Aventura sin fin - Alyssa Dean - E-Book
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Aventura sin fin E-Book

Alyssa Dean

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Beschreibung

¿Por qué no podía centrarse en buscar un marido en lugar de un amante? Desgraciadamente, en Miami no había nadie de sangre azul ni del tipo de persona con los que solían casarse los miembros de la familia de Victoria Sommerset-Hays, así que Vicky decidió contratar a un detective que la ayudara a encontrar al hombre adecuado para ella. Por una vez en su vida, Vicky quería que sus padres se sintieran orgullosos de ella y un marido perfecto era la mejor manera de conseguirlo. Ahora que Luke le había quitado de encima la carga de tener que buscar marido, Vicky podía concentrarse en su investigación… el problema era que no podía dejar de pensar en las anchas espaldas de Luke y en su sexy manera de caminar… No, aquel hombre no le convenía…

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1998 Patsy McNish. Todos los derechos reservados.

AVENTURA SIN FIN, Nº 1499 - marzo 2012

Título original: Manhunting in Miami

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-577-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Miami –murmuró Vicky.

Aparcó el coche frente al edificio blanco de tres plantas que albergaba los laboratorios del Instituto de Investigación Oceanside y salió al calor de Florida.

–¿Cómo se supone que voy a encontrar marido en Miami?

No obtuvo respuesta de la franja de océano que se veía en la distancia, ni de la playa ni de la exuberante vegetación que rodeaba el complejo de Oceanside.

Vicky se asomó al interior del coche y agarró el maletín, el bolso y unos libros. No podía dejar de pensar en algunas frases de la conversación telefónica que había tenido aquella misma mañana con su muy socialmente correcta madre de Boston.

«Ya has cumplido treinta años, Victoria».

«Si estuvieras aquí, en Boston, estoy segura de que habrías encontrado al hombre adecuado».

«Tal vez si salieras un poco conocerías a alguien».

«La familia cuenta contigo, Victoria».

Vicky se colocó los libros a la cadera para poder sacar la identificación del bolso. Luego se la mostró al guarda de seguridad que le abrió la puerta del edificio y tomó el ascensor hasta el segundo piso. No culpaba a sus padres por ser tan poco sutiles a la hora de sugerirle que se casara. Pero encontrar el esposo adecuado le estaba resultando mucho más difícil de lo que había esperado.

Se abrieron las puertas del ascensor y Vicky se precipitó hacia fuera. No sólo era difícil encontrar a un hombre, es que además se estaba cansando de buscarlo. Llevaba casi tres semanas intentándolo, empleando un tiempo precioso que podría utilizar para otras cosas, y no había conseguido nada.

Seguía de mal humor cuando llegó a su despacho y sacó del maletín el último informe sobre el progreso de su investigación con algas marinas.

–Informe de progreso –gruñó mientras se sentaba frente al escritorio–. Debí haberlo llamado informe de no progreso.

Eso sería más adecuado. Llevaba trabajando más de tres años en aquel proyecto y lo único que tenía por el momento era un camión cargado de vegetales subdesarrollados. Aquello también era culpa de Miami. Necesitaría pasar todas las horas del día en el laboratorio. Y sin embargo se las pasaba dando vueltas por la ciudad, asistiendo a actos sociales a los que no quería acudir en un esfuerzo inútil para conseguir un marido en una ciudad que no contaba con los maridos adecuados.

Estaba ojeando el informe, disgustada con el mundo en general y con aquella ciudad en particular cuando se abrió la puerta de su despacho y Gina Wilson, la recepcionista, asomó su rubia cabeza.

–Has pasado por delante de mi mesa sin decirme una sola palabra –protestó–. ¿He hecho algo que te haya molestado?

–No es culpa tuya, Gina –respondió Vicky sintiéndose culpable–. Es culpa de Miami.

–¿De Miami? –preguntó Gina extrañada entrando por la puerta–. ¿Qué le pasa a Miami? Tiene un tiempo maravilloso, unas playas increíbles, vegetación exuberante, tiendas fabulosas…Por no mencionar al mejor centro de investigación marina del país.

