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Las relaciones afectivas enloquecen el mundo de Berta. Sus amigas toman ácido fólico con la esperanza de quedar embarazadas. Ella solo tiene un manojo de dudas sobre el tipo de pareja que busca. Esta novela de Lidia Herbada, que saltó al número uno de las listas de ventas desde el primer día, resulta en sí misma ácida por su humor para ocuparse de las situaciones disparatadas, pero también cálida e intrigante por la manera en que toca los misterios del amor y la amistad. -
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Lidia Herbada
Saga
Ácido fólico
Copyright © 2012, 2022 Lidia Herbada and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728042977
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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A mi madre por subirme en el tobogán,
a Sil por compartir el balancín y
a todas mis amigas que están dentro
y fuera de los parques.
Os llevo en mi columpio.
No sabes la ilusión que me hace que vayas a leer algo mío. Allí ante el revuelo de libros de tapas duras y libros navegantes, Ácido Fólico te mira, y lo hace con fuerza. Reclama un lugar en tu estantería, le han dicho que hará pandilla con alguno de los tuyos. No te defraudará. Cada línea fue escrita con la intensidad de quien expone su alma al otro. He embotellado la risa para ti, solo tienes que destaparla leyendo y releyendo sus páginas.
Me llamo Lidia, me podía haber llamado Lidia Buendía, y aparecer en la novela de Cien Años de Soledad, pero me dijeron que ya habían dado el papel a otra, o ser la alumna aventajada de Borges, pero me dio por ser periodista, y de ahí salté a ser escritora, sin red.
Empecé a escribir antes de tener conciencia, pero fui considerada cuando la tuve, ganando el Premio internacional de relato corto en Grup Lobher Redes Antisociales, publiqué mi primera novela 39 cafés y un desayuno, donde las relaciones surgen a golpe de café, con la editorial Paréntesis. Un libro que me ha dado la posibilidad de conocer gente maravillosa, como a ti que me lees. Cedí los derechos a cine y televisión. De ahí mi vida literaria ha sido de lo más fructífera, consiguiendo diferentes premios en relato corto, como el Digi Book 2010 Fuera de Cobertura.
En ese tiempo participé en una Antología llamada Los Inquilinos del Aleph, más tarde me concedieron el Premio xix Certamen Carmen de Michelena Asociación El Yelmo 2011 con Abajo los Cipotes. El Premio de Relato de Mujeres del ayuntamiento de Barajas vino sin esperarlo con Quiero ser Vicky Baum. Rusia me invitó a vodka, y ganéel Premio Internacional Rusia Hoy con Carta Póstuma a Chéjov. Dos de mis novelas han conseguido el reconocimiento de diferentes jurados, Sinfonía de Silencios, ha sido semifinalista en el Premio Ateneo de Valladolid, y Dame un mes soltera finalista en el Festival Eñe.
Esta vez he dejado a un lado el mundo de las relaciones y me he adentrado en el Ácido Fólico.
¿Qué es el Ácido Fólico?
Es aquella sustancia que toman las embarazadas. ¿Y cuándo la soltera sin hijos se ve bañada por él? Su mundo se tambalea. Dos mundos enfrentados, El club Ácido Fólico versus Inmaduras Viajeras.
Los niños agarran del cuello a la madre e impiden que esta conozca el último estreno de cine, frente al club de la inmadurez que va perdiendo adeptos y donde los besos mullidos, que son nubes de verano, se alejan para dar paso a una noria de devaneos emocionales¿Hay algo más ácido que cambiar de vida de la noche a la mañana?
Lee, disfrútalo, ríete, y sobre todo, piensa que lo he creado para sacarte una sonrisa. Quiero hacértela lo más grande posible.
Un abrazo afectuoso Lidia
Si quieres contactarme:
«Hay cuatro cosas sin las cuales habría vivido mejor: algunos amores, chismes, pecas y dudas.»
—Dorothy Parker.
Mi vida es un compás que va haciendo círculos, estoy en medio de charcas a las que tiran piedras y estas los dibujan. Es un conjunto vacío. Ahora empiezo a entender algo de matemáticas. La suerte ha dejado de acompañarme, parece que se ha quedado en el vagón de mercancías, mientras que yo llevo una gran carga pesada de desgracias continuas. Me dirijo a mis vinilos y allí Quincy Jones se pega con Charlie Parker para dejarse oír. Escucho Everything must change donde nada ni nadie permanece sin cambios. Pienso en Edimburgo. Voy a huir. Lo haré sin avisar.
Allí se encuentra Frankie Bruce, mi amigo del alma. Nos conocimos hace cinco años en Madrid, él venía en búsqueda de español y yo encontré en él pura psicología.
He dejado a mi último novio, Andrés; hace el número cuarenta y tres de mis conquistas amorosas, y no es que yo sea una Mata Hari que abandonara todo para aprender la técnica amatoria en Oriente, es que la gente hoy en día es muy fácil y yo tengo adicción a las relaciones. Desde pequeña tengo novio, a veces creo que nací con uno, y he durado mucho en las relaciones, así que se puede decir que soy una mujer estable, pero estable con respecto a la relación más que a la pareja. Todavía no sé por qué le he dejado, a veces pienso que soy un Peter Pan encerrado en un cuerpo adulto aporreando las compuertas de forma subrepticia. También me ayudó mucho encontrar un par de SMS donde le decía a una tal Yoly que deseaba mucho verla esa noche y gemir como gatos en celo bajo la luz de la luna, esto ha hecho que le olvide mejor, con menos dolor. Decidí dejarle porque pienso que éramos muchos para encajar en la agenda, y así tendría más tiempo libre para sus aventuras rápidas, pero ahora en la soledad más absoluta, me pregunto muchas veces por qué le abandoné. A nadie le amarga un abrazo de una persona que era más que un amigo. No puedo abrazarme a mí misma no me llegan los brazos.
