Amor maldito - Carole Mortimer - E-Book
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Amor maldito E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Annie se sintió feliz cuando la familia Diamond la contrató para ser la niñera de la pequeña Jessica. Adoraba a su nueva pupila y, después de haberse pasado la vida de un hogar adoptivo a otro, por primera vez formaba parte de una familia. ¡Pero qué complicada resultaba su relación con Rufus Diamond! Rufus era algo más que el jefe de Annie. Tenía el poder de hacerla reír y llorar... ¡y quería hacer el amor con ella! Pero resultaba evidente que no pensaba volver a casarse: la maldición que perseguía a las mujeres Diamond parecía querer incluirla a ella. Annie tenía que sobreponerse y olvidar el amor que sentía por Rufus; después de todo, Jessica era lo más importante.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Carole Mortimer

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor maldito, n.º 1351 - enero 2022

Título original: The Diamond Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-572-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SI ESTÁS PENSANDO en saltar, yo esperaría un par de horas, hasta que suba la marea.

Annie se volvió sobresaltada por el sonido de esa voz masculina desconocida.

En la niebla vislumbró una figura oscura, alta y amenazadora.

—Por el momento —continuó la voz profunda—, lo más probable es que te metas hasta los tobillos en barro.

Había estado tan inmersa en sus atribulados pensamientos en el extremo del pequeño espigón, que no había oído acercarse al hombre; entonces fue consciente de lo sola que estaba, de que la niebla espesa y remolineante le impediría ser vista desde la casa que se alzaba majestuosamente en la cima del risco. Rara vez un miembro de la familia Diamond usaba esta playa pequeña y privada y, sin duda, ninguno la visitaría a esta hora del día.

A solas con ese desconocido, se dio cuenta de su insensata elección.

—Tampoco creo que a la familia Diamond le gustara mucho que otra persona se suicidara en sus terrenos —prosiguió con dureza la voz ronca.

¿Otro suicidio? ¿Es que alguna vez alguien se había suicidado ahí? ¿Qué…?

¿Acaso imaginaba que había venido para eso? Aunque con la marea baja y la visibilidad casi nula, ciertamente debía resultar extraño verla de pie en ese espigón. Pero suicidarse…

Retrocedió involuntariamente cuando el hombre avanzó hacia ella, sólo para encontrarse con la barandilla y sin ningún lugar a donde ir, salvo el barro.

Abrió los ojos con expresión asustada cuando la niebla pareció abrirse para permitir que él apareciera delante de ella; era el compendio de todos los héroes de ficción.

Jadeó al mismo tiempo que ese pensamiento ridículo se le pasaba por la cabeza. A primera vista, era la personificación del héroe romántico Rochester, tan alto, el pelo largo oscuro y revuelto, el rostro fuerte y poderoso, los ojos negros como el carbón.

Annie sintió un escalofrío. No supo si fue por ese extraño irresistible o por la humedad de la niebla que la calaba hasta los huesos a través de la cazadora ligera y los vaqueros.

—¿Te ha comido la lengua el gato? —la desafió con una ceja enarcada.

De cerca, pudo ver que sus ojos no eran negros, sino de un azul profundo, y los rasgos marcados, como tallados en granito.

Él ladeó la cabeza con expresión especuladora, el cabello negro casi rozándole los hombros, al parecer inmune a la humedad del clima con su chaqueta oscura, la camisa azul y los vaqueros descoloridos.

—«Se perseguirá a los intrusos» —citó con voz seca el letrero que prohibía el acceso a esa playa aislada.

Tragó saliva y se humedeció los labios al darse cuenta de lo seca que tenía la boca. Pero el único modo de salir del espigón era pasar junto a él, y al ser de complexión ligera, apenas sobrepasaba el metro y medio, pensó que las posibilidades de conseguirlo eran escasas.

