Venganza - Amy Tintera - E-Book

Venganza E-Book

Amy Tintera

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Beschreibung

La esperada secuela de Ruina, por la aclamada autora de la serie Reiniciados. AHORA TODOS HUYEN DE ELLA. LA GENTE SUSURRA SU NOMBRE, LO PRONUNCIA CON TEMOR. ERA LO QUE SIEMPRE HABÍA DESEADO. NO ES TAN PLACENTERO COMO CREÍA.  "Ruina es la mezcla perfecta de fantasía, aventura y romance. ¡Lo leí en una sola sentada!" Amie Kaufman, coautora de Illuminae y Atados a las estrellas "Una aventura abrumadora y fascinante llena de magia, asesinatos y una historia de amor de infarto. ¡He ardido leyendo este libro!" MICHELLE KRYS, autora de Hexed

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UNO

Al pie de la colina descansaban los restos de la casa de Em. Del castillo de Ruina no quedaba más que una pila de piedras y tierra; la maleza reptaba entre los escombros. Un muro permanecía intacto. A Em le gustaba pensar que su madre se había asegurado de que así fuera: que incluso muerta había opuesto resistencia.

Olivia respiró hondo al llegar a la cima.

—Pensé que habría quedado algo más.

Em tomó la mano de su hermana. A Olivia se la habían llevado presa antes de que demolieran su casa y todo Ruina fuera exterminado casi por completo. Era la primera vez que ella veía el castillo en esas condiciones.

Olivia apretó con fuerza la mano de Em.

—No te preocupes, Em. Pagarán por esto, de eso nos encargaremos.

Olivia decía cosas así. No te preocupes, Em… Pero ella seguía preocupada. No llores, Em, pronto nos tendrán miedo. Esto se lo dijo inmediatamente después de matar a la reina de Lera. Em no le dijo a su hermana que con toda seguridad todo mundo les temía.

—Pensé que ya no habría escombros —dijo Aren deteniéndose junto a Em. Estaba ojeroso, su apuesto rostro parecía tenso presa del agotamiento. Los guerreros de Olso habían conseguido prestarles un par de caballos, pero la mayoría de los ruinos habían hecho el viaje a pie. A todos les urgían un día, o diez, para descansar.

—Al menos podemos buscar entre los restos y ver si quedó algo —dijo Olivia.

—Yo busqué hace un año —dijo Em—. Lo único que encontré fue tu collar.

—Tu collar —corrigió Olivia—. Quiero que tú lo tengas.

Em, sonriendo, soltó la mano de su hermana y sostuvo el colgante con forma de O.

Olivia señaló hacia el castillo.

—¿Acamparemos aquí? Podríamos dejar por acá las cabezas de los cazadores clavadas en picas, como advertencia a los demás.

Em reprimió una arcada de repulsión e intentó que su rostro no la delatara. A lo largo de la última semana Olivia y Aren habían sembrado un campo de cadáveres a su paso mientras viajaban de Lera a Ruina. Em los había convencido de dejar con vida al rey Casimir y a su prima Jovita en el Fuerte Victorra, pero no se había molestado en defender las vidas de los cazadores. ¿Para qué? Después de haber destruido a miles de ruinos, quizá merecían morir.

En todo caso, eso era lo que se decía constantemente.

—Ya lo saben —dijo Em—, no creo que haga falta.

—Además, no quiero oler cabezas de cazador muerto mientras duermo —añadió Aren.

—Tú decide dónde acampamos —dijo Em.

—¿Por qué tengo que decidirlo yo? —preguntó Olivia.

—Porque eres la reina.

—Después de que me llevaron, votaron por abolir la monarquía —dijo Olivia— y el líder al que eligieron está muerto. Así que técnicamente, no lo soy.

—Pensaban que habías muerto —dijo Em—, estoy segura de que volverían a considerarte su reina.

Olivia se encogió de hombros y propuso:

—Reunámonos en unos días, cuando la mayoría de los ruinos hayan conseguido volver. Por el momento, propongo que acampemos aquí. Que la gente de Lera y los cazadores sepan que ya no les tememos.

—¿Ya no? —preguntó Aren en voz baja. Poco antes le había aparecido una nueva marca ruina en la mano izquierda, una espiral blanca sobre la piel morena, y distraídamente se la frotó.

—Cas prometió dejarnos en paz —añadió Em. No era la primera vez que lo decía.

Aren y Olivia intercambiaron miradas. Em había insistido en que estarían a salvo, en que la guerra contra los ruinos había terminado. Cas había dicho que, ahora que era rey, pondría fin a los ataques a los ruinos y Em creía que él cumpliría su palabra.

Olivia y Aren no estaban convencidos.

Un viento gélido abrió el abrigo de Em. Ella metió las manos en los bolsillos y lo cerró, envolviendo su cuerpo con él. Había tomado el abrigo y la ropa que llevaba de un ruino muerto en la batalla del Fuerte Victorra. Todavía se retorcía incómoda si se detenía a pensarlo, pero lo cierto es que necesitaba usar algo diferente al vestido azul con el que había atravesado la selva de Lera.

Em volteó al oír unas risas y vio un grupo de aproximadamente cien ruinos saliendo de entre los árboles. Estaban agotados tras la batalla en el Fuerte Victorra y sucios al cabo de varios días de caminata, pero las sonrisas iluminaban sus rostros mientras asimilaban los restos del castillo de Ruina.

—Nos instalaremos aquí —confirmó Olivia con un gesto de la cabeza.

—Es más gris aquí de lo que recordaba —dijo Aren, a nadie en especial.

Em no podía sino estar de acuerdo. Aren y ella habían pasado semanas en la exuberante y verde Lera, junto al océano y sus limpias y centelleantes playas. En contraste, Ruina no tenía buen aspecto. La hierba era amarilla y estaba seca, y los escasos árboles se erguían desnudos. Más allá del castillo, había una parcela gigante de tierra yerma donde antes estaba una hilera de tiendas. De todas formas, no eran especialmente bonitas cuando estaban en pie.

Se quedó viendo la pila de escombros que solía ser su casa. Quizá tendría que haber sugerido una ubicación distinta. ¿Por cuánto tiempo sería ésa su vista? ¿Por cuánto tiempo tendría que dormir en el suelo mirando fijamente el sitio donde antes había estado su habitación?

La recámara tomó forma en su cabeza: la cama con montones de almohadas, la pared con el espejo de cuerpo entero en el que acostumbraba verse en busca de marcas ruinas cuando era más joven. La desgastada silla verde del rincón, donde se arrebujaba a leer.

Esperaba que el llanto le brotara pero, en vez de eso, una sensación hueca se instaló en el fondo de su estómago. La niña que antes vivía ahí ya no estaba, y quizás era un alivio que tampoco la habitación estuviera. Todos necesitaban empezar de nuevo. Podrían reconstruir Ruina para que fuera aún mejor que antes. Aún más segura que antes. En un año, Em no había dormido sin un arma a la mano. Si algo necesitaba —si algo necesitaban todos los ruinos— era encontrar el modo de volver a sentirse a salvo.

