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Al multimillonario Warwick Kincaid le gustaba correr riesgos, siempre que no le hablaran de matrimonio e hijos. Y el máximo tiempo que estaba con una mujer eran doce meses. Warwick le pidió a Amber Roberts que se fuera a vivir con él al lujoso piso que tenía en Sidney, y ella se atrevió a soñar con que cambiara… Pero después de diez meses juntos, Warwick empezó a comportarse de forma fría y distante. Y ella se preguntó si se habría acabado el plazo de estar con él…
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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Miranda Lee. Todos los derechos reservados.
UN HOMBRE INDÓMITO, N.º 2075 - mayo 2011
Título original: Not a Marrying Man
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-308-4
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Extractos del diario de Amber Roberts durante el mes de septiembre de sus veinticinco años
Martes
¡Qué día tan agotador! Al llegar al trabajo he descubierto que habían vendido el hotel y que el nuevo dueño pasaría a visitarlo a media mañana. Es un hombre de negocios británico, llamado Warwick Kincaid. Según Jill, es un empresario conocido por estar metido en muchas cosas y por no quedarse con ninguna durante demasiado tiempo y esto, tanto con las mujeres como con los negocios. No tengo ni idea de cómo sabe Jill todo eso, supongo que porque es adicta a las revistas de cotilleos. Como es natural, se ha armado un lío tremendo, ya que todo el mundo se pregunta qué va a pasar con los puestos de trabajo. Yo no estoy demasiado apegada al mío, pero tampoco quiero perderlo en estos momentos. Es difícil ahorrar para comprar una casa sin tener un sueldo. De todos modos, al final Warwick Kincaid no ha aparecido. Nos han dicho que estaba demasiado ocupado. No estoy segura de si es una buena o una mala noticia. Se supone que va a venir mañana.
Miércoles
Bueno, en esta ocasión, sí que ha venido. Y ojalá no lo hubiese hecho. ¿Qué puedo decir de él? Que es tal y como me lo imaginaba, pero más joven. Debe de rondar los cuarenta. También es el hombre más guapo que he conocido. No podía dejar de mirarlo. Y se ha dado cuenta, cómo no. Y me ha mirado también. Nunca me había ruborizado tanto en toda mi vida. Va a volver mañana a hablar con toda la plantilla, de uno en uno, para intentar averiguar por qué un hotel con tanta clase no está generando beneficios. Ésas son sus palabras, no las mías. Cuando se ha ido, Jill me ha dicho que le había gustado y que tuviese cuidado. Yo me he echado a reír y le he contestado que no sea tonta, que estoy enamorada de Cory y que ningún hombre, por alto, moreno y guapo, o rico, que sea, tiene nada que hacer conmigo. Pero esta noche ha venido a buscarme Cory y he echado de menos el cosquilleo en el estómago que había sentido al ver a Warwick Kincaid. Luego, me he alegrado de que Cory tuviese prisa por marcharse a su casa. Aunque parezca una locura, conocer a Warwick Kincaid me ha hecho preguntarme si de verdad estoy enamorada de Cory. Tal vez sólo esté enamorada de la idea de casarme y tener mi casa y mi familia, como siempre he querido. Eso ya es preocupante. Como también lo es haber estado dándole vueltas a qué me voy a poner mañana. Me da la sensación de que esta noche no voy a dormir demasiado bien, pero tengo que hacerlo si quiero estar guapa mañana por la mañana. Oh, Dios mío, ¿cómo he podido pensar eso? Quizás fuese mejor que no durmiese. Ahora tengo que acabar. Tengo que hacerme las uñas y ponerme una mascarilla en el pelo.
