Argumentos en una baldosa - Valeria Edelsztein - E-Book

Argumentos en una baldosa E-Book

Valeria Edelsztein

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Beschreibung

Claudio Cormick, doctor en Filosofía, y Vale "Arvejita" Edelsztein doctora en Química, nos ayudan a entender de qué hablamos cuando hablamos de argumentación. En filosofía, a diferencia de las ciencias, no se hacen experimentos o encuestas, no se observa. ¿Qué se hace? Se argumenta. De hecho, las personas argumentamos todo el tiempo: tratamos de convencer a otras personas de que tenemos razón. Pero que argumentemos frecuentemente no significa que lo hagamos bien. Un buen argumento funciona como un mecanismo de relojería: tiene todas las partes que necesita y ninguna sobra; cada cual cumple su función, y en conjunto nos conduce al resultado deseado. Este libro es una invitación a pensar.

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Argumentos en una baldosa

© TantaAgua 2021

Av. Córdoba 6040

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.tantaagua.com.ar

Dirección editorial: Julieta Elffman

Corrección de textos: Giuliana María Graziosi

Ilustraciones: Aymará Mont

Diseño: Daniel Vidable | Kroda

Tipografías:Asap - Cosgaya & Omnibus-Type TeamSansita - Cosgaya, Sanfelippo & Omnibus-Type Team

Primera edición en formato digital: octubre de 2022

Versión 1.0

Digitalización: Proyecto451

Libro de edición argentina.

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

Se permite el uso parcial o total de esta obra y su transmisión a través de todos los medios posibles con cita (no hace falta que nos lleven a cenar, pero no estaría de más). No se autorizan usos comerciales de la presente obra.

ISBN edición digital (ePub): 978-987-88-7135-6

Edelsztein, Valeria

Argumentos en una baldosa : diez jugadas filosóficas para pensar / Valeria Edelsztein; Claudio Cormick ; editado por Julieta Elffman ; prólogo de Guillermo Martínez. - 1a ed ilustrada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Julieta Irene Elffman, 2022.

Libro digital, EPUB - (Abriendo hilos / 1)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-88-7135-6

1. Filosofía General. 2. Epistemología. 3. Filosofía de la Ciencia. I. Cormick, Claudio.

II. Elffman, Julieta, ed. III. Martínez, Guillermo, prolog. IV. Título.

CDD 121

Argumentos en una baldosa

Diez jugadas filosóficas para pensar

Claudio Cormick y Valeria Edelsztein

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¿Quiénes escribieron este libro?

Claudio Cormickestudió la licenciatura y el doctorado en Filosofía en la Uni-versidad de Buenos Aires. Sus intereses en cuanto a períodos y a problemas dentro de la filosofía se mantuvieron siempre bastante más dispersos que lo que puede requerir la especialización académica, así que decidió hacer de la necesidad virtud coescribiendo un libro “tutti frutti” como este. Cuando logró enfocarse un poco más, sin embargo, escribió un libro centrado en problemas de teoría del conocimiento en dos autores franceses del siglo XX, Opacidad y relativismo, y una veintena de artículos académicos.

Ha dado clases en escuelas secundarias –de donde surgió por primera vez la idea de elegir argumentos “en una baldosa” que pudieran ser com-prendidos por personas sin formación filosófica previa, y permitieran a ado-lescentes de 16 años entrar en contacto con Platón, Descartes o Hume– y en universidades; actualmente está a cargo de las asignaturas Filosofía Contem-poránea y Epistemología en la Universidad CAECE. Además, se desempeña como investigador asistente en el CONICET, con lugar de trabajo en la Socie-dad Argentina de Análisis Filosófico.

Su yo anterior trabajó también respondiendo consultas técnicas y hacien-do encuestas de política en sendos call centers, y dando clases de inglés en escuelas primarias; dice que no lo extraña. Tiene tres hermanas y tres sobri-nos, y vive con sus tres gatos: Sagan, Margot y Bhikhu (sí, se llama así por el señor de la séptima baldosa). Cuando no está leyendo o escribiendo filosofía, le gusta viajar en trenes de larga distancia y salir a correr.

Vale “Arvejita” Edelsztein es una curiosa insaciable. Su lema es “¿Qué es esto? ¿Lo puedo aprender?”. Por eso, salta de tema en tema con la agilidad de un rinoceronte dormido.

Estudió Química en la UBA porque era lo más parecido a hacer magia. Después se doctoró. También hizo una Diplomatura Superior en Enseñanza de las Ciencias en FLACSO.

Trabaja como Investigadora del CONICET, es profesora de Didáctica de la Química (UBA) y de Química Analítica (ITBA). También cocreó y dicta el taller exploratorio de ciencias “Laboratorio de Ideas” para nivel primario, porque

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su niña interior no puede dejar de hacer experimentos. Le gusta cocinar y, evidentemente, cree que dormir está sobrevalorado. O al menos eso creen su hijo y su hija, que nunca se despiertan después de las 7 am. Sí, incluso feriados y fines de semana.

