Un encuentro especial - Dani Collins - E-Book

Un encuentro especial E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Lo había planeado todo… ¡salvo convertirse en padre! El multimillonario Tsa Jun Li nunca había querido que un hijo suyo tuviese una vida tan llena de responsabilidades y dificultades como la suya. Así que se había asegurado de que no podría tener hijos. Por eso cuando Ivy Lam, la mujer con la que había compartido un encuentro especial, le aseguró que estaba embarazada, él le pidió que le demostrase que era el padre. Tras pasar por una relación dolorosa, Ivy había considerado la noche que había pasado con Jun Li como un nuevo comienzo. Al darse cuenta de que estaba embarazada, se había preparado mentalmente para ser madre soltera… pero no para tener que mudarse a Shanghái. Porque, de repente, era evidente que Jun Li no iba a renunciar a su bebé ni tampoco a ella.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Dani Collins

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un encuentro especial, n.º 2933 - junio 2022

Título original: Her Impossible Baby Bombshell

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-695-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

El amor era un asco. Ivy Lam lo tenía claro.

No era una persona cínica por naturaleza, pero solo había ido a aquella fiesta de compromiso por educación. Le había enviado un mensaje a un antiguo compañero preguntándole si podían quedar a tomar un café para hablar de un posible cambio en su carrera y, como resultado, había recibido la invitación: Si estás en la ciudad, ven a la fiesta. Podrás hacer muchos contactos, le había escrito Kevin.

Así que había comprado una botella de vino y se había gastado demasiado dinero en un vestido nuevo. Se trataba de una barbacoa por la tarde, en uno de los barrios más elegantes de Vancouver y necesitaba causar buena impresión a un posible nuevo jefe. Así de fácil.

El vestido era de color rosa empolvado con flores, con un cierto aire años 50, entallado y sin escote, pero que realzaba sus pequeños pechos.

El esfuerzo no le había servido de mucho. La mayoría de las mujeres iban vestidas de manera mucho más atrevida, pero Ivy llamaba la atención y se sintió completamente fuera de lugar.

Aquella era la historia de su vida. No era una persona introvertida ni extrovertida. Era común y corriente, lo que la convertía en alguien demasiado aburrido para ser el centro de la atención, pero perfecta para hacer bulto.

No obstante, Kevin había tenido razón acerca de su lista de invitados. Había importantes personas del sector inmobiliario, bursátil y financiero. Incluso un multimillonario de verdad, a juzgar por los comentarios que Ivy había oído.

Tsai Jun Li era… daba igual lo que fuese, pero Ivy había sentido calor cuando Kevin se lo había presentado, aunque no hubiese ido allí en busca de un hombre.

Por lo tanto, no le había importado que unos segundos después de la presentación una exuberante rubia se lo hubiese llevado. De todos modos, Ivy no quería obsesionarse con un hombre al que no le interesaba. Ya le había ocurrido una vez.

Aunque fuese, sin exagerar, el hombre más atractivo que había conocido en toda su vida.

No. Lo mirase como lo mirase, allí no había nada para ella. No podía dedicarse a buscar trabajo en aquella fiesta y el efusivo amor que Kevin demostraba por Carla le recordaba cómo había fracasado su relación.

Así que, media hora después de llegar, decidió marcharse de la celebración sin decir adiós. Estaba saliendo por la puerta de la mansión cuando el sol de abril la hizo estornudar.

«Soy alérgica al amor», estuvo a punto de decirle al mayordomo que le había abierto la puerta.

–Voy a pedir un taxi –le contestó cuando este se ofreció a ir a buscar su coche.

No obstante, no se apresuró a hacerlo porque no tenía muchas ganas de volver a casa de su padre. Este también tenía una relación reciente, llena de amor y sinceridad, e Ivy se alegraba por él, pero le hacía sentirse incómoda.

Ella nunca tendría algo así, no volvería a engañarse. Iba a pasar página, así era la vida.

Bajó las escaleras y se detuvo a la sombra de un ciruelo a comprobar si le había llegado algún correo electrónico, con la esperanza de que la hubiesen convocado a alguna entrevista, pero era sábado por la tarde, brillaba el sol y no le había escrito nadie. Toda la ciudad estaba al aire libre, disfrutando de aquel maravilloso día de primavera.

