Una noche, un secreto… - Miranda Lee - E-Book

Una noche, un secreto… E-Book

Miranda Lee

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Beschreibung

Nicolas Dupre creía haber dejado el pasado atrás. Desde que se fue de Australia, había ganado millones como productor teatral en Nueva York y Londres. De repente, le pidieron que volviera a Rocky Creek, y todo lo que había intentado olvidar volvió a su vida…Incluida Serina, a la que no había vuelto a ver desde la última noche que habían pasado juntos, una noche de pasión salvaje. Nicolas nunca se había olvidado de ella ni de su engaño. Ahora tenía la oportunidad de acostarse por última vez con ella y cerrar el asunto…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Miranda Lee. Todos los derechos reservados. UNA NOCHE, UN SECRETO…, N.º 2031 - octubre 2010 Título original: A Night, A Secret... A Child Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9185-1 Editor responsable: Luis Pugni

Epub X Publidisa

Capítulo 1

UANDO llegaron ante el edificio en el que vivía, Nicolas se bajó del taxi con una lentitud poco propia en él. Se sentía agotado y no sentía la efervescencia que le solía proporcionar encontrar y promocionar a un nuevo talento.

Por supuesto, ver desde el patio de butacas cómo actuaban otros no era lo mismo que subirse al escenario él mismo, pero en los últimos diez años se había convertido en la sombra de muchos artistas famosos y eso le compensaba más o menos.

Su último protegido había encandilado al público de Nueva York, pero a él no se le había acelerado el pulso cuando lo habían aplaudido de pie durante unos cuantos minutos. Por supuesto, se sentía feliz por ella porque era una chica encantadora y una gran violinista, pero no había sentido nada de lo que solía sentir.

La verdad era que le había importado un bledo.

Qué extraño.

¿Sería la crisis de los cuarenta? Todavía le faltaba un año para cumplirlos, pero podía ser. ¿O sería que se estaba quemando? Aquella profesión era muy dura tanto para los artistas como para los promotores, había muchos altibajos y demasiados viajes.

Nicolas no podía soportar los hoteles. Por eso, se había comprado una casa en Nueva York y otra en Londres. Sus amigos le decían que era una extravagancia, pero él sabía lo que había comprado y sabía que lo había hecho bien.

La casa que tenía en Nueva York había triplicado su valor en seis años. La de Londres no había sido tan buena inversión, pero no había perdido dinero tampoco.

–¿Ha ido todo bien esta noche, señor Dupre? –le preguntó el portero abriéndole la puerta.

Evidentemente, se había dado cuenta del agotamiento que lo invadía.

–Sí, Mike, muy bien –contestó Nicolas sonriendo.

–Me alegro.

Nicolas le habría dado una propina, pero sabía que Mike no las aceptaba de los propietarios, sólo de las visitas y de los invitados. Así que Nicolas aprovechaba las Navidades para regalarle un buen cheque e insistía en que se sentiría muy ofendido si no lo aceptaba. Mike lo aceptaba, pero Nicolas tenía la sensación de que regalaba la mayor parte del dinero a personas que creía más necesitadas que él porque aquel hombre era así.

El joven que había en recepción levantó la mirada al oír la puerta. Chad era estudiante de tercero de Derecho que trabajaba por las noches para pagarse la carrera. Nicolas admiraba a la gente con agallas y también le había regalado a él algún que otro cheque en Navidad.

–Ha llegado una carta para usted, señor –lo informó Chad.

–¿Ah, sí? –contestó Nicolas extrañado.

No era normal, pues ya no recibía cartas. Las facturas y la información bancaria iban directamente a su asesor y, si alguien quería ponerse en contacto con él lo hacía por teléfono, correo electrónico o mensajes de texto.

–Sí, la han traído esta tarde, cuando usted ya se había ido –sonrió el chico–. La verdad es que el cartero y yo nos hemos reído un rato cuando hemos visto cómo habían escrito la dirección. Juzgue usted mismo –añadió entregándole el sobre.

En él se leía:

 

Señor Nicolas Dupre

Broadway

Nueva York

Estados Unidos

–Madre mía –comentó Nicolas con una sonrisa.

–Es lo que tiene ser famoso –contestó Chad.

–No soy tan famoso.

Y era cierto porque a los que entrevistaban constantemente en los medios de comunicación era a los artistas y no a los empresarios. Un par de años atrás le habían entrevistado en televisión porque uno de los musicales que había producido había ganado varios premios, pero nada más.

