Almas con alas - Christina Gerber - E-Book

Almas con alas E-Book

Christina Gerber

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Beschreibung

¿Qué sucede cuando te sientes atraído por alguien que no es tu cónyuge? ¿Está mal estar emocionalmente cerca de otra persona cuando estás casado? La vida de Lina parece ser perfecta y, a primera vista, todos los sueños de la infancia se han hecho realidad. Tiene un matrimonio estable, está involucrada en la comunidad de la iglesia y cuida mucho a sus hijos. Pero un día conoce al músico retraído Joshua, y siente una profunda conexión con él que no puede explicar racionalmente. Cuando Joshua rompe radicalmente el contacto, Lina arranca la alfombra debajo de sus pies; ya nada tiene sentido. Dividida entre cumplir con su deber y el anhelante llamado de su corazón, Lina huye al extranjero con su familia durante un año. Pero poco tiempo después, la historia con Joshua parece repetirse fatalmente y Lina se da cuenta dolorosamente de que es imposible huir de uno mismo. En 'Almas con alas', Lina emprende un viaje de autoconocimiento y despertar, quedando atrapada en un proceso de crecimiento que un día ya no podrá ser detenido. ¿Sus decisiones destruirán a su familia o podrá encontrar la felicidad por sí misma? Una historia inspiradora para cualquier persona interesada en el desarrollo personal, el autodescubrimiento y el poder del amor.

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Indice

Historias

Prólogo

Parte 1

En algún momento del otoño

Uno

Mayo: «El fin»

Dos

Mayo: «El hilo enredado»

Tres

Junio: «La ira»

Cuatro

Junio: «La princesa del guisante»

Cinco

Primeros de Julio: «La posdata»

Seis

Julio: «Nuevas conclusiones»

Siete

Finales de julio: «La solución»

Ocho

Septiembre: «La conclusión»

Nueve

Octubre: «Corazón a cabeza»

Diez

Noviembre: «Al final bien»

Once

Navidad: «Status quo»

Doce

Enero: «Plan A»

Trece

Primeros de marzo: «Marchar»

Catorce

Mayo: «Muy consecuente»

Quince

Finales de agosto: «Vuelta»

Dieciséis

Septiembre: «Decisión»

Diecisiete

Septiembre: «Marcar el rumbo»

Dieciocho

Noviembre: «Material extra»

Diecinueve

Noviembre: «Voz de Dios»

Veinte

Noviembre: «Luto»

Veintiuno

Marzo: «Dando vueltas»

Veintidós

Junio: «Un día mágico»

Veintitrés

Junio: «Labores residuales»

Veinticuatro

Julio: «Caminar»

Veinticinco

Julio: «Después la tormenta»

Parte 2

En algún momento de la primavera

Virus vs. pandemia

Patria vs. alma gemela

Confinamiento vs. límite

Espera vs. dejà vu

Paciencia vs. círculo vicioso

Unida vs. mimada

Razón vs. razón

Estancada vs. en camino

La respuesta vs. canales

Actualización vs. valentía

Resplandor vs. conexión

Redes sociales vs. adicción

Chakras vs. nueva dimensión

Verdad vs. bien protegida

Año Nuevo vs. partida

Libertad vs. prueba

Amigo vs. enemigo

Búsqueda vs. encuentro

En proceso vs. quid de la cuestión

Agotamiento vs. explotación

Inqietante vs. increíble

Visiones vs. raíces

Nuevas vías vs. viejos muros

Asunto de mujer vs. guía superior

Apocada vs. agradecida

Hechos vs. sutilidad

En el fuego cruzado vs. perdida

Alma vs. cuerpo

Capaz de vivir vs. capaz de amar

Fusionada vs. rendida

Oculto vs. manifiesto

Familiar vs. nuevo

Giro vs. intransicencia

Subida escalonada vs. meseta

Llegada vs. disparo de salida

Mascarada vs. escondite

Familia vs. paz

Vulco de alma vs. generosidad

Secreto vs. realidad

Principio vs. final

Universo

Sobre la autora

Historias

«Pones los dedos en la llaga,

con toda levedad.

Solo una historia, ¿la tuya propia?

Quién sabe.

Muchos se encuentran reflejados, en la historia.

¿Sorprendidos?

Los has atrapado, los recoges.

Pasando desapercibido.

Empiezan a pensar, hacen un alto

en su vida.

Algunos cambian de sentido, solo durante un día.

Algo es algo.

Por eso tú continúas, cuentas una nueva

historia».

