Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Alicia era la niña más curiosa de Inglaterra. Le gustaban las adivinanzas, los gatos, las historias divertidas y los libros con dibujos. Pero los que no tenían dibujos, no. Y, como si lo hubiera hecho aposta, aquella tarde, su hermana, que era mayor que ella y creía que sabía muchas más cosas que Alicia, había decidido leer un libro gigante que estaba tan lleno de palabras que las letras tenían que encoger la barriga para no caerse de la página. Pero no tenía ni rastro de dibujos. —Madre mía, qué aburrimiento —susurró Alicia mientras bostezaba con la mano delante de la boca, porque era una niña muy educada—. Y qué calor… El sol pegaba fuerte en la orilla del río y cocía las ideas como el pan en el horno. Alicia suspiró. —Si por lo menos tuviera algo que hacer… De pronto, un conejo blanco con un chaleco pasó corriendo delante de ella.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 49
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Título original: Alice nel paese delle meraviglie
© 2014 Edizioni EL, San Dorligo della Valle (Trieste), www.edizioniel.com
Texto: Sarah Rossi
Ilustraciones: Stefano Turconi
Dirección de arte: Francesca Leoneschi
Proyecto gráfico: Andrea Cavallini / theWorldofDOT
Traducción: Carmen Ternero Lorenzo
© 2021 Ediciones del Laberinto, S. L., para la edición mundial en castellano
ISBN: 978-84-1330-883-8
THEMA: YFA / BISAC: JUV007000
EDICIONES DEL LABERINTO, S. L.
www.edicioneslaberinto.es
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/> ; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
1
Abajo,cada vez más abajo...
Alicia era la niña más curiosa de Inglaterra. Le gustaban las adivinanzas, los gatos, las historias divertidas y los libros con dibujos.
Pero los que no tenían dibujos, no.
Y, como si lo hubiera hecho aposta, aquella tarde, su hermana, que era mayor que ella y creía que sabía muchas más cosas que Alicia, había decidido leer un libro gigante que estaba tan lleno de palabras que las letras tenían que encoger la barriga para no caerse de la página.
Pero no tenía ni rastro de dibujos.
—Madre mía, qué aburrimiento —susurró Alicia mientras bostezaba con la mano delante de la boca, porque era una niña muy educada—. Y qué calor…
El sol pegaba fuerte en la orilla del río y cocía las ideas como el pan en el horno.
Alicia suspiró.
—Si por lo menos tuviera algo que hacer…
De pronto, un conejo blanco con un chaleco pasó corriendo delante de ella.
—¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Es tarde, es tarde, es tarde! —resoplaba jadeante.
Alicia se sorprendió. No porque el conejo fuera blanco (había visto muchos de ese color) ni porque hablara (en el fondo, siempre se habla cuando se tiene algo que decir), sino porque había sacado del chaleco un reloj de bolsillo grande y reluciente que parecía muy valioso.
—¡Un momento! —exclamó Alicia—. ¿Desde cuándo llevan reloj los conejos?
Sin hacerle caso, el conejo siguió corriendo hasta un seto y brincó a un gran agujero que había en el suelo. Alicia, que nunca había saltado a un agujero en su vida, se lanzó detrás de él.
Y empezó a caer. Abajo, cada vez más abajo…
El agujero era en realidad un pozo, y debía de ser bastante profundo, porque, mientras caía, a Alicia le dio tiempo a mirar tranquilamente a su alrededor.
Las paredes estaban llenas de mapas, cuadros y estanterías repletas de libros, objetos de decoración, lamparitas y tarros de mermelada.
Y seguía cayendo. Abajo, cada vez más abajo…
—Vaya, este pozo no termina nunca —dijo Alicia—. ¡Ya tengo que estar bastante cerca del centro de la Tierra! Total, solo serán unos seis mil kilómetros. Y quién sabe a qué longitud o latitud estoy… Podría ser…
En realidad, Alicia no tenía la más mínima idea de dónde estaba el centro de la Tierra, y ni siquiera estaba segura de que la longitud o la latitud existiesen. Pero como nunca estaba atenta en clase de Geografía y temía que alguien pudiera estar oyéndola (en el fondo, eso nunca se puede saber), quería soltar algunas palabrejas para demostrar que había estudiado mucho.
—O, a lo mejor, de tanto caer y caer termino en la otra parte de la Tierra, donde la gente anda cabeza abajo y dice las palabras al revés. ¡Madre mía, no voy a entender nada!
Inmersa en unos pensamientos tan complicados, Alicia se sintió repentinamente cansada. No es algo que pase todos los días, eso de caer a la otra parte del mundo.
Y así, mientras los libros y las estanterías que la rodeaban desfilaban hacia arriba, Alicia cruzó los delgados brazos para no darse contra nada y se quedó dormida.
Cuando se despertó, estaba rodando sobre un montón de hojas secas que le crujían debajo del trasero como patatas fritas.
—¡Qué desgracia! ¡Qué tragedia! ¡Es tarde, es tarde, es tarde!
La voz del Conejo Blanco devolvió a Alicia a la realidad, que resultó ser un túnel largo y oscuro.
—¡Señor Conejo, espere! —Alicia lo siguió—. ¡Un momento, por favor!
Pero el animal siguió brincando hasta el final del túnel y desapareció en la oscuridad.
—Vaya, los conejos de ahora están demasiado ocupados —farfulló Alicia.
Luego miró a su alrededor y parpadeó, había ido a parar a un vestíbulo lleno de puertas, todas cerradas.
—¿Son puertas para entrar o para salir? —se preguntó.
Pero era imposible saberlo, porque en aquel momento no estaba claro si ella estaba dentro o fuera.
De forma que se puso a dar vueltas por allí, esperando a ver si pasaba algo.
Y, desde luego, algo pasó.
2
Bébeme
—¡Ay!
Alicia acababa de tropezar con una mesa de cristal de tres patas.
—¿Y tú de dónde has salido? ¡Antes no estabas!
Era como si la mesa hubiera surgido de la nada. Sobre el cristal, Alicia vio una pequeña llave de oro que parecía un poco despistada, como si ya no se acordara de qué era lo que tenía que abrir.
En ese preciso instante, una cortinilla se materializó en la pared más cercana. Detrás de la cortina había otra puerta que era igual que las demás, pero mucho más pequeña, tan pequeña que parecía de la medida de un gnomo.
Cualquier otra persona se habría asustado al ver que