Terror.com - Gabriel Korenfeld - E-Book

Terror.com E-Book

Gabriel Korenfeld

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Beschreibung

A través de tablets, celulares y computadoras viajan teras de información que compartimos con amigos, familiares y hasta desconocidos. Pero, ¿qué pasa cuando el miedo y el terror se mezclan con esos mensajes, fotos y videos dejándonos sin escapatoria? Un pijama party y una aplicación para contactar muertos, dos aspirantes a youtubers dispuestos a todo por la fama, un cyber donde se puede encontrar el amor pero con una sorpresa siniestra, una vecina que hará lo que sea por una conexión a Internet, un servicio de WiFi que solo complicará más estar comunicados, y un caso de Internetitis que podrá costarle a un chico algo más que la vida.

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Índice de contenido
Terror.com
Portada
Pijama party
Falta de memoria
Cybermiedo
La clave de WiFi
El rey de YoutTube
Bloqueo total
Internetitis
Nuevo idioma
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial

Terror.com

Historias malditas de Internet

Gabriel Korenfeld

Ilustraciones:

Gonzalo Ruggieri

"A todas las maestras y bibliotecarias que eligen mis libros para sus alumnos".

Pijama party

Magui acompañó a sus padres hasta la puerta y sus tres amigas los siguieron con la mirada. Todas tenían el pijama puesto, vestidas así parecían mucho menores de lo que eran. Se reflejaba en las caras que el grupo de chicas estaba ansioso por pasar la noche juntas por primera vez.

—¿Nos quedamos tranquilos? –preguntó Diego–. ¿No van a romper nada? –agregó entre risas.

—Basta, papá, ya somos grandes.

—Tienen doce años nada más.

—Por eso, y nada menos. Nos podemos arreglar solas. ¿No es cierto, chicas? –le preguntó Magui a sus amigas.

—Sí, nos vamos a portar bien –les dijo Zoe con una pícara sonrisa en la boca.

—Somos unas santas –agregó Lucero.

—Yo en mi casa siempre me quedo sola, es algo normal –les contó Erica.

—Eso es porque no te quieren –se burló Zoe provocando varias risas.

Diego y Julieta estaban vestidos muy elegantes como para ir a una fiesta. Sin embargo, esa noche era su aniversario de casamiento y pensaban festejarlo en un lujoso restaurante del puerto y luego yendo a ver una obra de teatro.

—Bueno, cualquier cosa nos llaman –le avisó Julieta a su hija–. Pórtense bien.

—Chau, ma. Que se diviertan.

—Gracias. ¡Chau, chicas!

—¡Chau! –respondieron ellas levantando la mano.

—¡Feliz aniversario! –agregó Zoe.

—Gracias.

La pareja se retiró de la casa y Magui observó a sus tres amigas con una sonrisa enorme. Afuera, el cielo ya estaba oscuro y las nubes habían tapado todas las estrellas. Era una noche fría de invierno, el viento no dejaba de golpear las ventanas.

—Al fin solas –dijo Lucero, una chica bajita con la cara llena de pecas.

—¿Pedimos la pizza? –preguntó Magui.

—Sí, por favor, estoy hambrienta –comentó Erica–. El frío me da hambre.

—El frío, el calor, la humedad… –se burló Zoe.

—Igual acá está lindo –dijo Lucero–. La estufa calienta bien.

—¿Quieren dormir en el comedor? –propuso la dueña de casa.

—Dale –Lucero se acostó en el sofá y abrazó un almohadón con las dos manos–. Yo acá.

—Es rápida la enana –dijo Zoe y las cuatro rieron.

—Ustedes tienen la bolsa de dormir, yo no la pude traer.

—Mejor pidamos la pizza y después vemos dónde dormimos –propuso Magui agarrando el teléfono inalámbrico–. ¿Muzzarella?

—Mejor napolitana –le dijo Erica.

—Qué raro… –Zoe se sentó junto a Lucero y negó con la cabeza.

Sin perder más tiempo, Magui pidió una pizza mitad muzzarella, mitad napolitana, para que no se pelearan. Las chicas hicieron tiempo mirando un poco de televisión, y veinte minutos más tarde, cuando el chico del delivery tocó el timbre, la dueña de casa corrió a abrirle la puerta.

—Hola, Facu –lo saludó con una sonrisa.

—Hola, Magui. Son ciento diez pesos.

Facundo solo tenía dieciséis años y era el hermano mayor de Bruno, su compañero de colegio.

—Muy bien. Tomá, gracias.

Detrás de Magui, sus tres amigas miraban al chico mayor con una sonrisa nerviosa.

—Hola, Facu –se animó a decirle Zoe.

—Hola, chicas. ¿Tienen un pijama party?

—Sí –respondieron las cuatro al mismo tiempo.

—¿Saben a qué pueden jugar después de comer? Si quieren les tiro una idea.

Magui sonrió y se mostró entusiasmada. Desde chiquita que le gustaba Facundo.

—No, ¿a qué?

—Somos todo oídos –agregó Zoe.

Facundo miró hacia los dos costados y creó un manto de misterio.

