Aristócrata a su pesar - Carole Mortimer - E-Book

Aristócrata a su pesar E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Cuando por fin descubriera lo que ocultaba su secretaria, sería demasiado tarde Lucan St Claire se negaba a aceptar el título maldito de decimoquinto duque de Stourbridge. No quería saber nada de su herencia familiar, que incluía una mansión magnífica en Gloucestershire. Por eso, cuando se vio obligado a ocupar el puesto que le correspondía en su familia, se llevó con él a su nueva y preciosa secretaria, Lexie Hamilton. A fin de cuentas, iba a necesitar mucha distracción. Pero Lucan no sabía que su secretaria temporal no era exactamente lo que parecía…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

ARISTÓCRATA A SU PESAR, N.º 60 - diciembre 2011

Título original: The Reluctant Duke

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-106-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

LUCAN St Claire estaba de pie, frunciendo el ceño ante el enorme ventanal de su despacho, situado en el décimo piso de la sede de St Claire Corporation.

Era una mañana gélida de enero; la temperatura del exterior era de varios grados bajo cero, pero Lucan había llegado al despacho a las seis porque, durante las largas vacaciones de Navidad, se había acumulado mucho trabajo.

O al menos, eso fue lo que se dijo a sí mismo.

En realidad, el trabajo atrasado no tenía nada que ver. Se había presentado a primera hora porque ardía en deseos de volver a la normalidad tras haber pasado la Navidad en Edimburgo, en la casa de su madre, y de haber asistido después, en Nochevieja, a la boda de uno de sus dos hermanos.

Lucan comprendía los motivos de Jordan y Stephanie para casarse en Mulberry Hall, la mansión de su familia en el condado de Gloucestershire; a fin de cuentas, se habían conocido allí. Pero en cuanto pudo, se excusó y se marchó a Klosters para esquiar durante unos días.

–Feliz año nuevo, señor St Claire.

Al oír la voz, Lucan se giró y miró a la joven que acababa de entrar, procedente del despacho contiguo, el de su secretaria. Sin embargo, aquella joven no era su secretaria. De hecho, no la había visto nunca.

Era esbelta, tenía alrededor de veinticinco años y medía algo más de un metro sesenta. El traje de color negro y la blusa blanca que llevaba no restaban ni un ápice al efecto apasionado y rebelde de su larga melena, de color negro azabache, que le caía sobre los hombros y sobre la espalda. Sus ojos eran azules; su nariz, pequeña y maravillosamente recta y sus labios, grandes y sensuales.

Aquellos labios le gustaron tanto que tuvo una visión de cuerpos desnudos. Fue toda una sorpresa para él. Tenía fama de ser tan implacable y contenido en la cama como en las reuniones de negocios.

Sin embargo, la joven de cabello negro le pareció tan bella que, en ese momento, no se sintió precisamente implacable.

Frunció el ceño y preguntó:

–¿Quién diablos es usted?

En otras circunstancias, Lexie casi habría sentido lástima del hombre que la miraba con el ceño fruncido. Pero Lucan St Claire se lo había buscado.

Quizás, si no hubiera sido tan frío, tan distante y tan incapaz de relacionarse con las personas que trabajaban para él, su secretaria no habría tomado la decisión de dejar el trabajo en Nochebuena.

Quizás.

Porque Lexie tenía la sospecha de que el interés de Jessica Brown por Lucan St Claire no era exclusivamente profesional, y de que la falta de interés del propio Lucan, o su incapacidad para sentirse interesado por nadie, había sido el motivo de que su secretaria se marchara de una forma tan repentina.

Lexie caminó hasta la imponente mesa de roble, consciente del poder que emanaba de Lucan y de lo bien que le quedaban el traje de color gris oscuro, la camisa de color gris claro y la corbata meticulosamente anudada, de un tono parecido al traje.

Mientras avanzaba, pensó que además de ser alto y de estar impecablemente vestido, aquel hombre tenía una belleza verdaderamente aristocrática. Sin embargo, también pensó que el corte de su cabello, casi negro, era demasiado corto; y que la expresión de sus ojos enigmáticos, de su nariz larga y altiva, de sus labios bien dibujados y de su barbilla recta era demasiado arrogante para resultar atractiva.

