Una mirada a la Ciencia, la Medicina y la Espiritualidad - Javier Peteiro Cartelle - E-Book

Una mirada a la Ciencia, la Medicina y la Espiritualidad E-Book

Javier Peteiro Cartelle

0,0

Beschreibung

Javier Peteiro Cartelle, un científico que ha hecho un esfuerzo encomiable por devolverle a la ciencia la dignidad que la degradación histórica generalizada ha producido en el registro de la verdad, nos ofrece en este libro una selección de textos que se ocupan de la actualidad en la que vivimos y sobrevivimos, hechos desde la perspectiva de la ciencia, la literatura, la poesía, y la fe. Una selección que ha decidido publicar clasificándolos en tres categorías: Medicina, Ciencia, y Espiritualidad; división meramente retórica, puesto que los tres grupos se entrecruzan en cada frase. Un libro que podría resumirse como una indagación sobre el deseo del científico, deseo que muy bien puede, como lo demuestra el autor, acabar siendo secuestrado por el mismo movimiento con el que el mercado ha invadido la investigación científica poniéndola al servicio del capital. Esa terrible constatación, que por fortuna encuentra suficientes excepciones que nos permiten conservar la confianza en la ciencia verdadera, es el argumento con el que Javier nos ilustra, mediante una cuidadosa metodología, sobre la gravedad con la que el cientificismo se apodera incluso de las publicaciones que hasta ahora gozaban de un merecido prestigio. Tengo en mis manos el manuscrito de un médico heredero de la extinta tradición humanista, un científico capaz de explicarnos los misterios de la física, la química, las matemáticas, la geometría, con la mirada de un poeta. Gustavo Dessal

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 371

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



UNA MIRADA A LA CIENCIA, LA MEDICINA Y LA ESPIRITUALIDAD

Javier Peteiro Cartelle

Prólogo de Gustavo Dessal

CONEXIONES

Créditos

Colección ConeXiones

Título original:Una mirada a la Ciencia, la Medicina y la Espiritualidad

© Javier Peteiro Cartelle, 2022

© del Prólogo. Gustavo Dessal

© De esta edición: Pensódromo SL, 2022

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.

Diseño de cubierta:María Villaró Lupón - Pensódromo

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-125932-1-1

ISBN ebook: 978-84-126731-4-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

PrólogoIntroducciónCIENCIANo podemos cambiar el pasado... pero lo pareceResucitar al padreEl olvido de la pureza Llega la ciencia-espectáculoEntre el escepticismo metodológico y el escepticismo dogmáticoEl recuerdo del árbol prohibido ¿Creación o descubrimiento?Escépticos El recuerdo de la InquisiciónLa mirada microscópica y lo realEl olvido actual de la posición femeninaCiencia autistaTDAH – Ciencia hiperactiva y poco atentaCiencia, mirada y culturaLa mirada a la ignorancia y a la bellezaCiencia y científicos – Ser y tenerDeseo y miradaMEDICINAAnamnesisHygieiaBuscando la memoriaCuerpo y semiología¿Qué recuerdan los que más olvidan?Apps – Enfermos por seguridadEl premio Nobel de Medicina de 2015 nos recuerda el siglo IV d.C.El cuerpo recuerda lo que más ignoramos No somos culpables de sucumbir a la enfermedadSer médico Saber escuchar y hablarEl mito de la eterna juventud renace Plasma juvenilAlzhéimer – El olvido casi totalGestores de salud Hacia la infantilización por el empoderamientoCientificismo delirante Las nuevas momiasEl Ars moriendi posible – PsilocibinaCáncer – Vida y contingenciaGametogénesis in vitro ¿Cuántos padres tienes?El goce hipocondríaco y la sociedad medicalizadaSer, Estar y TenerEl premio Nobel de 2017 y los ritmos de la vidaCuando la medicación es necesaria para que la palabra fluyaCáncer y brujos El analfabetismo científicoLa piel – ¿Página en blanco?Antidepresivos Los grandes números frente al dolor subjetivoVejez – Obsolescencia y gerontolescenciaVerAcompañar en el hospitalEl autismo médicoLa miope y obsesiva referencia industrialEstado vegetativo Mirando cerebros para escuchar a personasEn el otro lado De la estadística a la singularidadHacerse médicoVida humana – Una mirada al origenNobel de Medicina de 2019 La importancia de soñarÁtomos de vidaLa incertidumbre insoportable o el encarnizamiento diagnósticoLos síndromes y el reverendo BayesESPIRITUALIDAD (Del alma, el amor y el habitar)Un suave susurroNo es demasiado tarde¿Dónde está la sabiduría?Donde habita el olvidoElla – Promesa y olvidoLo animal o el recuerdo del almaLejos de casaAngustia, recuerdo y esperanzaNo hay recuerdos ahí fuera ¿Estamos solos?Del memento al momentoNature se olvida del almaDe Olimpia a SamanthaPerdonar es olvidar¡¡¡Casa!!!FuegoEl olvido de la fe ¿En qué creen los que creen?Tener un sueño, asumir el deseoLa mirada compasivaUna rosa es suficienteEl miedo asumido De dioses y hombresLa noche oscuraEl psicoanálisis de FranciscoVida y gratitud La creatividad amorosaAceptar la muerte, asumir la vidaMiedo y amor – Fe y ateísmoEl alma y François ChengLa contemplación de un árbolUn pajarito gallego desvela lo eternoEl santo abandonoLa música del CosmosLa alegríaResurrecciónHablarEpílogoAcerca del autor

A mi mujer, María JoséA mi hijo, Javier

Prólogo

¿Qué hace un psicoanalista y escritor de ficción intentando escribir el prólogo de este libro? Debo a la fortuna de mi amistad con el autor y a la insensatez de su invitación el atrevimiento de decir algo que esté a la altura de la obra que los lectores están a punto de abrir. Pero me asiste un argumento que justifica la osadía de hablar sobre un libro que irradia una sabiduría conmovedora. Tengo en mis manos el manuscrito de un médico heredero de la extinta tradición humanista, un científico capaz de explicarnos los misterios de la física, la química, las matemáticas, la geometría, con la mirada de un poeta. Un poeta que además ha atravesado una larga y profunda experiencia psicoanalítica personal, lo cual alivia un poco mi irresponsabilidad.