–Todo eso es cierto –reconoció Vicky–, pero aquí hay una carencia de hombres. Y eso dificulta mi investigación.

–Debes estar de broma –aseguró Gina abriendo la boca–. ¿Carencia de hombres? Si hay algo que no falta en Miami son hombres. Los hay de todo tipo y colores: Guapos, feos, altos, ricos, pobres… Lo único que tienes que hacer es ir a la playa y allí están todos, expuestos para que los veas. Escoges uno, le dices hola, y al instante tienes una cita –aseguró sonriendo.

–Eso te puede servir a ti, Gina –respondió Vicky negando con la cabeza–. Eres de Nebraska. Seguramente no importará con quién te cases.

–A mí desde luego sí me importaría, si alguna vez cometiera semejante estupidez –murmuró Gina alzando una ceja–. Pero sólo por curiosidad: ¿Por qué estamos hablando de matrimonio? Creí que el tema era tu investigación.

–Es el mismo asunto –aseguró Vicky dejando el informe sobre la mesa con un suspiro–. Mi investigación sobre las zanahorias marinas no avanza. Los recursos alimenticios del mundo se están reduciendo. Si pudiéramos utilizar tierra pantanosa para hacer crecer comida sin dañar el medio ambiente…

–Lo sé, lo sé –la interrumpió Gina alzando una mano–. Podríamos salvar al mundo. Pero si no lo salvamos este mes, podemos hacerlo el siguiente, ¿no?

–¡Nunca voy a tener tiempo para salvarlo! –exclamó Vicky disgustada–. Debería estar trabajando en esto noche y día, y en lugar de hacerlo me dedico a perder el tiempo buscando marido.

–¿Marido? –preguntó la otra mujer abriendo mucho los ojos–. ¿Quieres casarte?

–No especialmente. Pero no tengo elección. Tengo que hacerlo. Es una especie de… obligación familiar. Soy una Sommerset-Hayes, Gina.

–Ya sé cómo te apellidas –respondió Gina desconcertada–. Pero sigo sin ver qué…

–Sommerset-Hayes no es sólo un apellido. Es una responsabilidad –explicó Vicky–. Mi madre es una Sommerset, y mi padre es un Hayes. Soy hija única. Mi madre tiene un hermano que no tiene hijos y mi padre también es hijo único. Eso me convierte en la última Sommerset y en la última Hayes.

–Ya veo –murmuró Gina mirándola con curiosidad–. Así que sientes que debes casarte y poblar el mundo con un puñado de Sommerset y Hayes?

–¡Yo no siento eso! –exclamó Vicky estresada–. Pero es algo que debo hacer. Se lo prometí a mis padres. Y no puedo volver a decepcionarlos. Ya lo hice al trasladarme a Miami.

–No creo que eso esté en la lista de los peores crímenes –murmuró Gina sin entender nada.

–Si eres yo, sí lo es –aseguró Vicky apretando los labios–. Ya fue suficientemente negativo que estudiara vegetación marina en lugar de arte o literatura, como las hijas de los demás. Pero dejar Boston y mudarme a Miami para poder trabajar en Oceanside empeoró aún más las cosas.

–Pero, ¿qué tiene de malo Oceanside? –quiso saber Gina, que no entendía nada.

–Se supone que la gente como yo no trabaja en un laboratorio –se explicó Vicky–. Mis compañeras de colegio se dedican a llevar galerías de arte, a organizar actividades en el club de campo… El objetivo es casarse bien y…

–Y perpetuar la sangre –aventuró Gina, que comenzaba a entender.

–Exacto –dijo Vicky–. Yo no he hecho ninguna de las demás cosas. Por eso debo hacer ésta. Para compensar.

–¿Quieres casarte para compensar a tus padres por haberte sacado un doctorado en investigación?