Pero a Lexie no le sorprendió. Al fin y al cabo, nunca había encontrado nada atractivo en ningún miembro de la familia St Claire.

–Me llamo Lexie Hamilton, señor St Claire. Soy su secretaria temporal.

Él entrecerró los ojos.

–¿Mi secretaria temporal? Discúlpeme, pero ni siquiera sabía que necesitara una secretaria temporal –afirmó.

Ella sonrió con ironía.

–Su ex secretaria llamó a mi agencia en Nochebuena y pidió que le enviáramos una secretaria temporal para que la sustituya hasta que contrate a una fija –explicó Lexie–. Desgraciadamente, la fija no podrá venir hasta dentro de tres días.

Lucan St Claire se la quedó mirando con asombro. Y tenía motivos para ello, aunque no sabía hasta qué punto.

Antes de presentarse en su despacho, Lexie ya había decidido que la curiosidad que siempre había sentido por la familia St Claire debía tener un límite. Los tres días que había mencionado eran los tres días que necesitaba para confirmar todas las cosas malas que opinaba sobre los St Claire.

Pero, en ese momento, se dijo que tres minutos habrían sido más que suficientes. Por el aspecto de aquel hombre, era evidente que se creía un ser superior.

–¿Y se puede saber por qué hizo eso mi secretaria, Jennifer?

Esta vez fue Lexie quien frunció el ceño.

–¿Jennifer? Creía que su secretaria se llamaba Jessica.

–Jennifer, Jessica… qué importa –dijo él, irritado–. Si es verdad que ha dejado el trabajo, su nombre carece de importancia.

Ella volvió a sonreír.

–¡Quién sabe! Puede que no hubiera dejado el trabajo si usted hubiera sido capaz de recordar su nombre.

Lucan empezó a perder la paciencia.

–Cuando quiera conocer su opinión, se la pediré –bramó.

–Me limitaba a puntualizar que…

–A puntualizar algo que no es asunto de una empleada temporal –la interrumpió.

–No, supongo que no. Discúlpeme.

Él asintió, dando por buena su disculpa.

–Y dígame, señorita Hamilton, ¿por qué se marchó mi secretaria de un modo tan poco profesional?

Lexie se encogió de hombros.

–No estoy segura. Sólo sé lo que mencionó de pasada a uno de mis compañeros de la agencia. Dijo que se hartó definitivamente al ver que usted no le enviaba no ya un regalo de Navidad, sino una simple tarjeta de felicitación.

–¿Una tarjeta? Recibió una paga extraordinaria de Navidad, como el resto de los trabajadores de la empresa.

–Imagino que se refería a una tarjeta personal; a un detalle personal.

–¿Por qué diablos quería algo así? –preguntó, perplejo.

–Bueno, tengo entendido que es lo habitual cuando se es jefe inmediato de alguien; pero como bien ha dicho, no es asunto mío. He entrado en su despacho porque creí que no había llegado todavía… pero acaba de recibir una llamada que parece importante. He anotado todos los detalles.

Lexie le dio un papel.

Lucan lo miró, lo leyó y lo aplastó con la mano.

John Barton, el encargado de Mulberry Hall, le informaba de que el deshielo de la nieve había causado daños en el ala oeste de la mansión. Daños que, desde su punto de vista, exigían de la atención personal de Lucan.

Él era el mayor de los tres hermanos St Claire y había heredado Mulberry Hall tras la muerte de su padre, acaecida ocho años atrás; pero la había visitado muy pocas veces desde que su padre y su madre se divorciaron y no sentía el menor deseo de volver allí.

Mulberry Hall había sido el hogar feliz de los once primeros años de los treinta y seis que tenía. Por entonces, ni sus hermanos ni él podían imaginar que el matrimonio de sus padres no era tan perfecto como creían. Su padre tenía una aventura con una viuda que vivía en una de las casas de las tierras de los St Claire. Su madre, Molly, lo sabía de sobra; pero su desdicha había estallado hacía veinticinco años. Y cuando estalló, se divorció, se marchó a Escocia y se llevó a sus tres hijos con ella.

Lucan había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para volver a Mulberry Hill con ocasión de la boda de Jordan y Stephanie. Un esfuerzo parecido al de Molly y al de su hermano Gideon, porque aquella casa estaba llena de malos recuerdos.