Durante siete años, Javier Peteiro ha escrito un blog excepcional: «Cerca del Leteo», donde ha cautivado a sus lectores con textos que se ocupan de la actualidad en la que vivimos y sobrevivimos. Lo ha hecho desde la perspectiva de la ciencia, la literatura, la poesía, y la fe. Esto último es lo que más me ha impactado durante estos años, en los que además he tenido el privilegio de un intercambio epistolar que ha enriquecido mis conocimientos y —por qué no decirlo— ha interrogado algunas de mis más profundas convicciones. Una conversación entre un sabio que argumenta su fe en Dios, y un judío agnóstico, criado en el seno de una familia cuyo ateísmo era radical.

«Cerca del Leteo» fue, durante esos siete años, una fuente de inspiración para mí, el descubrimiento de un científico que ha hecho un esfuerzo encomiable por devolverle a la ciencia la dignidad que la degradación histórica generalizada ha producido en el registro de la verdad. Un esfuerzo que tiene su punto de partida en lo que me animo a calificar como el núcleo fundamental de la posición subjetiva de Peteiro: una enunciación que se apoya en la humildad. No me refiero a la humildad en su sentido moral. Entiendo aquí la humildad como la capacidad de sostener un discurso a partir de una carencia inaugural e instituyente del movimiento del saber. Un no-saber que, al contrario de la dialéctica de Hegel, no evoluciona superándose sino que mantiene incesantemente su apertura al misterio, a la recepción constante de lo no sabido.

Javier ha decidido publicar una selección de sus artículos clasificándolos en tres categorías: Medicina, Ciencia, y Espiritualidad. Es una división meramente retórica, puesto que los tres grupos se entrecruzan en cada frase. La posición epistémica y ética del autor se pone de manifiesto desde la primera frase: Medicina, Ciencia y Espiritualidad, son tres nombres que nos convocan para abordar la compleja y voluptuosa fractura consustancial al ser hablante. Tres nombres y tres caminos, pero que convergen en el desvelamiento de la belleza del mundo.

La ciencia nos sitúa y nos asombra. Pero no es ella misma el espectáculo, sino el medio para mostrar la profunda belleza del misterio que nos rodea y nos constituye. Esa es su verdadera grandeza, y no el espectáculo que de ella se hace…

leemos en el comienzo de esta obra. Una afirmación que encontraremos declinada en diversas formas, todas ellas indispensables para recordarnos que la posmodernidad también ha contribuido a erosionar y degradar aquella grandeza. La ciencia no es un corpus autónomo, que habita en un territorio estelar y sagrado. Es lo que el científico hace con ella, incluso de ella, por lo cual es pertinente destacar la advertencia de Lacan sobre la necesidad de situar el deseo del científico, un deseo caracterizado por el desconocimiento sobre la causa que lo impulsa. En mi lectura, este libro de Javier Peteiro podría resumirse como una indagación sobre el deseo del científico, precisamente para aproximarse un poco a su causa, y rodear la imposibilidad estructural que la oculta. Ese deseo puede muy bien, como lo demuestra el autor, acabar siendo secuestrado por el mismo movimiento de arrastre con el que el mercado ha invadido la investigación científica poniéndola al servicio del capital. Esa terrible constatación, que por fortuna encuentra suficientes excepciones que nos permiten conservar la confianza en la ciencia verdadera, es el argumento con el que Peteiro nos ilustra, mediante una cuidadosa metodología, sobre la gravedad con la que el cientificismo se apodera incluso de las publicaciones que hasta ahora gozaban de un merecido prestigio. Siguiendo la estela del gran Richard Lewontin, podemos preguntarnos en quién confiarnos si hasta la propia revista The Lancet ha dejado de ser un refugio inviolable de la verdad científica.

Pero atención. Entre las numerosas virtudes de la posición ética de nuestro autor, encontramos que no hay en él la más mínima aspiración a idealizar la ciencia como camino hacia la verdad. Por el contrario (y creo que este también es un modo de pensar la humildad como posición subjetiva), en todo momento Peteiro deja bien claro que la certidumbre absoluta en la ciencia como única verdad revelada desvirtúa por completo su legítimo sentido, convirtiéndolo en una suerte de fanatismo religioso que se aleja del pilar en el se sostiene: el escepticismo. Resulta sorprendente, al menos para quienes somos profanos en estas materias, que el escepticismo se defina como base y condición indispensable para el conocimiento científico auténtico. El escepticismo es la lucidez de la conciencia que mantiene una distancia con su propia convicción, que no se cierra ante la posibilidad de tener que desmentirse a sí misma, que no vacila en abdicar de todo aquello que pueda convertirse en un obstáculo para la admisión de lo nuevo. El escepticismo es lo que protege la verdad de los peligros que pueden emanar de ella misma, cuando el deseo del científico la clausura en la sacralidad de lo inmutable.