—Voy a revisar el carro —dijo y bajó la colina corriendo. El carro que habían robado a los soldados de Lera avanzaba lentamente entre los árboles, jalado por dos caballos cansados.

En el bastidor descubierto llevaban sobre todo suministros apilados para las tiendas y algo de agua adicional, pero iban también algunos niños y ruinos enfermos. Un joven llamado Jacobo caminaba al lado de los caballos. Mariana caminaba del otro; sus negras trenzas se agitaron cuando saludó a Em con la cabeza. Tanto Mariana como Jacobo tenían marcas ruinas en la piel oscura: las blancas líneas se enroscaban hacia sus cuellos; Jacobo tenía incluso una que le cruzaba la mejilla.

—Está… —Em estaba a punto de decir “despejado” cuando un movimiento fugaz llamó su atención. Los arbustos a su derecha susurraron.

Desenvainó la espada y se dirigió a los arbustos; alertó a Jacobo con un gesto. Él caminó hacia el carro; a los tres niños que estaban arriba les hizo señales para que se acercaran a él. Mariana se quedó inmóvil.

Con cuidado, Em pisó un leño. Alguien resolló.

Con la espada separó las hojas de un arbusto. Dos hombres estaban ahí en cuclillas, con la ropa sucia; el abrigo de uno de ellos era un despliegue de diferentes colores, de tantos parches que llevaba. Empuñaba una daga pero su otra mano estaba desnuda. Ninguno llevaba prendedores azules: no eran cazadores.

—¿Quiénes son? —les preguntó.

—Sólo estamos tratando de cruzar a Vallos —dijo el hombre de la daga. Se levantó lentamente. Sus piernas temblaban. Miraba fijamente el pecho de Em.

—No es eso lo que pregunté. ¿Quiénes son?

—Somos peones y estamos trabajando en las minas de Ruina —dijo sin desviar la mirada de su pecho—. ¿Usted es… usted es Emelina Flores? —dijo su nombre en voz baja, casi con reverencia.

Em frunció el ceño en respuesta, sin tener idea de cómo habría acertado aquel hombre.

—El círculo de la venganza. He oído hablar de él.

—¿El qué?

—Su collar. El círculo representa la venganza. “Se cosecha lo que se siembra”, como dicen.

A Em le temblaron los labios. ¿En verdad todos creían que era eso lo que simbolizaba su collar?

El círculo de la venganza. Muy adecuado. A Olivia le encantaría.

El hombre de la daga sostuvo el arma frente a él pero le temblaba la mano. Al otro, con los brazos apretados contra el pecho, el miedo le salía por los poros. Por lo visto, a Em la precedía su reputación.

—Váyanse —les dijo sacudiendo la cabeza—. Y no vuelvan.

Los dos dieron media vuelta y se alejaron corriendo. Ahora todo mundo huía de ella. La gente murmuraba su nombre, lo pronunciaban con miedo.

Era lo que ella siempre había querido.

No se sentía como ella había esperado.

DOS

La madre de Cas estaba enterrada detrás del Fuerte Victorra, en un sitio sombreado donde las flores probablemente abrirían en primavera.

Cas no fue al lugar. Había visto a los soldados enterrarla un día después de que Em y Olivia desaparecieran, y nunca regresó.

En vez de eso, acudió adonde había muerto.

Dos días antes había llovido y la sangre se había ido con el agua. No quedaba más que tierra, hierba y árboles. Los árboles, que unos días atrás habían estado cubiertos de hojas rojas y anaranjadas, tenían ahora las ramas casi vacías. Las hojas caídas crujían bajo sus pies. Los árboles feos parecían más apropiados en virtud de lo que ahí había ocurrido.

Aún podía verlo. Em moribunda en sus brazos. Su madre, muerta a manos de Olivia cuando ésta rescataba a su hermana.

—No mereces estar aquí —dijo una voz a sus espaldas.

Por unos momentos le preocupó que la voz estuviera sólo en su cabeza, pues él había estado pensando eso mismo, pero al voltear encontró a su prima Jovita a unos pasos de distancia, con las manos en las caderas y la mirada de piedra. Su cabello oscuro ondeaba con el viento y una roja cicatriz inflamada atravesaba su mejilla derecha; Em le había hecho esa herida. Se parecía un poco al padre de Cas: tenían la misma piel aceitunada, la misma boca amplia.

Cas se apartó.

—Y en todo caso, no es un lugar seguro —dijo Jovita, más burlona que preocupada.

—Ya no están los ruinos, ya no están los guerreros.

—¿Y de quién es la culpa? —Jovita se acercó a él. Se dio unos golpecitos en la barbilla en actitud reflexiva y añadió—: Ah, cierto, la culpa es tuya. Por haber liberado a Olivia Flores y dejar que Em se fuera tan tranquila.

Sí, era su culpa. Había liberado a Olivia, y luego ella había asesinado a su madre… después de que su madre estuvo a punto de matar a Em.

No conseguía sentir ningún odio hacia Olivia. Estaba, sobre todo, simplemente triste.

—Quiero el collar —dijo Jovita alargando la mano—. El que te dio la reina con un poco de flor debilita.

—Lo enterré junto con ella —respondió Cas.

Jovita apretó la mandíbula.

—Qué tontería, Cas. Ese collar me habría protegido de los ruinos.

Él se encogió de hombros. La hierba llamada debilita afectaba a la mayoría de los ruinos, pero daba la impresión de que a Olivia apenas si la afectaba. Dudaba que el collar la hubiera protegido.

—Si lo hubiera conservado en vez de dártelo, quizás aún estaría viva —bufó Jovita—, y tú…

—Llegaron otras dos consejeras por la noche —interrumpió Cas—. Me reuniré con ellas en una hora, por si quieres acompañarme.

—No —Jovita dio media vuelta y empezó a caminar.

—¿Por qué? ¿Porque ya te reuniste con ellas a mis espaldas?

Jovita se detuvo. Vio por encima del hombro arqueando una ceja.

—Si lo sabes es porque en realidad no fue a tus espaldas, ¿me equivoco?

Y se fue dando fuertes pisadas. Cas la vio irse; una sensación de intranquilidad revoloteaba en su estómago.

Entonces un guardia salió entre los árboles. Era Galo, que merodeaba cerca de Cas como de costumbre. En esos días, el capitán de su guardia personal rara vez perdía de vista a Cas, a pesar de que éste habría preferido que lo dejaran solo. Era el precio de ser rey. Ese día, Mateo, pareja sentimental de Galo y guardia también, lo acompañaba. Mateo estaba a unos pasos de ahí, dándoles la espalda, reconociendo el terreno, atento a posibles amenazas.

Cas metió las manos en sus bolsillos; caminó de regreso a la fortaleza, encorvado para resistir el frío viento que soplaba contra él. Galo le siguió el paso y Mateo fue tras ellos un poco a la zaga.

—¿Está todo bien? —preguntó el guardia en voz baja.

