Tren fantasma - Gabriel Korenfeld - E-Book

Tren fantasma E-Book

Gabriel Korenfeld

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Beschreibung

Matías tenía que filmar un video para el colegio. Y aunque la idea no le gustaba, decidió hacerlo dentro del viejo tren abandonado. No lo podía esquivar más, era hora de enfrentar su pasado. Cinco años atrás, para impresionar a un amigo, Matías se atrevió a jugar a "Vía Humana". El juego parecía fácil, solo tenía que saltar de las vías unos metros antes que pasara el tren. Sin embargo surgió un problema que cambió el rumbo de lo planeado... El autor de la exitosa saga Colegio Maldito despliega toda su imaginación en una historia fantástica y alucinante. Subirse al Tren Fantasma es un paseo imperdible para todos los amantes del miedo.

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Índice de contenido
El tren fantasma
Portada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa

Tren fantasma

Gabriel Korenfeld

Ilustraciones:

Silvio Kiko

CAPÍTULO I

Enfrentar los miedos

Los tres amigos salieron del colegio y caminaron juntos hasta la avenida. Matías, Jimbo y Fanta estaban felices: era viernes, los esperaba un emocionante fin de semana. Encima, también era un día hermoso, no había una sola nube en el cielo y la temperatura alcanzaba los 25ºC.

Jimbo sacó de la mochila su clásica gorra negra y se la colocó en la cabeza.

—¿Siempre te tenés que poner esa gorra fea? –le preguntó Fanta.

—Sí.

—¿Por qué? ¿Es parte de tu cuerpo?

—Porque me gusta, me da confianza.

—¿Te da confianza? ¿Una gorra? –insistió su amigo pelirrojo.

—Sí. Me hace sentir un poco más…

—¿Estúpido? –preguntó Fanta.

Matías sonrió.

—Valiente, o rebelde, no sé…

—No des explicaciones, Jimbo –le dijo Matías–. Si a vos te gusta, es suficiente.

—A mí me gusta.

—Pero, ¿es necesario jugar al fútbol con la gorra?

—Soy arquero, Fanta. Los arqueros usan gorra.

—Usan gorra por el sol, vos atajás en la canchita que está debajo de la autopista.

Matías revoleó sus ojos y se acordó de la cámara de video.

—¿Me trajiste la cámara, Fanta?

—Ah, sí, sí. Ya te la doy.

Su compañero abrió la mochila y le pasó la cámara de alta definición.

—Tomá, Mati, gracias.

—De nada. ¿Filmaste mucho?

—Un poco. Filmé cuando estaban en el pelotero, cuando Nico sopló la velita y la piñata.

—Está perfecto. Si es muy largo, se pone denso.

—Sí, así es suficiente. El del año pasado, lo vimos una sola vez y nada más.

—Si yo tuviera mis cumpleaños de chico grabados, los vería miles de veces –comentó Jimbo con un dejo de tristeza–. Mis viejos ni siquiera sacaban fotos.

—Es porque eras muy feo, Jimbo –se burló Fanta–. Las ibas a arruinar a todas.

Jimbo se mordió el labio y le dio una palmada a su amigo en la nuca.

—¡AY! Me dolió.

—Y no era feo, tenía novia.

—Miralo a Jimbo… –comentó Matías.

—¿Quién era? ¿Tu abuela? –le preguntó Fanta.

—No, mi prima, Melina.

—Estuve cerca, me confundí de familiar.

—El otro día me mostraste una foto de tu prima Melina y está hermosa –le dijo Matías.

—Sí, es un bombón –afirmó Jimbo–. Está de novia con un chico mucho más grande que ella.

—Todas las chicas lindas salen con chicos más grandes –dedujo Fanta acomodándose sus cabellos naranjas.

—Quiero ser más grande para salir con una chica linda –deseó Jimbo en voz alta.

—Con tu cara ni las ancianas van a salir con vos, Jimbo.

El chico de la gorra le volvió a pegar a su amigo en la nuca.

—¡Ay! Esa estuvo fuerte.

—Sí, fuerte como la prima –murmuró Matías.

—Tenemos que filmar el corto para la clase de Tecnología –recordó Fanta.

