Un corazón valiente - Carole Mortimer - E-Book

Un corazón valiente E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Durante algún tiempo, Cat estuvo saliendo con un hombre que no la amaba, solo fingía hacerlo para lucrarse a costa suya. La joven sufrió tanto que se prometió a sí misma que nunca volvería a confiar en ningún otro hombre... hasta que apareció su nuevo vecino, el enigmático e insólito Caleb Reynolds. No había ninguna duda de que era atractivo y, además, tenía un hijo encantador. Sin embargo, Cat no podía evitar sospechar de Caleb. La joven ansiaba rendirse a su encanto, pero eso implicaba que tendría que vencer sus reservas, olvidar los miedos del pasado... y contarle un secreto que tenía bien guardado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Carole Mortimer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazon valiente, n.º 1462 - julio 2021

Título original: A Man to Marry

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-855-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

POR LO que más quieras, Gemma, vístete y márchate! ¡Está a punto de llegar!

De hecho, ya había llegado…

Cat se había quedado parada ante la puerta del apartamento llamando con los nudillos brevemente, teniendo en cuenta que estaba entreabierta. Graham había olvidado cerrarla apropiadamente. Al entrar, Cat se dio cuenta de que el motivo del olvido no había sido un despiste, sino algo mucho más pasional…

Cat se había quedado paralizada, mientras oía la voz de Graham a lo lejos. Aquel hombre se había enamorado supuestamente de ella e incluso le había pedido que se casaran y ahora, estaba hablando en la cama con otra mujer, llamada Gemma.

—Me gustaría que todo este asunto terminase de una vez, Graham… —decía la voz de Gemma con cierto aburrimiento, mientras se levantaba de la cama—. ¿Por qué no le preguntas de una vez lo que quieres saber y de paso, le pides mi anillo de compromiso? Las chicas de la oficina han empezado a preguntarme por qué ya no lo llevo.

Cat se miró el solitario de diamante que llevaba en la mano izquierda y que le había regalado Graham la semana pasada, cuando le pidió que se casara con él. ¡En realidad, el solitario pertenecía a Gemma!

—Ten un poco de paciencia, Gem —le rogó Graham a su compañera, suavemente—. Se supone que vamos a hablar de los detalles de la boda esta noche…

—Eso es algo que a mí también me gustaría discutir… nuestros planes de boda —repuso Gemma, amargamente.

—Tan pronto como tenga este asunto en el bote —le prometió el hombre, atentamente—. Voy a poder sacar millones con la historia. Puede incluso que la coloque en el extranjero; al fin y al cabo, tiene gancho a nivel internacional.

«¿Historia? ¿A qué historia se refería?» Sólo existía una historia que valiese la pena en la vida de Cat: la relación sentimental que tenían en común. Había comenzado con un noviazgo rápido para culminar en un compromiso formal… protagonizado por el anillo de Gemma.

Las lágrimas bañaban los ojos de Cat. Había creído a Graham cuando él le había dicho que se trataba de un hombre de negocios acomodado, que viajaba a menudo, razón por la cual no podían estar juntos todo el tiempo que quisieran.

Lo había creído cuando le confesó que se había enamorado de ella, que quería tomarla por esposa e instalarse definitivamente a su lado. Incluso habían hablado de tener niños…

Pero ahora resultaba que él no era más que un mentiroso y un impostor, un periodista cualquiera cuya única obsesión consistía en escribir un reportaje que le hiciera rico y famoso… destruyendo de paso la vida de la persona que le había facilitado la historia.

—Pero es que todavía no veo claro…

—Es que todavía no has captado bien el asunto, Gemma —decía Graham, impacientemente—. Los planes de boda implican el encuentro con sus familiares y amigos. Cuando llegue ese momento, el reportaje será mío.

¡Eso era lo que él se creía! ¡La podía haber engañado, pero el sorprendido ahora, iba a ser él! Se quitó el anillo de compromiso y lo puso sobre la mesa del vestíbulo, para que el propio Graham descubriera lo que había sucedido. De ese modo, se iba a quedar sin reportaje y sin la fortuna que pensaba acumular.