—Probablemente no.

Galo se mostró preocupado, pero Cas no entró en detalles. El castillo y la mayor parte del reino estaban en manos de Olso; su prima lo odiaba, sus padres habían muerto, Em se había ido y quizá nunca volvería a verla.

No quedaba mucho que decir.

—Confirmamos que el gobernador de la provincia del sur murió en el ataque al castillo —dijo Galo—, pero su hija no, y está aquí. Violet Montero. Me encontró esta mañana y pidió hablar contigo.

—¿Está aquí? ¿Cuándo llegó?

—Igual que tú, al parecer. Estaba con el personal y al principio nadie lo notó. Ha estado enferma.

—¿Ya mejoró?

—Sí.

La fortaleza surgió imponente frente a ellos y Cas se paró sobre una pila de ladrillos en el jardín frontal. Algunas partes de la muralla habían caído cuando atacaron los ruinos y los guerreros, y ésta seguía dañada. Pasaría un buen rato antes de que fuera completamente reconstruida. Detrás de la muralla estaba el Fuerte Victorra, una pila de ladrillos cuadrada, prácticamente sin ventanas, que Cas había llegado a aborrecer.

—Tal vez esté ahora en el desayunador, si quieres verla —dijo Galo—. Puedo ir por ella.

—No te molestes, iré yo. ¿Les confirmas a las dos consejeras que llegaron anoche que nos reuniremos en una hora?

—Por supuesto —dijo Galo, y salió corriendo.

A esas alturas, Cas debería haber elegido a un asistente personal. Galo era el capitán de su guardia, no su mandadero, y se sentía culpable de hacerlo cumplir las dos funciones.

Pero el Fuerte Victorra no era como el castillo de Lera. No había suficiente personal y Cas tenía que hacer muchas cosas él mismo. Ya no tenía todo un equipo a su servicio.

Un soldado abrió el portón de la fortaleza al verlo acercarse; Cas murmuró un agradecimiento y entró.

Parpadeó mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad.

De la entrada al gran vestíbulo unos faroles flanqueaban el muro, pero hacían muy poco para alegrar el lugar.

En la fortaleza, los primeros días tras el ataque habían sido tranquilos pero pronto, después de que los guerreros de Olso tomaran el castillo y las ciudades del norte, empezó a llegar gente de todo Lera. Ahora la pequeña edificación estaba a reventar, con las bibliotecas y áreas comunes convertidas en dormitorios. Varias personas estaban bajando por las escaleras a su izquierda en ese momento, y se quedaron paralizados cuando lo vieron. Él fingió no darse cuenta.

Atravesó el vestíbulo y entró a la pequeña habitación afuera de la cocina. Muchos huéspedes se reunían ahí cada mañana, así que se le dio el nombre de desayunador. Había varias mesas redondas dispersas, con hombres y mujeres sentados. No tenían mucha comida, pero había frijoles y pescado en ellas.

Cuando entró, la gente lo miró y guardó silencio. Se dio cuenta de que no sabía cómo era Violet.

—Necesito hablar con ¿Violet? —salió en forma de pregunta; no había aprendido a hablar como su padre, como si cada oración fuera una orden.

Se levantó una joven delgada con un sencillo vestido negro. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño, con lo que se acentuaban sus pómulos y sus grandes ojos negros. Parecía cansada, pero sonrió. Le resultó ligeramente familiar.

—Soy yo, su majestad.

A pesar de su baja estatura, su voz atravesó sin dificultad la habitación. Caminó hacia él.

El carro. Lo habían subido a un carro con su personal la noche en que murió su padre y fue tomado el castillo. Por eso la conocía. Ella lo había ayudado a escapar.

—Te conozco. “Cuidado, puedes astillarte” —repitió lo que ella dijo cuando lo ayudó a escaparse por una abertura en el carro.

—Sí, era yo, su majestad —dijo soltando una risa avergonzada.

Todos estaban mirándolos fijamente; Cas giró sobre los talones y le hizo a Violet un gesto para que lo siguiera.

Adentro no había sitio alguno donde pudiera tener una conversación privada sin sentirse incómodo, así que la condujo afuera, a la parte trasera de la fortaleza. A la edificación seguía faltándole un fragmento del muro posterior desde que un ruino lo destruyera. Caminaron hasta donde ya nadie pudiera oírlos. A su izquierda había algunos trabajadores ocupándose del jardín, pero no estaban lo suficientemente cerca para escuchar.

—Supe que estuviste enferma —dijo Cas.

—Sí, las condiciones del carro eran…

—Terribles —dijo él sintiendo una fuerte sensación de culpa. Al final, había conseguido salvar al personal al que había dejado abandonado en el carro, pero le tomó varios días. No podía imaginar cómo había sido estar atrapado tanto tiempo en ese carro caliente donde faltaba el aire. No sabía cuántos habían muerto, pero eran demasiados.

—Nunca tuve oportunidad de darle las gracias por habernos salvado —dijo ella—. Sabemos que Jovita quería que nos dejara ahí, y todos apreciamos lo que usted hizo por nosotros.

—Por supuesto. No podía abandonarlos ahí.

—Sí, sí habría podido —le hablaba viéndolo a los ojos—. No me he presentado como se debe. Violet Montero. Mi padre era gobernador de la provincia del sur.

—Eso oí. ¿Por qué en el carro no me dijiste quién eras?

—No parecía importante. ¿Qué habría hecho usted con esa información?

No le faltaba razón. Él a duras penas podía pensar con claridad encerrado en esa caja de madera con ruedas. Su padre acababa de morir y aún no se recuperaba de lo de Em. Violet podría haberle dicho que le habían brotado tres cabezas y quizás él sólo se habría encogido de hombros.

—Aquí hay gente que me conoce —dijo ella—, por si quisiera usted confirmarlo.

—Sí, quisiera hacerlo. Se entiende, ¿cierto? —después de que Emelina se había hecho pasar por la princesa de Vallos y por su prometida, probablemente nunca más volvería a tomar por cierta la palabra de alguien en lo relativo a su identidad.

—Se entiende, sí.

—¿Por qué no nos conocimos en el castillo? —preguntó él.

—Yo acababa de llegar cuando atacaron. Iba a asistir a la boda, pero mi abuela estaba enferma y yo la estaba cuidando.

—Lamento mucho lo de tu padre —dijo él.

—Lo del suyo también.

—¿Tu madre aún vive? —preguntó con un nudo en la garganta mirando fijamente a un punto detrás del hombro de ella.

—No. Murió hace algunos años.

—¿Eres la hija mayor?

—La única.

—Entonces tú heredaste la provincia del sur —pretendía que las palabras sonaran a felicitación, pero salieron cansadas. Se preguntaba si a ella le haría tanta ilusión heredar la provincia del sur como a él el trono.

—Así es. Supe que pronto se reunirá usted con unos consejeros. Creo que yo debería estar entre ellos.

—Deberías, sí. El sur es la única provincia que Olso aún no toma bajo su poder.

—Es cierto —dijo orgullosa.