En algún momento se dio cuenta de que, además de hacer ciencia, le gus-taba contarla. Por eso, desde hace más de diez años es columnista y asesora científica en televisión (La Liga de la Ciencia, Todo Tiene un Porqué, Cien-tíficos Industria Argentina, entre otros), radio y medios gráficos y digitales. Además, escribió contenidos para textos escolares y once (¡con este, doce!) libros de divulgación científica para todas las edades.

Pero, si de contar ciencia se trata, nada mejor que tejer historias. Por eso, escribe hilos en Twitter, creó y coconduce el podcast Contemos Historias, fue guionista y conductora de los micros de ciencia Cuenta la historia que…(Canal Encuentro) y es cofundadora del proyecto Científicas de Acá, que visi-biliza a las mujeres que hicieron y hacen ciencia desde Argentina.

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Prólogo

Por Guillermo Martínez

Hay un momento inevitable, en una disquisición filosófica, en un contrapunto judicial, en las posibles interpretaciones de un experimento científico, en una discusión acalorada sobre política, en que la razón debe dar “un paso atrás” para revisar sus argumentos, y también, si la discusión es leal, los de la posición opuesta. Ese pasaje –del punto en discusión a la argumentación lógica– no deja de tener algo siempre problemático, porque significa cam-biar de algún modo el terreno de la controversia, desde el asunto concreto y particular hacia la cuestión más abstracta y genérica de la justificación, las razones más fuertes o más débiles que pueda esgrimir cada quién de su parte. Por dar un solo ejemplo, si quisiera invalidar “por exageración” la posición de mi rival con una analogía que extremara hasta el absurdo su argumento, él podría replicar que mi analogía no es lo bastante fiel al asunto en disputa, y proponer otra en la cual su punto de vista quedara más favorecido: muy pron-to habríamos abandonado la discusión original por una segunda discusión sobre la validez epistemológica de las analogías.

En Argumentos en una baldosa, Valeria Edelsztein y Claudio Cormick se proponen –y consiguen– algo doblemente extraordinario: por un lado identi-fican y extraen, de la filosofía y de la ciencia, pero también de algunos de los debates más actuales, el jardín común de senderos que se bifurcan cuando la razón revisa sus propias armas y sigue rigurosamente cada posible disyun-tiva. Por otro lado exponen, con claridad maravillosa y a la manera de Elige tu propia aventura, las encrucijadas del pensamiento para que el lector se deje convencer alternativamente por una justificación y la opuesta, o llegue a dudar de ambas. Algo más difícil todavía: lo hacen con humor y alusiones a la cultura popular a la manera de guiños, como la evocación de un diálogo de Phoebe (el personaje de Friends) sobre la teoría de la evolución para introducir la cuestión de la validez transitoria y siempre a punto de peligrar de las teorías científicas.

En una época en que las redes sociales, sobre todo Twitter, se han conver-tido en una versión belicosa, pero quizá no tan disímil, del ágora ateniense, y

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se discuten en la arena pública las cuestiones más intrascendentes y también las más importantes con toda clase de armas arrojadizas, un libro como este parece más necesario que nunca, por el examen crítico de las paradojas y limitaciones del “sentido común”.

Hemos tenido debates ásperos y exacerbados en los últimos años alrede-dor de la legalización del aborto, del matrimonio igualitario, de las maneras de enfrentar la pandemia, de si se puede llegar o no a algún mínimo territorio común entre los dos bandos principales de la “grieta”. Varias de estas cues-tiones aparecen como alusiones en distintos capítulos. En la baldosa 4, por ejemplo, se analiza la cuestión del aborto a la luz de una analogía que inten-ta separarse de la cuestión de si el feto debe considerarse o no persona. En la baldosa 7 se pone en duda el llamado “privilegio epistémico” de las personas oprimidas: ¿debe la experiencia personal de una persona o grupo oprimido pesar a su favor a la hora de exponer una teoría? En la baldosa 8 se analiza la cuestión del etnocentrismo y los límites “aceptables” o “inaceptables” de los relativismos culturales.

Al leer los diferentes argumentos y dilemas que se suceden en el libro, se percibe un aire de familia entre algunos de ellos: la cuestión del relativis-mo individualista, examinada en la baldosa 1, hace recordar a la paradoja de Epiménides sobre los cretenses siempre mentirosos, pero también a la cuestión de la traducción radical planteada en la baldosa 9. La baldosa 3, sobre la desconfianza de Hume en la inducción para los fenómenos de la naturaleza, se prolonga en un salto hacia la baldosa 6, en lo que se llama la “metainducción pesimista”. Los mismos autores proponen otras afinidades y recorridos temáticos.

Este aire de familia entre argumentos que se originaron en disciplinas, épocas y discusiones distintas nos lleva a pensar si habrá una forma de cla-sificar en unos pocos patrones el juego lógico de la argumentación. Leibniz imaginó alguna vez –en su proyecto Característica Universal– un cálculo combinatorio para el pensamiento a partir de algunos conceptos primitivos y elementales; del mismo modo Borges se preguntaba, siguiendo a Goethe, si habría una gramática de las formas narrativas, y si cada historia no es quizá sino un avatar de otras ficciones de otras épocas, que se repiten con ligeras variaciones a partir de unos cuantos modelos.

Los argumentos dentro de este libro permiten imaginar una próxima aventura, quizá una edición ampliada hacia el futuro, de un segundo juego de rayuela fascinante en la persecución de esos patrones fantasmales de eternos retornos.

