Un beso inolvidable - Dani Collins - E-Book

Un beso inolvidable E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Miniserie Bianca 198 De novia despechada a... ¡aventura prohibida! Eden Bellamy debe casarse para salvar el negocio que acaba de heredar de su padre. Cuando la boda que pondría fin a sus problemas acaba convirtiéndose en una humillación pública para ella, decide salir huyendo con Remy Sylvain, el padrino de la boda. Pero elegirlo como chófer en su huida podría echar más leña al fuego, ya que años atrás compartieron un beso inolvidable… La rivalidad de sus familias los separó y aún hoy es un gran impedimento para que puedan dar rienda suelta a su poderosa atracción. Pero Eden está harta de reprimirse y de que el bienestar de los demás vaya siempre por delante. ¿Tan malo sería tener la noche de bodas con Remy que le arrebataron hace años?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Dani Collins

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso inolvidable, n.º 198 - abril 2023

Título original: Wedding Night with the Wrong Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417792

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Junio, Niagara-on-the-Lake, en la actualidad…

 

SE suponía que era el día más feliz de su vida, pero para Eden Bellamy no lo era.

Su novio era un buen hombre, de total confianza, y su matrimonio con él salvaría la empresa familiar que había quedado en peligro tras la muerte de su padre, Oscar Bellamy, hacía ya un año. Esa era su mayor preocupación y debería estar contenta por estar a punto de resolver el problema. Pero no lo estaba.

Fingió que era feliz. Dibujó una sonrisa mientras su madre se limpiaba las lágrimas de los ojos y le decía lo mucho que le hubiese gustado que su padre estuviera presente.

–Y a mí también, mamá. Ve a sentarte. –«Quiero que esto termine cuanto antes».

Su madre se alejó a toda prisa. El corazón de Eden se aceleró al verla marchar. «Espera. No me dejes. Sálvame».

La organizadora de la boda aseguró el micrófono al escote de su vestido e intentó bajar el velo de Eden. Ella la detuvo.

–Necesito ver las escaleras.

Estaba tan nerviosa que temía caerse al dar el primer paso. Micah no dejaría que eso sucediera, por supuesto.

Su hermanastro ejercía como padre de la novia. Con su habitual expresión estoica, permanecía junto a las puertas abiertas de la terraza observando a Quinn, la dama de honor de Eden, que con un gesto hizo que la comitiva nupcial se colocara en sus posiciones. Después instó a la niña de las flores a que tomara la mano de la prima adolescente de Eden mientras se dirigían a la parte superior de la escalera para la procesión hacia el césped.

–¿Lista? –La organizadora de la boda la puso más nerviosa aún.

–¿Funciona? –preguntó Eden por el micrófono, y escuchó su propia voz a través de los altavoces del exterior.

Con una sonrisa de satisfacción, la organizadora se esfumó. Segundos después, la música se detuvo. El murmullo de la multitud enmudeció.

A Eden se le revolvió el estómago. Una terrible sensación de que estaba cometiendo un error se apoderó de ella.

«Él no te quiere», se dijo a sí misma, igual que lo había hecho una y otra vez la noche anterior. Como todas las noches durante meses. Durante años.

Intentó enumerar todas las razones por las que casarse con Hunter Waverly tenía sentido, pero sus pensamientos se desviaron insistentemente hacia ese otro hombre, el que apenas la miraba. El que estaba al lado de Hunter ahora mismo.

¿Cómo era posible que lo único que le importaba de ese día era poder verle de nuevo? Estaría cerca de Remy Sylvain mientras pronunciase sus votos a otro hombre. Y a él no le importaría en absoluto.

Micah le extendió un brazo.

Las lágrimas se apoderaron de sus ojos mientras se acercaba para entrelazar el brazo con el suyo.

Afuera, las notas líricas del arpa la invitaban a cruzar el umbral de su nueva vida. El corazón empezó a latirle con fuerza, estaba muy nerviosa.

«No puedo hacer esto», pensó con pánico.

–¡Tú! –gritó una voz airada a lo lejos.

