Años de perro - Marta García Aller - E-Book

Años de perro E-Book

Marta García Aller

0,0

Beschreibung

Marta García Aller, una de las cronistas más ágiles y agudas del panorama periodístico, recoge en Años de perro los vertiginosos cambios políticos y sociales que hemos vivido en los últimos siete años a través de sus crónicas periodísticas. Sucesos inverosímiles, multiplicados por las redes sociales y embarrados por las fake news, junto al desafío de inteligencia artificial y un empacho de información difícil de digerir. En estos tiempos acelerados, el lector oscilará entre la incredulidad y la sorpresa, en busca de alguna certeza.  "Lo que resultaba increíble, ahora nos parece inevitable" _Marta García Aller    

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 728

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título: Años de perro

© Círculo de Tiza

© Del texto: Marta G. Aller

© De la ilustración: Miguel Sánchez Lindo

© De la fotografía: Elvira Megías

© Dospassos Agencia Literaria

Primera edición: abril 2024

Diseño de cubierta: Miguel Sánchez Lindo

Corrección: Alberto Honrado

Maquetación: María Torre Sarmiento

Impreso en España por Calprint

ISBN: 978-84-127906-2-7

E-ISBN:978-84-127906-3-4

Depósito legal: M-11689-2024

Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo, ya sea electrónico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la sociedad.

A Víctor y Hugo

Yes I say yes I will yes

Índice

Instrucciones

Primera Parte Cuando todo cambia (2016-2019)

Pdr Snchz / Gurtel/ Rivera/ Iglesias/Trumpazo / 300 días/ Postverdad / Mujer florero / Me Too / Mary Poppins /Susana Díaz/Amnistía fiscal / Juancarlistas / Sé fuerte / Puigdemont / Piolín /República Catalana / Procés / Waterloo /  Harvey Weinstein / 155 / Help Catalonia / Piropos / Woody Allen / hologramas / 8M / Facebook / Las cremas / #Cuéntalo / Galapagar / Moción de Censura / Arahy / Macron español / Urdangarín / Valle de los Caídos / Casado / Vox / Manual de resistencia / Adelanto electoral / Trifachito / Madrid / Ultimátum / La Manada / Barcelona / Torra / Ok, Boomer / Los ERE / Polarización / Coalición / Delcy / El virus /

Segunda parte Cuando todo para (2020-2022)

Confinados / Balcones / Papel higiénico / Palacio de Hielo / Zoom / Bares / Paseos / Conspiraciones / El Comisionista / Biden / Vacunas/ Filomena / Capitolio / Teletrabajo/ Arrimadas / Toque de queda / Ayuso / Indultos / Ley trans / Chuletón / Yolanda Díaz / Consentimiento / Reforma laboral / Epstein / Cuarentena / Conferencia Episcopal / Sin Casado, ni Rivera ni Iglesias / Feijóo

Tercera parte Cuando todo se acelera (2022-2023)

Putin / Ucrania / Patillas de yodo / Will Smith / Las cañas / Mascarillas / La Supercopa / Le Pen / Populismos / Sanxenxo / The Queen / Meloni / Elon Musk / Melilla / Malversación / Catar / Voxonaro / Chat GPT / Aborto / Tamames / Tito Berni / Tik Tok / Trump / Berlusconi / Ultraderecha / Perro Sanxe / El piquito / Inteligencia Artificial / Artificial / Amnistía / Israel y Palestina / Milei / Taylor Swift

Agradecimientos

Instrucciones

Este libro es un viaje en el tiempo. En este tiempo. El nuestro. Ese que a veces transcurre tan deprisa que se nos escapa. Porque últimamente, seguro que lo has notado, la actualidad corre más rápido, como si en vez de años humanos viviéramos años de perro. Está claro que el tiempo no siempre tarda lo mismo en pasar.

Si no, cómo se explica que haga por lo menos un siglo que el presidente fuera un señor de Pontevedra que jugaba al dominó y presumía de previsible, ese que luego tendría la salida del poder más imprevisible de todas con aquel bolso en el Congreso de cuerpo presente; un siglo hace también que llenamos compulsivamente los altillos de papel higiénico, aprendimos lo que era un PCR y teníamos toque de queda. ¿Y desde que una guerra en Europa nos parecía imposible? ¿Cuánto ha pasado de todo esto?

No son años normales. Son años de perro. Y puedes releerlos en estas páginas en un presente reposado a través de mis crónicas de entonces, cuando aún nada de esto había sucedido y no sabíamos lo que vendría después. El lector echará algunos acontecimientos de menos y otros de más. No es un libro de historia, es una selección para hacer memoria. Y la memoria siempre es aleatoria.

Algunos artículos cuentan lo que está pasando, otros anticipan lo que pasará y los hay que se equivocan tanto que resultan muy esclarecedores de lo que por entonces parecía verosímil. Porque la historia no sigue una lógica. Y no hay como repasarla en tiempo real para recordarnos que todo pudo haber sucedido de otra manera.

Hace apenas siete años que empezábamos a temer, tras el Brexit, lo rápido que circulan las mentiras en Facebook y a llamarlas fake news. Pero no nos imaginábamos hasta qué punto entrábamos en la era de la posverdad. Ahora con ChatGPT ya no es que no podamos saber qué es o no cierto, es que ni siquiera sabemos qué es humano.

El libro empieza con el tiempo detenido en una España que lleva trescientos días en funciones y en la que parece que no pasa nada, pero en la que todo está a punto de cambiar. Con Mariano Rajoy fumándose un puro en la Moncloa haciendo como que la Gürtel no va con él mientras el PSOE va desintegrándose en manos de una gestora. Pedro Sánchez está recorriendo España en un Peugeot y Susana Díaz es la gran favorita (¿te acuerdas de Susana Díaz?). Era cuando el bipartidismo empezaba a sonar a viejo. No sabíamos que los que iban a envejecer peor eran los nuevos partidos, peor incluso que las metáforas políticas con Juego de tronos.

Ha cambiado todo tanto que hasta el pasado cuesta imaginarlo. No imaginábamos, cómo íbamos a imaginar, que la noche de la moción de censura que lo sacó del poder, Rajoy se iba a ir, como tantos otros españoles cuando se enteran de que han perdido su empleo, a un bar cercano. Ni que pasaría de ser presidente del Gobierno a registrador de la propiedad de Santa Pola. Sí, aquello también pasó.

También sigue sorprendiendo recordar cómo Sánchez pasó de expulsado de Ferraz a presidente del Gobierno. Y ahí sigue, dos elecciones generales después. De su colchón de la Moncloa, ese en el que Iglesias no le impidió dormir a pierna suelta, no han sido capaces de sacarle ni Feijóo ni Casado (¿te acuerdas de Casado?).

Cuando empieza este libro el mundo era otro por muchas otras razones. No sabíamos que tras Obama iba a llegar Trump ni que siete años después íbamos a estar de nuevo en vilo por si vuelve. No sabíamos que Puigdemont iba a liarla tanto con el procés ni mucho menos que Sánchez lo iba a amnistiar después. La verosimilitud está sobrevalorada en la política actual.

¿Cómo iba Estados Unidos, un país próspero y avanzado, a votar como presidente a un hombre abiertamente machista y xenófobo? ¿El que decían que se moderaría y luego alentó un asalto al Capitolio? ¿De verdad puede volver Trump? ¿Y cómo iba una sociedad como la catalana, próspera y culta, a apoyar una deriva política que precipitó una fuga masiva de empresas en la mayor crisis desde la Transición? ¿Y de verdad puede volver Puigdemont?

Como dice Hamlet, el tiempo está fuera de quicio. Nada como reencontrarnos con los fantasmas del pasado para recordárnoslo.

A cuántas cosas que nos parecían increíbles nos hemos ido acostumbrando en estos años y, lo que es más sorprendente todavía, de cuántas nos hemos olvidado, incluída la tilde en “sólo”.

