para la Prosperidad” en el volumen IX (VI) I, “Robert Malthus: El primer economista de los economistas de Cambridge” en el volumen X, cap. 12.
6 Este documento aparece en el volumen XIII.
7 Esta correspondencia, con referencias directas a los borradores y el texto final de la Teoría general, aparece en el volumen XIII.
8 Véase el artículo de Keynes, “La Teoría General del Empleo” (1937). Este artículo aparece en el volumen XIV.
9 Esta correspondencia aparece por completo en el volumen XIV de JMK.
10 Keynes a R. G. Hawtrey, agosto 31 de 1936. Esta carta aparece reproducida en su totalidad en el volumen XIV de JMK.
11 Véase A Revision of the Treaty (JMK, vol. III) p. xiii.
12 Estos aparecen en el volumen XIV.
13 Keynes a Joan Robinson, abril 20 de 1937.
PREFACIO
DIRIJO ESTE LIBRO ESPECIALMENTE A MIS COLEGAS ECONOMISTAS, aunque espero sea comprensible para quienes no lo son. Su principal objeto es ocuparse de las difíciles cuestiones de la teoría, y sólo secundariamente de sus aplicaciones prácticas; porque si la economía ortodoxa está en desgracia, la razón debe buscarse no en la superestructura, que ha sido elaborada con gran cuidado por lo que respecta a su consistencia lógica, sino en la falta de claridad y generalidad de sus premisas. Por tal motivo no podré cumplir mi deseo de persuadir a los economistas para que estudien otra vez, con intención crítica, algunos de los supuestos básicos de la teoría, más que por medio de argumentos sumamente abstractos, así como valiéndome a menudo de la discusión. Quisiera abreviar ésta; pero he creído importante no sólo explicar mi propio punto de vista, sino también mostrar en qué aspectos se aparta de la teoría prevaleciente. Supongo que quienes se aferran demasiado a lo que llamaré “la teoría clásica” vacilarán entre la creencia de que estoy completamente equivocado y la de que no estoy diciendo nada nuevo. Corresponde a otros determinar si alguna de estas alternativas, o bien una tercera, es la correcta. La parte de mi obra especialmente dedicada a la controversia tiene por objeto proporcionar materiales para la respuesta, y debo disculparme si, al tratar de establecer distinciones incisivas, mis argumentos resultan demasiado sutiles. Yo mismo defendí durante muchos años con convicción las teorías que ahora [V] ataco y creo no ignorar cuál es su lado fuerte.
No puede exagerarse la importancia del asunto a discusión; y si mis explicaciones son correctas, a quienes primero debo convencer es a mis colegas economistas y no al público en general. En tales condiciones, el público, aunque bienvenido al debate, es sólo un curioso que observa el intento de un economista de encontrar una solución a las diferencias profundas de criterio que hay entre él y los demás, y que, por ahora, han destruido casi toda la influencia práctica de la teoría económica y seguirán destruyéndola mientras no se llegue a un acuerdo.
La relación que hay entre este libro y mi Treatise on Money, que publiqué hace cinco años, probablemente es más clara para mí que para los demás; y lo que desde mi punto de vista representa una evolución natural de las ideas que he seguido por varios años, puede parecer a los lectores un confuso cambio de frente. Esta probabilidad no se aminora por las alteraciones que me he visto obligado a hacer en la terminología del libro y que indico en las páginas siguientes; pero la relación general entre ambos libros puede expresarse en pocas palabras como sigue: cuando empecé a escribir mi Treatise on Money todavía seguía el cauce tradicional que considera la influencia del dinero como algo que debería tratarse separadamente de la teoría general de la oferta y la demanda. Al acabarlo, había realizado algunos progresos en el sentido de hacer retroceder la teoría monetaria hasta convertirla en una teoría completa de la producción. Sin embargo, mi sujeción a las ideas preconcebidas aparecía en lo que creo constituye la falla principal de las partes teóricas de ese trabajo (a saber los libros iii [VI] y iv), en que no me ocupé lo bastante de los efectos de los cambios en el nivel de la producción. Mis llamadas “ecuaciones fundamentales” eran instantáneas fotográficas del sistema económico, tomadas en el supuesto de una producción determinada de antemano. Con ellas intentaba demostrar de qué manera, partiendo de dicho supuesto, podían desarrollarse ciertas fuerzas que provocaban un desequilibrio de las ganancias, requiriendo así un cambio en el nivel de la producción. No obstante, la dinámica, por oposición a la fotografía instantánea, quedaba incompleta y extraordinariamente confusa. Este libro, por el contrario, se ha convertido en lo que es: sobre todo, un estudio de las fuerzas que determinan los cambios en la escala de producción y de ocupación como un todo; y si bien opino que el dinero entra en el sistema económico de una manera esencial y especial, dejo en segundo plano los detalles monetarios técnicos. Veremos que una economía monetaria es, ante todo, aquella en que los cambios de opinión respecto al futuro son capaces de influir en la magnitud de ocupación y no sólo en su dirección; pero nuestro método de analizar la conducta económica presente, bajo la influencia de los cambios de ideas respecto al futuro, depende de la acción recíproca de la oferta y la demanda, quedando de este modo ligada con nuestra teoría fundamental del valor. Así nos acercamos a una teoría más general, que incluye como caso particular la teoría clásica que conocemos bien.