(Christina Gerber)

Prólogo

Buscando sosiego, sola, subí a una montaña. Me senté en una roca de cantos toscos y angulosos, en algún lugar entre el cielo y la tierra. El tiempo se detuvo. Y allí, en ese lugar ingrávido, rodeada nada menos que por el universo, comenzó un diálogo. Un diálogo de dos compañeros de viaje muy especiales que yo ya conocía de toda mi vida, pero cuya singularidad no había percibido nunca hasta entonces.

Mi corazón y mi razón tenían mucho que contarse. Sorprendida me recliné y me puse a escuchar atentamente.

Soy Lina y este es mi relato. Un relato sobre una vida que, en un momento determinado, ha cambiado de una manera muy especial. He anotado los acontecimientos, los he reflejado por escrito, los he analizado, desechado, los he puesto en duda. Solo para terminar tropezándome una y otra vez con las mismas cosas que anteriormente me había complacido en ignorar.

En el fin me abandonaron las fuerzas para hacer frente a la poderosa corriente de la vida, para arrojarme a el con todas mis fuerzas, solo porque no encajaba en mi vida cotidiana, marcada por las tradiciones. Tenía miedo de la intensidad de mis sentimientos, de las energías que me rodeaban y de todas aquellas vibraciones que la razón no conseguía entender y cuya increíble fuerza yo ya intuía y, sin embargo, me negaba firmemente a otorgarles un lugar en mi vida.

Pero no tenía alguna posibilidad de oponerme al plan de mi alma. Así que finalmente me rendí y me puse en camino.

Llegado a este punto quiero que quede claro lo siguiente: No es que en ningún momento haya buscado conscientemente que ocurrieran los sucesos de los últimos tres años tal como ocurrieron. Todo lo contrario: ¡Cuántas veces no habré maldecido el devenir! Desesperada, entonces solo quería abandonar y recuperar mi «vida pasada«, tranquila, apacible y sin sobresaltos.

Al margen de eso, la verdad es que en ningún momento tuve la posibilidad de hacer nada de manera distinta, o de salirme del camino, por muchas ilusiones que me hiciera al respecto. Todo intento terminaba retrasando el proceso de mi liberación. Así que un día abandoné la inútil lucha que mantenía contra mí misma y tomé la determinación de cooperar.

El camino era pedregoso y recorrerlo fue duro y difícil, fatigoso y frustrante. Y eso se nota en mi cara. Se notan el esfuerzo, la pena y la desesperación que quedaron atrás. El tiempo ha dejado su huella. Pero llevo las marcas de ese recorrido con cierto orgullo, ya que me dan testimonio de lo lejos que he llegado y del profundo cambio que he conseguido en mi vida.

Las palabras no alcanzan a expresar o describir las emociones que me sobrevinieron, me inundaron, me invadieron y se apoderaron de mí durante este viaje. Pero al final he encontrado la luz, he recuperado mi luminosidad interior. Eso se me nota tambien. Y es liberador y maravilloso verlo.

Sé que esa luz también te está esperando en tu interior. Acompáñame en este viaje si quieres verla.

Parte 1

«Saludo de almas»

En algún momento del otoño

«¡Canta!»

Esa mirada.

Me abarcó por completo, me dejó sin respiración e inmovilizada en mi silla. Se la devolví, incapaz de actuar, y menos aún de replicar algo sensato. ¿Cantar? ¿Se había vuelto loco de remate?

Estábamos en pleno concierto, la sala estaba llena hasta reventar, el interludio de clarinete estaba sonando en el aire.

«¿Qué?», siseé ingeniosa en respuesta.

«¡Canta la siguiente canción, he olvidado la melodía!» Ahí estaban otra vez, esas arruguitas que rodeaban sus ojos con color como avellanas.

«¡Si yo no sé cantar!» pensé horrorizada. Sin embargo, no fui capaz de contradecir a Joshua.

Me miraba expectante, el contorno de su boca temblaba traicioneramente.

«Qué buen aspecto tienes hoy», se me pasó por la cabeza, totalmente fuera de lugar, mientras me daba cuenta de que ya no tenía tiempo de discutir con él. Esforzándome por mantener la compostura, empecé a tararear la melodía deseada, en voz baja y aparentando confianza. Le sostuve la mirada con valentía.

«Ah, sí, vale», fue su desilusionante respuesta, y no pude evitar la impresión de no haber pasado la prueba. Nuestro concierto seguía avanzando, sus solos eran un puro disfrute. Cautivada observaba cómo sus delicadas manos bailaban sobre las cuerdas de la guitarra. La cálida luz de las velas se reflejaba en su sedoso pelo castaño. Hoy él estaba cantando sin micrófono, nada podía disturbar la pureza de su voz.

