Arquitectura y política - Zaida Muxi - E-Book

Arquitectura y política E-Book

Zaida Muxi

0,0

Beschreibung

Arquitectura y política afronta una cuestión clave de la arquitectura contemporánea: su responsabilidad en relación a la sociedad. Para ello, a partir de una recopilación de textos agrupados en cinco capítulos Historias, Mundos, Metrópolis, Vulnerabilidades y Alternativas la obra lleva a cabo un recorrido histórico que narra el papel social de los arquitectos y los urbanistas hasta la actual era de la globalización. A partir de temas como la vida comunitaria, la participación, la igualdad de género y la sostenibilidad, este libro establece tanto las vulnerabilidades contemporáneas como aquellas alternativas ya experimentadas, de ahí su subtítulo Ensayos para mundos alternativos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 443

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



PRÓLOGO

HOMEOPATÍA CRÍTICA

Jordi Borja

“Menos es más”, dijo Ludwig Mies van der Rohe. El libro de Josep Maria Montaner y Zaida Muxí consigue decirnos mucho en cada uno de sus breves capítulos. Todo lo que usted quería saber y quizás no se atrevió a preguntar acerca de la historia del urbanismo, de la arquitectura de la ciudad, de la sociedad de consumo, de la especulación inmobiliaria, del problema de la vivienda, de las tradiciones críticas a la urbanización capitalista, de las experiencias alternativas, de la circulación y el derecho a la movilidad, del medio ambiente urbano, de la responsabilidad social de los profesionales (y en especial de los arquitectos), de la relación entre urbanismo y poder, de la globalización y sus efectos en lo local, de las fronteras y los muros urbanos, de las catástrofes pasadas y venideras, de la sociedad del despilfarro, de los arquitectos famosos, de las experiencias exitosas en diversas ciudades, del turismo urbano, de la memoria ciudadana, de los pobres y los “sin techo”, del feminismo urbano, de la cultura institucionalizada, de la participación ciudadana, del derecho a la ciudad y algunos temas más. Pues bien, todo esto lo encontrará bien resumido y explicado, con citas que remiten a libros todos ellos interesantes y que son ejemplos esclarecedores.

Por un precio módico y un tiempo relativamente breve dedicado a su lectura podrá informarse de los temas citados, encontrará múltiples referencias, claridad expositiva y una cierta amenidad; también críticas contundentes e interesantes sugerencias. Un libro que le proporciona guías o pistas para entender mejor el mundo actual, fundamentalmente urbanizado. No obstante, preste atención: este libro es peligroso. Si usted realmente se interesa por los múltiples temas que expone sentirá la necesidad de ir más allá, de informarse más, de leer algunas de las obras que se citan, de buscar más información sobre nombres que se mencionan. Se trata de un libro que suscita múltiples curiosidades. Si lo lee, animado por su aparente facilidad, corre el riesgo de sentir una fatal atracción por hacer inmersión en muchos otros textos y documentos.

Este es un libro homeopático. Por su brevedad en relación con la multitud de temáticas y porque permite una lectura a pequeñas dosis (la lectura de un capítulo antes de cenar permitirá ahorrarse media hora de televisión). Por su eficiencia productiva si tenemos en cuenta el esfuerzo discreto que exige y la información y reflexión que aporta. Y, como la homeopatía médica, en el peor de los casos no hace daño, nadie perderá el tiempo con su lectura. Además, se trata de un libro (y es lo más interesante) que lleva consigo una fuerte carga crítica derivada de la exigencia ética de los autores, de su análisis de los efectos perversos del capitalismo especulativo actual y de su concepción de la responsabilidad de los profesionales.

El libro parte de considerar que, antes que técnica, el urbanismo es política; la arquitectura urbana, de lo que trata el libro, es especialmente política. Ante cada problema urbano, cada conflicto de opiniones o intereses, cada desafío generado por los cambios en el entorno, no hay “una única solución”, sino varias y muy diversas (‘solución’ no es la palabra más apropiada, es mejor‘respuesta’). Dependerá de qué se quiera conseguir, qué demandas o necesidades se prioricen, qué costes se asuman, qué beneficios se consideren máslegítimos. El urbanismo es una dimensión importante de la política. La cultura y la técnica acompañarán al diagnóstico y posibilitarán la elaboración de los programas y proyectos. Pero la definición de objetivos y estrategias y la opción entre varias propuestas posibles forman parte de la política. Y como decía un humorista español, ahora “hablaremos del Gobierno”. Contra los poderes políticos y económicos que nos han llevado a un “caos sistémico”.1

Urbanismo como política

En una ocasión, un periodista me preguntó si existía un urbanismo de izquierdas y otro de derechas. Le respondí que el urbanismo era de izquierdas y la especulación de derechas. Si queremos que se nos entienda en cuestiones importantes, las respuestas deben ser contundentes, simplificadoras, provocadoras; es decir, lo contrario del lenguaje académico, erudito, propio del argot profesional o de la retórica de los políticos. El urbanismo nació y se desarrolló como disciplina práctica de intervención sobre el territorio, para “ordenarlo” con el fin de organizar el funcionamiento de la ciudad y el acceso a los bienes y servicios colectivos de sus habitantes y sus usuarios. Pero también expresó desde sus inicios una vocación de transformación social, de mejorar la calidad de vida de las poblaciones más necesitadas, de reducir las desigualdades.2

Esta vocación política ha ido desapareciendo de gran parte del urbanismo actual; además, el pensamiento de este urbanismo, por llamarlo de alguna manera, ha “naturalizado” como evidencias objetivas o mecanismos intocables los efectos perversos del capitalismo especulativo dominante. Es necesario combatir las palabras, los seudoconceptos que oscurecen la realidad y justifican los desmanes urbanísticos. ¿Tiene sentido hablar de ciudades “competitivas” cuando gran parte de la producción de bienes y servicios se destinan al mercado local y solo algunas actividades deben serlo? ¿O exaltar la “participación” cuando en la mayoría de los casos se utiliza por parte de los poderes públicos para generar consenso pasivo y para deslegitimar el conflicto social? ¿No es confuso proponer sostenibilidad sin denunciar los efectos insostenibles de muchas obras públicas, del desarrollo periférico extensivo, de la arquitectura ostentosa y costosa, de la economía y la cultura del automóvil privado, de las legislaciones urbanísticas y financieras permisivas, etc.? ¿Son creíbles los programas políticos que propugnan el derecho a la vivienda, a la movilidad o al acceso a las centralidades y, sin embargo, no proponen medidas para atajar la especulación del suelo y la exclusión de los sectores populares de las áreas centrales renovadas y la regulación del transporte público para que sea accesible, por la extensión de la red y por el precio de la tarifa, a toda la población? Los discursos abstrusos sobre “gobernabilidad o gobernanza”, ¿tienen alguna utilidad que no sea contribuir a desresponsabilzar los Gobiernos y a legitimar la inflación institucional? ¿Es admisible el doble lenguaje de tantos arquitectos y urbanistas que desde las universidades o la prensa nos bombardean con discursos humanistas y en sus obras o en las revistas profesionales exaltan la arquitectura casi siempre como un objeto singular y gratuito?

