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Había llegado el momento de rehacer su vida. Adam Blair, viudo y hombre de negocios, estaba decidido a tener un hijo y para ello buscaba a la mujer adecuada. Cuando Katy Huntly, la hermana de su difunta esposa, se enteró de sus planes, le exigió ser ella quien gestara a su hijo. La propuesta tenía sentido… en principio. Adam siempre se había sentido atraído por Katy, pero enamorarse de ella no entraba en sus planes.
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Seitenzahl: 175
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Michelle Celmer. Todos los derechos reservados. UN ACUERDO ESPECIAL, N.º 1777 - marzo 2011 Título original: The Tycoon’s Paternity Agenda Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9834-8 Editor responsable: Luis Pugni
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No había duda, ese hombre era insufrible.
A pesar de ello, ahí estaba, en su camioneta, en el aparcamiento de las oficinas principales de Western Oil, en El Paso, con el achicharrante sol de mediodía de Texas abrasándole el rostro.
Catherine Huntley no había visto a su cuñado, Adam Blair, director ejecutivo de Western Oil, desde el funeral de su hermana tres años atrás. La llamada de él le había sorprendido. Lo que no le había sorprendido era que hubiera tenido la cara dura de decirle que estaba demasiado ocupado para ir a verla a Peckins, a dos horas en coche en dirección norte, y le había pedido que fuera ella a verle. Pero claro, Adam era un multimillonario, un magnate del petróleo, y ella era sólo una ganadera, y suponía que su cuñado estaba acostumbrado a que le dijeran a todo que sí.
Pero no era por eso por lo que había accedido. Hacía ya tiempo que necesitaba hacer una visita al almacén para comprar provisiones y, además, también había podido ir al cementerio, algo que hacía con muy poca frecuencia últimamente. Pero ver la tumba de Rebecca por la mañana, recordar que había pasado de ser la hija menor a ser hija única, la había entristecido profundamente. No era justo que Becca, con tanto a su favor, hubiera muerto tan joven, que sus padres sufrieran el dolor de perder a una hija.
Katy miró el reloj en el panel de mandos de la furgoneta y se dio cuenta de que iba a llegar tarde, y como presumía de ser sumamente puntual, abrió la portezuela y sintió ese calor abrasador como una bofetada. Cruzó rápidamente el aparcamiento en dirección a la puerta principal y, al entrar, el frío aire del interior del edificio le produjo un escalofrío.
A juzgar por la forma como la miraron los guardias de seguridad mientras pasaba por el detector de metales, se dio cuenta de que no debían de haber visto allí a muchas mujeres con vaqueros y camisa. Y, por supuesto, como llevaba botas con puntas de acero, la alarma comenzó a pitar.
–Vacíe sus bolsillos, por favor –le dijo uno de ellos.
Estaba a punto de contestar que sus bolsillos estaban vacíos cuando una profunda voz ordenó:
–Déjenla pasar.
Alzó la cabeza y vio a su cuñado al otro lado del mostrador de seguridad, y el corazón le dio un vuelco.
Al momento, los guardias la dejaron pasar, y Adam se le acercó para saludarla.
–Me alegro de verte, Katy.
–Y yo a ti –respondió ella ofreciéndole la mano.
Pero cuando la mano de Adam se cerró sobre la suya, se preguntó si notaría los callos y las durezas en la piel, además de las uñas cortas y sin pintar. No le cabía duda de que Adam estaba acostumbrado a mujeres como Rebecca, que pasaban horas en los salones de belleza sometiéndose a tratamientos para los que ella no tenía tiempo ni ganas.
Por supuesto, carecía de importancia lo que Adam pudiera pensar de sus uñas. Pero cuando le soltó la mano, ella se metió las dos en los bolsillos.
Por el contrario, Adam era la viva imagen de un director ejecutivo multimillonario. Se le había olvidado lo alto que era. No sólo tenía aspecto de pasar mucho tiempo en el gimnasio, sino también era más alto de lo normal. Pocos hombres la sobrepasaban en altura, ya que medía un metro setenta y cinco, pero Adam tenía un metro noventa y tres de estatura por lo menos.