Este viaje es para volver con calma a cuando nunca teníamos tiempo ni de parar un momentito a sorprendernos a gusto, empachados de más titulares de los que somos capaces de digerir. Un repaso para el reposo de estos tiempos tan acelerados en presente continuo, llenos de amnesia y sobresaltos.

Entre tanta política hay muchos cambios sociales que han ido transformando el mundo, a veces de a poquitines, a veces de repente; hay guerras que parecían imposibles, desafíos que no vimos venir y tecnologías a las que nos hemos ido acostumbrando, aunque sigamos sin entender dónde nos llevan. Y, de fondo, Madrid. Mucho Madrid. La ciudad es a lo largo de todo el libro un testigo fiel de todos estos cambios. El reflejo de lo cotidiano, del día a día, lo que permanece.

A medida que van pasando las páginas, Europa también va cambiando. Poco a poco nos empezamos a tomar en serio, qué remedio, los populismos y la extrema derecha. Al principio no sabíamos si eran para tanto. Ahora no sabemos cómo pararlos. Como la amenaza del cambio climático, cada vez más presente, hasta volverse ineludible.

Ha sido, además, tiempo de mucho feminismo. Esperemos que lo siga siendo. Es la gran transformación del momento. Los años de La Manada y el #MeToo. Los del «estáis en un plan» y el «no se puede decir nada». No olvidemos que Harvey Weinstein todavía era un reputado productor de Hollywood hace apenas siete años.

Como en las películas de terror en las que el espectador sufre porque sabe más que sus protagonistas del peligro que corren, sabrás lo que viene al pasar la página. Sabes qué va a pasar con ese virus que al principio no nos tomábamos en serio y sabes que mientras escasean las mascarillas otros se están forrando con ellas. Sabes la que se va a liar con un máster y esas cremas Olay a punto de aparecer. Sabes que cuando Sánchez dice que nunca pactará con Podemos acabará haciéndolo y que Pablo Iglesias pasará de asaltar los cielos a montar un bar en Lavapiés.

Sabes que, aunque creamos que no, al final Putin va a invadir Ucrania, pero a lo mejor se te ha olvidado que en las farmacias se nos acabaron las pastillas con yoduro de potasio por miedo a una guerra nuclear. Más inverosímil que esa amenaza es que nos hayamos ido acostumbrando a ella. O, mejor aún, a olvidarla. A ratos, al menos. Va y viene.

Como lector tienes una ventaja que no teníamos entonces, mientras todo esto sucedía. Puedes saltar en el tiempo. No hay por qué quedarse atrapado en los meses del procés, ni en los años de la pandemia ni en aquella España en funciones de repetición en repetición electoral. Puedes elegir tu propia aventura y hojear a tu antojo el tiempo.

La primera parte del libro es cuando todo empieza a cambiar, casi sin darnos cuenta. El bipartidismo se desmorona, llega Trump y estalla el procés. En la segunda, todo para, de repente, con la pandemia. Y en la tercera, todo se acelera: con la invasión de Ucrania saltan por los aires las pocas certezas que nos quedaban. Europa se da cuenta de lo vulnerable que es y de que el fin de la Guerra Fría ya no es lo que era. Como no sabemos dónde nos lleva todo esto, estamos en una nueva era sin nombre.

La historia no es lineal, sino una de esas barras de sushi que no paran de girar, por más que los veamos alejarse, siempre hay nombres que acaban volviendo. Nunca desaparecen del todo. Igual que los miedos. Así que estás invitado a leer dando vueltas, como la vida misma.

Para ver cómo hemos cambiado puedes saltar de los inicios del #MeToo al piquito de Rubiales; del cuento de la lechera del Rivera que se veía presidente al día que las urnas lo mandaron para casa. Del Sánchez del “No es no” al del sí a los indultos y la amnistía; del Feijóo que presume de moderado al que pacta con Vox; del Rato en la cárcel al Aznar que reaparece amenazando con volver; de la infanta testificando en el juzgado al emérito en Emiratos para no tener que hacerlo; de las fiestas de Boris Johnson a las del Tito Berni; o de Orban y Le Pen a Bolsonaro, Meloni y Milei, pasando por el fin de Berlusconi. Elige tu propia secuencia, viajando en el tiempo, de todo lo que ha pasado es lo único que vas a poder cambiar.

A veces el tiempo corre y los días históricos no paran de amontonarse. También hay veces que se para. O entra en bucles de nunca acabar para volverse a acelerar después. Todo junto, todo a la vez, da más vértigo que nostalgia.

Revivirlo en presente, con estos artículos escritos a medida que todo pasaba, ayuda a recordar cuando resultaba increíble lo que ahora nos parece inevitable. No lo fue, pero lo parece. Da igual que no haya spoilers posibles porque sepas lo que va a pasar, lo importante es que se te había olvidado que pudo haber sido de otra manera. Esa es la verdadera tragedia, también la comedia.

La prueba de que el mundo está cambiando muy deprisa es que ya no hay que mirar al futuro para sentir la aceleración, sino hacia atrás. Los mayores cambios están aquí. Lo han estado todo este tiempo. No deja de tener su gracia que desde que empecé a escribir libros sobre el futuro no haya habido nada más incierto que el presente. La incertidumbre no eran los coches sin conductor, sino la actualidad sin rumbo.

Fue hace precisamente siete años. Tenían que ser siete. Nada más publicarse El fin del mundo tal y como lo conocemos, en septiembre del 17, empezó a desmadrarse el procés. Mi siguiente libro iba a salir en marzo del 20, pero justo llegó la pandemia y Lo imprevisible acabó, como todos, unos meses confinado. Entenderás que me haya tomado un tiempo antes de sacar el siguiente libro. A ver qué pasa esta primavera.

En siete años seguro que tu vida ha cambiado mucho también. ¿Dónde estabas el 1-O? ¿Y cuando empezó la pandemia? ¿Cómo hemos cambiado desde entonces? A mí me ha dado tiempo a mudarme un par de veces de casa y otras tantas de periódico.

Los primeros artículos los escribí en El Independiente. Una moción de censura, un 155 y unas elecciones generales después me fui a El Confidencial, que es donde escribo desde entonces. También en estos años he pasado en Onda Cero de trasnochar en La Brújula a madrugar en Más de Uno. Así que los artículos escritos antes del amanecer a lo mejor me los has oído al darle los buenos días a Carlos Alsina.

Son tantas las veces que en estos siete años hemos visto el mundo ponerse patas arriba que inspira cierta ternura cuando, antes de amontonársenos, los apocalipsis todavía nos pillaban por sorpresa. Lo que más sorprende al releerlos todos seguidos es recordar cuando todavía creíamos vivir tiempos normales. Hace no tanto de aquello. Apenas un año de perro.

Madrid, 31 de marzo de 2024

primera parteCUANDO TODO CAMBIA

Snchz y el juego del ahorcado

03/10/2016

Primero fueron las vocales. Mal augurio. Y de Pdr Snchz ya no quedan ni las consonantes. De tanto apocoparse, la Secretaría General del Partido Socialista se ha quedado sin nombre. Como si se les hubiera ido de las manos el juego del ahorcado, ese que consiste en ir adivinando letras hasta despejar el nombre oculto, de la soga ya cuelga el pobre PSOE. Su empeño en suicidarse recuerda demasiado al del maltrecho Pasok.

De entre todas las causas que han barajado estos días sesudos analistas y politólogos de guardia para explicar con técnicas forenses la debacle socialista, está pasando inadvertido que todo comenzó con los apócopes lingüísticos. Pero ahora que todos cargan contra Snchz, conviene recordar que esta moda de quitarse letras empezó, igual que la crisis del PSOE, con ZP.

