Amante de otro - Carole Mortimer - E-Book
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Amante de otro E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Después de haberla perdido una vez, ahora la quería como regalo de Navidad Nada más conocer a Molly Barton, Gideon Webber supo que la deseaba con todas sus fuerzas... pero sus esperanzas se esfumaron al llegar a la conclusión de que era la amante de otro hombre... Tres años después, un encuentro fortuito volvió a reunirlos y esa vez Gideon no estaba dispuesto a renunciar a lo que aún deseaba... Según aumentaba la tensión, Gideon decidió que sólo tenía una opción: ¡convertirla en su esposa!

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

AMANTE DE OTRO, Nº 1638 - junio 2012

Título original: Claiming His Christmas Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0141-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Ya sé que es un bautizo, pero ¿no es un poco temprano para mojarle la cabeza al bebé?

Molly se quedó helada mientras se llevaba la copa de champán a los labios. El vino espumoso, sin embargo, no se heló y se deslizó por el costado de la copa hasta empaparle la manga de la chaqueta.

–También para ti... –añadió la voz con tono burlón.

Molly levantó la vista con indignación y la dirigió hacia el hombre que la miraba desde la puerta con unos ojos de color azul oscuro como el mar.

¡Gideon Webber!

Ella cerró los ojos un segundo. ¡Sólo podía ser él! Él había sido el motivo principal para escabullirse y tomarse esa copa de champán a escondidas, sabiendo que iba a necesitar de todas sus fuerzas para encontrarse con él cara a cara.

Sin embargo, había esperado verlo más tarde. Él tenía el mismo gesto desdeñoso y arrogante que la última vez que lo vio. La última y la primera.

Seguía siendo tan demoledoramente atractivo como hacía tres años. Su pelo era de un rubio dorado, sus ojos azul cobalto, su nariz larga y altanera sobre una boca delicadamente cincelada y la barbilla cuadrada y firme. La última vez que lo vio llevaba vaqueros y una camiseta, pero ese día resultaba más atractivo con un traje oscuro y una camisa blanca que resaltaban un bronceado que sin duda había conseguido en alguna selecta estación de esquí.

–¿Qué insinúas con eso? –replicó ella mientras dejaba la copa en una mesa.

Molly buscó un pañuelo de papel en el bolso. Los había metido porque no quería ponerse a estornudar en el bautizo de su sobrino.

Gideon Webber se encogió de hombros, sin dejar de sonreír con cierto desdén.

–Al parecer, se podría decir que te encanta... tomar una copa de vez en cuando...

–¡No, no se podría decir esa tontería!

Molly se guardó el innecesario pañuelo. Tenía la manga chorreando y sólo esperaba que no dejara mancha en su carísimo traje.

–Sólo nos hemos visto dos veces y las dos tenías una copa en la mano –insistió él.

–La otra vez era un vaso de Alka Seltzer –se defendió ella con una mirada agresiva.

–Efectivamente –concedió él con un tono más burlón todavía–, me acuerdo de que comentamos que seguramente habrías hecho mejor en beber otra copa de lo que te había llevado a aquel estado.

Molly tomó aire al comprobar que él no tenía intención de disimular el tono insultante.

Llevaba aterrada desde que Crystal le había dicho quiénes iban a ser los padrinos de Peter. Sin embargo, también había acabado por convencerse de que Gideon Webber tendría la delicadeza de no mencionar su último e inolvidable encuentro. Evidentemente, se había equivocado sobre aquel... En otras circunstancias, lo habría considerado muy atractivo. Era impresionante, de eso no cabía duda, pero también era de las pocas personas que la habían visto tan perjudicada por el alcohol.

–Fue una situación excepcional –aseguró ella dispuesta a controlar la conversación.

–¿Hoy también lo es? –preguntó él con las cejas arqueadas.

–¡Por favor! Como mucho, he dado dos sorbos de champán –Molly levantó la copa para dar otro sorbo–. Tres con éste.

–Si tú lo dices...

Molly notó que se sonrojaba ante el evidente escepticismo de él. Él hacía que pareciera una alcohólica que se escondía para beber... Aunque, ¿acaso no era eso lo que estaba haciendo?

–Lo digo –afirmó ella con un suspiro–. Sólo estaba... –Molly decidió no dar más explicaciones–. ¿No tendríamos que ir a la iglesia?

–Crystal me ha pedido que te buscara por ese motivo –confirmó él irónicamente.