Jueves
Casi me da miedo escribir lo que ha ocurrido hoy. Porque, si lo hago, será todavía más real, más importante y más inquietante. Aunque, en realidad, no ha pasado nada. Quiero decir, que no ha intentado flirtear conmigo ni nada parecido. Sólo me ha hablado acerca del hotel, como a todo el mundo. Ha parecido gustarle mi sugerencia de que el hotel necesitaba más servicios, como un gimnasio y un restaurante. O al menos un bar en el que los clientes puedan relajarse y tomar algo. En apariencia, ha sido una entrevista profesional, pero no ha dejado de mirarme a los ojos ni un instante. Y lo increíble no ha sido sólo el modo en que me miraba. Había algo más. Sé que no es sólo una sensación mía. No ha sido mi imaginación. Había algo entre nosotros. Una carga eléctrica, excitante y enervante al mismo tiempo. Cuando hemos terminado de hablar y he tenido que levantarme, me temblaban las piernas. He conseguido salir del despacho y volver a recepción, donde me he dejado caer en mi silla. Me he sentido débil. Todavía me siento así al pensarlo. Llevo toda la noche dándole vueltas al tema. ¿Cómo voy a comprometerme con Cory si sé que no lo amo? Quiero decir, que ¿cómo voy a amarlo si deseo acostarme con otro hombre? Porque así es. Quiero tener sexo con Warwick Kincaid. No puedo creerme que lo haya admitido, pero ¿qué sentido tiene escribir un diario si mientes? Así que, sí, quiero acostarme con Warwick Kincaid. Aunque eso no es amor, ¿no? Es sólo deseo. ¿Se puede estar enamorada de un hombre y desear a otro? Tal vez sí. ¿Yo qué sé? Es la primera vez que me siento así. Lo que tengo que hacer es hablar con alguien del tema, pero no con mis amigas. Todas se ponen muy tontas cuando hablamos del sexo contrario. Con mamá tampoco puedo hablar de ello. Se moriría del susto. Piensa que soy una buena chica. Yo también lo pensaba, hasta hoy. Tal vez hable con tía Kate. Ella ha vivido mucho. La llamaré mañana y le preguntaré. Ella me hablará sin tapujos. Sí, eso haré.
Viernes
Bueno, Warwick Kincaid ha vuelto esta mañana a primera hora y me ha ignorado por completo, cosa que me ha disgustado mucho. Debería sentirme agradecida, pero me he sentido tan mal conmigo misma, que a la hora de la comida he decidido dejar el trabajo. No podía seguir trabajando para ese hombre ni un minuto más. He esperado a que fuese a marcharse a casa antes de darle la carta de baja voluntaria que había redactado durante la hora de la comida. Él la ha leído y me ha mirado fijamente. Yo, cómo no, he vuelto a ruborizarme. Luego me ha dicho que aceptaba mi dimisión, y después me ha dejado de piedra al preguntarme si quería cenar con él esta noche. Sé que tenía que haberle dicho que no. Sé que es de los que sólo quieren a las chicas jóvenes y monas como yo para una cosa, pero le he dicho que sí. Porque la inquietante realidad es que yo lo quiero para lo mismo. No estoy enamorada de él. Ni siquiera estoy segura de que me guste, pero sé que voy a terminar con él en la cama esta noche. Estaría loca si pensase que vamos a cenar y luego me va a traer a casa. Además, tengo la horrible sensación de que, al acostarme con Warwick Kincaid, la vida me va a cambiar de un modo que todavía no soy capaz de imaginar. Ya no merece la pena que llame a tía Kate. No puede ayudarme. Nadie puede ayudarme. Tengo ganas de llorar. No es lo que quiero, pero no puedo evitarlo. Mamá piensa que voy a salir con Cory esta noche, así que no se preocupará si no vuelvo a dormir a casa. Siempre me quedo en su casa los viernes por la noche. Al menos, he hecho lo correcto al llamarlo y romper con él. Le he dicho que he conocido a otra persona y que lo sentía. Él se lo ha tomado bastante bien, creo, y eso ha sido todo un consuelo. Pero ya no hay marcha atrás. A lo hecho, pecho.
Julio, diez meses más tarde…
Amber apretó con fuerza los dientes mientras volvía a comprobar si tenía algún mensaje en su teléfono. Seguía sin saber nada de Warwick. Marcó su número y oyó por enésima vez que el teléfono al que había llamado no estaba disponible. No le dejó ningún mensaje. No merecía la pena. Ya le había dejado tres, a cada cual más frustrada.