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¿Qué es (y qué no es) un argumento?Las reglas para jugar el juego

1. Sobre este libro y sus pobladores: los argumentos

Este es un libro sobre argumentos. Pero no sobre cualquier tipo de argumentos.

Las personas argumentamos todo el tiempo. Cuando hablamos de fútbol, cuando hablamos de cocina, cuando hablamos sobre nuestras relaciones personales, tratamos de convencer a otras personas de que tenemos razón, y para eso tenemos que dar… razones.

Si hay un lugar en el que los argumentos son realmente centrales, es en la filosofía. Porque, a diferencia de las ciencias, en esta disciplina no se ha-cen experimentos o encuestas, no se observa. ¿Qué se hace? Se argumenta. Sin embargo, en general, cuando se hace una introducción a la filosofía, se suelen contar relatos acerca de Platón, Descartes o Kant, y los argumentos no son los protagonistas. Posiblemente, porque hacer el mismo ejercicio de pensamiento que han hecho estos personajes a lo largo de la historia parecería ser algo imposible, algo así como tratar de replicar en casa o en el aula los resultados obtenidos en un acelerador de partículas.

Pero notemos esto: si bien argumentar, al igual que lo que ocurre con cualquier actividad científica (hacer experimentos, encuestas, etc.), es algo que se puede hacer bien o mal, hay una diferencia. Hacer buena o mala ciencia depende, entre otras cuestiones, de la manera en que se recolectan y tratan los datos. Lo que hace bueno o malo a un argumento es el hecho de que lo que se trata de probar se pueda apoyar realmenteen las razones que se ofrecen para probarlo, y esta es una relación entre sus partes que podemos evaluar sin necesidad de hacer observaciones o experimentos.

Si alguien en ciencia nos quiere mostraralgo (salvo tal vez en una discipli-na demostrativacomo la matemática), tiene que decirnos que está apoyado en datosobtenidos de un estudio de campo, o de un experimento de labora-torio, o de una encuesta; tenemos que creerle que esos datos son fidedignos, porque no es posible desplegar, reproducir(en el sentido más literal del tér-mino, es decir volver a producir) esa investigación ante nuestros ojos.

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En cambio, un argumento filosófico sí es algo que se puede llevar en la valija, a todas partes y a toda hora, que no requiere apoyarse en nada que no esté ahí adelante, en el diálogo. Los argumentos filosóficos son portá-tiles. Acercarse a la filosofía de esta manera tiene la enorme ventaja de que significa introducirse en ella, justamente, de forma filosófica. Este es, entonces, un libro sobre argumentos portátiles. Argumentos filosóficos.

En este punto, alguien podría decir que, por portátilque sea un argumento en el sentido de no estar apoyado en datos, sin embargo tiene cierta comple-jidad: por caso, no podemos entender el argumento de Hegel contra la noción de “cosa en sí” en Kant sin antes entender qué rayos es la “cosa en sí” (que no es el Tío Cosa, ni nada parecido), y así sucesivamente. Entonces, si los argu-mentos filosóficos resultan ser, en una abrumadora mayoría, argumentos de ese tipo, habremos llegado, por un camino diferente, al mismo problema: no poder introducir filosóficamentea la filosofía a nadie, al menos hasta que haya adquirido una gran proporción de conocimiento de historiade la disciplina.

Pero, por suerte, algo apasionante de la filosofía es que en ella prolife-ran –de manera sorprendente y encantadora– lo que hemos dado en lla-mar argumentos en una baldosa: estructuras de premisas y conclusiones que le podemos presentar a alguien sin formación filosófica previa (como estudiantes de secundaria y navegantes de redes sociales como Twitter; hemos hecho la prueba y funciona) y que, sin embargo, alcanzan para que la persona “vea” un punto. Un punto sobre por qué el aborto debería ser permitido, sobre por qué no se puede decir “Vos tenés tu verdad y yo tengo la mía”, o sobre por qué no podemos justificar nuestra creencia acerca de que el futuro probablemente sea como el pasado.

Es cierto quesituviéramos que contar una introducción a la filosofía que sirviera de “pantallazo” general, exhaustivo, de su historia, nos encontraría-mos con muchos argumentos no monobaldósicos, que no podríamos presen-tar de manera autocontenida. Sin embargo, la decisión en la que se apoya este libro fue, justamente, la de priorizar el cómoantes que el qué: lo que nos interesa no es que quien nos lea se quede con alguna noción de lo que es la teoría platónica de las ideas, o la doctrina kantiana de las categorías, sino que se lleve, a partir de ejemplos, algo de experiencia sobre esta hermosa práctica que es argumentar filosóficamente. Por eso, el libro está pensado de una forma conscientemente dispersa: los argumentos que veremos aquí pertenecen a diferentes áreas y períodos de la filosofía –aunque con cierta preferencia, todo hay que decirlo, por la teoría del conocimiento y por la época contemporánea–, y no ha estado en el centro de nuestras preocupa-ciones el trazar una línea histórica que conecte los distintos puntos (aunque sí ofreceremos algo de contexto para cada uno de ellos).