El autor de un libro como éste, que marca nuevas rutas, está en extremo sujeto a la crítica y a la discusión si desea evitar muchos errores indebidos. Es sorprendente el número de tonterías que se pueden creer temporalmente si se aísla uno demasiado tiempo del pensamiento de los demás, sobre todo en economía (así como en las otras ciencias morales), en la que con frecuencia es imposible poner a prueba de manera definitiva las ideas propias, ya sea formal o [VII] experimentalmente. En este libro he confiado, quizás más que al escribir mi Treatise on Money, en los consejos constantes y la crítica constructiva del Sr. R. F. Kahn. Contiene muchas cosas que no habrían adquirido su perfil si no hubiera sido por sugestión suya. También he recibido mucha ayuda de la señora Joan Robinson y de los señores R. G. Hawtrey y R. F. Harrod, quienes leyeron las pruebas de imprenta. El índice analítico fue recopilado por el señor D. M. Bensusan-Butt de King’s College, Cambridge.
La redacción de este libro ha sido, para el autor, una prolongada lucha en la que trató de escapar a las formas habituales de expresión, y así debe ser su estudio para la mayor parte de los lectores, si el intento del autor tiene éxito, un forcejeo para huir de la tiranía de las formas de expresión y de pensamiento habituales. Las ideas aquí desarrolladas tan laboriosamente son en extremo sencillas y deberían ser obvias. La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de nosotros [VIII].
J. M. KEYNES
13 de diciembre de 1935
PREFACIO A LA EDICIÓN ALEMANA
ALFRED MARSHALL, EN CUYOSPRINCIPIOS DE ECONOMÍA se ha basado la educación de todos los economistas ingleses contemporáneos, hacía un esfuerzo especial para resaltar la continuidad entre su pensamiento y el de Ricardo. Su trabajo consistió en gran medida en transplantar el principio de marginalidad y el principio de sustitución a la tradición ricardiana; y su teoría del producto y el consumo en su totalidad, distinta de su teoría de la producción y la distribución de un producto dado, nunca se expuso en forma separada. No estoy seguro si él mismo sentía la necesidad de elaborar dicha teoría. Pero sus sucesores y seguidores inmediatos, se han desecho de ella y, aparentemente, no resienten su ausencia. En este ambiente fui educado. Yo mismo enseñé estas doctrinas y no fue sino hasta la década pasada que me convencí de su insuficiencia. Por ello en mi propio pensamiento y desarrollo, este libro representa una reacción, una transición que me aparta de la tradición clásica (u ortodoxa) inglesa. En algunos lugares de Inglaterra consideran indebidamente polémico el énfasis que hago sobre lo anterior y sobre los puntos de divergencia con respecto a la teoría transmitida a lo largo de las siguientes páginas. ¿Pero cómo puede alguien que ha sido educado como católico en economía inglesa, de hecho un sacerdote de dicha fe, evitar cierto énfasis polémico, cuando se convierte por primera vez en protestante?
Pero imagino que todo esto puede causar una impresión un tanto diferente en los lectores alemanes. La tradición ortodoxa, que rigió durante el siglo diecinueve en Inglaterra, nunca logró asentarse tan firmemente en el pensamiento alemán. Siempre han existido importantes escuelas de economistas en Alemania que han cuestionado fuertemente la pertinencia de la teoría clásica en el análisis de los hechos contemporáneos. La Escuela de Manchester y el Marxismo derivan en última instancia de Ricardo, —una conclusión que es sólo superficialmente sorpresiva. Pero en Alemania siempre ha existido una vasta corriente de pensamiento que no se ha adherido a ninguna de estas dos escuelas.
