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Alicia en el País de las Maravillas es una exploración surrealista de la lógica, la imaginación y las complejidades del crecimiento personal. A través de las aventuras de Alicia en un mundo caótico y lleno de personajes excéntricos, Lewis Carroll invita al lector a cuestionar las normas sociales y la lógica cotidiana. La obra desafía las nociones convencionales de la realidad y la identidad, permitiendo que Alicia se enfrente a sus propias dudas y miedos mientras intenta comprender el absurdo que la rodea. Desde su publicación, Alicia en el País de las Maravillas ha sido reconocida por su profunda influencia en la literatura infantil y en la cultura popular. Sus temas y personajes únicos, como el Sombrerero Loco, la Reina de Corazones y el Gato de Cheshire, han trascendido el tiempo, convirtiéndose en íconos culturales. La obra ha inspirado adaptaciones en cine, teatro y artes visuales, consolidándose como un referente en el análisis de la identidad y el absurdo. La novela sigue siendo relevante por su habilidad para explorar temas universales de identidad, autoridad y la búsqueda de sentido en un mundo impredecible. Al presentar un viaje donde el orden y el caos se entremezclan, Alicia en el País de las Maravillas ofrece una reflexión sobre las limitaciones y posibilidades de la imaginación, temas que aún resuenan en la sociedad contemporánea.
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Seitenzahl: 150
Lewis Carroll
ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Título original:
“Alice in Wonderland”
PRESENTACIÓN
PREFACIO
ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Lewis Carroll
1832 – 1898
Lewis Carrollfue un escritor británico y matemático, ampliamente conocido por su estilo literario innovador y su capacidad para crear mundos imaginativos y absurdos que han fascinado a lectores de todas las edades. Nacido como Charles Lutwidge Dodgson en el Reino Unido, es especialmente famoso por sus obras “Alicia en el País de las Maravillas” y “Alicia a través del Espejo”, libros que han dejado una huella duradera en la literatura infantil y han influido en diversos ámbitos de la cultura popular.
Primeros años y formación
Carroll nació en una familia anglicana numerosa y desde joven mostró talento en matemáticas y lógica, áreas en las que también destacó como profesor y autor de varios libros académicos. Estudió en el Christ Church College de Oxford, donde se graduó en matemáticas y más tarde trabajó como profesor. Sin embargo, su vocación literaria y su habilidad para jugar con las palabras y el lenguaje le llevaron a escribir historias y poemas desde temprana edad.
Carrera y contribuciones
Carroll es conocido por su uso de juegos lingüísticos, lógica y paradojas, que se plasman en sus obras más reconocidas, “Alicia en el País de las Maravillas” (1865) y “Alicia a través del Espejo” (1871). En estas historias, Carroll explora temas de identidad, realidad y lógica de manera lúdica y a veces absurda, invitando a los lectores a cuestionar el mundo que los rodea. La obra “Alicia en el País de las Maravillas” narra las aventuras de una joven que cae en una madriguera y descubre un mundo poblado por personajes extraños y situaciones que desafían la lógica común. Su estilo narrativo innovador y su exploración de temas existenciales a través de un prisma infantil han hecho de estos libros clásicos de la literatura universal.
Impacto y legado
Las contribuciones de Lewis Carroll al mundo de la literatura y la lógica fueron significativas. No solo influyó en la literatura infantil, sino que su obra también es objeto de análisis filosófico y psicológico. Su estilo imaginativo y sus exploraciones del absurdo han inspirado a escritores, cineastas y artistas a lo largo de generaciones. Además, conceptos como el “País de las Maravillas” o personajes como el “Sombrerero Loco” han pasado a formar parte de la cultura popular, simbolizando la capacidad de imaginar mundos alternativos y cuestionar la realidad.
