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Regla #1 de la manada: Nunca revelarse a un humano
.
Rompí esa regla el día que conocí a la hermosa doctora.
Tal vez sea un campeón de rodeo, pero un solo vistazo y perdí mi concentración.
El toro me lanzó, me corneó y ahora tengo la atención de la dulce mujer.
Cuando me curé en tan solo algunas horas, ella supo que algo no estaba bien.
Mi alfa me ordenó que la observara.
No era un problema. La observaría. Muy de cerca.
Me pegaría a ella como pegamento.
¿Y esos hombres humanos que querían salir con ella?
Será mejor que retrocedan.
Porque la doctora es mía
.
Aunque no lo sepa todavía.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
Derechos de Autor © 2020 por Bridger Media and Wilrose Dream Ventures LLC
Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.
Diseño de la Portada: Bridger Media
Imagen de la Portada: Period Images; Deposit Photos: EpicStockMedia
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Contenido extra
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Acerca de la autora - Renee Rose
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BOYD
Mi cabeza pensaba en follar.
La mayoría de los tipos tenían sus cabezas concentradas en el próximo rodeo. Los ocho segundos en los cuales tenían que mantener sus traseros encima de un toro enojado. ¿Yo? Yo no estaba pensando con esa cabeza.
Tenía mucha energía y quería soltarla en una vagina caliente y estrecha. Había muchas opciones alrededor de la arena.
“Hey, campeón. No puedo esperar a verte montar”, dijo una de las admiradoras mientras pasaba por mi lado.
“Gracias, preciosa.” Todo lo que tenía que hacer era guiñarle el ojo a Sherry o Cindy… fuera cual fuera su nombre y podría montarla. Con esa falda denim que era, gracias, Jesús, nada más que una banda alrededor de su cintura y un top blanco que apenas ocultaba sus tetas, yo sabía que eso era una oferta. El rodeo podía durar más de ocho segundos, yo podía durar toda la noche, pero una vez me bajaba, al igual que con un toro, yo no me quedaba. Las chicas lo sabían. Yo me bajaba, las hacía correrse una o dos veces porque era un caballero y luego ellas podían alardear de que se follaron al campeón de rodeo. Todos quedaban satisfechos.
Satisfecho, definitivamente. ¿Feliz? Ya no tanto. Es cierto, Sherry/Cindy era hermosa, pero una chiquilla con la paleta del día ya no me llenaba tanto como antes.
O a mi lobo. Una revolcada rápida no era lo que queríamos. Tal vez era el comienzo de la locura de la luna, pero me estaba enojando. Mi pene se había vuelto… selectivo. Eso era lo que les pasaba a los licántropos que estaban listos para aparearse. El lobo interior buscaba una compañera real y ninguna otra hembra serviría. Eso era un gran problema para un tipo como yo que solo pensaba en follar… todo el tiempo.
El ruido de la multitud en los asientos no se escuchaba en el nivel bajo de la arena. El aroma de las palomitas y la cerveza derramada no podía cubrir el aroma de los animales. El suelo de concreto tenía pedazos de heno que se pegaban a mis duras botas, pero yo no me dirigía a la rampa. Todavía no. Mientras se realizaba el evento de lazo sencillo, yo tenía tiempo de visitar a mi amigo, Abe, antes de que fuera mi turno en el evento de monta de toro. Pasé por un pasillo estrecho y entré en la habitación médica.
“Maldito, ¿te lastimaste la mano incluso antes de entrar? ¿Qué estabas haciendo, masturbándote?” pregunté yo, sacándome el sombrero al pasar por la puerta.
Luego me detuve. Me congelé. Mierda.
Mi lobo despertó. Olfateó.
Sí, Abe estaba sentado en una mesa de revisión en sus jeans llenos de polvo y una camisa rota, pero no lo estaba mirando a él. Rayos, podría estar usando un traje de hula y no me hubiera dado cuenta. Era la mujer que estaba sosteniendo su mano y colocando una especie de soporte de metal alrededor de su dedo a la que estaba observando.