Un fuerte viento pasó barriéndolos. Violet se cubrió el pecho con los brazos; su vestido se agitaba con el frío soplo del aire, pero no tembló a pesar de que debía estarse congelando.

—¿Ya hablaste con Jovita? —preguntó él con tacto.

—No, su majestad.

—Puedes decirme Cas y hablar sin reverencia —él no dejaba que nadie más que Galo y Jovita le dijeran Cas, pero sabía lo importante que era esta muchacha. La necesitaba como aliada, como amiga. Echó una mirada a la fortaleza y dio un paso hacia ella—. Si Jovita trata de hablar contigo, sobre lo que sea, ¿me avisarás?

Violet frunció el ceño.

—¿Pasa algo?

—No. Mi prima en este momento no me aprecia mucho. Quisiera saber si puedo tenerte de mi lado si hace falta.

—Ya estoy de su lado, su… Cas.

Al menos alguien lo estaba.

—Gracias, Violet.

TRES

Olivia elevó la cabeza hacia el cielo y respiró muy hondo. Acababa de salir el sol, pero se encontraba oculto tras nubes oscuras. El cabello oscuro golpeaba su rostro a causa del viento helado. Después de un año encerrada en un calabozo de Lera, cada soplo de aire fresco era un regalo.

Se dejó caer en medio de los escombros que solían ser su casa. No había creído que el castillo hubiera desaparecido completamente. Pensaba que todavía quedaría en pie alguna pared, arcones con ropa de su madre para elegir alguna prenda… pero el fuego había consumido todo. El miedo de los humanos había destruido todo, tal como su madre dijo que pasaría.

Con un empujoncito hizo a un lado un trozo de madera ennegrecido y quedaron al descubierto un ojo y una nariz blancos que la miraban. La estatua de Boda. La sacó para descubrir que todo lo que quedaba de ella era media cabeza. Seguramente había estado sentada en los restos de la biblioteca. La estatua del ancestro había estado en el rincón desde la coronación de Wenda Flores.

Olivia cerró los ojos y dejó que la imagen de su madre cobrara forma en su mente. A menudo llevaba suelto el largo cabello oscuro, y volaba tras ella mientras caminaba a toda velocidad por el castillo. Usaba vestidos fastuosos aunque no hubiera ocasión y Olivia siempre asociaba el frufrú de las faldas con su madre.

Arrojó a un lado la cabeza de la estatua. El ancestro favorito de su madre no había hecho nada por salvarla, a fin de cuentas. Si alguien iba a salvar a los ruinos sería Olivia.

—Liv…

Olivia volteó y vio a Em caminando hacia ella. Podía percibir a los humanos y ruinos a su alrededor, aunque estuvieran muy lejos, pero a Em no. Ella no era ni humana ni ruina. Era la única persona del mundo que podía acercársele a hurtadillas.

Olivia seguía viendo en su mente a la Em que había conocido los primeros quince años de su vida. La Em sarcástica y a menudo hosca, resentida por su inutilidad y por tener que ver cómo Olivia dominaba su magia.

O quizá no era resentimiento sino miedo. En el pasado, Olivia con frecuencia volteaba hacia su hermana y la encontraba mirando a otro lado, estremecida por los gritos de algún hombre al que Olivia estuviera torturando. Ella en ocasiones fingía no poder extirpar una cabeza con tal de no ver la expresión horrorizada en el rostro de su hermana.

El miedo ya no era una opción para Em. El año que había pasado lejos de Olivia la había vuelto despiadada y peligrosa. Seguía teniendo la misma piel aceitunada y el mismo cabello oscuro, pero la tristeza de sus ojos era nueva. Olivia pensaba que a ella le había ido mal en el calabozo. Ni siquiera era capaz de comprender por completo lo que Em había atravesado el último año.

A pesar de los horrores que había tenido que soportar, Em había derribado Lera, organizado a los ruinos y salvado a Olivia. Y le decían la inútil… De pronto a Olivia la boca le supo amarga.

—Acaban de llegar cerca de cincuenta ruinos más —dijo Em sentándose junto a Olivia—. Dijeron que no habían tenido dificultades para salir de Olso. Parece ser que el rey los invitó a quedarse, pero no intentó retenerlos cuando declinaron la invitación.

—Tratar de mantenerlos en contra de su voluntad habría sido una rotunda estupidez —dijo Olivia.

—Supongo que pronto veremos algunos guerreros.

—¿Tú crees?

—Querían que fuéramos a Olso a conocer a su rey. Me cuesta imaginar que hayan decidido dejarnos ir.

Olivia dio un resoplido.

—¿Dejarnos? No necesitamos que ellos nos lo permitan.

—No queremos tener a los guerreros como enemigos —dijo Em—. Todavía no somos lo suficientemente fuertes para arreglárnoslas solos.

Olivia respiró hondo para contener la furia que le inflamaba el pecho. Em tenía razón, por mucho que le doliera reconocerlo.

—Tendré que negociar con los guerreros, ¿cierto? —preguntó Olivia.

—Probablemente.

—¿Y si mejor los mato? —sonrió—. Así desde el primer instante adopto una postura fuerte.

—No sé si estás bromeando.

Olivia inclinó la cabeza hacia adelante y hacia atrás.

—Sí y no.

En realidad no, para nada. Lo único que atenuaba su cólera era destrozar a alguien. Todavía sentía el corazón de la reina de Lera en su mano, el pulso contra su palma. La reina se lo merecía. Había estado allí durante varios de los experimentos que habían hecho con Olivia. Arrancarle el corazón del pecho a la reina había sido amable de su parte.

—En serio: sugiero que no los mates —dijo Em.

—Bien.

Ya buscaría después a quien matar. Había muchísimos cazadores de Lera dando vueltas de un lado a otro por Ruina, intentando salir. Pronto cerraría el puño sobre sus corazones también.

—Tenemos que encontrar un refugio más permanente —dijo Em—. Me gustaría llevar a un grupo al alojamiento de los mineros. Seguramente a estas alturas ya está abandonado; podemos usarlo hasta que se reconstruya el castillo.

Olivia recordó el alojamiento de los mineros de carbón. Era pequeño y lamentable; necesitaba repararse de años atrás.

—¿Ésa es tu mejor opción, en verdad? —preguntó Olivia.

Em empujó unos escombros con el zapato y respondió:

—Desafortunadamente.

Olivia pensó en la fortaleza, con sus muros macizos y suficientes habitaciones para alojar un ejército pequeño. Casimir estaba muy cómodo, mientras ellas se encontraban sentadas en ese revoltijo que había sido su casa. Los habitantes de Lera siempre habían estado cómodos desde que les quitaron el reino a los ruinos y los expulsaron.

—Las cabañas no son gran cosa pero creo que allí podremos alojar a todos los ruinos —dijo Em.

—¿Todavía quieres cuidarlos? —preguntó Olivia.

—¿A qué te refieres?

—Los ruinos te dieron la espalda. Todos, excepto Aren, decidieron seguir a alguien más. Alguien que ahora está muerto.

