Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"Winnie the Pooh" es una serie de historias escritas por A.A. Milne, que sigue las aventuras de un oso de peluche llamado Winnie the Pooh y sus amigos en el Bosque de los Cien Acres. Pooh, junto con Piglet, Tigger, Eeyore y otros entrañables personajes, se embarca en diversas aventuras y aprendizajes mientras exploran el mundo que los rodea. Las historias están llenas de ternura, humor y lecciones sobre la amistad, la valentía y la imaginación. Con su encanto atemporal y personajes memorables, "Winnie the Pooh" ha cautivado a generaciones de lectores de todas las edades.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 111
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Winny de Puh es, junto con el Alicia de Carrol, el Peter Pan de Barrie y El viento en los sauces de Kenneth Grahame, uno de los cuatro grandes clásicos de la literatura infantil, una obra maestra tan apta para niños de menos de diez años como para adultos de un buen nivel cultural.
A.A. Milne, el escritor de estas divertidas historias protagonizadas por Cristopher Robin —su verdadero hijo— y su oso de peluche Winny, nació en Londres en 1882, y sus primeros trabajos aparecieron en la popular revista satírica Punch. Fue autor dramático, ensayista, y escribió dos novelas policiacas, un par de libros de rimas infantiles, y sobre todo las dos historias, Winny de Puh y El Rincón de Puh, que le dieron fama universal y que hemos reunido en este volumen.
Milne nos cuenta con poesía e ingenio los juegos y andanzas de su hijo Cristopher Robin con sus amigos favoritos: Winny de Puh, un oso de peluche glotón y un tanto zoquete y cantarín, Porquete, un cerdito inquieto y más bien miedoso, Tigle, un tigre brincador y fanfarrón, y otros habitantes del bosque.
La edición incluye las ilustraciones a todo color de Ernst H. Shepard, que han contribuido no poco a convertir a Winny de Puh en un mito moderno de la cultura popular.
A.A. Milne
Historias de Winny de Pooh
(Los niños no necesitan prólogo)
Estas primeras líneas son para tranquilizar a los adultos que se sorprendan disfrutando inadvertidamente con la lectura de este clásico de la literatura infantil. No ocurre nada raro. No es que hayan perdido su trabajosamente adquirida adultez; y nada les impedirá tornar a deleitarse, como habitualmente hacen, con la lectura de Paul Theroux, Umberto Eco, James Joyce, Dante o Bukowski. Ocurre que Winny de Puh de A. A. Milne es una obra maestra tan apta para un niño de menos de diez años, como para un adulto de un buen nivel cultural. Es más, los que pueden tener dificultades para apreciar los méritos de este libro son los chavales de catorce —a esa edad se quieren cosas serias y no las ocurrencias de un oso de peluche—, y las personas mayores que no leen “tonterías”, sino Libros Que-Merecen-La-Pena (postura tan inteligente como la Trampa Astuta para cazar pelifantes que dice Winny).
El autor de estas historias fue el escritor inglés A. A. Milne, nacido en Londres en 1882 y fallecido en 1956. Sus primeros trabajos como profesional de la literatura fueron artículos y versos publicados en la revista Punch —el clásico inmemorial de la prensa humorística inglesa—, de la que llegó a ser subdirector. Fue autor dramático de indudable éxito, escribió también ensayo, dos novelas policiacas, un par de libros de rimas infantiles (sí, también hay poesía de Winny de Puh) y ese binomio de libros, protagonizados por los animales de trapo de su hijo Christopher Robin, por los que es universalmente conocido: Winnie-the-Pooh (1926) y The House at Pooh Corner (1928). Hay una circunstancia personal que parece marcar casi toda su obra y, cómo no, sus dos libros de Puh. Y es que tuvo una infancia feliz y, por lo que parece, una vida —salvo su experiencia militar— tranquila y placentera. No solo su evocación de la infancia es un tierno ensueño, es que hasta sus obras de teatro eran motejadas por sus detractores —todo el mundo los tiene— de ingeniosas, elegantes, divertidas y brillantes pero, faltas de “substancia”… Lo cual casi parece un reproche, más que al escritor, a su optimismo… Por cierto, Dorothy Parker, una de las más ácidas, notables y malintencionadas escritoras norteamericanas de este siglo, alguien-cuya-lengua-venenosa-hacía-temblar-a-quien-escogiera-como-blanco de su talento, no soportaba a Winny [gracias por el apunte, Rosa]. Tanto optimismo debía quemarla como un rayo de sol a un vampiro.