Sacudió la cabeza y volvió a pensar en el mensaje de Barton. Decía que los daños se habían producido en el ala oeste, justo donde estaba el pasillo de los cuadros, entre los que destacaba el retrato del anterior duque de Stourbridge, Alexander St Claire, el padre de Lucan. Y ese retrato tenía un detalle que le disgustaba especialmente: demostraba que, de los tres hermanos, él era quien más se parecía a Alexander.

–Por el tono de voz del señor Barton, me ha parecido que era un asunto de urgencia –comentó Lexie.

–Eso tendré que decidirlo yo, ¿no le parece?

Lexie hizo caso omiso del comentario.

–Puede que ya sea demasiado tarde para anular su cita de las diez, pero si está pensando en marcharse, podría anular sus compromisos de los próximos días y…

–Créame, señorita Hamilton; no le gustará saber lo que estoy pensando –dijo con dureza–. Quiero hablar con la persona que esté a cargo en su agencia de trabajo.

–¿Por qué?

Lucan arqueó las cejas.

–No estoy acostumbrado a que se cuestionen mis decisiones.

Lexie comprendió lo que quería decir en realidad, que una empleada temporal no tenía derecho a formular preguntas. Pero casualmente, la persona que estaba a cargo de Premier Personnel, su agencia de trabajo, era ella misma. Los verdaderos dueños, sus padres, se habían embarcado en un crucero de tres semanas de duración y ni siquiera sabían que la secretaria de Lucan St Claire había llamado en Nochebuena para pedir una sustituta.

En su momento, Lexie se había dicho a sí misma que no les había informado porque no les quería estropear las vacaciones por el procedimiento de mencionar a los St Claire. Se lo había dicho a sí misma, pero no era la verdad.

Cuando recibió la llamada de la secretaria, se quedó tan asombrada que sólo fue capaz de anotar los detalles, de tranquilizar a Jessica Brown y de asegurarle que Premier Personnel solucionaría su problema.

Sin embargo, tras colgar el teléfono, Lexie se dio cuenta de que aquel empleo tenía un montón de posibilidades.

Además de estar cualificada para el trabajo, sabía que enero era un mes tranquilo en Premier Personnel y que no pasaría nada si se ausentaba. Sólo iban a ser tres días. Nada más que tres días. Que podría dedicar a observar a Lucan St Claire, el poderoso e implacable propietario de St Claire Corporation.

Se puso tan recta como pudo sobre sus tacones de seis centímetros y declaró:

–Le aseguro que soy perfectamente capaz de desempeñar este trabajo durante tres días, señor St Claire.

Él la miró con frialdad.

–Yo no he puesto en duda sus habilidades –se defendió.

Ella se ruborizó ligeramente.

–No, no las ha puesto en duda de forma explícita, pero sí de forma implícita.

Lucan apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia delante de tal manera que sus ojos negros quedaron a la altura de los indignados ojos azules de Lexie.

Al ver sus labios, tan grandes y húmedos, tan besables, se excitó tanto que se apartó con rapidez y se maldijo a sí mismo por sentirse atraído por aquella joven arrogante que se metía donde no la llamaban.

–¿Cómo se llama su agencia? –preguntó.

–Premier Personnel –contestó ella, frunciendo el ceño–. Pero, ¿no preferiría que llame antes al señor Barton? Ha dado a entender que era urgente y que…

–Permítame que sea yo quien decida mis prioridades –la interrumpió de nuevo.

–Sí, por supuesto.

Ella asintió y se alejó a toda prisa. Lucan admiró su cabello negro y, muy especialmente, sus piernas largas y la forma de su trasero bajo la falda que llevaba.

Sin poder evitarlo, pensó que Lexie Hamilton estaba tan cualificada para ser su secretaria temporal como para acostarse con él.

–¿Jemima se ha cambiado el color del pelo?

Lucan se giró lentamente. Gideon estaba apoyado en el marco de la puerta que daba al pasillo. Miraba hacia el despacho de la secretaria con la misma perplejidad del propio Lucan cuando vio a Lexie por primera vez.

Lucan sintió cierta satisfacción al comprobar que Gideon tampoco recordaba correctamente el nombre de su secretaria; pero le molestaba que Jessica se hubiera marchado de ese modo, sin despedirse siquiera, y que encima la hubieran sustituido por una mujer tan bella como Lexie Hamilton.