Un dejo de tristeza atravesó el rostro de Em al oír la alusión a Damian. A Olivia no le caía nada bien su amigo muerto, ni siquiera porque había ayudado a Em. Él había crecido con Em y Olivia pero las traicionó cuando más ayuda habían necesitado. Merecía que el rey de Lera lo decapitara.

—Tenían miedo —dijo Em—. Y yo demostré que al rechazarme se equivocaban.

—Ya lo creo que lo demostraste. Y yo no hice más que estar sentada en una celda y tramar un millón de intentos de escapatoria, todos y cada uno de los cuales fracasaron.

—No es tu culpa que te hayan capturado. Yo me propuse gobernar sólo porque tú no estabas.

—Te propusiste gobernar aun después de que te arrebataron el poder. Armaste un plan que derrocó al más poderoso de los cuatro reinos. Llevaste a cabo una conspiración sumamente riesgosa para matar a la princesa de Vallos y casarte con el príncipe de Lera en su lugar. Rescataste a todos, incluso después de que te rechazaron. No sé si yo habría hecho lo mismo.

Olivia podría haber dejado que todos murieran sólo para demostrar que estaban equivocados.

—Lo habrías hecho —dijo Em, que era una optimista.

—El tema es que no lo hice. Y nunca me han interesado los asuntos políticos que vienen con el trono. Las reuniones, las discusiones, los arreglos. Sentía pavor que eligieran un marido para mí, pero tú fuiste y te casaste con nuestro enemigo jurado.

Em miró al piso cuando pensó en Cas. Apenas si había hablado del príncipe —ahora rey— desde que se fue de Lera, pero Olivia los había visto interactuar. Parecía que Em había llegado a sentir algo por ese horrible chico.

—¿Y llegaste a tener relaciones sexuales con él? —preguntó Olivia, tratando de que su voz no sonara horrorizada.

—No. Se dio cuenta de que yo estaba aterrada al respecto y no insistió.

—Oh, qué extraño.

—No es como su padre, Liv. Él fue amable conmigo.

—Bueno, por lo menos no tuviste que acostarte con él —dijo con un escalofrío.

—Se te tomará en cuenta para tu casamiento —dijo Em—. Sobre todo como están las cosas ahora. Estoy segura de que quien elijas será apropiado.

—Deberías ser tú la que se case para formar alianzas políticas. Está claro que eres buena para eso.

—Pero eres tú la reina.

—¿Por qué tengo que ser la única? ¿Dónde está la ley que dice que tengo que reinar yo sola?

—De hecho, existe —dijo Em riendo—. La ley de Ruina establece que el mayor hereda el trono, a menos que haya nacido inútil. En tal caso, el trono corresponde al siguiente heredero.

—Ya demostraste que no eres inútil. Tienes otros poderes, como decía nuestra madre.

—Los ruinos nunca permitirán que los gobierne alguien sin habilidades.

—¿Y si gobernamos juntas?

Las cejas de Em se levantaron.

—¿Qué?

—Hay algunas partes de ser reina para las que voy a ser muy buena: comandar ejércitos, entrenar ruinos, los vestidos —la risita que soltó Em le hizo sonreír—. Soy una luchadora. Tú haces política. Tú sí puedes estar sentada en una reunión con guerreros sin arrancarles la cabeza.

—¿Qué es lo que sugieres?

—Una diarquía. Que gobernemos Ruina juntas, como reinas las dos.

—Una diarquía —la boca de Em formó una O y Olivia sonrió. Sabía que su hermana agradecería la oportunidad de dirigir a los ruinos. Quizá tenía incluso más madera que Olivia para esa posición, pero ésta no podía renunciar al trono por completo. Em había dado grandes pasos para restaurar la gloria que antes habían gozado los ruinos, pero seguía ligada a sus absurdos sentimientos hacia Casimir. Olivia tenía que dirigir a Em y a su pueblo; necesitaba demostrar su valía después de haber estado un año encerrada.

—Tomaremos decisiones juntas —dijo Olivia—. Cada una tendrá determinadas responsabilidades. Tendremos cierto poder de veto. ¡Vamos! —dijo dándole un suave empujón en el hombro a su hermana—. Sabes que quieres gobernar a los ruinos. Sabes que deberías ser reina.

—Pe-pero ya una vez me rechazaron —tartamudeó Em—. No me aceptarán como su reina.

—Nos encargaremos de que acepten.

—Quizá debamos discutirlo con algunas personas, preguntar…

—Nosotras no preguntamos —Olivia se enderezó en el asiento. Era menos alta que Em, pero sólo un poco—. Nosotras asumimos. Asumiremos el trono, asumiremos la responsabilidad, y aplastaremos a quien se oponga. ¿Entendido?

Em soltó una risita.

—¿En verdad? ¿Aplastaremos a quien se oponga?

—Está bien: yo los aplastaré. Para esa parte soy buena.

Lo cierto es que Olivia sabía que tendría que adoptar una postura firme con los ruinos. Ellos no respetarían a una reina que había sido secuestrada y luego rescatada por su hermana inútil. Olivia tenía que exigir, no pedir.

—¿Estás segura? —preguntó Em.

—Absolutamente. No me obligues a hacerlo sola. Ahora mismo los ruinos tienen que estar unidos. Creo que si empezamos por gobernar juntas será como una poderosa declaración.

Em contuvo las lágrimas.

—Te quiero, Liv.

—Lo sé. Te casaste con Casimir por mí. Me figuro que debes quererme en verdad —Olivia se puso en pie de un brinco y alargó la mano hacia Em—. Ven. Presentemos a la reina Emelina a los ruinos.

CUATRO

Cas descendió por las escaleras de la fortaleza y se giró al escuchar risas que provenían de la parte trasera de la edificación. Caminó por el pasillo con Galo a la zaga.

—¡Hazlo con fuerza! —gritó una mujer.

—¡Lo estoy haciendo con fuerza! —respondió otra voz femenina.

Cas se detuvo a la entrada de la cocina y vio a Blanca, la cocinera, empujando con las caderas a una joven y presionando con las palmas una pila de masa en la encimera.

—Así —dijo—. Masajéala como si estuvieras enojada con ella.

Blanca dio un paso atrás y pudo ver a Cas en la entrada. Se enderezó y se limpió las manos en el delantal.

—Su majestad —dijo.

Al oír eso, la joven dio media vuelta y soltó un chillido a modo de saludo.

—Buenos días —dijo Cas—. ¿Cómo va todo?

—Muy bien. ¿Le ha gustado la comida?

—Por supuesto —sonrió tratando de tranquilizar a Blanca. Ella antes era ayudante de cocina en el castillo, pero el cocinero real seguía desaparecido y probablemente había muerto. Cas señaló la bola de masa y comentó—: No sabía que tuviéramos harina.

—Llegó ayer. Uno de los que vinieron de Ciudad Gallego trajo todo lo que tenía en su panadería para que no se echara a perder.