Delgada, curvilínea y con el trasero más hermoso, ella podría hacer chillar a un hombre… o eyacular en sus jeans como si fuera un chiquillo de quince años. Mi lobo se despertó y se acicaló. Ella me miró con los ojos muy abiertos detrás de sus gafas. Demonios, no tenía idea que me atrajeran las gafas. Mis mujeres usuales eran altas, con grandes tetas que llenaban las palmas de mis manos. Tal vez ahí estaba mi problema, ahí estaba mi selectividad. Ninguna de ellas era ella.
Pero eso no tenía sentido. Yo no necesitaba respirar para absorber su aroma. En la pequeña habitación, el dulce aroma de duraznos maduros me atacó como un toro enojado.
Delicioso. Pero no era el aroma de una mujer lobo.
Era humana. Una humana hermosa y curvilínea.
Mi lobo prácticamente aulló al verla. Su largo cabello caía por su espalda como una cascada oscura. Tenía una cara redonda con una piel pálida y cremosa. Sus labios gruesos se verían hermosos alrededor de mi pene. ¡Esas curvas!. Oh sí. Sus tetas encajarían a la perfección en mis manos, sus caderas eran perfectas para agarrarlas mientras la follaba por detrás. ¿Y ese trasero? Sí, yo no pude evitar ver esas curvas deliciosas mientras ella estaba frente a Abe, pero me miraba por encima de su hombro. Ese trasero resistiría mis caderas mientras yo la penetraba. También se vería hermoso con mis huellas en él.
Mi pene presionaba mis jeans queriendo acercarse. Queriendo penetrarla.
“¿Qué diablos, Boyd?” murmuró Abe. “Me rompí mi maldito dedo, lo siento, señorita, ayudando a Burt con su enganche del remolque.” Él miró a la mujer mortificado por haber dicho una mala palabra. ¿Señorita? ¿Qué diablos? Se estaba comportando como un escolar sonrojándose por su primer amor.
Oh, claro que no. Abe no iba a ponerle una mano encima. Él era humano y un tipo decente. Pero no lo permitiría.
“La doctora está curándolo para poder competir.”
¿Doctora? ¿Era una doctora? Tal vez yo esperaba un tipo en un abrigo blanco y pantalones khaki apretados, pero no una chica caliente como ella. Una chica muy caliente. Probablemente tenía más cerebro en su dedo meñique que yo en toda mi cabeza. Todo lo que sabía es que era mía.
Ella rodeó con destreza el dedo herido y el de al lado con una cinta médica, asegurándolos juntos y luego rompió la cinta. Él tuvo suerte de no haberse lastimado la mano con que sostenía la cuerda, así que podía competir.
“¿Qué harás después? ¿Crees que pueda invitarte una taza de café como agradecimiento?” Con Abe sentado en la mesa, ambos tenían la misma altura. Todo lo que tenía que hacer era inclinarse y podría besarla. Ella miró a Abe y yo quería rugir y arrancarle la cabeza.
“No podré concentrarme sin saber tu respuesta.”
“Enfócate menos en mí y más en ese toro que tienes que montar.”
Abe sonrió, esa sonrisa era un arma letal conociendo por bajar las bragas de las mujeres.
Yo me lancé adelante, me quité mi sombrero de vaquero y estiré mi mano. “Hola, soy Boyd.”
Ella me miró y luego regresó a su trabajo. Sus dedos cubiertos por guantes volvieron a cubrir los dedos de Abe con otra cinta. “Hola, Boyd. Lo siento, mis manos están ocupadas.”
Azules. Sus ojos eran azules detrás de esas gafas que me rogaban que la follara.
“Oh, ah. Cierto.” Yo bajé mi mano y luego utilice mi propia sonrisa baja bragas. Usualmente me garantizaba el número de teléfono de una mujer sin tener que pedirlo. Yo me acerqué, lo suficiente para que Abe hiciera una mueca.
Es mía, amigo. Aléjate.
“Soy la doctora Ames, Audrey. Disculpa.” Ella necesitaba que yo retrocediera porque la tenía casi presionada a la mesa con mi cuerpo. No la estaba tocando, pero sí estaba muy cerca.