Cat se marchó sigilosamente del apartamento, sin mirar atrás. Era la última vez que confiaba en un hombre…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TOBY, inténtalo de otra manera… —exclamó Cat riendo abiertamente delante del joven y columpiándose en la hamaca del jardín.

Sus piernas estaban estiradas reposando cómodamente sobre los muslos de su amigo, que estaba sentado al otro lado del balancín.

—¡Mira que proponerme que nos acostemos juntos para acallar las malas lenguas del pueblo! ¡Después de todo, está claro que Kate y yo no formamos una pareja! —siguió riendo la joven con los ojos verdes más brillantes que nunca—. Has leído demasiada prensa barata…

Él sacudió la cabeza, atractivo a su manera, vestido con vaqueros y una camisa con el cuello y los puños sin abrochar. No obstante, su aspecto informal no era un indicio de sus finanzas, pensó Cat. Toby era un pintor en la cumbre del éxito, pero le gustaba hacerse pasar por un artista obligado a vivir ajustadamente en una buhardilla.

—No es normal que dos chicas guapas y sin compromiso vivan juntas con la abuela de una de ellas en su vieja mansión —comentó indignado Toby—. Y sin un hombre que os haga compañía.

—Tú nos haces compañía —repuso Cat burlonamente—. Al menos nos acompañas cuando nos reunimos para comer.

Los cuatro amigos habían terminado de comer hacía una hora. Cat y Toby disfrutaban de la sobremesa del domingo conversando en el jardín, mientras que Kate andaba por la casa y su anciana abuela estaba descansando un rato.

—Yo no me preocuparía mucho por Kate y por mí —continuó diciendo Cat—. Lo más probable es que el pueblo piense que entre nosotros tres, hagamos un ménage à trois.

Toby le sugirió que podrían acostarse en grupo o sólo con ella, una vez a la semana. Llevaba diciéndolo desde que se habían conocido, varios meses atrás. Cat y Kate se habían acostumbrado a sus propuestas, hasta el punto de que si dejaba de hacerlas se sentían decepcionadas. Pero, en el fondo, todos sabían que Toby estaría horrorizado si las jóvenes tomasen al pie de la letra sus ofrecimientos. Toby era encantador y, además, muy divertido por lo cual, ninguna de las dos amigas tenía ningún inconveniente en seguirle el juego.

La mirada del joven se agudizó con el comentario.

—¿Realmente piensas que creen eso?

Estaba claro que le gustaba la idea.

Cat rió de nuevo por la expresión de pillastre que iluminaba la cara de Toby.

—Estoy convencida —respondió ella, sintiéndose mayor que su amigo que a los treinta y cinco, le sacaba diez años. Para Cat, el joven era como un hermano menor travieso… nada más.

—Pero…

—¿Cat? ¿Se puede saber dónde estás, Cat? —alzó la voz Kate, saliendo al jardín para localizar a su amiga.

Toby se puso en cuclillas sobre el asiento en el que se encontraba en cuenta oyó los primeros gritos de la otra chica, haciendo muecas ridículas.

—Viene el dragón de Lady Cometh —murmuró el joven en tono de conspiración—. Estémonos quietos y tal vez se marchará.

Pero los dos sabían que aquello era inútil. Cuando Kate se empeñaba en hacer algo, no paraba hasta salirse con la suya.

—¡Eso no está bien! —comentó Cat dándole un golpe a Toby en el brazo, de broma.

A continuación, la chica se arrellanó en el balancín y se dio impulso de nuevo para darle más movimiento al columpio.

Kate apareció en el patio, con el ceño fruncido, buscando a los otros chicos. Sin embargo, esa expresión momentánea no afeaba la perfecta belleza de su rostro, ni el dorado esplendor de su larga melena rubia. Llevaba un conjunto de falda y blusa que le daba cierto aspecto serio a su elegante figura, convenientemente provista de formas.

—Estamos aquí, Kate —le dijo Cat a su amiga, haciendo un gesto con la mano.

—¿Por qué has hecho eso? —replicó Toby a su lado.

Cat sonrió exageradamente a su amigo.