Cas oyó pasos detrás de él. Era Daniela, que caminaba hacia ellos cargando una canasta de verduras. Su rostro arrugado se iluminó al ver al rey.

—Qué gusto verlo, su majestad —dijo con una inclinación de cabeza. Había estado con él en el coche, al igual que muchos miembros del personal de la fortaleza, y Cas parecía haber ganado su lealtad eterna a consecuencia de eso.

—¿Qué le ofrezco? —preguntó Blanca.

—Nada, gracias.

Se dirigía a una reunión con Jovita y los consejeros; sentía un nudo en el estómago que le impedía siquiera pensar en comida. Se despidió y se marchó. Las risas no regresaron cuando se alejó. En aquellos días, la risa siempre cesaba cuando él entraba en una habitación.

Subió al segundo piso de la fortaleza y entró en una gran sala vacía. Su padre siempre era el último en llegar a las reuniones; Cas había decidido hacer lo contrario.

El personal había quitado sillas y sofás y con varias mesas pequeñas formó una larga en medio de la sala. No había ventanas, así que de las paredes colgaban varios faroles y había dos más sobre las mesas. Nada era en comparación con el Salón Océano, donde tenían lugar las reuniones en el castillo de Lera. Si Cas cerraba los ojos aún podía ver el sol brillando en el océano desde aquellos ventanales.

Se dejó caer en la silla de la cabecera. Galo no se movió de la entrada.

—Siéntate aquí —dijo Cas empujando con el pie la silla que estaba junto a él.

Galo miró el asiento y luego a Cas.

—¿Estás seguro?

Jamás el padre de Cas habría permitido que un guardia se sentara a la mesa durante una junta de consejeros. Por esa misma razón Cas estaba decidido a que Galo se sentara junto a él.

—Siéntate.

El guardia obedeció. Cas, nervioso, se tronó los nudillos mientras esperaba. Seguía pareciéndole increíble que todo mundo recibiera órdenes suyas.

Unos minutos después entraron el coronel Dimas y la general Amaro; susurraron sus saludos. La general Amaro evitó la mirada de Cas y ocupó el asiento más alejado.

Entraron las dos consejeras a las que había visto el día anterior; iban platicando muy concentradas. Cas conocía bastante bien a Julieta, la mayor. Tenía más o menos la misma edad que su madre y vivía en Ciudad Real. A la otra, Danna, la había visto algunas veces, pero vivía en la provincia oriental y visitaba el castillo pocas veces al año. El día anterior las dos se habían mostrado amigables y le dieron el pésame, pero ese día parecían tensas. Julieta esbozó una sonrisa a todas luces forzada.

Violet entró en la sala; su rostro se iluminó cuando encontró a Cas. Él le hizo una señal para que se sentara junto a Galo; ella rápidamente se acercó.

El gobernador de la provincia del sur tiene una hija. Era nuestra segunda opción después de Mary… Es encantadora. Mucho más bonita que Emelina.

La voz de su padre resonó en su cabeza mientras miraba a Violet de soslayo. Su padre tenía razón. Violet era muy atractiva, de largo cabello negro, ojos oscuros e intensos y labios carnosos, pero la comparación con Em no era idónea. Em podía no ser la chica más bella en la sala, pero eso no impedía que fuera blanco de todas las miradas. Era como si tuviera un secreto que todo mundo quisiera conocer.

Cas trató de sacar la imagen de Em de su cabeza; necesitaba concentrarse.

Entró el gobernador de la provincia del norte, seguido de algunos importantes líderes de la provincia occidental. Cas sabía que tenía que empezar a hacer nombramientos oficiales, pues muchos funcionarios habían muerto, pero no había tenido tiempo. Seguía concentrado en tratar de llegar al final del día sin perder el control y echarse a llorar.

Jovita fue la última en entrar. Llevaba el cabello suelto sobre los hombros y un vestido azul. ¿De dónde había sacado un vestido? Muy rara vez la había visto con uno en el castillo, ya no se diga en una fortaleza con limitaciones de suministros.

Se sentó en la silla vacía junto a Cas.

—¿Cómo estás, Casimir?

—Bien —respondió sin poder disimular su suspicacia por tan cordial saludo—. ¿Y tú?

—Estoy bien, gracias. Observé que esta mañana volviste a salir de la fortaleza para visitar el lugar donde murió la reina.

Todos los ojos se fijaron en Cas. El contuvo el impulso de escurrirse lejos de sus miradas.

—Vas a menudo —dijo Jovita.

—Sí —respondió—. Me da oportunidad de pensar.

—Entiendo que estés triste, pero es hora de actuar, no de pensar. ¿Cómo esperas conseguir algo si pasas la mayor parte del día deambulando?

—No paso ahí la mayor parte del día, pero por lo visto tú sí pasas la mayor parte de tu día siguiendo mis movimientos.

Jovita torció el gesto, irritada.

—Me preocupas y, por extensión, me preocupa Lera. No has presentado plan alguno, así que…

—Creo que de eso se trata esta reunión —dijo Cas—; si ya terminamos de hablar sobre cuánto lamento la muerte de mi madre, quisiera pasar a lo siguiente.

Jovita apretó los labios; la mandíbula le temblaba.

—Bien —Cas miró al frente, evitando ver a su prima—. La fortaleza ya está al límite de su capacidad, pero todos los días llega gente. Pronto necesitaremos más espacio; creo que el sur es la mejor opción. Quisiera enviar un grupo de soldados a hablar con los dirigentes de la provincia del sur. Su regente está con nosotros —dijo señalando a Violet—, pero quisiera saber cómo vive la gente de allá. Ninguno ha venido.

—Los ruinos se dirigieron al sur tras la batalla —dijo Danna—. Puede ser que no quede mucha gente.

—Iban hacia el sur pero camino a Ruina —aclaró Cas—. No atacaron en el camino.

Danna levantó las cejas y preguntó:

—¿Cómo está tan seguro?

—Cuando se marcharon no estaban listos para otra batalla. Aquí perdieron a demasiada gente.

—Un ruino siempre está listo para la batalla —dijo Jovita—. La verdad es que Emelina te prometió que no atacaría a nadie si le entregabas a Olivia y tú estúpidamente le creíste.

Cas se tensó. No podía negarlo. Había dado por sentado que Lera todavía dominaba la provincia del sur porque los guerreros de Olso aún no invadían la fortificación. Era cierto que no lo sabía con certeza.

—Quisiera ser parte del grupo que irá al sur —dijo Violet. De pronto pareció preocupada.

—Por supuesto. Como regente de la provincia tú deberías dirigir a los soldados —respondió Cas.

—Como líder de la provincia del sur debería quedarse aquí, donde está a salvo —dijo Jovita—. No podemos darnos el lujo de perder a más dirigentes.

—¿Entonces qué sugieres? —preguntó Cas—. ¿Que todos nos quedemos aquí escondidos hasta que Olso vuelva a atacar?

—No. Ahora que los cazadores han vuelto tenemos suficientes soldados para lanzar un ataque.

