Amor completo - Yvonne Lindsay - E-Book
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Amor completo E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

El apasionado encuentro de Año Nuevo que Mia Parker tuvo con un guapo y sexy desconocido fue algo imprudente, increíble… y que nunca volvería a repetirse. ¿Cómo entonces accedió a casarse con él tres años más tarde? Benedict del Castillo se había hospedado en el complejo Parker para escapar de los medios de comunicación y recuperarse de una lesión. No esperaba encontrarse con la chica con la que había pasado una noche de pasión y a la que no había olvidado. Tampoco esperaba retomar la historia donde la habían dejado. Hasta que vio al niño que llamaba a Mia "mamá".

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Dolce Vita Trust.

Todos los derechos reservados.

AMOR COMPLETO, N.º 1810 - septiembre 2011

Título original: For the Sake of the Secret Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-739-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capitulo Uno

Capitulo Dos

Capitulo Tres

Capitulo Cuatro

Capitulo Cinco

Capitulo Seis

Capitulo Siete

Capitulo Ocho

Capitulo Nueve

Capitulo Diez

Capitulo Once

Capitulo Doce

Capitulo Trece

Capitulo Catorce

Epilogo

Promoción

Capítulo Uno

Mientras esperaba en su muelle privado al borde del lago Whakatipu, Mia Parker se alisó el uniforme por enésima vez. Sentía curiosidad por conocer al nuevo huésped del Complejo Parker y además estaba nerviosa. La inquietud que había comenzado en torno a las tres de la mañana había ido creciendo hasta convertirse en un nudo de tensión situado entre sus omóplatos.

–¿Cómo crees que será? –le preguntó su madre, de pie a su lado.

–No lo sé, pero nos paga lo suficiente como para no sorprendernos demasiado –respondió Mia con una sonrisa tensa.

Se dijo a sí misma que su ansiedad estaba completamente infundada. Por lo que le había explicado su amiga, Rina Woodville, Mia sabía que Benedict del Castillo provenía de una familia adinerada y que buscaba un lugar tranquilo para recuperarse de un accidente de coche. A pesar de eso, no podía evitar preguntarse qué tipo de hombres tenía el dinero suficiente para alquilar todo su hotel y el spa durante un mes entero y pagarle una cuantiosa bonificación al mismo tiempo.

Con tanto dinero, ¿por qué ir hasta su oasis privado en uno de los puntos turísticos más bulliciosos de Nueva Zelanda? Los maravillosos complejos y spas europeos estarían mucho más cerca de su isla mediterránea. Y estaban más acostumbrados a proporcionar el tipo de anonimato lujoso que el señor Del Castillo parecía necesitar. ¿Qué habría ocurrido para que el hombre quisiera viajar hasta tan lejos?

–Con un poco de suerte, será alto, moreno y guapo. Y buscará esposa –insistió su madre.

–Mamá, no sabía que estuvieras buscando un marido –bromeó Mia, que sabía bien que su madre aún lloraba la muerte de Reuben Parker tres años atrás.

Para su sorpresa, su madre se sonrojó, pero inmediatamente siguió con su asalto no muy sutil.

–Sabes bien que estoy hablando de ti, jovencita. No creas que puedes cambiar de tema. Ya es hora de que vuelvas al mundo real y dejes de esconderte aquí.

–No me estoy escondiendo, estoy construyendo un negocio. Y este tipo, bueno, es nuestro billete para conseguir la seguridad financiera que tanto necesitamos. Eso es mucho más importante para mí ahora mismo que un romance.

Mia cerró los ojos por un momento y revivió el torrente de alivio y de excitación que había invadido su cuerpo cuando le habían ingresado en la cuenta la primera mitad del pago. Saber que podría pagar los sueldos de sus empleados durante la duración de su estancia y un mes más le había proporcionado una tranquilidad de espíritu que no había experimentado en mucho tiempo. La sensación era adictiva y hacía que fuese fácil justificar el hecho de no haber investigado el pasado de su huésped, diciéndose a sí misma que simplemente estaba respetando su petición de privacidad.