Fue el último presidente socialista, quién sabe si de la historia, el que tuvo el honor de haberle puesto día y hora a la estocada que empezó a desangrar de votos a su partido. Más poético habría sido a las cinco de la tarde, como aquel llanto lorquiano, pero fue a mediodía del 12 de mayo de 2010. Si al torero las heridas le quemaban como soles, al PSOE lo abrasaron aquellos recortes de 15.000 millones que ZP anunció en la plaza parlamentaria.

La herida que ahora quiere coser Susana Díaz ya empezó a abrirse entonces. La desilusión de sus votantes se le derramaba al PSOE a borbotones. Y para remediarlo, en vez de poner un candidato que reilusionara a su electorado de 2011, los barones consideraron más urgente optar por alguien capaz de mantener unido al partido. Rubalcaba fue, más que sucesor, el sustituto de ZP.

A este también le dio por comerse letritas. Acuñó Rbcb de firma en Twitter. Para que luego sus críticos le acusen de no haber hecho nada por la regeneración del PSOE en los tres años que estuvo al frente de la Secretaría General. ¡Lenguaje tipo SMS! ¡Vanguardia pura! Con ayuda de esta nueva firma, Rbcb dijo que esperaba tener una comunicación directa con los jóvenes. Y en vez de para dialogar con él, menuda sorpresa, estos emplearon las redes sociales para azuzar el 15-M.

“Doscientas personas no pueden poner patas arriba una ciudad”, decía Rbcb en verano de 2011. No sospechaba el exvicepresidente del Gobierno que aquellas movilizaciones ciudadanas, además de la Puerta del Sol, pondrían patas arriba el bipartidismo. No fue el único en subestimar los cambios en el electorado y en los nuevos partidos que estaban por surgir.

Tres años después, en vísperas de las elecciones europeas que abrieron otro poco la herida socialista, el estadista Pedro Arriola diría que Podemos eran cuatro “frikis” pululando por Madrid. El sociólogo sí que acertó, sin embargo, pronosticando que el PP iba a echar de menos a Rubalcaba. Cuántas veces habrá dicho Rajoy, harto de estar trescientos días en funciones, que si aquel siguiera al frente del PSOE “esto no pasaría”. A más de un periodista se lo ha confesado en la Moncloa.

El ya ex secretario general ha cometido graves errores. Atrincherarse en el “no es no” sin ofrecer alternativas de Gobierno ha sido tan letal como subestimar el poder conspiratorio de los barones. Pero no es justo echarle todas las culpas de un desaguisado que empezó en Ferraz mucho antes de que Snchz borrara sus vocales de aquella web inolvidable con aires a disco de Álex Ubago.

Desde 2011, el PSOE ha perdido seis millones de votos. Los recortes de ZP abrieron la herida y, subestimando el 15-M, a Rbcb se le infectó. Incapaz de gestionar semejante legado, a Pdr Snchz se le ha gangrenado el partido con más historia de España.

Está por ver si amputar la Secretaría General, con la militancia partida en dos, ha sido o no una buena idea. Ahora el PSOE se juega su futuro en otra partida al ahorcado. Debe resolver rápidamente el nombre oculto tras el próximo panel.

Viaja al 26/03/2017 o al 01/06/2018 o al 22/07/2023

El Museo de la Corrupción

04/10/2016

Hoy la Audiencia Nacional se ha convertido en lo más parecido que tenemos en España, y ya nos iba haciendo falta, a un Museo de la Corrupción. Con tanto político presente, es raro que ninguno se ofrezca a inaugurarlo. Como en las grandes ocasiones, en este museo en forma de tribunal también hay cola para entrar. A la entrada, un mostrador tras el detector de metales. Las entradas de exposición temporal las facilita en la puerta la Policía Nacional.

—Usted, ¿a qué juicio va? —pregunta un agente, como quien duda si a Renoir o Caravaggio.

—A Gürtel.

—¿Y usted?

—Tarjetas black.

—¿Acusado o letrado?

Si esto fuera La vida de Brian, le habrían preguntado si libertad o crucifixión. Pero aquí las penas no llegan a tanto. Entre los treinta y siete acusados de Gürtel, las condenas que pide la Fiscalía Anticorrupción suman setecientos treinta y dos años de cárcel. En las black, para quien más pena pide es para Blesa y Rato: cuatro años y medio. Al exjefe de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, cuatro, y dos para el ex director financiero de Caja Madrid, Ildefonso Sánchez Barcoj.

Todos hacen cola para entrar en la Audiencia, convertida en galería de los dos casos más emblemáticos de malversación, despilfarro y corruptelas. ¿Acusado o letrado? ¿Libertad o crucifixión?

Una funcionaria judicial indica en el hall a los acusados que tienen que esperar antes de entrar a la sala. Las black en la planta de arriba, Gürtel en la de abajo. Apenas unos metros separan ambas salas. Bienvenidos al Museo de la Corrupción.

Si esto fuera una visita guiada, la funcionaria judicial empezaría explicando al corrillo de la entrada que el sumario del caso Gürtel se divide, como la obra de los maestros, en dos grandes épocas. La denominada Época I: 1999-2005 es la que se juzga ahora. Tan magna es la obra de la trama presuntamente urdida por Francisco Correa que hay que dividirla en dos (la segunda, por cierto, de 2000 a 2009).

Una pena que la Gürtel no se pueda clasificar, como los estilos de Picasso, por colores. Aquí todo pinta azul Génova. Basta con ver reunidos en el hall a tanto ex alto cargo del PP: el extesorero popular Luis Bárcenas; el ex secretario de Organización del PP gallego, Pablo Crespo; Jesús Sepúlveda, antiguo alcalde de Pozuelo de Alarcón y exmarido de Ana Mato… Si Correa hubiera venido de chaqué parecería la boda de Ana Aznar en El Escorial.

Pero en el Museo de la Corrupción hay mucho más. Pasen y vean.

Arriba, a su derecha, subiendo las escaleras de la Audiencia, pueden contemplar los sesenta y cinco acusados de apropiación indebida esperando a que se abra la sesión por las tarjetas black.

Abajo, Bárcenas habla con su abogado (ojalá le estuviera diciendo al oído: “Luis, sé fuerte”) y Correa saluda a Arturo Férnández, el único de las black que se deja ver abiertamente con la panda de Gürtel. La mayoría de exbanqueros prefiere subir rápidamente las escaleras de la Audiencia, como si no los conocieran, como si fueran camino de una sala vip, que no es otra que la Sala Segunda de la Audiencia Nacional. También en los museos siempre ha habido clases.

Tras el desfile de acusados de la temporada otoño-invierno, empieza la sesión.

Arriba testifica Rato, seguido de Sánchez Barcoj.

Abajo, Francisco Correa y Pablo Crespo, en la primera fila, escuchan las penas a las que se enfrentan. Al fondo de la sala, Álvaro Pérez, El Bigotes.

Arriba, Rato dice “no los reconozco”. Así podría titularse su performance. Con aplomo, como un artista consagrado que se sabe su papel, rechaza el exvicepresidente del Gobierno la autenticidad del excel aportado por Bankia. En estas páginas, aún sin enmarcar, se registran los gastos de casi cien mil euros. De autorías y falsificaciones también saben mucho los museos.

Abajo, una silla vacía. La de Ana Mato, considerada partícipe a título lucrativo, que, aunque tenía reservado su sitio, ha preferido perderse la inauguración del juicio. Tenía derecho a hacerlo, pero ya le tocará declarar. Faltan muchas exhibiciones en este museo.

Arriba, Rato da un título para un cuadro surrealista: “No quería discutir de dinero con Bankia”.

Abajo, las acusaciones populares piden al tribunal que cite a declarar como testigo al presidente en funciones Mariano Rajoy.