Cuando le había sugerido a Warwick una cena romántica en casa, en vez de ir a un restaurante, éste le había prometido que llegaría a las siete y media. Después, poco antes de las seis, le había enviado un mensaje diciéndole que tal vez llegase algo más tarde, sobre las ocho.
Eran casi las nueve y no había vuelto a tener noticias suyas.
–Seguro que has tenido tiempo para llamarme –murmuró entre dientes mientras volvía a la cocina, tiraba el teléfono móvil sobre la encimera de granito negro y apagaba el horno en el que se había estado recalentando la carne stroganoff que había preparado.
Al menos, no se había puesto a hacer el arroz. Tal vez todavía pudiese salvar la cena, a pesar de que hacía rato que se le había pasado el apetito.
Abrió la enorme nevera de acero inoxidable, en la que nunca había demasiada comida, ya que casi no comían en casa, y sacó la botella de Sauvignon Blanc neozelandés. Se sirvió una copa del que se había convertido en su vino favorito y atravesó con ella el comedor, haciendo una mueca al pasar por delante de la mesa puesta. Luego salió a la terraza con la esperanza de que el efecto tranquilizador del agua del mar la calmase.
Desde allí, las vistas del puerto de Sidney eran impresionantes. Era una pena que hiciese tanto frío. La brisa procedente del mar no tardó en despeinar su larga melena. Amber hizo otra mueca, se giró y volvió a entrar al interior, cerrando las puertas de cristal tras de ella. Por un momento, se le había olvidado que era invierno, ya que en casa de Warwick siempre hacía calor.
Dejó la copa en una de las mesitas de cristal que flanqueaban el sofá de piel y fue hacia el dormitorio principal. Sintió que se le hacía un nudo en el pecho al ver la cama abierta y las velas perfumadas que había colocado en las mesillas.
–Cerdo –murmuró, entrando en el cuarto de baño de mármol de color crema para peinarse.
No tardó en hacerlo, ya que llevaba el pelo largo, liso y con un flequillo despuntado.
Sus emociones, no obstante, no eran tan fáciles de controlar.
Amber todavía se acordaba de la primera vez que había estado allí mismo, mirándose al espejo, con los ojos azules dilatados de la excitación. Había sido la primera noche que había ido a cenar con Warwick, la noche en que su vida había cambiado para siempre…
Éste la había llevado a un restaurante de cinco estrellas primero, donde la había impresionado con la mejor comida y el mejor vino, además de con su entretenida conversación. Había sido normal que, una chica como ella, de veinticinco años, que sólo había salido de Australia para ir de vacaciones con su familia a Bali y a las islas Fiyi, se hubiese quedado impresionada con un hombre como él, que había estado en todas partes y lo había hecho todo. Era imposible no sentirse halagada por el hecho de que alguien con su inteligencia y estatus la hubiese elegido a ella: Amber Roberts, recepcionista.
Después, la había llevado allí, sin molestarse en poner excusas, dejándole muy claras sus intenciones desde el principio.
Ella había intentado no parecer demasiado impresionada, ni por su deportivo italiano, ni por su lujoso piso, que había comprado dos semanas antes. Pero ella era una chica normal, trabajadora, que había crecido en el oeste de Sidney. No estaba acostumbrada a aquellos lujos. Ni a aquel tipo de hombre.
Esa noche, Warwick no sólo la había hecho volar, sino que había tomado posesión de ella con una fuerza y una pasión que la habían dejado tambaleándose y dispuesta a decirle que sí a cualquier otra cosa que le propusiese.
Pero él la había sorprendido. A la mañana siguiente, Amber había esperado que se despidiese de ella sin más, pero, en su lugar, Warwick la había abrazado y le había dicho que estaba loco por ella y que quería que fuese su novia. Quería que fuese a vivir con él, que viajase con él, que estuviese con él todo el tiempo. No podría trabajar, por supuesto. Tendría que acompañarlo siempre que él se lo pidiese. Viajaba bastante, tanto por negocios como por placer.
Amber había estado a punto de decirle que sí incluso antes de que él le dijese cuáles eran las condiciones de lo que le proponía.