“Audrey Ames”, repetí yo. “Supongo que siempre te sentabas adelante en la escuela.”
“Sí, así es.” Audrey no me miró. No se sonrojó ni movió sus pestañas. No mostró su pecho para saber que era una oferta. Demonios, ella apenas me miró una vez más mientras se acercaba al mostrador donde realizaba notas en un archivo.
“La doctora trabaja en un hospital, pero está cubriendo el evento en caso de que alguien salga herido”, explicó Abe, levantando su mano herida.
Yo fruncí el ceño. “¿También sabes su talla de zapatos y lo que comió de desayuno?”
Audrey volteó y me dedicó una mirada que hubiera marchitado las bolas de un hombre más pequeño. Aun así, estaba muy lejos de la expresión de fóllame ahora a la que estaba acostumbrado. “Estoy aquí parada.”
Yo le guiñé el ojo y la miré de arriba abajo. “Claro que lo estás.”
Después de fruncir sus labios, Audrey se quitó los guantes y los tiró en la papelera.
Demonios, la primera vez que me interesa de verdad una mujer en años y apenas me ve. No le importaba una mierda que la enorme hebilla en mi cinturón significaba que era un campeón de rodeo. No le importaba una mierda que el pene que estaba justo detrás estaba duro como una roca por ella.
¿Cómo era posible?
Yo ignoré la mirada que me estaba lanzando Abe.
“¿Por qué no te he visto antes por aquí?” Intenté yo de nuevo.
“¿Yo?” Audrey me miró, sorprendida. Como si hubiera venido a coquetear con Abe o algo así.
“Como dijo Abe, trabajo en el hospital general en Cooper Valley y a menos que fueras a tener un bebé, nunca nos conoceríamos. Tu doctor usual de rodeo tenía otro compromiso, así que llamaron a nuestro hospital rogando que alguien viniera esta noche. La paga era decente y yo tengo préstamos escolares, así que pensé, ¿por qué no?” Ella se encogió de hombros. “Siempre quise ver un rodeo.”
Yo nunca me lastimaba, por supuesto, y si lo hacía, nunca era lo suficiente para necesitar un hospital, ya que los licántropos nos curábamos muy rápido.
“Lo siento, cariño”, dijo Abe, sus ojos mirando al techo como si pudiera ver los asientos sobre nosotros. “Arruiné tus planes.”
Audrey le dedicó una pequeña sonrisa. A él. ¿Por qué diablos no me ofrecía a mí una de esas sonrisas?
“Yo subiré después de esto y te miraré montar.”
El pecho de Abe se elevó y yo quería romperle el resto de sus dedos. Mejor aún, su pierna, así no podría competir. Si ella iba a ver a alguien montar un toro, ese iba a ser yo.
“Vives en Cooper Valley.” Yo apenas creía en las coincidencias. “Tienes que estar bromeando.”
Finalmente ella me dedicó toda su atención, volteó y recostó su hermoso trasero contra el gabinete mientras me miraba con curiosidad. “Sí. Me mudé aquí hace poco. ¿Por qué?”
Yo señalé mi pecho. “Soy de Cooper Valley, rancho Wolf. ¿Lo conoces?”
Audrey sacudió su cabeza y su cabello oscuro se deslizó por sus hombros. “No, soy nueva en el pueblo y trabajo muchas horas. Pero sí me conozco muy bien el hospital.” Ella me dedicó una sonrisa amarga.
Ahí. Esa maldita sonrisa. Yo era como un mendigo esperando que ella me lanzara migajas.
Me deslicé hacia ella. “Podría tomarme uno o dos días para mostrarte todo. De hecho me encantaría hacerlo.”
Abe aclaró su garganta, logrando que Audrey lo mirara. “Estás listo”, le dijo. “No te rompas algo más ahí afuera. No tengo idea cómo lo hacen.”
Abe se bajó de la mesa, levantó su sombrero y lo colocó en su cabeza. Él no hizo ningún movimiento para irse. Claro que no. Estaba intentando hacer un movimiento.
