Un amor embriagador - Cynthia St. Aubin - E-Book
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Un amor embriagador E-Book

Cynthia St. Aubin

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Beschreibung

Miniserie Deseo 210 El chico malo del que tu madre siempre te previno. Para expandir el negocio que Law Renaud tenía con sus hermanos debía impresionar a Marlowe Kane, una rica heredera. Necesitaba que convenciera a su padre para que invirtiera, algo que no parecía difícil. La destilería 4 Thieves era el orgullo y la alegría de Law, tanto como su pasión por el lanzamiento de hachas. Pero cuando una tormenta dejó a Marlowe allí atrapada, entre ellos surgió el juego de la seducción. Marlowe era un capricho irresistible, pero seguía siendo la hija del magnate al que tenía que ganarse. Y guardaba un secreto que iba a poner patas arriba el mundo de Law.

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Cynthia St. Aubin

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor embriagador, n.º 210 - marzo 2023

Título original: Bad Boy with Benefits

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415569

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Marlowe Kane estaba en el descansillo de la segunda planta de Fair Weather Hall, su rostro tan caliente como fría la balaustrada bajo su mano. Ya de niña había descubierto que aquel era el mejor sitio para espiar las fiestas que sus padres solían organizar. Por entonces, era lo suficientemente pequeña como para meterse entre los huecos de las columnas a la espera de ver lo que pasaba abajo, ya fuera un beso robado o un buen baile.

Lo que veía en aquel momento le hacía hervir la sangre.

Neil Campbell, su exprometido, estaba deambulando entre los invitados, tomando champán y aperitivos en el hall antes de pasar al salón para el acto principal.

Era otro de los elegantes festejos que organizaba su padre para agasajar a clientes actuales y potenciales. Una más de las bacanales de caviar y canapés que se alargaban durante horas y que terminaban con whisky, puros y muchas palmaditas en la espalda.

Lo que le fastidiaba era que seguía siendo predominantemente una reunión de hombres.

No acababa de entender por qué estaba allí Neil.

Sus hermanos gemelos eran un año mayor que ella y siempre habían sido sus protectores, aunque sus formas eran muy diferentes: Samuel, que podía reducir a cualquiera con su oratoria y Mason, que solía actuar primero y arreglarlo después con un acuerdo extrajudicial.

Pero con Samuel ocupado con los preparativos de su inminente boda con su amor de juventud y Mason completamente entregado a su relación con la secretaria de su padre, no podía contar con ellos.

Lo cual era una lástima puesto que la aversión que sentían por su exnovio era algo en lo que todos estaban de acuerdo.

Soltó la balaustrada, respiró hondo y se dispuso a bajar la escalera. A cada peldaño que bajaba recordaba momentos en los que había hecho lo mismo, con diferentes grados de entusiasmo: las mañanas del día de Navidad, las citas en el instituto, los partidos de polo, el funeral de su madre, la fiesta de fin de año en la que hacía dos años había conocido a Neil Campbell…

Aquel día, Neil estaba muy guapo con su esmoquin y el brillante reflejo de la luna en su pelo oscuro. El tono rosado de sus mejillas y de la punta de su nariz aristocrática habían sido la prueba de que llevaba un buen rato fuera. Antes de que la noche acabara, habían compartido historias sobre sus padres, personas muy autoritarias, y que resultaba que eran viejos amigos.

Aquel primer encuentro dio paso a una primera cita, luego surgió el noviazgo, alentado por sus padres, y enseguida se comprometieron. Se había mostrado tan diferente aquellos primeros días… Espontáneo, romántico, intrépido e incluso elegante.

Algo había cambiado cuando su padre, presidente emérito del multimillonario imperio Kane Foods International, había tomado a Neil bajo su protección. Tampoco era algo que Marlowe le hubiera reprochado. Después de todo, había pasado la mayor parte de su vida persiguiendo lo que su prometido había conseguido: el beneplácito de su padre. Y eso se había convertido en una adicción para Neil. Sus jornadas en la oficina se volvieron interminables, siempre estaba de mal humor y sus besos eran fríos. Marlowe había dejado de soñar con la boda y no había dejado de preguntarse qué había sido de la pasión.