Sí, yo solo había entrado en esta orquesta por esa única razón: oírle cantar. Cuanto más y más de cerca, mejor.

Mis pensamientos me retrotrajeron al ensayo general del día anterior. Después de haber montado todo solo quedábamos tres. Joshua, el pianista y yo. Ninguno de nosotros había tenido prisa en irse a casa, el sol entraba radiante por las puertas abiertas de par en par, la sala vacía desplegaba su maravillosa acústica en todo su esplendor.

Joshua había estado cantando desde la galería y yo quise pensar que lo había hecho solo para mí. Llevada por la ensoñación estuve sentada en el primer banco de la iglesia, envuelta plenamente por su cálida voz. Podría haberme quedado allí para siempre pero, como de costumbre, él simplemente había recogido su guitarra después de su interludio a modo de bis y había abandonado la iglesia sin decir nada, sin volver la mirada.

Apenas se hubo ido empecé a temblar de frío. Resignada, ayudé a nuestro pianista a guardar las notas y el teclado. Mis pensamientos seguían girando obsesivamente en torno a Joshua. Al mismo tiempo, estaba muy molesta por mi dependencia emocional de él. Hacía algunas semanas él había empezado de repente a enviarme mensajes por el móvil, al principio solo para acordar citas y otras cuestiones de organización.

Pero poco a poco, vagamente, se iban colando también otros tonos. Una expresión frívola por aquí, una frase reconfortante por allá, pequeños comentarios que me alegraban el corazón.

Sí, se había traicionado, pensaba en mí también fuera de los ensayos, como yo en él. Sin embargo, yo me iba haciendo más dependiente. Mi primera y mi última mirada del día iban dirigidas al móvil, siempre esperanzada, a menudo decepcionada. Entretanto yo ya le escribía a diario y me maldecía por hacerlo, pero no podía resistir el impulso de sonsacarle por lo menos una breve frase, una señal de que yo era partícipe de su día.

«¡… tres, cuatro!»

Sobresaltada, mi cabeza se dirigió hacia el piano y, afortunadamente, mis manos se incorporaron automáticamente al compás, de manera que los profundos tonos graves de mi percusión acompañaban la música según lo previsto. Me obligué a concentrarme. Ya solo esa canción, después el bis y ya está, ya habríamos terminado.

Estallaron los aplausos y sentí los ojos de Joshua posarse en mí. Satisfechos nos sonreímos, unidos por el éxito de nuestras largas noches de ensayos y de la magia de la música.

Un movimiento a mi derecha me distrajo y mis ojos se toparon con los de su mujer. Con su hijo más pequeño en brazos, nos examinaba pensativa, sin decir una palabra, pero su mirada lo decía todo. Le hice un gesto amable de asentimiento con la cabeza, pero el corazón me latía como si fuera a estallar. Sintiéndome atrapada, aparté mi mirada y empecé a recoger las notas y los micrófonos haciendo como si estuviera muy ocupada.

Esa noche no llegué hasta tarde a casa y entré sigilosamente en el baño, para no despertar a mi marido y a los niños. Perdida en mis pensamientos, me puse delante del gran espejo y me contemplé con detenimiento.

«¿Qué es lo que estás haciendo?» me pregunté en tono de reproche. «Ya basta. Hacemos música juntos y nada más. Sé razonable».

Enderecé los hombros y sentí que la decisión era buena para mí. Me liberé yo misma de mis ataduras, quería volver a ser independiente para pensar y actuar. Quizá el período sin ensayos que teníamos por delante me ayudaría, necesitaba distancia física. No tocaríamos en un concierto hasta dentro de medio año, hasta entonces teníamos dos meses sin ensayo durante el invierno.

Ignoré el sentimiento melancólico que sentía en el pecho y la frustración ante el inminente período de ausencia. Estaba de veras harta de sentirme como la marioneta de Joshua.

«¡Sé razonable!» le susurré otra vez a mi imagen en el espejo y apagué la luz. En Camino por el dormitorio conecté el móvil al cargador.

Un mensaje no leido iluminó la oscuridad. «Quiero oírte cantar. La semana que viene ensayo en mi casa.»

Puse los ojos en blanco y contesté sin vacilar: «Con gusto.»

Uno

Pensándolo bien me parece que la palabra «normalidad» estaba escrita en grandes letras en el plan que llevó a mi nacimiento terrenal.