—Hay una aplicación que se llama “Espíritus en la red” que está genial, las va a sorprender. Pueden poner el speaker del celular y jugar entre todas. Se los recomiendo.

—Bueno, vamos a bajarla –le contestó Magui–.¿Podés hablar con los espíritus? –le preguntó divertida.

—Ya van a ver…

—A mí me encantan los juegos de miedo –le dijo Zoe mirándolo fijo–. Con mis hermanos siempre jugamos al juego de la copa.

—Esto es parecido pero mejor. Bueno, las dejo que se les enfría la pizza. Chau, Magui. Chau, chicas.

—Chau, Facu.

—Chau, Facu –repitió el coro de atrás.

Magui cerró la puerta y el grupito enseguida soltó una risa.

—Mmm… Parece que Magui está muy enamorada –comentó Erica.

—¿No es lindo? –preguntó la dueña de casa dejando la pizza sobre la mesa.

—Lindo no, es muy lindo –le contestó Zoe con una sonrisa.

—No se parece nada a Bruno –opinó Lucero.

—No, Facu es distinto. Es…

—¿Hermoso? –se burló Erica.

—Sí… –contestó Magui con timidez y todas se rieron.

—¿Lo tenés en Facebook? –le preguntó Zoe mientras iba a buscar los vasos y los cubiertos.

—Sí.

—Mirá vos, ¿y hablan en privado? –insistió su amiga.

—No.

—Ya te va a invitar a salir –le dijo Lucero agarrando la bebida.

—Ojalá, pero hay mucha diferencia de edad.

—Cuatro años no es nada.

—Te lo dice Zoe por experiencia –agregó Erica mirándola de reojo.

—Por supuesto –le contestó su compañera de mal modo.

Las cuatro chicas se sentaron alrededor de la mesa y comieron dos porciones de pizza cada una. Después pasaron al postre y disfrutaron del flan casero que había hecho Magui especialmente para sus amigas.

—¿Qué hacemos? –preguntó Lucero–. ¿Ponemos música para bailar un poco?

—¿Qué? Recién terminamos de comer –le contestó Erica agarrándose la panza–. No doy más.

—Y también… Te comiste todo el flan con dulce de leche –le dijo Zoe.

—No seas mala –Lucero pellizcó a su amiga y Zoe se quejó.

—¿Y si vemos la recomendación de Facu? –Magui agarró su celular y en Play Store buscó la aplicación.

—Dale.

—A mí me da miedo todo eso, chicas –Erica se levantó de la silla y se desplomó en el sofá.

Zoe miró a sus mejores amigas y se mordió el labio inferior. Erica le caía mal, no la soportaba, cuando Magui le contó que la había invitado, se puso de mal humor y estuvo a punto de no ir.

—No pasa nada, Eri –le dijo Lucero–. Es un juego de celular.

—Igual, soy bastante miedosa.

—Sos bastante de todo –acotó Zoe y las demás hicieron un esfuerzo para no reírse.

—Y vos sos muy poco de todo –le contestó su compañera desde el sofá.

Para que no siguiera la tensión, Magui habló rápido sin dejar pausa.

—La encontré, acá está: “Espíritus en la red”. Tiene cinco estrellas y los comentarios hablan muy bien. La voy a instalar.

—Seguro está buena –dijo Zoe–. No creo que Facu recomiende una porquería.

—Seguro que no.

Magui se levantó de la mesa y se sentó en la alfombra del comedor. Zoe y Lucero la imitaron.

La casa de la familia Dobal era muy linda y moderna. Todos los muebles parecían haberlos traído del futuro.

Al final del comedor, había un ventanal enorme que daba a un jardín, y como las ráfagas de viento eran tan fuertes, parecía que en cualquier momento se iba a partir.

—¿Apagamos las luces? –preguntó Zoe.

—No vamos a ver nada –se quejó Erica desde el sofá.

—Ilumina la pantalla. Además no hay nada que ver, es un teléfono, hay que escuchar.

—El teléfono tiene pantalla, sí hay que ver.

—Pero no en este caso –le contestó Zoe con los dientes apretados.

—Yo apago –Lucero se puso de pie y apagó todas las luces del comedor. Erica se cruzó de brazos ofendida–. Para mí le estamos poniendo mucha expectativa. Es una aplicación, no creo que esté tan buena.

—No critiques la recomendación de Facu que Magui se va a enojar –dijo Zoe con una sonrisa.

—Yo no me enojo por nada. Ya se instaló. ¿Empezamos?

—Sí.

—¿Qué hay que hacer? –preguntó Lucero.

—No sé, vamos a ver.

Magui apoyó su celular en la alfombra y la luz de la pantalla iluminó las tres caras. Erica, en cambio, seguía en la punta del sofá envuelta en una sombra gigante. La chica con algunos kilos de más, estaba arrepintiéndose de haber aceptado la invitación.

—Voy a pulsar donde dice: “buscando espíritus”.

—Ojalá que encuentre alguno interesante –murmuró Zoe.

—Ojalá que no –la contradijo Erica.