—Sí, es cierto, vos sos el director, Mati. ¿Qué vamos a hacer?

—No lo pensé, en casa voy a escribir el guión.

—¿Lo actuamos Jimbo y yo? –preguntó Fanta.

—Sí, yo filmo y lo edito.

—Podemos hacer que Jimbo es un ladrón y me roba el celular.

—No es mala idea –opinó Matías.

—Dale, me gusta.

—Vos podés actuar así como estás, Jimbo. No hace falta que ni te produzcas.

Matías no pudo evitar sonreír y Jimbo amagó con pegarle a Fanta de nuevo.

Los tres amigos llegaron a la avenida, vieron que el semáforo no funcionaba y comenzaron a cruzar. Sin prestar mucha atención y haciendo bromas entre ellos, cuando caminaban por la senda peatonal, Matías giró la cabeza y vio algo que lo paralizó. De pronto, al ver que venía hacia él un tren que paseaba chicos por el barrio, no pudo moverse más.

—¡Matías! –le gritó Jimbo.

—¡Cuidado, correte! –le pidió Fanta.

Sus dos amigos habían seguido caminando, pero Matías se había quedado en el lugar. El chico parecía estar hipnotizado, su expresión estaba congelada en una mueca de espanto.

El conductor del tren infantil comenzó a tocar la bocina como loco, pero el peatón tampoco se movió.

—¡CORRETE, MATÍAS! –le gritó con potencia Fanta.

—¡CUIDADO!

Y un instante antes de pasarlo por arriba, “El Tren de la Alegría” logró esquivarlo justo a tiempo, y el chico se salvó.

—¡MATÍAS, DESPERTATE! –Jimbo lo agarró del brazo y lo arrastró hasta la vereda.

—¡¿Estás loco?! ¿Se te paralizó el cerebro?

Como si hubiera estado dormido, el chico de ojos celestes sacudió un poco la cabeza y después se frotó las manos por la cara.

—¿Qué te pasó, Matías? ¿Querías que te atropellara el tren?

—No, no exactamente –respondió con la vista perdida.

—Entonces, ¿por qué te quedaste ahí parado?

Su compañero abrió la boca para contarle la verdad, pero enseguida cambió de opinión y prefirió guardarse el secreto por un tiempo más.

—No sé, me asusté y no me pude mover –dijo finalmente.

—Sos raro, Mati… –comentó Fanta–. El otro día, para ayudar a Benito, le hiciste frente a los chicos de quinto año, y ahora te paralizó cruzar la calle.

—Tengo mis debilidades –le contestó su amigo con ironía.

—¿“El Tren de la Alegría”?

—Puede ser. Voy a tener que comprarme una gorra como la de Jimbo.

Jimbo sonrió por el comentario.

—Yo te regalo una, Mati. Tengo doscientas.

—Quemalas, Jimbo, haceme caso –le pidió Fanta y volvió a ganarse una palmada.

—¡Ay!

—Mejor nos vemos mañana, chicos –los saludó Matías todavía aturdido por el episodio–. Si quieren vengan a mi casa y ensayamos el guión.

—¿Cuándo lo vamos a filmar? –preguntó Jimbo.

—Mañana mismo o el domingo.

—Dale, mañana a la tarde estamos en tu casa –le dijo Fanta–. Tené cuidado cuando cruzás.

—No te preocupes.

Fanta siguió por la avenida hacia la derecha, Jimbo hacia la izquierda y Matías continuó caminando.

Tras avanzar una cuadra por la sombra, sacó la filmadora de la mochila y la empezó a revisar. Primero se fijó si filmaba bien, después examinó que Fanta haya borrado los archivos del cumpleaños, y por último, controló si necesitaba cargarle la batería.

Con la máquina en sus manos, llegó a su casa y vio que en el chalet de al lado, se estaban mudando nuevos vecinos.

De curioso, se quedó allí parado, y descubrió a una hermosa joven de su edad bajando una pila de libros del camión.

La nueva vecina de pelo castaño claro, caminó con cuidado hacia la puerta de su flamante casa, y antes de pasar la entrada, se le cayeron los libros de arriba.

—Que estúpida.