Las historias de Winny no serían lo mismo sin los dibujos de Ernest E. Shepard (1879-1976), sin duda uno de los mejores ilustradores de literatura infantil de todos los tiempos. Colaboraba con sus pinceles en Punch, colaboró también con Milne en su primer libro de versos, When We Were Very Young; y los encantadores dibujos que hizo de los personajes de Winnie the Pooh son retratos del natural, ya que pasó una temporada en casa de los Milne y allí pudo conocer, tomar apuntes y charlar —supongo— con Winny, Porquete, Tigle y el propio Christopher Robin. Por cierto, en algunas de las muchísimas áreas que Internet dedica a Winny, se puede rastrear una preciosa fotografía en la que aparecen Shepard con Milne, Christopher Robin, y varios de los personajes, en su ser auténtico de trapo y serrín, cuyas aventuras tienes ahora en tus manos.
Winnie the Pooh es una de las cimas de la literatura infantil de todos los tiempos, un clásico de la literatura general y un mito de la cultura popular. Series de televisión, ropa, juguetes, incluso canciones de grupos de folk o rock hacen referencia directa a la obra de Milne. Cuando ocurre eso a más de cincuenta años de su publicación, es que la poesía, el juego conceptual, la visión naïf, y los hallazgos humorísticos y verbales de Milne dieron en la diana. Como decíamos antes, junto con el Alicia de Carroll, el Peter Pan de Barrie y El viento en los sauces de Kenneth Grahame, Winny es uno de los cuatro, no grandes, ENORMES, clásicos de la literatura escrita para niños. Y una carambola final que pone en relación a tres de ellos (Dios los cría y ellos se juntan…): Barrie y Milne fueron amigos íntimos; incluso Barrie ayudó a que Milne estrenara su primera obra de teatro. Por otra parte, Milne adaptó para el teatro El viento en los Sauces de Grahame, y de Shepard son, tanto las ilustraciones originales de Winnie, como las de El Viento en los Sauces.
La estilizada sombra de Christopher Robin y la más rolliza de Winny llegan, como referente de lujo, hasta nuestros días.
Malvados,
sarcásticos,
muy tiernos…
geniales siempre,
¿a quiénes tienen como antepasados
Calvin y su tigre Hobbes?
Alfredo Lara López
Winny de Puh
traducido por
ISABEL GORTÁZAR
De la mano venimos
Christopher Robin y yo
a regalarte este libro.
¿Dices que te sorprende?
¿Dices que te gusta?
¿Dices que es justo lo que querías?
Pues es tuyo,
porque te queremos.
Si por casualidad has leído algún otro libro de Christopher Robin, tal vez recuerdes que solía tener un cisne (¿o era el cisne el que tenía a Christopher Robin?) y que el cisne se llamaba Puh. De esto hace mucho tiempo y, cuando nos despedimos, nos llevamos el nombre porque pensamos que el cisne ya no lo iba a necesitar. Más tarde, cuando el Oso Eduardo dijo que quería tener un nombre especial, Christopher Robin dijo inmediatamente, sin pararse a pensar, que se llamaría Winny de Puh, y así ha sido. De modo que, una vez explicada la parte de Puh, paso a explicar el resto.
No se puede estar mucho tiempo en Londres sin ir al zoológico. Hay gente que recorre el zoológico empezando por el principio, donde pone ENTRADA, y pasa a todo correr por delante de las jaulas hasta que llega al sitio donde pone SALIDA. Pero la gente que más nos gusta es la que va directamente a ver a su animal favorito. Por eso, cuando Christopher Robin visita el zoológico va a donde están los Osos Polares, le dice unas palabras al oído al tercer guardián empezando por la izquierda, y se abren unas puertas, y recorremos unos pasillos oscuros, y subimos unas escaleras empinadas hasta que llegamos a una jaula especial, y la jaula se abre y sale una cosa parda y peluda y, con un grito feliz de “¡Oso querido!”, Christopher Robin se lanza en sus brazos. El nombre de este Oso es Winny, lo cual demuestra que es un buen nombre para osos; lo malo es que no nos acordamos de si Winny se llama así por Puh o Puh por Winny. Hubo un tiempo en que lo sabíamos, pero se nos ha olvidado…
Había escrito hasta aquí cuando Porquete dijo con su voz chillona:
—Y yo, ¿qué?
—Querido Porquete —le dije—, todo este libro habla de ti.
—¡Y también de Puh! —chilló.
Ya veis el problema. Está celoso porque opina que Puh ha conseguido tener una Gran Introducción para él solo. Puh, naturalmente, es el favorito; eso no lo niega nadie, pero Porquete también tiene algunas ventajas, porque, por ejemplo, no se puede llevar a Puh al colegio sin que se note; en cambio, Porquete es tan pequeño que cabe en el bolsillo, donde resulta muy reconfortante encontrarlo cuando uno no está seguro de si siete por dos son doce o veinticuatro. A veces incluso puede sacar la nariz y echar una buena ojeada al tintero, lo cual hace que sea más instruido que Puh, aunque a Puh eso no le importa.
—Hay quien tiene cerebro y quien no lo tiene —dice—, y no hay que darle más vueltas.