–Viene de Australia –comentó Chad.

Nicolas sintió que el corazón le daba un vuelco.

La intuición le advirtió que era mejor no mirar el remitente... hasta estar solo.

–Es de una mujer –continuó Chad presa de la curiosidad.

Nicolas no tenía intención alguna de satisfacerla.

–Supongo que será una admiradora –comentó guardándose el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta–. Alguien que no se habrá enterado de que dejé de actuar hace años. Gracias, Chad, y buenas noches.

–Ah... sí... buenas noches.

Nicolas esperó a estar a solas en su casa para volver a mirar el sobre. No era de ella. ¿De verdad había creído que lo iba a ser? ¿De verdad creía que existía la posibilidad de que

Serina hubiera recuperado la cordura y se hubiera dado cuenta de que no podía vivir sin él?

Una vez recuperado de la decepción, la carta lo atrapó. Sentía curiosidad y sorpresa. Sobre todo, porque la remitente era Felicity Harmon, la hija de Serina, aquella chiquilla a la que había visto en una sola ocasión y que había creído que podía ser su hija.

Pero no lo era.

Felicity había nacido diez meses después del último encuentro amoroso que había tenido lugar entre Nicolas y Serina y exactamente nueve meses después de que Serina se casara con Greg Harmon.

A Nicolas todavía le costaba aceptar lo que Serina había hecho aquella noche. Había sido muy cruel por su parte volver a aparecer en su vida para dejar que se hiciera ilusiones con algo que no podía ser.

Le había llevado años sobreponerse a la negativa que ella le había dado cuando, a la edad de veintiún años, le había propuesto que se fuera con él a Inglaterra. Finalmente, había aceptado, o creía haberlo hecho, que el amor que Serina sentía por su familia, que vivía en Rocky Creek, era mucho más fuerte que el que sentía por él.

Se había mantenido alejado de allí. Ni siquiera había vuelto para ver a su madre. Lo que había hecho había sido mandarle dinero para que se reuniera con él en el lugar del mundo en el que estuviera en aquel momento.

¿Para qué torturarse?

Había sido Serina la que lo había buscado varios años después. En aquel entonces, Nicolas creía haberse sobrepuesto a ella porque había estado con varias mujeres, con muchas, en realidad. El hecho de no haberse ido a vivir con ninguna ni, por supuesto, haberse casado con nadie le tendría que haber indicado que su corazón seguía perteneciendo a Serina.

Aquel corazón que se le había salido del pecho trece años atrás, cuando la había visto entre el público al salir a saludar una vez finalizado el concierto.

Recordaba perfectamente cuándo había sido porque había sido la primera vez que actuaba en Sydney ya que se había mantenido alejado de Australia en general y de Rocky Creek en particular.

Cuando se había presentado en su camerino, Nicolas no había podido articular palabra. La había mirado a los ojos, llenos de lágrimas, la había tomado de la mano y la había metido en el camerino, donde habían hecho el amor en el sofá con un apetito insaciable hasta que el agotamiento había hecho que se quedaran dormidos abrazados.

Cuando se había despertado, Serina se había ido. Le había dejado una nota diciéndole que lo sentía, pero que no había podido resistir la tentación de estar con él una última vez. En ella, le suplicaba que no la siguiera ni la buscara porque se iba a casar con Greg Harmon en un mes y que nada de lo que hiciera o dijera la haría cambiar de parecer.

Nicolas todavía recordaba la última frase.

«Tu vida es el piano, Nicolas. Es lo que quieres y lo que necesitas: tocar. Me he dado cuenta esta noche. Lo que hay entre nosotros no es amor, es otra cosa, algo peligroso. Si me dejo arrastrar, me destrozará. Sobrevivirás sin mí. Sé que lo harás».

Sí, efectivamente, había sobrevivido... aunque en un par de ocasiones había tenido sus dudas.

Y ahora llegaba un sobre rosa de Australia y el corazón se le ponía a latir aceleradamente, como le solía ocurrir cuando estaba con ella. En el pasado, ella debía de haber sentido lo mismo por él. La verdad era que nunca se había podido resistir físicamente al deseo que había entre ellos. Siempre se habían entendido a las mil maravillas en aquel terreno. Algo increíble teniendo en cuenta que ambos eran vírgenes.