—Sí, ya sé lo que vas a decir: ¿por qué no quieres tener tus propios hijos en vez de cuidar los niños de otras personas durante todo el día? Y yo te responderé: te agradezco que quieras ser el padre de mi hijo, pero de momento no tengo intención de ser madre.

Toby hizo como si despreciara la ligereza de su amiga.

—¿Por qué será que ninguna de las dos me toma en serio? —gruñó el joven—. En el pueblo, las otras chicas piensan que soy interesante y bohemio, mientras que Kate y tú me tratáis como si fuera simplemente un chiquillo travieso…

No cabía duda, a pesar de su aspecto un tanto desaliñado, de que Toby era un joven con fama y dinero. Había expuesto su obra tres veces en una prestigiosa galería de arte londinense y había conseguido vender absolutamente todos los cuadros. Pero lo que estaba claro era que, a pesar de las invitaciones para comer en la mansión y alguna que otra salida por la noche para tomar una copa, ninguna de las dos chicas le tomaba en serio.

Cat puso las piernas en el suelo, sentándose correctamente, mientras observaba cómo se acercaba Kate hacia el rincón del manzano bajo el cual se encontraban instalados.

—Como somos unas crías es estupendo contar con un hermano pequeño y travieso —le aseguró Cat a Toby, mientras sonreía a la joven que se había sumado a la reunión bajo el viejo árbol.

—¿Qué tal estás? —le preguntó ella.

—Bien. Vosotros sí que tenéis buen aspecto —contestó Kate, dejándose caer en el balancín acolchado—. Siento molestarte, Cat, pero te recuerdo que viene el padre de un alumno dentro de media hora.

La chica lo había olvidado completamente.

—Me voy volando a cambiarme de ropa —dijo la joven estirándose como un felino, con el abundante cabello rojizo y los brillante ojos verdes más espectaculares que nunca. Era muy atractiva y tenía la piel bronceada de haber disfrutado durante el verano horas y horas en el jardín de la casa.

—¿Viene el padre de uno de los niños a veros un domingo por la tarde? ¿Es que no se dan cuenta de que necesitáis descansar alguna vez? —preguntó Toby con cara de desprecio.

—Un padre siempre es importante para nosotras, Toby —replicó Kate.

Las dos jóvenes eran copropietarias de la única escuela infantil de la zona. Estaban siempre disponibles para atender a los padres de los niños que cuidaban a lo largo de la semana.

—Además —añadió Kate—, se trata del padre de un posible nuevo alumno, con lo cual debemos esforzarnos en dar una excelente imagen si queremos hacer un buen negocio. Excusarnos porque se trata de un domingo, no es la mejor manera de quedar bien.

—Por eso vivimos en esta vieja mansión —dijo Cat poniendo mala cara—. Necesitábamos una casa lo suficientemente grande para nosotras tres y para albergar la escuela, los columpios y las instalaciones requeridas por los críos.

La escuela había tenido mucho más éxito de lo que habían esperado en el momento de la inauguración, varios años atrás. Sin embargo, seguían tomándose muy en serio a los clientes, aunque se tratara de un domingo. Además, era precisamente porque los padres trabajaban a lo largo de la semana por lo que necesitaban llevar a sus hijos al centro.

Además, Caleb Reynolds había insistido en que la cita fuera un domingo…

—Por favor, ponle a Kate limonada mientras voy a vestirme a mi cuarto —le sugirió a Toby con buen ánimo—. Estaré lista dentro de diez minutos.

Cat sacudió su cabeza color de fuego, con energía. Aunque Toby fuese atractivo, triunfador y muy agradable había algo que se le escapaba. No la impresionaba. ¡Eso era! No había en él la mínima posibilidad de peligro ni suscitaba el deseo de afrontar un reto para una chica.

Sin embargo, el hombre que apareció puntualmente a las tres de la tarde poseía ventajosamente ese tipo de alicientes.

Kate, que le había abierto la puerta, le introdujo en un salón amplio donde Cat iba a llevar a cabo la entrevista. De nuevo, la joven profesional tuvo la impresión de que aquel padre se excedía en demostrar los encantos que le faltaban al pobre Toby…

Medía más de un metro ochenta, tenía el pelo corto y oscuro, y las sienes plateadas. Sus ojos eran grises y solían mirar fríamente de arriba a abajo, guiados por la larga arista de su nariz.