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Estos argumentos pueden dejarnos, quizás, con la sensación de asombro que ocasiona un buen truco de magia: en dos o tres movimientos… ¡voilà!Algo que no estaba ahí aparece de pronto frente a nuestros ojos. Pero, a diferencia de lo que haría un mago, que sabe muy bien esconder sus trucos, nuestra misión es recorrer este camino junto con ustedes para revelar sus secretos y entender cuáles fueron los pasos que permitieron llegar a ese resultado. Porque no es magia, es lógica.

Este libro es una invitación a hacer el mismo ejercicio de razonamiento que hicieron filósofos clásicos como Platón, René Descartes o David Hume, o –más cerca de nuestros días– Judith Jarvis Thomson, Bernard Williams, Elizabeth Anderson o Richard Rorty. Es una invitación a pensar. Les pro-ponemos un juego, en el que pueden elegir su propia aventura argumen-tativa, y saltar de baldosa en baldosa. También van a encontrar algunas secciones y comentarios intercalados: la bitácora de notas, exquisiteces técnicas y más.

Este es un libro sobre argumentos filosóficos. Argumentos en una baldosa. Argumentos para jugar. Pero, como todo juego, tiene sus reglas. Así que, antes de empezar, deberíamos conocerlas.

2. ¿Qué es exactamente un “argumento”?

Un argumento es, ante todo, una entidad lingüística, una serie de oraciones encadenadas de un modo tal que algunas de ellas, llamadas premisas, nos brindan apoyo para creer en la verdad de otra, llamada conclusión.

Dado que las cosas que creemos se expresan en forma lingüística, es per-fectamente comprensible que los miembros de la especie Homo sapiens ha-yamos desarrollado la práctica de argumentar: si queremos saber con qué fundamentos alguien cree algo (“Gorrg, ¿por qué pensás que estos frutos azules son venenosos?”, “Lucía, ¿por qué decís que Cozzi es un pecho frío?”) lo que queremos saber es si aquello que la persona cree puede ser avalado, sustentado, fundamentado y demás -ados, en otros trozos de información… que también van a tener forma lingüística.

Naturalmente, estas expresiones como “apoyo” o “fundamento” son me-táforas; sugieren la idea de un objeto que está sostenido, físicamente, sobre otro, como las patas sostienen la tabla de la mesa o las tortugas al mun… no, eso no. Por las dudas lo aclaramos: cuando usamos un argumento para mos-trar cómo cierta creencia se sostieneen otras, no estamos hablando de una relación física entre objetos físicos. En rigor, nos referimos a algo a lo que en nuestra elucidación preliminar sobre qué es un argumento hicimos mención

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incidentalmente: la propiedad de la verdad. Cuando decimos “¿Por qué creés que estos frutos azules son venenosos?” lo que estamos diciendo, de manera abreviada, es “¿Por qué creés que es verdad queestos frutos azules son vene-nosos?”, o, si hablamos de una manera un poco más retorcida, “¿Por qué creés que la oración ‘Estos frutos azules son venenosos’ es verdadera?”.

Es decir, además de otrascaracterísticas que pueden tener, como la de estar formuladas en castellano o en urdu, o la de estar compuestas de cuatro palabras o de veinte, nuestras oraciones tienen, en muchos casos, la característica de ser verdaderas o ser falsas. Entonces, cuando le pedimos a alguien que justifique o fundamente una creencia, típicamente es porque no estamos convencidos de que sea verdadera (sospechamos que podría ser falsa) y le estamos preguntan-do: ¿qué información podés presentarme que haga seguro, o al menos proba-ble, que esta creencia que tenés sea verdadera? Ahí es donde la otra persona debería decirnos algo como “Bueno, vi que Krug comió de estos frutos azules y al día siguiente estuvo vomitando todo el día; por lo tanto (probablemente sea verdad que) estos frutos azules son venenosos”. O algo como “Mirá, Cozzi en su equipo, donde cobra una fortuna en euros, ganó todo, y corre hasta la última pelota, pero cuando tiene que venir a jugar a la Selección no le hace un gol ni al arcoíris; así que (probablemente sea verdad que) Cozzi es un pecho frío”.

2.1. ¿Qué es “ser verdadero”?

Es importante notar que cuando hablamos de “aceptar” una determinada oración −sea como premisa o como conclusión− nos referimos a considerar-la verdadera; cuando hablamos de “rechazarla”, hablamos de considerarla falsa. En muchos manuales de lógica se suele decir que lo que puede ser verdadero no son las oraciones sino algo que llaman proposiciones, que son las quedarían el significado de las oraciones; por ejemplo: “Está lloviendo” e “It’s raining” son dos oraciones cuyo significado es la misma proposición. Pero acá vamos a ignorar esta complicación y a considerar ambos términos como equivalentes.