Sacudió la cabeza y se sentó tras la mesa.

–Se llamaba Jessica, no Jemima. Y ésa no era ella.

Gideon frunció en el ceño.

–¿Ah, no?

El hermano de Lucan tenía treinta y cuatro años, dos menos que él. Era alto, rubio y de mirada intensa.

–No sabía que la hubieras remplazado –continuó.

–Ni yo.

Gideon arqueó una ceja.

–Entonces, ¿quién es ésa?

–Su sustituta temporal.

–Pues me resulta vagamente familiar…

Lucan miró a su hermano con interés.

–¿En qué sentido?

–No lo sé… pero no me hagas caso. Cuando se ha salido con tantas mujeres hermosas como yo, todas te parecen iguales –bromeó.

Lucan pensó que Gideon se equivocaba. Lexie Hamilton no se parecía nada a ninguna de las mujeres que él había conocido.

Pero en cualquier caso, decidió cambiar de conversación. No quería hablar de Lexie con Gideon, ni arriesgarse a que se diera cuenta de que se sentía atraído por ella.

Además, tenía la política de mantenerse emocionalmente alejado de sus trabajadores. Y por si eso fuera poco, Lexie no encajaba en su tipo de mujer. Él siempre había salido con modelos y actrices; con mujeres refinadas, elegantes e independientes que no buscaban relaciones duraderas y que sólo pretendían que las vieran en compañía del rico y poderoso Lucan St Claire.

–¿Qué puedo hacer por ti, Gideon?

Gideon pareció sorprendido.

–No me digas que lo has olvidado. Me pediste que viniera a las nueve de la mañana para echar un vistazo a los contratos antes de que aparezca Andrew Proctor. Si no recuerdo mal, quedaste con él a las diez –le recordó.

Como representante legal de todos los asuntos de St Claire Corporation, Gideon tenía su despacho a pocos metros del despacho de Lucan. Era perfectamente normal que se preocupara por esos asuntos. En cambio, no era ni medio normal que Lucan hubiera olvidado la cita con Proctor. Para él, los negocios siempre habían sido lo primero.

–La señorita como se llame debería asistir a la reunión –comentó Gideon, refiriéndose a Lexie–. Es tan guapa que Proctor no le quitará los ojos de encima y firmará cualquier cosa que le pongamos delante.

–Se llama Lexie Hamilton. Y francamente, preferiría que Proctor lea lo que va a firmar –declaró Lucan–. Además, no me parece nada apropiado que hagas ese tipo de comentarios sobre una empleada nuestra.

–Compréndeme, hermanito. No he llegado a tiempo de verle la cara, pero ningún hombre con sangre en las venas habría dejado de admirar ese precioso trasero que tiene.

Lucan frunció el ceño. Por algún motivo, le disgustó especialmente que Gideon se interesara tanto por Lexie.

–Sea como sea, sería demasiada distracción.

–¿Demasiada distracción? –preguntó Gideon con humor.

–No para mí, por supuesto –se defendió.

–¿No? ¿Seguro que no?

Lucan se empezó a irritar.

–No –sentenció.

–En tal caso, no te importará que me siente a su lado durante la reunión, ¿verdad? –le provocó su hermano.

Lucan decidió cambiar otra vez de conversación.

–John Barton me ha llamado hace unos minutos. Por lo visto, Mulberry Hall ha sufrido algunos desperfectos que deberíamos ver… ¿Vas a pasar por Gloucestershire en algún momento de los próximos días?

–No, me temo que no –respondió Gideon.

Lucan maldijo su suerte. Ya sabía que su hermano se iba a negar.

Lexie notó la presencia de Lucan St Claire en cuanto entró en su despacho, quince minutos después. De hecho, era tan consciente de él que siguió tecleando en el ordenador portátil hasta terminar el mensaje de correo electrónico que estaba escribiendo. Brenda, de Premier Personnel, le había escrito para comentarle que había hablado con Lucan. El jefe de St Claire Corporation había llamado por teléfono para asegurarse de que trabajaba para ellos y de que, efectivamente, la habían enviado para sustituir a Jessica.

Por suerte, Brenda ya estaba sobre aviso. Lexie la había llamado en cuanto salió del despacho de Lucan y le había explicado la situación a grandes rasgos. De hecho, había quedado con ella por la tarde para tomar un café y explicárselo con más detenimiento.