Es apasionante descifrar las huellas que el psicoanálisis ha ido dejando en el modo en que Javier nos habla sobre la ciencia. No quiero dejar de mencionar algo que no he leído en ningún epistemólogo: la importancia de distinguir una posición masculina y una posición femenina en el modo en que se emplea el método científico. Se han necesitado muchos siglos para reconocer el papel de tantas mujeres en el desarrollo científico, y la historia saca a la luz una larga lista de nombres de mujeres que desde el anonimato, o escondidas tras el protagonismo de algunos hombres, han contribuido al avance de la ciencia. Pero más allá del tardío aunque bienvenido desagravio por la violencia ejercida contra ellas también en este terreno, Javier propone una tesis que merece ser investigada en todo su alcance. Prefiero citar al autor, porque no sabría expresarlo con mejores palabras:

[…] cabría hablar de una posición femenina o masculina que tendrían que ver, a muy grandes rasgos, con la forma de atender a la naturaleza a la hora de cuestionar sus enigmas. Y tal posición no depende de que uno sea hombre o mujer, ni de su orientación sexual, sino del modo de afrontar un problema científico determinado. Por ejemplo, no parece la misma actitud la observacional que la experimental […] Podría decirse que tanto lo femenino como lo masculino, el yincomo el yang, son precisos para que la ciencia se desarrolle. Muchas de las grandes científicas lo han sido por hallarse en esa posición femenina de acogimiento, […] una posición observacional.

Y continúa:

No solo se precisa una adecuada igualdad de oportunidades distinta a la mera obsesión por la paridad matemática; también es preciso acoger y potenciar los dos modos de hacer ciencia en un tiempo en que el machismo tradicional se mantiene transformado en forma de una masculinidad de la investigación que prima la competitividad y las prisas frente a la calma y la buena repetición que, en ciencia, se llama reproducibilidad. La posición femenina en ciencia parece en caída libre en contraposición, solo aparentemente paradójica, a un número creciente de investigadoras, muchas de las cuales participan curiosamente de ese exceso de posición masculina.

No puedo menos que hallar aquí, en este modo inédito de pensar dos modos de aproximación a la ciencia, la distinción con la que Lacan consideró la diferencia sexuada más allá de la diferencia de género. Creo advertir una resonancia lacaniana entre la tesis de Javier de una posición científica femenina como un campo que no se cierra sobre sí mismo, que se niega a reducirse a la totalidad de lo simbólico, que se abre a la aventura de lo que no puede decirse, en oposición al absolutismo masculino que insiste en la certidumbre de obtener una representabilidad y una objetivación totalizadora.

A lo largo de varios textos, vemos afirmarse en Peteiro una postura firme respecto de la etiopatogenia de las llamadas enfermedades mentales. Sus argumentos defienden la causalidad psíquica mediante un meticuloso análisis de los distintos experimentos científicos, el papel de la genética y las neurociencias. En ciertos pasajes, mi condición de profano no alcanza a descifrar todo el alcance y la metodología que el autor emplea para extraer sus conclusiones. Pero resulta evidente que su inclinación hacia la causalidad psíquica no es a priori, no resulta de una transferencia positiva con el psicoanálisis. Me atrevería a afirmar exactamente lo contrario: la probabilidad de que su escepticismo metodológico lo haya estimulado a tomar seriamente los estudios que intentan demostrar la organicidad de las patologías mentales para refutarlas mediante el empleo de otra manera de aproximarse a la verdad científica. Es probablemente uno de los pocos científicos que siguiendo el espíritu de Penrose se interesan por una valoración de la causalidad psíquica a partir de investigarla mediante los mismos procedimientos con los que se adentran en los fenómenos físico-matemáticos, y llegar a la conclusión de que la verdad no puede ser toda dicha por el decir científico. Otro modo de tomar una posición femenina respecto de lo que puede nombrarse como verdad.

Quiero destacar, además, la valentía intelectual de Javier. Para ello voy a señalar uno de los grandes temas de los que se ocupa en este libro: la relación con la muerte. Tomo una de las entradas más impresionantes del libro: sus reflexiones sobre la eutanasia. Peteiro es inconmovible en lo que respecta a todas las afirmaciones que se validan en el plano de lo que suena bien, lo que parece progresista, y por lo tanto cabe esperar de un espíritu abierto. No está dispuesto a seguir el discurso rayado de lo que se repite, tanto a favor como en contra. Sus reflexiones sobre la eutanasia, sobre los sistemas técnicos que existen para entrar en contacto con personas en estado de coma absoluto, nos sumen en la perplejidad. Existen al menos dos técnicas muy complejas para entrar en «contacto» con un sujeto en estado de coma, interrogarlo, y en ciertos casos obtener alguna clase de respuesta, lo que demuestra que la capacidad perceptiva conserva un mínimo de actividad. El experimentador puede preguntar, y el sujeto en ciertos casos responder, pero está privado de formular a su vez una pregunta. Por lo tanto, su condición de objeto absoluto del Otro es inmodificable. ¿Qué preguntar, entonces? ¿La pregunta está al servicio de ese sujeto a merced del Otro, o su propósito es puramente experimental? ¿Cuál es entonces el deseo que está en juego en esta clase de experimentos? Peteiro no cuestiona su importancia, ni se opone a su prosecución. Se interroga sobre la ligereza con la que se da una respuesta del estilo «para todos» a un problema que no es de carácter moral, sino que requiere una aproximación ética, lo cual implica el respeto a la singularidad del uno por uno.

La superficialidad con que tantas veces se habla de eutanasia choca con la pluralidad de modos de morir y con el desconocimiento realista de cada uno sobre cómo será, sentirá o pensará en las horas o en los días que preceden a la muerte.

Al mismo tiempo, las reflexiones de Peteiro sobre tantas y tan variadas cuestiones humanas se enriquecen con la perspectiva de su profunda religiosidad carente de toda adherencia a iglesia alguna.

