Zombicienta - Joseph Coelho - E-Book

Zombicienta E-Book

Joseph Coelho

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Beschreibung

¿Sabes lo que sucede cuando dejas una manzana en un frutero sin comer? Pues que, al cabo del tiempo, se estropea. Eso es lo que ocurre con los libros que se quedan olvidados en las estanterías: se llenan de polvo, se agrietan, se hinchan, se arrugan… Lo mismo le ha sucedido a este libro que tienes en tus manos, ya no es el dulce cuento de Cenicienta, ahora se ha convertido en el "cuento estropeado" de Zombicienta. Sal de la tumba y súbete a tu carruaje de hongos venenosos para vivir esta inquietante y divertida aventura de la chica no muerta y el príncipe vampiro que sólo querían terminar su historia como todos los cuentos de hadas, viviendo felices para siempre.

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Seitenzahl: 37

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Para todos los niños con los que he tenidoel placer de trabajar a lo largo de los años,que estaban hambrientos de unos cuantoscuentos horripilantes.—J.C.

Para Sam, el novio zombi, y Katsu, el gato vampiro.—F.H.

PRÓLOGO

El Bibliotecario

Hola, soy el Bibliotecario.

¡Yo solía creer en las cosas bonitas!

Cosas exquisitas.

Cuentos de hadas y mariposas

que no eran rabiosas.

Comencé a trabajar en la biblioteca entonces.

En la sección de referencia.

Donde sólo los adultos tienen presencia,

donde hay libros torcidos,

libros comprometidos,

libros prohibidos.

Pasaba mis días sellando libros,

archivando libros,

leyendo… libros.

En la parte posterior de la biblioteca,

encontré una sección secreta,

cubierta de fino polvo como nieve espesa.

Una sección llena de libros ajados,

libros no repasados,

libros no hojeados,

libros no amados.

¿Sabes que cuando dejas fruta en un frutero,

fruta no consumida, se echa a perder?

El moho en su piel comienza a florecer,

se vuelve su carne blanda y marrón,

las moscas ponen huevos, se retuercen los gusanos,

la atraviesan olores insanos…

¡Lo mismo sucede con los libros!

Lo mismo les había pasado a estos libros.

Estos libros, estos Cuentos de Hadas,

se habían estropeado.

Sus portadas estaban hinchadas, el cuero agrietado.

Sus lomos, doblados y arrugados.

Sus portadas, tensas contra las cadenas

que las contenían apenas.

Un candado, con el óxido anaranjado,

con el rostro abierto y gruñón de un demonio

atormentado,

cuya aterradora boca formaba su cerrojo,

mantenía los libros cerrados con arrojo.

Yo tenía la llave,

esta llave.

La deslicé en la boca del demonio candado.

Masticó la llave.

Fue difícil girar la llave,

que gemía y crujía,

herrería contra herrería.

La giré con todas mis fuerzas

hasta que la cerradura se abrió de golpe.

Luché contra las cadenas para liberar los libros,

eché un vistazo a sus títulos, y esto es lo que encontré…

Ricitos de oro y los tres osos

había cambiado su título a…

Ricitos de la abuela.

El patito feo había cambiado su título a…

El patito monstruoso.

Jack y las habichuelas mágicas se había convertido en…

Jack y las habichuelas carnívoras.

Pedro y el lobo se había convertido en…

Pedro y el lobo que vomitó Pedro.

La bella durmiente se había convertido en…

La bella espeluznante.

Y Cenicienta se había convertido en…

Saqué a Zombicienta del estante.

Sus páginas olían a humedad.

Este libro no había sido leído

desde hacía mucho tiempo atrás…

¡estaba muy echado a perder!

¡Ya había pasado su fecha de caducidad!

En la historia encontré todo tipo de cambios

horribles, desagradables, repugnantes y malvados…

Comencé a leer y, mientras leía,

yo mismo comencé a cambiar.

Ya no era sólo un bibliotecario de libros normales,

era El Bibliotecario de las historias decrépitas,

las leyendas andrajosas,

las parábolas pútridas.

Yo era El Bibliotecario de los Cuentos de Hadas…

CAPÍTULO UNO

La excavación de una tumba

Era en los días más apagados,

con los cielos más encapotados,

cuando más extrañaba a su padre Cenicienta.

Lo habían enterrado en la parte trasera.

Bajo una lápida gris pedernal

en los campos donde Letargo corría,

donde las ortigas y los zarzales

a las amapolas daban paso.

Había visitado su sepultura

cada vez que oportunidad tenía.

Letargo, su fiel montura,

la acariciaba con el hocico

mientras caminaba a su costado.

Su único amigo.

Su única familia.

Montaba a Letargo sobre los grises campos,

de las tierras de su padre

los últimos saldos,

con vestidos de harapos heredados,

se sentía liberada.

Aferrada a la encanecida crin

avanzaban sobre el rastrojo

de los cultivos desamparados.

Letargo no era tan raudo

como alguna vez había sido.

Era más su galope

un dolorido trote

     que veloz recorrido,

¡más renguear

     que acelerar!

Los huesos

de su alguna vez musculoso lomo

en Cenicienta se encajaban con dolo,

pero ella necesitaba montarlo

     una

       última

         vez.

Desde los límites del campo

ella podía ver el sinuoso

y polvoso camino que conducía

a Villasombría.

Un encantador pueblo

mucho tiempo atrás

que ahora se asentaba enconado…

olvidado.             

Mientras acariciaba de Letargo su gris pelaje,

notó cómo su aliento

salía en bocanadas largas y marchitas,

cómo se sacudían sus costillas,

cómo sus piernas antes fuertes se estremecían.

“¡Está bien, Letargo, descansaremos ahora!”

Letargo relinchó agradecido.

Aunque si hubiera podido

hasta la luna plateada por ella habría corrido.

Cuando emprendían el retorno