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La tenía justo donde quería A Nate Hunter le resultó demasiado fácil seducir a la hija de su enemigo. Y después de un fin de semana tórrido, le planteó un ultimátum: Nicole Wilson tendría que trabajar con él. Si no lo hacía, su familia se enteraría de su aventura. Nicole no tenía muchas alternativas, pero al aceptar las condiciones de su amante, vio en sus ojos una esperanza de redención. ¿Estarían justificadas las razones de Nate? ¿Se atrevería a fiarse de un hombre que pretendía destruir todo lo que amaba?
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Seitenzahl: 172
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Dolce Vita Trust. Todos los derechos reservados.
UNA AVENTURA PROHIBIDA, N.º 1921 - junio 2013
Título original: A Forbbiden Affair
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3107-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Las manos de Nicole temblaban de forma incontrolable al tratar de introducir la llave de contacto. El llavero se le volvió a caer y, tras recogerlo del suelo de su Mercedes Benz, se dio por vencida.
Se bajó del coche, dio un portazo y sacó el teléfono móvil del bolso. Menos mal que se había acordado de recogerlo de la mesa del vestíbulo después de abandonar airadamente la cena familiar, con lo que daba por concluidas todas las futuras cenas familiares.
Llamó a un taxi. Temblaba mientras esperaba a que llegara. Se alegró de no haber tenido tiempo de quitarse el traje de chaqueta de lana al llegar a su casa después de trabajar, ya que el aire de la noche otoñal era muy frío.
Su padre le había pedido que se pusiera elegante para cenar, pero pensó que a su padre no le importaría que se hubiera quedado trabajando en el despacho en vez de volver corriendo para vestirse. A fin de cuentas, si alguien tuviera que entender que dedicara su tiempo y energía a Wilson Wines, debía ser Charles Wilson, fundador y presidente de la empresa. Su padre le había dedicado la vida, y ella había pretendido seguir sus pasos.
Hasta esa noche.
Volvió a invadirla la ira. ¿Cómo se había atrevido su padre a menospreciarla de aquel modo y en presencia de un desconocido a todos los efectos, aunque fuera su hermano Judd, al que hacía mucho tiempo que había perdido de vista? Veinticinco años después de que el divorcio de sus padres hubiera dividido a la familia en dos, ¿qué derecho tenía Judd a volver y a reclamar responsabilidades que eran de ella? Trató de calmarse. No podía confiar en nadie salvo en sí misma.
Hasta Anna, su mejor amiga, había demostrado su verdadero rostro la semana anterior al volver a Nueva Zelanda desde Australia en compañía de Judd. Trató de convencer a Nicole de que se había limitado a cumplir las órdenes de Charles de buscar a Judd y llevarlo de vuelta para buscar una reconciliación. Pero Nicole sabía a quién era leal Anne, y ciertamente no era a ella, ya que, en caso contrario, le hubiera contado los planes de Charles.
El móvil comenzó a sonar insistentemente dentro del bolso.
–¿Dónde estás, Nicole? ¿Te encuentras bien?
Era Anna.
–Sí, estoy bien –respondió Nicole con voz cortante.
–Estás enfadada. Lo sé por el tono de voz. Siento lo que ha pasado, pero…
–¿Solo lo que ha pasado, Anna? ¿Y qué hay de tu viaje a Australia? ¿Y de traer a mi hermano de vuelta después de veinticinco años para que me arrebatara todo lo que es mío? Creí que éramos amigas, que éramos como hermanas.
–No podía contarte los planes de Charles. Créeme, por favor. Tuve que jurarle que guardaría el secreto. Ya sabes cuánto le debo. Sin su apoyo, mi madre y yo…
–¿Su apoyo? –Nicole cerró lo ojos para que no se le escaparan las lágrimas–. ¿Es que yo no cuento con el tuyo?
–Sabes que siempre lo has tenido, Nic.
–¿En serio? Entonces, ¿por qué no me dijiste que mi padre iba a sobornar a Judd ofreciéndole mi casa y la empresa?
–Solo la mitad de ella.
–Sí, pero con las acciones que le permiten controlarla, lo que equivale a darle toda la empresa.