El imbécil incluso tuvo las agallas de sonreír y luego darme una palmada con su mano buena, con más fuerza de la necesaria. “Bueno, será mejor que regresemos. Ya es casi el momento de montar a los toros. ¿Vas a mirarme, doc?”
Yo le dediqué una mirada que gritaba aléjate, es mía. Creo que incluso gruñí un poco.
Tuvimos una pequeña pelea de miradas y él finalmente se rindió. Abe suspiró y tocó el borde de su sombrero. “Señorita.”
Yo sabía que Abe era un tipo inteligente, finalmente se fue y yo me quedé con la hembra más caliente de todo Montana.
“Sigamos hablando de este tour”, dije yo, acercándome un paso y dedicándole mi mejor sonrisa. Metí mis pulgares en mis bolsillos delanteros.
Yo no era del tipo que creía en señales o le prestaba atención al destino, pero después de la reacción de mi lobo a su presencia, descubrir a esta hermosa criatura viviendo en mi pueblo natal era algo importante. Me la pasé recorriendo todo el maldito país montando toros enojados y ella había estado aquí. Era el destino que el rodeo era en mi ciudad natal y que ella estuviera trabajando aquí.
“Oh, no”, ella me rechazó de inmediato, volteándose para limpiar lo que ensució con Abe. “Miraré la monta de toros y los veré a Abe y a ti, pero luego tengo que regresar a trabajar cuando vaya a casa. Pero gracias.”
Rechazado. Era solo un tour. Es cierto, significaba que quería mostrarle todo… mi pene, pero le mostraría algunas vistas primero. Quizás necesitaba verme en acción. Primero encima de un toro y luego quizás en la cama. ¿Quién no quería follarse al campeón? No era como si tuviera algo de que preocuparme. Ningún humano podía superarme. Especialmente cuando quería ganar.
Definitivamente quería ganar ahora. Agarré el sombrero con mi mano.
¿La doctora Audrey quería vernos montar? Le mostraré exactamente cómo se hace.
AUDREY
La testosterona en la arena era abrumadora.
Desafortunadamente, mi cuerpo con poco impulso sexual estaba notándolo. Juraría que mis ovarios soltaron dos huevos cuando Boyd entró en la habitación con todo su encanto y carisma de vaquero. Se había acercado tanto que pude oler su crema de afeitar y su jabón y eso me hizo enloquecer. O bueno, a mi cuerpo. En todos lados. Me puse toda caliente y mi cerebro perdió energía en ese momento.
Yo ya tenía algo por los vaqueros. Los sombreros, sus formas de caminar, su apariencia rústica y ese aire… masculino. Era una ventaja al mudarme a Montana. Boyd era lo más hermoso que dios había creado con esa mandíbula cincelada y esa sonrisa ligera. Un cabello color arena que ya necesitaba un corte hace algunas semanas. Ojos pálidos que me habían recorrido como si fuera un dulce que quisiera devorar. Una nariz torcida que demostraba que podría tener una sonrisa rápida, pero también era rápido para pelear. Tenía todo el paquete, metro ochenta de puro músculo, era un hombre viril que hizo que mis pezones se endurecieran y mis bragas se empaparan.
Mi cuerpo reaccionó a su presencia como si estuviera llena de feromonas que me hacían pensar que estaba en celo y él era una especie de semental listo para montarme. Puede que no haya estado con un hombre por algún tiempo… tal vez mucho tiempo, pero reconocía las señales. Él quería que yo fuera una más en su colección.
Mi mente era una perra total, quería estar en esa colección en la que no tenía nada que hacer. Puede que los animales estén marcados, pero cada uno de esos vaqueros debería tener una marca que los señale como jugadores. Todos eran hombres con sonrisas rápidas que podían mojar a una mujer con solo un guiño y bajarle las bragas con solo un dedo.