La gota que había colmado el vaso había sido descubrir que había estado mandando mensajes aterradores a la secretaria de su padre. Su padre había sido testigo de aquel giro de los acontecimientos, y hacía cuatro semanas que todo se había venido abajo.

Lo que la llevaba a su pregunta inicial: ¿qué demonios estaba haciendo Neil allí?

Al llegar al último escalón, Marlowe miró a su alrededor buscando la inconfundible cabellera grisácea de su padre.

Sin embargo, en lugar de fijarse en su padre o en Neil, fue a fijarse en él.

Alto, fuerte, vestido con un traje que, aunque no era de sastre, le sentaba a la perfección. Tenía el pelo oscuro y ladeaba la cabeza en una posición algo arrogante. Sus ojos del color del café la recorrieron de arriba abajo.

Sintió que le ardían las mejillas. Los hombres solían mirarla de aquella manera. Era un hecho irrefutable que tenía comprobado después de años soportando miradas furtivas en las interminables reuniones y fiestas de la compañía.

¿Pero un hombre que ni siquiera se molestaba en fingir? Jamás.

La comisura de sus labios se curvó ligeramente, pero su expresión permaneció inalterable. Dudaba que algo pudiera suavizar aquel gesto.

Su rostro no se correspondía con los adjetivos que solían aplicarse a los hombres de su entorno.

¿Bien parecido? Apenas.

Con esa caída de párpados, aquel hombre tenía… mala pinta. La pinta de los que la llevaban a una al asiento trasero del coche. La pinta de los que te hacían llegar tarde a casa. La pinta de los que tu madre siempre te prevenía.

¿Guapo? Decididamente no.

Con un mentón marcado, unos pómulos afilados y una nariz aguileña desviada posiblemente por más de una pelea, sus facciones eran todo menos simétricas.

¿Atractivo?

Su ceño fruncido le daba un aspecto todo lo contrario. Su expresión, el equivalente a una señal de «No pasar».

El conjunto resultaba sugerente, y le resultó imposible apartar la vista de él.

Lo peor de todo era que él se estaba dando cuenta e incluso de que estaba disfrutando.

Sin dejar de mirarla, se llevó la copa a los labios y dio un sorbo. Más que la bebida, parecía que estuviera saboreándola a ella.

Marlowe trató de recuperar la compostura, levantó la barbilla y apartó bruscamente la mirada antes de mezclarse entre la multitud. Aceptó de buena gana la copa que le ofreció el primer camarero con el que se cruzó, y se deleitó con el frescor y la acidez del champán.

–Te he estado buscando –dijo una voz a sus espaldas.

Marlowe se puso rígida. No recordaba desde cuándo era esa su reacción hacia su exnovio, pero sabía que era anterior a todo aquel asunto con Charlotte.

–Hola, Neil.

Se volvió hacia él, sujetando con fuerza la copa de champán.

Siempre había estado muy guapo con traje y aquella noche no era una excepción. Esta vez era de color azul oscuro, corte perfecto y, sin duda alguna, caro. Pero la yuxtaposición de su antes prometido y la masculinidad arrogante y sin pretensiones del hombre que estaba al otro lado del salón hacía que Neil pareciese… vulgar en comparación. Llevaba el pelo excesivamente arreglado, las cejas demasiado cuidadas y la impecable camisa blanca le daba un aspecto anticuado.

–¿Sorprendida de verme?

Unas líneas se dibujaron en la comisura de sus ojos mientras se llevaba el martini a los labios y contenía una mueca.

–No sé si sorprendida es la palabra que habría elegido –contestó ella y dio otro sorbo a su champán.

–Bueno, últimamente no contestas mis llamadas, así que he tenido que buscar otras medidas más creativas.

Su sonrisa dejó a la vista una fila de dientes impecablemente blancos.

–¿Así que has decidido colarte en una reunión de clientes?

Marlowe echó a andar, segura de que se pondría a su lado.