El shock que había experimentado cuando su padre se lo había anunciado había sido terrible. Y se había sentido aún peor ante sus intentos de justificarlo:«Verás como encuentras a un hombre», le había dicho, «del que te enamorarás y, antes de que te des cuenta, estarás casada y tendrás una familia. Wilson Wines se convertirá en un pasatiempo para ti».
Su padre consideraba que sus años de trabajo, de dedicación y de compromiso con la empresa habían sido un simple entretenimiento. Nicole sintió que le hervía la sangre.
–Mi padre me ha dejado muy claro cuál es mi situación y, al apoyarle, tú has dejado muy claro de qué lado estás.
Anne le respondió con calma.
–Me tuve que enfrentar a un dilema irresoluble, Nic. Le rogué que te lo contara o que al menos te dijera que Judd iba a volver.
–Pues parece que no le rogaste lo suficiente. O tal vez podías habérmelo dicho tú, haberme llamado o enviado un correo electrónico. Sabías lo que suponía para mí, el daño que me haría. Y no hiciste nada.
–Lo siento mucho, Nic. Si tuviera que volver a hacerlo, actuaría de otra forma.
–El problema, Anna, es que ya no sé nada. Todo aquello por lo que me he esforzado, por lo que he vivido, se lo acaban de entregar a un hombre al que ni siquiera conozco. Ni siquiera sé si sigo teniendo casa, pues mi padre le ha dado la escritura a Judd. ¿Te has preguntado cómo te sentirías si estuvieras en mi lugar?
Las luces de un coche a lo lejos anunciaron la llegada del taxi.
–Tengo que dejarte. Necesito reflexionar.
–Hablemos de esto cara a cara, Nicole.
–No –respondió esta mientras el taxi se detenía–. Ya he dicho todo lo que tenía que decir. No vuelvas a llamarme.
Desconectó la llamada y apagó el móvil antes de meterlo en el bolso.
–Viaduct Basin –le dijo al taxista mientras se montaba en el vehículo. Esperaba que el alegre ambiente de bares y clubes del centro de Auckland la distrajera. Se retocó el maquillaje como pudo. Detestaba que sus enfados, poco frecuentes, siempre acabaran en lágrimas.
Se recostó en el asiento e intentó olvidar las palabras de su padre y su ligero tono de superioridad, que parecía indicarle que pronto se le pasaría la rabieta.
–Tendrá que pasar por encima de mi cadáver.
–¿Cómo dice, señorita? –le preguntó el taxista.
–Nada, perdone. Hablo sola.
Trató de contener las lágrimas que volvían a agolpársele en los ojos. Su padre había dañado la relación entre ambos para siempre, había hecho desaparecer la confianza existente entre Anna y ella y destruido la posibilidad de que entre Judd y ella se estableciera un vínculo de hermandad. Ya no podía confiar en nadie de la familia: ni en su padre, ni en su hermano, ni en su hermana ni, desde luego, en su madre, a la que no veía desde que se había llevado a Judd a Australia, donde ella había nacido, cuando el niño tenía seis años y Nicole uno.
Hacía mucho tiempo que ella se había convencido de que no necesitaba a su madre. Su padre lo había sido todo para Nicole. Pero ya de niña se había dado cuenta de que ella no bastaba para compensarle por la pérdida de su esposa e hijo. Eso la había llevado a esforzarse más, a ser una alumna ejemplar con la esperanza de que su padre estuviera orgulloso de ella. Desde el momento en que se percató de que lo que le importaba a su padre, su única ambición fue dirigir Wilson Wines.
Con Judd de vuelta, era como si ella no existiera.
Pero no se dejaría vencer por la conducta paterna, cuando se le pasara el enfado, ya se le ocurriría el modo de solucionar las cosas. Hasta entonces, su intención era divertirse.
Bajó del taxi, se soltó el pelo, que llevaba recogido en una cola de caballo, se desabrochó el botón superior de la chaqueta, con lo que quedó a la vista un sujetador de encaje, y se dirigió al primer bar que vio.