Esta razón engloba todas las razones por lo que a veces me entran ganas de volar hasta una de mis ciudades favoritas, donde los días se vuelven de un gris plomizo, las gentes hacen pícnic y comen haggis cerca de las Highlands, y con la llegada de agosto llega uno de los más importantes festivales del mundo, donde el Usher Hall se vuelve mágico y donde las calles son escenarios con luz, color y a uno le entran ganas de gritar al mundo: «¡¡A la mierda el ácido fólico!!» Además allí todo el mundo pertenece a un clan y enarbolan su kilt como bandera, por lo que siempre he pensado que el clan me salvará de mi caos interior. Me imagino un grupo de guerreros encabezados por William Wallace, eso sí, todos de «comando», ya se sabe, sin la ropa interior; me gusta animarme aunque sea en mis sueños. La asociación Ácido Fólico ataca de noche, con alevosía y nocturnidad, atraviesa los bosques y te roba el sueño. Una se levanta sudada y sobresaltada ya que una pesadilla se ha apoderado de mi hipotálamo.
Las amigas con las que salías a todas horas, con las que compartía risas, confidencias, y eran como «novios que no te abandonan», un día deciden tener niños y ponerte en la última de sus prioridades, a veces has pensado llevar una linterna en la cabeza. Has dejado de existir, pero tú sigues ahí, al menos cuando hace sol lo notas porque la sombra se refleja en el suelo y te avisa de tu llegada.
Para que me podáis entender un poco mejor en mi cruzada contra el ácido fólico, esta es una vitamina hidrosoluble necesaria para la formación de proteínas estructurales y hemoglobina, que toman las mujeres que se van a quedar embarazadas. Un día una de esas alegres comadres que te acompañaban en tus juergas y desfases te dice:
—He empezado a tomar ácido fólico. —Aquel corral de la Pacheca donde compartías sueños, risas, y un sinfín de secretos decide desviarse de tu camino y ya nada se parece a lo que tenías. Tú piensas que eso del ácido fólico es una bebida nueva en el mercado y que, yendo a una máquina expendedora, esta te sacará una bebida refrescante que logre ahogar tus miserias. Pero no, esta solo la toma la asociación, y si te ven con la lata en la mano nunca podrás volver a tu vida de antes.
Es decir que tengo a la mitad de mis amigas tomando ácido fólico y la otra mitad con carritos paseando por los parques. Por eso es tan importante que no solo las mujeres que estén planificando un embarazo ingieran suficientes cantidades de ácido fólico, sino todas aquellas que estén en edad fértil. Por lo tanto, cualquier mujer que pueda quedar embarazada debe ingerir suficiente ácido fólico. ¡Ácido fólico para todas!
¿Os hace una ronda?
Pero cuando uno lleva una vida diferente al resto, es cuando entra el agobio, el pánico escénico, este te sube por la espalda y tira de tu cuello. Los bares donde acudías ya no son los mismos, algunos se han vuelto farmacias y otros no los reconoces. Una ya no puede disfrutar del ocio, de una caña bien fría en tu bar de siempre, porque allí te encuentras con los niños de diecinueve que están empezando su periplo de ligoteo. Te entran ganas de acercarte a una mocosa y decirle:
—Ponte las pilas, que no hay ácido fólico para todas. —Me encantaría que el ácido fólico fuera una bebida isotónica que tuviera los mismos efectos que la pulsera New Balance y me ayudara a equilibrar mi vida, pero ahora mismo ese líquido a mí me produce acidez.
Me gusta decir que soy publicista, pero la verdad es que soy una simple grabadora de datos de publicidad; lo más cerca que estoy de ese mundo es cuando negocio algún banner publicitario para colgar en alguna página de internet y me siento como una ejecutiva de cuentas, una key account manager, un título que queda precioso para un currículo, pero en tu vida real no encuentras esa llave mágica. Tenemos que hacer una gran base de datos, porque a mi jefe se le ha ocurrido la genial idea de que debemos ser competencia de Páginas Amarillas, así que nos pasamos todas las mañanas buscando en internet direcciones de tintorerías, pescaderías, fruterías, incluso he descubierto que hay hasta «perruquerías», donde cortan el pelo a los perros y les hacen tirabuzones. A veces he pensado dedicarme a la peluquería canina, quizás fuera una profesión que me reportaría menos ladridos. Podría empezar con Relámpago, el teckel de mi vecino, siempre que entro en casa siento que mira a través de la puerta de enfrente, oigo sus pasos, y hasta parece que se ilusiona cuando ve que me voy a trabajar; creo que ha sido más agradecido que cualquiera de mis múltiples novios. Es faldero, encantador, y creo que le gusta mi presencia, ya es un logro conseguirlo en un ser vivo, porque últimamente la suerte se ha ido por el desagüe. Ya no hay fontanero que me lo arregle.
Mi compañero de trabajo se llama Tico, le llaman así porque de pequeño cantaba una canción que se llamaba Tico Tico que salía en Escuela de sirenas, con Esther Williams, y su madre era fan de esta película, como veréis, menos mal que no le pusieron Pink Panther en honor a la pantera más famosa de todos los tiempos, porque tiene mucho de ella: le gusta asaltar a señoritas a medianoche y luego volver a saltar desde la ventana y desaparecer de sus vidas.
Aunque tiene mi edad, treinta y tres años, él es skater. Sí, ya, yo tampoco lo supe en un primer momento; pues son esos chicos que van con pantalones «cagaos» y con camisetas anchas de mensajes donde puede poner «smile», que llora con películas como Armageddon y siempre va con un monopatín en la mano, masca chicle mientras habla de todas las chicas que conoce, desgranando los «gustos de cama» que tiene cada una. Es una especie de kamasutra andante.
Algunas tardes patina en la plaza de Colón y algunas otras tardes cae por las escaleras de la misma plaza. Su edad mental es mucho más pequeña que la física. Es decir, otro niño en cuerpo de adulto, un Forrest Gump a punto de hacerse mayor, buscando bombones con nuevos sabores. Su sueño es trabajar en gallumbos en la oficina, algo que todavía no ha podido cumplir; con esta descripción queda muy claro que nunca lo he tenido como un hombre para el futuro, así que uno menos a la lista de los que quedan en el baúl. Conoce una media de tres mujeres nocturnas, no es demasiado guapo, pero tiene mucha verborrea, y ya se sabe que donde haya una buena lengua las mujeres siempre caemos como tontas. Creo que las adormece, las acuna con sus palabras, hasta que luego saca su gran escopeta y tira al plato.