–preguntó Gina haciendo una mueca–. Me alegro de no ser de Boston…

–Estas dos últimas semanas he ido a tres cenas, a dos fiestas y al teatro –enumeró Vicky con los dedos sin escucharla–. Me invitaron unos amigos de mis padres. Esta noche tengo otra cena, y sé exactamente cómo terminará. No conoceré a nadie. Igual que las otras veces.

–¿Cómo que no conociste a nadie? –quiso saber Gina alzando las cejas–. ¿A nadie que te interesara, a nadie que le interesaras tú, a…?

–A nadie… Adecuado –dijo Vicky exhalando un suspiro–. No puedo casarme con cualquiera, Gina. Los Sommerset y los Hayes pueden rastrear sus ancestros hasta la época del Mayflower. No puedo mezclar ese legado con cualquiera.

–¡Por supuesto que no puedes! –exclamó la otra mujer con ironía–. ¿En qué estaría yo pensando? Sólo puedes mezclar esa sangre azul que tú tienes con la de otro descendiente del Mayflower, ¿no?

–Así es –reconoció Vicky–. Y no te burlarías tanto si supieras lo difícil que es dar con alguien así en Miami.

–En Miami y en todas partes –murmuró Gina–. Lamento no poder ayudarte. No conozco a nadie que descienda de los que llegaron en el Mayflower.

–Ni yo tampoco –se quejó Vicky golpeando suavemente el bolígrafo contra el escritorio–. Tal vez debería llamar a una agencia de contactos.

–Yo no creo que eso te sirva –aseguró Gina dirigiéndose hacia la puerta para marcharse–. Imagino que no recopilan información sobre los antepasados de la gente. Sería mejor que contrataras a un genealogista –bromeó–. O a un detective.

–¡Miami! –protestó Barney.

Dejó caer su figura delgada y vestida de negro en una de las sillas que había en el despacho de Luke Adams.

–Con las cientos de agencias de detectives que hay en esta ciudad, tenía que terminar trabajando en ésta –murmuró mirando a Luke con ojos apenados–. ¿Es mi karma o es que escojo fatal?

–Ninguna de las cosa cosas –respondió Luke quitándose la chaqueta y arrojándola al sofá–. Te cansaste de los inviernos de Chicago y querías venir a Miami. Así que yo te invité amablemente a que trabajaras conmigo.

–Y yo acepté –murmuró Barney ensombreciendo todavía más la expresión–. Supongo que eso responde a mi pregunta. Escojo fatal. ¿Por qué te has negado a cobrarle a esa mujer? ¡Hemos encontrado al hijo que se le había escapado! Esto es un negocio, Luke, no una ONG.

–Es una madre soltera, Barney, con tres hijos más. Y estaba tan preocupada… No he tenido agallas para darle la factura. Entiéndelo.

El dinero no era un factor importante para Luke. Y no porque le sobrara, sino porque no lo consideraba fundamental. No trabajaba como detective para hacerse rico. Sencillamente, era algo que se le daba bien, y le gustaba ayudar a la gente.

–Deberíamos montárnoslo mejor, Luke –le estaba diciendo Barney–. Esto es Miami, amigo. Hay millones de millonarios, y ellos también tienen sus casos que resolver. Y tú tienes contactos entre esa gente.

Era cierto. Luke conocía a la mayoría de los miembros de la alta sociedad de Miami. Pero no era algo de lo que le gustaba hablar.

–Hace mucho que no veo a esa gente.

–Pero ellos todavía te recuerdan. Esta misma mañana ha llamado Madalyne Flemming para recordarte que esta noche da una fiesta. Esa mujer posee una pequeña fortuna.

–Así es, pero no pienso ir a esa fiesta –aseguró Luke colocando el maletín sobre la mesa–. No quiero volver a mezclarme con esa gente.

–Con esa gente –repitió su compañero–. Ni que estuviéramos hablando de los despojos de la sociedad, amigo. Estamos hablando de la clase alta.

–A veces es difícil encontrar la diferencia –musitó Luke.