Un sonido en el agua llamó su atención y le hizo abrir los ojos. El barco se aproximaba y, en él, el hombre que sería el centro de atención de los empleados durante los próximos treinta días. Vio las líneas elegantes del barco mientras atravesaba el lago y se alegró de haber ignorado el consejo del director del banco de vender el barco tras la muerte de su padre, después de que se revelara el verdadero estado económico de la familia.

En momentos como ése, el barco era un vínculo vital e impresionante con el mundo exterior. Una prueba de que, a pesar de la decisión de Reuben Parker de quitarse la vida antes que hacer frente a sus deudores, los Parker sobrevivirían.

El barco estaba cada vez más cerca y Mia podía ver tres figuras de pie en la cubierta. Una de las figuras era Don, el capitán del barco y manitas del Complejo Parker. Los otros debían de ser el huésped y su entrenador personal, pues ya podía ver al padre de Don, de setenta y un años, de pie en la cubierta y preparado para lanzar las cuerdas de amarre.

–Todo está perfecto, ¿verdad? –le preguntó a su madre, invadida de pronto por el miedo a haber olvidado algo.

–Mia, relájate. Sabes que lo hemos hecho todo. El señor Del Castillo se alojará en la mejor suite, el alojamiento de su entrenador también está preparado, en la cocina tenemos la comida y la bebida que el señor Del Castillo prefiere, el coche y el chófer en Queenstown están a su disposición constantemente y tú misma has organizado sus visitas al spa como si de una práctica militar se tratase. Deja de preocuparte tanto. Además, en el caso improbable de que nos hayamos olvidado de algo, podremos arreglarlo sin mayor problema, estoy segura.

–Es cierto. Estaremos bien –dijo Mia, más para sí misma que para su madre.

Dio un paso al frente, agarró la cuerda que le lanzaron desde el barco y la ató al muelle mientras el padre de Don saltaba a tierra para hacer lo mismo con la parte trasera de la embarcación.

Tan pronto como el barco estuvo amarrado y la pasarela colocada hasta el muelle, dibujó una sonrisa en su cara. El primero en desembarcar fue un hombre rubio y delgado, vestido informalmente con unos vaqueros y una chaqueta ligera para protegerse del frío aire invernal. Supuso que sería el entrenador personal.

–Hola –dijo él estrechándole la mano con entusiasmo–. Soy Andre Silvain, encantado de conocerla.

Francés, a juzgar por su acento.

–Bienvenido al Complejo Parker, señor Silvain. Creo que encontrará todo el equipamiento que dijo que necesitaría para la duración de su estancia. Ésta es mi madre, Elsa Parker. Es el ama de llaves.

–Llámeme Andre –contestó él con una sonrisa, y miró a su alrededor–. Este lugar es increíble. Creo que Ben y yo conseguiremos grandes progresos aquí.

Su entusiasmo resultaba casi abrumador y Mia sintió que las mejillas comenzaban a dolerle al darse la vuelta para ver al hombre alto y moreno que cojeaba por la pasarela. Vestido de negro y obviamente sorprendido por el contraste de temperatura entre su isla natal, Sagrado, y un invierno neocelandés, caminaba lentamente con una mano apoyada en la barandilla.

Aunque no podía verle la cara, había algo que le resultaba familiar en él, pensó mientras veía cómo el viento agitaba la bufanda de seda que llevaba alrededor del cuello y de la mandíbula. El tejido se deslizó y dejó ver una barba incipiente y una palidez en la piel a años luz del verano mediterráneo del que sabía que venía. El viento agitó su melena negra y le despejó la frente. La sensación de familiaridad aumentó cuando él levantó la cabeza y la miró con unos ojos marrones como el chocolate.