Le siguió el tono lastimero de una mujer:

–¡Papá, no! ¡Por favor!

–¿Qué demonios? –murmuró Micah, y se dirigió al borde de la terraza.

Eden lo siguió y miró a los cientos de invitados reunidos, todos de cara a la pérgola donde Hunter estaba de pie con sus padrinos y el oficiante de la boda.

Un hombre canoso con ropas desaliñadas agitaba un dedo hacia Hunter mientras su hija, presumiblemente, le tiraba del brazo, rogándole que se fuera. Tenía un bebé muy pequeño en brazos. El anciano se deshizo de su agarre y continuó reprendiendo a Hunter.

–¡Papá! –gritó la mujer–. Él no lo sabía. ¿De acuerdo? Nunca se lo conté.

Tras una pausa de asombro entre padre e hija, la voz de Hunter retumbó en los altavoces.

–¿Es cierto?

El cerebro de Eden se recuperó del estado de shock inicial para volver a la realidad de lo que estaba sucediendo. Aquel anciano estaba diciendo que Hunter era el padre del bebé que aquella mujer llevaba en brazos. Sus rodillas comenzaron a flaquear.

Hunter se quitó el micrófono y se lo entregó a un acomodador.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que Remy la estaba mirando.

Llevaba el mismo traje que el resto de la comitiva del novio, aunque a él le sentaba mucho mejor que a los demás. Se le veía muy elegante, sin perder una pizca de la masculinidad que destilaba normalmente.

Se había afeitado y llevaba el pelo recién cortado. Cada vez que contemplaba su altura y sus músculos siempre le provocaba un inevitable tembleque en su interior. En ese momento, su comportamiento le parecía más contenido que nunca. No se escandalizó en absoluto por lo que estaba pasando. Parecía estar observando cómo reaccionaba ella.

¿Lo había preparado todo él? ¿Tenía razón Micah? ¿Estaba Remy dispuesto a arruinar su boda? ¿Su vida?

A su lado, Micah murmuró una serie de maldiciones.

–Lo mataré. Esta vez lo haré de verdad.

En la pérgola, Remy le dio un codazo a Hunter. Hunter miró a Eden con cara de culpabilidad. Aquella mujer extraña también hizo lo mismo.

Hubo una pequeña pausa de indecisión, hasta que el corazón de Eden reaccionó y sintió cómo la humillación se extendía por todo su cuerpo.

La mujer con el bebé parecía igualmente mortificada. Su expresión se arrugó y se alejó a toda prisa.

Los dedos entumecidos de Eden soltaron el ramo de flores. Apartó su mirada de la expresión ilegible de Remy y se dirigió a la suite nupcial de la casa de huéspedes del viñedo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

París, cinco años antes…

 

EDEN estuvo a punto de dejar que Quinn fuera sola al Louvre. Ella ya había estado en el museo y siempre había muchísima gente, sobre todo alrededor del cuadro más famoso del mundo.

La cultura no era su prioridad cuando llegó a Francia. Quería visitar a su hermano y disfrutar de sus vacaciones, y para eso le bastaba con ir de compras, conocer los locales de moda y alquilar un barco cuando viajara a la costa.

A Quinn también le gustaban esas cosas, pero no había tenido la suerte de crecer en una familia con dinero. Construía su futuro a base de una educación pagada con becas y aprovechaba al máximo cada oportunidad de aprender.

Eden lo respetaba. En cierto modo, envidiaba a Quinn por la libertad de movimiento que tenía. Sin embargo, la ruta a seguir de Eden estaba grabada en piedra. Terminaría su carrera de Empresariales, heredaría Bellamy Home and Garden y mantendría el negocio en funcionamiento. Era feliz con su vida, pero a veces necesitaba desconectar de tanta presión.

A pesar de pertenecer a mundos distintos, Quinn era su mejor amiga. Estaban muy unidas y se ayudaban mutuamente.

–Pensé que sería más grande –dijo Quinn, balanceándose de puntillas mientras observaba el cuadro.

–¿No te has enterado? El tamaño no importa.

Una tímida risa detrás de ella hizo que Eden mirara hacia atrás.