Soy de un pueblo anodino, una de esas zonas residenciales impersonales, planificadas por urbanistas a las afueras de una ciudad pequeña en el sur de Alemania, un lugar como tantos otros de este país. Poniendo todo su empeño, trabajando duro y con ideas ingeniosas, mis padres consiguieron construir un cálido hogar para nosotros, más allá de las casas adosadas que aparecían producidas en masa.

No obstante, éste seguía estando integrado en la seguridad de un barrio que recordaba a un vecindario, con todas sus ventajas e inconvenientes.

Fui una niña de los años 70 y crecí en un ambiente protector. Fui hija tardía, a mi hermana mayor siempre me unió una conexión muy profunda.

Nuestra familia se vio completada por mi abuela, la madre de mi madre. Ya de niña yo la llamaba cariñosamente «abuelita», y es que tenía exactamente el aspecto con el que yo siempre me imaginaba a todas las abuelas de las fábulas infantiles y cuentos de aquella época. Estando con ella yo tenía espacio, no solo en su pequeña sala de estar con una mini cocina adyacente, sino sobre todo en su corazón.

A sus ojos yo nunca hacía nada malo, a todas mis ocurrencias y mis ideas desbordantes contestaba con una sonrisa benevolente. Ni una sola vez en todos los años que vivió con nosotros le oí decir una palabra malsonante, lo que era bien diferente referido a los demás habitantes de la casa.

En su refugio en el sótano yo podía dejar rienda suelta a mi fantasía. Por otro lado, allí a mí se me abrían mundos extraños y fascinantes. Escuchaba con devoción sus historias de antaño, en las que narraba sus propias vivencias en palabras conmovedoras y llenas de dramatismo. No me cansaba de escuchar y a menudo le pedía al día siguiente que me contara otra vez la misma historia. Un aura especial la rodeaba mientras estaba contando sus historias con cierto misterio y misticismo, como si ella misma se sumergiera en un mundo oculto a sus pensamientos. En mi imaginación aún puedo verla sentada en la pequeña mesa de comedor con el mantel de lino claro, las manos cruzadas sobre el regazo y mirando pensativa por la ventana. De esa manera conservaba también en la realidad el estatus de una abuelita de cuento que tenía para mí.

Hasta que no pasaron muchos años desde su muerte, mi madre no me contó que mi abuela realmente poseía un don especial, un intenso don de acceso al mundo espiritual y que había trabajado de médium. A mí madre los relatos sobre seres angelicales vagando por pasillos oscuros siempre le habían resultado inquietantes, por lo que abandonamos pronto el tema. Sin embargo, me invadía un cierto pesar por no haber abordado el tema en los días en que mi abuela estaba viva.

Mayo: «El fin»

Ya no escribes. No puedo soportarlo. Incluso después de meses de tortura. Reflexiono a diario sobre lo que ha sucedido en tu interior, mi mente no para de dar vueltas y no encuentro el motivo. Te echo tanto de menos todavía. ¿Por qué? No consigo averiguarlo. Sí, quise hacerte salir de tu caparazón. Pero no había contado con tener tanto éxito. Sin embargo, no esperaba que tú también me hicieras salir de mi caparazón. No tenía conciencia de hasta qué punto me había atrincherado en él.

«Tú eres la Princesa de „La Ruina“, ¿no?»

Una frase tan sencilla por tu parte con tanta importancia para mí. Me habías escuchado como nadie más de mi entorno. Habías entendido verdaderamente quién soy, es imposible de formular mejor mi predisposición mística y soñadora como tu lo hiciste. Y, naturalmente, eso me gustó. Tenía curiosidad por saber qué canción habías elegido para mí, te estaba retando. No había previsto que me reconocerías tanto. La canción de John Kilzer que finalmente me enviaste fue una revelación: «… ella puede nombrar las estrellas del cielo y baila como una princesa entre las ruinas».

Ese texto me llegó como un rayo caído del cielo y dirigía el foco sin piedad a mí, a lo más profundo de mí, a mi alma.

¿Pero qué valor tienen todavía tus muchos mensajes de entonces, tus bonitas palabras? ¿Es que solo soy una víctima de un truco? ¿Con cuántas mujeres antes de mí has hecho lo mismo?

A pesar de los muchos enredos que ocurrieron después, siempre me aseguraste: «Quiero volver a una comunicación normal contigo.»

Tus palabras me dieron esperanza, sin embargo, el contacto entre nosotros sigue siendo frío y distanciado y la desconfianza en mí misma y las dudas no me dejan en paz. ¿Ya no quieres hablar conmigo de otra manera? ¿O no puedes? ¿Me has olvidado? ¿Ya no valgo nada para ti? ¿Quieres protegerte a ti mismo?

Estoy de luto, sí, en efecto.