Matías vio el descuido y se tiró hacia los libros como si fueran de cristal. Enseguida los recogió atolondrado y se acercó a la joven con una sonrisa nerviosa.

—Tomá, se te cayeron –le dijo intentando controlar la respiración.

—Gracias. Eso me pasa por no guardarlos en una caja.

La vecina apoyó los libros en el suelo y descansó un poco.

—Las mudanzas son un lío, yo me mudé hace solo un año también.

—Sí, siempre se pierden cosas.

Matías la miró a los ojos sin saber qué decir. Se sentía atontado, le parecía una chica preciosa, una muñeca de ojos verdes.

—¿Vas a filmar una película? –le preguntó ella con la vista en la cámara.

—Sí. Bueno, en realidad, es un corto para el colegio. Tenemos que hacer una mini película de diez minutos.

—¿Y no te sobra un papel para mí? Yo quiero ser actriz.

La confesión de la vecina lo dejó felizmente desconcertado.

—Esteee… Sí, sí, claro.

—¿En serio?

—Sí. Mañana a la tarde van a venir mis compañeros a ensayar. Si querés me podés tocar el timbre…

—Dale, me encantaría. ¿Cómo te llamás?

—Matías. ¿Vos?

—Olivia. Un gusto haberte conocido, Matías. Ahora voy a seguir guardando las cosas que me faltan. Hasta mañana, vecino.

—Hasta mañana, vecina.

Matías se dio vuelta y se le dibujó una sonrisa gigante que le tapó toda la cara. Estaba feliz, no podía creer el rumbo que había tomado el día.

Apenas entró a su casa, saludó a su mamá y corrió entusiasmado a su cuarto.

—¿Adónde vas con tanto apuro, Mati?

—¡Tengo que escribir un guión!

—Mirá que bueno. Después lo quiero leer.

—Está bien.

El chico se sentó en su escritorio, prendió la computadora y abrió el programa Word. Enseguida, sin mirar el teclado, tipeó las características principales de la historia para después ponerse a inventar:

—Bien, ahora los detalles…

Matías acercó más la silla al escritorio, y cuando se iba a poner a escribir, se llevó otro fuerte susto. En ese momento, se abrió la puerta de su cuarto, y entró un tren de juguete haciendo ruido y girando luces.

El sobresalto que tuvo fue tan grande que casi se cae de la silla giratoria.

—¡HOLAAAAAAAAAA!

Detrás del ferrocarril, apareció su pequeño hermano Lucas saltando y riendo.

—¡CHUCUCHUUUUUUUUUU!

—Luki… Por Dios… –Matías no podía despegar los ojos del tren. Cuando el juguete llegó hasta sus pies, los levantó como si le fuera a morder las zapatillas.

—¡Hola, Mati! ¿Te gusta mi tren? Me lo compró el abuelo.

—Sí, sí, es hermoso. Ahora agarralo y sacalo de acá, que tengo que estudiar.

Lucas agarró su juguete con mala cara y lo abrazó contra su pecho.

—¿Qué es estudiar? –le preguntó el chico de cuatro años.

—Es algo que hacemos en el colegio.

—¡Ahora no estás en el colegio!

—Pero igual tengo que estudiar.

—¿Qué es estudiar?

—¡MAMÁ, LO PODÉS SACAR, POR FAVOR!

—¡Vení, Lucas! –le gritó su mamá desde el comedor–. ¡Dejalo a tu hermano solo que tiene que estudiar!

—¡¿QUÉ ES ESTUDIAR?! ¡¿QUÉ ES ESTUDIAR?!

Matías cerró los ojos y contó hasta cinco para no arrancarle la cabeza.

—¿Escuchaste, Luki? Tocaron el timbre.

—¡Qué me importa! –le contestó su hermanito.

—Mirá que es Micky Mouse y trae un montón de globos de colores.

Lucas aumentó el tamaño de sus ojos y su cara se iluminó de alegría.

—¡CHAUUUUUUUUUUUU!

Una vez que el chico salió corriendo, Matías cerró la puerta de su cuarto con traba, se volvió a sentar e intentó concentrarse.