Un hombre con unos vaqueros desgastados, botines de ante y una chaqueta de lino de color gris sobre una camisa verde con girasoles le robó el aliento. Llevaba la camisa abierta y mostraba un colgante de oro sobre su piel morena. Un santo protector, quizás. Era alto y de hombros anchos. Tenía la chaqueta remangada, dejando al descubierto el reloj Montblanc que llevaba en la muñeca. Su pelo era negro con rizos naturales y cortos y llevaba una perilla que enmarcaba su boca de labios carnosos. Cuando él la miró, Eden sintió un escalofrío por todo su cuerpo como no había sentido nunca. Automáticamente se sonrojo y su respiración se alteró.

–Sin embargo, la edad sí es importante –le dijo Quinn al oído.

Eden le hizo un gesto a Quinn para que se callara y le devolvió la sonrisa al hombre. Tenía diecinueve años, lo suficientemente mayor como para coquetear con alguien de veinticinco.

–¿Hablas inglés? –preguntó ella, consciente de que no era la mejor forma de entrar a alguien, pero, teniendo en cuenta la cantidad de gente que había en aquel museo de diferentes nacionalidades, era una pregunta bastante apropiada para iniciar una conversación.

–Sí. Soy canadiense. Como tú.

–¿Cómo sabes que somos canadienses? –Eden ladeó la cabeza con curiosidad.

–Por la manera de marcar las erres. –Señaló con la cabeza a Quinn–. El acento de Halifax. Y le pediste perdón al tipo que te metió el codo en la oreja.

–Te equivocas, soy de la Isla del Príncipe Eduardo –dijo Quinn, corrigiéndole con fingida indignación–. Voy a intentar acercarme a ver el cuadro. –Quinn introdujo su hombro entre la multitud.

Eden le tendió la mano.

–Me llamo Eden, y soy de Toronto.

–Remy. De Montreal.

Con la manos entrelazadas se miraron fijamente, hasta que a Eden la empujaron por detrás y perdió el equilibrio, chocando contra el cálido pecho de Remy. Por suerte, este la sujetó por el codo y recobró la compostura.

–Perdón… –dijo ella intentando disimular cómo se le ablandaban las rodillas al estar tan cerca de él. Sus mejillas se tornaban rosadas al sentir un agudo cosquilleo en todo el cuerpo.

–No hay problema. –El hoyuelo que él tenía cerca de la comisura de la boca era la cosa más hipnótica que ella había visto nunca, pero la mirada indulgente que le mostraba no le gustó tanto.

–¿Sois au pairs? ¿O es un viaje de graduación? No tenéis pinta de mochileras.

¿Pensaba que acababan de salir del instituto?

–Vengo todos los años a ver a mi hermano. –Ella quería ser sofisticada, pero probablemente parecía una presumida–. Tiene un apartamento aquí.

Era más bien un ático y una de las múltiples propiedades que él poseía. Y sí, Micah vivía en ese momento allí. Había organizado su vuelo y le había proporcionado una suma de dinero más que generosa, animándola a llevar a Quinn con ella. Micah, en realidad, era dulce y muy atento bajo la coraza de acero con la que se mostraba ante la mayoría de la gente.

–En septiembre volveremos a la Universidad McGill –aclaró Eden.

Remy asintió, y por su mirada parecía estar debatiéndose por dentro.

Eden se dio cuenta de que estaba tratando de decidir si ella era demasiado joven para él. Era inexperta en algunos aspectos, pero se daba cuenta de muchas cosas con rapidez. Salía con frecuencia, pero los hombres de su edad le parecían bobos en comparación con su hermano, que estaba a otro nivel y asumía grandes responsabilidades heredadas, demasiado pronto, de su padre.

La gente solía actuar de forma extraña cuando se enteraba de quién era ella y a qué entorno pertenecía. A veces parecían intimidados, otras veces se mostraban oportunistas. Así que siempre trataba de ocultarlo el mayor tiempo posible hasta que conocía mejor a las personas.

–¿Y tú? –preguntó ella–. ¿Estás de vacaciones con tu mujer o…?

