Todo sobre los hombres - Alyssa Dean - E-Book
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Todo sobre los hombres E-Book

Alyssa Dean

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Beschreibung

El amor se encontraba en las cualidades más insospechadas La reportera Tara Butler estaba encantada con el encargo de la revista Real Men: actualizar el primer artículo escrito en 1949, "Cuarenta y nueve cosas que necesitas saber sobre un hombre de verdad". Era una ocasión para descubrir cómo habían cambiado los tiempos y quizá, sólo quizá, para conocer a un hombre de verdad. Pero cuando se vio trabajando junto al escritor Chase Montgomery, un hombre sin una sola de las cualidades que anunciaba la revista, Tara empezó a preguntarse si su lista estaría equivocada.

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Seitenzahl: 194

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1999 Patsy McNish

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Todo sobre los hombres, n.º 1479 - septiembre 2014

Título original: 50 Clues He’s Mr. Right

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4644-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Es difícil encontrar al hombre de verdad. ¿Aún no has encontrado al tuyo? No desesperes. Merece la pena esperarle. Lo reconocerás por su aspecto elegante y cortés, su actitud resuelta y su confianza en sí mismo. Creedme, hay un hombre de verdad para cada una de vosotras esperando a la vuelta de la esquina.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad.

Revista Hombres, Abril, 1949

—Debo estar mirando en la esquina equivocada —murmuró Tara.

Sentada en la alfombra azul celeste del despacho de Charlene, hojeaba la revista que tenía delante. Era el número de 1949 de la revista Hombres, el primer número cuidadosamente protegido en su funda de plástico. El artículo que estaba leyendo se titulaba Las 49 cualidades del hombre de verdad. El título estaba escrito en grandes letras en la parte izquierda de la página. En el lado derecho se veía una fotografía en blanco y negro de una mujer joven mirando a un hombre también joven vestido con traje. La chica tenía unos ojos grandes y soñadores, lo cual no era de extrañar por lo guapo que era el chico al que miraba.

—O es eso o hace tiempo que desaparecieron con los nuevos planes de urbanización.

Charlene Mortimer-Phelps, ayudante editorial de la revista, levantó sus ojos azules y miró a Tara.

—¿Cómo dices?

—Esto es lo que dice el artículo: «Hay un hombre de verdad para cada una de vosotras esperando a la vuelta de la esquina». Te aseguro que yo no lo he encontrado, Charlene. He estado en muchas ciudades y he dado la vuelta a muchas esquinas, pero el único hombre que me estaba esperando era un atracador.

—No entiendo…

—No fue así en realidad. Escucha. «¿Eres una mujer a la que le cuesta decidirse? No te preocupes. La capacidad de tomar decisiones es una de las cualidades del hombre de verdad. Ya se trate de decidir qué comer, qué ponerse o dónde ir, tu hombre de verdad no tendrá problemas para saberlo» —Tara bajó la revista después de leer—. Bien, ¿cuándo fue la última vez que te encontraste con un hombre así?

—No recuerdo…

—Yo tampoco —dijo Tara—. El único hombre que he conocido que podría parecerse es mi padre. Él sí que era un hombre de verdad: encantador, educado, distinguido —suspiró. Su padre había muerto hacía varios años pero se acordaba mucho de él—. Nunca he conocido a ningún hombre como el que describe la revista que tenga menos de ochenta años.

—¿No? —dijo Charlene—. Bueno, estoy segura de que lo harás cualquier día. Y ahora, te estaba diciendo…

—Desde luego no fue el sábado pasado —se quejó Tara—. No te lo vas a creer. Dennis parecía perfecto cuando lo conocí, pero no lo era. No era encantador, ni educado, y menos aún decidido. Me llevó de un restaurante a otro buscando el que tuviera el menú más pequeño. Dijo que se mareaba de leer todas aquellas largas listas de entrantes.

—Vaya, es fascinante.

Tara hizo una mueca.

—Nada de eso. Ir de un restaurante a otro pidiendo el menú para verlo y devolviéndoselo al maître diciéndole simplemente que no servía, no es mi idea de la cita perfecta. Además, estaba hambrienta.

—¿Hambrienta?

—Muerta de hambre, sí —añadió Tara con un movimiento de cabeza—. ¿Y sabes dónde terminamos cenando? En una pizzería porque Dennis finalmente recordó que sólo le gusta una única clase de pizza —dijo Tara tamborileando con el dedo sobre la foto del hombre en la revista—. Este hombre no parece el tipo que llevaría a una mujer a cenar a una pizzería en su primera cita. Haría algo más romántico… con velas, y vino… —suspiró porque en su cita no había habido nada de eso—. Dennis quería que pagáramos la cuenta a medias. Seguro que el hombre de la foto no haría algo así.

—Seguro que no, querida —dijo Charlene levantando las cejas—. Ese hombre debe tener setenta años ahora. Seguro que te invitaría a comer, aunque no creo que te invitara a salir teniendo en cuenta la diferencia de edad —Charlene frunció el ceño.

Estaba tan seria que Tara no sabía si aquello era una broma. Entonces recordó con quién estaba hablando y decidió que no. Charlene era la ayudante editorial, un modelo de eficiencia pero con poco sentido del humor.

Tara puso la revista sobre el cristal de la mesa.

—No tengo previsto salir con este hombre, Charlene. Sólo pretendía que sirviera de ejemplo para explicarte que nunca he conocido a un hombre que tuviera las cualidades que menciona el artículo.

—No me sorprende —dijo Charlene sacudiendo la cabeza sin despeinarse—. Ese artículo se escribió en 1949. Las cosas han cambiado bastante desde entonces. Los hombres han cambiado.