Tras pasar varios minutos con la vista en la pantalla, pensó en el tren que casi lo atropellaba, después en el tren de su hermano, y aunque no estaba convencido, decidió hacer una modificación en el lugar donde filmarían el corto:

Sus ojos permanecieron anclados en la palabra de cuatro letras.

—Alguna vez lo iba a tener que enfrentar… –murmuró.

Y tras convencerse de que hacía lo correcto, se puso a escribir el guión.

Al otro día, cerca de las cinco de la tarde, Jimbo y Fanta llegaron a la casa de su amigo. Matías los recibió en su cuarto y les ofreció gaseosas y galletitas.

Aunque intentaba disimularlo, al anfitrión se lo notaba demasiado entusiasmado.

—Hay cuatro vasos y somos tres –notó Fanta–. ¿El que sobra es para la gorra de Jimbo?

Matías sonrió y negó con la cabeza. Jimbo expresó su fastidio en la cara.

—En realidad vamos a ser cuatro –les informó el dueño de casa.

—Pero si somos tres en el grupo –le dijo Jimbo–. ¿Al final Maxi va a venir con nosotros?

—No, el cuarto es una chica.

Fanta y Jimbo se miraron de reojo. La noticia los había sorprendido.

—¿Una chica?

—Sí –contestó Matías con una sonrisa ganadora.

—¿Compañera del colegio?

—No.

Los invitados abrieron bien grandes los ojos. De repente, el entusiasmo se contagió en ellos también.

—Esto se pone interesante…

—¿Quién es? –preguntó Jimbo estirando su espalda hacia delante.

Matías levantó las cejas y creó un manto de suspenso. Haber conseguido una presencia femenina en el grupo, lo hacía sentir importante y quería disfrutar ese momento.

—Una actriz –contestó finalmente.

—¿Cómo?

—¡¿Una actriz famosa?!

—Mmm… No… Es una chica que quiere ser actriz.

—¿Y de dónde la sacaste? –le preguntó Fanta.

—De la heladera.

—Dale, idiota.

—Es mi nueva vecina. Me vio con la cámara y me dijo que quería actuar.

Fanta y Jimbo sonrieron satisfechos.

—¿Tiene nuestra edad?

—Sí, creo que sí. Quizás un año más grande, no sé.

—¿Y es linda? –preguntó Fanta.

Matías se encogió de hombros. Sus amigos estaban por explotar de la ansiedad.

—Ya la van a ver.

—¡¿Es linda o no?! –insistió Fanta.

—Tranquilo, ya la van a ver, dije.

Sus invitados se miraron de reojo. La respuesta de Matías les parecía muy sospechosa.

—Debe ser muy fea… –opinó el chico pelirrojo.

—Seguro tiene bigotes.

En ese momento, tocaron el timbre de la casa y Matías saltó de la silla.

—¡Ahí vino! –gritó emocionado.

—Llegó la bigotuda –murmuró Jimbo.

—Lo único que les pido es que se comporten como seres normales.

—Decile a Jimbo que nació en Marte.

—Callate, ¿querés? Vos naciste en “miércole”.

—Malísimo…

—No peleen, ya vengo.

Matías salió del cuarto pasándose una mano por el pelo. Fanta aprovechó a sentarse en la silla de la computadora y Jimbo se sirvió más gaseosa.

—Serví para todos, egoísta.

—Está bien.

Jimbo volvió a agarrar la gaseosa y llenó los otros vasos.

—Gracias.

—Quizás tiene amigas lindas… –comentó el chico de la gorra.

—No creo, las chicas lindas se juntan con chicas lindas y las feas con las feas.

—Eso es muy raro… En vez de elegir por personalidad, eligen por apariencia.

—Es cierto, los hombres no somos así. Yo soy muy lindo, vos sos horrible y somos amigos –le dijo Fanta.

Jimbo le lanzó un puñetazo pero su compañero lo esquivó.

—Portate bien que ya vienen.

—Vos me buscaste.

—Es que sos muy tentador, Jimbo.

—Te voy a…

—¡Shhh!

En ese instante, se abrió la puerta del cuarto, y entró Matías con la nueva compañera del trabajo práctico.

—Vení, pasá. Te presentó a Juan Delfino alias Jimbo, como el personaje de Los Simpsons