Por las posibilidades perdidas de no llevar nuestra historia completamente al traste, por mí misma, por mí, que ahora vuelvo a estar sola con mis pensamientos y solo puedo dejarlos volar sola. ¡Qué íngrima estoy en este camino!

Supongo que no fuiste tú el que me fue dado como compañero de todas mis facetas creativas y aún no quiero admitirlo.

No quiero a ningún otro, me sentía tan bien contigo como interlocutor.

Sí, nos compenetrábamos bien y, sin embargo, había tantos temas de los que no podíamos hablar. Nuestra labor en común habría podido ser verdaderamente enriquecedora, tan efectiva y creativa. Y la realización de nuestras ideas no solo nos habría servido a nosotros. Ahora ya todo yace baldío, desolado. No hay mucha gente como tú …

¿Encontraré algún día a mi alma gemela? ¿Y ella me reconocerá como yo a ella o quedará mi anhelo eternamente insatisfecho?

Voy caminando por nuestro pueblo, te busco. Por supuesto que no te encuentro. De veras nos vimos a menudo en nuestros «buenos» tiempos, lo disfruté. Y podía estar segura de que tú también querías hacer posibles los encuentros conmigo. Echo de menos tu respaldo, tu apoyo ilimitado.

«Claro, sin problemas. Lo hacemos. Yo estoy aquí. No te preocupes».

Esa era la frase tuya que más me gustaba, me proporcionaba la seguridad de que estabas a mi lado.

Ahora tengo que apañármelas con el vacío que has dejado. Algunos días ese sentimiento casi me aplasta, apenas consigo tranquilizarme.

Tengo que hacer un enorme esfuerzo para ahuyentar todos los recuerdos de nuestros momentos. Tantas cosas de mi rutina diaria requieren ahora otro sentido, un sentido neutro, sin ti. Intento desesperadamente desterrar de mi mente y de mi corazón las innumerables canciones que me hacen pensar en ti y con las que los dedos se me van al móvil para enviarte un mensaje. Tan familiar, tan natural. Tan poco consciente.

«El problema no son los emojis de corazoncitos que nos enviamos. El problema es la confianza que hay tras ellos».

Sí, tienes razón. Y es justo esa confianza la que desconcierta a nuestros cónyuges. El lazo que nos une no ha desaparecido solo porque ya no nos escribamos. Sin palabras todavía nos mantenemos cautivos. Puedo ver el pesar en tus ojos cuando nos encontramos en los ensayos

y para nuestras actuaciones. Y también veo que sabes que a mí me pasa lo mismo. Sin embargo, tampoco sobrevivirá ese vínculo mínimo que nos queda.

Tengo que hacer un esfuerzo increíble para aparentar normalidad ante las personas que me rodean. Yo soy de las que siempre se ríe, aunque por dentro esté llorando. Y todavía sigo buscando motivos para escribirte, como hice ya todo el año pasado. Hasta que todo estalló estaba dando resultado. Ahora, aunque te sigo escribiendo, tú ya no contestas.

Paso los días entre la esperanza y la decepción. ¿Por qué me torturo de esta manera? Sencillamente no me puedo creer que no he sido capaz de mantenerte en mi vida. Hasta ahora estaba acostumbrada a conseguir salvar incluso las mayores dificultades, pero contigo me fue imposible.

Ahora ya te conozco más que bien, ya no vas a cambiar la situación.

¿Una conversación? Probablemente tampoco serviría de nada. Lo mire por donde lo mire, solo queda el silencio como último recurso. Tengo que acostumbrarme, aunque cada célula de mi cuerpo se resista a ello.

O sea que sigo afligida.

Por el hilo enredado que nos une, que no se puede arreglar sin anudarlo, pero que con un nudo ya no es un hilo.

A ti no puedo contarte todo esto, aunque probablemente me aliviaría. Te enfadaste tanto la última vez que lo intenté. ¿Por qué? Todavía no he conseguido entenderlo. Yo jugué todo por el todo y te escribí un mensaje en medio de la noche para decirte con franqueza que estaba triste por nuestra situación y que los dos nos merecíamos algo mejor. Tu respuesta me llegó a la mañana siguiente: «Antes de agotar mi análisis psicológico contigo, pregúntate a ti misma: ¿Solo me has utilizado para satisfacer tu ego?»

Eso fue cruel y me dolió mucho, porque ciertamente no lo había hecho. ¿Por qué estabas tan furioso? Deberías haberlo sabido. Tú me importas, como persona, como «alma gemela». Y ahora me desespera no saber nada.

Tu mensaje fue el final de nuestra relación.