Sin embargo, difícilmente puede afirmarse que esta escuela de pensamiento haya desarrollado o incluso intentado armar una construcción teórica rival. Ha sido escéptica, realista, se ha contentado con los métodos y resultados históricos y empíricos que descartan el análisis formal. La más notable discusión no ortodoxa planteada en términos teóricos fue la que desarrolló Wicksell. Sus libros estaban disponibles en alemán (no lo estuvieron en inglés, sino sólo hasta hace algún tiempo); en efecto uno de los más importantes fue escrito en alemán. Pero sus seguidores fueron primordialmente suecos y austriacos, éstos últimos combinaron sus ideas con una teoría específicamente austriaca para reencausarlos, de nuevo, hacia la tradición clásica. De esta forma Alemania, contrariamente a su actitud con respecto a la mayoría de las ciencias, se ha contentado durante un siglo entero con arreglárselas sin una teoría económica formal que sea predominante y de aceptación general.
Quizá, entonces, puedo esperar una menor resistencia de los lectores alemanes que de los ingleses al ofrecer una teoría de la ocupación y el producto en su totalidad, que se aleje en aspectos importantes de la tradición ortodoxa. ¿Pero puedo tener esperanza de vencer el agnosticismo económico alemán? ¿Podré persuadir a los economistas alemanes que los métodos formales de análisis tienen algo importante que contribuir a la interpretación de los sucesos contemporáneos y al diseño de la política contemporánea? Después de todo, el gusto por la teoría es un rasgo alemán. ¡Qué hambrientos y sedientos se deben sentir los economistas alemanes después de haber vivido todos estos años sin ninguna! Ciertamente vale la pena que yo haga el intento. Y si puedo contribuir con algunos bocados en la preparación de un festín teórico diseñado por economistas alemanes específicamente para las condiciones alemanas, me daré por bien servido. Debo confesar que gran parte del contenido del libro está ilustrado y expuesto principalmente en referencia a las condiciones existentes en los países anglosajones.
No obstante, la teoría del producto en su totalidad que este libro tratará de ofrecer es, por mucho, más fácilmente adaptable a las condiciones de un estado totalitario que la teoría de la producción y distribución de un producto dado bajo condiciones de libre competencia y en buena medida de laissez faire. La teoría de las leyes psicológicas del consumo y la inversión, la influencia de los gastos de crédito en los precios y los salarios reales y el papel que juega la tasa de interés, permanecen como ingredientes necesarios de nuestra forma de pensar.
Aprovecho esta oportunidad para reconocer mi deuda con Herr Waeger por la excelente traducción de mi libro (espero que su vocabulario al final de este volumen1 sea de utilidad más allá de su propósito inmediato) y con mis editores, los señores Duncker y Humblot, cuya iniciativa desde la publicación de mis Consecuencias económicas de la paz hoy hace dieciséis años, me ha permitido mantener contacto con los lectores alemanes.
J. M. KEYNES
Septiembre 7 de 1936
1 No publicado en esta edición (Nota del editor inglés).
PREFACIO A LA EDICIÓN JAPONESA
ALFRED MARSHALL, EN CUYOSPRINCIPIOS DE ECONOMÍA se ha basado la educación de todos los economistas ingleses contemporáneos, hacía un esfuerzo especial para explicar la continuidad entre su pensamiento y el de Ricardo. Su trabajo consistió en gran medida en transplantar el principio de marginalidad y el principio de sustitución a la tradición ricardiana; y su teoría del producto y el consumo en su totalidad, distinta de su teoría de la producción y la distribución de un producto dado, nunca se expuso en forma separada. No estoy seguro si él mismo sentía la necesidad de elaborar dicha teoría. Pero sus sucesores y seguidores inmediatos, se han desecho de ella y, aparentemente, no resienten su ausencia. En este ambiente fui educado. Yo mismo enseñé estas doctrinas y no fue sino hasta la década pasada que me convencí de su insuficiencia. Por ello en mi propio pensamiento y desarrollo, este libro representa una reacción, una transición que me aparta de la tradición clásica (u ortodoxa) inglesa. En algunos lugares de Inglaterra consideran indebidamente polémico el énfasis que hago sobre lo anterior y sobre los puntos de divergencia con respecto a la teoría transmitida a lo largo de las siguientes páginas. ¿Pero cómo puede alguien que ha sido educado como católico en economía inglesa, de hecho un sacerdote de dicha fe, evitar cierto énfasis polémico, cuando se convierte por primera vez en protestante?
Quizá los lectores japoneses no necesitarán ni resistirán mis ataques contra la tradición inglesa. Tenemos plena conciencia de la gran escala en que los escritos económicos ingleses se leen en Japón, pero no estamos tan bien informados acerca de las opiniones japonesas al respecto. La reciente y muy loable reimpresión, por parte del Círculo Internacional Económico de Tokio, de los Principios de economía política de Malthus como primer volumen de la Serie Reimpresiones de Tokio, me anima a pensar que un libro que se ubica como descendiente de la obra de Malthus, en vez de la de Ricardo, podrá ser recibido con simpatía en, al menos, algunos lugares.