Estos campeones de rodeo pensaban que eran un regalo de dios para las mujeres, pero Boyd y Abe estaban coqueteando conmigo, aunque Abe fue un poco más sutil con sus intenciones, pero lo que no comprendo es por qué estaban intentándolo conmigo cuando ahí afuera había muchas vaqueras con poca ropa lista para ser tomadas. Probablemente lo intentaban con cada mujer que conocían. Una especie de código de vaqueros o algo así. Mis bragas se arruinaron después de estar con Boyd en la misma habitación por unos minutos, pero afortunadamente las seguía teniendo puestas. O desafortunadamente, porque no tenía duda de que ese tipo sabía cómo darle placer al cuerpo de una mujer y ahí había una mesa perfecta para doblarme y follarme.
Sip, mi sucia mente estaba ocupada. Abe era el único herido en el evento hasta el momento y yo pude dirigirme a las gradas para observar el evento. Yo era la doctora del evento. Si alguien salía herido, yo tenía que atenderlos, conectarme con la ambulancia que estaba en espera y llevar a la persona al hospital.
Desde donde me encontraba, a menos que alguien comenzara a ahogarse con una salchicha en el área de comidas, yo sabría si mi ayuda era necesaria. Me senté cerca al pasillo con fácil acceso al área de competidores y una buena vista de las rampas. Aquí era donde se sostenía y alistaban a los toros, luego el vaquero se subía a la valla y luego se subía sobre el animal. Una vez que el hombre era asegurado, la puerta se abría y ambos salían, el toro enojado hacía todo lo posible por deshacerse del vaquero que tenía encima. Eso prácticamente me garantizaba algunos pacientes antes de que terminara el evento.
Yo observé el área de las rampas en busca de ellos y observé a los primeros competidores terminar sus rondas. Estaba excitada e igualmente aterrorizada mientras veía a cada uno tener su turno. Los espectadores se sentían igual que yo, animaban y jadeaban en igual cantidad. Montar un toro era lo más sexy y lo más tonto que haya visto.
No sabía cómo estos tipos lograban pasar los treinta. Tal vez no lo hacían. Eso hizo que mi pecho se apretujara, como si hubiera desarrollado afecto por los dos vaqueros que había conocido.
No el primero, por el segundo. Abe era apuesto y gentil, considerando su tamaño y lo que hacía como trabajo. Incluso podría decir que era dulce. Pero Boyd, él era… peligroso. No tenía miedo de que me lastimara físicamente, aunque me llevaba más de 30 centímetros y tal vez más de 20 kilos, sino de algo más. Él podría lastimar mi corazón. Arruinar mis planes. Yo estaba totalmente enfocada en la escuela de medicina y en mi residencia. En mi carrera. No era propio de mí desviarme por un trasero perfecto en unos Wranglers. Él era un chico malo que yo sabía que significa problemas, pero igualmente lo deseaba.
Un jinete fue lanzado por su toro y cayó con fuerza, luego rodó para escapar de las patas traseras del toro. Los payasos de rodeo, los cuales estaba segura de que tenían otros nombres que no conocía, corrieron a acercarse y llamaron la atención del animal para que el jinete pudiera levantarse. Yo exhalé cuando los espectadores celebraron al ver su alto puntaje. Él se limpió el polvo, elevó su sombrero como saludo y salió de la arena.
La cara de Boyd apareció en el Jumbotrón, su sonrisa era enorme. Los espectadores enloquecieron, probablemente su ego era tan grande como su imagen en la pantalla gigante. Sí, necesitaba mantener mi distancia de él, porque yo no era una chica de una sola noche. Con la escuela de medicina y mi residencia, apenas sociabilizaba, mucho menos tenía citas y mucho sexo. Nada, en realidad. Tal vez una aventura era lo que necesitaba con mi ocupado horario, pero no, yo no era así. Yo era del tipo comprometida y a largo plazo. De hecho, yo me mudé a Montana para asentarme. Bajar las revoluciones. Encontrar una pareja y comenzar una familia, tal como siempre había soñado. Una familia con dos padres que se amaban y muchos niños. Quería ese tipo de locura. Trineos, proyectos para la feria de ciencias, mascotas. Eso es lo que deseaba. Especialmente los bebés.