En la actualidad, el mundo desarrollado europeo y norteamericano vive una crisis económica resultado, por una parte, de la alianza impía entre el capitalismo financiero y los Gobiernos cómplices y, por otra, de los “bloques cementeros” y los Gobiernos locales colaboracionistas. Es curioso que en los foros políticos y académicos que debaten las problemáticas urbanas casi no se citen de forma concreta y denunciadora la relación entre la crisis económica, el endeudamiento público y privado, el protagonismo del capital especulativo en las pautas de urbanización y el boom inmobiliario, como, por ejemplo, en el Foro Urbano Mundial (Río de Janeiro, marzo del 2010) y en la Cumbre Mundial de Líderes Locales y Regionales (Ciudad de México, noviembre del 2010). ¿Una omisión culpable de los actores políticos? Sí, es obvio, y también cómplices. Por temor a los cambios, por sumisión a los poderes económicos y mediáticos, por ignorancia y falta de audacia e imaginación, pero también por corrupción; no tantas veces como parece, pero las suficientes como para poder hablar de una gangrena que destruye la credibilidad de la política en muchos países.

Sin embargo, sería injusto no denunciar la colusión interesada o la omisión culpable de los medios académicos, intelectuales y profesionales, en algunos casos mediante la colaboración activa en los procesos perversos de la urbanización actual, en otros mediante discursos y obras legitimadoras, tanto procedentes de los cuentistas sociales como de los arquitectos. En los medios universitarios, el auge alcanzado por un neopositivismo seudocientificista ha impuesto en muchos casos un tipo de trabajos (artículos en revistas indexadas, formato de las tesis doctorales) que oscilan entre el conocimiento reproductivo, los estudios artificiosos o la justificación de la realidad aparente como la única posible. Se ha legitimado como saber académico el “no comprometido”, el que elimina el pensamiento crítico y que rechaza la intervención transformadora de la realidad social.

No obstante, hay que saludar que se ha producido, en especial en Latinoamérica, una reacción intelectual, social y política ante la “traición de la intelectualidad urbana”, o gran parte de ella. Los precedentes fueron los movimientos populares urbanos de las últimas décadas que encontraron en su camino a colectivos profesionales y académicos que combinaron el estudiode aquellos con la participación militante. Así se desarrollaron el movimiento de reforma urbano iniciado en Brasil, extendido ya por todo el continente, los centros de estudios (académicos o independientes), y las ONG, que han ido elaborando un pensamiento crítico y alternativo vinculado a las movilizaciones sociales y políticas; publicaciones como el Café de las ciudades de Buenos Aires, que se ha convertido en una referencia internacional, y muchas otras (PolisyCiudadesen México,Foroen Colombia,Proposiciones/Sur en Chile, etc.). Más recientemente la emergencia del “derecho a la ciudad” como concepto integrador de un proyecto democrático de ciudad promovido por Habitat International Coalition ha producido ya interesantes documentosresultantes del trabajo de numerosos colectivos como la Carta por el Derecho a la Ciudad de Ciudad de México y la obra Ciudades para todos.3

La responsabilidad de los intelectuales

El hilo visible que une los ensayos del libro de Montaner y Muxí es la relación que existe entre la arquitectura y el urbanismo con la política, y el hilo que sirve de clave interpretativa de los textos es la responsabilidad de los intelectuales. Una cuestión especialmente importante cuando se vive un momento histórico de cambio. Una forma de entender la responsabilidad intelectual que no se instala en la cómoda y exitosa distinción de Max Weber entre la ética de las convicciones y la de las responsabilidades. No solo se trata ahora de “cambiar el mundo”, sino que el mundo cambia, nos guste o no, y de lo que se trata es de entender las dinámicas de este cambio, distinguiren lo que es progreso de la humanidad o mayor desigualdad, insostenibilidady miseria social y moral. Françoise Giroud, una intelectual liberal democrática (codirectora de L’Express en su período glorioso y más tarde ministra en el Gobierno de Giscard d’Estaing), escribió al final de sus memorias: “Siempre hesido bastante escéptica sobre la capacidad de progreso moral de la sociedad, pero sí he creído en el progreso social […]. Ahora también dudo de ello”.

La responsabilidad de los intelectuales parte de una opción moral: combatir la injusticia, los privilegios, las exclusiones y la degradación del mundo. Un destacado economista marxista, el estadounidense Paul A. Baran, escribióen la década de 1960 lo que entendía por responsabilidad intelectual: “Podría demostrar como economista el efecto positivo que tendría para el crecimiento y el bienestar de un país la escolarización universal de los niños y la posibilidad para todos de poder optar a estudios superiores. Pero rechazo esta explicación. El acceso de todos a la educación es un derecho humano básico, no necesita de argumentos económicos”.4 Lo mismo podemos decir de los derechos que configuran el “derecho a la ciudad” como derecho integrador de la vivienda, la movilidad, el espacio público, la centralidad, el salario ciudadano, la formación continuada, la igualdad político-jurídica de todos los residentes, el gobierno de la ciudad real o metropolitano, la participación ciudadana, etc.

La responsabilidad de los intelectuales no se reduce a una toma de posición moral, sino que exige al menos tres tipos de ejercicio de dicha responsabilidad: en primer lugar, no solo contribuir con estudios, publicaciones o proyectos a las dinámicas perversas urbanas, sino también desarrollar una actividad crítica permanente; segundo, utilizar sus conocimientos para entender y explicar los mecanismos y las contradicciones que generan dichas dinámicas y participar en las reacciones sociales de los que se oponen a estas; y, en último lugar, contribuir a la elaboración de propuestas reformadoras de los mecanismos perversos y generar así culturas alternativas. Se trata de recuperar la ética política de lo que fueron los enciclopedistas del sigloXVIII, los demócratas y socialistas del sigloXIX, los revolucionarios del sigloXX para formular un pensamiento progresista del siglo XXI.

Esta obra de Montaner y Muxí se sitúa a contracorriente de las ideologías dominantes en la política institucional, en las universidades y en los medios profesionales mediáticos, al tiempo que representa una contribución intelectual rigurosa al patrimonio cultural popular; es decir, a la gran mayoría de este mundo globalizado. Es un libro elegantemente subversivo, y tal como dijo el católico Georges Bernanos: “Hacen falta muchos subversivos para construir un pueblo”.