Arriba, Barcoj dice que, por suerte, a él no le han asignado en su black lencerías y clubes... “Que a mí me parece muy bien que se lo gasten en eso”. Y que lo pinte Toulouse-Lautrec, debió añadir.

Van a dar mucho juego, a lo largo de los próximos tres meses, estos dos juicios que conviven en la Audiencia, convertida en sede temporal del Museo de la Corrupción. Hay que ir pensando en los objetos que poner en las vitrinas si algún día se deciden a hacerle una sede permanente, cuando los juicios hayan acabado. Es difícil decidir destino entre lugares con tantos méritos como Valencia o Boadilla del Monte. O tal vez en Génova. O en Soto del Real.

Viaja al 29/05/2018 o al 01/06/2018 o al 20/11/2019

Un Gobierno a cara o cruz

06/10/2016

Esto le interesará mucho a quien esté a punto de tomar una decisión importante. Da igual si su duda es pedir un aumento, divorciarse o votar abstención en una investidura de Mariano Rajoy. La clave para aumentar las probabilidades de acierto ante la toma de decisiones difíciles es lanzar una moneda al aire. A veces es preferible decidir algo a cara o cruz. En serio.

El defensor de este método es Steven Levitt, economista de la Universidad de Chicago. Para probar su tesis, Levitt pidió a cerca de veinte mil personas que estaban dudando ante un cambio vital importante, que confiaran su destino a lo que dijera la moneda virtual que les ofrecía en su web. Si salía cara, los animaba al cambio. Cruz, lo descartaba. El azar les dictaría qué hacer.

Seis meses más tarde, el economista se encontró con que los que habían seguido el consejo del azar para atreverse a dar el paso que los tenía en vilo, ya fuera aceptar un trabajo, dejar de fumar o tener un hijo, eran más felices que los que se habían quedado como estaban. La clave no está en el azar, sino en que tomar una decisión es mejor que no tomarla.

Lo que psicólogos y economistas del comportamiento llaman el sesgo del statu quo se explica por qué el miedo a lo desconocido suele ser mayor que la necesidad de innovar. Una poderosísima fuerza llamada inercia nos hace creer por defecto que es mejor continuar tal y están las cosas en el momento actual, porque cognitivamente el ser humano tiene la dichosa costumbre de percibir cualquier cambio como una pérdida, aunque a posteriori vaya a salir ganando. No siempre lo más seguro es lo más audaz. Eso lo saben bien tanto los inversores en bolsa como los consejeros matrimoniales.

Así que si es verdad que dejamos de tomar decisiones difíciles que nos convendrían porque la inercia es más fuerte, lanzando una moneda al aire incrementamos al menos un 50 % las posibilidades de romper el statu quo. Y, una vez hecho el cambio, siempre es más fácil autoconvencerse de que fue la decisión correcta que seguir comiéndose la cabeza con si hacerlo o no. Sobre todo, en una situación de bloqueo (ya sea psicológico o institucional).

Según el sesgo del statu quo, vamos a terceras elecciones por la misma razón que fuimos a las segundas: la incapacidad de nuestros políticos de tomar decisiones complejas. Claro, que si hay alguien que desafía la lógica en la toma de decisiones es Rajoy. Mientras los demás se desgastan dudando qué hacer (¿abstención técnica?, ¿gran coalición?, ¿terceras elecciones?), él ya ha decidido sentarse a esperar. No hay moneda que pueda con eso.

Viaja al 10/07/2019 o al 08/01/2020

El aburrimiento al rescate del bipartidismo

26/10/2016

Hay un nuevo canal especializado en vídeos soporíferos que ayudan a dormir la siesta. Lo mismo ofrecen en streaming ocho horas de una vela consumiéndose que un experto hablando hora y cuarto sobre el bosón de Higgs.

El discurso de investidura de Mariano Rajoy le vendría al pelo a Napflix, que es como se llama este Netflix del aburrimiento. A punto de convertirse en expresidente en funciones, cumple el requisito de monotonía que exige el canal. Tan imprescindible para Napflix como para Rajoy es “la previsibilidad”. Él mismo la ha reivindicado como el gobierno de “lo razonable”.

Si programaran su discurso en esta plataforma de streaming, tendría que competir con otros grandes hits de la previsibilidad como la Vuelta Ciclista a España de 1993 y una misa en latín.

“Nunca imaginamos que tendríamos tanto éxito ni que llegara tan rápido”, asegura a BBC Víctor Tena, sorprendido de que a la gente le guste tanto engancharse a lo previsible. A Rajoy, sin embargo, no le sorprende. Su implacable monotonía es, de hecho, lo que le ha vuelto a llevar al éxito.

Se puede uno ir a dormir en el discurso de investidura del 30 de agosto y despertarse el 26 de octubre sin haberse perdido el argumento. Hombre, notará diferencias. También la vela que lleva siete horas consumiéndose ha variado, pero es la misma vela.

El de hoy no era el Rajoy de la mayoría absoluta: “Todas las decisiones las someteré a negociación”. Ese era el momento de abrir el ojo. Como cuando Rominger al final gana a Zülle la Vuelta del 93. Aquí el maillot amarillo es para Rajoy y Sánchez es el gran perdedor al que una pájara ha llevado al pelotón. Al de fusilamiento. Desterrado en la cuarta fila ha tenido que escuchar el ex secretario general del PSOE el otro discurso de investidura del año.

También han caído en el pelotón las nuevas formaciones políticas que hace un año prometían renovar la política. ¿Se acuerdan cuando era noticia un diputado rasta en el Congreso? Ya ni eso. Todos los focos han sido para Sánchez, el perdedor, y Rajoy, en el podio. El creador de Napflix asegura que con su plataforma quiere fortalecer la siesta. Rajoy lo que quiere salvar con su apología del aburrimiento es el bipartidismo.

Viaja al 10/07/2019 o al 23/02/2022

¿Cómo acabar con Podemos? ¿Qué reloj lleva Albert Rivera? 28/10/2016

Lo que más han buscado los españoles en Google este año sobre política retrata sus dudas más íntimas, las no confesables en alto que es mejor teclear. Y en lo que más ha preocupado en España a lo largo de 2016 sobre la investidura, la abstención y las terceras elecciones descubrimos un impúdico retrato de nuestra ignorancia. Un voyerismo que gracias al big data retrata también a cada partido (gestora socialista incluida).

“¿Qué ha pasado con el PSOE?”, además de murmurarse mucho en Ferraz últimamente, es la pregunta que más se han hecho los españoles en estos diez meses sobre el Partido Socialista. Otras, como “¿quién ha robado más, PP o PSOE?”, resumen gran parte de la desafección política tras casi un año en funciones. Muy ilustrativo resulta también que las dos dudas que comparten Podemos y Ciudadanos, además de cómo se financian, sea la búsqueda del consejo más íntimo que un votante puede pedir, el de por qué no votarlos y por qué hacerlo.

Hay tres tipos de búsquedas: primero, las que destacan lo que nos afecta directamente (“¿Cuánto cuesta la falta de Gobierno?” “¿Habrá terceras elecciones?”); en segundo lugar, el interés en saber más (“¿Cuándo se fundó el PSOE?” o “¿Cuándo condenó el PP el franquismo?” “¿Cómo se financia Ciudadanos?”). Y tercero, las vinculadas a la acción (“¿Cómo afiliarse a Ciudadanos?” o “¿Cómo votar al Senado para evitar la mayoría del PP?”). A falta de un espejo valleinclanesco como los del Callejón del Gato, ahora tenemos Google para mirarnos.

El reloj de Albert Rivera también es clave para entender la legislatura que nos espera. Si es la pregunta que más se hacen los españoles en Google sobre el líder de Ciudadanos es por algo. Su Swatch naranja, valorado en unos ciento cuarenta y cinco euros, estuvo de moda en la España en funciones. Los medios le dedicaban artículos en las páginas de estilo y hasta tuvo, durante la última campaña electoral, un hilo en Forocoches, la influyente logia cuñadista del siglo xxi.