Su boca se crispó y su mirada profundizó en la de ella al notar tanto interés.

–Estoy soltero –le aseguró–. Estoy aquí por negocios, pero tengo familia… –Hizo una mueca y miró su reloj–. He quedado con mi primo. La verdad es que llego tarde. ¿Vas a estar mucho tiempo en París? Uno de mis amigos tiene un club nocturno. Le prometí que me pasaría el viernes. ¿Qué te parece si le pido que te ponga en la lista? –Sacó su teléfono.

–Suena divertido. Eden y Quinn. –No le dio su apellido, no quería que la buscara. Tampoco le pidió que incluyera a Micah. No quería a su hermano ejerciendo de perro guardián.

–Llegaré sobre las once. No me decepciones. Me gustaría volver a verte.

Aquellas últimas palabras de él le produjeron tal excitación que se mantuvo durante días mientras arrastraba a Quinn por los Campos Elíseos en busca del vestido perfecto. Se decantó por uno plateado de cadenas metálicas con un ceñido escote halter y flecos en el bajo de la corta falda. Los zapatos eran unas sandalias de lentejuelas de diez centímetros con tiras que se enrollaban en espiral hasta las rodillas.

Quinn escogió un minivestido verde sin tirantes que eligió solo porque tenía bolsillos. Ella siempre era así de práctica, pero igualmente era una buena elección porque le sentaba genial.

Llegó el viernes y, aunque Quinn estaba espectacular con su preciosa melena pelirroja suelta, también irradiaba cierta tensión de camino al club.

–¿Pasa algo? –Eden estaba tan excitada que apenas podía quedarse quieta.

–No estoy segura. –Parecía algo nerviosa.

Eden se estremeció de aprensión, pero se distrajo con el letrero que decía Hasta el amanecer, en francés.

–Eso es. Jusqu‘à l’Aube –dijo Eden al chófer de Micah, y señaló hacia delante.

–Hay una cola larguísima para entrar –señaló Quinn.

–Eso significa que es un sitio popular. –A Eden le preocupaba un poco que fuera un lugar de mala muerte, pero estaba en una zona muy animada y exclusiva.

En la cola para entrar había una multitud de risueñas veinteañeras vestidas con minifaldas elegantes y con brillo. Lanzaron una mezcla de miradas curiosas y hostiles cuando el coche se detuvo al final de la pasarela cubierta de la discoteca y salieron Eden y Quinn.

–Nos odian. ¿Por qué no hacemos la cola como las demás? –preguntó Quinn en voz baja.

–Estamos en la lista. –O eso esperaba. Remy había parecido interesado en ella. Si finalmente no se encontraba con él en ese local, ella se llevaría una gran desilusión.

Se puso nerviosa al dar sus nombres, pero al momento les abrieron la puerta para entrar. En el interior, el público se movía al ritmo de la música del DJ bajo luces de colores parpadeantes. Una empleada las dirigió hacia la zonaVIP, donde Remy se encontraba sentado en un sofá en forma de U.

Era el hombre más atractivo que había visto nunca. Él se levantó y esbozó una sonrisa, besando cada una de sus mejillas como si se alegrara verdaderamente de verla. Como si fueran amigos de toda la vida. O algo más. Llevaba unos pantalones negros con unas zapatillas de deporte rosa neón y una camiseta negra bajo una americana de seda azul con un estampado rosa.

Las presentó a sus amigos, pero lo único que escuchó Eden fue que uno de ellos era su primo y que trabajaba en el Louvre. La mujer que llevaba largas trenzas y esmalte de uñas blanco brillante las saludó con una gran sonrisa. Una pareja se levantó para ir a la pista de baile. Otros dos hombres se unieron a ellos, haciendo sitio en el sofá para que Eden y Quinn se acomodaran junto a Remy.

–¿Champán? –Remy tomó una de las botellas abiertas–. ¿Ron? ¿O preferís otra cosa?

Eligieron el champán. Eden se inclinó hacia Quinn mientras aceptaba la copa que le ofrecía Remy.