De cualquier forma estoy agradecido con el Oriental Economist por facilitar mi acercamiento con los lectores japoneses sin el inconveniente adicional de una lengua extranjera.
J. M. KEYNES
Diciembre 4 de 1936
PREFACIO A LA EDICIÓN FRANCESA
DURANTE CIEN AÑOS O MÁS LA ECONOMÍA POLÍTICA INGLESA ha estado dominada por una ortodoxia. Ello no significa que la teoría no haya sufrido cambios. Por el contrario, la doctrina ha registrado una evolución progresiva. Pero sus supuestos, su atmósfera, su método han permanecido sorprendentemente iguales; y se observa una continuidad extraordinaria a través de todos sus cambios. Dentro de esa ortodoxia, en esa continua transición yo fui educado. La aprendí, la enseñé, la escribí. Para quienes observan de fuera probablemente aún pertenezco a ella. Historiadores subsecuentes de la doctrina considerarán que este libro pertenece esencialmente a la misma tradición. Pero yo mismo al escribirlo, y en otro trabajo reciente que ha conducido a él, sentí que me estaba apartando de esta ortodoxia, que reaccionaba fuertemente contra ella, que me desprendía de ella, que lograba una emancipación. Y esta trayectoria de mi pensamiento explica algunas de las deficiencias del libro, en particular el tono polémico de algunos pasajes, y la impresión de atender demasiado a quienes detentan un punto de vista particular y escasamente ad urbem et orbem. Trataba de convencer a mi propio entorno y no me dirigí en forma suficientemente directa a la opinión exterior. Si lo escribiera de nuevo ahora, tres años después, acostumbrado a mi nueva piel y ya que casi he olvidado el olor de la antigua, me empeñaría en no cometer de nuevo este error y presentaría mi opinión en forma más tajante.
Digo esto en parte para explicarme, y en parte para excusarme ante los lectores franceses, puesto que en Francia, a diferencia de mi país, no ha habido una tradición ortodoxa con el mismo peso de autoridad sobre la opinión contemporánea. En los Estados Unidos la situación ha sido prácticamente la misma que en Inglaterra. Pero en Francia, como en el resto de Europa, no ha habido una escuela dominante desde la muerte de la escuela de los economistas liberales franceses que alcanzaron su apogeo hace veinte años. Estos autores longevos sobrevivieron al momento en que sus ideas tuvieron influencia. Cuando en mi juventud me hice editor del Economic Journal, me correspondió escribir los obituarios de muchos de ellos —Levasseur, Molinari, Leroy-Beaulieu). Si Charles Gide hubiera alcanzado la misma influencia y autoridad que Alfred Marshall, su situación guardaría mayor similitud con la nuestra. Tal y como son las cosas, sus economistas son eclécticos —algunas veces, opinamos— sin raíces demasiado profundas en el pensamiento sistemático. Tal vez esto haga que encuentre a ustedes más receptivos a mis ideas. Pero esto también puede resultar en que mis lectores se pregunten a veces a qué me refiero cuando hablo de la escuela de pensamiento “clásica” y los economistas “clásicos”, empleando lo que algunos de mis críticos ingleses consideran como un mal uso del lenguaje. Por esta razón puede que sea de utilidad para mis lectores franceses intentar reseñar muy brevemente lo que yo considero como la principal differentiae de mi enfoque.
He llamado a mi teoría una teoría general. Con esto quiero decir que me ocupo principalmente del comportamiento del sistema económico en su totalidad —los ingresos agregados, las ganancias agregadas, el producto agregado, el empleo agregado, la inversión agregada y el ahorro agregado—, más que de los ingresos, ganancias, producto, empleo, inversión y ahorro de algunos sectores, empresas o individuos en particular. Y argumento que se han cometido errores importantes al extender al sistema en su totalidad las conclusiones que correctamente se habían derivado en relación a sus partes tomadas de forma aislada.