Es normal que el reloj de Rivera interese tanto. Controlar el tiempo es clave en el trabajo de los árbitros, que es el puesto que se ha pedido Ciudadanos en el pares o nones del patio del Congreso. Prometía ese Swatch ser el minutero que marcara la hora de la regeneración política, pero tras la investidura de Mariano Rajoy cunde la sensación de que al discurso de la nueva política se le está pasando el arroz. ¡Árbitro, la hora!

Es normal que los votantes de Ciudadanos estén desconcertados. Nadie en el recreo se pedía ser el árbitro. Nunca ganan ni pierden. Son invisibles salvo cuando se equivocan. Sus aciertos raramente son noticia.

Con el PSOE instalado en el malmenorismo, Podemos autoproclamado líder de la oposición y un PP en el Gobierno con el botón rojo de las próximas elecciones, Ciudadanos tiene por delante una legislatura muy difícil de arbitrar. Estos diez meses en funciones han desgastado su mensaje de regeneración. ¿Puede un árbitro estar en fuera de juego?

El del árbitro siempre será un trabajo ingrato. Qué difícil movilizar silbato en mano grandes apoyos entre la afición. No hay más que ver cuáles son el resto de preguntas que España se hace sobre Rivera en Google para deducir la indefinición de la que adolece todavía su proyecto. ¿Es de extrema derecha? ¿Creyente? ¿Taurino? Los españoles no tienen claro de qué equipo es Ciudadanos. Y nadie anima al árbitro.

Viaja al 10/06/2018 o al 15/03/2021

El “Trumpazo”

09/11/2016

Se está poniendo de moda quejarse de la tiranía del lenguaje políticamente correcto. Eso de que ya no se pueden hacer en alto chistes de negros, de maricas, ni siquiera de mujeres sin que a uno lo miren mal. ¿A qué tanto remilgo en el siglo xxi?

Pues descansen tranquilos todos los hombres blancos heterosexuales que protestan porque ya no se diga moros a los moros ni gordos a los gordos (y mucho menos a las gordas). Acaba de llegar a la presidencia de Estados Unidos un hombre que nunca ha tenido reparos en mostrarse abiertamente xenófobo y machista.

Donald Trump es un multimillonario con piel de antisistema que ha logrado ganar las elecciones insultando por igual a cada minoría. En eso sí que no ha discriminado.

Hillary Clinton, la gran derrotada, había optado por no jugar la baza del feminismo en una campaña que creía ganada de antemano. No trató de ilusionar al electorado con la idea de hacer historia eligiendo a la primera presidenta.

Trump, sin embargo, sí ha jugado abiertamente la carta de género. El suyo. El de hombre blanco. El de macho alfa sin complejos.

Quién hubiera imaginado que la primera vez que una mujer competía por la presidencia de Estados Unidos perdería frente a un oponente capaz de presumir sobre el tamaño de su pene en un debate electoral. Y no, no es una metáfora. Lo hizo en las primarias.

Aunque han sido tantos sus despropósitos que cuesta recordarlos todos. Como cuando Trump acusó a una periodista de la CNN de ser agresiva con él por tener la regla; o supimos que se creía con derecho a meter las manos en la entrepierna de las mujeres que se le antojasen; y no vio inconveniente en que llamasen públicamente a su hija “pedazo de culo”.

Su descaro no ha sido castigado, sino todo lo contrario. Ha sido interpretado por una intensa oleada de votantes antisistema como un gesto valiente en defensa de la gente corriente, frente a la tiranía políticamente correcta de la élite. Y tiene mérito pasar por uno más teniendo un rascacielos a tu nombre.

Puede que tuviera razón Trump cuando dijo que “podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Afortunadamente, por agria que haya sido la campaña, no hemos tenido ocasión de comprobarlo. De que hemos minusvalorado a Trump no queda duda. No hay más que ver las encuestas.

¿No habremos subestimado también el papel que ha jugado el machismo en estas elecciones? No tanto como factor disuasorio para votar a Clinton (a quien no le faltaban argumentos para desencantar), sino como polo de atracción hacia ese aire torrentiano de Trump.

Con la derrota de Clinton se desvanece también el sueño que ni ella misma se atrevió a alimentar. El de que, por primera vez en doscientos cuarenta años de historia, una mujer ganase la presidencia de Estados Unidos. La primera candidata siguió el recuento de su derrota desde el Jacob Javits Center, el único edificio de Nueva York con el techo de cristal. No pudo romperlo. No pudo ni siquiera salir a dar un discurso reconociendo su derrota. Tal vez no llevara ninguno preparado.

Él sí que apareció para proclamarse victorioso. Al menos esta vez sus palabras fueron moderadas, sin salidas de tono, por momentos incluso conciliador. Con Donald Trump convertido en el hombre más poderoso de la Tierra, vamos a echar de menos cuando lo que nos preocupaba era el lenguaje.

Ve al 09/11/2020 al 3/11/2022 o al10/05/2023

Pablo Iglesias y las mujeres

01/12/2016

Que dice Pablo Iglesias que para feminizar la política no hacen falta necesariamente más mujeres. Que ya se encargan él y sus colegas, que son tan feministas que se bastan solos.

Bueno, no lo ha dicho así exactamente. Él lo explica mejor: “De nada sirve poner como portavoces a mujeres si estas no están feminizadas”. Así lo dijo el secretario general de Podemos: “En este momento, feminizar la política es construir comunidad en los centros de estudio, en los centros sanitarios… Eso que tradicionalmente conocemos, porque hemos tenido madres, que significa cuidar”.

Las huestes tuiteras de Podemos montaron un ciberpollo en redes a la Cadena Ser porque tituló sin esa coletilla las declaraciones de Pablo Iglesias: “La feminización de la política no se logra con más mujeres en cargos de representación”. La supuesta manipulación venía de omitir “que eso es importante y está bien”. Sospecho que en el titular no les cupo tanto paternalismo.

¿Cómo que “está bien”? ¿Bien? El secretario general de un partido que se declara feminista afirma que “está bien” que haya más mujeres en cargos de representación… ¡Solo faltaba!

En España solo son mujeres dos de cada diez cargos de alta dirección en las empresas y los consejos de administración. Hacen falta urgentemente más mujeres en puestos de poder. Parece un primer paso razonable, ¿no?

Se deduce de la tesis de Iglesias, sin embargo, que solo quiere que ganen poder las mujeres si piensan como él. Pues debería saber Pablo Iglesias que también hacen falta más mujeres de derechas en cargos relevantes. Igual que en la izquierda. Y, sin ir más lejos, en su partido.

Prefiere Podemos, sin embargo, que no hayan “más Merkel ni más Thatcher”. Pero para que las niñas, además de princesas, quieran ser alcaldesas como Colau, cancilleres como Merkel, o presidentas del IBEX como Botín, hacen falta más modelos. Y escasean ejemplos en todas las ideologías, no solo de la suya, señor Iglesias.

Pues yo estoy deseando que manden más mujeres con las que estoy en desacuerdo. No las votaría, claro. Pero al menos, para variar, podría darme el gusto de no votarlas a ellas, igual que llevo toda la vida negando el voto a hombres que no me convencen.

Faltan ingenieras y políticas que manden; ateas y beatas. Científicas, empresarias y bomberas. Faltan más jefas masculinas y femeninas; menopáusicas y embarazadas. Brillantes muchas de ellas, pero también del montón.

El día que sea tan frecuente encontrar mujeres mediocres como lo es dar con hombres así que llegan lejos, estaremos más cerca de la igualdad.

