Un lugar en el mundo - Barbara Hannay - E-Book

Un lugar en el mundo E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

Max Jardine se comportaba siempre con Gemma como un hermano mayor, mandón y autoritario. Salvo una noche, cinco años atrás… una noche de la que no habían vuelto a hablar hasta que Gemma se mudó al remoto hogar de Max, en el corazón de Australia, para ayudarlo a cuidar de la hija de una amiga. La imagen del atractivo y terco ganadero con un bebé en brazos confundía a Gemma. Del mismo modo que verla a ella como una mujer hecha y derecha alteraba a Max. Y la tensión aumentó cuando, finalmente, se enfrentaron al pasado…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Barbara Hannay

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un lugar en el mundo, n.º 1611 - junio 2020

Título original: Outback Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-165-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CUANDO Gemma oyó los golpes en su puerta supo que algo iba muy mal. Fue a abrir sin esperar encontrarse a su mejor amiga apretando contra su pecho a su hija de diez meses como si su vida dependiera de ello.

–Necesito tu ayuda, Gemma. ¿Estás muy ocupada?

Sorprendida por el miedo que se reflejaba en los ojos de su amiga, Gemma le rodeó los hombros con un brazo.

–Bel, ya sabes que nunca estoy demasiado ocupada para ti. Pasa y cuéntame qué te ocurre.

Isobel entró en el piso sujetando aún a su hija Mollie. Luego vio el montón de papeles que Gemma tenía sobre la mesa.

–Oh, estás ocupada. Lo siento.

–No te preocupes por esto –dijo Gemma.

Después, recogió los diseños que acababa de terminar y los metió en una carpeta. Por un momento iba a tener que dejar a un lado su propio pánico por la necesidad que tenía de llevar esos bocetos a la imprenta esa misma tarde. Estaba claro que Isobel tenía problemas mucho mayores.

–¿En qué te puedo ayudar? –le preguntó.

Entonces su amiga se echó a llorar.

–Es Dave.

–¿Dave? ¿Le ha pasado algo en África?

Dos meses antes Dave, el marido de Isobel, había sido enviado por una agencia publicitaria australiana a hacer un trabajo en Somalia.

–Ha sido muy repentino. Lo han raptado. Estoy segura de que se trata de un error, pero los rebeldes tienen algo que ver en el asunto.

–No me lo puedo creer –susurró Gemma al tiempo que tomaba de la mano a su amiga.

Se dijo a sí misma que esas cosas no les pasaban a la gente normal y corriente. No al encantador Dave Jardine.

–Lo siento. Esto es terrible. Pobre Dave. Pensar en su amigo de la infancia, el niño con el que había crecido en el campo, enfrentándose a unos rebeldes armados era insoportable. ¿Cómo lo podría soportar su esposa? La miró a la cara y le dijo:

–¿Qué podemos hacer?

–Voy a ir allí a por él –respondió Isobel decididamente.

–¿A África? ¿Y qué vas a poder hacer allí?

–Al parecer, yo soy la única que puede hacer algo. Porque soy la esposa de Dave y la gente de la embajada australiana cree que puedo ayudar. Dave está allí por razones humanitarias y creen que los rebeldes pueden responder si trabajamos el aspecto familiar.

–Oh, Isobel, ¡qué valiente eres! –Gemma la abrazó entonces–. Dave es muy afortunado por tener una esposa tan maravillosa. El amor y la clase de matrimonio que tenéis es… sorprendente.

Se sintió orgullosa por haber sido ella quien los presentó durante sus días en la universidad.

Luego miró a la niña que tenía su amiga en el regazo y añadió:

–Pero no se te ocurrirá llevarte a la pequeña Mollie a un sitio tan peligroso como ese, ¿verdad?

–No, por supuesto que no puedo hacerlo. Y tampoco me gusta dejarla. Pero es aquí donde entras tú, Gem. He de pedirte un enorme favor.

–Por supuesto, haré lo que sea.

–Lamento no haberte llamado antes para advertírtelo, pero sabía que tenías que estar en casa y…

–Solo dime en lo que te puedo ayudar.

–Esperaba que pudieras cuidar de la pequeña Mollie por mí.

Gemma tragó saliva. Aunque adoraba a esa pequeña, no sabía nada de cuidar niños. Se mordió la lengua para que no se le escapara ninguna de las dudas que la embargaron. Por supuesto que la podía cuidar. Eso era lo que hacían millones de mujeres en el mundo todos los días.