Nicolas sacudió la cabeza al recordar la primera vez. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, no habría aceptado la sugerencia de la señora Johnson para que invitara a Serina a la fiesta de graduación.

En aquellos días, con dieciocho años, Nicolas no tenía tiempo para salir con chicas.

Sólo existía el piano.

A las chicas les gustaba y lo buscaban, pues era alto y guapo, tenía el pelo rubio y ondulado y los ojos azules.

A muchas de ellas les habría encantado ir con él al baile de fin de curso, pero él no quería complicarse la vida. No quería novias ni nada por el estilo. Sólo quería tocar el piano.

Por aquel entonces, soñaba con convertirse en el mejor concertista de piano del mundo y tenía una beca para ir al Conservatorio de Música de Sydney y se iba a ir en un par de meses para estudiar allí.

Pronto se iría de Rocky Creek, un lugar que siempre había odiado.

Su madre estaba como loca por que fuera a la fiesta de graduación, así que, cuando su profesor de música le dijo que invitara a otra de sus alumnas de piano, Ni-colas siguió su consejo.

En aquel momento, Nicolas decidió que, dado que Serina era más bien tímida, no supondría ningún problema. Craso error. Además, siempre podían hablar de música.

Todavía recordaba la sorpresa que le había producido verla salir de su casa ataviada con un impresionante vestido azul sin tirantes y unas sandalias de tacón que resaltaban sus piernas interminables.

Hasta entonces, sólo la había visto con el uniforme del colegio, sin maquillar y con el pelo recogido en una cola de caballo.

Ahora, con el pelo suelto, maquillada y arreglada parecía mayor y mucho más sensual. En cuanto la vio, Nicolas sintió un deseo que jamás había experimentado antes. No pudo apartar la mirada de ella en toda la noche. Bailar se convirtió en un delicioso tormento.

Para cuando terminó el baile y la llevó a casa, se encontraba bastante cansado. Los padres de Serina habían puesto una condición para dejarla ir al baile con él: que no la llevara a ninguna de esas fiestas que había después del baile y que todo el mundo sabía que se convertía en bebederos de patos y orgías de romanos.

En el momento en el que se lo habían dicho, no le había importado ya que él no bebía ni practicaba sexo.

Sin embargo, en aquellos momentos, deseaba a Serina más que conseguir los aplausos del mundo entero con su piano, pero sabía que no podía ser. Para empezar, porque sabía que, al igual que él, era virgen.

Mientras conducía hacia Rocky Creek, Serina le puso la mano en el muslo. Nicolas giró la cabeza y la miró con los ojos desorbitados y se encontró con dos ojos que lo miraban con la misma desesperación que él sentía.

–No me lleves a casa todavía –susurró Serina.

Nicolas eligió un camino de tierra que se apartaba de la carretera general y que sabía que llevaba a un lugar solitario y agradable junto al río.

Y allí comenzó todo.

Al principio, fueron solamente besos, pero los besos fueron convirtiéndose en caricias y las caricias dieron paso al desnudo y, una vez desnudos y en un abrir y cerrar de ojos, Nicolas se encontró intentando entrar en su cuerpo.

Serina gritó de dolor, pero él no se paró. No podía. Estaba como loco. Al terminar, recuperó la cordura y le entró el pánico porque se dio cuenta de que no se había puesto un preservativo.

–Como te hayas quedado embarazada, tu padre me mata –se lamentó.

–Imposible –contestó Serina con mucha seguridad–.

Acabo de terminar con la menstruación y, según un libro que he leído, no se puede concebir cuando acabas de terminar.

Nicolas suspiró aliviado.

–Mañana mismo voy a Port a comprar preservativos –prometió–. Y mañana seré más delicado.

–A mí me ha gustado cómo lo has hecho esta noche –contestó Serina sorprendiéndolo–. Házmelo otra vez, por favor, Nicolas.

Y Nicolas así lo hizo. La segunda vez fue más lentamente y observó alucinado cómo su compañera alcanzaba el orgasmo.

Para cuando la dejó en su casa alrededor de las dos de la madrugada, estaba completamente obsesionado con ella.

Consiguieron mantener su relación adolescente en secreto durante el verano. Nicolas salía a escondidas de su habitación por las noches y se reunía con Serina detrás de la casa de ella. Era una suerte que hubiera tantas construcciones pequeñas y recovecos en los que hacer el amor en la granja en la que vivía Serina.