Viaja al 05/05/2021

No recordaremos 2016

29/12/2016

No recordaremos 2016 por ser el año en que España estuvo diez meses sin Gobierno y la nueva política entró en el Parlamento. Ni porque Mariano Rajoy haya sido el único político del establishment que este año ha salido fortalecido.

Al presidente del Gobierno le gusta tanto aparentar normalidad que hace que parezca inevitable que en 2015 se tomara las uvas cuestionado por el batacazo electoral que se dio el PP en el 20-D y que hoy brinde por el Año Nuevo más reforzado que nunca frente a un PSOE descabezado, un Podemos a cabezazos y con Aznar fuera del PP. Como si 2016 no hubiera podido salir de otra manera.

Tampoco lo recordaremos por tanto sondeo fallido ni tanto referéndum por la culata. Ni por la primera mujer presidenta de Estados Unidos que nunca lo fue ni por los miles de valientes que a diario se lanzan al Mediterráneo buscando un refugio desesperado ni por los bebés afectados de Zika en Brasil, donde Simone Biles arrasó en los Juegos de Río (“No soy la nueva Usain Bolt”, dijo, “soy la primera Simon Biles”).

No pasará a la historia 2016 por el medio centenar de mujeres asesinadas este año en España por la violencia machista, ni por los bombardeos de Alepo, las masacres en Sudán del Sur ni la campaña de terror del presidente Duterte en Filipinas. Ni siquiera por el entierro de Fidel. Tampoco por eso recordaremos 2016.

Olvidaremos que la Audiencia Nacional juzgaba la trama Gürtel y las black en plena investidura de Rajoy, y a la infanta testificando en el caso Nóos, a los cabecillas de Manos Limpias ingresando en prisión y a Isabel Pantoja saliendo de ella. También la paz en Colombia, la caza de los Pokémon, el Nobel de Dylan, el impeachment de Dilma Roussef en Brasil, el apoyo de Vladimir Putin a al-Asad en Siria, el golpe de Estado fallido en Turquía, y a Justin Trudeau haciendo yoga en Canadá.

Ni por la dimisión de David Cameron tras el Brexit, las manifestaciones #Blacklivesmatter por la violencia policial en Estados Unidos y otros muchos trending topics por aquellas buenas causas que también se nos han olvidado.

Que este año vivimos el sorpaso solo soñado de Podemos, las rastas entrando en el Hemiciclo, el bebé de Carolina Bescansa, aquellos “no es no” de Pedro Sánchez que acabaron en la catarsis del PSOE con vodevil incluido también se olvidará. Y las cinco investiduras fallidas, los correos de Hillary Clinton investigados por el FBI, las mentiras en Facebook a las que ahora llamamos posverdad, todos los nombres de los papeles de Panamá, incluyendo el del exministro José Manuel Soria.

Lo mismo que el lío de los títeres del “Gora Al-Qaeta” y el perdón del papa a los divorciados. Y la muerte de la senadora Rita Barberá en un hotel frente al Congreso. También las de Leonard Cohen, Prince y David Bowie. Nos acordamos aún de la de George Michael cuando suena Last Christmas, pero la olvidaremos.

Y aunque nos conmovió el terremoto de Amatrice en el que murieron, se dice pronto, más de trescientas personas, y el terrorismo azotando Europa con las bombas en el aeropuerto de Bruselas, y de los camiones asesinos del 14 de julio en Niza al mercado navideño de Berlín… Tampoco por eso recordaremos 2016. Vamos a recordar 2016 por lo que pase en 2017, porque ha cambiado todo tanto que aún no entendemos bien de qué va esto.

El año en que Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos y en Europa nos empezamos a tomar en serio la pujanza de la extrema derecha, que, por cierto, se la juega en las urnas dentro de unos meses, puede que cambie el rumbo de la historia. Y puede también que ni Trump ni el Brexit ni Le Pen y sus amigos sean para tanto. Todo depende de 2017 y lo que venga después. Feliz Año Nuevo.

El posescándalo de la posverdad

15/01/2017

No me extrañaría que Martin Scorsese estuviera negociando con la CIA la adaptación cinematográfica de sus informes secretos (lo de secretos es un decir) sobre Donald Trump, ahora que además de espías también salen prostitutas y chantajes en Moscú.

Urge que algún cineasta se ponga ya a rodar la película para que nos empecemos a tomar en serio el trumpazo, porque acumula tanto despropósito que ya no escandaliza lo suficiente. Con la posverdad, ha llegado el posescándalo.

Aún no ha llegado a la Casa Blanca y el gabinete acumula acusaciones de nepotismo, azuza una escalada de tensión militar con China, demandas y conflictos empresariales del holding familiar… Metabolizamos estas situaciones tan graves con total naturalidad, como haciendo zapping.

Cómo se explica si no que el futuro presidente de Estados Unidos admita que Vladimir Putin influyera en los resultados de las elecciones y no pase nada. “Fue Rusia”, ha reconocido en su primera comparecencia. ¿Y qué? Le faltó añadir.

Si fuera el argumento de un best seller de Tom Clancy, protagonizado por Sean Connery y Harrison Ford, los espectadores habrían seguido paso a paso la elaboración de ese informe de inteligencia al borde del infarto. Siempre y cuando fuera ficción, claro, veríamos a los personajes jugarse la vida para probar que, oh Dios mío, está a punto de entrar en la Casa Blanca el candidato del Kremlin. Netflix haría una serie de éxito con la que empapelaría la Puerta del Sol.

Lo malo es que ningún guion se atrevería a mostrar el verdadero final de la historia: que después de tanto lío a la gente le da igual. En la era del posescándalo, lo que vemos es al presidente, el de verdad, comparecer ante los medios diciendo: “Si le caigo bien a Putin es una ventaja”, para añadir a continuación que los servicios secretos estadounidenses “le recuerdan a los nazis”. Palabras textuales de Trump.

Un par de portadas más tarde lo habremos olvidado. Y la irrelevancia final no hay película de espías que la soporte.

Aquellos que defendían que el futuro presidente había mantenido una actitud provocadora como estrategia de campaña pero que en cuanto llegase a la presidencia adoptaría un tono acorde con la institución deberían buscarse otro consuelo. Y, descartada la realidad, nos quedaba el de la ficción. ¿Pero en qué genero enmarcamos esto? ¿Suspense? ¿Ucronía? ¿Apocalipsis?

Tal vez resultara eficaz un drama social a lo Ken Loach, con Gael García Bernal en el papel del mexicano que se queda sin trabajo cuando las fábricas americanas de automóviles tienen que cerrar en su país y acaba pidiendo trabajo, paradojas de la vida, para construir ese muro que, insiste Trump, pagará México. No lograría, sin embargo, mucha taquilla.

Habría que descartarla, eso sí, como serie de Aaron Sorkin. A ver cómo filma el posescándalo el director de El Ala Oeste de la Casa Blanca, acostumbrado a revestir de épica la justicia poética, cuando no pasase nada si un grupo de audaces reporteros, a contrarreloj, lograra hacerse con información comprometedora del futuro presidente de Estados Unidos. Sorkin no funciona porque ya sabemos lo que sucede después de ese fundido negro: nada. A lo sumo, el nuevo presidente recibe de reprimenda un editorial del The New York Times que los votantes de Trump nunca leerán. Como tampoco verían a Sorkin. Escandalizarse es muy de 2016, cosa de las élites resentidas.

Hay un antisistema multimillonario a punto de entrar en la Casa Blanca. Gran argumento para un reality show. El más peligroso de los formatos televisivos, porque no se toma nunca en serio. Si deja de escandalizar, simplemente, cambiamos de canal.

Viaja al 23/12/2019 o al 10/05/2023 o al 25/11/2023

De mayor quiero ser mujer florero

17/02/2017

A la infanta Cristina no le sorprendió que la señora que limpiaba su casa tuviera un contrato de telefonista por la misma razón que Ana Mato ni reparó en que hubiera coches de lujo en su garaje.