–Me encantaría quedarme con ella –dijo sonriendo brillantemente.

Isabel le apretó la mano.

–Lo siento por haberte venido con esto con tan poco tiempo, pero no confío en nadie más para que cuide de mi hijita. Mis padres están de vacaciones en España, como ya sabes. Y el padre de Dave es demasiado viejo, así que se la tenía que dejar a alguien a quien conozca bien. Alguien que la quiera. No a una niñera a la que no conozca. Sinceramente, Gem, tú eres mi mejor amiga y, como trabajas en tu casa, no se me ocurrió nadie mejor.

–Me halaga que hayas confiado en mí –respondió Gemma–. ¿Pero te das cuenta de que yo no tengo mucha experiencia con niños? La verdad es que no tengo ninguna.

–Oh, Gemma, has estado mucho con Mollie. Y te sorprenderá lo instintivamente que se hace. ¡Estoy segura de que eres una madre muy natural! Y Mollie es de verdad una niña muy buena.

–Por supuesto que lo es– dijo Gemma sin querer alarmar a su amiga–. Es un encanto.

Cuando pensó en la situación desesperada en que se encontraba Dave y en el valor de su amiga por querer irse a África a por él, supo que no podía negarse a cuidar a su hija.

–No te preocupes –le dijo Isobel–. He llamado a Max y estoy segura de que estará encantado de ayudarte en lo que pueda.

–¿Max? –preguntó Gemma alarmada al oír el nombre del hermano mayor de Dave–. ¡No voy a necesitar ninguna ayuda de él!

Para su sorpresa, el corazón se le aceleró.

Desde que ella tenía seis años, Max Jardine había logrado afectarla. Cuando eran adolescentes, ella nunca había logrado entender por qué las chicas de Goodbye Creek, el pueblo del desierto donde vivían, lo consideraban un blanco muy apetecible para ellas. Se morían por su cuerpo atractivo y moreno.

–Me parece que no tenéis cuenta los defectos que tiene su personalidad –les había dicho ella.

–¿Qué defectos? –respondían ellas inevitablemente.

Pero Gemma era muy consciente de ellos. Se había pasado la mitad de su infancia en la finca de los Jardine, acampando y montando a caballo con Dave, Max siempre había estado en segundo término, tratándola como si fuera algo maloliente que se acercara a su hermano.

Desde que se había marchado del desierto, solo había visto a Max en contadas ocasiones, pero no había cambiado nada. Él la seguía mirando como si fuera un gusano. Agitó la cabeza y dijo:

–Max debe saber mucho menos que yo de cuidar niños.

Isobel la estaba mirando extrañamente.

–No sabía que fueras tan susceptible con respecto a Max.

–Y no lo soy.

–Si tú lo dices…

–Es solo que no veo cómo un hombre que se pasa la vida merodeando por el desierto como un ermitaño, con la única compañía del ganado, puede ser de alguna utilidad cuando se trata de cuidar de Mollie.

–Puede que tengas razón –dijo Isobel–. Pero no olvidemos que es el hermano de Dave. He tenido que hacerle saber lo que ha pasado.

Gemma lo entendió, pero eso no la hizo sentirse mejor.

–¿Y cómo ha reaccionado?

–La verdad es que no pude hablar directamente con él. No han contestado cuando he llamado a la finca esta mañana, así que les dejé un mensaje en el contestador. Debe estar por el campo con el ganado o arreglando vallas, así que solo dije lo que voy a hacer.

–¿Y le dijiste que me iba a ocupar yo de Mollie?

–Dije que ese era mi plan.

–Ya veo.

Gemma decidió allí mismo que, si Max Jardine sabía que le había pedido que cuidara de Mollie iba a tener que hacerlo como una niñera experta. Ese no era solo un caso de ayuda a su mejor amiga, sino que no quería darle al gruñón de Max ningún motivo para criticarla.

No tuvo ni tiempo ni ganas de analizar por qué le importaba la opinión de Max. Estaba demasiado ocupada pensando en cómo podría cuidar de la niña al mismo tiempo que seguía con su negocio.

Pero ya encontraría la manera. Podía morir de agotamiento en el intento, pero lo haría lo mejor que pudiese.

Gemma tomó a la pequeña de brazos de su madre.

–Oh, Gem. Me siento tan aliviada… Sabía que podía depender de ti. Te daré todo lo que necesites para ella. De hecho, lo tengo todo en el coche.

–¿Quieres decir que te vas hoy mismo?