La noción de “verdad” ha sido objeto de una serie de discusiones. Una caracterización tradicional, pero problemática, de qué es la verdad habla de una correspondencia o acuerdo entre el lenguaje y la realidad. Es decir, cuando consideramos verdadera la oración “El cielo es azul”, lo que esta-mos diciendo es que lo que plantea la oración en cuestión es algo que se corresponde o está de acuerdo con la realidad. Sin embargo, hay muchas personas que piensan que hablar de correspondencia genera más problemas que los que resuelve. Por ejemplo, tiene el inconveniente de sugerir que hay

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un mismo sentido de correspondencia que deberíamos proponer para todas las oraciones que consideramos verdaderas; así, deberíamos suponer, por ejemplo, que como 2+2=4 es verdadera, existe algo así como una “realidad matemática” con la que esa oración se corresponde, del mismo modo que existe una “realidad física” con la que se corresponde la oración “El cielo es azul”. Y no queda demasiado claro qué sería esa realidad matemática.

Por otro lado, no necesariamente hablar de correspondencia es algo que haga justicia a lo que intuitivamente piensan sobre la noción de verdad quie-nes no han estudiado filosofía. Alfred Tarski, uno de los lógicos más impor-tantes del siglo XX, cita en uno de sus artículos más famosos una encuesta en la que solo una pequeña proporción de las personas interrogadas responde afirmativamente a la pregunta sobre si “verdad” significa “correspondencia con la realidad”. ¿Qué es lo que sí acepta la mayor parte de las personas en-cuestadas? Un esquema del tipo “La oración ‘O’ es verdadera si y solo si O”, que puede concretarse en ejemplos como ‘El pasto es verdees verdadera si y solo si el pasto es verde’ (o, desde ya, ‘Los unicornios son azuleses verdadera si y solo si los unicornios son azules’; si no son azules, no será verdadera). Este sentido “mínimo” de “verdad” va a ser el que nos interese aquí. Cuando digamos que una cierta oración O es verdadera, lo que estamos haciendo es afirmar el contenido de la oración O.

2.2. ¿Qué es justificar una creencia?

Justificaruna creencia implica apoyarse en otras creencias,pero la relación de apoyo o fundamentación que estamos considerando vincula entidades lingüísticas, oraciones(entrelazadas en argumentos) y las creencias son, aparentemente, entidades psicológicas. De modo que debemos aclarar una distinción entre dos sentidos de la palabra “creencia”.

Cuando decimos que las creencias de una persona religiosa difieren de las creencias de una atea, podemos estar diciendo:

1) que la actitud de la persona religiosa frente a una misma oración, como “Dios existe”, es diferente de la actitud de la atea; básicamente, la persona creyente acepta la proposición en cuestión y la atea la rechaza;

2) que las oraciones en las que cree la persona religiosa, los contenidos de sus actitudes de creencia, son diferentes de aquellas en las que cree la persona atea (por ejemplo, la persona religiosa tiene entre las oraciones en que cree “Dios existe”, y la atea, la oración “Dios no existe”).

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Como decíamos, lo que vinculamos entre sí en un argumento son entida-des lingüísticas, oraciones, algunas de las cuales serán premisas y otras con-clusiones; un argumento no vincula fenómenos psicológicos como las acti-tudes. Mostrar que cierta oración en la que creemos –es decir, una “creencia” en el sentido (2)– se sigue como conclusión de ciertas otras es una forma de justificarnuestra actitud –es decir, “creencia” en el sentido (1)– de aceptación de la oración en cuestión.

Cuando alguien ofrece una serie de oraciones como las que presentába-mos hace un momento, sobre los frutos azules o sobre Cozzi, para justificar sus creencias, decimos que estáargumentando: no solo está expresando una opinión (opinión que en cada uno de nuestros ejemplos se podría presentar como conclusióndel argumento) sino que está ofreciéndonos evidencia de por qué esa opinión es probablemente verdadera (evidencia que se puede presentar en forma de premisasdel argumento).

Como dijimos, las personas argumentamos todo el tiempo. La cuestión es saber, en todo caso, cómolo hacemos; poder identificar qué tipos de argu-mentos usamos y, sobre esta base, evaluarlos como mejores o peores.

3. ¿Qué es un argumento deductivamente válido?

Dentro del universo de argumentos, podemos encontrar un grupo que se denominadeductivamente válidos, y son aquellos en los que el apoyo, la fun-damentación de la conclusión por parte de las premisas no es una cuestión de grado, que admita mayor o menor fuerza. Nada de tibiezas: la conclusión está “contenida” en las premisas, de manera que, si consideramos verdaderas a las premisas, tenemos la obligación (si queremos ser coherentes) de consi-derar verdadera a la conclusión. Decimos que la conclusión “se sigue” de las premisas y esta propiedad se llama preservación de la verdad.

Supongamos que alguien ofreciera las siguientes premisas:

1) Si Ana nació en Chaco, entonces nació en Argentina. Premisa.

2)Ana nació en Chaco. Premisa.

Supongamos también que tenemos un conocimiento básico de geografía argentina como para saber que P1 es verdadera, y que, además, resulta ser que conocemos lo suficiente de Ana como para saber que P2 es verdadera también. ¿Qué sucede en este caso con la conclusión siguiente?

3)Ana nació en Argentina. Conclusión, de (1) y (2).

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¿Podríamos aceptar las premisas como verdaderas y sin embargo rechazar la conclusión como falsa? Es decir, ¿podríamos coherentemente decir “Yo te reconozco que si Ana nació en Chaco entonces nació en Argentina, y también te reconozco que Ana nació en Chaco, pero bajo nin-gún concepto te voy a aceptar que Ana nació en Argentina”? No, no y no. No podríamos: si aceptamos las dos premisas (1) y (2) ya hemos aceptado, implícitamente, la conclusión; sería contradictorio aceptar las premisas y rechazar la conclusión.