—¿Exactamente contra quién?

—Los ruinos.

—¿Quieres atacar a los ruinos? —Cas no intentó ocultar su incredulidad.

Jovita se inclinó hacia adelante.

—Por supuesto que quiero atacar a los ruinos. La pregunta es: ¿por qué tú no? Emelina Flores mató a la princesa de Vallos. Se asoció con Olso, tomó el castillo e inició una guerra. Por su culpa estamos en este lío, y tú simplemente la dejaste ir. ¡Ordenaste a los cazadores que dejaran de matar a los ruinos a pesar de que ellos no dejarían pasar una oportunidad para asesinarnos!

—¡Ellos se fueron! Es a nosotros a quienes debería temerse, no a los ruinos. Nosotros los asesinamos sin provocación.

—¿Sin provocación? —Jovita se echó hacia atrás—. ¿En verdad crees eso de los ruinos? ¿Que no son peligrosos?

—No todos lo son.

Jovita adoptó una expresión preocupada.

—Oh. No sé qué decir a eso, Cas.

—Ellos acaban de atacarnos —dijo la general Amaro—. No sé qué más tendrían que hacer para que usted los considere peligrosos.

Se instaló un silencio incómodo en la sala. Cas escudriñó los rostros de sus consejeros, en busca de alguien que estuviera de acuerdo con él. Galo y Violet eran los únicos que no parecían molestos u horrorizados. Un calor empezó a ascender por su cuello.

—Ahora mismo los ruinos no son prioridad —dijo Cas—. Tenemos que concentrarnos en mantener el control en el sur y prepararnos para recuperar el castillo. Lo mejor para Lera es…

—A ti no te interesa lo que pueda ser mejor para Lera —interrumpió Jovita.

—¡Todo lo que he hecho es lo mejor para Lera!

—Soltaste a Olivia Flores. Ella mató a la reina y a innumerables guardias y soldados. ¿En verdad eso era lo mejor para Lera?

A Cas se le hizo un nudo en el estómago. Su mente quedó súbitamente en blanco. Para eso no tenía respuesta.

—No tengo intenciones de atacarte, Cas —dijo Jovita con dulzura. Nadie más pareció darse cuenta de que su voz estaba cargada de condescendencia—. Creo que ahora mismo necesitas retroceder un poco y pensar en tu estado mental.

La habitación se inclinó y Cas por unos momentos se preguntó si en efecto habría perdido la razón. Volverse loco tenía que ser menos doloroso que eso.

—Mi estado mental —repitió.

—Sigues llorando la muerte de tus padres; tu esposa te traicionó; fuiste atacado en la selva. No te juzgo, Cas. En esas circunstancias cualquiera empezaría a quebrarse.

—Cas no ha perdido la cordura —dijo Galo con vehemencia.

Jovita levantó un dedo, como si la opinión de Galo la tuviera sin cuidado.

—No dije que hubiera enloquecido. Cas, simplemente planteo la posibilidad de que ahora mismo no estés pensando con claridad. ¿Te has tomado tiempo para descansar? Puede ser justo lo que necesitas.

—Estoy bien —dijo él bruscamente.

Jovita lanzó una mirada preocupada por la mesa. Parecía que los consejeros estaban aceptando esa farsa. Ninguno quería mirar a Cas a los ojos.

—¿Por qué no tomas un tiempo para considerar mi plan de lanzar un ataque a los ruinos? —dijo Jovita—. Podemos reanudar la sesión mañana, después de que lo hayas pensado un poco.

Cas se puso en pie arrastrando la silla por el piso.

—No tengo que pensar en eso. La respuesta es no.

—Pero…

—No —repitió con firmeza. Salió del salón dando grandes zancadas, con Galo unos pasos detrás de él. La puerta se cerró, se alcanzaban a oír algunos murmullos.

—No pueden hacer nada sin la aprobación del rey —dijo Galo.

Cas se pasó la mano por el rostro. No estaba tan seguro de eso.

Casi doscientos rostros miraban a Em fijamente. Tragó saliva e intentó que su rostro no delatara su nerviosismo. Casi esperaba que los ruinos empezaran un motín.

Olivia estaba junto a ella, frente a todos los ruinos que habían conseguido llegar hasta ese momento. Habían levantado tiendas de campaña cerca del castillo; Olivia convocó a todos y les ordenó que se sentaran en el suelo mientras ella anunciaba los nuevos planes de gobierno. Detrás de los ruinos, las tiendas se sacudían con el viento; empezó a lloviznar. Como otras veces, Em deseó que tuvieran un lugar con paredes adonde ir; detestaba verlos con frío y a la intemperie.

—Una diarquía —repitió Olivia—. Gobernaremos juntas, como iguales —los ojos le brillaban de emoción, como si pensara que ese anuncio sería recibido con un entusiasmo desenfrenado.

Pero no: fue recibido con escepticismo. Un murmullo recorrió la muchedumbre y todos los pares de ojos aterrizaron en Em. Quizás era una buena señal. El día que la habían expulsado del trono supo que algo andaba mal porque nadie quería mirarla.

Ahora, sin embargo, todos la observaban fijamente. No todos con expresión amable. Tragó saliva. Tal vez debía decir algo, explicar que ella sólo quería que Ruina volviera a ser un lugar seguro, construir un hogar del que pudieran estar orgullosos.

—Planeamos levantar Ruina y hacer de ella algo aún mejor —dijo Olivia antes de que Em pudiera pronunciar palabra. La muchedumbre seguía incrédula. Por lo visto no confiaban en una ni en otra. Em no tenía claro si eso la hacía sentir mejor o peor.

Tras las palabras de Olivia cayó un largo silencio. En las mejillas de su hermana aparecieron unas manchas rosadas.

—Pronto daremos más información —dijo bruscamente—. Por el momento quisiéramos ver a Mariana, Aren, Ivanna, Davi y Jacobo.

Ivanna y Davi estaban sentados juntos: eran dos de los pocos ruinos mayores. Ivanna los saludó con un movimiento de cabeza pero Em pudo ver el escepticismo en sus rostros.

Aren se puso en pie y alargó la mano para apretarle el brazo a Em mientras esperaban a los demás. Cuando ya todos se habían abierto paso entre la multitud, Olivia los llevó a la tienda de campaña que compartía con Em. Aunque apretados, todos cupieron sentados con las piernas cruzadas en un pequeño círculo.

—Supongo que saben por qué están aquí —dijo Olivia—. Em y yo estamos armando un consejo para que nos asesore sobre los asuntos de Ruina.

Todos los poderes quedaban representados entre los cinco ruinos a los que Olivia había llamado: Aren controlaba el cuerpo, Jacobo e Ivanna los elementos, y Mariana y Davi la mente. Decidir la configuración del consejo no había sido difícil, pues no quedaban muchos ruinos cualificados.

Ivanna echó la gris cabellera detrás de su oreja.

—Lo agradezco, pero creo que tenemos que hablar sobre liderazgo.

Olivia ladeó la cabeza.

—¿Tenemos que hacerlo?