La ciencia no solo nos aporta un avance epistémico impresionante, sino que, ligado a él, facilita la contemplación estética, extática incluso, más aún, mística, de la belleza del mundo y de la vida. La maravilla del proceso del desarrollo de un ser humano no es única, sino que abarca más bien un número ingente y creciente de «mirabilia», que, siendo visibles, cotidianos, empíricos, resultan casi increíbles al entendimiento, suscitando una potencial admiración reverencial. Su número, aunque finito, recuerda el de las estrellas del universo, porque parece inagotable.

Javier no comparte la creencia en un Dios demiúrgico, al que considera una antropomorfización del misterio.

Los creyentes asumimos que Dios es tan próximo como lejano, y para algunos de nosotros la única teología aceptable parece la apofática, callando ante lo inefable que es mostrado, porque nada puede ser dicho del Gran Espíritu, más allá de acogernos al sentido amoroso del universo, algo armonioso que nos recibe en un brevísimo instante de su historia como constituyentes del río de la vida.

Dicen que quienes bebían de las aguas del Leteo olvidaban su vida pasada. Creo que Javier Peteiro nos propone internarnos por el río de la vida, en toda su intensidad, antes de sumergirnos en el olvido definitivo. No persigue ninguna trascendencia. Nos invita a compartir su mirada poética antes de que nos llegue el final definitivo.

 

Gustavo Dessal Madrid, julio de 2022.

Introducción

Las páginas que siguen son el resultado de una selección y revisión de textos que fueron alimentando mi blog, «Cerca del Leteo», durante siete años. Se presenta aquí una cuarta parte aproximadamente de lo escrito en él.

Son textos heterogéneos en los que traté inicialmente que memoria y olvido fueran nucleares en su dinámica, de ahí la alusión al Leteo.

Un blog se desarrolla en interacción con la actualidad del momento en que se escribe. Eso hizo que la mirada se extendiera más allá del núcleo inicial y que se fijara más bien en los sucesivos presentes, en lo que, en cada uno de ellos, parecía importante en dos órdenes, el científico y el clínico, con sus virtudes y defectos.

La mirada a esos campos se ha acompañado de una reflexión sobre la mirada misma, es decir, sobre el orden espiritual. Tal reflexión se sostuvo en dos pilares que podrían falsamente considerarse antagónicos, el psicoanálisis y la creencia interrogada, entendida esta como fides, confianza.

Este libro es así atravesado por mi perspectiva del mundo, que trato de habitar en el sentido más propio del término.

La medicina supone una vocación amorosa, la ciencia desvela la belleza del mundo, mi creencia asume que belleza y amor van indisolublemente unidos y que, a pesar del mal humano y natural, apuntan al ser.

Por tal razón, he clasificado las distintas entradas seleccionadas del blog en tres grandes grupos, Ciencia, Medicina y Espiritualidad.

Algunas entradas presentan citas de personas sabias. He preferido mantenerlas, en general, en su lengua original.

El libro ha fluido como gozosa manifestación de gratitud por la vida, la belleza, el amor. Agradezco lo que me ha sido dado y, de un modo especial, a todos los que me han ayudado a descubrirlo y a plasmarlo como muestra de creatividad amorosa.

 

Javier Peteiro Cartelle, A Coruña, julio de 2022

CIENCIA

When you can measure what you are speaking about, and express it in numbers, you know something about it, when you cannot express it in numbers, your knowledge is of a meager and unsatisfactory kind; it may be the beginning of knowledge, but you have scarcely, in your thoughts advanced to the stage of science1.

Lord Kelvin

No podemos cambiar el pasado...pero lo parece

Denn wenn man nicht zunächst über die Quantentheorie entsetzt ist, kann man sie doch unmöglich verstanden haben2.

Niels Bohr

If you think you understand quantum mechanics, you don’t understand quantum mechanics3.

Richard Feynman

Una partícula elemental puede comportarse como tal partícula o como una onda (principio de complementariedad), dependiendo esa elección del sistema de observación elegido. No solo ocurre con partículas elementales, pero es en ellas en donde ese extraño comportamiento es más fácilmente observable. Ya en 1927 se observó que un haz de electrones que atraviesa una doble rendija forma un patrón de interferencia, incluso aunque los electrones pasen de uno en uno. Si se usa un láser con muy baja intensidad, de modo que los fotones pasen de uno en uno a través de una doble rendija, pueden registrarse flashes de partículas en detectores situados frente a cada rendija o, si no hay tales detectores, podemos ver un patrón de interferencia en una pantalla. Es decir, el modo de observación hace que cada fotón «elija» comportarse como partícula o como onda.

Hay un experimento, imaginado por Wheeler en 1978 y llamado de elección diferida, que indica que lo que el fotón haya «decidido» en el pasado dependerá, curiosamente, de lo que elija el experimentador en el futuro. Basta con hacer incidir un rayo láser en un espejo semirreflectante que lo dividirá en dos, uno que lo atraviesa y otro que se refleja. Ambos haces pueden ser reunidos mediante espejos de forma que incidan en una pantalla y en ella se encontrará un patrón de interferencia. Si, en vez de esa pantalla tuviésemos dos detectores obtendríamos flashes en uno o en otro (no simultáneamente en ambos). La elección de pantalla o detectores es retrasada con respecto a la «decisión» tomada por el fotón (actuar como partícula o como onda) pero influye en ella.

Las dificultades de realizar ese experimento mental dependen de que hagamos un cambio efectivamente retrasado con respecto a la emisión de fotones y, a ser posible, aleatorio, entre detección de interferencia de ondas o de partículas aisladas. Tales dificultades fueron solventadas en 2007 utilizando un interferómetro Mach Zender. El fotón se detectará como onda o como partícula según la disposición elegida del detector. El 25 de mayo de 2015 se publicó otro experimento real de elección diferida, pero llevado a cabo con átomos de helio, en un camino lento pero progresivo hacia lo macroscópico.