Sin embargo, al decir esto ya hemos puesto de manifiesto, así como quien no quiere la cosa, otro aspecto de la cuestión: en un razonamiento deductiva-mente válido la conclusión es “obligatoria” si hemos aceptado las premisas. No es obligatoria “a secas”. Con lo cual –y esto es extremadamente impor-tante a la hora de analizar razonamientos más interesantes que el ejemplo trivial que acabamos de ver– la relación premisas/conclusión que nos dice queSI aceptamos las premisas también tenemos la obligación de aceptar la conclusión puede leerse al revés: si rechazamos la conclusiónde un ra-zonamiento deductivamente válido, debemos, dado que está contenida en las premisas, rechazar también al menos alguna de las premisas. Lo que no podemos hacer, frente a un razonamiento válido, es a la vezaceptar las pre-misas yrechazar la conclusión. Veamos otro ejemplo.

Supongamos que, por medio de preguntas, le “arrancamos” a una persona con la que estamos conversando el acuerdo con la siguiente premisa:

1) Decidir sobre el propio cuerpo es un derecho humano. Premisa.

Ahora bien, es posible que luego le presentemos a nuestro interlocutor la siguiente premisa:

2)Abortar es tomar una decisión sobre el propio cuerpo. Premisa.

En este punto, predeciblemente, queremos llegar a la siguiente conclusión:

3) Abortar es un derecho humano. Conclusión, de (1) y (2).

Este argumento es deductivamente válido. Si en nuestro primer ejemplo incluíamos a las personas nacidas en Chaco dentro del conjunto de las per-sonas nacidas en Argentina, y luego incluíamos a Ana en el conjunto de las personas nacidas en Chaco, con lo cual teníamos justificación para decir, en la conclusión, que Ana es una persona nacida en Argentina, en este segundo argumento procedemos de forma similar. Acá, en las premisas, incluimos las decisiones sobre el propio cuerpo dentro del conjunto de los derechos huma-nos y, a continuación, incluimos la decisión de abortar dentro del conjunto de las decisiones sobre el propio cuerpo. Por lo tanto podemos, en la conclusión, decir que abortar es un derecho humano.

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Dado que esta conclusión efectivamente “se sigue” de las premisas –porque, recordemos, si aceptamos las premisas adoptamos implícitamente un com-promiso con la conclusión– la persona con la que hablamos puede, en este punto, darse cuenta de que, si no quiere reconocer el derecho al aborto, tendrá que negar alguna de las premisas. Por ejemplo, puede decirnos que abortar no es una decisión solo sobre el propio cuerpo –comparable, en ese sentido, con suicidarse, hacerse una operación riesgosa o ponerse implantes– sino una decisión sobre el cuerpo de otra persona, sobre un “niño por nacer”.

Lo importante, en cualquier caso, no son los detalles de este argumento en particular (más adelante veremos, en compañía de Judith Jarvis Thomson, un argumento específico sobre el aborto) sino la idea de que un argumento deductivamente válido prueba su conclusión sobre la base de sus premisas, y de que, en consecuencia, si una persona desea rechazar la conclusión no puede simplemente decir “bueno, a mí no me parece” sino que tiene que mos-trarnos, en concreto, por qué alguna de las premisas no le resulta aceptable.

Bitácora de notas

¡Importante! Verdaderas o falsas pueden ser las oraciones o proposiciones (que serán las premisas o conclusiones), mientras que válidos o inválidos pueden ser los argumentos.

En un argumento deductivamente válido, la conclusión se sigue necesariamen-tede las premisas. Para rechazar la conclusión deberemos rechazar al menos una de las premisas.

¡OJITO! El hecho de que, en un razonamiento válido, si las premisas son verdaderas la conclusión debe serlo también, no quiere decir que si las pre-misas son falsasla conclusión debe serlo también.

Veamos esto a partir de un ejemplo:

1) Todos los argentinos son africanos. Premisa.

2) Todos los africanos son sudamericanos. Premisa.

3) Todos los argentinos son sudamericanos. Conclusión, de (1) y (2).

En este caso, es claro que el razonamiento es válidoporque siaceptáramos como verdaderas las premisas, tendríamos que aceptar como verdadera la conclusión. Pero no se da, a la inversa, que por aceptar como verdadera la con-clusión debamos considerar verdaderas las premisas: todos podemos acordar que la conclusión de este razonamiento es verdadera y sus premisas son falsas.

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Bitácora de notas

En un argumento deductivamente válido, la conclusión está contenida en las premisas, pero las premisas no están contenidas en la conclusión. Esto quiere decir que hay preservación de la verdad, pero no de la falsedad: si bien es impo-sible que las premisas sean verdaderas y la conclusión sea falsa, no es imposible que la conclusión sea verdadera y las premisas sean falsas.

4. ¿Qué otros tipos de argumentos existen?