El nudo de tensión en su espalda se intensificó y le produjo un vuelco en el corazón cuando la peor decisión que había tomado jamás entró de nuevo en su vida.

Benedict del Castillo se estremeció al ver a la joven que estaba de pie en el muelle. La reconoció al instante y algo inesperado, ardiente y feroz, recorrió sus venas.

Hacía más de tres años y medio, en la fiesta de fin de semana donde se habían conocido, él la había conocido sólo como «M». Pero a pesar de ese anonimato virtual, conocía su cuerpo con una profundidad que había compartido con muy pocas. ¿Qué probabilidades había de que estuviera allí?

Ben la miró de la cabeza a los pies y se fijó en su uniforme. La chaqueta y los pantalones estaban diseñados para ocultar más que para revelar, si no le fallaba la memoria, unos atributos que bien merecía la pena revelar.

–Bienvenido al Complejo Parker, señor Del Castillo. Soy Mia Parker. Espero que esté cómodo aquí.

–Cuánta formalidad, M.

Vio el miedo en sus ojos inmediatamente. La reacción le intrigó. Podía entender la frialdad. Tenían un acuerdo de negocios durante un mes entero; no era de extrañar que deseara actuar con profesionalidad. ¿Pero miedo? ¿De qué tenía miedo?

Le tomó la mano y se la llevó a los labios para besarle los nudillos. Sintió el temblor en su cuerpo al tocarla y sonrió cuando le soltó la mano. Ella apartó el brazo inmediatamente y se frotó los nudillos contra aquellos horribles pantalones.

–Creo que encontrará todo a su satisfacción. Mis empleados han trabajado duro para asegurarse de que sus peticiones específicas estén cubiertas.

–¿Y tú, querida? ¿Piensas cubrir mis… –hizo una pausa para crear efecto, incapaz de resistirse a tomarle el pelo– peticiones específicas?

–Obviamente –contestó ella con voz temblorosa–, trabajaré conjuntamente con su entrenador para asegurarme de que su recuperación sea todo lo rápida posible.

Su recuperación. Se sintió asqueado. El recuerdo del accidente de coche lo enfurecía, sobre todo porque iba acompañado del hecho de que eran su estupidez y su propio desafío al destino los que se habían vuelto contra él. Aún le costaba asumirlo. Se tragó los sentimientos que lo atormentaban desde el accidente y se fijó en la evidente incomodidad de M. Un hombre debía encontrar sus distracciones donde pudiera, y en aquel momento Mia Parker parecía muy guapa.

–Obviamente –respondió finalmente–. ¿Y quién es esta señora tan encantadora?

–Oh, lo siento –Mia se sonrojó avergonzada–. Ésta es mi madre, Elsa Parker. Juntas llevamos el Complejo Parker.

–Encantada de conocerle, señor Del Castillo, aunque tendrá que disculpar a mi hija por subestimarse. Ella es la responsable de casi todo lo que hay aquí.

–¿Es eso cierto? –preguntó Ben, le tomó la mano a Elsa y le dedicó el mismo tipo de gentileza anticuada que acababa de mostrarle a su hija.

Mia señaló uno de los dos carritos de golf aparcados junto al muelle.

–Si quiere sentarse, Don les llevará a Andre y a usted al edificio principal. Mi madre y yo les seguiremos con el equipaje.

No iba a librarse de él tan fácilmente.

–De hecho, no está muy lejos, ¿verdad? Después de tantas horas de vuelo, creo que prefiero caminar. Tú puedes irte, Andre –le dijo a su entrenador–. La señorita Parker puede acompañarme al hotel.

–¿Y qué pasa con tus muletas, Ben? Creo que te las has dejado en el barco –dijo Andre.

–Pueden quedarse allí. Cuanto antes aprenda a vivir sin ellas, mejor, por lo que a mí respecta.