Se hizo el silencio en la habitación mientras Barney lo observaba fijamente.

–Tal vez lleves demasiado tiempo en este negocio, Luke. Te estás volviendo un viejo cínico.

–No soy ni viejo ni cínico –objetó él–. Sólo tengo treinta y dos años. Eso no es ser viejo. Y que no quiera mezclarme con esos tipos de la alta sociedad no me convierte en un cínico. Y aunque así fuera, no puedes culparme. Tú también lo serías si los conocieras.

Luke sabía muchas cosas de ellos. Había pasado cinco años trabajando para la agencia de investigación Quade, una de las más prestigiosas del estado. Y se había convertido en el detective de moda para las clases altas de Miami. No quería volver a pasar por aquello.

–Lo único que les importa es su cuenta bancaria, sus posesiones y sus carreras. Es de lo único que saben hablar.

–¿Por eso dejaste la agencia Quade? –preguntó Barney alzando una ceja–. ¿Porque no te gustaban las conversaciones de tus clientes?

–No –respondió Luke llevándose una mano a la nuca para masajeársela–. La dejé porque no me gustaban los casos que me asignaban. Por ejemplo, seguir al marido de alguien para comprobar si se acostaba con la niñera. Seguir a la esposa para ver si se acostaba con el chófer. Seguir al chófer porque la esposa pensaba que lo estaba engañando con otra. Y durante todo ese tiempo, la hija del matrimonio está intentando seducirte porque su vida se ha vuelto algo aburrida últimamente.

–¿No te gusta que te seduzcan? –preguntó Barney poniendo los ojos en blanco–. ¿Ves como te estás haciendo viejo?

–No me importa que me seduzcan –aseguró Luke mirándolo con gesto de disgusto–. Lo que no me gusta es que una rica aburrida me utilice para darle a su vida un poco de emoción.

–Sólo porque Darlene fuera así no significa que todas lo sean –murmuró Barney exhalando un suspiro.

–No estoy hablando de Darlene –aseguró el otro detective apretando los labios–. Me refería a las mujeres ricas en general.

Había conocido a varias así. Darlene era sólo una más. La diferencia estaba en que Luke no se había dado cuenta de que era como las demás. No se lo imaginó hasta que lo dejó tirado para casarse con un hombre que le doblaba la edad cuyo único mérito era poseer una cuenta bancaria que la mantendría cubierta de diamantes de por vida. Luke había superado aquello, pero no era tan estúpido como para permitir que volviera a ocurrirle.

–No quiero trabajar para esa gente –aseguró señalando con el dedo hacia la ventana–. Allí fuera hay muchas personas que necesitan ayuda de verdad. Prefiero utilizar mi tiempo en ellos.

–Sigues intentando salvar el mundo, ¿verdad? –suspiró Barney–. Admiro tu actitud, Luke, pero no tienes la mente abierta. El hecho de que la gente tenga dinero no significa que no sean unos seres humanos decentes. Ni que no necesiten un poco de ayuda de vez en cuando.

–Ésa es tu opinión –murmuró Luke.

–¿Qué te había dicho? –preguntó Barney alzando una ceja–. Viejo y cínico.

Capítulo Dos

–Me temo que no puedo ayudarte en eso –dijo Madalyne, que estaba al lado de Vicky al fondo del saloncito decorado en amarrillo y verde–. No sé cuándo llegaron a América los antepasados de William Blakey. Sólo sé que su padre hizo fortuna con los cosméticos.

A Vicky no le sorprendió escuchar aquello. Madalyne Flemming era amiga de una amiga de su madre. Era una mujer dulce, pero no era de Boston. No sería de gran ayuda para su búsqueda.

Eliminó mentalmente a William de su lista de posibles maridos.

–Si me disculpas un instante –dijo Madalyne poniéndole la mano en el brazo–, voy a saludar a Harrison Bilmore y a su esposa, que acaban de llegar.