–Para que no me malinterpretes –le había dicho–. No quiero casarme ni tener hijos. Y no creo en las relaciones para toda la vida. Suelo aburrirme pronto. Mi límite con las mujeres suele estar alrededor de los doce meses. Aunque tal vez contigo, mi dulce y querida Amber, haga una excepción. Si te soy sincero, ya eres una excepción. Jamás le había pedido a una mujer que viniese a vivir conmigo. Me atrevo a decir que me va a salir caro, pero hay algo en ti que me resulta completamente irresistible. ¿Qué me dices? ¿Quieres subirte en mi montaña rusa o no?
Y ella podía haberle contestado que no, ¿pero cómo iba a decirle eso después de la experiencia de la noche anterior? Warwick sabía muy bien cómo hacer el amor a una mujer. Y se había pasado horas haciéndoselo.
Así que le había dicho que sí y allí estaba, diez meses después, todavía viviendo con él y siendo su novia. O su amante, tal y como la había llamado en tono irónico su tía Kate en una ocasión.
Pero ¿durante cuánto tiempo más?
Aquélla era la tercera vez que Warwick la dejaba plantada. Un par de semanas antes, había cancelado una escapada de fin de semana a Hunter Valley, una excursión que Amber había estado deseando hacer, para marcharse a Nueva Zelanda con dos socios a practicar varios deportes de riesgo. Aunque lo peor había sido cuando, la semana anterior, se había negado a acompañarla al funeral de su tía Kate aduciendo que tenía mucho trabajo. Y, para rematarlo, le había dicho que, de todos modos, nunca le había caído bien a aquella vieja, ni ella a él.
Aquello había estado completamente fuera de lugar. Amber había querido mucho a su tía y se había puesto muy triste con su repentina muere con sólo setenta y dos años, no era tan vieja.
Había sido horrible tener que sentarse en aquella iglesia sola, y tener después que defender la ausencia de Warwick. Su relación con él la había separado bastante de su familia, ya que sólo la había acompañado a dos reuniones familiares en todo el tiempo que habían estado juntos: a casa de sus padres, en Carlingford, en Navidad; y en Pascua, a una barbacoa familiar en casa de su tía Kate, en la playa de Wamberal, en la Costa Central.
Y a pesar de haber sido muy educado con todo el mundo, había dejado claro, al menos para ella, que se había aburrido mucho. En ambas ocasiones había sido el primero en marcharse.
Los dos hermanos de Amber no se habían reprimido a la hora de hacer comentarios acerca del hecho de que su rico amante no se hubiese molestado en presentarse en el funeral de su tía Kate. Ni siquiera los había ablandado ver que Warwick le había prestado su Ferrari rojo para ir hasta Wamberal.
Al volver del funeral, Amber no había podido seguir controlando sus emociones y le había dicho a Warwick exactamente lo que pensaba de su falta de sensibilidad y apoyo, y luego se había ido a dormir a una de las habitaciones de invitados.
Había esperado que él intentase convencerla de que volviese a la habitación principal, pero no lo había hecho. Y no habían vuelto a hacer el amor desde entonces, algo extraño, ya que cuando Warwick quería sexo, podía llegar a ser bastante despiadado.
Era evidente que no lo había querido la semana anterior, pero Amber quería que la desease.
Si hubiese estado más segura de sí misma, habría intentado seducirlo, pero hacer de mujer fatal no era su estilo.
A esas alturas, estaba desesperada por hacer algo que calmase sus peores temores de que Warwick estaba empezando a aburrirse de ella. Por eso le había sugerido que cenasen en casa, a la luz de las velas. Y a él parecía haberle gustado la idea, porque le había dado un largo beso en la puerta, antes de ir a atender su siguiente adquisición inmobiliaria.
Que, en esa ocasión, no era un hotel. A Warwick ya no le interesaba ese tipo de negocio, ni siquiera aunque hubiese obtenido bastantes beneficios al poner un gimnasio y un bar en el hotel en el que Amber había trabajado. Se había decidido por un club nocturno, al que quería que fuesen los ricos y famosos de la ciudad. Había consultado muchas cosas con ella acerca de la decoración. Amber estaba tan emocionada con el proyecto como él, y lo había acompañado a verlo muchas veces.