–Lo que tú digas, mon ami. Creo que estarías más cómodo con ellas por ahora, pero, dado que sólo hace dos semanas que saliste del hospital, insisto en que al menos uses un bastón. Tengo uno plegable aquí, en mi maleta, justo para eso.

Ben puso cara de fastidio cuando Andre le entregó el bastón. Estaba cansado de que lo cuidaran y lo mimaran. Ir allí era su oportunidad para recuperar la fuerza en privado, sin ojos fisgones ni conjeturas de los medios de comunicación sobre sus posibles lesiones a largo plazo. Su familia tenía demasiado dinero y era suficientemente famosa como para haber mantenido su recuperación en secreto si se hubiera quedado en el Mediterráneo, pero allí, al otro lado del mundo, por fin podría tener el aislamiento que necesitaba. El aislamiento que su contrato con el Complejo Parker le había garantizado.

Ya era hora de que su cuerpo recalcitrante recuperase el nivel de forma física al que estaba acostumbrado para poder regresar a sus actividades habituales; a todas sus actividades habituales. Le dirigió una mirada de soslayo a su acompañante reticente y sintió la anticipación recorriendo su cuerpo. Supo entonces por dónde pensaba empezar.

Él había cambiado, pensaba Mia mientras ajustaba su paso para caminar despacio hacia el hotel. Lejos había quedado el hombre afable y seguro de sí mismo que la había dejado sin aliento y la había llevado a su cama el verano antes de que todo su mundo se volviese del revés. Desde luego, seguía siendo seguro de sí mismo, pero había cierta impertinencia en él. Había algo más bajo la superficie de su encanto que no había estado allí antes, y ella recordaba ese «antes» con todo su esplendor.

Aún le vibraba la mano donde la había besado. ¿Por qué no podía haberse conformado con un apretón de manos como los demás? Pero entonces no sería Benedict del Castillo, respondió su alter ego en silencio. No sería el hombre al que había conocido en una fiesta de Nochevieja en un viñedo del valle de Gibbston. El hombre que había llamado su atención al instante y que la había mantenido durante las horas que habían pasado juntos a lo largo de un día glorioso y de dos noches más gloriosas aún, antes de que él tuviese que regresar a su casa.

Un hombre que aún hacía que se le calentase la sangre. No podía permitirse que la afectase de ese modo. Era un huésped en el complejo y debía verlo como tal.

De pronto se le ocurrió una cosa. ¿Cómo diablos iba a arreglárselas cuando llegase la hora de sus sesiones en el spa? Les había dado a sus otros masajistas vacaciones durante la estancia de Del Castillo, pues pensaba hacerse cargo de las sesiones ella misma. Era masajista diplomada y había pensado que encargarse personalmente del tratamiento del señor Del Castillo demostraría su compromiso de mantener su privacidad y comodidad. Pero ahora no podía evitar preguntarse dónde se había metido.

Tocarlo, acariciarlo, dejar que sus manos se reencontraran con su cuerpo. Y qué cuerpo. No le costaba trabajo recordar la textura de su pecho, la manera en que sus pezones marrones se endurecían bajo su lengua. Su sabor.

Ella no era la misma chica que era cuando compartió su cama. Tenía una nueva vida, nuevas responsabilidades. En los últimos tres años había perdido su dinero, había perdido a su padre… y había ganado un hijo. Jasper, tenía que pensar en Jasper. Recordarse a sí misma por qué trabajaba tan duro para hacer que el complejo fuera un éxito.

Pero incluso mientras lo hacía, los recuerdos de aquel encuentro lejano se filtraban por su mente. No le había hecho falta más que verlo para sentir aquella excitación y anticipación de nuevo.

«No vayas por ahí», se dijo a sí misma. Lo que habían compartido quedaba en el pasado. Muy en el pasado. Ella ya no era esa mujer. Era madre, hija, jefa; no la chica alocada que siempre había tenido más dinero para gastar que sentido común para darse cuenta de lo afortunada que era.