Nate, apoyado en la barra, miraba con desinterés a los que bailaban en la pista. Estaba allí por complacer a Raoul. Acudir a la despedida de soltero de su amigo era una pequeña recompensa por su trabajo para que Jackson Importers siguiera adelante después de la repentina muerte, el año anterior, del padre de Nate. Se había sentido muy aliviado al saber que Raoul llevaría las riendas del negocio hasta que él pudiera volver a Nueva Zelanda. Había tardado en abandonar la sucursal europea de Jackson Importers y encontrar a alguien que lo sustituyera, y le debía un gran favor a Raoul por sacarlo del atolladero.
De todos modos, se aburría. Estaba a punto de despedirse cuando la vio. La mujer bailaba con una sensualidad que despertó su instinto masculino más básico. Iba vestida como si acabara de salir de la oficina. Llevaba la chaqueta desabrochada lo justo para que se adivinaran sus senos. Y aunque la falda no era exactamente corta, sus largas piernas y los zapatos de tacón hacían que lo pareciera.
Sintió una punzada familiar en la entrepierna. De pronto, marcharse a casa dejó de ser una prioridad.
Se abrió paso entre los cuerpos para acercarse. Había algo en ella que le resultaba conocido. Su larga melena oscura se movía a un lado y a otro al ritmo de la música y él se la imaginó deslizándose por su cuerpo extendida sobre las sábanas de su cama.
Se aproximó bailando.
–Hola, ¿puedo acompañarte? –le preguntó sonriendo.
–Desde luego –respondió ella mientras se apartaba el pelo de la cara y mostraba unos ojos oscuros en los que un hombre se perdería y unos deliciosos y pecaminosos labios pintados de rojo.
Bailaron durante un rato sin tocarse. Una persona chocó con Nicole y la lanzó contra el pecho de Nate. Él la sujetó y ella lo miró con una sonrisa.
–Eres mi salvador –afirmó con un brillo malicioso en los ojos.
–Puedo ser lo que quieras –afirmó él inclinándose para hablarle al oído.
–¿Lo que quiera?
–Lo que quieras.
–Gracias –ella le rodeó el cuello con las manos.
En aquel momento, lo único que Nate deseó fue llevársela a su casa y a la cama.
No le gustaban las aventuras de una noche. Le gustaba calcularlo todo, la espontaneidad no era su fuerte, sobre todo en su vida privada. Sabía que había que ser precavido con los demás hasta conocer sus verdaderos motivos. Pero la mujer que estaba entre sus brazos tenía algo por lo que estaba dispuesto a arriesgarse.
De pronto se dio cuenta de por qué le resultaba familiar. Era Nicole Wilson, la hija de Charles Wilson y su mano derecha en Wilson Wines. Había visto su foto en el dosier que había pedido a Raoul sobre las empresas de la competencia y, especialmente sobre el hombre que había sido el mejor amigo de Thomas, su padre. Tras una pelea llena de falsas acusaciones, Charles Wilson se había convertido en su peor enemigo.
En su adolescencia, Nate le había prometido que se vengaría de Charles. Thomas le había pedido que le prometiera que no lo haría mientras él viviera. Por desgracia, su padre había muerto, por lo que ya no tenía que seguir manteniendo su promesa.
Llevaba tiempo esperando el momento oportuno para su venganza. Había recogido información y planeado su estrategia. Y aunque no formara parte de sus planes, no iba a desaprovechar la oportunidad que le acababa de caer en los brazos.
No negaba lo mucho que Nicole lo atraía. Si aquello no funcionaba, seguiría con su plan. Pero si le salía bien, si ella respondía del mismo modo que él había reaccionado, su plan de vengarse de Charles Wilson daría un giro muy interesante.
Nicole sabía que había bebido mucho y que debería llamar para que un taxi la llevara a casa. Además, al día siguiente tenía que trabajar.
Al pensar en el trabajo y en su casa, se le hizo un nudo en el estómago, porque recordó la baja estima en que la tenía su padre. Antes había bloqueado el recuerdo bebiendo en compañía de unos conocidos que no veía desde que se había licenciado en la universidad. Y en aquel momento se estaba dejando llevar por la atracción que resultaba evidente entre dos personas jóvenes, sanas y en la flor de la vida.