–Es muy importante que llegue allí lo antes posible. Te daré ahora las cosas de Mollie.

–Claro –respondió Gemma con más confianza de la que sentía–. Tú ve a por ellas y yo haré café.

Para cuando se hubieron tomado el café, la mente de Gemma no paraba de dar vueltas. Tenía tres folios de instrucciones acerca de cómo cuidar a la niña y pensó que su amiga le había dicho que era fácil, pero el caso era que Mollie iba con un auténtico manual de instrucciones.

Habían despedido ya a su amiga y no paraba de hacerse preguntas.

¿Cómo requeriría tanto esfuerzo algo tan pequeño? ¿Y cómo se las iba a poder arreglar con la niña y su trabajo? Miró a la niña y trató de no alarmarse.

Mollie la miró solemnemente, con lo que a ella se le derritió el corazón.

–Chica, ahora estamos solas las dos. Y no vamos a dejar que eso nos afecte.

Le dio un beso en la cabeza y luego se dispuso a subir de nuevo a su apartamento.

Pero el chirriar de unas ruedas la hizo volverse. Un taxi se detuvo y de él salió un hombre alto y delgado.

¡Max Jardine!

¿Cómo podía haber llegado tan rápidamente desde el oeste de Queensland hasta Brisbane?

–¡Gemma! –gritó Max mientras corría hacia ella–. ¿Dónde está Isobel?

–Hola, Max, yo también me alegro de verte –respondió ella fríamente, aunque el corazón se le aceleró.

Max la miró ferozmente y, de repente, ella se sintió incómoda, como si la falda le quedara demasiado corta las medias negras demasiado provocativas o llevara los tacones demasiado altos. Por mucho aplomo que hubiera adquirido en esos años, el hermano mayor de Dave siempre la hacía sentirse como una niña tonta.

–¿Cómo has llegado tan rápidamente? –le preguntó.

–He venido volando. Cuando volví del campo esta mañana me encontré el mensaje de Isobel en el contestador.

Gemma recordó entonces que Max tenía una avioneta.

–Bueno, Isobel se ha ido ya al aeropuerto. Probablemente te hayas cruzado con ella.

Max hizo una mueca.

–¿Así que va directa a la boca del lobo?

–Sí. Es una mujer muy decidida.

Max maldijo y se pasó una mano por el oscuro cabello.

–Debería haber sido yo el que fuera a buscar a Dave.

–¡Una idea brillante! ¿Por qué no se nos habrá ocurrido a Isobel o a mí? Tú eras la persona más adecuada. El hermano de Dave. Eres familia, pero aún mejor, eres un hombre. Podrías haberle ahorrado el peligro a Isobel y ella podría haberse quedado aquí cuidando de Mollie –dijo ella sarcásticamente.

–¿Entonces tú no quieres cuidar a la niña?

–Yo no he dicho eso. Por supuesto que estoy contenta por poder cuidar de ella, ¿Pero de verdad que tú podrías ir a África? ¿Te has traído el pasaporte?

–¿No crees que he intentado ya ir yo? El Ministerio de Asuntos Exteriores me ha echado atrás inmediatamente. Me han dicho muy claramente que me mantenga apartado de esto. Isobel es el pariente más cercano de Dave ahora y quieren que vaya su esposa para intentar apelar a sus sentimientos humanos. Al parecer así hay muchas más posibilidades de que lo suelten. No me gusta, pero no voy a ser yo quien les estorbe.

–Supongo que eso es lo inteligente –dijo Gemma–. Parece una situación muy delicada.

Max se limitó a soltar un gruñido y se acercó a ella. Gemma pensó que había oído decir a algunas mujeres que, ahora que había llegado a la treintena, estaba aún más atractivo que cuando adolescente, pero ninguna de ellas había logrado tentarlo con el matrimonio y Gemma sabía por qué. Su personalidad no había mejorado nada.

–¿Quién decidió que fueras tú la que se ocupara de la niña? –le preguntó él.

–Su madre está completamente segura de que yo soy la persona más adecuada.

De repente sopló una racha de viento y Gemma inclinó la cabeza para proteger a la pequeña, por lo que no pudo ver la reacción de Max. Pero no así el ruido de la puerta de su casa al dar un portazo. Se volvió horrorizada. Ahora estaba delante de su casa con una niña en brazos y Max Jardine mirándola fijamente.

Él miró entonces hacia la puerta.

–No la habrás cerrado, ¿verdad?

Ella rebuscó en sus bolsillos, sabiendo que era inútil, que tenía las llaves en un gancho de la cocina.