Lectora ávida, intentó imaginar qué haría en esas circunstancias una heroína de ficción. Seguirle la corriente. Luego, esperar a que bajara la guardia y salir corriendo. En cuanto hubiera desaparecido en la espesa niebla, le costaría encontrarla de nuevo.

Intentó esbozar una sonrisa conciliadora.

—Si se marcha ahora, la familia Diamond jamás sabrá que estuvo aquí —sugirió con tono ligero, rezando desesperadamente para que no le notara el pánico.

—¿Si me marcho? —abrió los ojos y luego frunció el ceño—. Mi querida joven, no tengo ninguna intención de marcharme.

Annie volvió a tragar saliva; tenía las manos cerradas con fuerza en el bolsillo de la chaqueta.

—De verdad, creo que sería lo mejor para usted. —dijo, intentando que su voz sonara relajada—. Antes de que el señor Diamond baje y descubra que ha entrado sin permiso en sus tierras.

—¿El señor Diamond..? —repitió.

—Anthony Diamond —se apresuró a indicar Annie, sintiendo que al fin podía estar avanzando algo en su esfuerzo por convencerlo para que se marchara.

—¿Está aquí? —preguntó el hombre, mirando en dirección a la casa, ahora oculta por la niebla.

—Oh, sí —asintió con ansiedad—. Toda la familia se halla en la residencia.

—¿De verdad? —musitó con voz áspera, relajando la frente y haciendo un gesto de desprecio con la boca—. Bueno, puedo garantizarte que no existe ninguna posibilidad de que Anthony baje aquí —descartó con ironía—. Odia el mar y todo lo relacionado con él_ más aún desde que sufrió el accidente náutico hace unos años. A menos, desde luego, que los dos hayáis quedado aquí —añadió despacio.

Annie lo miró fijamente, y de momento olvidó el miedo. ¿Qué quería dar a entender con ese comentario? No podía saber nada de Anthony ni de ella.

—¿Habéis quedado? —insistió—. Ni siquiera a Davina se le ocurriría buscarlo aquí; conoce su aversión por el agua —se burló.

Y ese hombre, comprendió Annie cuando mencionó a Davina, la novia de Anthony, sabía demasiado sobre la familia Diamond.

La miraba atentamente, como si registrara cada detalle de su aspecto, su pelo corto y ondulado, que enmarcaba el rostro pícaro, dominado por ojos de un castaño intenso; su nariz pequeña y respingona; su boca ancha y sonriente, cuando no era acosada por un completo desconocido; la barbilla pequeña y afilada; su figura de chico con la cazadora, el body azul y los vaqueros negros ajustados.

—No pareces el tipo de Anthony —soltó al fin con tono insultante—. Pero, a medida que se hace mayor, quizá le resulte más fácil tratar con chicas jóvenes e impresionables.

Bueno, con treinta y seis años no consideraba viejo a Anthony, y ella tampoco era tan joven; con veintidós años ya podría estar casada y con niños.

—Anthony Diamond, como ya ha mencionado, está comprometido —dijo, mirándolo con frialdad. Parte de su miedo empezaba a desvanecerse y era sustituido por furia; no sólo entraba sin permiso en las tierras de los Diamond, sino que insultaba a la familia… bueno, a uno de sus miembros.

—Davina —reconoció el otro—. Estoy convencido de que su compromiso es beneficioso para ambos —prosiguió—, aunque eso no lo ha frenado. Debes de ser nueva en el pueblo —añadió con sorna—. Tenía entendido que Anthony ya había probado a todas las mujeres disponibles de por aquí. A menos, por supuesto, que seas una de las casadas.

Era obvio que ese hombre pensaba que vivía en el pueblo, situado a tres kilómetros. Lo que significaba que él mismo debía ser nuevo, pues de lo contrario sabría que era la niñera de la más joven de la familia. Sólo llevaba dos meses en la casa, pero él parecía saber tanto sobre los Diamond…

—No estoy casada, pero tampoco soy una «mujer disponible» —le dijo con aspereza—. Y le agradecería que dejara de insultar a los miembros de la familia.