Quisiera darles ejemplos que ilustren lo que trato de decir. Mi afirmación de que para el sistema en su totalidad la cantidad de ingreso que se ahorra, en el sentido de que no es gastada en consumo corriente, es y debe necesariamente ser exactamente igual a la cantidad de inversión nueva neta, ha sido considerada como una paradoja y ha suscitado una extensa polémica. La explicación de esto se encuentra indudablemente en el hecho de que esta relación de igualdad entre ahorro e inversión que necesariamente se sostiene para el sistema en su conjunto, no es válida en absoluto para un individuo en particular. No hay ninguna razón por la cual la nueva inversión por la cual yo soy responsable deba guardar relación alguna con la cantidad de mis propios ahorros. Es por demás lícito considerar que el ingreso de un individuo es independiente de lo que él mismo consume e invierte. Pero esto, debo señalar, no debe pasar por alto el hecho de que la demanda que surge del consumo y la inversión de un individuo es la fuente de ingreso de otros individuos, de tal forma que los ingresos en general no son independientes de la disposición de los individuos a gastar e invertir; y ya que a su vez la rapidez con que los individuos gastan o invierten depende de sus ingresos, se establece una relación entre el ahorro agregado y la inversión agregada que, más allá de cualquier duda posible, es muy fácil demostrar que es una igualdad exacta necesaria. Puede decirse justamente que ésta es una conclusión banal. Pero detona una secuencia de ideas de donde se derivan temas más sustanciales. Se muestra que, en términos generales, el nivel actual de producto y empleo depende, no de la capacidad de producir o los niveles preexistentes de ingreso, sino de las decisiones actuales de producción que a su vez dependen de las decisiones actuales de inversión y de las expectativas actuales acerca del consumo presente y sus perspectivas. Mas aún, tan pronto como conocemos la propensión al consumo y al ahorro (como yo la llamo), es decir, el resultado para el conjunto de la comunidad en su totalidad de las inclinaciones psicológicas individuales de cómo disponer de los ingresos recibidos, podemos calcular qué nivel de ingreso, y por lo tanto qué nivel de producto y empleo, está en equilibrio-ganancia con un nivel dado de nueva inversión; de todo ello se desarrolla la teoría del Multiplicador. Dicho de otro modo, se torna evidente que un aumento en la propensión al ahorro contraerá, ceteris paribus, los ingresos y el producto; en tanto que un aumento en la intención de invertir los expande. Es así como podemos analizar los factores que determinan el ingreso y el producto del sistema en su totalidad; tenemos, en el sentido más exacto preciso, una teoría del empleo. De este razonamiento surgen conclusiones que son particularmente relevantes para los problemas de finanzas públicas y políticas públicas en general así como para el ciclo económico.
Otro rasgo, especialmente característico de este libro, es la teoría de la tasa de interés. En tiempos recientes muchos economistas sostenían que la tasa de ahorro corriente determinaba la oferta de capital disponible, que la tasa de inversión actual determinaba la demanda de este último, y que la tasa de interés era, por así decirlo, el precio-factor equilibrante determinado por el punto de intersección de la curva de oferta de los ahorros y la curva de demanda de la inversión. Pero si el ahorro agregado es necesario, y en toda circunstancia, exactamente igual a la inversión agregada, está claro que la explicación anterior se colapsa. La solución debe buscarse en otra parte. Yo la encuentro en la idea de que la función de la tasa de interés es preservar el equilibrio, no entre la demanda y oferta de nuevos bienes de capital, sino entre la demanda y oferta de dinero, dicho de otra forma, entre la demanda por la liquidez y los medios para satisfacer dicha demanda. Aquí emprendo el regreso a la doctrina de antiguos economistas, anteriores al siglo diecinueve, que veían esta verdad con considerable claridad. Por ejemplo, Montesquieu, que fue el verdadero equivalente francés1 de Adam Smith, el más grande de sus economistas, muy por encima de los fisiócratas en lo que a penetración, claridad y sentido común se refiere (que son las cualidades que un economista debiera poseer). Pero debo dejar que el texto del presente libro les muestre como es que todo esto funciona en detalle.
He titulado a este libro La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero; y el tercer rasgo que quisiera subrayar es el tratamiento del dinero y los precios. El análisis subsiguiente registra mi desprendimiento final de las confusiones de la Teoría cuantitativa, en las que alguna vez estuve enredado. Considero que el nivel de precio en su totalidad está determinado precisamente de igual forma que los precios individuales; es decir, bajo la influencia de la demanda y la oferta. Las condiciones técnicas, el nivel de los salarios, el grado de utilización, el rendimiento y la fuerza laboral, así como la situación de los mercados y la competencia determinan las condiciones de oferta de los productos individuales y los productos en su totalidad. Las decisiones de los inversionistas, que proveen los ingresos de los productores individuales y las decisiones de esos individuos en lo que respecta a la disposición de dichos ingresos determinan las condiciones de demanda. Y los precios—tanto los individuales como su nivel agregado— surgen como resultado de estos dos factores. El dinero y la teoría cuantitativa no son influencias directas durante esta fase del proceso, han hecho su trabajo en una etapa anterior del análisis. La cantidad de dinero determina la oferta de recursos líquidos y por lo tanto, la tasa de interés y, en conjunción con otros factores (particularmente la confianza), la propensión a invertir; ésta a su vez establece el nivel de equilibrio de los ingresos, producto, empleo y (en cada etapa junto con otros factores) el nivel de precios en su totalidad a través de las influencias que ejercen la oferta y demanda así asentadas.