¿Crystal? Naturalmente, ella no sabía cuánto la aterraba volver a verlo. Molly volvió a dejar la copa en la mesa.

–Estoy preparada.

Él asintió burlonamente con la cabeza y abrió la puerta.

–Las señoras primero.

Molly levantó la cabeza consciente de que él no le quitaría la vista de encima y consciente de lo que él vería: una pelirroja bajita con ojos marrones, que normalmente eran vivarachos, y que ese día llevaba un traje de chaqueta y unos zapatos de tacón, algo incómodos, que realzaban sus piernas.

–Otra cosa... –susurró Gideon mientras ella pasaba junto a él.

–¿Sí...? –lo miró con ojos cautelosos.

Él esbozó una sonrisa sin rastro de humor que mostró una dentadura blanca y casi feroz.

–¿No te ha dicho nadie que las pelirrojas no deberían ponerse ciertos tonos de rosa?

Fue un comentario tan inesperado e insultante, que ella se quedó boquiabierta e incapaz de articular palabra.

A ella le gustó el traje en cuanto lo vio, aunque no estuvo muy segura de que el color rosa pálido fuera el más adecuado para ella. Hasta que la dependienta, que habría querido asegurarse la comisión, la convenció de que estaba guapísima.

Molly se volvió y lo miró echando chispas por los ojos.

–La mayoría de los hombres tendrían la delicadeza de no decirlo.

–La mayoría de los hombres no podría decirte lo que llevabas puesto el día anterior –replicó él con un brillo en los ojos–, por no decir nada de si te sentaba bien o no...

Molly tuvo que reconocer que tenía razón y se acordó cariñosamente de su padrastro. Estaba segura de que él, Matthew, no sabía lo que llevaba su madre si no era algo indecente.

–Yo...

–¡Molly! –gritó Crystal con alivio–. Y Gideon –añadió mientras iba hasta el vestíbulo para agarrar del brazo a Molly–. Creíamos que habíais decidido no ser los padrinos de Peter y os habíais fugado juntos.

Molly dejó escapar un gruñido antes una posibilidad tan improbable, pero no se atrevió a mirar a Gideon para comprobar su reacción. Podía imaginarse la mueca burlona en sus labios. Notó que se le esfumaba la poca confianza que le había dado el champán.

Sin embargo, todavía tenía un bautizo y todo un día por delante. Luego, podría gritar y patalear en la intimidad del cuarto de invitados.

Crystal y ella habían sido amigas desde el colegio, pero tomaron caminos distintos por motivos profesionales. Crys se había convertido en una cocinera muy reputada con un restaurante propio y un programa de cocina en la televisión. Molly, por su parte, se había dirigido hacia la actuación.

Crys se había casado hacía tres años y medio, pero el matrimonio se truncó trágicamente cuando su marido, James, murió de cáncer a los tres meses. Sin embargo, para satisfacción de Molly, Crys se había casado con Sam, su hermanastro, hacía casi dos años y la pareja tenía un hijo de tres meses que se llamaba Peter James. De ahí ese bautizo sólo tres días antes de Navidad.

La única pega era que Sam y Crys habían pedido a Gideon, el hermano mayor de James y ex cuñado de ella, que fuera el padrino de Peter. Lo cual había puesto a Molly en un verdadero aprieto. Ella no tenía buenos recuerdos de su único encuentro con Gideon y estaba segura de que los sentimientos de él hacia ella eran poco cordiales. Sin embargo, cuando Sam y Crys le pidieron que fuera la madrina, tuvo que aceptar, no podía decir que se negaba porque Gideon fuera el padrino... De modo que hizo acopio de todas las armas femeninas que se le ocurrieron para reunir la confianza que necesitaba para enfrentarse a él: peinado nuevo, maquillaje profesional, ropa y zapatos nuevos... incluso una copa de champán furtiva. Sin embargo, no había tenido en cuenta que Gideon, como su hermano menor, era decorador y captaría al instante que llevaba un tono de rosa que no combinaba con su pelo.

Por lo menos, Crys había aparecido para evitar que él siguiera insultándola.

Súbitamente, Molly se encontró metida en un coche con su padrastro camino de la iglesia. Su madre y el segundo padrino habían preferido ir con Gideon en el Jaguar verde de éste y Sam y Crys iban por su cuenta con Peter James.

Merlín, el perrazo de Sam y guardián de Peter James desde que llegó a la casa desde el hospital donde nació, observó la marcha de la comitiva.

–Matthew, ¿qué se ha puesto hoy mamá? –preguntó Molly.