Tenía el pelo oscuro y lo llevaba muy corto, y ahora unas hebras grises le salpicaban las sienes. Por supuesto, como solía ocurrir a los hombres como él, le conferían un aspecto más distinguido. También tenía algunas patas de gallo y arrugas en la frente, quizá le habían salido tras la enfermedad de Rebecca.
A pesar de todo, para ser un hombre de cuarenta años, tenía muy buen aspecto.
Ella sólo tenía diecisiete años cuando su hermana se casó con Adam diez años atrás. Y aunque jamás se lo había dicho a nadie, su cuñado había sido su amor de adolescente. Pero ni ella ni sus padres habían podido imaginar que ese hombre guapo y encantador intentara arrebatarles a Rebecca.
–¿Qué tal el viaje? –le preguntó él.
–Como siempre –contestó ella encogiéndose de hombros.
Katy esperó a que Adam le explicara el motivo por el que quería verla o, al menos, a que le diera las gracias por haber hecho el viaje. Pero Adam simplemente le indicó con un gesto la cafetería que había al otro lado del vestíbulo.
–¿Un café?
–¿Por qué no? Gracias.
A parte de los empleados de la cafetería, todos los que estaban allí sentados iban trajeados, con la cara pegada al ordenador o con un móvil al oído. Pero cuando Adam entró, todos, absolutamente todos, dejaron lo que estaban haciendo para saludarle.
Por otra parte, era normal. Adam era el jefe y, evidentemente, sus empleados le respetaban. O le temían.
Katy le siguió hasta el mostrador y Adam pidió una bebida de nombre enrevesado al empleado; después, se volvió a ella y le preguntó:
–¿Qué quieres tomar?
–Un café solo normal –respondió Katy mirando al empleado. No le gustaban las mezclas de sabores tan de moda últimamente. Sus gustos eran tan sencillos como su estilo de vida.
Con las bebidas en la mano, Adam la condujo a una mesa al fondo del establecimiento. Había supuesto que irían al despacho de él, pero no tenía objeciones a hablar allí. Mejor, menos formal e intimidante. Aunque no tenía motivo de sentirse intimidada. Ni siquiera sabía por qué estaba allí.
Cuando se hubieron sentado, Adam preguntó:
–¿Cómo están tus padres? ¿Y cómo va el rancho? Doy por supuesto que el negocio marcha bien.
–No nos va mal. No sé si sabes que hace dos años nos hicimos totalmente ecológicos.
–Estupendo. Es el futuro.
Katy bebió café. Estaba caliente y era fuerte, tal y como le gustaba.
–Bueno, no creo que me hayas pedido que venga aquí para hablar de la cría de ganado.
–No. Quería comentarte algo… algo personal.
Katy no podía imaginar qué clase de asunto personal querría Adam discutir con ella, ya que lo que pudieran haber tenido en común había quedado enterrado junto con su hermana.
–De acuerdo –respondió ella encogiendo los hombros.
–No sé si Becca os lo dijo, pero antes de que le diagnosticaran el cáncer, habíamos tenido problemas de fertilidad. El médico nos había sugerido la extracción de óvulos y Becca estaba sometiéndose a una terapia hormonal para ello, fue entonces cuando le descubrieron el cáncer.
–Sí, me lo dijo.
También sabía que su hermana se había sentido una fracasada por ser incapaz de concebir. Le había aterrorizado la idea de defraudar a Adam ya que su vida se centraba en complacerle. De hecho, Becca había empleado tanto tiempo y energía en convertirse en la esposa perfecta dentro de los círculos de la alta sociedad que casi no había dispuesto de tiempo para su familia. Ni siquiera habían ido a pasar la Navidad con ellos el año antes de caer enferma debido a los compromisos de Adam.
–Estaba casi segura de poder vencer a la enfermedad –continuó Adam–. Seguimos con nuestros planes: teníamos idea de contratar a una madre de alquiler para que tuviera a nuestro hijo. Pero, por supuesto, no lo hicimos.
–Sí, también me lo dijo –respondió, tratando de contener su amargura.
El proceso de extracción de óvulos había demorado el tratamiento del cáncer, y cabía la posibilidad de que ésa hubiera sido la causa de la muerte de Rebecca. Le había rogado a su hermana que se olvidara de los óvulos y que empezara el tratamiento para el cáncer inmediatamente. Además, siempre podían haber adoptado un niño. Pero Becca le había dicho que, para Adam, era muy importante tener su propio hijo y ella, como siempre, había estado dispuesta a cualquier cosa por complacerle.