Creo que hasta hace muy poco la economía en cualquier parte ha estado dominada, mucho más de lo que ha sido comprendido, por las doctrinas asociadas con el nombre de Jean Baptiste Say. Es verdad que su “ley de mercados” fue abandonada hace mucho por la mayoría de los economistas; pero éstos no se han librado de sus supuestos básicos y particularmente de su falacia que establece que la demanda es creada por la oferta. Say implícitamente suponía que el sistema económico operaba al máximo de su capacidad, de tal forma que una nueva actividad siempre entraba en sustitución y nunca como adición de alguna otra. Casi toda la teoría económica subsecuente ha dependido, en el sentido de que ha requerido, de este mismo supuesto. Pero aún una teoría tan fundamentada es claramente incompetente para enfrentar los problemas del desempleo y el ciclo económico. Tal vez la mejor forma de expresarles a mis lectores franceses lo que sostengo en este libro es decirles que la teoría de la producción es un rompimiento definitivo con las teorías de J. B. Say y que la teoría del interés es un regreso a las teorías de Montesquieu.
J. M. KEYNES
Febrero 20 de 1939
King’s College Cambridge
1 Particularmente recuerdo el libro XXII, chap. 19 de El espíritu de las leyes.
NOTA A LA EDICIÓN MEXICANA
LA TEORÍA GENERAL DE LORD KEYNES ha adquirido un lugar tan destacado en la literatura económica de nuestros días, que es difícil encontrar un libro o artículo sobre economía no elemental donde no se cite. Por ello ha parecido conveniente dar la paginación de la obra original en todas sus ediciones para facilitar al lector la comprobación de las referencias a esta obra que pudiera encontrar en el curso de sus lecturas. Los guarismos entre corchetes indican el lugar donde termina cada página de la edición inglesa.
LIBRO IINTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1LA TEORÍA GENERAL
HE LLAMADO A ESTE LIBROTeoría general de la ocupación, el interés y el dinero, recalcando el sufijo general, con objeto de que el título sirva para contrastar mis argumentos y conclusiones con los de la teoría clásica,1 en que me eduqué y que domina el pensamiento económico, tanto práctico como teórico, de los académicos y gobernantes de esta generación, igual que lo ha dominado durante los últimos cien años. Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales. [3]
1 “Los economistas clásicos” fue una denominación inventada por Marx para referirse a Ricardo, James Mill y sus predecesores, es decir, para los fundadores de la teoría que culminó en Ricardo. Me he acostumbrado, quizá cometiendo un solecismo, a incluir en “la escuela clásica” a los continuadores de Ricardo, es decir, aquellos que adoptaron y perfeccionaron la teoría económica ricardiana, incluyendo (por ejemplo) a J. S. Mill, Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou.
CAPÍTULO 2LOS POSTULADOS DE LA ECONOMÍA CLÁSICA
LA MAYORÍA DE LOS TRATADOS SOBRE LA TEORÍA DEL VALOR y de la producción se refieren, en primer término, a la distribución de un volumen dado de recursos empleados en diferentes usos, y a las condiciones que, supuesta la ocupación de esta cantidad de recursos, determinen sus remuneraciones relativas y los valores relativos de sus productos.1
También se ha sujetado con frecuencia a un procedimiento descriptivo lo relativo al monto de los recursos disponibles (entendiendo por tales la magnitud de población susceptible de tomar empleo), los límites de la riqueza natural y el equipo de producción acumulado; pero rara vez se ha examinado detenidamente en la teoría pura, la explicación de lo que determina la ocupación real de los recursos disponibles. Decir que no se ha considerado en absoluto sería absurdo, por supuesto; porque todo estudio sobre los altibajos de la ocupación, que han sido muchos, ha tenido que ver con el tema. No quiero decir que se haya pasado por alto, sino que la teoría fundamental [4] en que descansa se ha creído tan sencilla y evidente que casi no había para qué mencionarla.2
A mi modo de ver, la teoría clásica de la ocupación —que se supone sencilla y fácil— descansa en dos postulados fundamentales, que casi no se han discutido y son los siguientes:
Esto es, el salario de una persona ocupada es igual al valor que se perdería si la ocupación se redujera en una unidad (después de deducir cualquier otro costo que se evitara con esta reducción de la producción), sujeto, sin embargo, al requisito de que la igualdad puede ser perturbada, de acuerdo con ciertos principios, si la competencia y los mercados son imperfectos.