Sería erróneo pensar que todos los argumentos que usamos, o incluso la mayoría de ellos, son deductivamente válidos. Aunque la lógica, que es la disciplina que se ocupa del estudio de los argumentos, ha desarrollado, sobre todo desde fina-les del siglo XIX y comienzos del XX, herramientas sumamente rigurosas para determinar cuándo una conclusión “se sigue” de modo deductivamente válido de las premisas del argumento, la mayor parte de las veces simplemente nues-tros razonamientos no son, ni aspiramos a que sean, deductivamente válidos.

Entonces, es muy importante tener en cuenta que algunos de los argumen-tos que vamos a ver en este libro son tales que las premisas hacen probablea la conclusión. Nada menos que probable, pero nada más que probable tampoco.

Esto quiere decir que, incluso si aceptamos que las premisas son verdaderas, eso no significa que tengamos la obligación, so pena de contradicción (y de que el cielo caiga sobre nuestras cabezas), de aceptar que la conclusión es verda-dera también; o a la inversa, que si rechazamos como falsa a la conclusión eso implique que tenemos que rechazar como falsa alguna de las premisas.

En otras palabras, –y acá es donde puede complicarse la cuestión– desde el punto de vista de la lógica deductiva, muchos de los que vamos a ver son argumentos deductivamente inválidos, lo cual no quiere decir, sin embargo, que no tengan cierta legitimidad.

Que no panda el cúnico.

Pensemos un caso típico:

1)En la mayor parte de sus recitales Silvio Rodríguez toca “Ojalá”. Premisa.

2) Esta noche Silvio Rodríguez dará un recital en Avellaneda. Premisa.

3) Esta noche Silvio Rodríguez tocará “Ojalá”. Conclusión, de (1) y (2).

Ciertamente, podemos darnos cuenta de dos cosas analizando este argu-mento. Por un lado, sería bastante insensato decir que incluso siaceptamos las premisas (1) y (2) no tenemos buenas razones para aceptar la conclusión;

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es decir, suena bastante sensato suponer que Silvio va a tocar el tema, a la luz de nuestra evidencia de recitales pasados. Por otro lado, sin embargo, no sería contradictorio –como sí lo era en nuestro ejemplo sobre el lugar de nacimiento de Ana– decir algo como “sé que en la mayor parte de sus recitales Silvio toca Ojalá, pero esta vez no lo va a hacer”. Y no es contradictorio, simplemente, porque (1) no nos dice que, en todos sus recitales, presentes, pasados y futuros, Silvio está destinado a tocar el tema; solo nos dice que en la mayoríade ellos eso ocurre. Con lo cual es perfectamente compatible con nuestras premisas que esta noche a Silvio no le pinte tocar “Ojalá”. Ufa. Ojalá nos equivoquemos.

Este es un ejemplo de un argumento inductivo: podemos arribar a una conclusión que probablemente sea verdadera a partir de la generalización de experiencias pasadas.

Bitácora de notas

En un argumento inductivo, podemos –sin contradicción– aceptar las premisas y no aceptar la conclusión porque las premisas hacen probable a la conclusión, pero no obligatoria.

Otro ejemplo de argumentos legítimos, pero no deductivamente válidos, son los argumentos de autoridad, que resultan de extrema importancia para, probablemente, la mayor parte de nuestro conocimiento, dado que en la ma-yoría de las cuestiones no tenemos saber experto –ni sería humanamente posi-ble que lo tuviéramos– y nos vemos obligados a confiaren quienes sí lo tienen.

Pensemos el siguiente argumento:

1) Las personas expertas en astronomía nos dicen que el Sistema Solar está compuesto por ocho planetas que se mueven en órbitas elípti-cas alrededor del Sol. Premisa.

2) La opinión de las personas expertas en un área probablemente sea verdadera. Premisa.

3)El Sistema Solar está compuesto por ocho planetas que se mueven en órbitas elípticas alrededor del Sol. Conclusión, de (1) y (2).

Es muyrazonable proceder así. Las personas a las que hacemos referencia en (1) poseen un saber experto del que la mayor parte de los seres humanos ca-recemos, saber que de todos modos pueden –a menudo– validar ante el resto de la sociedad mediante evidencias comprensibles para personas no expertas (por ejemplo, mostrándonos los planetas a través de un telescopio). Sin embar-go, en un razonamiento así, ¿sería contradictorioaceptar como verdaderas las premisas y sin embargo rechazar como falsa la conclusión? Es decir, ¿sucede

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con un argumento de este tipo lo mismo que con un argumento deductiva-mente válido? No, porque en la premisa (2) no nos comprometimos con que la opinión de las personas expertas en un área siempre es verdadera, sino solo con que probablementesea verdadera. En consecuencia, nuevamente podría-mos decir, como en el ejemplo de Silvio Rodríguez: sí, yo me comprometo con la verdad de las premisas del argumento, y sin embargo creo que la conclusión es falsa. Habrá que ver qué razón tendría esa persona para pensar que la con-clusión es falsa, pero en cualquier caso lo importante es que su compromiso con la verdad de las premisas no haría contradictorioque esa persona luego declare falsa a la conclusión.

Bitácora de notas

Los argumentos de autoridad apelan al saber experto, pero como la opinión de una persona experta es solo probablementeverdadera, podemos aceptar las premisas y negar la conclusión sin que sea contradictorio.