Vicky le dio un sorbo a su copa de vino y miró a su alrededor. En el salón de la anfitriona había docenas de personas. Le habían presentado a un par de estrellas de cine, un peluquero de éxito, un grupo de artistas y un socorrista. Algunos de ellos eran muy atractivos, pero ninguno se acercaba a lo que Vicky consideraba material para un buen marido.

Eso se debía a que estaban en Miami. Allí la gente no conocía los detalles importantes de los demás, como la procedencia de sus ancestros o quiénes eran sus tatarabuelos.

Y las apariencias no ayudaban. Por ejemplo, aquel hombre de aspecto agradable que estaba al otro extremo del salón, el que estaba hablando con una rubia vestida con un traje minúsculo azul y verde. No era un hombre extraordinariamente guapo ni iba vestido con ropa cara. Ni tampoco tenía el mejor cuerpo del salón, aunque parecía estar en forma. Tenía los hombros anchos y el vientre plano. Era sencillamente un tipo con un cuerpo normal, un rostro agradable y un cabello castaño ondulado de manera natural, lo que sugería que no se había pasado horas en el estilista. ¿Quién era? ¿De dónde venía? Vicky no pudo adivinarlo. Los pantalones marrones, la camiseta negra y la chaqueta oscura no decían nada de su procedencia, ni de su ocupación.

–¡Victoria, querida! –dijo Madalyne a su lado con los ojos muy brillantes, interrumpiendo sus pensamientos–. Hay alguien a quien tienes que conocer. Se llama Fielding Daniels… ¡Y sabe exactamente cómo llegó su tatarabuelo a América!

¿Qué estaba haciendo él allí, cómo conseguía Aimsly Woods que el vestido no se le cayera al suelo y quién era aquella mujer de aspecto elegante vestida con un traje color crema?

Luke removió los cubitos de hielo de su copa mientras ponderaba aquellas cuestiones. La primera de ellas no era difícil de contestar. Estaba allí por Madalyne. Lo había llamado por la tarde para rogarle que se pasara por su fiesta. Luke había intentado decirle que no, pero parecía tan herida que no tuvo valor. Madalyne era una cabeza hueca, pero también un alma cándida que siempre se había portado bien con él.

Y luego estaba el comentario de Barney. Que lo hubiera llamado «viejo y cínico» le había llegado al alma. Tal vez tuviera algo de razón y alguna de aquellas personas sufriera algún problema serio que él podría ayudar a resolver. Y aunque no fuera así, le debía a Barney hacer un esfuerzo para intentar conseguir unos cuantos clientes de pago.

Luke se concentró en la mujer que tenía delante de él. Aimsly Woods, hija del armador Stanley Woods. El único problema de aquella joven era que algo le había ocurrido a su yate y debía remplazarlo. Y lo único interesante en ella era el mini vestido que llevaba puesto.

Luke deslizó la mirada hacia la joven morena y se olvidó por completo de Aimsly y de su vestido. Mediría un metro setenta y cinco, y tenía el cabello de un castaño dorado recogido detrás de la cabeza. Llevaba un traje de chaqueta color crema muy decente, que le llegaba hasta las rodillas. Pero se adivinaba que tenía unas piernas estupendas. Y el corte de la chaqueta no ocultaba el hecho de que tenía bastante más pecho que Aimsly. No estaba muy bronceada, lo que sugería que no se pasaba el día tostándose al sol, y apenas iba maquillada. Tenía un rostro alargado e inteligente y unos ojos azules que escudriñaban el salón, como si no pudiera creerse que estuviera allí.

–¿Quién es? –se preguntó.

No se dio cuenta de que había pronunciado la pregunta en voz alta hasta que Aimsly lo sorprendió interrumpiendo su monólogo y mirándolo con curiosidad.

–¿Has dicho algo?

–Supongo que sí –respondió Luke señalando con un gesto el otro lado del salón–. Me estaba preguntando quién es esa mujer. No recuerdo haberla visto nunca antes.