Esto es, el salario real de una persona ocupada es el que basta precisamente (según la opinión de ésta) para provocar la ocupación del volumen de mano de obra realmente ocupado, quedando esto sujeto a la condición de que la igualdad para cada unidad individual de trabajo (ecuación entre la utilidad del salario real y la desutilidad del trabajo) puede alterarse por combinaciones entre las unidades disponibles, de modo semejante a como las imperfecciones [5] de la competencia condicionan el primer postulado. Por desutilidad* debe entenderse cualquier motivo que induzca a un hombre o a un grupo de hombres a abstenerse de trabajar antes que aceptar un salario que represente para ellos una utilidad inferior a cierto límite.
Este postulado es compatible con lo que podría llamarse desocupación “friccional”, porque una interpretación realista del mismo admite legítimamente varios desajustes que se oponen a un estado de ocupación total continua; por ejemplo, la desocupación debida a un desequilibrio temporal de las cantidades relativas de recursos especializados, a causa de cálculos erróneos o de intermitencias en la demanda; o bien de retardos debidos a cambios imprevistos o a que la transferencia de hombres de una ocupación a otra no pueda efectuarse sin cierta dilación; de manera que en una sociedad dinámica siempre habrá algunos recursos no empleados por hallarse “entre oficios sucesivos” (between jobs). El postulado es también compatible, además de con la desocupación “friccional”, con la desocupación “voluntaria” que resulta de la negativa o incapacidad de una unidad de trabajo para aceptar una remuneración correspondiente al valor del producto atribuible a su productividad marginal, a causa de la legislación o las prácticas sociales, del agrupamiento para la contratación colectiva, de la lentitud para adaptarse a los cambios económicos, o simplemente a consecuencia de la obstinación humana. Pero estas dos categorías “friccional” y “voluntaria” agotan la desocupación: los postulados clásicos no admiten la posiblidad de una tercera, que definiré como “involuntaria”.
Hechas estas salvedades, el volumen de recursos ocupados está claramente determinado, conforme a la teoría clásica, por los dos postulados. El primero nos da la curva de demanda de ocupación y el segundo la de oferta; el volumen de ocupación se fija donde la utilidad marginal del producto compensa la desutilidad de la ocupación marginal. [6]
De esto se deduciría que sólo hay cuatro posibilidades de aumentar la ocupación:
a) un mejoramiento en la organización o en la previsión, que disminuya la desocupación “friccional”;
b) una reducción de la desutilidad marginal del trabajo, expresada por el salario real para el que todavía existe trabajo disponible, de manera que baje la desocupación “voluntaria”;
c) un aumento de la productividad marginal física del trabajo en las industrias que producen artículos para asalariados* (para usar el término adecuado del profesor Pigou aplicable a los artículos de cuyo precio depende la utilidad del salario nominal); o
d) un aumento en el precio de los artículos para no-asalariados, relativamente al de los que sí lo son; acompañado por un desplazamiento de los gastos de quienes no ganan salarios, de los artículos para asalariados a los otros artículos.
Ésta es, según mi leal saber y entender, la esencia de la Teoría de la desocupación del profesor Pigou —la única descripción detallada que existe de la teoría clásica de la ocupación.3
¿Es cierto que las categorías anteriores son omnicomprensivas debido a que la población rara vez desarrolla la cantidad de trabajo que desearía con el salario corriente? Porque debe reconocerse que, por regla general, si se solicitara, se contaría con más mano de obra al nivel existente de salario nominal.4 La escuela clásica reconcilia este fenómeno con su segundo postulado aduciendo que, mientras la demanda de mano de obra [7] al nivel existente de salario nominal puede satisfacerse antes de que todos los que deseen trabajar con estos salarios estén ocupados, tal situación se debe a un acuerdo tácito o expreso entre los trabajadores para no trabajar por menos, y que si todos los trabajadores admitieran una reducción de los salarios nominales aumentaría la ocupación. De ser así, tal desocupación, aunque aparentemente involuntaria, no lo sería en sentido estricto, y debería incluirse en la clase de la desocupación “voluntaria”, causada por los efectos de la contratación colectiva, etc.
Esto exige dos observaciones, la primera de las cuales, que se refiere a la actitud de los trabajadores hacia los salarios reales y a los nominales, respectivamente, no es teóricamente fundamental, pero la segunda sí lo es.