La distancia entre ella y el hombre con quien bailaba era prácticamente inexistente. Ella rozó la parte inferior del cuerpo masculino con el suyo y soltó una risita.
–¿Me cuentas el chiste?
Ella apretó los labios y negó con la cabeza.
–Entonces, tendrás que pagar una prenda.
–¿Una prenda? –ella sonrió– ¿No irás a castigarme por estar contenta?
–No pensaba en un castigo.
En vez de reírse por lo que él acababa de decir, Nicole sintió una punzada de deseo.
–¿En qué habías pensado?
–En esto.
Ella no tuvo tiempo de reaccionar ni espacio para moverse en el caso de que hubiera querido evitar sus labios, inesperadamente fríos y firmes en los suyos.
Nicole sintió una descarga eléctrica en su interior y desapareció todo lo que había a su alrededor. Lo único en lo que pensaba era en el contacto de los labios masculinos y en la deliciosa presión de su cuerpo cuando él le puso las manos en las caderas y la atrajo hacia sí.
Siguieron moviéndose al ritmo de la música. La pelvis de Nicole se frotaba contra la de él, y ella, al percibir la excitación de Nate, deseó algo más que el contacto a través de la ropa.
Trató de reprimir el gemido que pugnaba por salir de su garganta cuando él retiró los labios.
Abrió los ojos. Con aquella luz era difícil saber de qué color tenía él los ojos, pero eran poco comunes. Su mirada la tenía fascinada. ¿No hacían lo mismo los animales con sus presas? ¿Estaba a punto de ser devorada?
–Así que esa era la prenda –afirmó ella con la voz ronca de deseo.
–Solo es una de muchas.
–Qué interesante.
Trató de controlarse para no agarrarle la cara y repetir la experiencia. Mientras la había besado se había olvidado de todo: de quién era, de por qué estaba allí, de lo que ya no podía seguir deseando…
Y le había gustado. Mucho. Quería repetir.
–¡Eh, Nic!
Amy, una de sus conocidas, apareció a su lado al tiempo que Nate la soltaba.
–Nos vamos a otro club. ¿Vienes? –le gritó su amiga para que la oyera por encima de la música.
–No. Tomaré un taxi más tarde.
–Vale. Ha sido estupendo que nos hayamos encontrado. A ver si nos vemos más a menudo.
Amy se marchó.
–¿Estás segura de que no quieres irte con tus amigos? –le preguntó Nate.
–No, ya soy mayorcita y sé cuidar de mí misma.
–Estupendo. Me llamo Nate.
–Yo, Nicole –contestó ella mientras volvía a bailar.
La distrajo el flash de una cámara, pero pronto volvió a centrarse en Nate, que bailaba muy bien. Sus movimientos parecían surgir de forma natural. Y, además, era muy guapo.
Tenía el pelo castaño, pero no tan oscuro como el de ella, y un rostro masculino y elegante. Y esos labios… Estaba dispuesta a aceptar lo que tuvieran que ofrecerle.
–¿He aprobado el examen? –preguntó él.
Ella sonrió.
–Sí.
Él se echó a reír. El sonido de su risa era precioso. ¿Había algo en él que no fuera maravilloso?
La multitud que los rodeaba comenzaba a disminuir, por lo que Nicole pensó que la noche iba a terminar. Le dolían los pies por llevar varias horas bailando con tacones y sentía los efectos de haber bebido en exceso. No le hizo ninguna gracia que la realidad irrumpiera cuando se lo estaba pasando tan bien. Nate le dijo algo, pero ella, debido a la música, no lo entendió.
–¿Qué has dicho?
–Que si quieres algo de beber.
Ya había bebido demasiado, pero asintió.
–¿Aquí? ¿O prefieres que vayamos a mi casa?
Ella sintió un escalofrío de excitación. ¿Le estaba proponiendo lo que ella creía? Nunca había hecho nada así: ir a casa de un tipo a tomar algo sin amigos que la acompañaran. Pero, por alguna razón, le pareció que podía confiar en Nate y, de paso, averiguar si la energía que parecía haber entre ambos era real.
–Vamos a tu casa.
Él sonrió.
–Estupendo –respondió tomándola de la mano.