–Esto debe de ser lo que se siente al ser rico y famoso.

–Tú eres rica y famosa –se burló Quinn.

–No de esta manera… –El rico era Micah.

Quinn agradeció con una sonrisa la copa que le ofrecía Remy y esperó a que él llenara la suya para brindar y beber un sorbo.

Eden apenas podía sostener la copa con firmeza. Tenía tan cerca a Remy que podía sentir cada uno de sus movimientos. Olía tan bien como su aspecto hacía sospechar, a verano y a especias. Y quizás a lujuria, pero eso podría ser la imaginación de ella.

Sus miradas se cruzaron. Ella quería escuchar todo lo que él tuviera que decir, quería quedarse exactamente así, hirviendo de excitación. Estaba completamente embriagada.

Los labios de Remy le rozaron la oreja mientras se acercaba a ella para preguntar:

–¿Quieres bailar?

Asintió con la cabeza y miró a Quinn. La amiga también respondió con un gesto dando su aprobación. Uno de los compañeros de Remy la miró esperanzado, pero Quinn estaba más pendiente de su teléfono.

Pasaba algo, pero Eden estaba demasiado ansiosa por bailar con Remy, así que ya la interrogaría más tarde.

¡Remy era tan sexy! Además de ser rico, vestir bien y ser una persona que destilaba seguridad en sí mismo, también bailaba bien. Se movía dejándose llevar por el ritmo, mirando fijamente a Eden y haciéndola sentir la mujer más deseada del mundo.

Le encantaba bailar. Pero aquello era algo más que eso. El baile era una excusa para rozarse y explorar sus cuerpos.

Aquello eran juegos preliminares. Se había besado y jugado un poco con otros hombres, pero siempre de manera curiosa, nunca sintiendo una atracción tan potente como en ese momento. Su deseo de estar más cerca de él, de apretarse contra él, era una fuerza tan grande que pensó que iba a estallar en cualquier momento.

Cuando alguien tropezó con ella, el hechizo estuvo a punto de romperse. Remy la sacó rápidamente de la pista de baile y la llevó a un rincón al final de la barra, con el ceño fruncido por la preocupación:

–¿Estás bien?

–Sí, muy bien…

Estaba embelesada por tenerle tan cerca, con sus labios a escasos centímetros.

Actuando por instinto, deslizó su mano por el hombro de él y presionó ligeramente en señal de invitación. Remy no tardo en responder, atrayéndola hacia él por la cintura.

Una sensación de plenitud la envolvió cuando sus labios se encontraron. Notó que algo florecía en su interior. Era él. Lo supo por la forma en que sus brazos se cerraron en torno a ella de un modo suave y poderoso a la vez, aplastándola con ternura. Reclamando, pero diciéndole que era preciosa e importante.

Las luces de colores y la música que amplificaba los latidos de su corazón la hacían sentir en un sueño. Durante unos segundos, ocuparon una dimensión común de tiempo y espacio. Entre ellos no había más que electricidad y placer. Era perfecto. Totalmente perfecto.

Y sentía tanta calidez… Se inclinó un poco más hacia él y Remy reaccionó agarrando su trasero y enredando la lengua con la de ella con más pasión. Eden le rodeó el cuello con los brazos y…

Remy retrocedió un paso de repente, soltándola de una manera tan brusca que ella se tambaleó para recuperar el equilibrio. En el mismo instante, él se giró para enfrentarse a alguien.

No. Se dio cuenta de que en realidad lo habían arrastrado. Arrastrado a una confrontación que se convirtió en una pelea de empujones.

–¡Micah! –gritó horrorizada a su hermano–. ¡Detente!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El anterior mes de octubre…

 

ESA noche sería su primera cita como pareja.

Vienna, la hermana de Hunter Waverly, los había presentado el mes anterior. Habían empezado a salir de forma casual. Él estaba muy preocupado por un tema judicial que podía perjudicar a su empresa de telecomunicaciones, Wave-Com. La sentencia final había llegado hacía tan solo unos días, Hunter iba a organizar una velada para celebrar su victoria y quería que Eden estuviera a su lado.