Acabamos de ver dos tipos de argumentos que no son deductivamente vá-lidos, que sin embargo tienen cierta legitimidad y que usamos con mucha fre-cuencia: argumentos inductivos, que generalizan a partir de experiencias pa-sadas, y argumentosde autoridad, que se apoyan en el saber especializado de otras personas como fuente de justificación para la verdad de cierta oración.

Existen muchos otros tipos de argumentos no deductivamente válidos, pero no vamos a enumerarlos aquí; ya tendremos oportunidad, en nuestras suce-sivas “baldosas”, de ir viendo distintas formas en que filósofos y filósofas han usado la argumentación.

Bitácora de notas

Cuando nos enfrentamos con un argumento, podemos evaluarlo desde dos en-foques diferentes:

enfoque deductivo: nos preguntaremos si el argumento es válido o inválido; es decir, si el argumento es tal que sea imposible que sus premisas sean verda-deras y su conclusión, falsa. En este enfoque, un buen argumento es uno válido, y un mal argumento, uno inválido;

enfoque inductivo: abordaremos el argumento en términos de en qué grado, con cuánta fuerza, las premisas apoyen la conclusión. En este enfoque, un buen argumento es uno correcto; un mal argumento, uno incorrecto, pero no habla-remos de validez o invalidez.

Ahora sí: empecemos nuestro recorrido.

Tomen sus piedritas y prepárense para saltar.

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Miles de griegos no pueden estar equivocadosProtágoras, Platón y el relativismo individualista

“Nadie es dueño de la verdad; yo tengo mi opinión, vos la tuya y cada quien tiene derecho a pensar lo que quiera así que sanseacabó”. Escu-char este tipo de frase en el marco de una discusión es algo bastante común; si alguien sostiene que nunca lo dijo o lo oyó, dudaremos de que haya estado viviendo en el planeta Tierra en las últimas décadas.

Ahora bien, aunque no tengamos derecho a imponerles nuestras creencias morales, religiosas o políticas a otras personas (y eso es lo que llamamos libertad de conciencia), ¿quiere decir eso que todas las creencias son igualmente aceptables, en el sentido de razonables? ¿No podemos considerar que otras personas están lisa y llanamente equivocadas?

Un filósofo griego, Protágoras, piensa que no, que no existe el error. Platón va a responderle que su posición es como un búmeran que se vuelve contra quien lo lanzó. ¿Por qué? Pasen y lean.

1. ¿Tengo derecho a pensar lo que quiera?

Son habituales los intentos de “saldar” discusiones estableciendo que en ri-gor no hace falta llegar a un acuerdo, determinar quién tiene razón y quién está en un error; diciendo simplemente que cada cual tiene derechoa soste-ner su posición. El problema es que, así como está planteada, esta situación mezcla dos cuestiones. Por eso, lo primero es separar las peras de las man-zanas, que esto es un argumento y no una ensalada de frutas.

Cuando decimos que cada quien “tiene derecho a pensar lo que quiera”, ¿de qué “derecho” estamos hablando realmente? Si “tenemos derecho” a sos-tener nuestra opinión, ¿significa esto que nuestra opinión es razonable, que está justificada, que esa opinión a la que “tenemos derecho” no puede ser considerada un completo delirio?

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Probablemente podamos estar de acuerdo en que “tenemos derecho” a sostener cualquier opinión si lo que estamos pensando como alternativa a eso es, por ejemplo, la clase de persecución doctrinaria que cometía la Iglesia Católica contra quienes se oponían a sus dogmas y sostenían ideas tan descabelladas como que… la Tierra gira alrededor del Sol. O la cometida por los nazis contra quienes divulgaban ideas “decadentes” o “judaizantes”.

Cuando lo que tenemos enfrente son instituciones que queman libros o que directamente queman personas que no comparten sus ideas, segura-mente tendremos la inclinación a sostener el derecho de cada cual a tener la opinión que le plazca. Podríamos decir que acá se están poniendo en juego razones éticas o políticas a favor de la libertad de pensamientoy no tanto razones propias de la teoría del conocimiento. En ese sentido, “yo tengo mi opinión, vos la tuya y cada quien tiene derecho a pensar lo que quiera” parece ser algo moralmente sensato.

Ahora bien, el punto no puede ser solamente ético o político. Porque se-ría muy extraño hablar de la persecución de Galileo por parte de la Iglesia Católica y no decir nada sobre el hecho de que, ejem, Galileo tenía razón; es decir, sobre el hecho de que los métodos de tortura y asesinato que llevó adelante la Inquisición no solo eran moralmente condenables, sino que además tenían el pequeño problema de que estaban puestos al servicio de defender una creencia falsa, como la de que la Tierra es el centro del universo.

Entonces podemos desglosar el problema en dos aspectos: por un lado, el aspecto moral –los métodos de la Inquisición nos resultan moralmente repugnantes– y, por el otro, el aspecto epistemológico–la Iglesia Católica estaba defendiendo una creencia falsa–.

Desglosarlo tiene una ventaja: nos permite notar que, si la situación fuera al revés, si hubiera sido la naciente ciencia moderna la que, por medio de la tortura y el asesinato, hubiese intentado desterrar la creencia de que la Tierra es el centro del universo, eso habría estado