Habría sido fácil culpar a Adam de la muerte de Rebecca, pero la decisión había sido de ella. Una decisión que le había costado muy cara.
–No comprendo qué tengo yo que ver en todo esto –dijo Katy.
–Me ha parecido que deberías saber que he decidido utilizar los embriones y contratar a una madre de alquiler.
A Katy le llevó unos instantes asimilar esas palabras.
¿Había dicho Adam que iba a contratar a una desconocida para que llevara en su vientre al hijo de Rebecca?
Se quedó perpleja… muda. ¿Cómo se le podía ocurrir semejante cosa? ¿Cómo podía hacerle eso a su familia?
Se dio cuenta de que se había quedado boquiabierta y, de inmediato, cerró la boca y apretó los dientes. Adam la estaba mirando, esperando a que dijera algo.
–Yo… no sé qué decir –logró responder Katy.
–Dejemos las cosas claras: no estoy pidiéndote permiso. Tampoco tu aprobación. Te lo he dicho por consideración, ya que también es el hijo de Rebecca.
Adam no era la clase de hombre que hacía cosas «por consideración», a menos que le beneficiaran a él. Suponía que Adam había consultado a un abogado y éste le había aconsejado que se pusiera en contacto con la familia de su difunta esposa.
–También he pensado que podías aconsejarme sobre la mejor forma de decírselo a tus padres –añadió Adam.
Pero a Katy el asombro la había dejado muda.
–Mi consejo es que no lo hagas –declaró ella.
Adam pareció confuso.
–¿Que no se lo diga?
–Que no utilices los embriones –estaba tan enfadada que la voz le tembló–. ¿No te parece que mis padres ya han sufrido bastante? Me resulta increíble que seas tan egoísta como para hacerles pasar por esto.
–Les daría un nieto, el hijo de su hija. A mí me parece que les encantaría.
–¿Un nieto al que nunca verían? ¿Crees que eso les va a hacer felices?
–¿Por qué dices que no iban a ver a su nieto?
¿Hablaba en serio?
–Puedo contar con los dedos de una mano las veces que vinisteis a vernos Becca y tú durante los tres últimos años de vuestro matrimonio. Mis padres no hacían más que intentarlo, pero vosotros casi nunca teníais tiempo para ellos, estabais demasiado ocupados –por las miradas que lanzaban en su dirección, Katy se dio cuenta de que había alzado mucho la voz y, tras tomar aire profundamente, se obligó a bajar el tono–. ¿Por qué no te vuelves a casar y tienes un hijo con tu nueva esposa? Eres un hombre rico y guapo, estoy segura de que no te costará mucho. O adopta a un niño. Pero deja en paz a mi familia.
La voz de Adam permaneció suave y calma al contestar:
–Como he dicho, no te estoy pidiendo permiso. Esta reunión ha sido simplemente de cortesía.
–Mentira –le espetó ella.
Adam alzó las cejas.
–¿Qué?
–No soy idiota, Adam, así que, por favor, no insultes a mi inteligencia. Querías hablar conmigo porque, probablemente, tu abogado te ha dicho que mis padres podían oponerse y llevar el asunto a los tribunales, y tú quieres evitar meterte en un juicio.
La expresión de Adam se oscureció, lo que le indicó que había dado en el clavo.
–En lo que a la ley se refiere, tu familia no tiene ningún derecho respecto a los embriones.
–Puede que no. Pero si decidiéramos meternos en un juicio, podría durar años, ¿no?
Adam se inclinó hacia delante ligeramente.
–No tenéis los recursos económicos necesarios para pelearos conmigo en los tribunales.
Sin dejarse intimidar, Katy se inclinó hacia delante también.
–Estoy segura de que debe de haber algún abogado que aceptaría el caso, cobrando sólo si ganásemos.
Adam no se inmutó. ¿Sabía que estaba tirándose un farol? No sólo no conocía a ningún abogado así, sino que también creía que a sus padres no se les pasaría por la cabeza tratar de impedirle lo que quería hacer. Les haría desgraciados, pero al igual que el alejamiento de Becca, lo aceptarían. No les gustaba causar problemas, por eso precisamente habían permitido que Becca se distanciara de su familia.