Mia comenzó a recitar en silencio un número en su cabeza. La cantidad exacta de dinero que le debía al banco. Pasarían años hasta que pudiera decir que tenía solvencia económica. El acuerdo con Benedict del Castillo, que iba a pagar las tarifas del hotel durante un mes, más un treinta por ciento si cubrían sus necesidades, sería un paso importante en su camino hacia la seguridad económica. No podía permitirse hacer nada que pusiera en peligro ese acuerdo.

¿Pero y si él deseaba seguir donde lo habían dejado? Simplemente no podía permitirse disgustarlo o rechazarlo, y no le sorprendería que quisiera repetir la pasión y la intensidad que habían compartido durante su último encuentro. Incluso tenía que admitir que a ella la idea le resultaba excitante. Hacía mucho tiempo que no tenía una aventura.

No, se dijo a sí misma para librarse de la idea antes de que pudiera florecer y aferrarse a su cabeza. Por tentador que resultara, no era parte de la imagen profesional que mantenía.

Además había en juego algo más que su imagen profesional.

Jasper.

Pensar en su hijo, al que le quedaban tres meses para cumplir tres años, hacía que se diese cuenta de que los sacrificios que había hecho y las decisiones que había tomado eran por una buena causa. Cuidar de él tenía que ser su prioridad. Jasper era algo que había hecho ella sola y que había hecho bien, por primera vez en su vida. Haría cualquier cosa por protegerlo. Cualquier cosa.

Fijó la mirada en el edificio que tenía enfrente e intentó ignorar al hombre que caminaba lentamente a su lado. El hombre que podría darle o quitarle la seguridad.

El hombre que no tenía ni idea de que era el padre de su hijo.

Capítulo Dos

–El baño del spa está por ahí y, si prefiere una ducha, encontrará que tiene múltiples chorros ajustables y un banco construido en la pared.

Un banco.

Benedict cerró los ojos brevemente y se abstuvo de hacer el comentario que se había convertido en su respuesta habitual cuando alguien daba por hecho que estaba enfermo. Que necesitaría sentarse en la ducha.

Se recordó a sí mismo que ella sólo estaba exaltando las características de su establecimiento. No era una de las múltiples exnovias que se habían presentado en su casa para «cuidarlo» nada más salir del hospital; y vender su historia al tabloide que mejor lo pagase.

Finalmente había buscado refugio en el castillo donde su familia había vivido durante trescientos años. Había sido bien recibido por su abuelo y su hermano mayor, y cuidado por la esposa de su hermano, pero incluso allí la preocupación de su familia y de sus criados se había vuelto asfixiante.

Era un superviviente, maldita sea. Durante todas esas horas que había pasado atrapado entre los amasijos de su coche, había luchado contra la oscuridad de la inconsciencia con ese pensamiento. No importaba lo mucho que le doliese, sabía que sobreviviría; tenía que hacerlo. No había pactos con el diablo para él. En vez de eso, la experiencia le había dado una nueva perspectiva de las cosas. La certeza de que la vida era en efecto algo preciado que no había que dar por hecho; que no había que malgastar el tiempo, porque nadie sabía cuánto quedaba. En la profundidad oscura de aquella noche, también se había dado cuenta de la importancia de su familia, y de que las promesas hechas a la familia habían de cumplirse. Su vida como la conocía había terminado en aquel instante. No volvería a dar por hecho su estilo de vida despreocupado y privilegiado.

Abrió los ojos y contempló la enorme ventana que daba a los jardines del complejo, donde podía verse el sendero que conducía a la orilla del lago. Una nube alargada y gris serpenteaba por entre las montañas que bordeaban Whakatipu. Una mancha en una escena perfecta. El ejemplo perfecto de su vida.

Manchada. Defectuosa.