Aunque ninguna durante la última semana. Warwick no se había ofrecido a llevarla y ella tampoco se lo había pedido.
De todos modos, esa tarde había pasado varias horas preparando la noche que tenían por delante. Había ido a la peluquería, después a comprarse un vestido nuevo bonito y femenino. Más tarde había comprado la comida, había puesto la mesa, había preparado el dormitorio y, por último, se había puesto guapa.
Amber se miró al espejo. Sí, se había pasado horas arreglándose, asegurándose de que estaba tal y como le gustaba a Warwick.
A simple vista, su aspecto no había cambiado mucho desde el día en que se habían conocido. Su peinado seguía siendo el mismo, aunque se había puesto el pelo un poco más rubio a petición de Warwick. Y tenía más estilo. Se había perfilado algo más las cejas y había empezado a utilizar productos cosméticos muy caros, aunque no notase mucho la diferencia con los del supermercado. Tal vez los pintalabios le durasen un poco más, y el rímel era siempre waterproof.
Su figura seguía siendo básicamente la misma, aunque pasaba más horas en el gimnasio. Era algo más alta que la media y tenía la suerte de tener una complexión delgada, pero con las curvas suficientes como para atraer la atención masculina.
Lo que si había cambiado drásticamente era su armario. Warwick había insistido en que dejase que la vistiese como debía vestirse cualquier mujer de «exquisita belleza». Siempre la llamaba mujer, y no chica. Ella había sido incapaz de resistirse a sus cumplidos, y a él, y en esos momentos sólo tenía ropa de diseño.
Aunque nada que fuese demasiado sexy. Warwick decía que lo realmente sexy era sugerir, no enseñar.
Amber notó un escalofrío al pensar en lo que llevaba puesto debajo del vestido. El timbre de su teléfono móvil le hizo dejar caer el cepillo del pelo y correr hacia la cocina.
–Menos mal que no has colgado… –dijo casi sin aliento nada más contestar al teléfono.
–Esto… soy mamá, Amber. No… quien tú creías que era.
Amber intentó ocultar su decepción y dio gracias de que el teléfono pudiese avisarla si entraba otra llamada mientras hablaba con su madre.
–Hola, mamá. ¿Qué ocurre?
Su madre casi no la llamaba últimamente, su relación se había vuelto bastante tensa desde el día que había anunciado que había dejado su trabajo y a Cory para irse a vivir con su jefe multimillonario.
Amber entendía que su familia no lo aprobase y, al final, había dejado de intentar justificarse. Porque sabía que no había justificación. Ni siquiera podía utilizar la excusa del amor. Por aquel entonces, no había habido amor, sólo deseo. Aunque ella prefería pensar en ello como pasión, una pasión tan intensa que era imposible de describir, en especial, a su madre.
Habían pasado varios meses antes de que se hubiera dado cuenta de que se había enamorado de Warwick. Hasta entonces, había estado tan ciega de deseo, que no se había dado cuenta del vínculo emocional que la unía a él. El esclarecimiento de sus verdaderos sentimientos había tenido lugar de repente y con la fuerza de un rayo. A finales de verano, habían ido a pasar un fin de semana a un complejo turístico en North Queensland y Warwick había decidido hacer puenting. Ella se había negado a participar, pero lo había acompañado. Algo había ido mal durante el salto y Warwick había estado a punto de darse con la cabeza en el suelo. Ella se había sentido aterrada.
Hasta entonces, se había convencido a sí misma, tal vez para protegerse, de que no sufriría cuando lo suyo se terminase. Al fin y al cabo, a la gente se le rompía el corazón cuando amaba de verdad. Y se había repetido a sí misma una y otra vez que le sería difícil volver al mundo real, pero que sobreviviría.
De repente, al darse cuenta de que Warwick había estado a punto de matarse, Amber había visto cómo sería la vida sin él. Entonces había sido consciente de que había estado engañándose todo aquel tiempo.
Lo amaba. Estaba locamente enamorada de él.