Esa elección observacional puede ser muy retardada, incluso millones de años, en otro experimento posible, con la luz emitida por un quásar muy lejano y que haya sufrido la influencia de una lente gravitatoria debida a una galaxia interpuesta.

En síntesis, la decisión de un observador influye en la tomada en el pasado, incluso muy remoto, por una partícula (o un átomo o… quién sabe dónde se alcanzará un límite). Debe resaltarse que tal conclusión es una mera interpretación. Alternativamente, si no podemos cambiar el pasado, parece que lo que hagamos en el presente influye en el modo de narrarlo desde lo que observamos. Quizá haya que conformarse solo con los hechos, con las excelentes predicciones de la mecánica cuántica, porque si pretendemos interpretarla, en el modo que sea, chocamos con algo muy extraño, incomprensible para nuestra intuición que, filogenéticamente, parece haber sido construida para entendérselas con un mundo clásico y no con las extrañezas de la mecánica cuántica.

Referencias bibliográficas:

- Greene, B., El tejido del cosmos. Espacio, tiempo y la textura de la realidad, Barcelona: Crítica, 2006.- Jacques ,V., Wu, E., Grosshans, F., Treussart, F., Grangier, P., Aspect, A. y Roch, J.-F., “Experimental Realization of Wheeler’s Delayed-Choice Gedanken Experiment”, Science, 2007; 315: 966-968, en https://bit.ly/3Ma75KI.- Manning, A.G., Khakimov, R.I., Dall, R.G. y Truscott, A.G., “Wheeler’s delayed-choice gedanken experiment with a single atom”, Nature Phys, 11, 539–542 (2015), en https://go.nature.com/33ZU2dD

 

Resucitar al padre

Se os abrirán los ojos y seréis como dioses.

Génesis, 3:5

Woody Allen expresó su deseo de ser inmortal, no por sus obras, sino por no morirse.

Raymond Kurzweil es un hombre que también quiere ser inmortal de ese modo, no muriéndose, pues no lo pretende como creyente religioso sino desde la fe tecnocientífica. Opina que la expansión exponencial del desarrollo tecnológico, que ya había enunciado Moore en su célebre ley hace algún tiempo, no solo se está verificando, sino que es previsible que, en pocos años (hacia 2045), se alcanzará un punto de no retorno en el que habrá una cierta explosión de inteligencia, que supone híbrida, humana – máquina, con la posibilidad de replicación de nuestras mentes como software y de reparación del cuerpo como hardware. Habla metafóricamente de «singularidad», tomando este término del nada intuitivo de la física y de las matemáticas. Tal fe es compartida con otros científicos que asumen algún modo de «transhumanismo».

Kurzweil percibe que es posible que su cuerpo actual no tenga la estabilidad suficiente para alcanzar ese año, y por ello ingiere unas doscientas píldoras al día para «reprogramar» su bioquímica y tratar de mantenerlo hasta entonces. Las acompaña con vino tinto en un aislado ejercicio de sensatez. No estamos ante un iluminado, sino frente a un superdotado que ha contribuido poderosamente a mejorar la vida de mucha gente gracias a notables aplicaciones tecnológicas, lo que le ha valido reconocimiento internacional y múltiples premios.

¿Por qué no pensar en la posibilidad de una tecnología automejorada constantemente que evolucione sin cesar, exponencialmente, hacia la emergencia de la conciencia, en fusión con nuestras mentes o sin ella? El gran von Neumann ya imaginó algo así. Lo interesante de Kurzweil no es imaginar si acertará, cosa que parece muy poco probable y menos importante aún. Lo interesante en realidad es su planteamiento mismo, algo que ofrece en su libro, La singularidad está cerca4.

Kurzweil no quiere salvarse solo, sino resucitar a su propio padre, muerto en 1970. Habla de exhumar su cadáver para obtener el ADN y tratar de generar un clon con esa información genética, pero también sabe que nadie es solo biología y para ello tiene previsto echar mano del recuerdo personal de su padre y de los legados de este en forma de fotos, vídeos, facturas incluso. La clonación, asistida por la recreación biográfica, ya dio de sí en su día para imaginar la reproducción de nuevos Hitler en la película Los niños de Brasil basada en la novela de Ira Levin.

La esperanza razonada de Kurzweil parece la expresión de un serio problema biográfico. Su padre era músico, pero, como compositor, aunque bueno, no parece haber sido alguien especialmente relevante. Sin embargo, un joven Raymond de 17 años logró que un ordenador construido por él mismo «compusiera» música. Más tarde, con el asesoramiento de Steve Wonder, fundó la compañía Kurzweil Music Systems, dedicada a producir instrumentos musicales electrónicos. La música es el nexo inicial y mantenido con el padre. Y en eso, aparentemente, de otra forma, lo superó. ¿Qué quiere apaciguar resucitándolo?

La nueva creencia cientificista, de la mano de avances técnicos reales, puede conducirnos a la peor distopía. Estamos ante una nueva religión que no quiere creer en Dios sino construirlo literalmente. Algo que parece compartir Tipler y que recuerda remota y perversamente al poético Teilhard de Chardin. La mayor inteligencia puede ser ciega a lo más oculto y, a la vez, a lo más evidente de uno mismo, a lo que solo es revelado en la casa del ser que es el lenguaje; en esa casa heideggeriana que precisa al otro para ser dicho.