Luego está Pitusa, la llamamos Pi. Su marido hizo una de las cosas más románticas que jamás vi, que fue tatuarse el número 3’14 en el tobillo en señal de su amor. Por mí lo más loco que han llegado a hacer fue, en el colegio, ponerse el nombre de Berta con un boli Bic y subrayado en el antebrazo y como ya sabéis con el agua se va. Así que debe ser que mi nombre ha quedado hundido por la flota, el mar lo arrastra todo, pero encima para adentro.
Como curiosidad os contaré que a Pi le han detectado en el último mes un embarazo triple, al principio cuando me lo dijo pensé que era una broma, le conté que hay una asociación que ayuda en estos casos. Un día en la oficina nos pusimos a elucubrar sobre que podría ponerles los nombres de los sobrinos del Pato Donald: Jaimito, Jorgito... Estuvimos horas pensando cuál era el tercero en discordia, hasta que Tico gritó:
—¡Juanito, y callaros ya, verborreicas!
Quizás hablamos demasiado, pero tres niños de golpe en la vida de una mujer hacen que hables en demasía.
Todos los jueves quedamos los de la oficina, a tomar algo por la zona de Malasaña y desconectar del duro trabajo de grabador. Nos compramos siempre pizza para llevar y nos vamos a la plaza Dos de Mayo, donde observamos a toda la gente que deambula por allí. Y al final terminamos en un bar llamado Honky Tonk, donde Hungry Heart de Bruce cierra el día.
Ahora Pi dejará de ir con nosotros, porque tendría que pagar por cuatro en la puerta, y uno cuando entra en la asociación solo piensa en ahorrar, se vuelve un experto contable a la hora de encajar los asientos. Como veréis la asociación está por todos los sitios, han debido hacer un buen marketing. Ella me ha prometido que no quiere ser una mujer de la asociación, que si alguna vez las circunstancias le cambian la esencia que se lo diga. Pero toda mujer que entró me prometió lo mismo, y no sé qué pasa, que el ácido les hace una lobotomía, pues jamás cumplen las promesas. Todas se vuelven fervientes creyentes de la asociación y es difícil volver a quedar con ellas fuera de la sede.
Debería sacar un contrato por escrito, ese que también debería haber hecho a Andrés para que no me pusiera los cuernos, pero siempre me fío de los contratos verbales, es como abrir un cajón y guardar las letras de canciones olvidadas.
Ninguna se acuerda de que, antes de tener una criatura dentro, eran mujeres que tenían vida propia, que estudiaban, que viajaban, que hasta se reían a carcajadas y entendían que el mercado masculino anda mal. Ahora parece que tú tienes el problema de estar sola, que incluso eres una inmadura porque han pasado por tu vida hombres que parece que te lo darían todo y te has permitido el lujo de decirles no.
Siempre te has relajado pensando que hay algo superior llamado Destino que iba a hacer el trabajo duro por ti, que sería el que estuviera en la mina picando, y te llevaría a casa los diamantes ensortijados. Pero te has dado cuenta de que Destino ha sido invitado a otra fiesta; en el cuarto de al lado estás tú con tu matasuegras, aislada del mundo, has puesto un vaso en la pared y oyes que todos están bailando mientras que tú estás esperando todavía su tarjeta de invitación. Desde luego todavía no has tenido la oportunidad de conocerle, por lo que te has quedado un poco pesarosa; es como si tu cuerpo no gravitara y estuviera cargado de piedras, ya no sabes cómo soltar lastre. Así que tú misma has creado una asociación llamada Inmaduras Viajeras, que pululan por el mundo de mochileras y que pasan cierto tiempo en puertos de mar, esperando que un crucero las lleve a hacer un viaje más largo, pero por el momento los viajes los hacemos de ida y vuelta.
A mi última pareja, sí, ese chico al que he dejado, mi segunda razón por la que huir fuera de mi país, lo conocí en casa una amiga belga de Tico. Ya se sabe que los amigos dicen mucho de una persona, y esta es la típica mujer un poco loca que en mitad de la fiesta coge la bicicleta y hace carreras por el pasillo, también de esas que llenan la bañera de sangría o arrancan las señales de stop y las colocan en la puerta del baño. Todas estas cosas con veinte son hasta curiosas, pero ya pasados los treinta, tenemos un problema que conviene tratar. Como detalle de esta fiesta os contaré que ha dejado expuestas todas sus braguitas secándose en una mesa camilla, que hay un gato que no para de saltar por los hombros de los invitados, lo que hace que algunos puedan morir de un sobresalto cada vez que el animalejo brinca de cabeza en cabeza, y que nadie conoce a nadie. Hay un ser al fondo de la sala que solo come latas de atún y se las saca de su americana. ¡Ya no sé quién es el gato en esta casa!, me digo. A mí que me encanta observar siempre la vida a través de mi periscopio ocular, estas situaciones hacen que pase la noche de lo más entretenida.
Mi novio, ahora ya mi «amigo desconocido», entró en mi vida como una bocanada de aire fresco en aquella fiesta. Acababa de dejar otra relación, Lucas, porque descubrí que en el viaje que íbamos a hacer juntos por Acapulco prefirió llevarse a su profesor de musculación. A su vuelta del viaje, le vi colgando en Facebook sus fotos: los dos con un tanguita rojo y un margarita, sonriendo a cámara, y de fondo solo podía sonar Fun in Acapulco de Elvis. Por supuesto acabé tirando mis maracas y comencé mi vida de nuevo en busca de nuevas sensaciones y de eso que llaman amor y que yo debí tomar en dosis caducadas.
Siempre pensé que un clavo saca otro clavo, hasta que me di cuenta de que la escarpia se hunde más en la pared cuando no limpias lo que hay dentro. Pero así pasó y así lo cuento, conocí a Andrés de la manera más divertida, de esas cosas que no esperas y siempre esperas que te pasen. —¡Improvisación! —grito al mundo siempre que me levanto.
