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Siempre supo que ese día llegaría Olivia Delgado había sido abandonada por el hombre que amaba, un hombre que nunca existió. El multimillonario aventurero Kieran Wolff se había presentado con un nombre falso, le había hecho el amor y luego había desaparecido. Seis años después, no solo había regresado reclamando conocer a la hija de ambos, sino también intentando seducir a Olivia para que volviera a su cama. La pasión, aún latente entre ambos, amenazaba con minar el sentido común de la joven. ¿Podría confiar en él en esa ocasión o seguiría siendo un lobo con piel de cordero?
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Seitenzahl: 170
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Janice Maynard. Todos los derechos reservados.
UN TOQUE DE PERSUASIÓN, N.º 1874 - septiembre 2012
Título original: A Touch of Persuasion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0800-3
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
De pie en el porche delantero, con los puños cerrados, Kieran oyó a lo lejos el sonido de una cortadora de césped mezclado con gritos y risas infantiles. La dirección de Santa Mónica, en la que había localizado a Olivia, estaba en un agradable barrio de clase media.
El artículo que había recortado de uno de los periódicos de su padre crujía en el bolsillo. No le hizo falta sacarlo, tenía las palabras grabadas en su mente.
Los oscarizados Javier y Lolita Delgado dieron una fiesta para celebrar el quinto cumpleaños de su única nieta. La pareja, últimos representantes de la realeza de Hollywood, reunió a una selecta concurrencia de la industria del cine. La pequeña, Cammie, auténtica estrella de la fiesta, disfrutó montando en poni y en los hinchables, y comiendo del lujoso bufé. La madre de la criatura, Olivia Delgado, tan discreta como de costumbre, fue vista en compañía de la estrella en auge, Jeremy Vargas.
Como un perro royendo un hueso, su cerebro regresó a la increíble posibilidad. Las fechas cuadraban, pero eso no significaba que Olivia y él hubieran engendrado una hija.
Una inesperada ira le atravesó el pecho, ahogándolo con una sensación de confusión y remordimiento. Había intentado borrar a Olivia de su mente. Habían mantenido una relación breve, aunque explosiva, y la había amado con la inconsciencia de la juventud.
No podía ser. ¿O sí?
Volvió a sacar el trozo de periódico del bolsillo para estudiar la foto.
¿Era padre de una niña?
Hacía menos de dos días que había llegado de Extremo Oriente. Había acabado mal con Olivia, pero no la creía capaz de ocultarle algo así.
El descubrimiento había alterado todos sus planes. En lugar de disfrutar de una largamente pospuesta reunión familiar en las montañas de Virginia Blue, se había limitado a saludar rápidamente a los suyos para subirse a otro avión, rumbo a California.
Aunque jamás lo admitiría, estaba nervioso y aterrado. Alargó una mano y llamó al timbre.
–Hola, Olivia –saludó con amargura a la mujer que abrió la puerta.
Podría haber sido una estrella del cine. Era hermosa, una versión más dulce de su exótica madre. Tenía la piel bronceada y una mata de cabellos color caoba. Y unos enormes ojos marrones que lo miraban con gesto espantado.
–¿Puedo pasar?
La palidez de la mujer debería haberle hecho sentirse avergonzado, pero lo que sintió fue una punzada de satisfacción. Necesitaba herirla.
–¿Qué haces aquí? –la joven se humedeció los labios mientras el pulso latía visiblemente en su fino cuello. Era evidente que se esforzaba por aparentar desinterés.
–Pensé que podríamos recuperar el tiempo perdido… Seis años es mucho tiempo.
La joven no se movió, pero su lenguaje corporal decía claramente «no».
–Estoy trabajando –contestó secamente–. Este no es un buen momento.
Los generosos pechos de la joven llenaban una escotada camiseta y era imposible no fijarse en ellos. Cualquier hombre sano entre dieciséis y setenta se sentiría excitado ante la sensualidad de ese cuerpo.
–Puede que para ti no lo sea –se abrió paso de un empujón–. Pero a mí me parece el momento perfecto.
La joven dio instintivamente un paso atrás mientras él entraba en el salón en el que no había juguetes ni ninguna evidencia de la presencia de un niño.
Una foto enmarcada llamó su atención. Al acercarse reconoció el fondo. Olivia había escrito su tesis doctoral sobre la afamada ilustradora y escritora infantil Beatrix Potter. Un memorable fin de semana lo había arrastrado hasta Lake District, en Inglaterra. Tras visitar la casa y los alrededores donde había vivido la autora, Kieran había reservado una habitación en una encantadora y romántica posada.