–Quiero que la gente sepa que vamos en serio. Has estado a mi lado en los momentos difíciles. Eso es un buen augurio para nuestro futuro.

¿De verdad creía él que ella tenía tanta libertad de decisión como para pensar que salir con él había sido un acto de lealtad? Teniendo en cuenta el peligro que corría su propia empresa familiar, ella era en realidad un lastre. Tenía que sincerarse antes de que las cosas fueran más lejos.

–No quiero que me malinterpretes –le dijo titubeante–. Necesito que entiendas en qué te estás metiendo antes de que hablemos de si tenemos un futuro juntos.

Eden había estudiado mucho para tomar las riendas de Bellamy Home and Garden. Había trabajado en la tienda a los catorce años y luego había pasado a un puesto en la oficina central a los dieciséis. Durante la universidad, había asumido mayores responsabilidades, dirigiendo campañas de marketing, negociando acuerdos con los compradores y trabajando en políticas de inclusión con Recursos Humanos.

Había creído que se había ganado el respeto de la junta directiva y, cuando su padre falleció, pensó que tenía el apoyo de todos para ser la próxima presidenta de BH&G.

Sin embargo, los cuchillos no tardaron en salir. Descubrió que los movimientos desleales ya habían comenzado con los primeros coletazos de salud de su padre. Mientras los problemas económicos golpeaban a la empresa, un puñado de accionistas había inyectado capital con una cláusula que era una bomba de relojería. Si no obtenían una rentabilidad garantizada a finales del año siguiente, asumirían el control de la empresa.

Ya estaban intentando echar a Eden. Si no luchaba con todas sus fuerzas, el legado de su familia acabaría convirtiéndose en cenizas. Todas las opciones para impedirlo estaban sobre la mesa, incluido un matrimonio concertado.

–Por eso dejé que Vienna nos presentara. No quería sacar el tema cuando estabas luchando contra tus propios dragones, pero no puedo seguir callada.

–No me dan miedo los dragones –dijo secamente, pues acababa de triunfar contra uno–. Estoy seguro de que juntos podríamos con cualquier cosa.

Por primera vez en mucho tiempo, Eden se permitió una pizca de optimismo. Su sonrisa era natural mientras estaba junto a Hunter, saludando a sus invitados. Tal vez no estaba enamorada de él, pero de verdad creía que podría hacerlo. Algún día.

Tampoco aspiraba a un enamoramiento que le hiciera temblar las piernas. No quería volver a sentir el anhelo en su alma. Lo que había pasado aquella lejana noche en París había sido tan solo el juego de un canalla con las feromonas en ebullición. No había sido real, así que no quería atormentarse más con aquello.

Pero lo hacía. La atormentaba de verdad. Comparaba a todos los hombres con aquella experiencia vivida. Hunter también era culpable del delito de no ser él.

Si Vienna no hubiera forzado las cosas, jamás habría llegado a aquella situación con Hunter. Había dejado claro que quería tomarse las cosas con calma. No habían tenido sexo y probablemente no lo tendrían hasta que estuvieran casados. A Hunter le pareció bien.

Tal vez, si él hubiera encendido su fuego como lo había hecho Remy, ya habría perdido su virginidad, pero el único hombre que la había hecho desear el sexo era el mayor enemigo de su hermano.

Era confuso y le hacía preguntarse si poseía alguna perversión oculta que anhelaba lo prohibido.

–Ahí está –dijo Hunter con cálido afecto, excusándolos de su conversación con una pareja de Nueva York y llevándola hacia un hombre que hizo que todo su cuerpo se sintiera como si se helara, se volviera pesado y difícil de manejar.

–Eden, este es Remy Sylvain. Eden Bellamy –los presentó Hunter, y luego añadió a Remy–: ¿Recuerdas cuando dije que Vi intentaba hacer de casamentera? Resulta que al final sí tiene buen ojo para las parejas.

Remy estaba más guapo aún de como lo recordaba.

Su mirada la atravesó.

–Es un placer conocerte. –Su voz era fría. Le ofreció la mano.