A ninguna se le ocurrió preguntarle a su marido de dónde salía el dinero que a una le pagaba los viajes a Disneylandia y a otra el palacete de Pedralbes a cuerpo de rey. Hablar de facturas, qué ordinariez.

“Todo lo que hace mi marido está bien”, resumía Rosalía Iglesias, la mujer de Luis Bárcenas, y tercera en discordia, en el juicio de la Gürtel. En casa del extesorero del PP nunca se hablaba de trabajo, ni a ella se le ocurrió nunca preguntar qué firmaba en esos papeles que le pueden costar veinticuatro años de cárcel. Hay que valer para llevar tanta ignorancia en los juicios con la misma naturalidad que una pamela de ala larga en una boda de postín.

Y en su derecho estaban las tres de decirle al juez que no tenían ni idea. Sobre todo la infanta, faltaría más. En palacio es probable que no le enseñaran a revisar los gastos de una cuenta corriente. Y quién sabe, puede que tampoco en dos décadas trabajando en La Caixa.

Ahora bien, que evitar la cárcel como buenamente pueda sea un derecho fundamental no le quita una pizca de patetismo a la ignorancia de la mujer florero como estrategia judicial. Y si ni Bárcenas ni el exmarido de Mato representan al PP ni Urdangarin a la Casa Real, difícilmente podemos darnos por aludidas las mujeres por el alarde de ignorancia de estas señoras.

Es humanamente comprensible que no denunciaran al padre de sus hijos. Pero de ahí a no enterarse de nada cuando de pronto alguien trae a casa más de cuatro mil euros en confeti para la fiesta de cumpleaños de tus hijos hay un largo trecho judicial. Y en el caso en el que además de llevar la casa y los hijos, una lleve también, qué se yo, el derecho a la sucesión de la Corona o un ministerio, no es extraño que se les pida también una responsabilidad moral.

Esperemos que no se siga extendiendo esta moda judicial. Si no, en vez de las tetas, las de Femen van a tener que enseñar el Código Mercantil en sus protestas para dejar claro que las mujeres somos capaces de reconocer un delito. A no ser, claro, que estemos ante un tribunal. En ese caso, yo también quiero ser mujer florero.

Viaja al 20/06/2018 o al 15/07/2020 o al 23/05/2022

Urdangarin y Rato como obra de arte

23/02/2017

En vez de preguntarse si se le puede llamar arte, lo que este año se lleva en ARCO es contemplar sentencias y opinar con el dedo en el mentón si a uno le parece justa o si la podría haber hecho un niño.

Ha sido precisamente en la visita inaugural a esta feria donde los Reyes han conocido que Urdangarin, de momento, no ingresará en prisión. Dónde mejor. Han quedado muy bien absteniéndose de opinar porque en las exposiciones de arte contemporáneo no están bien vistas ni las valoraciones ni los cuñados.

Al Arte, igual que a la Justicia, de poco sirve buscarle un sentido. Al final lo que cuenta es que el vaso medio vacío de Wilfredo Prieto que se vendía en ARCO hace un par de años valía veinte mil euros porque alguien los pagó. Y que Urdangarin sale libre y sin fianza porque así lo ha querido la Audiencia Provincial de Baleares.

La Fiscalía había pedido prisión bajo fianza de doscientos mil euros para Urdangarin. En ARCO equivaldría a diez vasos de agua. Al final, ni eso. Le basta con comparecer ante la autoridad judicial una vez al mes en Suiza.

Ni siquiera fuera de ARCO se ha podido polemizar a gusto por la decisión de dejar en libertad al marido de la infanta Cristina. La condena de cuatro años de cárcel a Rodrigo Rato y seis a Miguel Blesa por las tarjetas black ha llegado justo a tiempo de llevarse todo el protagonismo.

No todos los días la justicia manda a dos banqueros a la cárcel. La Audiencia Nacional considera a Rato y Blesa culpables de apropiación indebida. En algunas galerías lo llamarían performance. Por eso es normal que ningún artista haya optado por la provocación en la feria de este año.

Solía entretener estos días a la prensa discutir si podía llamarse arte a meter a Franco en una nevera o exponer un Fidel Castro zombi. Pero con Urdangarin en libertad sin fianza y Rato recién condenado no hay color. Ellos son la obra estrella del último desfile de la corrupción.

Viaja al 24/07/2017 o al 26/06/2018 o al 15/07/2020

La culpa de todo la tiene Mary Poppins

08/03/2017

De pequeña, en el cole nunca se estudiaba a las mujeres en Historia. Y mucho menos a las que habían trabajado por la igualdad de derechos. Como si el feminismo hubiera sido necesario en el pasado, pero se hubiera convertido en un anacronismo. Como si mágicamente estuviera todo resuelto y las feministas que aún quedaban dando la lata no se hubieran enterado.

La ficción tampoco ayudaba demasiado. La primera vez que vi un personaje que reivindicaba el derecho al voto de las mujeres fue en Mary Poppins. ¿Recuerdan la excéntrica madre que dejaba desatendidos a sus hijos hasta el punto de tener que confiárselos a una extraña que baja volando en un paraguas? Esa es la primera imagen de una sufragista que tuvimos los niños de varias generaciones. Un secundario cómico.

En 1964, cuando se estrena esta mítica comedia musical ambientada en el Londres de principios del xx, el feminismo de la época ya no estaba luchando por el voto femenino (que en Inglaterra se autorizó en 1918 y en España en 1933), sino por la libertad sexual y los derechos laborales de las mujeres. Normal que resulten tan cansinas las feministas, por más que ganan derechos no se conforman nunca. ¿Qué será lo próximo? ¿Querer cobrar lo mismo?

Lo que sí que seguía muy vigente en los 60 era el cliché de la madre desnortada que se pasa el día en manifestaciones y deja a sus hijos desatendidos. Afortunadamente, en la película están a salvo con la intrépida Mary Poppins, uno de los personajes femeninos más libres de la factoría Disney que, para variar es, además, inteligente. O, mejor dicho, audaz, que como decía Carmen Martín Gaite era la única forma de inteligencia que durante siglos la literatura se permitió atribuir a las mujeres.

“Ser hombre en Inglaterra bella cosa es”, cantaba el padre de las criaturas del film a las seis y tres en punto. “El hombre aquí lo es todo... Gran señor de mi casa, el jefe, el rey. A los vasallos, mujeres y niños trato de forma cortés”. El señor Banks, que no comulgaba con las ideas políticas de su esposa, le dejaba rienda suelta siempre que al llegar a casa tuviera preparadas sus zapatillas y su jerez a la hora de darle el beso de buenas noches a los niños. Muy liberal.

Pero tampoco vayamos a echarle toda la culpa a Mary Poppins de que hayamos crecido con una imagen caricaturizada del feminismo. No tenía por qué ser aquella sufragista alocada y despreocupada el referente que calara en nuestro inconsciente infantil. Sería como reprocharle a Disney la quiebra de Lehman Brothers porque en otra escena de la película el banco en el que trabaja el padre colapsa cuando su hijo se empeña en sacar dos peniques.

No es más que una fábula. Seguro que hubo otros muchos otros referentes de mujeres heroicas que han luchado por la igualdad en las películas que veíamos de pequeñas. El caso es que ahora no se me ocurren.

No olvidemos que lo verdaderamente importante no es la ficción, sino lo que hicieron tantas mujeres de carne y hueso en la defensa de los derechos del 50 % de la humanidad. ¿Cuántas de ellas, por cierto, aparecían en los libros de historia? ¿Y en los telediarios?

Al que añada un pero después de definirse feminista le voy a mandar a la RAE, que lo define como “la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”. Si hasta lo ha entendido la institución que todavía asocia a las mujeres con el sexo débil en su diccionario. Porque una cosa es entender los conceptos y otra aplicárselos.