—Sí. ¿Eres consciente de que, después de que te llevaron, los ruinos abolieron la monarquía y eligieron a un nuevo líder?

—Ilegalmente abolieron la monarquía —corrigió Olivia—, y ese líder elegido está muerto.

—Porque ella lo dejó morir —dijo Davi fulminando a Em con la mirada.

Em sintió un bulto en la garganta. Podría haber hecho más por salvar a Damian. Se había esforzado muchísimo para impedir que el rey de Lera lo ejecutara, pero podría haber actuado con más rapidez. Lo había dicho con toda claridad cuando les contó la historia a los ruinos. No quería guardar secretos.

—Yo también estuve allí —dijo Aren con firmeza—. Yo tuve que retrasar a Em. Si quieren culpar a alguien, cúlpenme a mí.

—Sí, culpémoslos —dijo Olivia displicente—. Los únicos dos entre nosotros que han hecho algo. Si no fuera por Em y Aren, todos seguirían huyendo para salvar la vida... si no es que estarían muertos. Pero sigamos hablando de su líder, que se dejó atrapar.

—¡Estaba ayudándonos a cruzar a Olso! —exclamó Davi, que empezaba a enrojecer.

—Para ayudar a Em y a Aren a derrumbar Lera. Su sacrificio no se olvida.

—¿Hay alguien a quien ustedes prefirieran para gobernar? —preguntó Em tranquilamente. Olivia la miró con gesto de pocos amigos.

—No —respondió Jacobo, pero estaba sonriendo a Olivia.

—Bueno, pues… —Ivanna carraspeó—. Hay algunos que preferirían a un líder que fuera elegido. ¿Por qué a Aren ni siquiera se le dio la oportunidad de…?

—Declino —dijo Aren de inmediato.

—Aren, tú eres aquí el más poderoso, además de Olivia —dijo Davi en protesta—. Y fuiste a Lera a pesar de que corrías un gran peligro.

—Siguiendo el plan de Em —dijo Aren—. Olvídenlo, no aceptaré —dijo haciendo una señal hacia Olivia—. Además soy la segunda persona más poderosa aquí. ¿Por qué no quieren que sea la primera quien los gobierne?

—Valorar el poder ruino por encima de todo no nos ha llevado a la victoria y la paz —dijo Ivanna—. Wenda Flores era poderosa pero carecía de talento para la negociación. Se limitaba a matar a todos los que no estaban de acuerdo con ella.

—Ésa es una táctica de negociación perfectamente válida —dijo Olivia. Em hizo una mueca: su hermana estaba dando la razón a Ivanna.

—Em tiene talento para la negociación —dijo Aren—. Creo que de lo que se trata esta diarquía es que se equilibren una a la otra.

Ivanna giró su rostro en dirección a Em pero sin mirarla a los ojos.

—Nunca antes habíamos tenido a un líder sin marca.

—Y sin embargo acabas de decir que sobrevaloramos el poder ruino —dijo Em—.

Ivanna cerró la boca. Se hizo el silencio.

Olivia soltó una risita sin razón aparente y todas las cabezas giraron hacia ella.

—¿Creen que esto es un debate? Que algunos de ustedes quieran a un líder elegido por la gente no significa que eso vaya a pasar. Hace un año se fracturó nuestra comunidad. Ahora estamos levantándola para dejarla como se debe.

Ivanna adoptó un gesto de dureza y guardó silencio. Davi empezó a quejarse.

—Además, Aren se casará con una de nosotras —dijo Olivia—. Así también él gobernará.

Em levantó las cejas ante el comentario casual sobre el matrimonio de Aren con ella o con Olivia. Aren la miró completamente desconcertado. Em apuntó hacia sí misma y sacudió la cabeza, y él soltó una risita.

De repente Em pensó en Cas. Ella ya estaba casada. Se había casado con él suplantando a la princesa Mary, pero después de eso todos los momentos de su relación fueron reales. No podía imaginarse con nadie más. El pecho le dolía sólo de pensarlo.

—A ver, continuemos —dijo Olivia. Em trató de sacudirse los recuerdos de Cas pero sólo lo consiguió parcialmente—. Hemos seleccionado un puesto para cada uno de ustedes. Si lo prefieren, pueden declinar y sugerir a alguien más para ese cargo. Aren, quisiéramos que dirigieras el combate. Te encargarás del entrenamiento de los ruinos y de las armas: todo lo que se necesite para prepararnos para la batalla. Davi, salud. Te encargarás de la calidad del agua, de asegurarte que todo mundo tenga ropa y mantenga buena salud en general. Ivanna, reconstrucción. Deberás erigir un nuevo castillo y reconstruir la ciudad. Los tres me reportarán directamente.

—Los dos restantes reportarán ante mí —dijo Em—. Jacobo, te queremos pedir que te encargues de la nutrición. Necesitamos que alguien supervise la pesca, la caza y la agricultura. Y, Mariana, queremos que dirijas las relaciones con el exterior. Ayudarás a mantener contacto con los guerreros de Olso.

Mariana asintió con entusiasmo. Era joven, aproximadamente de la misma edad que Em, y a todas luces le emocionaba ser la elegida para ese trabajo.

—Partiremos mañana a las cabañas de los mineros; necesitamos que nos ayuden a que todo mundo se aliste. Queremos que ustedes cinco sean las voces de los ruinos, que comuniquen lo que esté pasándonos y que transmitan nuestras órdenes. ¿Tienen algún problema con eso? —preguntó Em. Todos negaron con la cabeza—. Bien. Algunos de estos cargos son tradicionales, pero otros, como reconstrucción, los ideamos sobre la marcha. Estamos abiertas a ideas.

—Pero no a una nueva conducción de Ruina —replicó Davi.

—Ah, eso me recuerda… —dijo Olivia—: como estamos en guerra, entra en vigor la Ley sobre Lealtad en Tiempo de Guerra. Toda amenaza contra el gobierno o contra nosotras se considerará traición y como tal será castigada —ladeó la cabeza con una gran sonrisa hacia Davi—. ¿Entendido?

Davi palideció. Em se apretó las manos. En realidad, Olivia y ella no habían hablado de eso. La Ley sobre Lealtad en Tiempo de Guerra no había estado en vigor desde que su madre era adolescente. No admitía el menor desacuerdo con los soberanos. No había sido popular.

—Entendido —dijo Ivanna con la voz entrecortada—, su majestad.

—Fabuloso —dijo Olivia dando una palmada—. Vamos a trabajar bien juntos, ¿verdad que sí?

Em miró los rostros a su alrededor. Davi e Ivanna parecían molestos. Mariana y Aren lucían nerviosos. Sólo Jacobo respondió con una sonrisa.

Em tuvo la sensación de que aquel consejo estaba condenado al fracaso.

CINCO

—¿Qué piensa, su majestad? —Aren preguntó a Em en tono divertido y ella le sonrió. Pero más que divertido estaba orgulloso, y le dio la impresión de que Em lo sabía.

—Se ven perfectas.