La fiesta era belga, por lo que había un montón de chocolate con formas de cisnes y osos por toda la casa traídos de la misma Grand Place, que espero que no esté todavía en obras, como mi vida. Mi corazón está sujeto por grandes andamiajes donde los obreros siempre están tomando un bocadillo y esperando a que el jefe de obra dé el aviso para empezar a construir. Me abrió la puerta mi ex, mi «proyecto» que ahora se ha ido al traste, quien llevaba una cesta de frutas tropicales. Recuerdo que a mí los rubios no me gustan nada, pero era un rubio con el pelo liso hasta los hombros, se parecía un poco a Sandokan y tenía un aire a Hutch, el compañero de Starsky. Fue un flechazo potente, desde que nos vimos no nos separamos en toda la noche, y no sé por qué me pasó pero me fui a la cama con él ese mismo día sin pensarlo; siempre quiero ir despacio, pero soy fogosa, y muchas veces mi fogosidad ha hecho que una persona o me decepcione pronto o me haga una idea de ella que no corresponde a la realidad. La noche fue increíble, hicimos el amor de forma salvaje, él puso todas sus ganas en mí y yo abrí mi cueva al mundo al hombre de las nieves. Son esas veces que siempre recordarás; a nivel sexual encajábamos a la perfección, incluso los orgasmos, sí, hablo en plural, los teníamos a la vez, era como cuando echas dos instancias en diferentes organismos públicos y te llega la plaza de forma simultánea. Me sentía como una gacela, con mi pelo al viento, saltando en el potrillo más salvaje de todo Texas. Para mí era perfecto para quitar los dolores de migraña que padecía desde pequeña. Mejor que un Gelocatil, pensaba mientras me enroscaba en el aire como una pelota de pimpón. No sé cómo algunas mujeres pueden ponerlo como excusa para no hacerlo, quizás tengan que poner un Andrés en sus vidas.
Los primeros días eran geniales, nos veíamos a todas horas, éramos como monos por la calle, intentábamos siempre tocarnos algo de piel para mantener que teníamos el vínculo cerca, sí, éramos de esas parejas que siempre están pegadas, que ríen a la vez, y que cuando dan besos los dan de forma sonora y con eco. Éramos un horror de pareja, pero estaba muy ilusionada y nada me parecía ridículo.
Un día Andrés, empezó a quedarse hasta muy tarde en la oficina, siempre había algo por lo que retrasar nuestros encuentros, ya no tenía esa ilusión alocada por verme, y eso se notaba. El desinterés se percibe pronto. Antes su nariz olisqueaba como un mastín todo mi cuerpo, ahora su nariz está metida en la Xbox. Pronto comenzaron las discusiones, luego empezó a recibir mensajes sin sonido a deshoras. El hombre de aquella fiesta del cual me quedé enamorada se convirtió en el protagonista de Extraños en un tren. A veces, cuando estoy de humor, me gustaría encontrar a todos esos personajes que creé en mi cabeza creyendo que eran mis novios, e invitarles a cenar, estaría tomando ácido fólico con ellos en copas de cristal de bohemia hasta altas horas de la madrugada.
En uno de mis viajes con él, a El Puerto de Santa María, observé cómo se encerraba en el baño de madrugada y una luz salía por debajo de la puerta, iluminando toda la habitación, era como la película El resplandor; su dichoso móvil no paraba de parpadear, pero no quise dar la imagen de celosa compulsiva, así que mordí la almohada hasta quedarme dormida.
A la mañana siguiente todo se calmó, ya no tenía ansiedad, esta se había esfumado por la ventana, yo había acudido a su despedida y casi saqué un pañuelo del bolso para desearle buen viaje. Pero un día, cuando Ansiedad estaba de viaje, abrí un cajón del armario y allí encontré dos billetes con sus respectivos seguros a Nueva York. A su vuelta le sorprendí con unas fotos reveladas, en todas salía él con un bolso de mujer.
Cuando fui consciente de todo y pude encajarlo, en mi cabeza me dije: o yo o él, y me elegí a mí misma, para salvarme de las arenas movedizas donde tiré de mi cabellera para sacarme al exterior.
He estado mucho tiempo a remojo, mi confianza ciega hizo que pusiera todos mis proyectos en él. Pensé que él era mi espejo, me equivoqué. Este espejo es cóncavo, esperpéntico y está roto.
Antes el tabaco me servía para olvidar, fumaba una cajetilla y media en la terraza donde veía pasar los coches de forma minúscula, pero ahora también me ha dado por dejarlo y llevo esos parches que hacen que me pase todo el día comiendo de forma compulsiva. Soy una zampabollos, pero digo a mis amigas:
—Que no estoy gorda, soy ancha de caderas.
Llevo una pala en el bolso para hacer palanca y arrastrarme por la tierra, y salir de algunas situaciones con más dignidad. La ansiedad, esa gran amiga que conoces un día en una fiesta, que no sabes si te aceptará en el grupo, va vestida como tú, ríe como tú. Cuando os conocéis hay una química brutal, un día entra en tu vida y no quiere salir de ella. Allí está en la mecedora mirándote fijamente, intentando llamar tú atención. Cuando lo consigue, ya entrará en tus fiestas sin invitación. Cuando estaba con él, Ansiedad no quería venir, era muy recelosa, pero sin él, subía por las paredes hasta colarse en mi alcoba. Mi psicóloga me ha explicado que eso que me pasa es un enganche enfermizo, tanto como el que tenía de pequeña por el chocolate, que me levantaba a deshoras a la nevera para seguir comiendo. Aunque no sé si me puedo fiar de ella, el primer día que entré en su consulta me encontré con una mujer de mediana edad que peinaba canas, que me recibió con bata blanca como si de una enfermedad me fuera a tratar, era desordenada, hablaba muy deprisa y me analizaba por encima de sus gafas.
Nunca me ha gustado que me analicen y que me sienta dentro de una probeta como si de un experimento se tratara mi vida.