–¿Qué se ha puesto? –repitió Matthew, que estaba muy concentrado en seguir a Sam.

–Sí, ¿qué se ha puesto? ¿De que color?, por ejemplo

El padrastro de Molly frunció el ceño mientras pensaba la pregunta.

–Bueno –respondió dubitativamente–, es algo azul. A lo mejor es verde. Un vestido, creo, pero puede ser un traje de chaqueta. En cualquier caso, estoy casi seguro de que es verde o azul –concluyó con un gesto firme de la cabeza.

Molly ya había visto a su madre hacía una hora y sabía que llevaba un vestido con una chaqueta larga de un precioso tono turquesa. Algo que para la mayoría de los hombres podría ser azul o verde. Lo cual le demostraba que Gideon Webber no era como los demás hombres. Molly ya lo sabía y suspiró mientras miraba el paisaje de Yorkshire.

Deseaba con toda su alma que el día hubiera terminado. Entonces, podría seguir disfrutando de la Navidad con Crys, Sam y el pequeño Peter James. Sus padres se iban el día siguiente de crucero a algún sitio más cálido que Inglaterra y por ese motivo celebraban el bautizo entonces.

Al fin y al cabo, se dijo Molly, sólo era un día. En realidad, unas horas. Sin embargo, esas horas en compañía del desagradable Gideon podrían ser eternas si seguía empeñado en insultarla.

–¿Una copa de champán?

Molly se volvió con el ceño fruncido, pero se tranquilizó al ver a David Strong, un actor que protagonizaba una serie de televisión que había escrito Sam. David era el otro padrino de Peter. Era alto, moreno, con un atractivo rudo y de cuarenta y pocos años. David había aportado un atractivo especial a la serie, pero había enviudado hacía unos meses, su mujer murió en un accidente de coche, y su dolor se notaba en su mirada y en las arrugas que tenía junto a la boca.

–Gracias –Molly aceptó la copa.

Ya conocía a David de otras fiestas y se encontraba muy cómoda en su compañía, pero no pudo evitar echar una ojeada furtiva por toda la habitación para comprobar si Gideon había presenciado cómo aceptaba la copa. Efectivamente, él, al otro lado del salón abarrotado de gente, levantó un vaso con lo que parecía ser agua con gas. Molly apartó la mirada de aquellos ojos cargados de sarcasmo. ¿Quién se había creído que era? ¿Un encargado de velar por el consumo de alcohol o sólo por el que consumía a ella?

Volvió a desear que hubiera sido cualquier otro el que se la encontró en aquel estado esa mañana de hacía tres años.

Si bien beber era algo muy normal entre los actores, Molly bebía muy poco y seguramente por eso aquella botella de vino de hacía tres años estuvo a punto de tumbarla. Sin embargo, había tenido un buen motivo. Darse cuenta de que estaba enamorada de un hombre casado que no pensaba dejar de estarlo haría que cualquier mujer se diera a la bebida. Además, sólo había sido una miserable botella de vino blanco y no la caja entera, como parecía insinuar Gideon Webber.

Molly decidió que tenía que dominarse y se centró en David Strong. Al fin y al cabo, era casi tan guapo cono Gideon y mucho más simpático.

–Me alegro de volver a verte, David.

–Lo mismo digo –David sonrió–. Aunque tengo entendido que vamos a vernos mucho más en el futuro cercano –él arqueó las cejas.

Evidentemente, alguien se lo había contado. Seguramente, Sam, como cortesía al protagonista de su triunfadora serie. Aunque quizá se hubiera filtrado de alguna manera...

–¿Te importa? –le preguntó ella con una sonrisa vacilante.

–En absoluto –contestó él con la sonrisa que le había hecho famoso entre las mujeres–. Creo que ya va siendo hora de que Bailey tenga un amor más permanente en su vida.

Eso no era lo que ella había querido preguntarle. Una cosa era que el guionista de la serie se presentara en el estudio de vez en cuando, como hacía Sam, y otra muy distinta era tener a la hermanastra del guionista metida en la serie. Además, que fuera a ser la novia fija aunque chiflada del personaje principal.

Durante los últimos años, Molly había trabajado sobre todo en obras de teatro en Estados Unidos y estaba decidida a seguir así. Sin embargo, hacía un par de meses, Sam le había mandado el primer guión que había escrito para la nueva serie de Bailey, que iba a empezar a rodarse en Año Nuevo, con un mensaje muy misterioso: «Como me he basado en ti para escribir el personaje de Daisy, sólo tú puedes representarlo. Vuelve. Te necesito». Era suficiente para despertar la curiosidad de cualquiera. Aunque Molly no estaba muy segura después de leer el guión de ese capítulo.