Y ahora todos los otros están gritando: «Y nosotros, ¿qué?». Así que será mejor dejar de escribir introducciones y empezar el libro de una vez.
A.A. M.
Para Christopher Robin Seeley, por innumerables razones (Isabel Gortázar).
En el cual conocemos a Winny de Puh y a unas abejas
e aquí al Oso Eduardo bajando las escaleras; con la cabeza —plom, plom, plom— de la mano de Christopher Robin. Es la única manera que él conoce de bajar las escaleras, aunque a veces piensa que debe de haber otra forma mejor y que seguramente la descubriría si pudiera dejar de darse golpes en la cabeza y pararse a discurrir.
Y luego, en cambio, piensa que tal vez no hay otra forma. En todo caso ahora ya está abajo y dispuesto a sernos presentado por su nombre especial: Winny de Puh.
Cuando oí el nombre por primera vez, dije, igual que vosotros ibais a decir:
—¡Pero yo creí que era chico!
—Claro que es chico —dijo Christopher Robin.
—Entonces no puede llamarse Winny.
—Claro que no.
—Pero tú has dicho…
—He dicho Winny de Puh. ¿No sabes lo que significa de?
—Sí, claro, ahora lo entiendo —dije rápidamente, y confío en que vosotros también lo entendáis, porque esta es toda la explicación que vais a recibir.
A veces, cuando Winny de Puh baja al salón, le gusta jugar a algún juego; otras veces prefiere sentarse tranquilamente frente a la chimenea y escuchar un cuento.
Esta tarde…
—¿Por qué no cuentas un cuento?
—Es una idea.
—¿Podrías contarle uno a Winny de Puh, por favor?
—Supongo que sí —dije—. ¿Qué clase de cuento prefiere?
—Uno en el que salga él. Porque es esa clase de Oso.
—Ya veo.
—Así que, ¿podrías?
—Lo intentaré —dije.
Y lo intenté.
* * *
Érase una vez, hace mucho tiempo, más o menos el viernes pasado, un Oso que se llamaba Winny de Puh y que vivía solo en el Bosque, bajo el nombre de Sanders.
(—¿Qué significa “bajo el nombre”? —preguntó Christopher Robin.
—Significa que tenía el nombre sobre la puerta, escrito en letras de oro, y que vivía debajo.
—Winny de Puh no estaba seguro —dijo Christopher Robin.
—Ahora ya lo sé —dijo una voz ronca.
—Entonces sigo —dije yo).
Un día que salió a pasear, llegó a un claro en medio del Bosque y encontró un gran roble.
Inmediatamente oyó un fuerte zumbido que venía de lo alto del árbol. Winny de Puh se sentó al pie del árbol, puso la cabeza entre las zarpas y empezó a pensar.
Lo primero que pensó fue: «Ese zumbido significa algo. No se encuentra un zumbido como ese, zumba que te zumba, sin que signifique algo. Si hay un zumbido es que alguien está zumbando, y el único motivo que yo conozco para zumbar es porque eres una abeja».
Luego siguió pensando otro buen rato, y dijo:
—Y la única razón que se me ocurre para ser una abeja es hacer miel.
Y entonces se levantó y dijo:
—Y la única razón que se me ocurre para que alguien haga miel es que yo me la pueda comer.
Así que empezó a trepar por el árbol.
Trepó, y trepó, y trepó, y mientras trepaba, para sí cantaba, y cantaba, y cantaba, una cancioncilla así de sencilla:
Es algo milagroso
cuán goloso
es un oso.
El oso es siempre fiel
a su tarro de miel.
Trepó un poco más alto… y un poco más alto… y todavía un poco más alto. Para entonces ya se le había ocurrido otra canción:
A poco que la Abeja pensara como un Oso,
yo no estaría trepando este tronco horroroso.
Pero, como la Abeja piensa de otra manera,
la miel está ahí arriba y que trepe el que quiera.
Con tanto ejercicio estaba ya francamente cansado y por eso mismo cantaba una Canción Quejosa. Sin embargo, estaba llegando arriba y, si conseguía ponerse en pie en aquella rama…
¡Crac!
—¡Mecachis! —dijo Puh mientras caía a una rama tres metros más abajo.
—Si no hubiera… —dijo rebotando seis metros más hasta la siguiente rama.
—Lo que yo pensaba hacer… —explicó dando una voltereta y cayendo cabeza abajo cinco metros hasta quedar colgado en otra rama.
—Lo que yo pensaba hacer…
—Claro que hay que reconocer… —admitió mientras resbalaba a través de las seis ramas siguientes.
—Esto me pasa —decidió, despidiéndose de la última rama con un airoso volatín y aterrizando en un matojo de espinos—, esto me pasa por ser tan aficionado a la miel. ¡Mecachis!