—Si no estoy insultando a Anthony —repuso con conocimiento de causa—. Además, él hace que sea fácil insultarlo —añadió severamente, mirando el reloj de oro que llevaba en la muñeca—. Parece que no va a venir, deberíamos marcharnos; te observé durante diez minutos antes de hablarte — informó con voz suave.

Ella se encogió a la defensiva, incómoda al saber que la habían vigilado sin saberlo. Sus emociones eran un torbellino al bajar, y estaba convencida de que debió ser evidente en su expresión cuando la vio por primera vez. ¡Probablemente por eso asumió que tenía intención de suicidarse! Sí, debía reconocer que su vida era un poco complicada en ese momento, pero no estaba tan desesperada.

—Quizá eso sea lo mejor. Por su bien —espetó ella ante su gesto—. Ha entrado sin permiso —indicó con voz irritada al ver que él no se impresionaba.

—Y tú —se encogió de hombros con gesto despreocupado—. Y aunque a Anthony quizá no le importe que estés aquí, ¿qué me dices del resto de la familia? —desafió—. Rufus, por ejemplo.

—Rufus no está — dijo con impaciencia, cansada de esa constante provocación.

Rufus Diamond, el cabeza de familia y padre de su pupila, llevaba ausente tres meses. Como reportero de investigación de cierta fama, había estado en algún país asolado por la guerra desde antes de que llegara Annie. Su madre, Celia, matriarca de la familia, fue quien la contrató cuando la otra niñera se marchó sin previo aviso.

El hombre la evaluó con la mirada.

—¿No dijiste que se hallaban todos presentes?

—Así es —lo miró con el ceño fruncido— Pero el señor Diamond padre…

—¿Te refieres a Rufus? —la diversión oscureció aún más su voz; mostró unos dientes blancos y parejos al esbozar una sonrisa rapaz—. Nunca antes escuché que lo mencionaran de ese modo; ¡haces que parezca mayor!

—No tengo ni idea de los años que tiene el señor Diamond… Rufus Diamond —repuso Annie, nerviosa—. Pero sé que es mayor que Anthony.

—Le saca tres años. Y créeme, siento cada uno de ellos —añadió, observándola para ver su reacción.

Y Annie tuvo la certeza de que no quedó decepcionado.

¿Él era Rufus Diamond? ¿Ese hombre, con el pelo largo desarreglado, los ojos penetrantes, la cara como cincelada en piedra y el cuerpo alto y esbeltamente poderoso?

No sabía qué había estado esperando de las breves menciones de la familia, o de la total adoración con la que Jessica hablaba de su padre, pero sin duda no a ese hombre de aspecto peligroso y prepotente.

Tal vez se debiera al marcado contraste con su hermano; Anthony era alto y rubio, muy atractivo, con ojos tan azules como el cielo en un día de verano, siempre vestido de forma impecable con sus ropas a medida y de diseño. Jamás habría adivinado que eran hermanos.

Respiró hondo para recuperarse.

—Me alegro de conocerlo al fin, señor Diamond. —alargó la mano en un saludo formal.

Él no se movió y siguió observándola con los ojos entrecerrados.

—¿De verdad? —repuso con cautela.

Tragó saliva, dejando caer la mano; las tenía un poco calurosas y húmedas, a pesar de la fría niebla que aún los envolvía.

—Soy la nueva niñera de Jessica, señor Diamond_

—¿Sí? —comentó con tono sombrío, sin pizca de humor en esos ojos oscuros—. ¿Qué fue de Margaret?

Volvió a humedecerse los labios secos al tiempo que sentía retornar parte de su anterior miedo; enfurecido, ese hombre sería de cuidado. Como ahora.

—Creo que se marchó.

—Ya lo he deducido —cortó con frialdad.