El personaje de Daisy era una detective muy simpática y tremendamente meticulosa, pero conmovedoramente ingenua sobre la naturaleza humana y, sobre todo, propensa a los accidentes, hasta el punto de que los objetos, normalmente cuerpos, parecían lanzarse literalmente en medio de su camino para que ella se cayera. Molly se preguntó en qué se había basado de ella. Era simpática, sí, y quizá un poco excéntrica, pero no creía que las demás características del personaje coincidieran con ella, aunque Sam pensara lo contrario.

Sin embargo, el director del programa se había quedado contento con la audición que Molly hizo hacía un par de semanas y no dudó en ofrecerle un contrato para la próxima serie de Bailey. Ella había creído que esa parte de la información no se habría filtrado, pero, evidentemente, era uno de esos secretos bien guardados que sabía todo el mundo.

–Lo que quería decir era que si te importa que actúe contigo en la serie –corrigió Molly.

–El director me ha dicho que hiciste una audición muy buena –David arqueó las cejas–. ¿Por qué iba a importarme?

–Bueno... Sam es mi hermano y no querría que pensaras o que alguien pensara que eso ha tenido algo que ver para que me dieran el papel –Molly se encogió de hombros.

–Eso se llama nepotismo –explicó una voz impertinente.

Era la voz de Gideon Webber, que no desperdiciaba ninguna ocasión para insultarla.

Molly se preguntó si la madrina podría golpear al padrino el día del bautizo.

–¡Gideon! –le saludó David calurosamente–. Cómo me alegro de volver a verte.

¿Volver a verlo?, se preguntó Molly. ¿Desde cuándo los actores de televisión y los decoradores se trataban?

–Olvídate del nepotismo –siguió David con una sonrisa–. Dicen que es una actriz de los pies a la cabeza.

–Creo que vamos a poder comprobarlo con nuestros propios ojos –replicó Gideon con ironía.

David soltó una carcajada y Molly se sintió indignada. Sabía que no era una broma. Lo miró con los ojos entrecerrados y ligeramente ruborizada.

–¿Cómo sabes que tiene que quitarse la ropa en el cuarto capítulo? –preguntó David.

–Ha sido una casualidad –Gideon no dejó de mirarla.

Molly no podía asimilar lo que había dicho David. ¿Tenía que desnudarse? Acababa de volver de Estados Unidos y no había podido leer los guiones de todos los capítulos porque había estado muy ocupada instalándose en el apartamento. Le gustaba su cuerpo y creía que tenía las curvas bien puestas, pero no estaba segura de que quisiera enseñarlo a todo el mundo. Ni siquiera con alguien tan atractivo como David. Además, si hacia caso de la mirada de Gideon, él no creía que su cuerpo pudiera exhibirse en público.

Capítulo 2

Era un imbécil! Su cuerpo no tenía nada de malo. No estaba gorda, sus pechos estaban altos, tenía una cintura estrecha, unas caderas esbeltas y unas piernas bien formadas. ¿Por qué creía que no podía hacer un desnudo?

Molly levantó la barbilla y se volvió hacia David.

–Podría ser divertido –comentó ella fingiendo despreocupación.

Hasta ese momento, nadie le había dicho que tuviera que aparecer desnuda en ningún capítulo y ya había firmado el contrato.

–A mí también me lo parece –David sonrió–. Tengo que decir que el feliz matrimonio de Sam con Crys ha dado vida a la serie.

Eso parecía... Tenía que hablar con Sam aunque sólo fuera para saber si había más sorpresas que no le había contado.

–Están muy contentos, ¿verdad? –susurró Gideon con tristeza mientras miraba a la pareja.

–Claro que sí –contestó Molly con irritación.

Parecía como si Crys no pudiera ser feliz con Sam sólo porque una vez había estado casada con el hermano menor de Gideon. Molly sabía que Crys había querido mucho a James, pero sólo tenía veintinueve años, como ella. No esperaría Gideon que permaneciera fiel a la memoria de su hermano durante el resto de su vida... Si era así, nunca debería haber aceptado ser el padrino de Peter.

–Esperemos que sigan así –espetó Gideon mirándola fijamente.

–¿Por qué no iban a hacerlo? –Molly frunció el ceño.