El resentimiento, su amigo constante desde que los médicos le dijeran que, incluso con la mejor microcirugía disponible, las lesiones le habían dejado estéril, le dejaba un sabor amargo en la boca.

Apartó la vista del paisaje, del recuerdo de que, a pesar de las apariencias, ya no era como los demás hombres. Que no podría darle un heredero a su familia y que, por tanto, no podría romper de una vez por todas la maldición de la vieja institutriz.

El mito había obsesionado a su familia durante años, pero ni Ben ni sus hermanos se lo habían tomado en serio; hasta que su abuelo había caído enfermo. Si el abuelo creía que esa vieja maldición exigía que los tres hermanos se casasen y tuviesen hijos, entonces eso sería lo que harían. O al menos eso era lo que los otros habían hecho.

Su hermano mayor, Alex, estaba felizmente casado y sin duda anunciaría en breve la llegada de un heredero. Incluso Reynald, el hermano mediano, estaba prometido y adoraba a su futura esposa. Su abuelo, la razón por la que habían hecho aquel pacto y sus dos hermanos se habían apresurado a tener relaciones para calmar los miedos del anciano, estaba empezando a relajarse.

Sin embargo, no se había relajado lo suficiente. Las palabras que le había dicho a Ben antes de abandonar Isla Sagrado aún resonaban en su cabeza.

«Ahora depende de ti, Benedict. Eres el último. Sin ti, la maldición no se romperá y la familia Del Castillo dejará de existir».

«Gracias por no meter presión, abuelo», pensó Ben mientras Mia le mostraba cómo funcionaban los aparatos tecnológicos de la habitación. Aunque él no creía en la maldición. ¿Qué importancia tenían en el mundo moderno unas palabras lanzadas por la amante despechada de su antepasado?

Pero no importaba lo que él pensase al respecto, había hecho un pacto con sus hermanos para hacer todo lo necesario por que los últimos años de su abuelo fuesen tan felices como fuese posible. Y su propia incapacidad para cumplir su parte del trato le pesaba en el corazón. El anciano se había ocupado de ellos cuando sus padres murieron en un accidente de esquí y los había educado durante los turbulentos años de adolescencia. Se lo debían. Y no importaba lo que pensara Ben, porque el abuelo creía en la maldición con toda su alma.

Y la promesa de Ben, hecha tan sólo cuatro meses atrás, era algo que ya no podría cumplir jamás.

Aquella rabia tan familiar recorrió sus venas. Rabia mezclada con la frustración al pensar que había sido su propia estupidez la que le había colocado en esa posición. Mientras conducía por la carretera de la costa, había sabido que corría un riesgo, pero, como con todo en su vida, había deseado llevarlo al límite. Por desgracia para él, había superado el límite.

–Así que, si eso es todo, le dejaré que se instale. Por favor, no dude en ponerse en contacto con recepción si hay algo que necesite.

Mia estaba junto a la puerta de su suite. Obviamente había terminado de explicárselo todo, y él se había perdido la gran parte.

–¿Cualquier cosa? –preguntó él arqueando una ceja.

–Trabajamos duro para atender las necesidades específicas de nuestros clientes, señor Del Castillo…

–Llámame Ben –la interrumpió él–. Después de todo, no hace falta ser formal, ¿verdad?

Se acercó a ella y le acarició la mandíbula con un nudillo. Ella apartó la cabeza inmediatamente, pero no antes de que Ben sintiera el cosquilleo eléctrico que subía por su brazo. Oh, sí; Mia Parker era justo lo que necesitaba para ayudar a su recuperación.

–Eso no sería apropiado, señor Del Castillo. Aunque, si necesita compañía, estoy segura de que podrá satisfacer sus necesidades en la ciudad.

–Querida, no recuerdo que antes te preocupara que tu comportamiento pudiera ser considerado apropiado o no –contestó él.

Vio entonces el brillo de rabia en sus ojos verdes antes de responder:

–Eso era entonces. He cambiado.