—Sí, bueno —Annie estaba confusa—. La señora Diamond se puso en contacto con la agencia de empleo…

—¿Por qué? —con cada segundo que pasaba, su tono se volvía más lóbrego.

—Se lo acabó de decir, Margaret se fue, y Jessica necesitaba…

—Lo que preguntaba es por qué se marchó Margaret —precisó.

—No lo sé. —sacudió la cabeza un poco atontada—. Tendrá que preguntárselo a la señora Diamond.

—No te preocupes, es lo que pienso hacer —repuso con aspereza; dio media vuelta y se marchó por el espigón en dirección a los riscos y la casa. Se detuvo antes de que la niebla se lo tragara por completo y giró levemente—. ¡Y a ti te aconsejaría que regresaras junto a tu pequeña pupila en vez de estar aquí soñando a la espera de mi derrochador hermano! —desapareció en la remolineante bruma, y de pronto todo recuperó su espectral quietud.

Como si nunca hubiera estado allí…

Pero Annie aún temblaba por el encuentro. Casi deseaba que hubiera sido un intruso; habría sido preferible que saber que era su jefe.

Con qué rapidez se había desvanecido su humor burlón al darse cuenta de quién era ella. Obviamente, estaba furioso por la marcha de la anterior niñera de Jessica. Y nada impresionado con su sustituta.

¡Rochester! Había leído esa novela clásica cuando era joven e impresionable y, quizá debido a que tampoco ella tenía padres, se identificó con Jane Eyre, aunque su propia orfandad había sido relativamente feliz. Pero bajo ningún concepto Rufus Diamond era Rochester. No más que ella Jane Eyre.

¿Se habría comportado de distinta manera si hubiera sabido desde el principio quién era él? Es probable, pero sólo un poco, reconoció. Después de todo, había sido él quien, sin conocerla, se había mostrado tan insultante con la supuesta relación que mantenía con su hermano.

Ahora tenía los pensamientos más atribulados que cuando bajó una hora atrás. Le entusiasmó tanto la posibilidad de conseguir este trabajo en la costa este de Inglaterra que había llegado llena de esperanzas, contenta de salir de Londres, donde había vivido siempre. Y le encantaba estar en un entorno rural. Amaba los espacios abiertos, el trato directo de los habitantes del lugar… ¡nunca antes había tenido una relación de tú a tú con el lechero! De hecho, en Londres no lo tenía; compraba todo en un supermercado a la vuelta del apartamento que compartía con otras tres chicas.

Aquel trabajo le había ofrecido un estilo de vida totalmente diferente del que siempre había conocido. Pasó la infancia en un orfanato, y el curso universitario para graduarse como institutriz había parecido la elección obvia después de años de ayudar a cuidar a niños pequeños en la institución donde la habían destinado. Lo mismo que compartir un apartamento con tres de las otras chicas del hogar infantil cuando llegó la hora de irse.

En cuanto se graduó, consiguió trabajo en una guardería, pero ayudar a cuidar a cuarenta niños, que luego regresaban a casa junto a su propia familia, no le había proporcionado más raíces que las que encontró en el hogar para niños, y por ello se apuntó en la agencia de empleo con la intención de trabajar en un entorno familiar. Jessica Diamond era su primera pupila individual. Y no tardó en aprender a quererla.

Con ocho años, era una niña adorable, alta para su edad, con pelo oscuro, largo y ondulado y ojos tan azules como los acianos, y una inteligencia viva que le resultaba encantadora. Y como en la mansión casi siempre estaba sólo su abuela, con su tío Anthony como visitante asiduo los fines de semana, había resultado fácil encariñarse con la pequeña que la saludaba con gran efusividad al finalizar la jornada escolar. Pasaban los fines de semana explorando la playa y montando a caballo; incluso los días lluviosos eran divertidos, ya que se entretenían con los numerosos juguetes que Jessica tenía en su dormitorio.

Pero ahora su padre había regresado.

Y no parecía nada contento de que su hija tuviera una niñera nueva.