Ella apartó de la mente todo pensamiento de peligro. Aquella noche estaba dispuesta a arriesgarse.
Además, ¿qué era lo peor que podía ocurrirle?
Nate vio que Raoul lo miraba mientras salía con Nicole. Le hizo un gesto con la cabeza y su amigo le guiñó el ojo, pero su expresión cambió al reconocer quién era ella. Nate reprimió una sonrisa de superioridad.
En los años que llevaba tramando cómo humillar a Charles Wilson nunca se había imaginado que su hija fuera a estar en sus brazos y que se sintiera enormemente atraído por ella. Sería idiota si no aprovechaba semejante oportunidad. Pero tenía que ser precavido y no comenzar la casa por el tejado. Después de tomar algo en su casa, podría llamar a un taxi para que la llevara a su domicilio, pero algo le decía que sería poco probable.
Abrió el Maserati que los esperaba junto a la acera.
–Un coche muy bonito –comentó ella mientras Nate le abría la puerta.
–Me gusta viajar con estilo.
–Y a mí me gusta eso en un hombre.
Estaba seguro de que así era. A ella nunca le había faltado de nada en la vida. Todo lo contrario. Y cabía esperar que sus exigencias con respecto a un hombre fueran elevadas.
A diferencia de Nicole, él sabía lo que costaba conseguir algo. Su padre se lo había demostrado durante casi toda su infancia. Después de que Charles Wilson lo echara de la empresa que habían creado juntos, Thomas tardó años en recuperar la credibilidad y crear su propia empresa. Y aunque había hecho lo imposible para proteger a su único hijo, la experiencia había marcado a Nate, y de ella había extraído dos reglas que regían su vida: la primera era tener mucho cuidado a la hora de confiar en alguien.
La segunda era que todo valía en la guerra y en el amor.
Nate arrancó y se dirigió a la autopista que iba hacia el noroeste.
–¿Vives en el oeste?
–Sí. Tengo dos casas, pero mi hogar está en Karekare. ¿Sigues queriendo esa copa?
Vio que ella tragaba saliva antes de responder.
–Sí, hace siglos que no voy a Karekare.
–Sigue prácticamente igual: hermoso y salvaje.
–¿Como tú? –le preguntó ella con los ojos brillantes.
–Más bien como tú.
Ella rio.
–Tus palabras son un bálsamo para un alma herida.
–¿Herida?
–Cosas de familia. Es muy complicado y aburrido para contártelo.
Nate se había enterado de la vuelta del hijo pródigo al hogar de los Wilson. ¿Era ese el problema de Nicole?
–El viaje es largo. Estoy dispuesto a escucharte si quieres hablar de ello.
Ella lanzó un profundo suspiro.
–Me he peleado con mi padre. Aunque parezca un tópico, no me entiende.
–¿No es esa una prerrogativa de los padres?
–Supongo –reconoció ella riéndose–. Pero me siento utilizada. Llevo toda la vida tratando de estar a la altura, de ser la hija perfecta, la trabajadora perfecta… Bueno, perfecta en todos los aspectos. ¡Y mi padre cree que lo que tengo que hacer es sentar la cabeza y tener hijos! No me valora en absoluto. Llevo cinco años ayudándole en la empresa familiar y dice que solo es un pasatiempo para mí.
–¿Por esa discusión has ido al club esta noche?
–En efecto. No podía quedarme bajo el mismo techo con él ni un segundo más. ¡Ah, no! Ya no es su casa, ni la mía. Se la ha dado a mi querido hermano –resopló enfadada–. Perdona. Será mejor que cambiemos de tema. Hablar de mi familia me pone de mal humor.
–Lo que la señora desee –contestó Nate, aunque ardía en deseos de saber más cosas sobre la situación familiar de los Wilson.
–Eso está mejor. Me encanta esa actitud.
–¿No es la que siempre adoptan los demás contigo?
Nicole se giró ligeramente en el asiento y lo miró.
–Lo dices como si me conocieras.
–No me has entendido bien. Creo que una mujer como tú consigue lo que desea sin problemas.
Ella volvió a resoplar y cambió de tema.
–Háblame de tu casa. ¿Tiene vistas al mar?
Él asintió.