Lewis Carroll falleció en 1898 a los 65 años, dejando un legado literario que sigue vivo hasta hoy. Aunque fue un personaje tímido y reservado en su vida personal, su obra continúa resonando en la cultura contemporánea. Las aventuras de Alicia han sido adaptadas en numerosas ocasiones y siguen cautivando a lectores y espectadores de todas las edades. Su enfoque original hacia la escritura y su habilidad para fusionar la lógica y la fantasía le han asegurado un lugar permanente en la historia de la literatura mundial, perpetuando la influencia de su imaginario en nuevas generaciones.
Sobre la obra
Alicia en el País de las Maravillas es una exploración surrealista de la lógica, la imaginación y las complejidades del crecimiento personal. A través de las aventuras de Alicia en un mundo caótico y lleno de personajes excéntricos, Lewis Carroll invita al lector a cuestionar las normas sociales y la lógica cotidiana. La obra desafía las nociones convencionales de la realidad y la identidad, permitiendo que Alicia se enfrente a sus propias dudas y miedos mientras intenta comprender el absurdo que la rodea.
Desde su publicación, Alicia en el País de las Maravillas ha sido reconocida por su profunda influencia en la literatura infantil y en la cultura popular. Sus temas y personajes únicos, como el Sombrerero Loco, la Reina de Corazones y el Gato de Cheshire, han trascendido el tiempo, convirtiéndose en íconos culturales. La obra ha inspirado adaptaciones en cine, teatro y artes visuales, consolidándose como un referente en el análisis de la identidad y el absurdo.
La novela sigue siendo relevante por su habilidad para explorar temas universales de identidad, autoridad y la búsqueda de sentido en un mundo impredecible. Al presentar un viaje donde el orden y el caos se entremezclan, Alicia en el País de las Maravillas ofrece una reflexión sobre las limitaciones y posibilidades de la imaginación, temas que aún resuenan en la sociedad contemporánea.
En el dorado anochecer
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!
Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
Pidiendo extrañas invenciones
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?
Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento;
la segunda no nos reclama
lógica de argumento
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.
¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo ruido!
Es la tierra un maravilloso
país desconocido,
lleno de seres que convierten
en real lo fingido.
Cuando la fuente imaginaria
se agota en la inventiva
y a los cristales del ensueño
la luz se les esquiva,
"¡Siga el cuento — claman los seres — que
tanto nos cautiva!"
Así el país maravilloso
sobre el yunque del yo)
episodio tras episodio,
su leyenda forjó,
y al ocaso) un mundo de amigos
el alma nos pobló.
Recibe, Alicia, este pueril
libro con mano tierna
y ponlo allí donde la infancia
salva la vida interna,
como el ferviente peregrino
guarda una flor eterna.
Alicia empezaba a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana, sin saber qué hacer: por dos veces había atisbado el libro que ella leía; pero era un libro sin grabados, sin diálogo, y “¿de qué sirve un libro — se dijo Alicia — si no tiene diálogo ni grabados?”
Y dándose a pensar de la mejor manera que le permitían la somnolencia y el atontamiento en que la había sumido el calor de aquella jornada, consideraba en su fuero interno si valdría la pena de entretenerse en arrancar margaritas por el gusto de hacer una cadena con ellas, cuando de pronto saltó a su lado un Conejo Blanco de ojuelos encarnados.
No había en ello nada de extraordinario, ni le pareció a Alicia cosa fuera de lo corriente, oír que el Conejo se dijera a sí mismo:
— ¡Dios mío! ¡Dios mío! Voy a llegar tarde.
Cuando lo reflexionara después, comprendería que debía haberse maravillado, pero en tanto le parecía la cosa más natural del mundo; no obstante, viendo que el Conejo se sacaba un reloj del bolsillo del chaleco, lo miraba y echaba a correr, Alicia se puso en pie, porque en seguida reflexionó que nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj para saber la hora, y encendida de curiosidad, se fue corriendo por el campo y llegó a tiempo de ver que el Conejo se metía de cabeza en una gran madriguera al pie de una barda.