De pronto, el futuro pareció aún más sombrío que una hora atrás. Porque, en cuanto Rufus Diamond subiera a la casa, iba a descubrir que la semana anterior Jessica se había caído del caballo y guardaba reposo con un serio esguince de tobillo. ¡Ahí se acababa estar al cuidado de su recién adquirida familia!

Había que reconocer que Annie, una novata en temas de equitación, no podría haber hecho nada para evitar el accidente. Pero dudaba de que Rufus Diamond lo viera de esa manera, en especial cuando ya parecía tan molesto con la nueva institutriz.

Sintió los ojos húmedos. Quiso a la niña a primera vista, y al conocerla mejor y descubrir su necesidad de afecto, esa emoción se hizo más profunda. Quizá no debió permitir que la pequeña se encariñara tanto, pero cuando a todos los efectos era tan huérfana como lo había sido ella, resultaba imposible apartarla de su lado.

La madre de Jessica murió cuando ésta era muy pequeña, y apenas la recordaba. Celia Diamond, su abuela paterna, era alta y majestuosa, rubia y todavía hermosa a pesar de sus sesenta y tantos años, aunque evidentemente le era difícil mostrar afecto hacia una niña pequeña; llamarla a su salón privado antes de irse a la cama era la máxima atención que le prestaba a su nieta.

Pero ahora el padre de Jessica había regresado, de modo que tal vez las cosas cambiaran…

¡Y uno de esos cambios sería el despido de la nueva institutriz!

Annie arrastró los pies con renuencia al subir de nuevo a la casa. No obstante, recorrió el sendero con cuidado, pues el clima parecía peor ahora, y varias veces tuvo que asirse a la barandilla, a punto de perder el equilibrio. Se sintió aliviada al ver la ominosa silueta de la casa alzándose delante de ella.

Clifftop House era un edificio magnífico, casi de proporciones góticas, y le llevó una semana poder orientarse por sus muchas habitaciones. Al principio, le había parecido increíble que una dama mayor y una niña vivieran en una casa tan inmensa.

Aunque tuvo que reconocer que a las pocas horas de la llegada de Anthony para pasar toda la semana allí, acompañado de su novia, la casa no pareció tan grande.

Experimentó la sensación de que aún lo parecería menos con la impactante presencia de Rufus Diamond.

 

 

—Vamos, Rufus, no me pareció necesario llamarte —protestaba con impaciencia Celia Diamond cuando Annie pasó en silencio por delante de la puerta del salón—. El médico dijo que sólo era un esguince, nada por lo que alarmarse, y Annie se ha ocupado muy bien de ella_

—¿Quién demonios es Annie? —preguntó con aspereza esa voz ya tan familiar.

—La nueva institutriz con la que pareces tan enfadado —respondió Celia con frialdad—. No estabas aquí, Rufus. Aunque jamás lo estás —añadió con tono cortante—. ¿Qué otra cosa se suponía que debía hacer cuando Margaret se despidió de forma tan inesperada?

Annie no podía moverse, se había quedado paralizada en cuanto oyó mencionar su nombre

—Supongo que era demasiado esperar que tú cuidaras de Jessica —comentó con mordacidad—. Y todavía no me has dado una explicación aceptable del motivo exacto de la marcha de Margaret. Y si esta Annie se ocupa tan bien de Jess, ¿por qué la niña ahora está en cama con una lesión en el pie?

Annie se quedó boquiabierta ante la injusticia del comentario; no había ningún modo, sin reprimirla por completo, de poder supervisar cada uno de los movimientos de su joven pupila. Y Jessica llevaba años montando; de hecho, él le había comprado el caballo del que se había caído.

—¡Quizá debería preguntárselo yo mismo! —mientras Rufus hablaba, la puerta del salón se abrió de golpe, con una avergonzada Annie escuchando en el vestíbulo—. ¿Bien? —ladró—. Supongo que eres Annie.