Pero no sabía si sería capaz de explicar nada. No tenía ninguna explicación razonable. Estaba allí porque se había dejado llevar por un impulso, por simple y pura curiosidad. Por una curiosidad de la que ya se arrepentía.

Por fin, apartó la mirada del ordenador y lo miró. El cabello oscuro, los ojos negros y los rasgos duros de Lucan le recordaron mucho a los de su padre, Alexander.

–¿Hay algún problema con el intercomunicador, señor St Claire?

Lucan sonrió con sarcasmo.

–Sé que no he sido muy educado con usted y que quizás le debo una disculpa, señorita Hamilton. Pero, a pesar de ello, quiero aclarar una cosa… mientras trabaje en esta empresa, yo soy su jefe y usted es mi empleada –rugió.

Ella arqueó las cejas y lo miró con inocencia fingida.

–¿En serio?

–Mientras trabaje en esta empresa, sí.

Lexie se encogió de hombros.

–¿Quiere eso decir que ya ha llamado a Premier Personnel y que le han confirmado que la secretaria fija llegará en tres días?

–En efecto. Parece que, hasta entonces, no tendremos más remedio que estar juntos –declaró Lucan, tenso.

Ella sonrió.

–Qué curioso. Yo he pensado lo mismo.

–Dígame, Lexie… esa tendencia que tiene a faltarle el respeto a sus jefes, ¿es el motivo por el que trabaja para una agencia en lugar de buscarse un empleo fijo?

Lexie se ruborizó.

–Mis motivos no son asunto suyo, señor St Claire.

Esta vez fue él quien se encogió de hombros.

–Sólo lo preguntaba por curiosidad. No se enfade.

–No me enfado. Además, le aseguro que en mi vida privada no hay nada que pueda ser de interés para usted –afirmó, con tono de desafío.

–¿Está segura de eso?

–Completamente.

Lexie se preguntó qué habría pensado Lucan de haber sabido que su abuela era Sian Thomas, la viuda de la que Alexander St Claire se había enamorado veinticinco años antes. La misma mujer a la que los St Claire habían tratado con desprecio.

Pero sobre todo, se preguntó qué habría pensado de haber sabido que su propio nombre, Lexie, era un diminutivo de Alexandra. Y que se llamaba así en honor al abuelo Alex, como ella misma lo había llamado durante dieciséis años, los primeros de los veinticuatro que tenía.

Capítulo 2

DE niña, Lexie sólo sabía que Alexander St Claire era su abuelo; desconocía todo lo demás. Pero cuando tenía algo más de diez años, su madre se sentó un día con ella y le explicó tranquila y relajadamente la situación.

Fue entonces cuando supo que Alexander St Claire era el duque de Stourbridge y que sus tres hijos lo habían repudiado cuando se divorció de su madre, Molly St Claire.

Lexie llegó a la conclusión de que los hermanos St Claire habían tratado a su padre de forma terriblemente injusta, sólo porque se había enamorado de su dulce y hermosa abuela, una mujer a la que ninguno de los hermanos St Claire se había molestado en conocer.

Si la hubieran conocido, se habrían dado cuenta de que Sian estaba muy lejos de ser la mujer fatal que imaginaban. Habrían comprendido que estaba locamente enamorada de Alexander y que Alexander estaba locamente enamorado de ella.

Lexie no los llegó a ver hasta el fallecimiento de Alexander, cuando los tres hermanos asistieron a su entierro en Stourbridge. Ya habían transcurrido ocho años desde entonces, pero todavía le indignaba que los St Claire se hubieran negado a que Sian estuviera presente. De hecho, ella había asistido por pura tozudez, en representación de su familia; y había permanecido al fondo para que ninguno de los St Claire reparara en su presencia.

Al frío y serio Lucan lo reconoció enseguida, por las fotografías que había visto a lo largo de los años en las revistas de negocios. También reconoció al menor de los tres hermanos, el actor Jordan Sinclair. Y como estaban sentados junto a un tercer hombre, dio por sentado que ese tercer hombre debía de ser Gideon.

Pero Sian, su abuela, la mujer con la que Alexander St Claire había compartido los últimos diecisiete años de su vida, no había podido asistir.