Del celular empezó a escucharse una música fantasmal, y los nervios se fueron asomando. En la pantalla apareció dibujada una sesión de espiritismo: allí había una mesa llena de velas, el juego de “Ouija” y un humo blanco que giraba encima como si fuera un remolino.

—Me pide permiso para usar el GPS –dijo Magui–. Qué raro.

—Aceptalo.

Magui aceptó los términos del juego y en la pantalla apareció una nueva indicación:

—“Se encontró un espíritu” –leyó–. Ahora me pide permiso para que hablemos con él.

—Hablemos, entonces –insistió Zoe.

—¿Preparadas?

—Sí –respondieron las dos amigas que estaban sentadas junto a ella.

—No –contestó Erica.

La dueña de casa apoyó su dedo en “SÍ”, y de pronto la pantalla se puso toda blanca como si hubiera activado el modo de linterna.

—Hola –dijo la voz de un adolescente.

Las tres chicas se miraron sorprendidas. Por la nitidez de la voz, parecía que el teléfono había llamado a un amigo de la lista de contactos.

—Hola –respondió Magui desconcertada.

—¿Cómo te llamás? –preguntó Zoe con mucha expectativa.

—Ariel –dijo la voz.

Erica se tapó la cara con las dos manos y sufrió cada palabra de la conversación.

Magui y Lucero se miraron confundidas, no entendían dónde estaba la trampa del juego. La voz sonaba muy clara y no parecía una creación computarizada.

—¿Cuántos años tenés, Ariel? –preguntó Zoe.

—Doce.

—Igual que nosotras –dijo Lucero cada vez más tensa.

—¿Hace mucho que estás muerto? –quiso saber Zoe y su pregunta cayó como una bomba.

—Tres meses.

Las respuestas cortas de Ariel provocaban silencios escalofriantes. Magui miró a sus dos amigas y dudó si realmente valía la pena continuar.

—¿Y se puede saber cómo moriste?

Ahora el silencio fue provocado por el espíritu. Erica se tapó los oídos para no escuchar.

—La verdad no recuerdo, parece que fue de golpe, de sorpresa.

Lucero estiró la espalda hacia atrás y miró a sus amigas confundida.

—No entiendo, chicas. ¿Qué es esto? ¿Cómo puede responder todo lo que le preguntamos?

—Deben tener millones de respuestas preparadas –contestó Zoe.

—Se escucha muy real –agregó Erica desde el sofá–. No tiene nada de divertido.

—La verdad que es un poco escalofriante –dijo Magui.

Zoe se encogió de hombros.

—No sé cómo funciona, pero me gusta, es misterioso.

—Para mí es un chico al que le pagan por responder cada vez que alguien quiere jugar –opinó Lucero–. Esto es una conversación telefónica, está todo arreglado.

Magui y Zoe miraron a su amiga y creyeron en su versión más realista.

—Sí, puede ser. Sabemos que no es un espíritu de verdad –dijo Zoe–. Pero no por eso vamos a cortar. Está divertido, sigamos.

—No para mí –agregó Erica.

—Nada es divertido para vos –Zoe acercó su voz al celular y preguntó–: ¿antes de morir tenías perfil en Facebook?

Magui y Lucero sonrieron sorprendidas. La respuesta se hizo esperar.

—Sí.

—¿Se puede ver? –preguntó rápido Zoe.

—Sí.

Las chicas cruzaron las miradas. Ahora todas tenían un cosquilleo producto de la ansiedad.

—¿Cuál es tu nombre y apellido?

—Ariel Marconi. En mi perfil de Facebook tengo puesta la camiseta de River.

Ante el inesperado dato, Lucero y Zoe corrieron a sus celulares que estaban arriba de la mesa, entraron a Facebook y lo buscaron.

—¡Acá está! –gritó Lucero.

Tanto Magui, como Zoe y hasta Erica, se arrimaron al celular para ver con quién hablaban.

—Guauu –dijo Magui.

—Es un bombón –se le escapó a Erica.

—Ahora no te hagas la interesada –le dijo Zoe–. Vos tenías miedo, vaya a la cucha, al sofá.

—Yo hago lo que quiero.

—¿Se te fue todo el miedo de golpe?

—No, todavía tengo miedo –le aclaró a su compañera–. Si fuera por mí, cortaría la comunicación y prendería las luces ya mismo.

—Vean lo que le escribieron en su perfil –dijo Lucero–: “Te vamos a extrañar mucho, Ary, te queremos, vas a vivir siempre en nuestro corazón”.

Lucero levantó la cabeza y miró a sus amigas desconcertada. Todas sintieron un escalofrío, las palabras del muro aumentaron la tensión notablemente.

En ese momento, un trueno estalló en el cielo y las cuatro chicas pegaron un grito. El ruido fue tan fuerte que el ventanal casi se quiebra en dos.

—Estamos un poco alteradas –comentó Zoe–. Nos tenemos que calmar.

—No es para menos…

—La verdad que es una aplicación espectacular –dijo Lucero–. Facundo tenía razón, hasta el perfil de Facebook tiene arreglado.

Las chicas sonrieron nerviosas y volvieron a observar al celular de la alfombra. Erica también se arrimó, no quería estar sola en la oscuridad.