Make PSOE Great Again

26/03/2017

Arropada por todas las viejas glorias del partido, la presentación en Madrid de la candidatura de Susana Díaz coincidía en el recinto de Ifema, lo que son las cosas, con la Feria de la Almoneda. Una era un escaparate para nostálgicos de las antigüedades. La otra, también.

“Queremos volver a ser lo que fuimos”, proclamó Susana Díaz como broche final del multitudinario acto en el que por fin ha hecho oficial que aspira a liderar el partido. Lejos de convertirse en un mensaje de renovación, optó por una exacerbada exaltación de la grandeza perdida del PSOE. Un canto al siglo xx con constantes referencias a los expresidentes González y Zapatero. Más al primero que al segundo.

Rompió el hielo del acto de beatificación de Susana Díaz una joven cántabra de las Juventudes Socialistas. Es de suponer que le encomendaron la difícil misión de rejuvenecer la atmósfera e ilusionar al público millennial, cada vez más escaso entre los votantes del partido. Pero ni con esas. La veinteañera presumía de marxista conversa y citaba a Serrat. Muy a juego con los aplausos en la primera fila de Rubalcaba, Felipe, Guerra y Bono, que ya mandaban antes de que ella hubiera nacido.

En vez de ajustar la hora perdida esta noche, parecía que el PSOE quisiera renovarse sincronizando los relojes tres décadas atrás. Cuando mandaba de verdad. Una estrategia arriesgada lo de rodearse de tanto aparato, teniendo en cuenta que en tiempos de populismos al establishment lo carga el diablo.

Para ensalzar a la lideresa le decían: “Eres tú”. Vamos, que no faltó ni Mocedades. Más Cuéntame imposible. Pero el verdadero homenaje al siglo xx culminó cuando subió la exministra Matilde Fernández, tercera telonera susanista. Habló esta emblemática dirigente, “ya jubilada”, aclaró, de la reconversión industrial de 1981 y citó a Solchaga, a Corcuera y a Boyer. Cuánta grandeur. Su discurso no buscaba ni por asomo renovar, sino reivindicar sin tapujos el maltrecho orgullo socialista. Y, de paso, recordar implícitamente aquellos tiempos en los que la izquierda tenía políticos a los que no se la refanfinflaba la oratoria y citaban a Goethe en vez de a Jordi Évole. Puede que incluso lo leyeran.

“Si yo os contara cómo era el país de los años 80…”, decía Fernández ante un pabellón repleto de banderas socialistas, como en los viejos tiempos. “¿Te acuerdas, Felipe, de cuando hablabas del Imserso y la gente nos escribía porque había conocido por primera vez el mar?”.

Y por si alguien dudaba que Susana es la candidata de la unidad, el encargado de pedirla que subiera al escenario fue su exenemigo Madina, que habló de “reconciliación” y “nuevo proyecto”. Quién se lo iba a decir al socialista vasco en 2014, cuando perdió la Secretaría General porque Díaz optó por apoyar al candidato que ahora ambos prefieren ni mentar.

El mérito del cierre de filas en favor de la andaluza, sin embargo, más que suyo puede que sea de Pedro Sánchez. La vieja guardia del partido (y gran parte de la nueva) teme tanto la vuelta a la secretaría general del adalid del “no es no”, que no les ha quedado otro remedio que aupar a Susana Díaz.

Si ella representa la unidad, Pedro Sánchez es la calle. En realidad, el PSOE necesitaría recuperar las dos cosas. Pero de aquí a mayo toca elegir un modelo. Y la mayoría de los mandamases socialistas que se han dado cita en Ifema, han enterrado sus desavenencias internas para apoyar a Susana, convencidos de que el modelo pedrista, más asambleario, terminaría por deshacer el partido.

Y mientras la militancia decide si susto o muerte, Pedro Sánchez da otro mitin en Valencia, contestando a la nostalgia del acto en Madrid con un ultimátum: “El PSOE del siglo xx o el del siglo xxi”. También dijo Pedro, para dejar claras las diferencias, que “el cambio del PSOE vendrá de abajo y no de arriba”.

Y entonces Susana más que subir ascendió, por fin, a anunciar que sí, que se presenta, ante un pabellón de Ifema abarrotado con siete mil personas encabezadas por lo más granado del siglo xx socialista. Y para los nostálgicos con ganas de más, al fondo, a la derecha, la Almoneda.

Viaja al 01/06/2018 o al 23/07/2023

El chiste que no estaba a la altura

30/03/2017

Supongo que en la Checoslovaquia de los 80 se podían hacer chistes sobre Carrero Blanco. Allí lo que por entonces preocupaba más a la censura era que se mencionara a Martina Navratilova.

Como a la estrella del tenis se la consideraba traidora de la patria socialista por haber pedido asilo político en Estados Unidos, estaba prohibido siquiera mentarla. Y eso, claro, complicaba el trabajo de los cronistas deportivos porque era la época en la que ella lo ganaba todo.

“En las semifinales de Wimbledon de mañana jugarán…”, escribía un periódico checo de la época. Y solo citaba tres nombres. Todo el mundo, claro, sabía que Navratilova era la cuarta. Pero no se podía decir. Lo cuenta Timothy Garton Ash en su libro Free Speech, donde analiza los límites de la libertad de expresión y la censura.

Conviene releerlo ya que este debate vuelve a estar muy en boga en España ahora que la Audiencia Nacional ha condenado a un año de cárcel por enaltecimiento del terrorismo a Cassandra Vera, una joven de veintiún años que tuiteó varios chistes sobre la muerte del militar Carrero Blanco, asesinado por ETA en 1973.

Dónde hay que poner los límites a la libertad de expresión, si es que los tiene, también se discutió hace unos días con el autobús de Hazte Oír que hacía apología de la transfobia. El debate es reincidente. Lo tuvimos también el año pasado con los titiriteros encarcelados por el “Gora Alka Eta” y por los tuis del concejal Zapata sobre Irene Villa.

A diferencia de estos otros casos, sin embargo, a Cassandra no la han absuelto. Y eso que en los mensajes de esta chica no hay dinero público, ni menores en escena, ni su mal gusto representa a nadie más que a sí misma. Así que es aún más difícil de entender si cabe descubrir de pronto que en España es constitutivo de delito escribir cosas como “URSS Yuri Gagarin vs SPAIN Carrero Blanco”.

De condenar por algo a Cassandra habría que replantearse si no tendría más sentido hacerlo porque en su biografía de Twitter se autodefina como escritora. Ese tipo de enaltecimiento literario lleva demasiado tiempo impune.

La más insidiosa de las censuras contemporáneas explica Ash que es las de los lugares donde no hay reglas escritas y los límites se le antojan arbitrarios al Estado. “¡Queremos censura!”, escribía también en los 80 el escritor húngaro István Eörsi en un irónico reclamo a las autoridades. Saber a qué atenerse le parecía un avance.

En aquellos mismos años, al otro lado del telón de acero, hacía casi una década que España era una democracia y había recuperado el derecho a la libertad de expresión. Y mientras los checos se tenían que conformar con deducir que Navratilova había llegado a la final, en la España camisa blanca Tip y Coll se desquitaban de los años de la dictadura franquista en los que siempre tenían que dejar para mañana eso de hablar del Gobierno. A nadie le extrañaba entonces que por fin se publicaran chistes sobre la muerte de Carrero Blanco sin tapujos de otra época.

Los tuits que ha perpetrado Cassandra tienen mucha menos gracia que los de Tip y Coll. Algunos, de hecho, ninguna. Pero si los chistes malos van a estar penados con cárcel la Audiencia Nacional no sabe dónde se ha metido. Resulta inquietante que frivolizar sobre la muerte de un vicedictador, con intención de bromear o sin ella, sea delito en la España del siglo xxi.