La primera vez que nos vimos me pasó a una gran sala llena de revistas caducadas sobre medicina; esperé horas, la verdad es que me ponía nerviosa la espera, contar algo de tu vida a una extraña no se puede decir que me resultara fácil.
Sentí la puerta, se estaba despidiendo de su anterior paciente y me dijo:
—Hola Berta, y ¿dime qué es lo que te da ansiedad?
La pregunta me pareció brusca, es algo que le había comentado por teléfono, pero así, que entrara a bocajarro y sin epidural, me pareció desagradable. Le contesté:
—No lo sé de dónde viene, quizás que entiendo la pareja como algo que va unido. Como una pala de pádel y su pelota. Con Andrés la pelota siempre daba contra la pared, y la pala andaba siempre de pista en pista. Me gusta saber lo que está haciendo Andrés. Y desde luego que juego en mi mismo partido .
A lo que me contestó:
—Mira, mi marido murió hace dos años, el pobrecillo se fue, pero lo bonito de nosotros, lo hermoso, lo increíblemente bello es que yo jamás supe dónde trabajaba. —Y añadió—: No sé si era aviador, o un pequeño comerciante, o si coleccionaba alfombras para vender en el rastro.
Mi cara era un poema, desde luego esta mujer no era buena psicóloga para mí, no iba a entender nada de lo que le explicara si le parecía normal lo que me estaba contando. Y siguió:
—Era travieso, eso sí lo recuerdo, pero siempre volvía a casa.
En ese momento me incorporé en la silla, me estaba quedando atónita y exclamé:
—Yo quiero ser el GPS de Andrés. —Ella se rio y contestó:
—Conoce a varios y sal con todos, cada uno te aportará algo maravilloso.
Esta frase hizo que me levantara como un resorte:
—¿Todos a la vez, como en una comuna jipi, donde hagamos el amor y no la guerra y donde cantemos de la mano Aquarius?
Y ella con sonrisa lisonjera dijo:
—No siempre tu pareja tiene que saber todo de ti, querida niña, por ejemplo yo ahora me estoy trajinando a tres, los conocí en un congreso sobre Jung. Intercambié teléfonos y algo de fluidos en el baño.
Yo solo podía decir:
—¿Con los tres? —La psicóloga, soltándose su pelo, contestó:
—Hay congresos largos, hay que aprovechar.
A mí nunca me pasan estas cosas porque en mi oficina no hay congresos. Hay una pequeña sala donde fumamos todos, y ahora con eso de la ley, lo hacemos en la calle; quizás allí podría conocer a alguien del exterior, pero desde luego esa existencia loca no va conmigo. La mujer tenía más vida que yo, era algo que me estaba molestando en demasía, por eso decidí no seguir más en consulta, necesitaba que me diera el aire, pasear por la ciudad y estar sola. Preciso pasar mucho tiempo aislada, así puedo ver todo desde fuera, ser el lazo de una caja y salir fuera del cubículo de vida donde estoy metida.
Ella al despedirme en la puerta me dijo:
—Me ha encantado conocerte, espero verte pronto, y ya sabes, mantén los ojos muy abiertos, al bajar las escaleras puedes dar con un pequeño gran hombre. —La verdad es que cogí el ascensor deseando salir de aquel recinto, era una casa antigua, los ácaros de la misma estaban metiéndose en los pulmones; se veía a través de los cristales una gran escalera de madera sin barnizar donde un vecino con una camiseta de Muse y unas gafas de pasta negra me gritó:
—¿Bajas mi basura? —Paré el ascensor en el cuarto, le cogí su basura, y la tiré al contenedor, la verdad es que pensé tirarme a mí misma con ella, pero no sabía cómo reciclarme.
Así que estoy enganchada enfermizamente a Andrés como muchísimas mujeres están enganchadas al Telva, al pintalabios o al cigarro después del café. ¿Cómo se cura? Pues poniéndote tus propios frenos y sabiendo que no hay mal que cien años dure. Me ato las manos a medianoche para no marcar su número; me imagino a Andrés como psicópata vandálico de algún grupo armado, que el acercarme a él me traiga algún problemilla a mi integridad física. Y la mejor: su cambio de sexo. Sus tacones me impiden acercarme a él. De esa manera Andrés no es bueno en mi vida. Pero desgraciadamente la imagen que más se repite, es de rodillas ante mí, con rosario en mano, pidiéndome perdón por todos sus pecados cometidos, Ora pro nobis, en silencio balbuceo: Ora por mí Andrés. Esta imagen última no me viene bien.
Andrés con el ritmo de mujeres que lleva, para muchos trotes ya no está, así que puede que muera con las botas puestas a lo Errol Flynn. No siempre he hecho bien mis elecciones de pareja.
Hace muchos años, antes de que Andrés entrara en mi vida, salía con Mateo; llevaba la línea verde del autobús de mi ciudad, nos conocimos allí. Al principio me pareció un ser encantador, la primera vez que nos vimos él me invitó al viaje. Recuerdo que era todo muy romántico, yo me sentaba como una simple pasajera detrás de su asiento y recorría toda la ciudad hasta que llegaba el fin de su turno y entonces era cuando podíamos disfrutar de nuestro tiempo libre. Un día me di cuenta de que hay dos clases de hombres: los de pasar el rato y los de pasar una vida, y Mateo estaba en el primer grupo. Así que un día me armé de valor, le dije que lo nuestro había terminado. Él parecía que se lo había tomado bien, ni siquiera me llamó más; pero un día, cuando pensé que todo había vuelto a su cauce, Mateo hizo su entrada en escena con su autobús. Iba yo conduciendo con mi Golf azul por la ciudad, cuando me encontré un autobús de la línea verde que iba fuera de ruta. Me iba persiguiendo. Lo peor es que Mateo estaba fuera de sí, llevaba a un montón de gente que iba en dirección a sus trabajos, como cada mañana. Ahora todos tenían cara de susto, estaban muy pálidos, porque se metía por calles estrechas sin hacer paradas. Una señora con el pelo encrespado gritaba:
—¡Pare, me tenía que haber bajado en Fuente Cisneros! —Un hombre de traje oscuro decía:
—Pero, pero…¿esto es el cuarenta y cuatro?