Supongamos, por el momento, que los obreros no están dispuestos a trabajar por un salario nominal menor y que una reducción del nivel existente de salarios nominales conduciría, mediante huelgas o por cualquier otro medio, a que parte de la mano de obra realmente ocupada se retirara del mercado. ¿Se deduce de esto que el nivel presente de salarios reales mide con precisión la desutilidad marginal del trabajo? No necesariamente; porque aunque una reducción en el nivel existente de salarios nominales ocasionara retiro de trabajo, no se desprende de ello que una baja en el valor del salario nominal, medido en artículos para asalariados, produciría el mismo resultado si fuera debida a un alza en el precio de las mercancías respectivas. En otras palabras, puede suceder que, dentro de ciertos límites, lo que los obreros reclaman sea un mínimo de salario nominal y no de salario real. La escuela clásica ha supuesto tácitamente que esto no significa una variación importante en su teoría; pero no es así, porque si la oferta de mano de obra no es función del salario real como su única variable, su argumento se derrumba enteramente y deja el problema de cuanta ocupación habrá muy indeterminada.5 Los autores de esta escuela no parecen haberse dado cuenta de que su curva [8] de oferta de mano de obra se desplazará con cada movimiento de los precios, a menos que tal oferta sea función dependiente sólo del salario real. De este modo, su método está supeditado a sus particulares suposiciones y no puede adaptarse para examinar el caso más general.
Ahora bien, la experiencia diaria nos dice, sin dejar lugar a duda, que, lejos de ser mera posibilidad aquella situación en que los trabajadores estipulan (dentro de ciertos límites) un salario nominal y no real, es el caso normal. Si bien los trabajadores suelen resistirse a una reducción de su salario nominal, no acostumbran abandonar el trabajo cuando suben los precios de las mercancías para asalariados. Se dice algunas veces que sería ilógico por parte de la mano de obra resistir a una rebaja del salario nominal y no a otra del salario real. Por razones que damos más adelante (p. 46), y afortunadamente, como veremos después, esto puede no estar tan falto de lógica como parece a primera vista; pero lógica o ilógica, ésta es la conducta real de los obreros.
Más aún, el aserto de que la falta de ocupación que caracteriza una depresión se debe a la negativa de los obreros a aceptar una rebaja en el salario nominal, no se apoya en hechos. No es muy exacto decir que la desocupación en Estados Unidos en 1932 se debió a la obstinada negativa del trabajo a aceptar una rebaja en los salarios nominales o a la tenaz demanda de un salario real superior al que consentía la productividad del sistema económico. Son amplias las variaciones que sufre el volumen de ocupación sin que haya ningún cambio aparente en las exigencias mínimas reales de los obreros ni en su productividad. Los obreros no son —ni mucho menos— más obstinados en la depresión que en el auge, ni flaquea su productividad física. Estos hechos de la experiencia son, prima facie, un motivo para poner en tela de juicio la propiedad del análisis clásico.
Sería interesante observar los resultados de una investigación estadística acerca de las verdaderas relaciones entre [9] los cambios del salario nominal y los del real. En el caso de una modificación privativa de una industria dada uno podría esperar que el cambio en los salarios reales ocurriera en el mismo sentido que en los nominales; pero cuando hay alteraciones en el nivel general de los salarios, se encontrará, según creo, que la modificación de los reales que va unida a la de los nominales, lejos de presentarse normalmente en el mismo sentido, ocurrirá casi siempre en el contrario. Es decir, que cuando los salarios nominales se elevan, los salarios reales bajan: y que cuando aquéllos descienden, éstos suben. Tal cosa se debe a que, en periodo corto, los salarios nominales descendentes y los reales ascendentes son cada uno de ellos por razones privativas, fenómenos ligados a la baja de la ocupación, pues aunque los oberos están más dispuestos a aceptar reducciones en su remuneración al bajar el empleo, los salarios reales suben inevitablemente, en las mismas circunstancias, debido al mayor rendimiento marginal de un determinado equipo de capital, cuando la producción disminuye.
Si efectivamente fuera cierto que el salario real existente es un mínimo por debajo del cual no pudiera contarse en cualquier circunstancia con más trabajo que el empleado en la actualidad, no existiría la desocupación involuntaria, aparte de la “friccional”. Sin embargo, sería absurdo suponer que siempre es así, porque generalmente hay más mano de obra disponible que la ahora empleada al salario nominal vigente, aun cuando el precio de las mercancías para asalariados esté subiendo y, en consecuencia, el salario real bajando. Si esto es verdad, la equivalencia de tales mercancías con el salario nominal existente no es una indicación precisa de la desutilidad marginal del trabajo, y el segundo postulado no es válido.