La expresión de Adam se suavizó y dijo en un tono tranquilo y mostrándose racional:
–Creo que estamos sacando las cosas de quicio.
–¿Qué sabes tú de lo que significa ser padre? –le espetó ella–. ¿Y cuándo encontrarías el tiempo para ejercer de padre? ¿Te has parado a pensar en lo que ser padre significa? ¿Has pensado en los cambios de pañales y los biberones a medianoche? ¿O es que vas a contratar a alguien para que críe a tu hijo por ti?
–Tú no me conoces en absoluto –declaró Adam.
–Una pena, teniendo en cuenta que estuviste casado con mi hermana durante siete años.
Adam respiró profundamente.
–Creo que hemos empezado mal. Créeme, tras pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que es algo que necesito hacer. Y te aseguro que tanto tú como tus padres veréis al niño. Mis padres están muertos, así que vais a ser la única familia que mi hijo tenga. Jamás le negaría eso.
–¿Y se supone que tengo que creerte?
–En este momento, no tienes otra alternativa. Los dos sabemos que la posibilidad de que contratéis a un abogado que no cobre nada si no gana el caso es prácticamente nula. Sé cuándo la gente se está tirando un farol, Katy.
Katy se mordió los labios.
–No quiero hacer daño a nadie, Katy. Lo único que quiero es tener un hijo.
Pero… ¿por qué tenía que ser el hijo de Becca?
–Puede que no seamos ricos, pero podríamos luchar contra ti.
–Perderíais.
Sí, era cierto y lo sabía. No le quedaba más remedio que aceptar la situación.
–¿Puedo preguntarte quién va a ser la madre de alquiler?
–Todavía no lo sé. Mi abogado se está encargando de seleccionar a las posibles candidatas.
Katy frunció el ceño.
–¿Cómo podéis aseguraros que es de confianza?
–Las candidatas pasarán por entrevistas rigurosas y se someterán a una concienzuda investigación.
Pero no había forma de averiguarlo todo sobre una persona, pensó Katy. Además, cabía la posibilidad de que, después de que naciera el niño, quisiera quedarse con él, aunque el óvulo fertilizado fuera de Rebecca y no suyo.
Peor aún, podía desaparecer con el hijo de Rebecca y nunca volverían a verlo. Eso sería horrible tanto para sus padres como para Adam.
–¿Y si la mujer a la que elijes te traiciona al final? –preguntó Katy, cada vez más angustiada.
–Eso no ocurrirá –le aseguró Adam.
Pero no era suficiente. Bebió un sorbo de café y se quemó la lengua. Si le dejaba hacer aquello, pasaría nueve meses de infierno, muerta de preocupación por su futuro sobrino o sobrina.
Sólo había una persona en la que confiaba para llevar en su vientre al hijo de su hermana. Era una locura, pero sabía que era la única opción. La única opción buena. Y haría lo necesario para convencerle.
–Conozco a la mujer perfecta –le informó a Adam.
–¿Quién?
–Yo.
Adam jamás habría imaginado que Katy se ofreciera para llevar al niño en su vientre. Y, en su opinión, ésa no era una opción aceptable.
Admitía haber decidido ponerse en contacto primero con Katy porque había imaginado que sería más fácil de manipular, pero la pequeña y dulce Katy se había hecho mayor. Era mucho más dura que antes. Y tenía razón respecto a lo que le había aconsejado el abogado: si se metían en pleitos respecto a la utilización de los embriones, él llevaba todas las de ganar; sin embargo, podían pasar años en los tribunales. No quería esperar tanto tiempo. Sin embargo, si la permitía ser la madre subrogada, aunque ello redujera significativamente la posibilidad de oposición por parte de la familia de su difunta esposa, también podía ocasionar otro tipo de problemas.
–No puedo pedirte que hagas eso –le dijo él.
–No me lo has pedido, me he ofrecido voluntaria.
–No sé si comprendes el sacrificio que supondría, tanto física como emocionalmente.
–Tengo amigas que han tenido hijos, así que sé lo que me espera.
–Creo que conocer a una persona que ha estado embarazada y estar embarazada son dos cosas distintas.
–Quiero hacerlo, Adam.