INTRODUCCIÓN

La arquitectura tiene una estrecha relación con la vida humana; por tanto, tiene mucho que ver con el poder político y económico, con la voluntad colectiva de lo social y de lo común, de lo público y de la permanencia en el futuro. Son unas relaciones que, por obvias, e incluso por redundantes, no son fáciles de tratar y actualizar de manera sistemática y crítica. Obvias por lo que respecta a los edificios públicos, pero también vitales por cómo se legislan y gestionan, proyectan y construyen las viviendas y los barrios como ámbitos para los nuevos modos de vida y para la felicidad de las personas. Sin olvidar que, tal como ha defendido y sigue defendiendo el feminismo, lo personal es siempre político y, por tanto, la creación de espacios para las relaciones entre las personas tiene, necesariamente, relación con la política. Por ello, este libro plantea una visión: entrever y descubrir intereses e implicaciones políticas detrás de la arquitectura y el urbanismo.

Cuando aún es recurrente entre ciertos arquitectos seguir proclamando la falacia de que la arquitectura es neutra, que no tiene nada que ver con la política, un libro como este resulta imprescindible. Además, más allá de sus duras críticas, la mirada que propone la obra quiere ser esperanzadora, tal como expresa su subtítulo: Ensayos para mundos alternativos. Porque la esencia de la arquitectura es siempre plantear el horizonte de futuro; para ello debe soñar y, al mismo tiempo, ser realista, es decir, debe conocer bien las preguntas a las que dar respuesta, debe ser consciente de los efectos que pueden ocasionarse en dicha realidad y, a su vez, de cómo esta misma va a transformar el proyecto y, al mismo tiempo, debe imaginar.

Arquitectura y política

La palabra ‘política’ deriva del griegopolis; es decir, la ciudad como agrupación ordenada de ciudadanos libres y diferentes que se autoorganizan en la política para interactuar en el mundo. Cabe destacar, por tanto, la estrecha relación entre política y ciudad en sus raíces, y tal como escribió Aristóteles enPolítica: “La ciudad es, por naturaleza, una pluralidad; la ciudad está compuesta no solo por individuos, sino también por elementos especialmente distintos: una ciudad no está formada de partes semejantes, ya que una cosa es la ciudad y otra cosa es unasymmachia”.5Además, la organización de hombres y mujeres para hacer posible la vida en la polis da lugar a instituciones y organizaciones políticas que se expresan mediante edificios.

No obstante, las relaciones entre arquitectura y política no resultan hoy tan evidentes y existen muchas influencias e implicaciones ocultas que, generalmente, se tienden a esconder, olvidar y minimizar.

Este libro de ensayos recapitula y se centra sobre las relaciones contemporáneas entre arquitectura y política en diversos sentidos: reinterpretar la historia de la modernidad, profundizar en las características de las sociedades contemporáneas y en sus sectores más vulnerables, establecer las condiciones y tendencias de las ciudades y metrópolis, visibilizar las aportacionesal urbanismo y a la política por parte de las mujeres y, sobre todo, argumentar las alternativas y remarcar las buenas prácticas. Este libro intenta abarcar desde el análisis de la función social del intelectual y del técnico hasta la dimensión urbana de la arquitectura y sus relaciones con el poder.

En este libro se entiende la política en un sentido amplio, donde se incorporan también las relaciones de dominio social, cultural, sexual y económico, unas relaciones extremadamente complejas, como una multitud de finas capas que se interrelacionan e interactúan y, a menudo, se esconden unas detrás de otras. De la manera más sistemática posible, el libro intenta levantar y analizar algunas de esas capas, siempre interpenetradas, por tanto, con las implicaciones que existen entre ellas, desbrozando algunos de los temas contemporáneos que relacionan arquitectura y poder, urbanismo y sociedad.

En este recopilatorio de textos se toman dos conceptos tan clásicos y sustanciales a la existencia humana en sociedad —ciudad (polis) y política— para volver a interrelacionarlos en el contexto de las sociedades contemporáneas, para urdir nuevas interpretaciones. Porque la política es siempre un descubrimiento, y porque la primera decisión política —en cualquier actividad de teoría, historia y crítica del arte y la arquitectura— radica en lo que se visibiliza y en lo que se ignora, en lo que se promueve y en lo que se oculta, en lo que se dice y en lo que se calla y a quién se silencia. En este libro se rememorarán muchos episodios recientes, aunque olvidados, de propuestas de vida comunitaria, buenas prácticas o alternativas para un mundo mejor, y no se dará ningún espacio a la arquitectura de las estrellas y de mayor influencia mediática.

La condición posmoderna de la arquitectura

En los últimos años del siglo XX, una época marcada por una condición finisecular, empezó a tomarse conciencia de una serie de cambios estructurales estrechamente relacionados: la globalización neoliberal, las sociedades poscoloniales, los fuertes movimientos migratorios, los cambios sustanciales en los modos de vivir el espacio y el tiempo introducidos por las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, la crisis ecológica (con fenómenos trascendentales como el calentamiento global), las ciudades que han apostado por la arquitectura genérica de los objetos aislados y un planeta repleto de slums. Dichas condiciones son también punto de partida para estas reflexiones.

En este texto vamos a interpretar la posmodernidad como el fin de un ideal único, neutral y universal, para dar paso a nuevas y nuevos protagonistas: realidades y culturas diversas, y la lucha por unos derechos más reales, de la igualdad en la diferencia.

Tal como ha hecho el profesor de filosofía Karsten Harries,6 podemos establecer que la posmodernidad ha tenido una vertiente estética, la más visible y denostada, pero también una ética, que es la que ha comportado, a partir de los cambios de paradigma de las nuevas sociedades, una crítica humanista a la modernidad; en este libro adoptamos y desarrollamos esta vertiente ética, sus implicaciones y consecuencias, y en los últimos textos explicaremos en detalle los cuatro cambios que consideramos más destacables: derechos humanos, sostenibilidad, diversidad y participación.

Desde la II Guerra Mundial, los organismos internacionales han empezado a legislar unos derechos humanos universales, unos derechos que van mucho más allá de los propios de cada país. Estos derechos de obligado cumplimiento tienen que ver con la vida, la vivienda, la sanidad, la justicia o el trabajo, implican a todos los habitantes de la Tierra y cada Gobierno es responsable de su cumplimento y contemplan los nuevos derechos de grupossociales hasta hace poco marginados o invisibilizados, como las mujeres o lainfancia. Es fundamental tener en cuenta que los derechos humanos son inseparables y no se consigue uno sin el otro; esta es la primera gran novedad de laposmodernidad en relación con una modernidad definida por un eurocentrismo que ha tenido que ceder parte de su poder, primero a Estados Unidos y hoy a los nuevos países emergentes.

El concepto de sostenibilidad marca una nueva conciencia de los límites del crecimiento, el consumo, la contaminación; un criterio que nunca estuvo ni pudo entrar en los planteamientos de la modernidad, especialmente en el ideario del progreso ilimitado de la sociedad industrial en los siglos XVIII y XIX.