–¿Quién habla de colarse? He venido invitado por mi padre.

Henry Campbell, nacido en Londres, insoportablemente esnob y socio mayoritario de Campbell Capital, había resultado ser un importante obstáculo para romper su compromiso. Aunque Parker Kane se había mostrado indiferente respecto al hijo de Campbell, su devoción por el banquero inversor y las importantes cantidades que controlaba permanecía invariable.

–Entonces, deberías ir a hacerle compañía –le sugirió dirigiendo la mirada hacia la barra, el sitio más probable en el que encontrar a Henry Campbell.

Neil dio un paso al frente y le bloqueó el camino.

–Necesito hablar contigo.

–No –dijo Marlowe, esquivándolo–. No hay nada de qué hablar.

–Por favor, Marlowe.

Fue aquel «por favor» lo que la ganó. Lo había dicho con una nota de urgencia y sinceridad que no le había conocido en mucho tiempo.

–Cinco minutos de tu tiempo –añadió con mirada suplicante–. Eso es todo lo que pido.

Se quedó pensativa mirando hacia donde había visto al hombre misterioso y se sintió decepcionada al comprobar que ya no estaba.

–De acuerdo.

Salieron del salón y recorrieron el pasillo lateral hasta una terraza situada junto al comedor privado de la familia. No era el sitio exacto donde se habían encontrado la primera vez, pero era evidente el intento de recrear el mismo ambiente.

Neil abrió las puertas dobles de cristal y esperó a que ella saliera para cerrarlas.

Marlowe se acercó al murete y apoyó los antebrazos en el antepecho de piedra. Seguía sujetando con fuerza la copa y se quedó mirando los jardines que se extendían abajo. La mansión de Fair Weather Hall había sido construida a finales del siglo XIX por su bisabuelo. Estaba ubicada en una propiedad de varias hectáreas de superficie y rodeada de un denso círculo de árboles frondosos, lo que la aislaba del resto del mundo.

–¿No es precioso?

Neil se quedó a cierta distancia de ella mirando las estrellas del cielo, como invitándola a hacer lo mismo.

–¿De qué querías hablar? –preguntó ella, en un intento por boicotear aquel ambiente romántico.

–De nosotros.

Marlowe dejó escapar un sonoro suspiro.

–No hay nosotros.

Él se acercó un poco más y se quedó mirando fijamente su mano.

–Si eso es así, ¿por qué sigues llevando el anillo?

Marlowe se había quedado tan sorprendida al verlo que se le había olvidado que lo llevaba. Siempre que tenía algún evento social se lo dejaba puesto para espantar a posibles pretendientes.

–Ten –dijo dejando la copa a un lado y quitándose el anillo–. Aquí lo tienes de vuelta.

Neil le apartó un mechón de pelo de la mejilla.

–No, lo que quiero recuperar no es el anillo, lo que quiero recuperar es a ti.

Marlowe se apartó, sacudiendo la cabeza.

–¿Cómo se te ocurre que estoy dispuesta a volver contigo después de lo que has hecho?

–¿Vas a tirar por la borda todo lo que teníamos solo porque le mandé unos cuantos anónimos sobre Mason a la secretaria de tu padre?

Se rio como si aquello fuera algo insignificante.

–Te recuerdo que uno de esos mensajes se lo mandaste desde la puerta de su casa, que está a más de una hora de la ciudad.

Neil apuró su martini y dejó la copa en el antepecho.

–No digo que lo que hice estuviera bien. Lo que pretendía era cuidar de alguien que estaba en una posición vulnerable.

Marlowe se contuvo para no poner caras.

–Tal vez te sorprenda saber que estoy familiarizada con los sabelotodo, así que si pretendes comerme la cabeza con esa táctica, te pido encarecidamente que lo dejes.

Neil se cruzó de brazos y se apoyó en el murete.

–¿No fuiste tú la que acudió a mí porque estabas preocupada por Mason?