–Sí –respondió entre dientes.

–¿No puedes llevar a la niña dentro?

–No. También he cerrado la puerta trasera porque me preocupaba el gato del vecino… Y la niña.

Por una fracción de segundo, ella pensó que Max le había sonreído.

–Así que ahora se trata de entrar por una ventana, ¿no?

Gemma miró sus ventanas. Ese día había hecho viento y la única que tenía abierta era la de su dormitorio.

–Yo puedo entrar por ahí en un momento –añadió Max.

Se lo imaginó metiendo sus botas de montar y sus largas piernas por la ventana, pasando junto a su gran cama, que casi llenaba toda la habitación, viendo sus cajas de maquillaje y la ropa interior que había dejado en un montón al pie de la cama…

Por alguna razón estúpida, se sintió ridículamente avergonzada de que Max pudiera ver sus dominios privados.

–No pasa nada. Iré yo. Sé por dónde tengo que hacerlo.

Esta vez él sí que sonrió de verdad. Miró primero a Mollie, que seguía en sus brazos, y luego a su corta falda.

–Si insistes en entrar tú, deja que, por lo menos, te ayude.

Entonces extendió los brazos para recibir a Mollie.

¿Qué era peor? ¿Prefería que Max entrara en su dormitorio o que se quedara con Mollie en brazos y la ayudara a entrar por la ventana, observando cómo se le subía la falda? ¡Maldita sea! ¿Por qué la afectaba siempre tanto su presencia? Aquella no era una situación de peligro real y aun así se sentía completamente paralizada.

–Supongo que tú tienes las piernas más largas, así que será mejor que entres tú –dijo por fin.

–De acuerdo.

Inmediatamente después, Max ya había desaparecido.

Gemma vio cómo se movían las cortinas cuando Max pasó cerca de ellas y se preguntó lo que pensaría él al ver una cama tan grande en un dormitorio tan pequeño. Había alquilado esa casa porque estaba amueblada y el alquiler era bajo, además de porque estaba muy cerca del distrito de negocios de la ciudad.

Entonces se abrió la puerta.

–Señorita Brown, señorita Mollie… –dijo Max inclinándose exageradamente.

–Gracias –respondió Gemma cuando pasó a su lado con la cabeza bien alta.

Una vez dentro, añadió:

–¿Has venido a visitarnos?

–Tenemos que hablar de lo que es lo mejor para esta pequeña –respondió Max.

Gemma suspiró. Se dio cuenta de que tenía una pelea por delante y allí estaba ella, enfrentándose al enemigo sin haber tenido tiempo de elaborar un plan de combate.

–Isobel ya ha decidido lo que es mejor para su hija –le dijo–. No te olvides de que ella es mi mejor amiga.

–Y esta niña es mi sobrina.

Max echó un vistazo a su alrededor por el salón, bastante desordenado ahora con todas las cosas de Mollie, y frunció el ceño al ver ese montón. Había muchos juguetes, una cuna plegable, una sillita y ropa suficiente como para vestir a todo un jardín de infancia.

También se fijó en el montón de papeles que Gemma había dejado sobre el sofá, su ordenador y más papeles cubrían por completo la mesa.

–Estará mucho más ordenado cuando me lleve al dormitorio las cosas de la niña –dijo ella.

Max sonrió con ironía.

–¿A qué dormitorio?

–Al mío.

–¿Cuántos dormitorios tienes?

–Solo ese.

Max la miró con las manos en las caderas y agitó la cabeza como si no la hubiera oído bien.

–¿Vas a meter todo esto en ese dormitorio en miniatura por el que acabo de pasar?

–Algunas de ellas.

–Pues vas a tener que comprarte una cama más pequeña.

Gemma decidió no responder a la provocación. Luego él se dio la vuelta y echó un vistazo a la cocina y de nuevo al salón, quedándose con todos los detalles. La casa parecía más pequeña con él en medio. Finalmente, la miró de nuevo.

Por fin le dijo muy tranquilamente:

–No puede ser así, Gemma. No puedes cuidar de Mollie en esta caja de zapatos.

–Por supuesto que puedo. Isobel tiene una fe total en mí.

–Isobel está desesperada.

Gemma se dijo a sí misma que debería haberse esperado un golpe tan doloroso como ese por parte de Max y decidió no permitir que él la intimidara.

–No lo estaba tanto como para arriesgar el bienestar de su hija. Tiene una confianza total en mi capacidad para cuidar a su hija. ¿Por qué tú no la tienes?