La diversidad es una nueva premisa en un mundo de múltiples culturas, orígenes, etnias, creencias y elecciones. Una diversidad que es sinónimo de complejidad, y que se enfrenta a conceptos canónicos como unidad o identidad. Partimos de una diversidad de base entre hombres y mujeres, que debe visibilizarse sin que por ello signifique desigualdad ni sumisión, ni que uno englobe al otro.

Y en esta diversidad entran también los distintos estadios de la vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte. En los países desarrollados, uno de los elementos clave es la prolongación de la esperanza de vida, que ha potenciado la existencia de estadios vitales, más allá de los setenta años, que eran impensables en la primera mitad del sigloXX; y este es uno de los signos más claros en lo que se refiere al aumento de la calidad de vida en los países desarrollados y un cambio clave en los planteamientos del urbanismo de principios del siglo XXI en relación con el urbanismo moderno.

Por último, no puede plantearse un funcionamiento de sociedades democráticas fuertes sin la participación y la transparencia social. Ello tiene una fuerte influencia en la arquitectura y el urbanismo y nos lleva a recuperar a aquellos teóricos que ya pensaron unos métodos arquitectónicos —como los argumentos participativos de John Turner, los “patrones” de Christopher Alexander o los “soportes” de John Habraken— adecuados a la participación y relacionados con conocimientos y formas compartidas.

Título, subtítulo y estructura del libro

Esta obra, con casi una veintena de capítulos ordenados a partir de las relaciones entre arquitectura y política, tiene por subtítulo Ensayos para mundos alternativos, pues hace hincapié tanto en la crítica sobre los problemas, las injusticias y las insuficiencias, como en las tradiciones, las propuestas y las alternativas que ya se han experimentado y que existen. El objetivo es construir una nueva teoría y práctica de la arquitectura para un posible mundo mejor.

Para ello, el libro se estructura en cinco partes lógicas. La primera reflexiona sobre la historia de las relaciones entre arquitectura y sociedad, para en una segunda parte plantear las coordenadas básicas de las sociedades contemporáneas donde se sitúa la arquitectura actual. Estas dos partes tienen un carácter introductorio, con una revisión de conceptos desde la historia, la epistemología y la hermenéutica. Seguidamente se traslada dicha reflexión a la escala de las grandes ciudades, sus características y tendencias. En la cuarta parte se insiste en las cuestiones que definen las mayores vulnerabilidades de las ciudades contemporáneas: el borrado de la memoria, el problema de la vivienda y los crecientes procesos de exclusión. Por último, se profundiza en las necesarias alternativas y posibilidades desde la perspectiva de género, desde los valores de lo arquitectónico y lo urbano, y desde los instrumentos de la crítica.

Contexto económico

En el contexto económico de la década de 1990 se consolidó un punto de inflexión en el que los capitales transnacionales —procedentes especialmente de Japón, Estados Unidos, Alemania y el resto de Europa, constituidos por fondos privados de jubilación y otras acumulaciones de capital— comenzaron a invertirse en cualquier parte a la búsqueda de las máximas y más rápidas rentabilidades. Dentro de un total predominio de la ideología neoliberal, dichas rentabilidades se basaban en el control de la propiedad del suelo y en el dominio de sus precios siempre en alza, y se visibilizaban en inmensas obras urbanas dictadas por los intereses de la especulación inmobiliaria. Esta entrada de capitales fluctuantes y transnacionales ha distorsionado completamente el interior de las sociedades, especialmente el mercado de la vivienda, que se ha ido alejando cada vez más de tener valor de uso, de ser un bien y un derecho, para pasar a ser un objeto de inversión y especulación, dominado por el valor de cambio y que intenta convertir a cada habitante en un especulador. Ello está sucediendo incluso en países como Suecia y Holanda, que habían tenido una decidida y duradera política de vivienda pública, con lo que se ha distorsionado el concepto de ciudad y la responsabilidad de los poderes públicos democráticos en su función de conseguir una sociedad más justa y equilibrada, de hacer realmente un urbanismo integrador y que redistribuya la renta, de rehacer las ciudades más que de impulsar crecimientos desorbitados.

En este proceso, el hecho más trascendental ha sido el control total de la propiedad privada del suelo en el planeta, que ha tendido a monopolizarse, lo que ha provocado un alza de los precios y ha generado la dificultad, tanto de las políticas públicas de vivienda social como de los procesos de ocupación del suelo, de autoconstrucción de sus viviendas y de la producción agrícola por parte de los sectores más pobres de la sociedad. La propiedad del suelo del planeta está en unas pocas manos y tiende a una situación monopolista. Solo un pequeñísimo porcentaje de los habitantes de la tierra son propietarios del suelo: todo el inmenso resto son inquilinos precarios o pequeños propietarios hipotecados. Además, se da una evidente injusticia de género: sólo el 1 % de la propiedad del suelo está en manos de mujeres. Por tanto, el monopolio es doble: pocos propietarios del suelo y todos ellos hombres.7

Todo esto se ha reflejado en las llamadas “burbujas” inmobiliarias, que han ido estallando en las últimas décadas del siglo XX en países como Japón, Holanda o Finlandia, sin olvidar las sucesivas crisis económicas en América Latina, como el “tequilazo” en México (1995) o el “corralito” en Argentina (2001). En el 2008, dicha crisis estalló en Estados Unidos y se expandió a España, donde ha provocado una durísima, y más que previsible, crisis del sector de la construcción, al ser un país completamente dependiente de la producción inmobiliaria, vaciado de estrategias industriales y postindustriales. Se trata de una especulación urbana que no tiene suficiente con arrasar antiguas conquistas sociales, sino que pugna también por aprovechar incluso las plusvalías que genera el mundo informal.

Resulta significativo comprobar que en la Rusia de Vladímir Putin se han amasado grandes fortunas con la especulación del suelo, que anteriormente había sido de titularidad pública, con el feroz incremento de los precios del alquiler de la vivienda, que en la Unión Soviética significaban sólo el 2-3 % de los ingresos familiares y que, una vez desaparecido el contexto socialista, han generado una extensa miseria urbana. En el 2007, en las calles de Moscú, había un millón de “sin techo” y, simultáneamente, en la ciudad vivían más billonarios que en la mismísima Nueva York.

El hipercapitalismo promovido por el Partido Comunista Chino ha generado una nueva manera de hacer crecer desaforadamente ciudades, como Pekín y Shanghái, que, al disponer de toda la propiedad del suelo, arrasa rápida y sistemáticamente los tejidos históricos y expulsa a sus habitantes a las nuevas periferias. Los Emiratos Árabes, y ciudades como Dubái, han potenciado un crecimiento salvaje de sus estructuras urbanas, que invaden ecosistemas y despilfarran energía; en definitiva, que olvidan su propia cultura y caen en los peores defectos de los mecanismos especulativos y depredadores de Occidente.