Al recordar los eróticos días y noches que habían compartido, sintió una opresión y su sexo empezó a moverse. ¿Había vuelto a sentirse así desde aquello?
Había intentado olvidarla con todas sus fuerzas, cumplir con su deber de Wolff. Un millón de veces se había cuestionado las decisiones tomadas al abandonarla sin decir una palabra.
Y sin embargo había penado por ella. Por la elegante, hermosa, divertida Olivia, poseedora de un cuerpo que haría llorar de felicidad a cualquier hombre.
Desterró la idea de la cabeza. Había muchas posibilidades de que esa mujer hubiera perpetrado un imperdonable engaño. Esa reunión debería estar llevándose a cabo en terreno neutral. Porque, sin testigos, había muchas posibilidades de que acabara retorciéndole el cuello.
De nuevo se fijó en la foto. Olivia sonreía ante la cámara con una niña de la mano. El mundo de Kieran dio un vuelco y perdió toda capacidad para respirar. Esa cría era sin duda una Wolff. Los ojos separados, la expresión cautelosa, la barbilla levantada.
–¿Dónde está? –rugió volviéndose hacia la traidora–. ¿Dónde está mi hija?
–¿Tu hija?
–No juegues conmigo –Kieran frunció el ceño–. No estoy de humor. Quiero verla. Ahora.
Sin esperar a ser invitado, subió escaleras arriba con Olivia pisándole los talones.
Kieran Wolff había sido su primer y único amor. Ella había sido una tímida jovencita, un ratón de biblioteca con la cabeza en las nubes. Y él le había mostrado un mundo de placer… y luego había desaparecido.
Todo sentimiento de remordimiento se evaporó al recordar el dolor y la confusión vividos.
Kieran entró en una habitación que tenía la puerta abierta, inconfundiblemente una habitación de niña. La cama con dosel era de una princesita de Disney.
–Te lo vuelvo a repetir –durante un segundo, Olivia se conmovió ante la angustia reflejada en el rostro del hombre, pero enseguida se compuso–. ¿Qué haces aquí… Kevin?
El tono hizo que un ligero rubor ascendiera desde el cuello de Kieran. Los cabellos cortos, ligeramente más oscuros que los de Olivia, terminaban en la nuca.
–¿De modo que sabes quién soy? –afirmó él contemplando el indescifrable rostro.
–Lo sé –Olivia se encogió de hombros–. Hace años contraté a un detective para que descubriera la verdad sobre Kevin Wade. Imagina mi sorpresa al descubrir que no existía.
–Tenía mis motivos, Olivia.
–Estoy segura, pero esos motivos no me importan. Quiero que salgas de mi casa o llamaré a la policía.
La amenaza no le hizo ninguna mella. Los ojos color ámbar la miraron entornados.
–Quizás sea yo quien llame a la policía para hablarles de cierto tema de secuestro…
–Ni se te ocurra –susurró ella con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas–. No después de todo este tiempo. Por favor–. No le debía nada, pero podía arruinarle la vida.
–¿Dónde está la niña? –el tono no daba lugar a protestas.
–Viajando por Europa con sus abuelos –ni en un millón de años iba a mencionar que Cammie aún tardaría varias horas en despegar del aeropuerto de Los Ángeles.
–Admite que es mía –Kieran la sacudió con firmeza por los hombros–. Sin mentiras, Olivia.
Ella reconoció y recordó con dolorosa claridad el cálido aroma de su piel después de hacer el amor. Durante un tiempo creyó que despertaría junto a ese hombre el resto de su vida. Con los años, se recriminó la estupidez e inocencia que había demostrado.
–¡Suéltame! –exclamó–. No tienes derecho a entrar aquí y presionarme así.
–Maldita sea, quiero la verdad –Kieran la soltó bruscamente–. Dímelo.
–No reconocerías la verdad aunque te mordiera el culo. Márchate, Kevin Wade.
–Tenemos que hablar –la reacción de Olivia lo enfureció aún más–. Puedes elegir: esta noche en mi hotel o mañana en un despacho con dos abogados.
–No tengo nada que decirte –contestó ella desolada. Ese hombre no iba a rendirse.
–Entonces seré yo el que hable –la taladró con la mirada.
Estupefacta, Olivia lo vio marcharse y lo siguió con la intención de cerrar la puerta y así, con suerte, dejar fuera su pasado. Pero Kieran se detuvo en el porche.