La vida humana es más que un saber mantenerla. Hölderlin lo expresó desesperadamente en su petición: «Nur Einen Sommer göhnth, ihr Gewaltigen!»5. Le fue concedido del peor modo.

El olvido de la pureza Llega la ciencia-espectáculo

La historia de la ciencia muestra el poder de un método para tratar de aproximarse a lo real.

Newton fue mucho más allá de Kepler. Mostró la importancia de la gravedad universal sin poder decir propiamente qué era eso, explicando sin explicar (hypotheses non fingo). El término «explicación» es peligroso por parcial, pues casi nunca se responde a la totalidad del enigma. Puede haber una sucesión de explicaciones causales de lo fenoménico, pero de un «qué» inicial, taxonómico, descriptivo, a través de esa explicación, se trata de lograr el «qué» esencial. Una búsqueda tan apasionante, tan creíble, como infructuosa, tal vez porque esa pregunta por el «qué» sea una cuestión límite y, por ello, más filosófica que científica.

La ciencia es importante. Todo el mundo parece estar de acuerdo en eso, incluso en el ámbito de la pseudociencia, en el que se pretende llamar ciencia a lo que no lo es, y la expresión «científicamente demostrado» ha sido exitosa para vender cualquier producto pretendidamente benéfico, aunque no haya en él propiamente ni ciencia ni demostración.

La importancia real de la ciencia radica en el poder de su método para investigar la naturaleza. Es desde la observación, experimentación y construcción de teorías que podemos hacernos una imagen realista del mundo. Y, si el método es importante, lo es el trabajo de quien lo aplica, del investigador. Un trabajo que requiere de fondos para la subsistencia de quien a él se dedica y para proporcionarle los instrumentos y material fungible precisos. La política científica es, por ello, de inversiones. ¿Para qué? Para hacer ciencia, desde luego, pero ¿con qué fines? Es natural invertir en el trabajo científico que persigue curar el cáncer. Pero, ¿lo es para estudiar fósiles, analizar el fondo de microondas o demostrar la existencia de un quark? Quienes se dedican a la política pueden llegar a entender que la ciencia básica es tan importante como la aplicada. Incluso, de haber políticos sensatos, se asumiría por ellos que hasta puede haber tenido razón Kornberg Sr. cuando dijo aquello de que el mejor proyecto es la ausencia de proyecto, realzando el valor de lo lúdico y del afán puramente epistémico en la investigación científica.

Nadie le hace caso a Kornberg, premio Nobel y padre de otro Nobel. La ciencia se financia en función de proyectos, protocolos, de los que espera éxitos. Cuando los éxitos son aplicables a la medicina o a la técnica, todos respiramos; hemos gastado bien. La cosa se pone más difícil cuando el éxito es puramente epistémico. Surge entonces la pregunta habitual utilitaria como ¿para qué sirve eso del bosón de Higgs? Y se intenta explicar alegando consecuencias benéficas pero secundarias, colaterales, de investigaciones básicas previas, poniendo como ejemplo Internet o cosas así. Si eso ocurrió antes, pues bueno, de la búsqueda del bosón de Higgs seguro que también se producirán avances técnicos que faciliten la vida. Y, aunque no fuera así, el bosón de Higgs nos permite comprender mucho mejor la materia. Eso dicen, aunque muy pocos entiendan por qué y casi nadie sepa por qué. Ya el COBE6 nos dejó ver la «huella de Dios» nada menos, aunque casi nadie viera nada en esas imágenes.

Atrás quedaron los tiempos de Gauss, lejanos, pero también los más próximos de Planck, Einstein, Turing e incluso Feynman. Entonces, entre ellos se entendían. No necesitaban al gran público. Hubo que pagar mucho para financiar el trabajo de personajes así en Bletchley Park o en el Proyecto Manhattan, pero la guerra lo exigía. Después, Vannevar Bush ya se encargó de mostrar las excelencias de ese esfuerzo tecnocientífico conjunto en tiempos de paz.

Ahora hay que mostrar la grandeza de la ciencia. No basta con la divulgación de siempre, a lo Asimov. La cosa ha de ser espectacular, masiva. Y en ese contexto estamos. Crick gritó en un pub (y parece que antes de beber) que él y Watson habían hallado el secreto de la vida, confundiendo la vida con el modelo del ADN. Nada menos. George Smoot, al hablar de las imágenes del fondo de microondas registradas por el COBE dijo que, si uno era religioso, eso era como mirar a Dios a la cara. Entre ambos, en 1974, Donald Johanson encontró trozos interesantes de un esqueleto muy antiguo, de un homínido. Esa noche puso un casete y escuchó la canción de los Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds. Le dio nombre a lo que tenía entre manos y así, el primer ejemplar del Australopithecus afarensis se llamó Lucy.

Quien da primero da dos veces, se dice. Y no se trata de ser primero en un descubrimiento, sino en un hito científico. Probablemente Brenner haya sido muy superior científicamente a Crick, pero, aunque también sea premio Nobel, ¿quién sabe de él? También probablemente Edward Witten sea superior a Hawking, pero que se le pregunte a cualquiera por el mejor físico del mundo; no nombrará a Witten. El COBE fue un primer paso tras el que el WMAP7 nos enseñó mucho más, pero ¿quién vio ahí huellas divinas? ¿Quién se acuerda de Penzias y Wilson, que fueron los primeros en encontrar, como ruido en una antena, ese extraño fondo de microondas?