Y son precisamente estos contextos no democráticos de principios del siglo XXI el campo de acción para los grandes proyectos de los arquitectos occidentales.8 Los modelos arquitectónicos y urbanos se traducen sin repensarlos cuando ya han sido contestados en origen, o a pesar de haber demostrado su ineficacia e insostenibilidad.

En el nuevo escenario mundial que se presenta a principios del siglo XXI, la ciudad se va convirtiendo cada vez más en el lugar del negocio financiero, con unos operadores más potentes y más incontrolables que nunca, que buscan un rendimiento inmediato y un mínimo compromiso con el lugar dondellevan a cabo la inversión. Cada ciudad es un lugar susceptible de ser explotadopara que contribuya al capital global; ciertas morfologías urbanas expansivas y dispersas, tipologías arquitectónicas como los rascacielos y mecanismos neoliberales de gestión son los que favorecen dichos intereses.

Para nuestro objeto de estudio, los dos grandes conceptos tipo que caracterizan de manera antagónica y dual nuestra época contemporánea serían la globalización y la sostenibilidad; ambos tienen una enorme repercusión en los terrenos de la arquitectura y del urbanismo.

Una visión heredada

En este sentido de un proyecto crítico, la interpretación que se desarrolla en el libro surge, necesariamente, de una visión heredada que arranca en el marxismo, continúa en las rupturas epistemológicas de la Escuela de Fráncfort (Walter Benjamin, Theodor W. Adorno, etc.) y eclosiona en las propuestas situacionistas y en el gran cambio social y de costumbres que se visibilizó alrededor del Mayo de 1968, no solo en París, sino en muchos otros lugares del mundo. Aunque muchas de sus críticas fueran integradas más tarde dentro del sistema, las reivindicaciones del Mayo de 1968 constituyeron una aportación de mucho peso, pues sentaron un fuerte precedente de puesta en duda de una autoridad que pretendía imponerse sin argumentos, y ello significó un cambio irrevocable hacia sociedades más libres y más exigentes. La cultura y la sociedad francesas han tenido una especial habilidad para situarse, casi siempre, al frente de los acontecimientos históricos, con su visión del mundo: el cartesianismo, el estructuralismo y el postestructuralismo. Sin embargo, el futuro radica en otras interpretaciones que surjan del contexto poscolonial, de las periferias y, en nuestro caso, del arco común cultural latino, desde el Mediterráneo hasta América Latina.

Por tanto, la interpretación crítica de este libro surge en gran parte, implícita y explícitamente, a partir del pensamiento crítico que arranca en esos movimientos de posguerra, el estructuralismo y el postestructuralismo, y que incluyen el proyecto crítico desarrollado por la historiografía italiana —de Giulio Carlo Argan a Manfredo Tafuri— e incorpora las nuevas aportaciones del pensamiento poscolonial, feminista y antiglobalización; todo ello con la voluntad de construir un discurso crítico, de raíz latina y mediterránea, pues hoy no sirven interpretaciones que pretendan ser deslocalizadas y universalistas.

Un mundo de preguntas

En cada uno de los textos de este libro subyacen series de preguntas que podrían irse agrupando: ¿Cómo son nuestras sociedades y cómo son los habitantes actuales de la arquitectura y la ciudad? ¿Cuál es el papel de la arquitectura que proyecta viviendas, espacios públicos y equipamientos en unas sociedades basadas en el dominio y el control, en unos Estados a menudo poco democráticos y transparentes, y en unos contextos donde se ha construido una cultura del miedo y de la inseguridad?

Esto lleva a cuestiones éticas generales: ¿Queda algún reducto ético, crítico y humanista para la arquitectura y el urbanismo fuera del consumo y de la especulación de las industrias de la construcción y de la cultura? ¿Hacia dónde se dirige la utopía de nuestros tiempos? ¿Cuál sería hoy la función social de la arquitectura? ¿Cómo puede plantearse una nueva ética para la arquitectura a favor del medio ambiente, de la igualdad y de la libertad?

Y, sobre todo, ¿cómo son los reflejos físicos y territoriales de los procesos políticos y los conflictos globales en la arquitectura y en las ciudades? Es decir, ¿cómo se refleja en la arquitectura y el urbanismo el aumento del control y de las fronteras? Y, al mismo tiempo, ¿cómo se desarrollan las alternativas?

Esto nos lleva también a cuestiones sobre la forma arquitectónica. Las formas siempre transmiten valores éticos, remiten a marcos culturales, comparten criterios sociales, se refieren a significados, responden a visiones del mundo, concepciones del tiempo y a ideas definidas de sujeto. Sin embargo, hay quien sostiene que las formas son neutras ideológicamente y se cargan de significados según el uso que se les dé. En este sentido, ¿es posible que, con el tiempo, el significado de ciertos edificios, como símbolos de regímenes totalitarios, prisiones, fábricas o cuarteles, pueda cambiar?

Estas preguntas más generales pueden convertirse en cuestiones éticas más concretas: ¿Es lícito que los arquitectos acepten cualquier condición con tal de poder proyectar y construir? ¿Es aceptable que solo para poder realizar el parque y el estadio de Pekín para los Juegos Olímpicos del 2008, incluido el denominado “nido”, de Herzog & de Meuron y del artista Ai Weiwei, se desplazaran 350.000 habitantes que vivían en la zona y se trasladaran a las afueras de la metrópolis? Todo ello pudo llevarse a cabo sin excesivas resistencias, pues en China no solo existen los instrumentos políticos tiránicos para ejecutar tales enormes operaciones urbanas e inmobiliarias, sino que se ha impuesto una ideología higienista según la cual deben sacrificarse los barrios tradicionales de baja altura (los hutons) para eliminarlos como una necesaria operación patriótica de renovación y modernización.

Se nos plantea, por último, cuál es la misión de la crítica y del intelectual en el mundo contemporáneo. En Barcelona, en 1959, y tras haber organizado dos cursos sobre “Economía y urbanismo” y “Sociología y urbanismo”, el trascendental Grup R de arquitectos catalanes desistió de organizar un tercercurso dedicado a “Política y urbanismo”. La siniestra burocracia de la dictadura franquista prohibió invitar a la conferencia inaugural a Pierre Mendés-France, político arriesgado e inclasificable, que había sido ministro francés en 1954 y 1955, y que procedía del pensamiento socialdemócrata.9 Hoy, más de medio siglo después, volvemos a plantearnos estas relaciones desde el mismo lugar, pero en unas condiciones económicas, sociales y políticas totalmente distintas: desde una España democrática y modernizada, al mismo tiempo, en un contexto de crisis económica y en un mundo dominado por la globalización neoliberal.