En un instante Alicia se metió detrás de él sin pensar ni remotamente si le sería posible salir.
La madriguera empezaba siendo horizontal como un túnel, pero luego se hundía bruscamente, tanto que Alicia no tuvo tiempo de pensar en detenerse, pues se encontró con que se caía por un sitio semejante a un hondo pozo.
O el pozo era profundísimo, o ella caía muy despacio, porque si no había tenido tiempo de pensar en detenerse, en cambio lo tuvo para mirar alrededor y preguntarse qué era lo que iba a suceder. En seguida procuró mirar al suelo porque quería ver dónde pisaría; pero estaba demasiado obscuro para ver nada. Luego miró a las paredes del pozo, y observó que estaban llenas de armarios y de anaqueles de libros; aquí y allá vio algunos mapas y cuadros colgados de unos ganchos. Cogió una jarra de uno de los estantes, al pasar; tenía un marbete que decía “mermelada de naranja”; más, para desencanto suyo, estaba vacía. No le parecía bien arrojarla al fondo por temor de matar a alguien; así es que procuró dejarla en otro de los estantes mientras iba descendiendo.
— ¡Bien — pensó Alicia para su corpiño, — después de una caída como ésta no hay miedo de rodar por las escaleras! ¡Qué valiente me van a encontrar en casa! ¡Como que ni he de quejarme cuando me encuentren, aunque esto sea que me he caído del tejado! (cosa que le parecía muy dentro de lo posible).
Y en tanto bajaba, bajaba, bajaba. ¿No acabaría nunca aquel descenso?
— ¿Cuántas millas habré bajado ya? — se preguntó en voz alta. — Llegaré a algún sitio cerca del centro de la tierra. A ver: creo que lo menos he corrido hacia abajo cuatro mil millas.
Alicia había aprendido algo de eso en las lecciones que daba en el colegio, y por más que no fuera aquélla una excelente ocasión para hacer gala de sus conocimientos, ya que nadie podía oírla, le pareció bien hacer un poco de repaso.
— Sí, ésta es aproximadamente la distancia que he recorrido... Pero, ¿hacia qué latitud o longitud me encamino?
No tenía Alicia la menor idea de lo que las palabras latitud y longitud significasen, pero se le antojaba que estaba bien pronunciar vocablos tan bellos y sonoros. Pronto volvió a decirse:
— ¡No sé si estoy cayendo a través de la tierra! ¡Qué divertido sería salir por el otro lado, donde la gente anda de cabeza! Los “antipáticos”; creo que se llaman así. — Ahora se alegraba de que nadie la oyera, pues no le sonaba del todo apropiada esta palabra: — Pero claro, bien tendré que preguntarles el nombre de su país. ¿Tiene usted la bondad, señora, de decirme si esto es Nueva Zelanda o Australia?
Y así pensando, trataba de ensayar cortesías. ¡Cortesías, al paso que caía por el espacio! ¿Cómo se las compondría?
— ¡Pero, qué ignorante iba a parecerle a la señora a quien hiciera tal pregunta! No, no es cosa de ir preguntando. Acaso lo vea escrito en alguna parte.
Abajo, abajo, abajo. No cabía hacer otra cosa. Así es que Alicia pronto reanudó el monólogo:
— Creo que Dina me echará mucho de menos esta noche. — Dina era la gata. — Me figuro que no se olvidarán de ponerle su platito de leche a la hora de merendar. ¡Dina, querida mía, quisiera tenerte aquí, a mi lado! Es verdad que en el aire no hay ratones, pero podrías cazar algún murciélago, pues los murciélagos, ¿sabes?, se parecen mucho a los ratones. Ahora, que yo no sé si a los gatos les gustan los murciélagos — ya esto, Alicia empezó a adormecerse de una manera extraña, repitiéndose: — ¿Comen murciélagos los gatos? ¿Comen murciélagos los gatos? — Ya veces se equivocaba : — ¿Comen gatos los murciélagos? porque ¿comprendéis?, como no podía contestarse, no importaba alterar así la pregunta. Empezaba a sentir que se dormía de veras, soñando que paseaba de la mano con Dina, e iba diciéndose con viva impaciencia: — Ahora, Dina, dime la verdad: ¿Has comido alguna vez murciélago? — cuando de pronto, ¡cataplún!, fue a dar sobre un montón de ramas y hojas secas, donde terminó su viaje por el espacio.