–Enviaré un chófer a buscarte a las seis –anunció con frialdad–. No te retrases.
Olivia sintió que las piernas le fallaban y tuvo que sentarse en una silla. ¿Qué podía hacer? no se atrevía a contarle la verdad. Kieran Wolff no era el joven risueño que había conocido en Oxford.
Era letal y depredador como los felinos de las junglas que frecuentaba. Era el hombre que ayudaba a cavar pozos en aldeas remotas y que construía y reconstruía puentes y edificios en países asolados por guerras.
Sin más dilación marcó el número de su vecina, madre de la mejor amiga de Cammie, que pasaba la tarde en su casa.
Veinte minutos después observaba a su hija escribir una nota de agradecimiento a sus abuelos por la fiesta de cumpleaños. Todo había salido bien.
–Necesito más papel –Cammie frunció el ceño a punto de llorar–. Me ha salido mal.
–Así está bien, cariño –intentó calmarla Olivia–. Con cinco años ya era una perfeccionista.
–Tengo que empezar de nuevo.
Sintiendo la rabieta que se avecinaba, Olivia suspiró y le entregó una hoja de papel.
De haber tenido Cammie un padre en su vida, ¿sería capaz de tomarse mejor las cosas?
A Olivia se le encogió el estómago. En esos momentos no podía pensar en Kieran, no hasta que Cammie estuviera lejos de allí, sana y salva.
La iba a echar de menos. Formaban una familia de dos. Una familia completa y normal.
¿Acaso intentaba convencerse de otra cosa?
Deseaba desesperadamente que Cammie tuviera la seguridad emocional que a ella le había faltado de pequeña. El placer de los abrazos y las tareas escolares.
Olivia había sido criada por una serie de niñeras y tutores. Siendo muy niña había vivido las largas ausencias de unos padres que la ignoraban. Había sido el estereotipo de la pobre niña rica con el corazón roto.
Por suerte sus padres se implicaban más en la vida de Cammie de lo que habían estado en la suya.
El empecinamiento de Olivia por vivir junto a su hija una existencia de clase media dejaba estupefactos a Lolita y Javier. La fiesta de cumpleaños había sido un ejemplo del estilo de vida del que Olivia había intentado escapar. No era bueno que una niña creyera poder obtener todo lo que deseaba. Aunque ella se arruinara, Cammie seguiría heredando millones de dólares de sus abuelos.
–Ojalá tuviera Lolo nevera –Cammie sonrió al fin satisfecha–. Mi amiga, Aya, dice que su abuela pega cosas en la puerta de la nevera.
Olivia sonrió. Lolo tenía varias neveras repartidas en distintas cocinas desde Los Ángeles hasta Nueva York, pasando por París. Pero dudaba seriamente de que su madre hubiera abierto alguna, y mucho menos decorado con los dibujos de su nieta. Lolita pagaba para que otros hicieran esas cosas, en realidad para que se ocuparan de cualquier cosa.
–A Lolo le va a encantar tu dibujo, Cammie, y a Jojo también.
Al padre de Olivia no le volvía loco su apodo, pero le consentía cualquier cosa a su nieta, por amor y porque la niña le ofrecía lo que más ansiaba: su incondicional adoración.
–Voy a buscar mi mochila –Cammie saltó de la silla–. Vendrán en cualquier momento.
–Espera, cielo… –sin embargo era demasiado tarde. La niña ya corría escaleras arriba.
Los padres de Olivia iban a llevarla a Euro Disney. Olivia había protestado por considerarlo excesivo tras el gasto desmesurado de la fiesta de cumpleaños, pero había cedido ante la implorante mirada de su hija, y sus fuertes abrazos. Abuelos y niña habían cerrado filas contra Olivia.
–Prométeme que te portarás bien –suplicó Olivia cuando reapareció Cammie.
–Siempre me dices lo mismo –la niña puso los ojos en blanco.
–Y siempre lo digo en serio.
–Adiós, mami –aulló feliz la pequeña cuando sonó el timbre de la puerta.
Olivia la siguió hasta el coche. Sus padres permanecían felices y elegantes en medio del barullo que organizaba una sobreexcitada pequeña de cinco años para subirse al coche.
–Por favor, no la miméis en exceso –Olivia abrazó a su madre con cuidado para no arrugarle el traje.
Durante un segundo, sintió el impulso de compartir con ellos la verdad sobre Kieran, de pedirles consejo. Jamás había divulgado los detalles de la paternidad de Cammie.