Este es el reto del libro: la posibilidad de construir un discurso contemporáneo sobre las relaciones entre arquitectura y política desde un contexto cultural concreto: Cataluña, dentro de España, y como encrucijada de culturas que la relacionan con toda intensidad con Europa y América, y también con África y Asia.

Mientras revisamos el redactado final y la edición del libro, la realidad política lanza preguntas y expectativas impensables solo meses atrás. Desde enero del 2011, han comenzado una serie de movimientos y manifestaciones por el derecho a la libertad en los países del norte de África. Las ciudades, especialmente algunas de sus plazas más representativas, se han convertido en el espacio de congregación de las sociedades para reclamar sus derechos contra las viejas dictaduras. Al mismo tiempo, los problemas ecológicos no han dejado de aumentar tras la crisis nuclear en la central de Fukushima en Japón en marzo del mismo año.

Y al revisar las últimas galeradas de este libro, en plena crisis económica europea generada por las agencias de calificación, en España arranca un movimiento reivindicativo denominado 15-M (15 de mayo) que cuestiona el funcionamiento mundial, lo que refuerza aún más la idea de proceso de pensamiento en tiempo real que da soporte a este libro.

HISTORIAS

Cualquier interpretación debe partir del conocimiento de la historia. Las relaciones entre arquitectura y política no son recientes, sino que tienen unas tradiciones, unos hechos y unos personajes. Tanto la exigencia de una posición crítica y una ética por parte de arquitectos y diseñadores como la búsqueda de nuevos modos de existencia basados en la cooperación y la vida comunitaria tienen su origen en los siglos XIX y XX. Esta voluntad de los arquitectos de aproximarse a la realidad y a la sociedad les ha llevado a actuar como si fueran sociólogos, antropólogos y políticos.

En este capítulo se tratarán las relaciones entre arquitectura y política en la modernidad y la posmodernidad, pero la bibliografía sobre las relaciones entre arte, arquitectura y política a lo largo de la historia es amplia, como, entre otros: Micalleff, Mark Anthony, The Politics of Art, Progress Press Limited, Valeta, 2008; Hirst, Paul, Space and Power. Politics, War, and Architecture, Polity Press, Cambridge, 2005; y Sudjic, Deyan, The Edifice Complex: How the Rich and Powerful Shape the World, Penguin, Londres, 2006 (versión castellana: La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo, Ariel, Barcelona, 2007).

Las formas del poder

En las relaciones entre la arquitectura moderna y el poder, la primera gran transformación se produjo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando los incipientes Estados nación crearon en Europa y América nuevas instituciones estratégicas para su consolidación política. Este proceso se concretó en edificios para transmitir la cultura y la enseñanza de los nuevos Estados —museos, bibliotecas, teatros, colegios, etc.—, edificios de producción —fábricas textiles, azucareras, salinas, etc.—, para la distribución de los medios de sustento —aduanas, mataderos, ferias y mercados—, para la Administración —la bolsa, el tesoro público, el parlamento, etc.— y recintos para el control y la curación —palacios de justicia, cuarteles, cárceles, hospicios, lazaretos, hospitales y manicomios—. Ya no se trataba de palacios para príncipes o de las catedrales del catolicismo, edificios de representación de un poder dominante, lejano e inaccesible, sino de los edificios de un nuevo poder, más próximo, que administraba, legislaba, controlaba y distribuía.

Los ingenieros civiles y los incipientes arquitectos académicos fueron los encargados de proyectar y construir dichos equipamientos. Fue Jean-Nicolas-Louis Durand quien, en su curso en la École Royale Polytèchnique, publicado como Precis des leçons d’architecture,10 propuso los criterios de un nuevo sistema rápido y eficaz para proyectar tal cantidad de edificios públicos, los equipamientos del nuevo poder del Estado nación en Europa; un sistema basado en el parti inicial, dentro de un repertorio limitado de formas para poder conseguir los objetivos políticos de la conveniencia y la economía.

Todo ello sucedía al mismo tiempo que se iniciaron nuevas actividades intelectuales, como la teoría estética, las excavaciones arqueológicas, la conservación y presentación de las colecciones en los museos públicos, y la restauración de obras de arte y arquitectura.

La delimitación de lo público y lo privado

Existe una primera conceptualización básica para toda arquitectura y ciudad: la delimitación, en continua evolución en cada sociedad, de las esferas de lo público y lo privado, una relación siempre dialéctica y complementaria.

La sociedad europea ha valorado lo público como garantía de igualdad legal y de oportunidades, de aportación de servicios, cobertura y bienestar. Al mismo tiempo, a lo largo de la modernidad, se ha ido construyendo lo privado como derecho a la propiedad, la privacidad y la intimidad.

En esta nueva sociedad fueron los equipamientos del poder los que comenzaron a distinguir los papeles que configuraron la segregación y los límites entre el dominio público y el privado que superaron unos modos de vida medievales donde la escuela o el hospital estaban en la propia casa.

Y si todo pensamiento crítico sobre las relaciones entre política y urbanismodebe partir de la diferenciación entre la esfera pública y la privada, debemos releer a Hannah Arendt y su libro La condición humana,11 donde estas diferenciaciones y contrapuntos clave entre lo público y lo privado se analizaron a fondo a través de la historia.

Según Hannah Arendt, lo político surgió en la polis griega como gobernabilidad de la diversidad dentro de una incipiente democracia, y lo social se desarrolló durante la modernidad en las sociedades maduras a partir de la nueva relación entre la esfera privada y la pública, que se van diluyendo al sumergirse en la esfera de lo social. Según Arendt, más allá de las esferas de lo público y lo privado se habría generado a partir de la Ilustración la esfera social, en constante crecimiento en detrimento de lo privado y lo íntimo, por un lado, y de lo político, por otro. Todo ello se produce en el contexto de la creación del Estado nación y de la eclosión de las cuestiones de justicia social, en especial a partir del pensamiento de la Ilustración y con los conflictos de clases a lo largo del siglo XIX.