Ahora bien, no hay ciencia sino ciencias. No es lo mismo la biología que la física. Los avances en el ámbito de la Biología siguen siendo cosa de pocos y son incrementales. Hubo el proyecto Genoma y sus grandes expectativas, frustradas de momento. Después, el ENCODE8, el HapMap9, el Cancer Genome Atlas… Paso a paso, se van descubriendo nuevos genes por parte de distintos grupos. Pero en física la situación es distinta. El tiempo de Rutherford o de Chadwick pasó a la historia; no basta con pequeños laboratorios para ver cosas importantes. Se precisan grandes instrumentos, colaboraciones internacionales, equipos enormes, como los del CERN10. Y los hallazgos importantes no se dan todos los días, sino solo de vez en cuando. En Física, no hay espectáculo pequeño cotidiano, sino que se precisa el gran espectáculo del año, del lustro o de la década, para que el contribuyente entienda que hay un dinero bien empleado. Y el espectáculo, para ser auténtico, ha de anunciarse, ha de ser precedido del rumor adecuado. Y ha de presentarse de modo que se dé cuenta de su tremenda importancia. No basta con las publicaciones que pueden incluso esperar a que haya la presentación.

El último gran espectáculo contemplado es el de las ondas gravitacionales. ¿En qué se basa el éxito del espectáculo? En identificarlo falsamente al éxito de la ciencia. Falsamente, porque la ciencia no persiguió propiamente detectar las ondas gravitacionales, sino solo saber si existían o no y, en ese sentido, un descubrimiento negativo (similar al que supuso concluir que el protón no se desintegra) sería tan importante, exactamente tan importante, como el descubrimiento positivo de la existencia de las dichosas ondas. Sí es cierto que permiten una nueva mirada al cosmos, pero eso ya es otra cosa.

También reside ese éxito del espectáculo en mostrar que Einstein tenía razón y resulta que, científicamente, daría igual que la tuviera o no, porque la ciencia avanza precisamente juzgando constantemente hipótesis y teorías y tan importante es la verificación como la «falsación» popperiana.

Es decir, el éxito pretendido lo es para el gran público en la medida en que realza la función oracular de la ciencia, más que en mostrar el valor de la ciencia misma.

La ciencia, además del avance epistémico, supone la maravilla de desvelar la belleza del mundo. No es poca cosa. La ciencia nos sitúa y nos asombra. Pero no es ella misma el espectáculo, sino el medio para mostrar la profunda belleza del misterio que nos rodea y constituye. Esa es su verdadera grandeza y no el espectáculo que de ella se hace.

Entre el escepticismo metodológicoy el escepticismo dogmático

En cierto modo, podemos decir que somos desequilibrados porque solo con la muerte iniciamos el camino hacia el equilibrio… químico. En cada una de nuestras células se producen en cada instante muchas reacciones químicas, relacionadas entre sí en un juego restringido por balances de energía libre determinados por variaciones de entalpía y de entropía. El hecho de vivir supone un constante aumento de la entropía universal y eso parece bastante milagroso. Cabe así decir, con pleno sentido, que somos sistemas termodinámicos alejados del equilibrio. En 1977, Ilya Prigogine recibió el premio Nobel «por sus contribuciones a la termodinámica de no equilibrio, particularmente la teoría de estructuras disipativas». Acostumbrados a una visión química y al exceso metafórico informativo-genético, olvidamos muchas veces la importancia de las restricciones físicas en la posibilidad de que existamos como seres vivos. Prigogine contribuyó significativamente a la conciliación de la biología con la termodinámica.

Como suele ocurrir en ciencia, Prigogine no partió de la nada y, de hecho, se refirió a una reacción química, la que lleva el nombre de Belousov-Zhabotinsky (BZ), como el descubrimiento más importante del siglo XX, más incluso que la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. ¿Exageró Prigogine? Parece que sí, pero, a pesar de eso, la reacción BZ fue un descubrimiento tan importante como desapercibido durante años. Boris Belousov encontró a principios de los años cincuenta que una mezcla de bromato potásico, ácido cítrico e iones de cerio mostraba cambios periódicos de color. No había un proceso dirigido al equilibrio sino un ritmo en el estado químico del sistema. Eso parecía contradecir claramente la segunda ley de la termodinámica por lo que su hallazgo no se aceptó para publicación en revistas serias y solo apareció como una oscura comunicación, a pesar de lo cual se difundió como curiosidad entre colegas moscovitas. Unos diez años más tarde, Anatol Zhabotinsky se fijó en esa reacción para la realización de su tesis doctoral, haciendo ligeros cambios en los componentes reactivos (ácido malónico en vez de ácido cítrico). Era evidente lo que muchos negaban desde su perspectiva de la ley física: había las oscilaciones periódicas que, más tarde, Prigogine asoció a estados estacionarios alejados del equilibrio.

El comportamiento periódico, regido por lo que se conoce como atractores de ciclo límite, es algo habitual en sistemas biológicos. Podría decirse que somos en el tiempo y lo somos de modo lineal pero también rítmico. La reacción BZ es un ejemplo de algo que, en apariencia, es meramente curioso y que parece contradecir la segunda ley. Sin embargo, no solo no la contradice, sino que ha permitido enriquecer el conocimiento que dicha ley nos proporciona. Esa curiosidad ha abierto las puertas de la física clásica a lo viviente. Y chocó con la miopía escéptica. Pero el escepticismo solo sirve metodológicamente, no como postura ideológica general.

Michael Shermer afirmaba con razón que algo extraordinario necesita pruebas también extraordinarias. Y por eso no podemos creer sin más en fenómenos paranormales o en la presencia de alienígenas entre nosotros. Pero eso no puede bloquear la apertura de mente. El escepticismo ideológico arrinconó la reacción BZ. El escepticismo metodológico supuso un premio Nobel para quien entendió y desarrolló todo lo que daba de sí ese fenómeno extraño.

Una cosa es ser escéptico y otra, muy diferente, creer en el escepticismo. Quizá nadie como Martin Gardner para ilustrar la posibilidad de un gran contraste en la vida de cada cual entre el escepticismo metodológico y la creencia no escéptica.