Nicolas le pidió que no le dijera a nadie que estaban saliendo. Sobre todo, que no se lo dijera a ninguna de sus amigas. Sabía que los padres de Serina eran muy conservadores y que, si se enteraban, harían todo lo que estuviera en su mano para separarlos.

A ojos de los demás, hicieron ver que se habían hecho amigos al ser los dos alumnos de la misma profesora de piano.

Unos meses más tarde, empezaron a mostrarse como pareja en público. Para entonces, Nicolas ya estaba estudiando en Sydney y no se veían demasiado, pero, cuando se veían, aprovechaban el tiempo al máximo. Les decían a sus padres que habían quedado para tocar el piano, para ir al cine o a la playa.

Nicolas no quería casarse ni tener hijos en aquellos momentos porque lo único que anhelaba era convertirse en concertista de piano, pero sabía que Serina era la única chica de su vida, que algún día se casarían y sería el padre de sus hijos.

En aquella época, no se le podía ni pasar por la cabeza que fuera a casarse con otro hombre y a tener hijos con él.

Y así había sido. Serina se había casado con otro y había tenido una

hija con él. Y esa hija le había escrito. Nicolas abrió el sobre rosa y sacó el folio que había dentro.

 

Estimado señor Dupre:

Hola, me llamo Felicity Harmon, vivo en Rocky Creek y tengo doce años. Soy delegada de mi curso en el colegio y estoy ayudando a los profesores a organizar un concierto para fin de año. El concierto será el sábado veinte de diciembre y hemos pensado hacer un concurso de talentos para hacerlo más emocionante y poder recaudar más dinero para nuestra brigada antiincendios.

Vamos a necesitar a alguien que haga de juez y hemos pensado en que estaría bien que fuera alguien famoso para atraer a más gente. Como usted es la persona de Rocky Creek más famosa que tenemos, he decidido escribirle y pedirle que sea usted el juez.

Mi profesora de piano, la señora Johnson, me ha dicho que probablemente me iba usted a decir que no, porque ahora vive en Nueva York y en Londres y ya no tiene familia aquí, pero también me dijo que fue muy amigo de mi madre hace años y que, si se lo pedía con educación, a lo mejor venía. Supongo que no sabrá que mi padre murió hace poco en un incendio. Fue a ayudar en los incendios de Victoria del verano pasado y un árbol en llamas lo aplastó. La noche antes de irse me dijo que nuestra brigada antiincendios necesitaba más equipamiento. Sería estupendo poder comprar un camión nuevo, pero cuestan mucho...

Estoy segura de que, si viene y hace de juez, recaudaremos mucho dinero. Si viene, se podría quedar en nuestra casa porque tenemos una habitación de sobra. Le mando mi dirección de correo electrónico por si cree que puede venir. Espero que sí. Por favor, dígamelo cuanto antes, que sólo quedan tres semanas para el concierto.

Un saludo,

Felicity Harmon

PD. He decidido mandar un sobre rosa para que se viera más y se fijara en él. PD2. ¡Si ha sido así y lee mi carta, venga, por favor!

¿Ir a Rocky Creek? ¡Ni loco!

Si Greg Harmon no hubiera muerto, ni se le habría pasado por la cabeza siquiera la idea de volver, le habría mandado a Felicity un jugoso cheque para compensar la decepción y listo.

Pero ahora que sabía que Serina era viuda... ahora que le habían puesto la zanahoria delante... aquella mujer siempre había sido su punto débil... probablemente, algún día sería su muerte.

Capítulo 2

ERINA miró con los ojos como platos a su hija. Felicity acababa de anunciar en el desayuno que había conseguido que Nicolas Dupre viniera seguro para el concurso de talentos y su madre se había quedado sin habla.

–¿Y cómo sabías cómo ponerte en contacto con él? –le preguntó finalmente.

La sonrisa de satisfacción de la niña le recordó a su padre. A su padre biológico, no al hombre que la había criado.

–Escribí una carta con su nombre y su apellido y la mandé a Broadway. ¡Y le llegó!

Serina tomó aire para mantener la calma.

–¿Y?

–Y le di mi dirección de correo electrónico y me contestó anoche.

–¿Y por qué no me dijiste nada anoche?

–Porque su correo me llegó cuando tú ya te habías acostado.

–¡Ya sabes que no me gusta que te quedes conectada a Internet cuando yo ya me he acostado!

–Sí, lo siento –se disculpó la niña tan sólo para quedar bien.