Él la miró, pero no dijo nada.

–¿Por qué tú no confías en mí, Max?

–Estoy seguro de que tienes buenas intenciones, Gemma. Pero no dejo de recordar…

–Dudo que te hayas fijado, pero ya no soy ninguna niña.

Esta vez él sonrió relajadamente.

–Créeme, chica. Me he fijado en lo mayor que pareces actualmente.

Gemma no pudo evitar ruborizarse y escondió la cara tras los dorados rizos de Mollie.

–Pero lo que recuerdo es tu reacción en el hospital cuando nació Mollie –continuó Max–. Nos dijiste muy claramente que eras alérgica a los niños. Que no la ibas a tocar por miedo a que se fuera a romper.

–Los recién nacidos no cuentan –murmuró ella a la defensiva–. Todo el mundo se pone nervioso cuando tiene que tomarlos en brazos. Ahora yo quiero a Mollie.

–Pero dijiste que ibas a esperar a que fuera suficientemente mayor como para… ¿Qué fue lo que dijiste? ¿Llevártela de compras? Creo que estabas planeando enseñarle a comprarse unos zapatos y mostrarle dónde hacen el mejor café de la ciudad.

Sorprendida, Gemma miró a Max. ¡Ese hombre tenía una memoria de elefante! Ella solo se acordaba un poco de esa conversación. ¿Cómo era que a él se le habían quedado unos detalles tan insignificantes? Debía tener la costumbre de guardar munición como esa para soltarla cuando más doliera.

–De acuerdo, al principio me daba miedo –admitió–. Nunca había estado en contacto con un recién nacido, pero ya me he acostumbrado y Mollie y yo nos llevamos fabulosamente ahora.

En ese momento Mollie se agitó en sus brazos y gimió protestando. Gemma la miró y le preguntó mentalmente de qué lado estaba. Trató de acomodársela en la cadera. Había visto a Isobel hacerlo muchas veces y, al parecer, funcionaba siempre.

–Ya lo entiendo ¿Vas a jugar a hacer de niñera al mismo tiempo que trabajas?

–Por supuesto. No debería ser un problema.

Ese era el peor momento para que Mollie llorara, pero lo hizo. Sintiéndose amenazada, Gemma la colocó en el suelo a sus pies. Para su sorpresa, Mollie dejó de llorar inmediatamente. Se quedó allí tan tranquila y empezó a chuparse el pulgar.

–Mira eso –dijo sintiéndose mucho mejor–. No la voy a tener que llevar encima a cada momento. Se podrá quedar sentada en su corralito jugando con sus cosas mientras yo trabajo.

La expresión de Max se suavizó por un momento mientras observaba a su sobrina, pero cuando miró de nuevo a Gemma, lo hizo con el ceño fruncido.

–No voy a permitir que se quede aquí Gemma –dijo.

–¿Perdona?

–Ya me has oído. Que no voy a abandonar a mi sobrina.

–¿Abandonarla? ¿Cómo te atreves a insinuar que dejarla conmigo es lo mismo que abandonarla?

–No te lo tomes personalmente, Gem.

–¿Y cómo se supone que he de tomármelo?

–Esto es un asunto de familia. Ya sabes lo que se dice de que la sangre es más espesa que el agua. No se puede esperar que una amiga se haga cargo de semejante responsabilidad.

–Esto es para ponerse a gritar. Yo soy más que una amiga, ¡soy la madrina de Mollie!

Pero nada más decir eso, se arrepintió. Ese hombre, su enemigo, era el padrino de la niña.

–¿Y cómo la vas a cuidar? –dijo ella antes de que Max pudiera responder–. Tú no tienes a ninguna mujer en la finca, solo un puñado de vaqueros. Y dudo que ellos sean de mucha ayuda.

–Por supuesto, contrataré a una niñera. Alguien con las mejores referencias.

Ella hizo girar los ojos en sus órbitas.

–Si Isobel hubiera querido una niñera para Mollie, la habría contratado ella misma. La pobre mujer no sabía cuánto tiempo iba a tener que estar fuera y quería que a su hija la cuidara alguien que la quisiera de verdad, no una desconocida con un título.

Max suspiró y se pasó una mano por el cabello.

–¿Isobel te dijo que no quería una niñera?

–Sí –respondió ella firmemente.

–Muy bien –dijo Max y suspiró–. Tanto tú como yo somos los padrinos de Mollie, así que debemos hacer de esto una responsabilidad compartida.