— No sufrió el menor daño y se puso en pie de un salto. Miró hacia arriba, peo allá todo estaba obscuro; en frente de ella se extendía otro largo pasillo, y el Conejo Blanco corría hacia abajo aun al alcance de su vista. No había momento que perder; siguió por Allí Alicia ligera como el viento, y aun llegó a tiempo de oírle decir al volver una esquina:
— ¡Válganme m i s orejas y mis bigotes, y qué tarde se me hace!
Alicia llegó casi al mismo tiempo que el Conejo a la esquina, pero él dobló rápidamente y ella le perdió de vista. Se encontró sola en una larga sala alumbrada por una hilera de lámparas que colgaban del techo.
Había puertas alrededor, pero todas estaban cerradas, y después de ir de un lado a otro probando de abrirlas inútilmente, se dirigió al centro de la estancia pensando cómo se las compondría para salir de allí.
Al pronto se dio cuenta de que había una mesa de tres patas toda de cristal macizo. No había encima de ella más que una llavecita dorada, y lo primero que se le ocurrió a Alicia fue pensar que sería de alguna de las puertas de la sala. ¡Pero ay!, para unas cerraduras era grande y en otras iba demasiado holgada, y de ninguna manera pudo abrirlas. Sin embargo, a la segunda vuelta advirtió que había una cortinilla ocultando una portezuela que no llegaría a un metro de altura. Probó allí la llave, y con alegría vio que iba bien.
Alicia abrió la puerta y se encontró con que daba a un angosto pasadizo, no mucho más ancho que una madriguera. Se arrodilló para mirar por allí y vio que al otro lado se extendía el jardín más delicioso que imaginar pudiera. ¡Cuántas ganas tenía de salir de aquella obscura sala e ir a pasear entre aquellos macizos de vistosas flores y aquellas frescas fuentes!, pero apenas podía meter la cabeza por la abertura.
— Aun suponiendo que mi cabeza pasara — pensó la pobre Alicia — de poco me serviría, separada de los hombros. ¡Oh cuánto me gustaría poderme encoger como un telescopio ! Y creo que podría hacerlo con sólo saber cómo empezar. — Porque hay que comprender que habían comenzado a pasar cosas tan extraordinarias que Alicia ya creía que apenas había nada en realidad imposible.
Poco sacaría de estar esperando delante de aquella abertura ; así es que volvió a la mesa de cristal con la confianza de encontrar otra llave, o, en último caso, algún manual de reglas para enseñar a la gente a encogerse como los telescopios. Lo que encontró esta vez fue una botellita, que, “en verdad, no estaba la vez anterior”, se dijo Alicia, y que llevaba atado al cuello un marbete con la palabra “Bébeme”, lindamente impresa en grandes caracteres.
Estaba muy bien decir “Bébeme”, pero la pequeña y prudente Alicia no lo haría con precipitación:
— No, antes la quiero examinar bien; no sea que tenga la indicación de veneno, — pues muchas veces había leído historias de niños que se habían quemado y que habían sido devorados por las fieras, y cosas por el estilo, todo por olvidarse de las indicaciones sencillas que las personas que les querían habían hecho, tales como que el tener demasiado rato cogido el hurgón de la chimenea, quema la mano, y que al hacerse uno un corte hondo en un dedo, sale sangre, y lo que ella nunca olvidaba, o sea que el beber el contenido de una botella que lleve la indicación de veneno suele, a la corta o a la larga, hacer daño.