Ya no me diste más respuesta, ni llamada, ni señal alguna, ni apoyo, ni una palabra cariñosa. Durante toda una semana nada más que silencio. Me sentía como si me hubieran arrojado del nido, sin aviso previo. No me había imaginado que me dejarías tan de repente. Eso me di un buen batacazo, me sacudí e intenté desesperadamente volver a encontrarme.

No me había enamorado de ti, te lo dije en uno de nuestros últimos encuentros. Y tenía que estar segura de que no pensabas que fuera así, ya que en mi caso no eran los sentimientos románticos lo que estaba en la base de nuestro vínculo espiritual.

Me dolía ver tu mirada herida mientras hablaba, pero pude soportarla. ¿Te había pillado por sorpresa? Te sentiste incomodo y te quedaste sin saber qué responder. Si ya lo hemos aclarado, no hay ningún motivo para que haya un ambiente enrarecido, ¿no?

Y, sin embargo, lo hay.

¿Has sentido más que yo? Quizá no puedas admitirlo, pero me interesa.

Una de las últimas canciones que te envie por WhatsApp: «Holes» de Passenger, ¿fue una anticipación de los acontecimientos que ocurrirían?

Muchos huecos han quedado, muchas cicatrices se han originado en tan poco tiempo.

Sí, disfrutamos nuestro vínculo espiritual y nuestra cercanía emocional. El intercambio cotidiano que teníamos nos sentó bien a nosotros dos, ya que llenó un vacío en nuestras vidas. Ambos luchamos en nuestras relaciones de pareja por poder mantener ese vínculo, pero al final el precio fue demasiado alto.

Fracasamos estrepitosamente y me hago reproches.

La culpa me agobia, tengo el dolor.

De ti no sé nada.

Y eso es todo.

¿O no?

Dos

En mi juventud viví, para ser exacta, en dos lugares al mismo tiempo: en la casa de mis padres, dónde tenía una habitación muy luminosa en la planta alta, desde la que cada atardecer contemplaba puestas de sol maravillosas. Para fotografiarlas gasté un buen dinero en numerosos carretes de Kodak. Siempre tuve una relación especial con la naturaleza y el universo; siempre me acompañó un vago anhelo de algo «más» de la vida. De joven obviamente no sabía encontrar las palabras para explicar o nombrar esa ansia interior, solo la sentía en lo más profundo de mí y la vinculación con los árboles, los prados y la inmensidad del cielo que proporcionaban cierto alivio a mi alma inquieta.

Fui una niña muy soñadora; podía estar sentada durante horas sin decir una palabra, deleitándome en mis mundos de fantasía. Lo que hacía que mi madre, siempre que íbamos de viaje en coche, de vez en cuando se volviera y me preguntara, con una sonrisa entre sorprendida y satisfecha, si todavía estaba ahí. Algunas de mis historias las anoté y escribí mis propios «libros». Mis padres y yo estábamos muy orgullosos de mis obras literarias, aunque tanto el

contenido como el estilo todavía podían mejorar. Nuestra familia desde siempre tuvo apego por cualquier tipo de creatividad, así que, en ese sentido, en mi casa nunca me pusieron límites.

Pintaba, hacía música, cantaba, diseñaba y cosía mi propia colección de moda, jugaba con animales de peluche, muñecas, barbies y piezas de lego durante todo el día. Devoraba libros de todos los géneros, día y noche. Eran pocas las veces en las que tenía necesidad de estar con otros niños, a menudo estando sola era cómo mejor me sentía. Me gustaba ir con mi familia al teatro, a conciertos, exposiciones y ferias, y hacíamos visitas turísticas por varias ciudades. Así, las facetas creativas y las posibilidades que me ofreció la vida en mi infancia eran múltiples y diversas como un ramo de flores de estío. Y para mí no había duda de que eso era también así en todas las familias.

Cuando empezaron los planes de construcción de nuestra casa todavía no había habido alguna señal que anunciara mi venida y mis padres a menudo manifestaron la idea de que se me ocurrió ponerme en camino a la Tierra cuando ya habían comprado el solar y habían comenzado las obras.

Así que el plano existente se rehízo sin más y yo pude instalarme en una habitación con papel pintado de florecitas, muebles de un naranja estridente y un montón de juguetes, que originariamente había sido concebida para ser un despacho.

Mi padre había crecido en una familia fervorosamente católica, así que era natural que nos transmitiera a todos, tanto a mi madre como a nosotros las niñas, una estrecha relación con la fe y la Iglesia, lo que, especialmente en mi juventud, me dio una base inquebrantable en la que sustentar mi vida.