Follarme a un campeón de rodeo no era parte de ese deseo y yo dudaba que un campeón de rodeo quisiera follarse a una mujer que quería bebés. Las palabras “el tiempo pasa” no significaban lo mismo para él que para mí. Sus planes duraban ocho segundos, los míos toda una vida.
Aun así, mi cuerpo se puso alerta cuando vi su nombre en la pantalla, Boyd Wolf vs. Sudor nocturno, un nombre algo loco para un toro.
Me incliné hacia delante para mirarlo en las rampas. Todos lucían igual con sus cascos, chalecos de seguridad y chaparreras, los logos de los patrocinadores estaban a los lados. Pero cuando lo vi, estaba casi segura de que era él. El jinete tenía la misma confianza innata que había mostrado en la habitación médica.
Él se subió al toro negro y luego ajustó su agarre a la cuerda con facilidad y destreza. Solo su mano lo sostenía a esa bestia. Yo no conocía los detalles sobre la monta de toro, solo sabía que eran llamados eventos de rodeo de alto riesgo. Creo que ese era el término adecuado.
“Hey, linda.” Abe avanzó por los escalones de concreto y acomodó su largo cuerpo en el asiento junto a mí.
No pude evitar sonreírle, pero luego regresé mi mirada a las rampas.
“¿Difícil de ver?” preguntó él.
Yo asentí. “Tu turno salió bien. Te sostuviste después del timbre. Debería felicitarte, ¿cierto?”
Abe echó su sombrero hacia atrás y luego colocó su mano en mi hombro. “Sí, señorita. La mejor monta de la noche hasta ahora. Podemos celebrar tomando ese café conmigo después del evento.”
Su sonrisa tranquila y su aire apacible me hizo sonreír. Era apuesto. Cortés. Pero al igual que Jett Markle, el granjero local con el que tuve una mala cita la semana anterior, él no me causaba nada. Al igual que en esas novelas de romance que leía en mi tiempo libre, yo quería una chispa. Calor. Atracción. Química.
Jett estaba resultando ser repugnante, así que no podía meter a Abe en el mismo saco.
El presentador anunció la próxima monta y yo me distraje por el giro inminente de Boyd. Cuando volví a mirarlo, él no estaba enfocado en el toro enojado de 450 kilos que tenía debajo, estaba enfocado en mí. Su mirada se enfocó en mí y yo jadeé. No, no me estaba mirando a mí, estaba mirando la mano de Abe en mi hombro. La mandíbula de Boyd se apretó y sus ojos se entrecerraron. Si no me equivocaba, él estaba tan enojado por esa acción como el toro de tenerlo encima.
¿Por qué me estaba mirando a mí? Yo no era importante. Era la doctora pequeña y rechoncha que no tenía vida social. Aun así, él me estaba mirando. Intenté calmar mi respiración cuando él asintió su cabeza. Luego me di cuenta de que no era para mí cuando la rampa se abrió.
Sudor nocturno salió resoplando de ira con el jinete en su espalda. Yo aguanté la respiración, en mi estómago apareció un nudo enorme cuando pateó con sus patas traseras.
A pesar de la fuerza del toro, Boyd parecía recibir los movimientos con facilidad, sus piernas se sostenían con fuerza a los lados del toro, sus brazos se movían, su espalda estaba relajada, sus movimientos estaban sincronizados con el animal.
Era hipnótico.
Incluso mágico.
Una enorme sonrisa apareció en sus labios como si montar toros fuera un paseo en el parque para él. Oh, dios. ¿Esto era real?
Boyd comenzó a buscar en la audiencia… todo mientras montaba el toro.
¿Qué jinete de toros tenía la capacidad de buscar a mamá mientras intentaba sostenerse encima de un toro enojado?
La multitud estaba enloqueciendo, todos gritaban y pisaban. Boyd ya llevaba en el toro por ocho segundos.
Nueve.
Yo me levanté para ver mejor y Boyd volvió a encontrarme. Una vez más.
Eso era imposible.
Puede que antes haya visto hacia mí, ¿pero ahora? ¿Encima de un toro? Boyd no estaba buscándome a mí entre la multitud.