Aquella botella, no obstante, no tenía tal indicación, por lo cual Alicia se aventuró a probar su contenido; y encontrándolo en verdad delicioso, pues tenía una especie de mezcla de aromas de tarta de cerezas, de almíbar, de piña, de pavo asado, de caramelo y de empanada caliente de manteca, se lo acabó en un momento.
— ¡Qué sensación más extraña! — exclamó Alicia. — Me debo de estar encogiendo como un telescopio.
Y así era, en efecto; ya no tenía más que veinticinco centímetros, y se le encendieron los ojos de alegría pensando que tendría la medida necesaria para pasar por la abertura del jardín. De todos modos esperó un poco para convencerse de que no se encogía ya más; y se sintió inquieta al pensarlo: — porque podría suceder — se decía Alicia para sus adentros, como comprenderéis — que llegara a acabarme del todo como una bujía. Y la verdad, no sé lo que sería de mí, entonces. — Y se esforzaba por imaginarse cómo es la llama de una bujía cuando se apaga, y no recordaba haberlo visto nunca.
Al cabo de un rato, viendo que no pasaba nada más, decidió salir en seguida al jardín. ¡Pero, ah, pobre Alicia!, al llegar a la puerta se encontró con que se había olvidado de la llavecita dorada, y al volver a buscarla vio que ya no alcanzaba a cogerla de la mesa: La veía claramente a través del cristal e hizo cuanto pudo por encaramarse por una de las patas, pero era muy resbaladiza, y cuando se rindió de tal esfuerzo, la pobrecilla sentóse en el suelo y se echó a llorar.
— ¡Vamos, que no sacarás nada llorando de esta manera! — se dijo Alicia a sí misma con un poco de dureza. — Te aconsejo que dejes de llorar al punto. — Con frecuencia se daba excelentes consejos, que casi nunca seguía, y a veces llegaba a reprenderse con tal severidad que se arrancaba lágrimas de los ojos; hasta se acordaba de que una vez se quiso tirar de las orejas por haberse engañado en una partida de croquet que había estado jugando ella sola, pues esta curiosa criatura era muy dada a fingir desdoblamiento de su persona, creyendo ser dos en vez de una. — Pero de nada me servirá ahora — pensaba la pobre Alicia — pretender ser dos personas, cuando ¡bastante tengo con hacerme una sola persona respetable!
Pronto su mirada se fijó en una cajita de cristal que había debajo de la mesa; la abrió y encontró dentro una diminuta torta en la que se leía esta palabra: “Cómeme”, que estaba trazada con almíbar de grosella.
— Bien, me la comeré — se dijo Alicia — y si me hace crecer otra vez, podré coger la llave, y si me hace más pequeña todavía, pasaré por debajo de la puerta; así, de todas maneras, entraré en el jardín, y pase lo que Dios quiera.
Dio un mordisquito y se preguntó llena de ansiedad:
— ¿Hacia dónde?, ¿hacia dónde?, y se llevaba la mano a la cabeza para comprobar si crecía o disminuía, pero le sorprendió mucho encontrarse con que continuaba de la misma manera. Esto es, en efecto, lo que pasa siempre que se come torta, pero Alicia se había acostumbrado de tal manera a no esperar más que cosas extraordinarias, que le pareció muy triste y estúpido seguir viviendo de una manera normal.
Así es que tomó una decisión y en un momento se comió toda la torta.
¡Cómo! ¡Qué extrañísimo, qué curio-sura! — exclamó Alicia, tan llena de asombro que por un momento se le olvidó hablar con propiedad. — ¿Pues no estoy alargándome como el telescopio más grande del mundo! ¡Adiós, pies míos!
Tanto había crecido, que sus ojos apenas veían ya sus pies. — ¡Oh, pobres piececitos míos; ahora no sé quién os podrá calzar, quién os pondrá los calcetines y los zapatos!