Ivy salió al sol y alzó el rostro hacia él, dejando que el calor la golpease de lleno. Había vuelto a casa. Aquello no era una segunda oportunidad, sino más bien el lanzamiento de una nueva Ivy. Una Ivy menos ingenua, que tomaba sus propias decisiones.

–Es publicidad engañosa –comentó una voz masculina.

El mayordomo preguntó:

–¿El Pagani?

Tomó una llave y casi echó a correr.

Ivy miró escaleras arriba y lo vio a él, mirándola como si se tratase de un emperador observando todo su territorio.

Según Kevin, el multimillonario chino, que rondaba la treintena, había sido su compañero de habitación en la universidad, pero Ivy lo vio bajar las escaleras como si se tratase de un depredador. Y no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.

Tenia el pelo moreno y corto, las cejas marcadas, la barba perfectamente recortada, que marcaba una mandíbula cuadrada y una boca seria, los pómulos prominentes y la piel bronceada, que resaltaba todavía más con el jersey color verde lima que llevaba puesto.

Ivy se fijó en su ropa porque realzaba su atlético cuerpo y sus musculosos hombros. Se había remangado y parecía recién sacado de una revista de moda. Solo le faltaba meterse una mano en el bolsillo de los pantalones chinos y mirar a la cámara.

¿Cómo estaría en ropa interior?

Avanzó hacia ella e Ivy sintió que la admiración se iba transformando en algo más visceral: deseo.

Y no pudo evitar pensar que jamás había sentido algo parecido por el hombre con el que había estado a punto de casarse.

Lo vio detenerse a la sombra del árbol.

–Me refería al tiempo –le aclaró él, haciendo una mueca–. Mañana llega una borrasca ártica que matará a todas estas flores, o fuertes lluvias procedentes de Hawái que las ahogarán. Todo el mundo piensa que este es el tiempo que hace aquí, pero no es verdad.

Estaba haciendo que se sintiese justo como Ivy no quería sentirse, como una adolescente frente a su primer amor, sin saber qué decir. Como una mujer que permitía que los hombres le dijesen cosas que ya sabía. Y ella quería ser como aquella rubia que había tenido el valor de insinuarse a un hombre que, claramente, estaba fuera de su alcance.

–Lo sé –fue lo único que consiguió responderle–. Crecí aquí.

Él arqueó las cejas.

–He debido de entender mal. Pensé que Kevin había dicho que te había conocido en Hong Kong.

–Trabajamos juntos allí, sí.

Kevin y ella procedían de ambientes similares, de familias inmigrantes chinas de segunda generación, de clase media. Durante el año que Ivy había trabajado con él, Kevin había intentado ayudarla y la había tratado casi como a una hermana.

–Ocupé su puesto cuando se marchó –añadió, sintiéndose como una fanfarrona, pero dispuesta a superar los años en los que había permitido que le hiciesen sentirse inferior–. Hace seis meses acepté un traslado a Toronto.

Desde el punto de vista profesional había sido un error, pero al menos se había visto obligada a poner fin a una situación que llevaba minándola desde hacía tiempo.

–Mi padre vive aquí, así que he decidido volver a una vida con menos tráfico y más asequible. El fabuloso tiempo no es el mayor reclamo de esta ciudad –comentó sonriendo.

–Yo pensaba que era una ciudad sin ningún atractivo, pero estaba equivocado –admitió él, mirándola con apreciación–. ¿Te llevo a alguna parte?

Ella se ruborizó, se puso nerviosa solo de pensar en dar el paso.

Pero en el último momento permitió que las viejas costumbres le hiciesen tartamudear.

–Vivo en Richmond. Está demasiado lejos.

Porque era imposible que aquel hombre quisiese pasar ni un segundo más con ella. Aquello era lo primero que se le pasaba por la cabeza después de una tóxica relación a distancia de ocho años.

–Necesito una excusa para conducir –le respondió él en el momento en el que un descapotable azul cobalto se detenía justo delante.