 

 

El recuerdo del árbol prohibido ¿Creación o descubrimiento?

…y seréis como dioses.

Génesis, 3:6

Pasó mucho tiempo desde que Aristóteles añadiera un quinto elemento (el éter) a los cuatro ya establecidos por Empédocles (aire, agua, tierra y fuego). En 1661 aparecía la obra El químico escéptico, en la que Robert Boyle establecía el criterio moderno de elemento como una sustancia básica que puede combinarse con otras para formar compuestos. En 1799 Joseph Louis Proust mostró que había relaciones numéricas claras entre los pesos de los constituyentes de un compuesto dado, algo que John Dalton explicó en 1808 invocando la naturaleza atómica de la materia, remontándose a la teoría epicúrea que recogía las perspectivas de Leucipo y Demócrito. Fue Berzelius quien publicó una lista de pesos relativos (atómicos) de los elementos conocidos, tomando como unidad el peso del hidrógeno, algo que refinó Cannizzaro.

Habiendo muchos elementos conocidos, se intentó relacionarlos en función de sus propiedades. A los intentos de Döbereiner (1816) y de Dumas (1859) y Newlands (1863), siguieron los trabajos de Lothar Meyer y, sobre todo, de Mendeléiev, quienes, independientemente, vieron que, en orden creciente de peso atómico, se alcanzaban periodicidades con respecto a las propiedades químicas. Ese orden permitió apreciar la existencia de «huecos» a ser rellenados por elementos aun no conocidos entonces.

Un gran hallazgo fue el de Moseley, quien, en 1914, estudió el espectro de emisión de rayos X de distintos metales, viendo que su longitud de onda disminuía de forma regular al avanzar en la tabla periódica. Los elementos fueron entonces ordenados por algo distinto al peso relativo; lo fueron por un número de orden llamado atómico.

La mecánica cuántica permitió entender qué era subyacente al orden numérico y a la periodicidad de propiedades. El número atómico indica la cantidad de protones que hay en el núcleo de cada elemento y se asocia a la vez a la configuración electrónica responsable de sus propiedades químicas. El peso atómico acabó siendo menos importante, ya que depende también de la cantidad de neutrones y tiene que ver, por tanto, con propiedades físicas, pero no químicas, del elemento en cuestión.

A medida que se iban descubriendo elementos químicos, la tabla periódica se iba «completando», lo que sugería el poder predictivo de una buena clasificación. Los primeros 94 elementos se han hallado en la Naturaleza, aunque sea en cantidades traza. No ocurre así con los siguientes, que han tenido que ser «construidos» bombardeando elementos pesados con núcleos más ligeros en aceleradores de partículas. En general, estos elementos «creados» son muy inestables, pero no se descarta que otros, aún más pesados, puedan ser especialmente estables.

Muy recientemente se ha dado nombre a los últimos cuatro elementos conocidos, cuyos números atómicos son 113,115, 117 y 118. Se completa así la séptima fila de la tabla periódica. ¿Se iniciará la octava?

¿En qué estriba el interés por obtener nuevos elementos? Hay razones pragmáticas (el caso del plutonio, fundamental para armas nucleares, muestra ese triste pragmatismo) pero en la investigación de la tabla periódica hay algo más, un fuerte atractivo epistémico y estético. Se trata de saber, de conocer lo elemental atómico (que sabemos que no es propiamente lo más elemental) en su diversidad, en su relación ordenada y periódica, intrínsecamente bella. También de alcanzar toda la diversidad existente, la completitud en este ámbito. Y esto supone plantear la cuestión del límite, ¿cuál sería el elemento de mayor número atómico con posibilidad de ser creado o encontrado? Por razones de mecánica cuántica, Feynman pensaba que sería el elemento 137 (la constante de estructura fina es precisamente próxima a1/137).

Los números atómicos ejercen una fuerte fascinación estética, casi pitagórica. Hubo un apasionado por la química, el neurólogo Oliver Sacks, que se refería a su edad biológica asociándole el nombre del elemento cuyo número atómico coincidiera con ella.

¿De dónde surge la belleza? Tal vez de que la tabla periódica es ejemplar para mostrar la necesidad taxonómica, la que desarrolla la cuestión del «¿Qué?» inicial. Primero nombramos, después clasificamos, y eso lo hacemos con animales, plantas, minerales, cristales, estrellas… No se trata solo de poner orden. La tabla periódica ilustra que, desde las clases, podemos dar el salto a las causas. El orden requiere la explicación. Otro ejemplo sugerente es el de la clasificación estelar del diagrama de Hertzsprung-Russell.

Y surge una cuestión que suele plantearse más bien en matemáticas: ¿Estamos ante algo descubierto o creado? ¿Cabe una química que sea, en cierto modo, platónica? Puede ocurrir que un elemento, como sucedió con el plutonio, sea creado antes de ser descubierto en la naturaleza en cantidades traza. ¿Pasará lo mismo con todos los elementos creados en el laboratorio? De no ser así, de no existir en la naturaleza, esa creación sería una mimesis que se ha quedado sin objeto que copiar y, en tal caso, tal creación sería algo propiamente humano, de tal modo que, a diferencia de otros ámbitos, en el de la química esa antigua tentación de ser como dioses estaría en gran medida colmada.

 

 

EscépticosEl recuerdo de la Inquisición

La ciencia ha avanzado gracias a un método poderoso, uno de cuyos pilares es el escepticismo, que exige algo que ya no se tiene mucho en cuenta, la reproducibilidad. Es desde ella que lo novedoso alcanza una objetividad intersubjetiva y se acepta como científico.