Era cierto. Siempre había estado más unida a Mason que a Samuel, y su repentino distanciamiento de Mason había hecho que las alarmas saltaran. Había empezado a preocuparse al verlo ir a trabajar con moretones mal disimulados. Cuando se enteró de que había estado sacando fuertes sumas de su cuenta bancaria, se preocupó aún más.

–El que te contara que estaba preocupada por mi hermano no te da derecho a acceder a información confidencial sobre las finanzas de la familia, ni siquiera para advertir a Charlotte de que no se acercara a él.

–Lo sé –dijo poniéndole la mano en la muñeca–. Lo que hice fue una estupidez. Me impliqué demasiado.

Ella estiró los dedos, ofreciéndole una vez más el anillo.

–Yo también.

–Marlowe, vivamos nuestro sueño –dijo desesperado, y frunció el ceño–. Una dinastía familiar, la unión de los Kane y los Campbell, lo que siempre quisimos.

–Lo que siempre quisiste tú.

Y durante una temporada le había seguido la corriente cada vez que le hablaba de la vida que construirían juntos: una boda de ensueño, viajes y, con el tiempo, hijos. Todo eso en cuanto ascendiera en Kane Foods con la ayuda de las inversiones de su propio padre.

Solo que la fecha de la boda no hacía más que alejarse cada vez más, y con ella sus esperanzas. Ahora, con la boda inminente de su hermano, Marlowe se había dado cuenta de lo tonta que había sido al esperar tanto tiempo.

–Tómalo.

Neil bajó la vista al anillo de diamantes que le ofrecía en la palma de la mano. El brillo esperanzado de sus ojos dio paso a algo frío.

–¿Qué te parece un beso de despedida? Por poner un punto final.

De repente se asustó al darse cuenta de que estaban solos en aquella parte de la casa. Con el salón principal lleno de gente, por mucho que gritara nadie la oiría.

–No, Neil –dijo dado un paso atrás.

–Recuerdo cuando me decías que esto te excitaba.

La tomó por la nuca y la sujetó. Marlowe sintió un hormigueo en el cuero cabelludo, puso las manos en su pecho y lo empujó todo lo fuerte que pudo.

–Neil, he dicho…

El beso fue tan breve como brutal. Apretó con tanta fuerza su boca a la suya que sintió sus dientes contra los labios unos segundos antes de que Neil se doblara bruscamente hacia delante.

Con el retumbar de sus latidos en los oídos, Marlowe se llevó la mano a los labios esperando encontrar sangre. Cuando comprobó que estaban limpios, miró más allá y vio lo que había pasado.

Era él, el hombre que había estado mirándola. Estaba allí, en la terraza, sujetando a Neil por el frente de la camisa mientras lo miraba desde su altura.

–Ha dicho que no –bramó–. ¿Es que no lo ha entendido? –añadió, levantando a su exprometido hasta que solo la punta de sus zapatos tocaba el suelo.

Neil lo miró con desprecio.

–Sí.

–Bien –dijo aflojando la fuerza–. ¿Qué va a hacer ahora, irse o prefiere que le saque de esta terraza de una patada en el trasero?

–Ya me voy –farfulló con voz aguda.

El hombre abrió el puño y Neil se tambaleó antes de recuperar su porte engreído. Se tomó su tiempo para alisarse la camisa y luego dirigió una larga mirada significativa a Marlowe antes de salir por las puertas correderas de cristal.

Cuando se hubo ido, el hombre se volvió hacia ella y la miró de arriba abajo con el mismo descaro que antes, pero también con preocupación.

–¿Está bien?

Marlowe se pasó una mano temblorosa por el pelo. Una mezcla de adrenalina, furia y miedo invadía su cuerpo.

–Estoy bien.

El desconocido se acercó un paso, como si fuera a llevar a cabo una exploración física.

–¿Está segura?

–Sí –contestó–. Puede irse.

Su mentón se tensó mientras arqueaba una ceja.

–¿Va todo bien?

Una suave brisa atravesó la columnata, trayendo consigo un olor a rosas y a lluvia.