Ivy se mordió el labio, presa de la tentación.

–Es el coche que una pareja de superhéroes utilizaría para perseguir a los villanos.

–Es verdad. Ni siquiera me acordaba de que lo tenía y he decidido llevármelo a casa porque casi nunca estoy aquí –le dijo él, abriendo la puerta del copiloto–. ¿De verdad vas a permitir que salve yo solo esta ciudad?

Ivy contuvo una carcajada. Aquel hombre no solo estaba fuera de su alcance, sino que parecía de otro planeta, pero ¿cuándo iba a tener otra oportunidad así?

–Si la ciudad nos necesita… –comentó ella, sentándose en el asiento, que era muy bajo y la hizo sentirse como una piloto de Fórmula 1.

Buscó las gafas de sol en el bolso. Las había comprado muy baratas a la vez que el vestido.

Él hizo lo mismo, pero con unas de diseño que le hicieron parecer todavía más sexy e inescrutable. Mientras se alejaban de la mansión, Ivy se sintió como una de esas mujeres atrevidas que se subían a la moto del chico malo de la película. Se sintió sexy y dueña de ella misma solo por estar con él en aquel coche, en aquel día tan estupendo.

Bajaron la colina y, al llegar a la carretera principal había una señal que les impedía ir hacia el sur y los obligaba a tomar un desvío.

–Parece una señal –le dijo él.

–¿Te refieres a su sentido literal? ¿O quieres decir que no debería mudarme aquí porque a esto es a lo que voy a tener que enfrentarme?

–Me refiero a que tenemos la oportunidad de disfrutar de este día tan magnífico. ¿Qué te parece si te llevo a casa por el camino más largo?

Ella hizo un ademán, indicándole que le parecía bien, divertida con la situación.

Él le demostró que se orientaba muy bien y pronto atravesaron un puente y rodearon la bahía Inglesa y se dirigieron hacia el parque Stanley. Desde allí, tomaron el puente de Lion’s Gate y la autopista 99.

Con la falda ondeando al viento, el corazón acelerado y el pelo golpeándole las mejillas, Ivy sonrió mientras sonaba la música e iban adelantando a otros coches. La sensación era de total libertad, pero ella sabía que terminaría estropeándola.

–¿Sabes que te inmovilizarán el coche si conduces demasiado deprisa?

–Para eso tendrán que atraparme –le contestó él, pero levantó un poco el pie del acelerador.

–He trabajado como auditora legal, en riesgos laborales.

–¿Sigues trabajando en banca?

–Sí.

Ivy imaginó que se lo preguntaba porque Kevin había dejado el banco para el que había trabajado en Hong Kong para irse a una empresa privada allí en Vancouver.

–¿Y tú, a qué te dedicas?

Tenía una idea, pero quería saber cómo respondía un hombre así a aquella pregunta.

–En general, me dedico a proyectos de infraestructura internacionales. Tenemos muchos contratos relacionados con la nueva ruta de la seda. No obstante, soy presidente de un grupo que tiene una cartera muy variada. Mi padre empezó con equipos médicos y seguimos fabricándolos. Mi tía tiene una cadena de distribución de bolsos que funciona ridículamente bien.

–¿Por qué te parece ridículo? Todas las mujeres necesitan un bolso que esté a la moda para llevar en él la cartera de su marido.

Era una broma tonta, una referencia irónica a todos aquellos hombres que se quejaban de tener que sujetar los bolsos de sus esposas en los centros comerciales, pero que después eran incapaces de llevar sus propias carteras en el bolsillo.

La expresión de Jun Li cambió.

–Había dado por hecho que estabas soltera porque te he visto sola en la fiesta.

Ella estuvo a punto de contarle su lacrimógena historia de desamor, pero se dijo que una mujer segura de sí misma no hacía ese tipo de cosas.

–Estoy soltera desde la pasada Navidad –le respondió–. ¿Y tú?

–Yo estoy soltero porque he decidido que ese sea mi estilo de vida.

–Ah. Entendido –le respondió ella en tono seco, tomándoselo como una advertencia.