Lo notaba, pero era una locura.
Intentó darle otro enfoque.
–¿Qué le va a parecer esto a tu novio?
–No es problema. Veo a Willy Jenkins de vez en cuando, pero no es mi novio. Más bien somos amigos… con algunas ventajas. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Lo entendía y, por alguna ridícula razón, tenía ganas de darle a Jenkins un puñetazo. Para él, ella siempre sería la hermana menor de Rebecca. La pequeña Katy.
Pero Katy se había convertido en una mujer de veintisiete o veintiocho años, si la memoria no le fallaba. No era asunto suyo con quién salía.
Ni por qué.
–El proceso podría llevar un año –le informó él–. Incluso más, si hay que repetir. ¿Y si conocieras a alguien en ese tiempo?
–¿A quién demonios voy a conocer? Peckins tiene ochocientos habitantes. A la mayoría de los hombres los conozco del jardín de infancia. Si fuera a enamorarme locamente de alguno de ellos, ya lo habría hecho.
Otro enfoque diferente.
–¿Has pensado en las repercusiones que tendría en tu cuerpo?
–No olvides con quién estás hablando –Katy se señaló la vestimenta informal y su rubio cabello recogido en una cola de caballo–. No soy como Rebecca. No me obsesiona el peso ni me preocupa que me salgan estrías. Y te aseguro que no encontrarás a nadie tan responsable como yo. No fumo ni me drogo, ni siquiera utilizo analgésicos. Alguna vez que otra me tomo una cerveza, pero casi no bebo, así que no tendré problemas en prescindir del alcohol por completo. Además, estoy muy sana. Y otra cosa, en las revisiones médicas anuales que me hago, el médico siempre me dice que tengo un cuerpo hecho para ser madre.
Y así era. Tenía la figura de una modelo de los años cincuenta, una época en la que las mujeres parecían mujeres, no chicos preadolescentes. En su opinión, a Rebecca siempre le había obsesionado su peso y su aspecto físico, como si temiera que la fuera a querer menos por no presentar un aspecto absolutamente perfecto. Ni siquiera cuando se sometía a quimioterapia dejaba de levantarse de la cama para maquillarse; y cuando dejó de poder levantarse, hacía que la enfermera la maquillara.
En el momento en que sintió una punzada de dolor, como le ocurría siempre que pensaba en Rebecca, Katy extendió el brazo sobre la mesa y le tomó una mano, sorprendiéndole. Pero lo que le sorprendió aún más fue el cosquilleo que sintió en las yemas de los dedos y que luego fue subiéndole por el brazo. La mano de Katy era áspera, de trabajar en el rancho, pero tenía la piel cálida. No llevaba las uñas pintadas, pero las llevaba bien cortadas y limpias. Todo en ella era… muy natural.
–Adam, sabes tan bien como yo que por mucho que investigues a las posibles candidatas jamás podrás fiarte de ninguna tanto como de mí.
Por mucho que le costara admitirlo, Katy tenía razón. A pesar de un complejo pasado y del resentimiento que sentía por lo de Becca, Katy jamás haría nada que pudiera poner en peligro la vida del hijo de su hermana. Sin embargo, podía aprovechar la situación para intentar manipularle a él, y él jamás se dejaba arrastrar a una situación en la que no tuviera el control. Ni profesional ni personalmente.
Ya, no.
Pero estaban hablando del bienestar de su futuro hijo. ¿No era su obligación, como padre, pensar primero en su hijo, en anteponer su salud a todo lo demás?
Suavemente, se soltó de la mano de ella.
–Escucha, Katy…
–Por favor, Adam. Por favor, déjame hacerlo –Katy le suplicó con la mirada–. Sabes qué es lo que Becca querría que hiciéramos.
¡Maldición! Había sido un golpe bajo y le había dado donde más le dolía. Lo peor de todo era que Katy tenía razón. ¿No le debía a Becca permitir que Katy hiciera eso? ¿Y a su futuro hijo? ¿No era él, en parte, responsable de que Becca hubiera perdido el contacto con su familia?
–Aunque sé que no debería hacerlo y aunque antes de darte una respuesta definitiva me gustaría hablar con mi abogado, me inclino a aceptar.
La expresión de Katy era una mezcla de alivio y gratitud.