Intenté llegar a un garaje, desde donde llamé a la EMT, y vinieron por supuesto en su búsqueda y le dieron de baja en el servicio por conducción temeraria fuera de ruta. Me pidieron que pusiera una reclamación, pero al ver a Mateo con una especie de brote psicótico pidiéndome doscientos perdones en cadena, me volví blanda y le busqué ayuda.
No he tenido suerte, se puede decir, o quizás mucha, porque en ocasiones me he sentido una groupie cantando a mi ídolo, pero claro alguna vez he perseguido a seres de segunda que cantaban en descampados. Dicen que dejar y ser dejado causa el mismo dolor, pienso que es mucho más doloroso que te dejen, porque es como si estuvieras viendo una película maravillosa, te queda el final y de pronto, la cinta del cine se engancha y ya no puedes ver más y de pronto la voz del acomodador te dice:
—Vayan saliendo por favor.
En ese momento te sientes Isadora Duncan, aquella bailarina que murió en un Bugatti porque su pañuelo de seda se enganchó en la rueda del coche, completamente ahogada y sin respiración. Y lo peor es que en ningún cine la reponen, por lo que te pasas el tiempo hablando con gente, pidiendo que te cuenten el final.
Es la misma sensación que puede tener un niño de nueve años cuando está subido en el tiovivo comiendo gusanitos, y de pronto un zangolotino le quita la bolsa y se queda con ese sabor agridulce. Quiere más bolsas y más tiras alargadas naranjas y de pronto le dicen que la fábrica ha cerrado, que ya no hay más, que coma nubes de golosinas, pero a él no le gustan las nubes, por lo que el niño vive sumido en un nubarrón. Cuando dejas a alguien puede durarte la pena tres días, como mucho cuatro, si no le ves puede que dure dos días y con la ausencia se rebaje.
La verdad es que amar es de lo más doloroso que hay, sobre todo si has estado con alguien sintiéndote sola; una vez escuché decir que es mejor sentir la ausencia del amado porque puedes soñar con reencontrarte, que estar al lado de alguien que te hace sentir sola porque entonces no tienes la posibilidad de conocer algo nuevo. No sé por qué me gusta tanto este sentimiento, me hace sentir viva, comiendo un trozo de mundo me siento fuerte, y con ganas de ser Anita Ekberg y desnudarme en plena Fontana de Trevi y gritar al mundo: ¡Berta libre! Estoy en mi fuente particular estoy bañada en ácido fólico, y me siento muy sola, jodidamente sola.
Así que paso mi vida entre parques, amigos, viajes, oficina y mi ansiedad disparada por Andrés, porque el tenerlo lejos también me la provoca, pero al menos no se ríe de mí; esa sensación es una de las más denigrantes, cuando tú quieres beber agua de la fuente, casi estás de rodillas absorbiendo de la misma y él te va quitando poco a poco tu líquido y esas ganas van in crescendo. Si no te quieren que te dejen, antes de simultanear, pero está claro que somos egoístas y que aquí nadie deja nada, queremos todo, pero desde luego Andrés no me iba a tener ya como sirenilla de su cama.
Ya no me regalo más, me decía cada mañana, pero es que soy uno de los regalos que siempre van primero en las listas de bodas, me acerco mucho a la televisión de plasma o casi soy viaje por Australia durante un mes. Debía cruzar nuevos mares, y sabía que en el mar Muerto flotaría, así que, buscaba mi mar particular, menos tenebroso.
La situación en mi oficina de juerga y charleta me salva de mi caos mental, a mi jefe le vemos muy poco. Se relaciona con nosotros a través de la webcam dice que es como nuestra intranet y que se queda a trabajar desde casa, pero todos sabemos que sale mucho por las noches, y que por la mañanas está muy resacoso para ponerse el traje diplomático, además se casa este año y para mí que está aprovechando bien la vida de soltero, ya que pronto la asociación le reclamará por las noches. Él es un tipo inteligente, por lo que seguro que le ponen de secretario general de la misma.
Así que últimamente mi vida es un caos, exactamente no sé qué hacer con ella, me encantaría envolverla en papel de plata, hacerla un nudo y tirarla por el váter. Pero con la suerte que tengo, provocaría una inundación en la comunidad y tendría que pagar una derrama por ello. Para colmo, hace una semana que cené con dos amigas y me encontré con Andrés metiendo la lengua en el paladar a una chica en la mesa de al lado, no sé cómo no se me indigestó la comida. Al principio pensé que la chiquilla se había atragantado y le estaba quitando algún huesecillo en mal estado, pero a medida que pasaba tiempo ya me di cuenta de que Andrés estaba desplegando sus dotes de buitre leonado. Recuerdo que amablemente se acercó a mi mesa y me dijo:
—Hola Berta, estás muy guapa, a ver si un día nos vemos, tengo un libro que devolverte y dos camisetas.
La chica con la que iba tenía cara de enferma, la misma cara que tenía yo cuando estaba con él, me imagino que seguirá maltratándola psicológicamente y sus visitas al psiquiatra habrán subido considerablemente. Estar con Andrés, era como ser la protagonista de aquel cuento de Horacio Quiroga, El almohadón de Plumas, donde un animal viscoso le va chupando la sangre a través de las sienes. La picadura de Andrés era casi imperceptible. La supuesta novia se fue al baño y Andrés comenzó a hablar de su trabajo, le habían cambiado de departamento. En ese momento pensé que a mí qué más me daban sus cambios, yo no estaba ya en su vida, pues tampoco quería estarlo en su departamento…
Nunca me ha gustado el «correctismo» cuando pienso que he querido a alguien, siempre me ha hecho mucha gracia pensar cómo se puede pasar de estar en la cama mezclando sudores, y a los meses estar como si apenas te conocieras, y hablándote como te hablan las máquinas de tabaco: «Su tabaco gracias.» Una vez oí que cuando te rompen el corazón es que te has esforzado mucho. Pues yo diría que he hecho la maratón de la gran manzana y en Rocky, porque he entregado todo mi cuerpo a la causa. Sonrío amablemente, la educación nunca hay que perderla, le di un par de besos y le dije a mi amiga que nos fuéramos a bailar; cuando uno está triste, lo mejor es no quedarse en casa, sino salir a quemar el cuerpo y sobre todo descansar la cabeza en alguna silla que esté mullida. Así acabaría rota al llegar a casa y podría conciliar el sueño. No debemos exigirnos demasiado, hay que ser condescendiente con uno mismo y mesarse de vez en cuando el pelo. Se acercaron dos chicos con el pelo revuelto, tendrían unos veintidós años, y nos dijeron que si nos íbamos con ellos, exactamente dijeron:
—Me pones palote.