–Sí –contestó y se volvió para recoger su copa de champán–. Dejando a un lado el hecho evidente de que no forma parte del grupo de mi padre, asumo que tiene alguna razón para asistir a este evento, aparte de andar merodeando por los balcones y comerme con la mirada.

Nada más pronunciar aquellas palabras, Marlowe se arrepintió. Siempre que se sentía humillada se le afilaba la lengua y nunca era capaz de controlarse.

–Se le olvida que la he salvado del impresentable de su prometido.

Aquello desencadenó un arrebato de ira en lo más profundo de su ser.

–¿Salvarme? Me ha estado desnudando con la mirada, nos ha seguido desde el salón como un mirón y luego ha irrumpido como si fuera Rambo sin que nadie le haya pedido ayuda. ¿Qué quiere que haga, que me desmaye o que dé saltos de alegría? Tengo bastante experiencia tratando con multimillonarios egocéntricos, pero muy poca con fisgones.

Las mangas de la camisa se le tensaron al cruzarse de brazos, una postura que parecía más defensiva que desafiante.

–En primer lugar, si cree que no me he dado cuenta de cómo me ha estado mirando es que está ciega o colocada. En segundo lugar, ¿me está diciendo que habría preferido que la hubiera dejado sola con Neil? –dijo pronunciando aquel nombre como si le amargara la boca.

–Lo que digo es que hay hombres que se congratulan de tener que rescatarme –replicó ignorando la primera pregunta.

Mientras se esforzaba en contener su indignación, trató de ignorar los detalles que le ofrecía su cercanía: la cicatriz de su ceja izquierda, el surco de su pómulo, la longitud de sus pestañas oscuras… La proximidad a aquel físico imponente despertó en ella su instinto básico de autoconservación.

El calor que irradiaba a través del tejido de su camisa acarició su brazo desnudo.

–Sé que aislar a una mujer del resto del grupo es una táctica clásica de depredador. Sé que la soberbia es un rasgo habitual en los tipos narcisistas. Sé que un hombre que se atreve a ponerle la mano encima a una mujer se merece que le saquen el hígado. No hay nada que justifique el comportamiento de un elitista engreído.

Marlowe lo miró perpleja. Antes de que pudiera decir nada, el hombre se agachó y recogió la sortija de compromiso del suelo.

Luego tomó su mano, se la volvió hacia arriba y le puso la sortija en el centro de la palma. Sus dedos largos y cálidos le cerraron el puño, y sintió que se le clavaba el anillo. Siguió apretándole la mano un momento más de lo necesario, sin apartar los ojos de ella.

Un cosquilleo subió por su brazo y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se fueron despertando hasta que sintió los latidos de su corazón en los labios, la piel y el vientre.

Cuando la soltó, la repentina pérdida de su calidez y presión le produjo una repentina sensación de abandono y frío a pesar del calor del final del verano.

–Disfrute del resto de la noche.

Aquellas palabras ásperas perduraron después de que se fuera y la dejara.

Marlowe no sabía qué le había sorprendido más, si dejar que tuviera la última palabra o quedarse con ganas de más, de más de él.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Marlowe Kane.

Laurent «Law» Renaud estaba sentado en la mesa del granero reconvertido en oficina después de que su hermano y él decidieran establecer allí la primera sede de la destilería 4 Thieves. Ante él, en la pantalla del ordenador, estaban los resultados de la búsqueda en Google en el modo de imágenes.

Marlowe con un traje de chaqueta posando con su padre y sus hermanos en las oficinas de Kane Foods. Marlowe con un vestido largo en una gala a beneficio de la investigación contra el cáncer. Marlowe bronceándose en la cubierta de un yate, boca abajo, con los tirantes del biquini sueltos.

Esa última imagen había sido captada por el objetivo de un paparazi. Por aquel entonces, según se leía en el artículo, la relacionaban con un importante magnate europeo de los medios de comunicación.

Fue la foto en la que más tiempo se detuvo, recorriendo mentalmente su espalda, la elegante curva de su cuello y aquellos hombros que se adivinaban tensos a pesar de que debía de estar relajándose.