Yo chillé y cubrí mi boca cuando fue lanzado en el aire como si fuera un frisbee. ¡Oh, dios, no! El tiempo se detuvo. Yo cerré mis ojos, luego los volví a abrir para ver la escena terrorífica que se estaba desarrollando. Cuando el cuerpo de Boyd cayó al suelo, el toro se volteó y embistió con su cuerno justo debajo del chaleco de protección de Boyd.
Había sido embestido.
Muy mal.
Posiblemente letal.
“Oh mierda”, dijo Abe. Aunque yo sabía que no era nada bueno, las palabras de Abe lo confirmaron. Él había visto más montas que yo y esta era peor que otras.
Yo cambié a modo médico, mi entrenamiento comenzó a funcionar. Bajé los escalones incluso antes de darme cuenta de que mis pies estaban moviéndose.
“¡Esperen!” gritó el mánager, impidiendo que entráramos mientras los payasos de rodeo distraían al toro y los dos jinetes intentaban amarrarlo. “¡Ahora, vayan! ¡Vayan!”
Boyd estaba con una rodilla al suelo, intentando levantarse. La adrenalina seguramente era lo único que lo sostenía. La sangre había empapado su camisa y jeans y todo se juntó con la suciedad.
“¡Deja de moverte!” Grité yo mientras corría. “Quédate quieto, Boyd.” A los trabajadores que avanzaban con un respaldo les grité, “Súbanlo.”
Lo transfirieron con cuidado al respaldo, lo amarraron y lo levantaron y caminaron con rapidez a través del campo hacia donde estaba la camilla.
“Voy a necesitar vendas de presión, una intravenosa y morfina”, ordené yo. Uno de ellos estaba hablando a través de una radio que tenía amarrada al hombro, estaba dando información, posiblemente a emergencias. “Yo iré con él al hospital.”
No era una doctora de traumas. Era una obstetra, pero todo mi entrenamiento mientras hacía las rotaciones comenzó a inundarme. Yo corrí al lado de la camilla, intentando observar la profundidad, la ubicación y la severidad de la herida cuando una mano tomó la mía.
Mi mirada fue hacia la cara de Boyd. Estaba pálida y el sudor cubría su frente, pero él me sonrió.
“Solo un rasguño, doc”, dijo Boyd, su voz era rasposa. Estaba respirando con dificultad, especialmente al inhalar. Tenía que asumir que era un pulmón perforado. “No tienes que preocuparte.”
¿Me estaba consolando? ¿Ahora?
Yo apreté su mano, me sorprendí al notar lo aliviada que me hacía sentir su actitud. Como doctora, yo sabía que estaba en grave peligro, pero también sabía que la actitud del paciente podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
“Usualmente soy yo la que consuela, pero me alegra que seas positivo. Te buscaré algo para el dolor apenas estemos en la ambulancia.”
Boyd hizo una mueca, intentó sentarse y miró su herida.
Yo lo empujé hacia abajo, aunque él no iba a ir a ningún lado amarrado por la cintura. “Tranquilo, campeón, estás perdiendo sangre.”
Boyd me dedicó media sonrisa mientras su cara se ponía pálida. Su presión sanguínea seguramente estaba bajando y estaba entrando en shock. Necesitaba estabilizarlo de inmediato. Mientras Boyd parpadeaba, murmuró, “Supongo que ya no irás con Abe a tomar café, ¿eh?”
¿Qué? ¿Tenía un hoyo en el pecho y estaba preocupado de que saliera con Abe? “Supongo que no. Aguanta por mí, ¿de acuerdo?”
Pero fue demasiado tarde. Perdió la conciencia.
Con el corazón palpitando en mi pecho, yo entré en la ambulancia con él y me encargué de insertarle la intravenosa en su brazo mientras el paramédico colocaba una máscara de oxígeno sobre su rostro.
Boyd Wolf probablemente era el vaquero más arrogante en el oeste. Era su trabajo montarse encima de un toro, pero era mi trabajo salvarlo cuando se cayó. Haría todo lo posible para lograrlo.