Pero el momento pasó cuando Javier sonrió y pellizcó la mejilla de su hija.
–Es lo que mejor sabemos hacer, Olivia.
Tras la partida, la casa quedó en silencio. Durante muchos años habían estado las dos solas. Y de repente, Kieran aparecía para desestabilizar su mundo.
Olivia sintió arder los ojos y se esforzó por despejarse de tanta sensiblería. Tenía una buena vida. Una familia, un trabajo como ilustradora de cuentos infantiles que adoraba y muchos y buenos amigos. Kieran no formaba parte del lote, de lo cual se alegraba.
El resto del día resultó una pérdida de tiempo. Tenía menos de dos semanas para entregar en la editorial unas acuarelas, pero no se sentía capaz de darle el toque final a la última.
Era incapaz de concentrarse, incapaz de contener el torrente de recuerdos.
Se habían conocido siendo estudiantes universitarios en una de un amigo común en una casa tradicional de la campiña inglesa. Quedaban seis semanas para el fin de curso y ambos sabían que su relación tenía fecha de caducidad. Pero Olivia, completamente encandilada por el atractivo y carismático Kevin Wade, se había construido un cuento de hadas en el que la relación continuaría en Estados Unidos.
Sin embargo, no había sucedido precisamente así. Durante la última semana, Kevin había desaparecido dejando una simple nota de despedida. Pensar en ello seguía revolviéndole el estómago. El amor se había transformado en odio y había hecho todo lo posible por dar la espalda al recuerdo del chico que le había roto el corazón… y dado un bebé.
Tras ducharse contempló su reflejo en el espejo. Aunque hubiera querido seguir los pasos de su madre en el cine, no habría tenido la menor posibilidad. Le sobraban nueve kilos y no respondía al tipo espigado y rubio que seguían prefiriendo los directores de cine.
Para cuando la limusina aparcó frente a su casa, Olivia estaba hecha un manojo de nervios.
Durante seis años había inventado mentiras para proteger a su hija, para construirse una vida tan insulsa que la prensa hacía tiempo que la había dejado en paz. Una madre soltera en Hollywood era muy aburrido… siempre que nadie descubriera que su padre era un Wolff.
El hotel donde se alojaba Kieran se encontraba en una tranquila calle de Santa Mónica. Exclusivo, discreto y, sin duda, enormemente caro. El director en persona acompañó a Olivia a la suite de la quinta planta.
Después la dejó sola. Pero, en lugar de llamar a la puerta, sopesó la posibilidad de huir del país. Cammie lo era todo para ella y la perspectiva de perderla…
A pesar de no poder competir con la cuenta bancaria de los Wolff, poseía una fortuna propia nada desdeñable. En una batalla legal, podría mantener su posición y los jueces a menudo se ponían del lado de la madre, sobre todo en una situación como aquella.
No tenía la menor idea de qué le aguardaría al otro lado de la puerta, pero no abandonaría sin luchar. Kieran Wolff no merecía ser padre. Y si hacía falta, ella misma se lo diría.
Respiró hondo y golpeó la puerta con los nudillos.
Al abrir la puerta se le encogieron las entrañas. Olivia estaba preciosa y cada una de sus hormonas masculinas se levantaron para saludarla. Había que estar muerto para no reaccionar a la sexualidad que desprendía.
Era como las modelos de calendario de los años 1940, de interminables piernas, generosos pechos y todas las curvas que hacía falta tener. Olivia era una fantasía de piel color miel.
–Adelante, Olivia –la invitó–. Enseguida nos servirán la cena.
Ella entró. Kieran esperó a que se sentara antes de tomar asiento frente a ella. Había ensayado la escena mil veces y estaba decidido a conservar la calma, por mucho que lo provocara.
–No puedes negarlo, Olivia –empezó al ver que ella no tenía intención de hablar–. Cuando nos conocimos eras virgen. Sé calcular. Tu hija es mía.
–Mi hija no es asunto tuyo –ella lo miró furiosa–. Puede que fueras el primero, pero ha habido muchos hombres después.
–Mentirosa. Nómbrame a uno.
–Eh… –Olivia se quedó boquiabierta.
Kieran rio por primera vez desde que había descubierto el artículo de prensa. Seguía siendo la chica dulce y sensata que había conocido en la universidad, del todo ignorante de su espectacular belleza.
–Enséñame su certificado de nacimiento.
–No seas ridículo –ella alzó desafiante la barbilla–. No lo llevo en el bolso.
–Pero estará en tu casa, ¿verdad?