Aunque sólo debía tener cinco años más que Toby, aquel hombre, tenía un aspecto sofisticado, de haber vivido intensas experiencias. Algo que Toby, por mucho que se diera aires de bohemio, nunca llegaría a suscitar.

Caleb Reynolds poseía anchos hombros e iba vestido con un traje cruzado gris oscuro, camisa blanca y corbata de seda de color azul. Tenía aspecto de ser fuerte y muy masculino, pero la sensación de poder que irradiaba residía en su total confianza en sí mismo.

Cat estaba tan impactada por la presencia de Caleb Reynolds que apenas había visto a su hijo, que se encontraba entre sus piernas, observándola con insistencia. A veces, los padres no se atrevían a llevar a sus hijos la primera vez que visitaban la escuela infantil. Pero Caleb Reynolds no había tenido ese problema.

Cat se quedó mirando al niño y se dio cuenta de que aquel pequeño, con esos ojos tan expresivos y la piel tan clara, no se parecía al resto de los alumnos.

La joven en seguida se puso a tratar al niño con confianza: era consciente de la falta de cariño que experimentaba aquel crío. La mayoría de los niños y niñas que llegaban cada día, requerían cuidados y estímulos, porque sus padres no podían ocuparse de ellos mientras estaban trabajando, pero tenían todo el amor de sus progenitores. Sin embargo, Caleb Reynolds con su traje impecable y sus brillantes zapatos hechos a mano, ¡no se parecía en nada al resto de los padres!

—Le presento a Caitlin Rourke, mi socia —dijo Kate, haciendo caer en la cuenta a Cat de que apenas podía asesorar a su amiga acerca del señor Reynolds y su hijo—. Cat, éste es el señor Reynolds y el niño es…

La joven se quedó mirando al pequeño, interrogándole con una amplia sonrisa.

—Adam —contestó su padre precipitadamente, situándole con cuidado delante de él y apoyando sus manos firmemente sobre sus pequeños hombros—. Se llama Adam Reynolds.

Las palabras del hombre sonaron a la defensiva. Caleb Reynolds no parecía tener por costumbre que le desafiaran, y, ¡menos aún tratándose de su hijo!

Cat se quedó pensando por qué tendría esa sensación de sentirse vulnerable: ni el padre ni el hijo se parecían físicamente. En efecto, su hijo era de pequeña estatura para su edad y tenía los cabellos rubios. Poseía unos ojos muy expresivos de color negro.

—Encantada de conocerte, Adam —dijo Cat, acercándose en cuclillas para darle la mano, dedicándole una afectuosa mirada. Al tacto, la mano del niño resultaba pequeña y ligera como el ala de un pájaro. La profesora se dio cuenta de que aquel pequeño era muy delicado si lo comparaba con el resto de sus alumnos de tres años y medio.

—Adam no se ha encontrado bien —comentó su padre—, pero ahora ya está mejor.

Cat siguió mirando a Caleb Reynolds. Lo normal cuando tenían la visita de algún padre era que estuviera acompañado de su esposa. ¿Dónde se encontraba la madre de Adam, su mujer?

—Voy a preparar un poco de té. Vengo en seguida —dijo Kate eficientemente—. ¿Vienes conmigo, Adam, y te doy un vaso de zumo?

La impaciencia de Kate con los adultos desaparecía por completo cuando se encontraba con los niños.

Ella adoraba a los críos tanto o más que su amiga. Los trataba con el cariño y la confianza de ser querida por ellos de inmediato, como si reconocieran en ella una sensación de bienestar, más allá de su austera forma de ser. Por eso, a Cat no le extrañó que el niño se marchara con su amiga, a pesar de que vaciló tímidamente cuando estaban a punto de traspasar la puerta. Se volvió para mirar a su padre que le apoyó asintiendo con la cabeza y salió finalmente detrás de Kate.