La verdad es que las mujeres a los treinta están en el mejor momento, pueden acceder al mercado de los cincuenta y al mercado de carne fresca juvenil. Les dijimos que queríamos estar solas, y ellos, mirándonos, se hicieron un gesto entre ellos y se largaron. No ayudó nada que mi amiga, mientras me hablaba, siempre me estaba tocando el pelo, por lo que debieron notar que comenzábamos una bonita relación.
Entre vodka y más vodka con naranja, le conté mi «plan B» de huida. Lo tenía todo pensado: dentro de dos meses lo dejaría todo, alquilaría mi apartamento y me iría a casa de Frankie, mi amigo Scottish. Juntos volaríamos la cometa por la playa, me llevaría a Dundee, una ciudad maravillosa, y pasearíamos entre risas. Frankie es un tipo especial, sin entendernos apenas nada, tenemos un sentido del humor muy parecido. Con él he aprendido lo que es una bunk bed, «litera» en inglés, no sé cuándo utilizaré este vocablo, porque además a mí me gusta dormir en una cama, pero nunca se sabe, al igual que hay que conocer idiomas para interactuar con gente, también hay que conocer diferentes tipos de camas, para relacionarse de otra forma, mucho más cercana. Frankie es de esos amigos que puedes llamar a las tantas de la mañana para preguntarle cualquier cosa, incluso qué tipo de soja echar a la ensalada. Otro detalle a destacar para que le conozcáis es que nunca tuve santo, y todos mis amigos tenían, por lo que él creó un día especial para mí del año, para que fuera mi santo y poder celebrarlo con mi gente, así que cada doce de mayo celebro el mío, son esas cosas que solo se le pueden ocurrir a él. No me gusta decir que es una persona peculiar, porque eso me recuerda más a una especie rara de la selva, me parece peyorativa la palabreja, me gusta más decir que es una persona única, y que ha sido todo un regalo que la vida me lo haya metido en una caja de puntitos azules y con un gran lazo de organza y hubiera llegado hasta mi puerta. Cuando llega mi día, me da pistas para que encuentre el regalo por toda la casa y al final acabo encontrándolo en los sitios más insospechados. Recuerdo una vez que me puso uno debajo de la leña en la chimenea. Estuve a punto de quedarme sin él.
Y durante todos los santos ficticios que hemos celebrado desde que nos conocemos, me manda un CD de música en un sobre donde solo pone: «Para Berta». Voy por el «Para Berta 4». Frankie tiene ingenio, es divertido, con un toque de chico tímido, y de los que no embauca, que si te dice algo es porque de verdad lo siente. A la pregunta «¿Qué hacemos hoy?», te puede responder: «El amor».Es sarcástico, un animal de cama, y un poco travieso a la hora de estar con una mujer. Es un niño grande, pero sin la visera de la gorra mirando para atrás. Me gusta de él que es un ser honesto, directo, y son de esas personas que en los momentos serios siempre está a tu lado, pero mientras paseas por la vida con él, te lo hace todo fácil. Es un Allan Poe con corazón de Hemingway.
Los padres de Frankie le abandonaron cuando era pequeño, por lo que le criaron sus abuelos; conmigo es un ser cariñoso, amable, dulce, y no hay nada que más le guste que pasar todas las Nocheviejas en mi casa, ya que dice que eso le hace sentir que tiene familia. Todos los treinta y uno de diciembre Frankie aterriza en Madrid con su kilt y pasa las Navidades con nosotros. Cada año jugamos a levantarle la falda y comprobar si el mito de que no llevan calzoncillo es una realidad (comprobado, es un hecho, no hace falta que lo hagáis, dejadme a mí esta comprobación rutinaria, yo haré el trabajo sucio).
En la Nochevieja de hace un año, una amiga mía tenía que estudiar inglés y se iba al día siguiente a Escocia, aquella noche les presenté, le dije a Frankie que por favor cuidara de ella cuando estuviera en Dundee. Lo hizo tan bien que en uno de sus correos mi amiga me lo agradecía muchísimo y me dio la noticia de que estaba saliendo con él. Empecé a hiperventilar, sabía que iba a ser una desgracia asegurada, ya que su record en duración de relaciones eran cuatro meses y más tarde le daba por huir, por provocar la ruptura pues empezaba a sentirse encarcelado, así me lo explicó él una vez. Me dijo exactamente que el momento de hiperventilación llegó cuando mi amiga jugaba en el parque con un niño y le dijo: —Frankie, mira qué mono, algún día uno se parecerá a ti. —
Frankie con amabilidad hizo la técnica «running» (correr sin dirección).
Mi amiga todavía le está esperando en el parque. Así que salir con él como pareja no lo recomiendo. Él siempre dice que conmigo duraría más, porque yo no soy como las demás chicas, no me ve tradicional, aunque me haya criado en una familia con valores férreos. En mi caso pienso que el sentimiento del amor es alto hacia la pareja, es de entrega absoluta pero sin embargo, nunca me he querido casar, porque también me da algo de urticaria el vestido y todo lo que conlleva el compromiso. Es decir, el matrimonio hecho con reglas, niños, coche, y perro, es un pack que parece que hay que comprar y si uno no adquiere todo ese producto, no entra en sociedad. Y por supuesto tener en la nevera bien fría unos botecitos de ácido fólico por si vienen visitas.