–Bueno, yo… –Olivia se mordió el labio.
–¿Qué nombre pone en el certificado, Olivia? –afortunadamente para él, Olivia mentía fatal–. Será mejor que me lo digas. Sabes que lo averiguaré de todos modos.
–Kevin Wade –contestó ella sin ningún rastro de inocencia ni dulzura–. ¿Contento?
–Kevin Wade… –el dolor en el pecho le cortó la respiración.
–Eso es. De modo que ningún juez te concederá el menor crédito.
La Olivia que él había conocido siempre sonreía y su alegría de vivir resultaba cautivadora y seductora. Pero el gesto que tenía en esos momentos era glacial.
–Pusiste mi nombre en el certificado de nacimiento –gruñó él. Kieran tenía una hija.
–Una puntualización –apuntó ella sin rastro de emoción–. En el hospital, al dar a luz a mi hija, di un nombre falso como padre. No tenía nada que ver contigo.
Kieran se sentía frustrado. Aquello no le estaba llevando a ninguna parte. Se levantó de un salto y paseó hasta la ventana para contemplar el mar.
–¿Qué descubrió tu detective sobre mí? –preguntó dándole la espalda a Olivia.
–Que tu verdadero nombre es Kieran Wolff –contestó ella tras una pausa–. Que perdiste a tu madre y a tu tía en un violento secuestro y tiroteo cuando eras pequeño. Que tu padre y tus tíos te criaron junto con tus hermanos y primos, prácticamente recluidos por temor a otro intento de secuestro.
–¿Te gustaría conocer mi versión? –Kieran se volvió hacia ella con el rostro sombrío.
Olivia tenía las manos entrelazadas sobre el regazo y estaba tan rígida que parecía a punto de romperse en mil pedazos.
Él tragó con dificultad, dolorosamente consciente de la estremecedora intensidad del deseo que sentía. La misma necesidad que sentía de que ella lo comprendiera y lo perdonara. Sin duda era culpable de sus pecados pasados, pero eso no excusaba a Olivia.
–Mírame, Olivia –Kieran se sentó junto a ella y le levantó la barbilla hasta obligarla a mirarlo–. No soy el enemigo. Solo necesito que seas sincera conmigo y yo haré lo mismo.
Los ojos marrones estaban anegados en lágrimas, pero las contuvo furiosa, asintiendo de nuevo mientras Kieran se obligaba a dejar de tocarla. Era un lujo que no se podía permitir.
–Fuiste muy importante para mí, Olivia. Había estado con muchas chicas antes, pero tú fuiste diferente.
Silencio.
–Me hiciste reír. Nunca quise hacerte daño, pero le había hecho un juramento a mi padre.
–Sí, claro.
–Búrlate si quieres, pero es cierto. Mis hermanos, primos y yo juramos que si nos permitía ir a la universidad sin guardaespaldas, utilizaríamos nombres falsos y jamás revelaríamos quiénes éramos en realidad.
–O sea que podías acostarte conmigo, pero no compartir algo tan sencillo como la verdad.
En aquella ocasión fue Olivia la que se puso en pie y paseó por la estancia.
–Iba a contártelo –insistió él–. Pero primero necesitaba el permiso de mi padre. Y antes de poder pedírselo, sufrió un infarto y tuve que abandonar Inglaterra repentinamente.
–Dejando una nota que decía: «Querida Olivia, tengo que regresar a casa. Lo siento».
–Tenía prisa –él hizo una mueca.
–¿Tienes la menor idea de la humillación que sentí cuando acudí al rector para suplicarle información sobre ti y me dijeron que Kevin Wade ya no estaba matriculado allí?
–Lo siento –interrumpió él, consciente por primera vez de lo que le había hecho sufrir.
–Sentirlo no explica por qué tu móvil o tu correo electrónico dejaron de funcionar.
–Estaban adscritos a la cuenta de la facultad. Cuando supe que ya no volvería, la cerré.
–Si lo que intentas es justificarte, estás fracasando estrepitosamente.
–Jamás quise hacerte daño –insistió él. Mi casa era una locura –continuó Kieran–. Durante una semana no salí del hospital. Y cuando papá salió, estaba muy deprimido. Apenas tenía tiempo para mí mismo.
–Lo he entendido –ella asintió lentamente mientras fruncía el ceño–. No fui más que una aventura temporal. Fui una ingenua. Hasta pasadas varias semanas no me di cuenta de que me habías plantado. Seguía creyendo que habíamos compartido algo especial.
–Y así era, maldita sea.