En aquella época tuvimos la suerte de vernos integrados en una comunidad católica muy viva, y durante muchos años participamos activamente y con gran entusiasmo en la variopinta vida de la parroquia local. Yo me hice monaguilla con gran dedicación e hice de la casa de Dios y su entorno un segundo hogar para mí. Algunas semanas, en particular en honor a los festivos religiosos, pasaba allí prácticamente todo mi tiempo libre y no iba a casa apenas más que a dormir.

Nuestro grupo de monaguillos reunía en ese tiempo a unos cuarenta niños entre los nueve y los dieciocho años, lo que ofrecía una base para un auténtico hervidero de intercambio de experiencias de todas las edades, ya que los mayores organizaban los grupos de los menores y los adultos nos asistían solo durante las vacaciones anuales de Pentecostés.

Así que siempre tuve buen apoyo en todas las cuestiones de la vida, ya que, junto al conocimiento sobre Dios y el mundo, estudiábamos con igual empeño la edición semanal de la revista «Bravo», con sus reportajes sobre nuestros ídolos musicales y los consejos del «Equipo del Dr. Sommer».

Me encantaba cada uno de los momentos en la iglesia. Los susurros a media voz, los pasos silenciosos, cuando la comunidad se reunía para el servicio religioso, cuando el órgano iniciaba un par de acordes de prueba y, entre bastidores, en la sacristía había bullicio.

El leve aroma del incienso, que siempre impregnaba el aire, le proporcionaba a ese lugar una atmósfera mística, que siempre me había atraído y que estimulaba altamente mi fantasía.

Así, cada vez me ensimismaba de inmediato en mi propio mundo en cuanto el párroco pronunciaba las primeras palabras de su prédica. Yo hablaba con las estatuas, con las figuras de los ángeles y con Jesús en la cruz. Nadie lo sabía, nadie me molestaba en mi ensimismamiento, así que ese diálogo era de lo más normal en mi vida.

No se convirtió en desacostumbrado hasta que un día, de pronto recibí una respuesta…

Mayo: «El hilo enredado»

Mientras tanto había llegado a la siguiente conclusión en lo que respecta a nuestra fracasada relación:

Debería dejar de esperar una señal tuya. Y es que la esperanza es engañosa y encadena. A pesar de ello no pude resistir la tentación y volví a tomar el móvil:

«No te exijo nada ni tengo expectativas, no tengo derecho a ello en absoluto».

Así te lo escribí, con generosidad. Por supuesto mis palabras no correspondían a la verdad, era más que consciente de ello, pero como fórmula para decírtelo a ti me sonaba mucho mejor que la propia verdad.

Mi expectativa sigue siendo que retomemos el encuentro de nuestras almas. El recuerdo de aquel día en que te acercaste a mí por primera vez se me aparece vivamente: nuestra banda se había reunido para instalar nuestros instrumentos musicales y todos los accesorios al concierto del día siguiente. Tu sitio habitual hasta entonces había sido una silla aislada, separada de las demás y fuera del grupo. Cada vez verla me producía un leve pinchazo en el corazón, ya que siempre te rodeaba un aura de haber sido abandonado y una cierta tristeza en la que yo quería penetrar. Adoraba verte reír. Aquella tarde, sin embargo, algo era diferente.

Estabas alegre y relajado como pocas veces. Colocaste nuestras dos sillas una junto a la otra. Yo lo comenté con una sonrisa, me alegré de tu gesto, de que evidentemente quisieras estar cerca de mí y comenté con guiño: «¡Qué juntitos vamos a estar mañana tú y yo!«

Me sonreíste y me rodeaste con una mirada tan cariñosa y cálida que los latidos de mi corazón se detuvieron por un instante. En ese momento nos tocamos por dentro, con suavidad, sinceramente, por una milésima de segundo salimos al descubierto.

Nuestras almas se encontraron en los ojos del otro. Momentos como ese no se olvidan nunca.

Con melancolía volví a la realidad.

Ahora ya hemos sido descubiertos y tú tienes problemas con tu mujer. Yo había confiado en que nuestra relación fuera platónica en cualquier caso, puesto que a primera vista me mandabas todas las señales que me hacían sentirme a salvo. Nunca ocultaste tu vida, yo tampoco, marido, hijos, hogar, trabajo. Puro idilio. Me dejé llevar, me abrí a ti con mi corazón y mi alma, creyendo ingenuamente que sería posible una buena amistad entre nosotros. Pero nuestra cercanía llegó demasiado lejos y nuestras parejas empezaron a desconfiar. A la larga no podía salir bien.