Cuando le contaba todo mi plan de huida a mi amiga, ella se sonrió y me dijo:
—Piano, piano. —Tenía toda la razón, ahora mismo yo no estaba para vivir en un país lejos de mi gente y sobre todo donde mi yo interior era incontrolable. ¿Qué haría yo en otro país, con depresión?, me decía constantemente, no hay nada más triste que estar fuera de tu ciudad y no poder llamar a ningún amigo para llorar al hombro. Soy pesimista por naturaleza, es una cualidad que heredé de mi padre, algunas personas heredan dinero, una casa en la sierra, y yo heredé algo de tristeza intrínseca que hace que la vida me cueste más llevarla que a otras personas. No estoy en la línea de bipolaridad, esa enfermedad donde viven en ti dos polos, el maníaco y el depresivo; uno de los rasgos que lo detecta es la actividad sexual exagerada, y esto último me ha dado la clave para saber que no lo tengo.
Así que después de mucho pensar, decidí esa noche que mi vida tendría que cambiar en muchos aspectos, quizás el principal no era cambiarlo con nada del exterior, sino empezar el camino desde dentro. A veces cuando he tenido problemas, me ha dado por hacer algo brusco para pensar en esto último y no enfrentarme al problema, así que por primera vez en mi vida, había llegado la hora de madurar y aguantar esta situación caótica poniendo algún remedio a ella.
Sería un viaje largo, tengo muchos recovecos por dentro y se necesita un plano para llegar hasta mí, pero creo que tendría que buscar la fuerza suficiente para conocerme y no tambalearme más en tantos momentos de mi vida. No era nada fácil, pero es que yo no lo soy tampoco, por eso costaría algo más. A mi lado estaba la asociación llamada Ácido Fólico, seguían siendo mis amigas, y ahora tendríamos seres diminutos con los que hablar, reírnos y buscar en ellos nuevas ilusiones.
Así que esa noche llegué a mi casa, desechando mi plan y pensando en la nueva vida que me esperaría. Tenía que empezar de nuevo a comprar varios sueños a la vez, por si alguno fallaba. En el supermercado de la esquina, hay algún sueño caducado así que intento mirar siempre las fechas.
Al meterme en la cama, visualicé a la asociación cerca de mí, me imaginé el día que se creó alrededor mío. Comencé a visualizar a todos en una gran Junta General, con sus propias reglas que serían las siguientes:
—Uy, qué cosita, mira, tiene mi nariz, y los ojos de su padre. —Tú solo ves una masa espesa, como un alienígena que sale a devorarte. Cada día crean nuevas normas y se van añadiendo a las ya existentes.
Es una asociación, podemos decir, flexible ante las reglas internas, pero siempre que vengan de algún miembro del club. Si tú llevas una regla, pasará primero por la Cámara de los Comunes y tardará horas en llevarse a estudiar.
Hoy tengo cumpleaños en casa de mi amiga Edurne, su niña cumple un mesecito, aquí todo se habla ya en «ito», y han preparado una gran fiesta en su porche. Le he comprado en una tienda para niños un juego de bolos, eso sí, que no pueda tragárselos, ya hice la comprobación en la tienda. No penséis que elegir un juguete es fácil, puede llevarte horas. Si piensas en ropa, hay que tener muchísimo cuidado, porque la ropa según cómo sea el tamaño de la niña la puede valer para muy corto tiempo o sin embargo, que te sirva como trapo para limpiar la cocina, a veces he visto alguno de los vestidos que he comprado que los han usado como abrillantador de suelo.
La dependienta con cara de pocos amigos, es curioso cómo siempre atienden mujeres a quienes la atención al cliente no les gusta demasiado, te miran por encima de sus gafas y te dicen con voz avinagrada:
—¿Qué edad tiene el niño? —Tú sonríes y le señalas con la mano lo grande que te parece:
—Pues así, más o menos.
Ella te pone cara de pocos amigos y le enfada que no le digas los centímetros exactos de la criatura. Porque uno se va dando cuenta de que quien no pertenece a la asociación de Ácido Fólico anda desplazado por el mundo. Si lo que quieres es comprar algún juego, te vas a una gran tienda, donde en cada estantería ponen «de 0 a 3 años», «de 3 a 6 años», «de 6 a 12»; la verdad es que miras los juegos y te parece que la niña de tu amiga es una chica lista y podría jugar con todo. Pero luego, cuando se lo das a la madre lo primero que hace es mordisquearlo por si puede tragárselo, lo estira completamente y salta sobre él por si rebota y le da en la cabeza, vamos, que le está haciendo un estudio exhaustivo de la norma ISO 9000 a tu pobre juguete. Y tú piensas: Pues a mí me parecía tan mono...
Observas que cuando vas a poner un cargador en alguna casa te cuesta un montón meter el enchufe, y es que la voz de tu adorada amiga madre te dice:
—Es para que el pequeño Junior no se electrocute, es el enchufe para niños.
En ese momento recuerdas aquel instante mágico cuando metiste tu lengua en los agujeros del enchufe y erizaste tu pelo y sentiste que la brisa golpeaba tu cara.
En nuestra época los niños éramos de hierro forjado, en mi caso recuerdo todos los días subir del parque con las rodillas casi viéndose el hueso de la misma, como si hubiera realizado una batalla campal, te soplabas la herida durante la noche porque escocía bastante, pero te sentías muy orgullosa cuando te metías en el baño con tus rodillas peladas. Te caías de la bicicleta y parecía que rebotabas, porque al segundo estabas pedaleando de nuevo.
Ahora los niños se caen en una tarima de plástico mullido que además se creó en la ciudad de Alcalá de Henares, Patrimonio de la Humanidad, y eso te hace gracia porque por fin los españoles hemos ideado algo nuestro que sea importante, además de la fregona. Siempre discuto con Frankie de todo esto, él piensa que los escoceses han inventado todo, pero la fregona no.
—¡Esa es nuestra! —le grito siempre.
Y el Chupa-Chups también, ¡que no nos quiten el Chupa-Chups, por favor!, que además fue un invento de Enric Bernat, un visionario catalán.