Serina se quedó mirando fijamente a su hija, que era una niña demasiado inteligente acostumbrada a salirse siempre con la suya. Además, era muy buena pianista. La señora Johnson solía decir que era la mejor alumna que había tenido desde...

Serina tragó saliva.

¡Aquello no podía estar sucediendo!

–Felicity...

–Mamá, por favor, no te enfades –la interrumpió Felicity–. Tenía que hacer algo para que viniera mucha gente a nuestro concurso y no sólo los padres. Si está Nicolas Dupre, vendrá mucha gente. A lo mejor, sacamos tanto dinero que podemos comprar un camión de bomberos nuevo, uno de ésos que lleva aspersores enel techo, como quería papá. Lo hago por él, mamá. Él no puede hacerlo desde el cielo.

¿Y qué podía decir Serina a eso? Nada. Felicity adoraba a Greg y había sufrido mucho por su muerte. La relación entre ellos había sido siempre maravillosa. Felicity había sido siempre la niña de los ojos de Greg, que nunca había sabido la verdad de su parentesco. Serina había ocultado su secreto a todo el mundo. Incluso a Ni-colas, que había sacado el tema de su posible paternidad cuando había estado brevemente en Rocky Creek hacía diez años con motivo del entierro de su madre.

El destino, y la genética, se habían puesto de su parte y había conseguido engañar a todos. Para empezar, el embarazo le había durado diez meses, algo que era muy normal en su familia. Una tía abuela suya había tenido dos embarazos así. Además, Felicity tenía los ojos y el pelo oscuros, como ella y Greg, nada que ver con el pelo rubio y los ojos azules de Nicolas.

Cuando murió la señora Dupre, Felicity no era más que un bebé y todavía no había empezado con las clases de piano, así que no había nada que la relacionara con su verdadero padre.

Ahora que la niña tocaba el piano, todo el mundo en Rocky Creek creía que era por su madre, que había heredado el talento de ella. Dado que su relación con Ni-colas había terminado hacía muchos años, era normal que todos pensaran así.

¿Quién iba a creer que la muy respetable Serina Harmon había ido a Sydney y se había acostado con su ex novio un mes antes de casarse con Greg?

¡Era increíble!

Claro que Nicolas siempre la había llevado a hacer cosas increíbles.

Había estado dispuesta a hacer cualquier cosa por él. Cualquier cosa excepto abandonar a su familia cuando más la necesitaba.

¿Cómo se iba a ir a Inglaterra con él después del derrame cerebral que había sufrido su padre? Imposible. Nicolas no lo había entendido. Al principio, se había quedado perplejo y, luego, se había enfadado mucho. Había llegado incluso a decirle que era porque no lo quería lo suficiente.

Pero claro que lo quería. Demasiado. Lo que sentía por él era tan intenso que le había llegado incluso a dar miedo. Cuando estaba con él, no tenía voluntad propia, se convertía en su esclava, no era ella. En cuanto la abrazaba, podía hacer con ella lo que quería porque Serina no era capaz de negarle nada.

Como era consciente de ello, le dijo que no por teléfono.

Nicolas acababa de ganar un concurso de conciertos en Sydney y el premio era irse a estudiar a Inglaterra para estudiar y tocar. Lo primero que hizo fue llamarla para que se fuera con él... aunque nunca le había hablado de casarse.

En aquel entonces, Serina entendió que le estaba proponiendo que se convirtiera en su compañera de viaje, su ayudante personal y, sobre todo, su esclava sexual.

–No puedo irme contigo, Nicolas –le dijo mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas–. Ahora, no. Tengo que ayudar en casa. Tengo que ayudar a llevar el negocio familiar. Sólo me tienen a mí.

Y era cierto porque era hija única y su madre tenía que quedarse en casa cuidando de su padre.

Nicolas había protestado e insistido, pero Serina se había mantenido firme en aquella ocasión. Le había resultado relativamente fácil porque Nicolas estaba lejos. Cuando le había dicho que iba a volver a Rocky Creek para convencerla, ella le había contestado que sería una pérdida de tiempo y que, además, ya estaba más que harta de mantener una relación a distancia con él, lo que era completamente falso.

Lo cierto era que, desde que Nicolas se había ido a estudiar a Sydney, se veían en los escasísimos fines de semana en los que volvía a casa y durante las vacaciones y, a veces, ni siquiera volvía a Rocky Creek durante las vacaciones porque se iba a un campamento musical.