La esfera de lo público se refiere a lo común, a aquello que se expresa y se publicita en un amplio mundo compartido. En definitiva, en la esfera pública se “comunica” lo privado. Según Arendt, en la esfera pública las cosas surgen de la oscura y cobijada existencia de lo privado. El mundo público, común, depende completamente de la permanencia, “es algo que nos encontramos al nacer y dejamos al morir”.12

Por otra parte, la esfera privada está relacionada con la intimidad y la propiedad, y su concepción parte de la conciencia de “estar privado de cosas esenciales de una verdadera vida humana. Estar privado de la realidad que proviene de ser visto y oído por los demás”.13 Sin embargo, lo privado también tiene que ver con el derecho a la propiedad, un derecho que se irá conquistando con la modernidad. Tal como escribe Arendt, “carecer de un lugar privado propio (como era el caso del esclavo) significaba dejar de ser humano”.14 Esta idea fue desarrollada por Virginia Woolf en Una habitación propia, donde explica que, al carecer de un espacio propio, a las mujeres les estaba vetado el hacer.15 Según Arendt, mujeres y esclavos “estaban apartados no solo porque eran propiedad de alguien, sino también porque su vida era ‘laboriosa’, dedicada a las funciones corporales”.16

El “derecho a la propiedad” aparece tras la Revolución francesa, con una ley de 1807, como garantía de tenencia de tierras, casa y muebles frente a la arbitrariedad del poder. Se trata de una conquista de la revolución burguesa y a lo largo de la historia la clave ha consistido en regular dicho derecho para que el hecho de garantizar la propiedad privada no conlleve abusos por parte de quienes acumulan riqueza y concentran la propiedad del suelo y los bienes inmobiliarios de un modo antisocial, para evitar los excesos de quienes hacen un uso antisocial de la propiedad o de quienes hacen un reclamo abusivo de sus expectativas especulativas.

En La condición humana, Hannah Arendt explica la experiencia a través de tres conceptos —la labor, el trabajo y la acción—, con los que se defiende la vida activa y comprometida frente a la vida contemplativa de la teoría pura. Arendt defendía también lo público frente a lo social, el derecho de la libertad política frente a cualquier otra. Y, para ella, como luego argumentará Jürgen Habermas, el espacio de lo público constituiría la promesa de la democracia y de la libertad.

Debe hacerse hincapié en que, tal como ha insistido el pensamiento feminista que se analizará más tarde, con la modernidad hubo una construcción social de los géneros que recluyó a la mujer en la esfera limitada de lo privado y ajena al mundo de lo público, de lo comunicable, del trabajo productivo y representativo, terreno exclusivo del hombre. Relegada, sin elección, a la vida privada y excluida de la vida pública, en realidad la mujer tampoco ha podido disfrutar de lo privado, que tiene sentido como contrapunto al disfrute de lo público. Tal como explica Soledad Murillo en su libro El mito de la vida privada,8 para disfrutar plenamente de la reclusión y la intimidad se debe poder pertenecer a la vida pública. A las mujeres se les vetó esta pertenencia desde la misma construcción de la modernidad con los derechos derivados de la Revolución francesa. El derecho a lo público de las mujeres y, por tanto, el derecho a disfrutar plena y libremente de lo privado ha sido y es una construcción lenta y llena de limitaciones derivadas del sistema patriarcal subyacente en las sociedades y las culturas contemporáneas. 17

La arquitectura, instrumento del poder

Una pieza clave inicial en la evolución de las relaciones entre formas arquitectónicas y poder fue el panóptico que Jeremy Bentham elaboró como concepto diagramático a finales del siglo XVIII: del control opresivo, laberíntico y oscuro tardomedieval se pasó a un control omnipresente y liviano basado en la visión y la luz, al vacío y la posición elevada.18 Desarrollado como semicírculo, como círculo o, de manera más espaciosa, con galerías radiales, dicho esquema se extendió por todo el mundo, especialmente en los edificios penitenciarios, pero también en hospitales, manicomios, cuarteles, fábricas y otras instituciones basadas en el control.

Esta idea de control desde un punto central se trasladará al urbanismo, conla apertura de ejes radiales y esquemas en diagonales, para potenciar la jerarquía urbana, tal como ya habían sido ensayados en la Roma del papa Sixto V, el París del barón Haussmann y la Barcelona del plan de Léon Jaussely. En oposición a estos trazados jerárquicos, se proyectaron las mallas y cuadrículas urbanas en ciudades como Nueva York o la Barcelona de Ildefons Cerdà.

En 1929, el mismo año que en Fráncfort se creaba una tradición bifronte —por un lado, el racionalismo de las Siedlungen coordinadas por Ernst May y del II CIAM, y, por otro lado, la tradición crítica de la Escuela de Fráncfort, con Walter Benjamin, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer—, el poeta y escritor Georges Bataille escribía un breve artículo sobre “Arquitectura” en la revista Documents, que iniciaba una nueva corriente de crítica a la arquitectura por su alianza con el poder. Al inicio del breve texto, Bataille considera que la arquitectura era la expresión de los comportamientos de cada sociedad humana y la portadora de las pautas de la autoridad para ordenar y prohibir: “La arquitectura es la expresión de la verdadera alma de las sociedades, de la misma manera que la fisonomía humana es la expresión de las almas de los individuos. Estos grandes monumentos —añade— se erigen como diques, oponiendo la lógica y majestad de la autoridad contra los elementos disturbadores”. Mediante la gran escala y el miedo, los monumentos arquitectónicos tienen la misión de imponer la voluntad de un poder ausente en el presente vivido: “Es en la forma de las catedrales o los palacios que la Iglesia y el Estado hablan a las multitudes y les imponen el silencio”. Según Bataille, la toma de la Bastilla sería el mejor ejemplo de la animosidad de la población contra los monumentos. Su texto termina de manera surrealista, como si “no hubiera posibilidad de escapar de la galera de la arquitectura” y proclama: “Se nos abre un camino indicado por los pintores, en la dirección de la bestial monstruosidad”. En otro breve escrito sobre la voz museo, Bataille llega a escribir: “El origen del museo moderno está relacionado con el desarrollo de la guillotina”.19 En definitiva, al escribir sobre arquitectura, Bataille quería liberar el futuro de la prisión de la ciencia y contraponía la flexibilidad de la vida a la rigidez de la piedra.

Las ideas de Bataille fueron premonitorias e iniciaron una corriente de crítica visceral a los excesos de la arquitectura y del urbanismo como instrumentos de dominio y control: todo poder se ejerce arquitectónicamente. Esta tradicióncrítica contra la obsesión racionalista de controlarlo todo ha sido desarrollada de maneras muy diversas por autores como Michel de Certeau, Michel Foucault, Richard Sennett y Manuel Delgado; en pocos años, el aviso de Bataille se cumplió, como una horrible pesadilla, en las arquitecturas totalitarias de la Alemania de Adolf Hitler y de la Unión Soviética de Joseph Stalin.

En definitiva, las aportaciones críticas desde áreas de conocimiento no arquitectónicas —como la sociología, la filosofía, la antropología o el arte— permiten desvelar el papel que la arquitectura ha cumplido como instrumento del poder. Para el correcto ejercicio de la arquitectura, esta conciencia del poder del espacio como elemento de dominio y control debe servir para replantear los significados y las relaciones que se proponen sin por ello renunciar como técnicos a pensar espacios donde puedan darse los conflictos y sean posibles otras relaciones.