–Creo que los dos ya han tenido bastante mala suerte en lo que se refiere al amor –intervino pausadamente David.

Molly sabía a qué se refería. La pérdida que había sufrido Crys era suficiente y Sam no había mirado a una mujer, hasta que conoció a Crys, desde que su ex novia lo demandara públicamente hacía doce años.

Sin embargo, David también había sufrido una pérdida recientemente y era muy insensible que Molly y Gideon mantuvieran esa conversación delante de él. Aunque la animadversión entre ellos fuera evidente.

–Tienes razón, David –Molly lo agarró del brazo–. ¿Verdad, Gideon?

–Sí... claro –concedió Gideon desenfadadamente.

Sin embargo, Molly captó un fugaz destello en lo más profundo de aquella mirada que tenía clavada en ella. ¿Qué habría querido decir con el comentario? ¿Y con la mirada? Aquel hombre era demasiado profundo para ella, demasiado enigmático. Notaba que empezaba a dolerle la cabeza.

Molly tomó aire y apartó la mirada de él.

–Si me disculpáis... Quiero ver a mis padres antes de que se vayan.

–No te entretengas por mí –replicó Gideon bruscamente.

Si no quería estar con ella, ¿por qué había ido con ellos y se había metido en la conversación? Se preguntó Molly de mal humor.

–Hasta luego –David se había recuperado y sonrió.

–Hasta luego.

Molly ni siquiera volvió a mirar a Gideon antes de alejarse hacia donde estaban sus padres. Aquel bautizo podría haber sido una maravillosa celebración familiar, pero la presencia de Gideon Webber lo había convertido en una especie de pesadilla. Sin embargo, estaba dispuesta a acabar con esa pesadilla en cuanto pudiera.

–¡Tú!

Molly no podía creérselo cuando a la mañana siguiente se encontró con Gideon Webber en la cocina. Ella había alegado un dolor de cabeza, auténtico, para marcharse de la fiesta del bautizo en cuanto lo hicieron sus padres. Naturalmente, no tenía ni idea de que Gideon también iba a dormir allí.

–Yo –confirmó él con una sonrisa ante el evidente disgusto de ella–. ¿Quieres un café?

Ella habría preferido un brandy para recuperarse de la impresión, pero eso sólo habría confirmado la mala opinión que él tenía de ella.

–Gracias... –consiguió balbucir Molly.

¿Qué hacía él allí?, se preguntó con desesperación. Hacía un sol impropio de diciembre y ella había bajado las escaleras feliz por el día que la esperaba. Hasta ese momento.

–Toma un poco –Gideon le acercó una taza humeante–. ¿Todavía te duele la cabeza? –le preguntó él con tono burlón.

Él era el que le producía dolor de cabeza. Además, efectivamente empezaba a notar una presión detrás de los ojos que no tenía hacía unos minutos.

–No sabía si tomabas azúcar –comentó él mientras ella se sentaba.

Molly dio un sorbo del café y estuvo a punto de devolverlo. No sólo no tenía azúcar, sino que estaba tan fuerte que podía cortarse con un cuchillo.

–Está bien –consiguió decir ella como pudo.

Podía llegar a aceptar que él se hubiera quedado a dormir, pero ¿qué estaba haciendo allí?

–Crys y Sam se han ido con el niño y el perro a dar un paseo por el campo –le explicó él antes de sentarse en la silla que había enfrente de ella.

Molly había bajado bastante tarde y no le sorprendió lo más mínimo que su hermanastro y Crys hubieran salido a dar su paseo matutino con el perro. Lo que le molestaba era tener que estar a solas con un hombre que la despreciaba abiertamente.

–No interrumpas nada por mí –le ofreció ella mientras él bebía tranquilamente su café.

–¿En que estás pensado? –le preguntó él con las cejas arqueadas.

–En desayunar, hacer el equipaje... –Molly se encogió de hombros.

También podía marcharse. Cuanto antes lo hiciera, antes podría relajarse ella.

–No me apetece desayunar –replicó él–, pero tú puedes hacerlo.

–A mí tampoco me apetece.

Sin embargo, ¿por qué no hacía el equipaje? Llevaba unos vaqueros negros y una camisa azul. Eso significaba que tenía que guardar el traje del día anterior.

–Fue una pena que te fueras tan pronto anoche –dijo Gideon arrastrando las palabras.

No creía que la hubiera echado de menos. Seguramente, lo que había echado de menos era alguien con quien dar rienda suelta a su lengua viperina.