—¡Es sorprendente! —comentó Caleb Reynolds, viendo cómo su hijo se había alejado de él con una desconocida—. Adam no se ha querido separar de mí ni un minuto en los últimos seis meses.

—¿Qué es lo que ocurrió hace seis meses? —preguntó ávidamente Cat.

—Su madre murió —respondió el hombre, desafiando la mirada de la joven profesora.

No había dicho mi esposa murió sino su madre murió.

«¿Habría significado mucho para él la muerte de su mujer?»

—Tuvieron un accidente de coche. Alicia se mató, Adam salió despedido del coche y se rompió un brazo… Yo no me encontraba con ellos en ese momento —dijo el cuarentón, reprochándose sus propias palabras.

No se daba cuenta de que ella no iba ni a criticarlo ni a juzgarlo por ello. ¡Aquel hombre ya se había autocastigado lo suficiente durante los últimos seis meses!

—Adam es un niño muy guapo —comentó Cat, diplomáticamente.

¿Qué más podía decir? No sabía nada del padre, ni del hijo, ni tampoco de la madre. Como profesora necesitaba conocer el ambiente en el que había crecido el pequeño y era evidente que Caleb Reynolds lo sabía. No le habría apetecido contar nada de su vida, pero era tal el amor que sentía por su hijo, que con un poco de tiempo acabaría por hacerlo. Y así fue.

—Adam lleva seis meses sin hablar —articuló con cierta dificultad el padre.

La profesora frunció el ceño: era muy cruel pensar que un niño tan guapo tuviese que enfrentarse a su mundo de silencio.

—Y fue a causa del accidente… —quiso confirmar la joven, con aplomo.

—Tuvo un shock. ¿Le importa si nos sentamos? —preguntó Caleb Reynolds—. En este momento, me encuentro como un chiquillo que ha hecho una travesura y ha sido llamado por su tutor.

A Cat le parecía que al padre de Adam no le importaban excesivamente sus propios sentimientos, era demasiado arrogante y estaba demasiado seguro de sí mismo para que le importaran ese tipo de asuntos. Pero no vendría mal que estuviese sentado mientras mantenían la entrevista; así dejaría de mirarla desde las alturas.

—Por favor, siéntese. Estaba usted hablándome de Adam —apuntó la profesora, acomodada en el sofá, mientras su interlocutor estaba sentado en un sillón frente a ella.

Caleb suspiró profundamente y siguió hablando.

—Dejó de hablar cuando lo encontraron después del accidente. Entiende lo que le dicen y actúa razonablemente cuando es necesario…¡Quizá demasiado rápido! Pero no ha vuelto a…

El padre tuvo que parar de hablar para respirar agitadamente.

—¿Cómo era Adam antes del accidente? —quiso saber Cat.

El niño tendría que separarse tarde o temprano de su padre, de lo contrario, Caleb Reynolds acabaría compartiendo guardería con quince niños traviesos…

El rostro afilado que estaba sentado cómodamente enfrente de ella, sonrió relajado. ¡Estaba mucho más atractivo en esa actitud!

—Hasta hace seis meses, Adam era como cualquier niño de su edad. Se reía continuamente, no tenía miedo y no quería saber nada de los límites que le poníamos. Pero lo que más hecho de menos es su risa. Recuerdo cuando volvía a casa después de un frustrante día de trabajo y le oía reír… Era un chico cariñoso y amable, lleno de alegría —dijo de un tirón su padre, mirando a la profesora con la mirada desolada.

Cat tragó con dificultad. Aquel hombre no sólo había perdido a su esposa, sino también al hijo que había querido tanto, convertido ahora en un niño nervioso y temeroso hasta de su sombra.

—Aquí estamos —interrumpió alegremente Kate, con una bandeja en las manos—. Espero que no le moleste señor Reynolds, pero nos hemos dado una vuelta por la escuela mientras el agua se calentaba. Le han encantado los columpios y el tobogán del jardín, ¿verdad, Adam?

Kate le estaba tendiendo con la mano el zumo de frutas y un plato con un trozo de bizcocho. Los colocó sobre la mesa que se encontraba frente a él, teniendo en cuenta que se había sentado en el sofá, al lado de Cat.