Aunque tenía muy reciente la ruptura y no necesitaba que ningún otro hombre le dijese que no era lo suficientemente buena para que se casase con él. Al menos Jun Li había sido claro desde el principio.

Así que decidió disfrutar del momento y, cuando quiso darse cuenta, iban en dirección a Whistler.

–¿Hasta dónde vamos? –le preguntó él.

«Hasta el final», pensó ella, pero no tuvo el valor de decirlo en voz alta y vio que Jun Li tomaba la siguiente salida de la autopista, que llevaba a una atracción turística con un teleférico y un restaurante.

–Nunca he estado ahí arriba. ¿Y tú?

–Tampoco.

–¿Te parece que hoy es el día?

–¿Cuándo si no?

Unos minutos después estaban paseando sin prisa por un sendero interpretativo y disfrutando de las espectaculares vistas de las montañas.

–Me da igual que sea publicidad engañosa –comentó Ivy, colocándose en una plataforma que sobresalía en el aire–. Cuando es bonito, es bonito de verdad. Y para mí merece la pena, a pesar de los días malos.

–Yo prefiero evitar los días malos y aceptar los buenos como el regalo que son –le respondió él.

Quería besarla. Ivy lo sabía y también lo deseaba. Lo miró a los ojos. Ambos estaban sonriendo.

Ella prefirió no preguntarse qué significaba todo aquello. Aquel día era un regalo para los dos.

Cuando notó sus labios firmes, suaves y calientes, sintió que todo su cuerpo se cargaba de electricidad.

Pensó que aquella era otra oportunidad para pasar página. Si se dejaba llevar con Jun Li era muy posible que se olvidase de todo lo demás, y eso era exactamente lo que necesitaba.

La mujer cauta que había en ella, la que todavía anhelaba enamorarse, casarse y tener hijos, le advirtió que un hombre como él pondría la barra tan alta que ningún otro hombre podría igualarlo. Y la destrozaría sin tan siquiera intentarlo.

Ella le dijo a aquella voz que se callase y le devolvió el beso.

Se besaron hasta que ambos se quedaron sin aliento. Cuando él levantó la cabeza Ivy se dio cuenta de que sus cuerpos estaban muy pegados, estaban abrazándose.

Él se relamió.

–¿Qué te parece si te digo que te he besado movida por el despecho?

–Estupendo –le respondió él con gesto relajado–. Me marcho mañana por la mañana.

–Yo también.

–Entonces, vamos a disfrutar del día.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cuatro meses después. Singapur

 

Tal y como había hecho en abril, Ivy aceptó una copa de champán sin intención de bebérsela a pesar de que tenía la boca muy seca. Tuvo la copa en la mano mientras intentaba ubicarse en aquella fiesta en la que solo conocía a una persona.

O a ninguna. Porque la persona a la que conocía todavía no había llegado. Volvió a mirar a su alrededor con nerviosismo, como si Jun Li fuese un hombre que se le pudiese pasar por alto a alguien.

Se sentía todavía más incómoda en su hotel de cinco estrellas de Singapur que en la fiesta de Kevin. Los invitados de Jun Li eran todo personas muy importantes, mucho más importantes que las que habían asistido a la barbacoa de su amigo.

En lugar del remilgado vestido rosa, se había puesto un qipao de manga corta, en el que el rojo de los hombros se iba convirtiendo en añil hasta llegar al dobladillo, que le llegaba a la altura de la rodilla. Le quedaba muy justo en la zona de la cintura, pero siempre le había sacado de un apuro en los eventos del banco a los que se había visto obligada a asistir.

Pensó que funcionaría también para aquel evento corporativo, pero era demasiado recatado para una mujer florero y no era lo suficientemente elegante para una ejecutiva.

Aquello era horrible. Había ido allí a tenderle una emboscada a un hombre delante de sus empleados, pero hacía tres semanas que se había enterado de que estaba embarazada y no había conseguido ponerse en contacto con él por ningún otro canal. Jun Li no le había dado su número de teléfono y tampoco había conseguido contactarlo a través de redes sociales. Había llamado a su empresa, pero no le habían pasado la llamada. Incluso había pedido a un cazatalentos que intentase conseguirle una entrevista con él, pero ese era un proceso muy largo y ella necesitaba verlo cuanto antes.