–¿Quién? –preguntó la joven mirando por encima de su hombro antes de volver a centrar la atención en él–. Es hija de una amiga de Madalyne. No es de aquí. Bueno, ¿qué te estaba contando? Ah, sí, lo de mi yate…

Mientras Aimsly le describía cómo era la cubierta, Luke volvió a mirar a la mujer morena. ¿Qué estaría haciendo en aquella fiesta? Llevaba diez minutos hablando con Fielding Daniels y, para sorpresa de Luke, le estaba sonriendo. ¿Por qué le sonreiría ninguna mujer a Fielding? Desde luego no se debería a su personalidad, porque carecía de ella. Sería más bien por su cuenta corriente, y probablemente a la mujer no le interesaría saber cómo lo había conseguido.

Pero ya estaba pensando como un cínico, se dijo Luke. Siempre cabía la posibilidad de que la joven morena no supiera cómo había adquirido Fielding su riqueza. Pero alguien debería decírselo antes de que cometiera alguna estupidez, como por ejemplo pasar la noche con aquel tiburón.

–Tu familia resulta fascinante, Victoria –aseguró Fielding inclinándose hacia ella–. Dices que tu madre es una Sommerset, de los Sommerset de Boston.

–Así es. Ella…

–Entonces tu tío debe ser el senador Wilson Sommerset.

–Sí, pero…

–¿Y tu padre es el juez Luthan Hayes?

–Efectivamente. Yo…

–Espléndido. Sencillamente espléndido –aseguró Fielding mostrando al sonreír una alarmante hilera de dientes perfectos y blancos–. Siempre he pensado que ese tipo de herencia americana es una ventaja, especialmente en una profesión como la mía.

–¿A qué te dedicas exactamente, Fielding? –quiso saber Vicky, pensando que para su carrera no le habían servido de mucho sus apellidos.

–Oh, a muchas cosas –respondió él con vaguedad agarrándola del brazo–. Pero no quiero aburrirte hablando de negocios. ¿Por qué no buscamos un rincón acogedor y seguimos charlando de nuestra herencia común? Al final va a resultar que nuestros antepasados llegaron al nuevo mundo agarrados del brazo.

Vicky le miró fijamente la mano y resistió el deseo de apartársela.

–Me encantaría –aseguró, aunque la idea de estar con Fielding en un rincón acogedor le resultara nauseabunda–. Pero… Me gustaría beber algo –insinuó tomándose el último sorbo de su copa de un trago–. ¿Crees que podrías…?

–Por supuesto que sí. Espera aquí, ahora mismo vengo.

Fielding le dedicó una última sonrisa de depredador, tomó su copa y cruzó el salón en busca de un camarero.

Vicky dejó escapar un suspiro de alivio cuando lo vio marcharse.

«Olvídalo», se dijo «Éste no es el hombre con el que quieres casarte. No puedes pasarte la vida enviándolo por bebidas».

–Un hombre increíble, ¿verdad? –dijo una voz masculina.

Vicky se dio la vuelta y se encontró de frente con el hombre al que había estado observando con anterioridad. Sonreía con naturalidad, y Vicky contuvo la respiración. De cerca era todavía más atractivo.

–Perdón, ¿cómo dices? –preguntó agarrando con fuerza la copa que tenía en la mano.

–Fielding Daniels –dijo el hombre haciendo un gesto para señalar el salón–. El hombre con el que estabas hablando. Es increíble cómo sigue adelante con su vida. No creo que yo pudiera estar tan despreocupado si el gran jurado estuviera tratando de acusarme.

–¿El gran jurado? –preguntó ella con asombro sacudiendo la cabeza–. No entiendo…

–Aunque supongo que a estas alturas ya estará acostumbrado –continuó el hombre–. Después de todo, no es la primera vez que le ocurre. Aunque nunca han podido demostrar sus conexiones con la mafia.

–¡La mafia! –exclamó Vicky mirando hacia Fielding–. ¿Lo están investigando por eso?