El niño sonrió y asintió con la cabeza antes de tomar el bizcocho de chocolate y darle un gran mordisco.

—¡No hay ningún problema con tu apetito, por lo que veo! —murmuró Kate, antes de dirigirse a los adultos—. ¿Quiere usted una taza de té, señor Reynolds?

—Sin azúcar, gracias —asintió el hombre, que iba elegantemente vestido.

Cat observó por encima de su taza al padre y al hijo y fue consciente de los profundos lazos de amor que unían a ambos, dándole al arrogante progenitor un aire mucho más humano.

Caleb bebió el té lentamente, ignorando el bizcocho y las galletas que había traído Kate para acompañarlo.

—Esta casa es realmente hermosa —comentó educadamente, entre sorbo y sorbo.

—Muchas gracias —respondió amablemente, la joven más bella, mientras Cat le dejaba las riendas de la entrevista.

—Ambas estamos muy contentas de vivir aquí. Y por supuesto, es ideal para albergar nuestra escuela.

Caleb Reynolds asintió y preguntó:

—¿Viven con ustedes el señor Rourke y el señor Brady?

—No —respondió secamente Cat, mirándolo con sus ojos verdes llenos de sarcasmo, pensando si era uno más de los que pensaba que entre Kate y ella había una relación de pareja.

Él le devolvió la mirada, sin hacer ningún otro comentario. No es que careciera de curiosidad para seguir preguntando, sino que no quería continuar viendo esa expresión de desprecio en el rostro de la joven profesora pelirroja.

—Estoy viviendo en una villa de alquiler a las afueras del pueblo —dijo el cuarentón, cambiando de tema—. No sé si la conocen, se llama Rose Cottage.

—Sí, claro que la conocemos —contestó Kate, sonriendo—. ¿No tiene intención de permanecer en este lugar por mucho tiempo?

—Depende —repuso lacónicamente el señor Reynolds.

—No se preocupe —rió Cat en voz baja—. No importa el tiempo que vaya a vivir en el pueblo: aceptaremos la asistencia de Adam con mucho gusto.

El padre del niño recuperó rápidamente el control.

—No estaba preocupado —dijo el hombre, fríamente.

Probablemente tendría tanto dinero que no podía asustarle la posibilidad de que su hijo se quedara unos días sin guardería, en el caso de que cambiase su lugar de residencia, ni el hecho de tener que matricularle en otra escuela.

—¿Trabaja usted por la zona? —preguntó Kate, mucho más hábil para las entrevistas que su amiga.

—No exactamente.

Una vez más se las había arreglado para contestar, proporcionando el mínimo de información posible.

Como había podido comprobar anteriormente Cat, a Caleb Reynolds no le gustaba hablar de sí mismo. Le había contado lo poco que sabía de Adam dadas las circunstancias que estaba atravesando el niño.

Lo que estaba claro era que no sabía demasiado bien lo que era vivir en un pueblo. Lo que no supiera Lilley Stewart, la vendedora de comestibles y encargada de la estafeta de Correos, seguramente es que no era lo suficientemente interesante como para ser comentado. A esas alturas, seguro que Caleb Reynolds era uno de los personajes favoritos de sus cotilleos. Todo aquél que llegara a su establecimiento sería informado rigurosamente sobre la vida del cuarentón y de su hijo, y convenientemente interrogado para recabar más información sobre ambos.

¡Si se ocupaban del hijo del señor Reynolds cinco días a la semana, Kate y Cat estarían en plena línea de fuego informativa! Pero, evidentemente, la vida en el campo tenía que tener algún que otro inconveniente…

Como el hombre parecía estar leyendo los pensamientos de las dos socias les comentó, arrastrando las palabras:

—Creo que soy una persona sin mucho interés, pero sospecho que ustedes habrán protagonizado los comentarios de los vecinos del pueblo durante muchos días.

Cat captó su mensaje al vuelo. A él no le gustaba salir a la palestra, sin embargo, no le importaba dar un giro a la conversación, poniéndolas en evidencia.

—De hecho, sé que en el pueblo se hicieron muchos comentarios sobre ustedes.