Lo cierto era que todavía estaba en shock, no se lo podía creer, se había convencido de que no sería real hasta que no se lo contase a Jun Li. Tenía que contárselo a él antes que a nadie, pero le estaba resultando casi imposible.

Así que había recurrido a Kevin, al que le había enviado un regalo de bodas y había evitado verlo, ya que no sabía si Jun Li le había contado que habían pasado una noche juntos. No se avergonzaba de su breve encuentro, pero lo consideraba algo íntimo. Quería recordarlo como un momento especial, que quedase solo para ellos. No le apetecía bromear al respecto. Ni quería alardear de haberse acostado con un multimillonario. Se habría sentido fatal si se hubiese enterado de que Jun Li se jactaba de haberla conquistado.

No obstante, no había tenido más remedio que invitar a Kevin a tomar café, supuestamente, para hablar de trabajo.

–¿Todavía no has encontrado lo que buscas? –le había preguntado él sorprendido.

–Me han ofrecido un puesto, pero me gustaría conocer tu opinión. No sé si, a largo plazo, será lo suficientemente flexible.

Eso era cierto. Toda su vida estaba cambiando y necesitaba un trabajo que pudiese adaptarse a las necesidades de una madre soltera.

–¿Quién va a ser tu testigo? ¿Jun Li?

–No, mi hermano. Jun Li no puede venir. Tiene la reunión anual de estrategia en Singapur –le había respondido él–. ¿Por qué? ¿Tenías la esperanza de verlo otra vez? Carla piensa que estuvisteis juntos, porque los dos os fuisteis muy pronto de la fiesta.

Ivy se había sentido avergonzada por un instante, pero enseguida se había dado cuenta de que Kevin estaba bromeando. En realidad, no creía que hubiesen conectado.

–Sí, claro –había respondido ella después de un silencio demasiado largo–. Todas las mujeres se le tiraban encima, pero Tsai Jun Li, el multimillonario chino, decidió irse a casa conmigo. Cinco minutos después de habernos conocido.

Y puso los ojos en blanco para subrayar lo ridícula que le parecía la idea.

No había sabido si Kevin la había creído o no. No había tenido el valor de mirarlo a los ojos después de aquello.

Tenía que haberle dicho la verdad, que necesitaba ayuda, pero no le había parecido bien hablar de la vida privada de un hombre con otro.

Después, habían hablado de trabajo e Ivy había perdido la oportunidad de preguntarle cómo pensaba que reaccionaría Jun Li ante la noticia que tenía que darle.

Ella ya intuía cómo iba a reaccionar: con total incredulidad. Por eso sabía que un tema tan delicado solo podía tratarse en persona. No podía mandarle un mensaje y, además, se arriesgaba a que este fuese interceptado por alguna secretaria.

Había encontrado información acerca de dónde estaría Jun Li esa semana en la página web de la empresa y había pospuesto la fecha de inicio de su nuevo trabajo en Vancouver, había terminado con la mudanza y había comprado un billete para viajar a Singapur, a donde había llegado el día anterior.

Al menos, podría disfrutar de unas vacaciones antes de empezar su nueva vida como madre soltera, pensó, clavando la vista en la copa de champán.

Sintió revuelo a su alrededor y levantó la vista. Lo vio entre la multitud y se le detuvo el corazón, le temblaron las rodillas, sintió tensión en los hombros.

Jun Li se detuvo nada más entrar y ella pensó que seguía siendo el hombre más guapo que había conocido. Llevaba puesta una camisa de rayas, con el primer botón desabrochado, y unos pantalones de vestir, su aspecto era elegante, pero informal, y completamente intocable.

Ivy se preguntó cómo era posible que se hubiese quedado embarazada. Bajó la vista a los zapatos comprados en un centro comercial de ofertas, que le hacían daño en los pies, y vio cómo se acercaba a él una mujer curvilínea, despampanante, que llevaba un vestido de cóctel azul y muchas joyas, joyas de verdad.