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¿Sabes lo que sucede cuando dejas una manzana en un frutero sin comer? Pues que, al cabo del tiempo, se estropea. Eso es lo que ocurre con los libros que se quedan olvidados en las estanterías: se llenan de polvo, se agrietan, se hinchan, se arrugan… Lo mismo le ha sucedido a este libro que tienes en tus manos, ya no es el dulce cuento de Cenicienta, ahora se ha convertido en el "cuento estropeado" de Zombicienta. Sal de la tumba y súbete a tu carruaje de hongos venenosos para vivir esta inquietante y divertida aventura de la chica no muerta y el príncipe vampiro que sólo querían terminar su historia como todos los cuentos de hadas, viviendo felices para siempre.
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Seitenzahl: 37
Veröffentlichungsjahr: 2021
Para todos los niños con los que he tenidoel placer de trabajar a lo largo de los años,que estaban hambrientos de unos cuantoscuentos horripilantes.—J.C.
Para Sam, el novio zombi, y Katsu, el gato vampiro.—F.H.
PRÓLOGO
El Bibliotecario
Hola, soy el Bibliotecario.
¡Yo solía creer en las cosas bonitas!
Cosas exquisitas.
Cuentos de hadas y mariposas
que no eran rabiosas.
Comencé a trabajar en la biblioteca entonces.
En la sección de referencia.
Donde sólo los adultos tienen presencia,
donde hay libros torcidos,
libros comprometidos,
libros prohibidos.
Pasaba mis días sellando libros,
archivando libros,
leyendo… libros.
En la parte posterior de la biblioteca,
encontré una sección secreta,
cubierta de fino polvo como nieve espesa.
Una sección llena de libros ajados,
libros no repasados,
libros no hojeados,
libros no amados.
¿Sabes que cuando dejas fruta en un frutero,
fruta no consumida, se echa a perder?
El moho en su piel comienza a florecer,
se vuelve su carne blanda y marrón,
las moscas ponen huevos, se retuercen los gusanos,
la atraviesan olores insanos…
¡Lo mismo sucede con los libros!
Lo mismo les había pasado a estos libros.
Estos libros, estos Cuentos de Hadas,
se habían estropeado.
Sus portadas estaban hinchadas, el cuero agrietado.
Sus lomos, doblados y arrugados.
Sus portadas, tensas contra las cadenas
que las contenían apenas.
Un candado, con el óxido anaranjado,
con el rostro abierto y gruñón de un demonio
atormentado,
cuya aterradora boca formaba su cerrojo,
mantenía los libros cerrados con arrojo.
Yo tenía la llave,
esta llave.
La deslicé en la boca del demonio candado.
Masticó la llave.
Fue difícil girar la llave,
que gemía y crujía,
herrería contra herrería.
La giré con todas mis fuerzas
hasta que la cerradura se abrió de golpe.
Luché contra las cadenas para liberar los libros,
eché un vistazo a sus títulos, y esto es lo que encontré…
Ricitos de oro y los tres osos
había cambiado su título a…
Ricitos de la abuela.
El patito feo había cambiado su título a…
El patito monstruoso.
Jack y las habichuelas mágicas se había convertido en…
Jack y las habichuelas carnívoras.
Pedro y el lobo se había convertido en…
Pedro y el lobo que vomitó Pedro.
La bella durmiente se había convertido en…
La bella espeluznante.
Y Cenicienta se había convertido en…
Saqué a Zombicienta del estante.
Sus páginas olían a humedad.
Este libro no había sido leído
desde hacía mucho tiempo atrás…
¡estaba muy echado a perder!
¡Ya había pasado su fecha de caducidad!
En la historia encontré todo tipo de cambios
horribles, desagradables, repugnantes y malvados…
Comencé a leer y, mientras leía,
yo mismo comencé a cambiar.
Ya no era sólo un bibliotecario de libros normales,
era El Bibliotecario de las historias decrépitas,
las leyendas andrajosas,
las parábolas pútridas.
Yo era El Bibliotecario de los Cuentos de Hadas…
CAPÍTULO UNO
La excavación de una tumba
Era en los días más apagados,
con los cielos más encapotados,
cuando más extrañaba a su padre Cenicienta.
Lo habían enterrado en la parte trasera.
Bajo una lápida gris pedernal
en los campos donde Letargo corría,
donde las ortigas y los zarzales
a las amapolas daban paso.
Había visitado su sepultura
cada vez que oportunidad tenía.
Letargo, su fiel montura,
la acariciaba con el hocico
mientras caminaba a su costado.
Su único amigo.
Su única familia.
Montaba a Letargo sobre los grises campos,
de las tierras de su padre
los últimos saldos,
con vestidos de harapos heredados,
se sentía liberada.
Aferrada a la encanecida crin
avanzaban sobre el rastrojo
de los cultivos desamparados.
Letargo no era tan raudo
como alguna vez había sido.
Era más su galope
un dolorido trote
que veloz recorrido,
¡más renguear
que acelerar!
Los huesos
de su alguna vez musculoso lomo
en Cenicienta se encajaban con dolo,
pero ella necesitaba montarlo
una
última
vez.
Desde los límites del campo
ella podía ver el sinuoso
y polvoso camino que conducía
a Villasombría.
Un encantador pueblo
mucho tiempo atrás
que ahora se asentaba enconado…
olvidado.
Mientras acariciaba de Letargo su gris pelaje,
notó cómo su aliento
salía en bocanadas largas y marchitas,
cómo se sacudían sus costillas,
cómo sus piernas antes fuertes se estremecían.
“¡Está bien, Letargo, descansaremos ahora!”
Letargo relinchó agradecido.
Aunque si hubiera podido
hasta la luna plateada por ella habría corrido.
Cuando emprendían el retorno