Un silbido lo sobresaltó y rápidamente cerró la tapa del ordenador. Volvió la cabeza y vio a su hermano sonriendo sibilinamente desde el rellano de la escalera, con un puñado de órdenes de envíos en la mano.

–¿Quién es esa que finges no estar espiando? –le preguntó dejando los papeles en una esquina de la mesa de Law.

Remy, el tercero de los hijos de Charles «Zap» Renaud, había heredado el pelo oscuro de su padre y sus penetrantes ojos grises. Aunque era un poco más bajo que Law, su metro ochenta de altura tenía una complexión musculosa gracias al esfuerzo físico que requería su trabajo. Un hecho del que le gustaba presumir vistiendo casi exclusivamente vaqueros y camisetas.

–Nadie importante –farfulló Law.

–Entonces, no te importará enseñarme lo que estás viendo.

Remy se inclinó y abrió el ordenador. Al ver el rostro de Marlowe, levantó las cejas en un gesto de agradable sorpresa.

El deseo hizo mella en la entrepierna de Law al igual que la primera vez que la había visto bajar la escalera de Fair Weather Hall. Su gesto insolente, la ligera inclinación de su cabeza, el azul gélido de sus ojos, su melena recta como una cortina de color platino a la altura del mentón, las elegantes curvas de su cuerpo bajo el tejido del vestido… Aquel día su aspecto había sido el de una valquiria, una diosa guerrera.

Law se había quedado de piedra, incapaz de apartar la vista de ella. La forma en que lo había retado con la mirada solo había servido para enardecerlo aún más.

–No es tu tipo –aseveró Remy mirando la pantalla–, pero tiene ese aire de princesa… Cielo santo –dijo su hermano irguiéndose bruscamente–. ¿Es una Kane?

–Sí –contestó Law.

–Cielo santo –repitió Remy.

Se volvió a inclinar y con el ratón se desplazó por las imágenes que Law había pasado la mayor parte de la mañana mirando en vez de trabajar.

–¿Está soltera?

Law retiró la mano de su hermano.

–No es asunto tuyo.

Lo cierto era que ni él mismo conocía la respuesta después de lo que había presenciado la noche anterior. La ira lo asaltó al recordarlo. Los había visto desde el primer momento en que se habían encontrado. El desagrado de Marlowe había sido evidente: su gesto, su postura, su lenguaje corporal… Cuando vio cómo se la había llevado fuera, los había seguido y los había observado desde el otro extremo de la terraza, a una distancia prudencial.

Había tenido que contenerse para no arrancarle el brazo con el que su prometido la había agarrado.

–¿Qué tal te fue anoche?

Remy se sentó en la silla del escritorio que miraba hacia las hileras de alambiques de cobre que su hermano había construido con madera de una vieja iglesia que había en la finca. Después de largas temporadas trabajando en una plataforma petrolífera en alta mar, Remy y él habían dedicado todo el dinero ganado a hacer realidad su sueño, una propiedad de ocho hectáreas que se había convertido en su primera inversión para construir la destilería. Para ello, habían empleado todos los restos de madera y metal que habían encontrado en la propiedad.

Su padre siempre decía que quien guarda, halla. Nunca había entendido el significado de aquel dicho, puesto que Zap Renaud era consciente de que no podía aplicarse ni a él ni a sus cuatro hijos. Habían carecido de muchas cosas, empezando por su madre, que los había abandonado cuando Law tenía doce años. Por suerte, no les había faltado para comer, puesto que su padre había encontrado formas… creativas de adquirir comida.

Esa creatividad no la había empleado solo en comida y había afectado muy negativamente a su vida y a la de sus hermanos en muchos aspectos.

Law, el menor de los hermanos, tenía el mérito de ser el único de los Renaud que no había pasado nunca por la cárcel. Después de diez años del fallecimiento de su padre y, con la destilería finalmente dando beneficios, la suerte de los Renaud parecía haber cambiando.

Hasta hacía poco.

Law se encogió de hombros, estiró las piernas y se volvió hacia su hermano.

–Quiere mandar a alguien para que audite nuestra contabilidad.