Cuando se trata de las relaciones entre arquitectura y política, una de las respuestas más inmediatas es analizar las relaciones entre la arquitectura y el poder; es decir, entre los poderosos y los arquitectos como proyectistas de sus obras. Esta es la interpretación de Deyan Sudjic en el libro La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo,20donde se analiza con todo detalle la arquitectura promovida por los dictadores (Adolf Hitler, Benito Mussolini, Joseph Stalin, Saddam Hussein, etc.) o por líderes demócratas como François Mitterrand; en definitiva, cómo los poderosos imponen sus ideas a través de los espacios y las formas.

No obstante, no es lo mismo política que poder. La política abarca un campo mucho más amplio y, en este libro, el objetivo no es analizar las relaciones de poder clásicas desde el punto de vista de los gobernantes y los monumentos que promueven, sino entender la política como relación de la arquitectura y el urbanismo con todos los diversos actores de cada sociedad.

Resulta muy relevante que desde las últimas décadas del siglo XX hayan empezado a tener protagonismo otros actores y se haya comenzado a reconocerlos: los movimientos sociales urbanos formados por vecinos, feministas y ecologistas, organizaciones populares y no gubernamentales; en definitiva, los habitantes de las ciudades, especialmente sus pobladores más frágiles y precarios y aquellos más concienciados. Por tanto, las relaciones entre arquitectura y política no se reducen únicamente a la esfera de los políticos, al servilismo con el poder que reclaman los ricos y poderosos para conformar el mundo, sino que también tiene que ver el protagonismo de los habitantes en los procesos de participación, en las ONG, en las cooperativas o en los movimientos sociales y en las iniciativas dedicadas a difundir y promover los derechos humanos. En definitiva, se trata de la política como capacidad de las personas para intervenir. En consecuencia, el papel de la arquitectura no es ya solo el que Nicolás Maquiavelo describe enEl príncipe, sino que, con el lento proceso de democratización del mundo, desde la arquitectura puede conseguirse ya no trabajar solo para “el príncipe”.

A partir de la década de 1960, los movimientos sociales urbanos empezaron a tomar relevancia: la opinión de las mayorías silenciosas que definió Denise Scott Brown, los movimientos vecinales, que tuvieron en Jane Jacobs una intrépida defensora,21 los inicios del pensamiento ecologista, con Primavera silenciosa22 de Rachel Carson como texto fundacional y la eclosión de los grupos ecologistas, etc.

Liberación de las estructuras espaciales

Michel Foucault fue uno de los autores que situó el espacio arquitectónico dentro de las estrategias de dominio y control por parte del poder. Según Foucault, en el proceso de evolución del período clásico al período moderno se produjo una total transformación que abarcaba desde la geopolítica, pasando por el urbanismo y la arquitectura, hasta el espacio de la casa.23 Este proceso de transformación y especialización se tradujo también en una compartimentación mayor del espacio doméstico, y así en el siglo XIX se introdujo el pasillo como elemento de segregación y de acceso a cada una de las piezas de la casa, siempre justificado por la higiene física y moral de los habitantes. El control iba llegando a cada uno de los rincones de lo público y de lo privado.

Sin embargo, fue durante la eclosión de las vanguardias artísticas y arquitectónicas de principios del siglo XX cuando se produjo una nueva gran transformación, que podríamos denominar de liberación. Sus experimentos recorrieron todas las escalas: desde los paisajes metropolitanos y las infraestructuras de circulación rápida, pasando por la liberalización de la calle de su dependencia de los muros de las fachadas y de los parques de su encerramiento en las rejas, hasta el intento de disolución del orden patriarcal y burgués en el interior de las viviendas.

Jean Baudrillard analizó magistralmente en El sistema de los objetos24 el cambio profundo que se produjo en el período de las vanguardias artísticas, que llegó a todas las escalas, desde el urbanismo hasta los interiores. Los objetos pertenecientes al orden burgués formaban parte de un sistema cerrado, dentro de una estructura muraria de espacios muy subdivididos: desde la disposición de los muebles en el comedor de la casa patriarcal y burguesa hasta la situación delimitada de los parques en la ciudad. La arquitectura moderna consiguió romper y superar este orden cerrado y jerárquico, experimentando unas relaciones más libres, una libertad que va desde la tecnología abierta de la construcción hasta la conformación de los espacios verdes. De muebles pesados y estáticos de madera se pasó a un mobiliario de producción industrial, ligero, transparente y plegable, montable y desmontable. De todas formas, algo ha fallado en los objetivos de la modernidad cuando hoy siguen dominando los muebles pesados y convencionales en ciertos sectores sociales, y el orden patriarcal y burgués sigue vigente.

La paulatina pérdida de peso y masa de la arquitectura tiene que ver con la búsqueda de la relación con el sol, el aire y las vistas. Se consigue una arquitectura racionalista, liviana y transparente, de forjados finos, fachadas de vidrio y delgadas carpinterías metálicas que interactúan con toda la energía del entorno y que empezó a realizarse en las primeras décadas del sigloXX, especialmente en la arquitectura holandesa de la “nueva objetividad”. Esta liberación había llegado hasta los espacios naturales en la propuesta de los sistemas de parques que había elaborado el paisajista Frederik Law Olmsted en la segunda mitad del siglo XIX, consciente de que el futuro dependía de la capacidad de proyectar y crear sistemas abiertos que se adaptasen mejor al entorno.

Todo esto se produjo también por exigencia de una fuerte transformación social a finales del siglo XIX y principios del xx: unos movimientos sociales formados por la clase obrera, por las mujeres, por intelectuales y profesionales, que fueron consolidados por las aportaciones del pensamiento contemporáneo. Desde el marxismo hasta las interpretaciones del psicoanálisis potenciaron estos procesos de liberación que tuvieron reflejo en el espacio arquitectónico.

Tal como se explica en el capítulo dedicado a las alternativas, la condición de insalubridad de las ciudades del siglo XIX llevó a la argumentación de un cambio necesario que se desarrolló según dos vertientes: una más moralista, más victoriana, que rechazaba la promiscuidad de las familias no nucleares, que entendía que el espacio doméstico y el urbano debían potenciar relaciones ejemplares; y otra corriente más vanguardista que pensaba en una vivienda y ciudad que fueran menos jerárquicas, que tendieran a una mayor igualdad de oportunidades. Esta ambigüedad dentro del discurso reformista llevará a soluciones arquitectónicas y urbanísticas que no siempre dejan clara su correspondencia con una de estas dos vertientes.

Desde cierta visión de género, puede interpretarse que el cambio no fue tan profundo, pues no eliminó la sociedad patriarcal: en cierto sentido, podría considerarse que la vivienda moderna no fue más que una reducción de la burguesa y que las auténticas aportaciones en el espacio doméstico, hechas por mujeres, fueron integradas de manera muy lenta y filtrada, cuando no olvidadas.

Arquitectura y espacio doméstico