Lo miró con ojos sobresaltados. Sabía muy bien que era Annie; se lo había dicho en el espigón.

—De verdad, Rufus —reprendió Celia Diamond—. A veces me resulta difícil creer que seas el hijo de David; él fue siempre un caballero, consciente de su posición como cabeza de esta familia —continuó con severidad.

—Quieres decir que siempre fuiste muy consciente de tu posición como esposa del cabeza de esta familia —repuso disgustado y mirándola con desdén—. Estoy seguro de que mi padre murió a la edad relativamente temprana de sesenta y cinco años sólo para poder escapar al fin de ti y de tu afán por ascender socialmente.

—¡Rufus! —la exclamación de Celia fue de consternación, mientras que con expresión de profundo dolor agarraba el collar de perlas que le colgaba del cuello—. Tu larga ausencia no ha conseguido que tu lengua sea más amable. ¿Has olvidado que hay criados? —lanzó una mirada gélida en dirección a Annie.

Pasados unos momentos de atontamiento, Annie comprendió que se refería a ella. ¡Una criada! Trabajaba para esa gente, y le pagaban por ello. Pero no era su criada…

—No creo que a Annie le haya gustado ese último comentario, Celia —indicó Rufus Diamond.

Annie lo miró, y descubrió que esos ojos la observaban divertidos. Evidentemente había estado analizando todas sus reacciones con placer.

Alzó la vista con orgullo.

—La declaración de la señora Diamond es correcta —dijo con suavidad—. Parece que esta es una conversación familiar sumamente privada. Pero, señor Diamond, sería para mí un placer hablarle del accidente de Jessica en un momento más apropiado. —lo miró con expresión desafiante, un poco confusa porque aún no le hubiera dicho a su madre que ya se habían conocido antes en la playa.

¿Por qué? ¿Y por qué no lo había confesado ella? La respuesta a esta última pregunta era fácil; no debería haber estado en la playa. Celia Diamond le advirtió el primer día de trabajo de que no bajara cuando hiciera mal tiempo.

—Éste es un momento apropiado —invitó Rufus Diamond.

—Es la tarde libre de Annie —se apresuró a intervenir Celia antes de que ella pudiera replicar.

—¿De verdad? —dijo por fin, observándola con ojos entrecerrados.

—Así es —confirmó con presteza—. Pero no voy a ninguna parte, salvo al cuarto de Jessica para ver cómo está, de modo que será un placer hablar con usted en cuanto haya finalizado la conversación con su madre —se interrumpió con expresión desconcertada cuando el comentario provocó su risa áspera —. ¿He dicho algo gracioso? —preguntó con voz vacilante, sin imaginar qué podía ser.

—Para mí, sí. Para Celia, no —repuso él, exhibiendo de nuevo una sonrisa rapaz, como en la playa—. Si llevas aquí dos meses, alguien debería haberte puesto al corriente de la historia de la familia.

—¡Rufus! —exclamó Celia, con un furioso rubor en las mejillas.

—¿Otra de las cosas que no deben saber los criados? —preguntó sin apenas mirarla.

Celia le lanzó una de sus miradas gélidas, aunque no dio impresión de surtir ningún efecto, antes de volverse otra vez a Annie.

—¿No le importa ir a ver ahora cómo se encuentra Jessica? —sugirió con voz suave, aunque autoritaria—. Estoy segura de que Rufus y usted podrán ponerse al día luego.

Annie empezaba a desear no haberlo visto nunca.

No había duda de que Celia Diamond podía ser un poco condescendiente en su estilo, o que las cosas se habían complicado un poco desde la visita de Anthony con su novia, pero lo había pasado bien allí, ya que Jessica era una niña encantadora. No todo había sido paz y armonía, por supuesto, pero adoraba a la niña, y lo demás era una incomodidad con la que había aprendido a convivir.

Pero tenía la sensación de que, con la llegada de Rufus Diamond, todo iba a cambiar.