A pesar de los hechos irrefutables, no dejo de preguntarme si realmente es el final. Ahora ya he cortado nuestra conversación. Me he salido de los grupos de WhatsApp que teníamos en común y ya no te escribo directamente. Hasta ahí llegan las precauciones actuales.

¿Qué saldrá de ello? Ya veré…

Tres

Con doce o trece años mi vínculo interior con mis guías espirituales, en especial con Jesús, ya era tan marcado y manifiesto que se empezaban a notar los efectos en distintos lugares de mi mundo exterior, primero de manera aislada, pero después tan claramente que yo misma me sorprendía y tenía que volver a pensar si lo vivido realmente había sucedido.

El primer acontecimiento que recuerdo sucedió –no podía ser de otra manera– en una iglesia que visitamos durante una de nuestras numerosas excursiones de monaguillos:

Iba recorriendo los viejos bancos de madera en silencio reverente. Las sombras de las figuras bañadas de oro iban pasando por las paredes al ritmo de mis pasos mientras yo las contemplaba con detenimiento. A los demás niños del grupo solo los oía de lejos, iban charlando y riendo, pero yo buscaba escaparme, ir por mi propio camino. Los pies me llevaban por sí solos a mi destino. Como siempre me veía atraída hacia allí de manera misteriosa. Por encima del altar de piedra pendía una cruz de madera con la figura de

Jesús sacrificado. Por un momento vi ante mis ojos la ambigüedad de esa imagen: ¿La cruz lleva a Jesús o es Jesús el que lleva la cruz por todos nosotros?

Sentí cómo la unión entre él y yo cada vez se iba haciendo más intensa, un rayo de sol entraba por la estrecha y alargada ventana y me rodeaba con toda su calidez. Había llegado. Me quedé bajo la cruz y saludé a la figura, a mi redentor. Como siempre, mi corazón se encogió al verle allí, marcado por el sufrimiento y el dolor, un dolor que no era el suyo y que soportaba con tanta paciencia y abnegación. Observé su delgado rostro, los párpados cerrados estaban rodeados de arrugas. Como por propia voluntad mis dedos se entrelazaron y me puse a escuchar la oración que se iba gestando en mi interior. Me invadió una profunda paz y disfruté de la sensación de seguridad que me embargaba.

Cuando volví a levantar la cabeza para contemplarlo y exponerle mis preocupaciones y deseos como solía hacer, me devolvió la mirada con los ojos abiertos, con una bondad y un amor infinitos me miraba directa y firmemente, acompañando la mirada por una sonrisa cómplice.

Se me cortó la respiración.

No sé si podré hacer comprender a algún ser humano el increíble horror que se apoderó de mí en ese momento. Salí huyendo de la casa de Dios como un rayo, salí al aire fresco, pero su mirada y su sonrisa me persiguieron durante días. A partir de ese momento tuve claro lo que de verdad significaba la expresión «conmovido hasta la médula».

Unos diez años más tarde, durante mis estudios de arte y fotografía, volvió a aumentar la intensidad y la frecuencia de tales sucesos de manera repentina. En mi entorno de en ese tiempo siempre estaba rodeada por el espíritu creativo de mis compañeros de estudios, y para todos nosotros era completamente normal intercambiar todas nuestras ideas sin ser juzgados negativamente o ser tildados de «raros», continuando así, con toda naturalidad, lo que hasta entonces había sido lo normal en mi vida, es decir, la consideración de que el mundo es un maravilloso terreno de juego, abierto a todo tipo de ideas.

Por entonces mis sueños nocturnos empezaron a cambiar. También de esto me di cuenta primero solo por pequeñas sincronicidades «casuales» que me sorprendían. Cosas que había visto antes en mis sueños se hacían realidad poco tiempo después. Y un día me pusieron a prueba:

En el sueño me encontraba delante de la puerta de la residencia de estudiantes dónde vivía y me ponía en camino para participar a la primera clase del día. Iba andando por la calle, el aire ya olía a otoño y algunos jirones de niebla pendían sobre las zonas verdes del vecino matadero.

Aceleré el paso involuntariamente al oír los berridos de las vacas tras los altos muros, mientras iniciaban su último camino y seguramente ya intuían la muerte que les sobrevendría en apenas unos instantes.

Hice un esfuerzo por apartar de mi mente ese pensamiento. Ya casi llegaba tarde a la primera clase, por lo que decidí, sin vacilar, tomar el pequeño sendero prohibido que serpentea a través de la verde selva de la fábrica de hilados en desuso hasta llegara a la salida de emergencia, situada en la parte trasera del edificio de la universidad.