Tara le echó otro vistazo a la foto del hombre del traje. No sólo era guapo, sino que además parecía elegante, cortés, y con experiencia.

—Claro —dijo Tara—. Los hombres que yo conozco podría decirse que son más bien torpes, no muy corteses y mal vestidos.

—Y aquí es donde tú entras —dijo Charlene, tenía la piel del rostro suave y perfecta, como si estuviera retocada por ordenador—. Como has indicado, creo, esta lista de cualidades está pasada de moda. Queremos que arregles eso.

Tara llevaba trabajando para la revista Hombres casi tres años, pero aún le costaba seguir el hilo del pensamiento de Charlene.

—No creo que pueda cambiar a los hombres, Charlene, al menos no he conseguido cambiar a ninguna de mis citas. Es algo con lo que tienes que aprender a vivir.

Charlene ni siquiera sonrió.

—A los hombres no, cariño—. La lista. Queremos que la pongas al día.

—¿Queréis que encuentre las cuarenta y nueve cualidades del hombre de verdad actual?

—No, no. Quiero que encuentres cincuenta —dijo Charlene con los ojos resplandecientes—. Fue idea de Sofía, claro. Uno de los actos para celebrar el quincuagésimo aniversario de la revista.

—Debía haberlo imaginado.

Sofía Watson era la directora editorial de la revista y quería asegurarse de que hasta los nuevos lectores supieran que era el quincuagésimo aniversario de la revista. Todos los meses aparecería un artículo relacionado con el número cincuenta, por pequeña que fuera la relación con el tema. Había pedido la opinión de muchos de los periodistas que trabajaban en ella, a Tara también, pero no se había esforzado mucho por dar una respuesta. No era que tuviera nada en contra de la revista. Era una revista para una mujer elegante, sexy y moderna, y además, pagaban muy bien. Sin embargo, llevaba tiempo pensando que le gustaría escribir algo de otro tipo, algo con más profundidad que El dormitorio que incita, Prendas que te hacen sentir atrevida o el que estaba escribiendo: Las mejores recetas sensuales.

Redactar una lista con las cincuenta cualidades del hombre perfecto no era el cambio al que aspiraba.

—Parece interesante —dijo después de pensarlo un momento—, pero no estoy segura de que yo sea la persona idónea para hacerlo. Quiero decir que no he conocido a ningún hombre así…

—Ah, no te preocupes por eso. Los hemos buscado por ti.

—¿De veras?

—Sí —Charlene abrió una carpeta y le entregó el documento de varias páginas—. Hay un montón de hombres en esta lista.

—Enright Stefens, Harry Bakersfield, Tim McKewan —alzó la vista—. ¿Quiénes son?

—Hombres de verdad, por supuesto —dijo Charlene mirando su copia—. Enright Stefens es ecologista, Harry Bakersfield es profesor de Latín en la universidad, Tim McKewan posee una pequeña galería de arte y, por supuesto, contamos también con un programador informático, el dueño de una boutique para hombres, un par de empresarios, un asesor financiero…

—¿Un ecologista, un profesor de Latín y unos cuantos programadores informáticos? ¿Y esos son ejemplos de los hombres que las mujeres buscan hoy en día? —Tara sintió un escalofrío—. Se parecen bastante al tipo de hombres con los que salgo habitualmente, Charlene, y, créeme, no son un buen ejemplo.

—Según las mujeres encuestadas, sí lo son —contestó Charlene encogiéndose de hombros—. Solicitamos un informe y una encuesta para saber sobre qué línea nos teníamos que mover.

—¿Y esto es lo que han averiguado? —dijo Tara con un gesto de desprecio mirando la lista—. Aquí no hay ningún «hombre de verdad». Ya sabes, hombres como Cary Grant o Gary Cooper, guapos y bien vestidos.

—Pasados de moda, querida, pasados de moda. A las mujeres modernas ya no les interesan los héroes que aparecen en el momento adecuado para rescatarlas. Las mujeres de hoy en día son muy capaces de cuidarse solas.

Tara pensó en los muchos peligros con los que se había encontrado desde que llegó a Chicago: un atracador en la calle, un tipo raro que la siguió por el metro, y los pasos que escuchó una tarde dentro del aparcamiento cuando iba a recoger su coche.

—Puede que seamos capaces de cuidarnos solas pero eso no significa que no nos guste que nos ayuden un poco de vez en cuando.

—Las mujeres de ahora quieren hombres que sean más… ya sabes, modernos. Y ése es el tipo de hombre que tú vas a conocer. ¿No es emocionante?

—Estoy encantada —mintió—. Pero, ¿por qué es necesario que los conozca? ¿No podría hacer las entrevistas el mismo departamento que ha elaborado la encuesta?

—Yo pensé lo mismo —dijo Charlene asintiendo vigorosamente con la cabeza—, pero Sofía no me quiso escuchar. Ella piensa que el artículo será mucho más interesante y atraerá a más lectores si tú los conoces en persona; información de primera mano para tu artículo, aderezada con jugosas fotografías de los hombres en cuestión.

Tara dudaba mucho que unas fotografías de programadores informáticos y ecologistas pudiera aderezar nada, y menos su carrera. Tal vez debería rechazarlo. Había decidido no aceptar más trabajos superficiales y aquél lo era. Claro, que había otros factores que considerar, como el montón de facturas pendientes que aguardaban en la mesa de la cocina, o el elevadísimo alquiler de su nuevo apartamento.

—Supongo que si lo dice Sofía… pero, ¿estáis seguras de que soy la persona adecuada para hacerlo? Me halaga que hayáis pensado en mí pero aún estoy trabajando en el artículo de Las mejores recetas sensuales. Además, para serte sincera, no he hecho muchos trabajos de investigación, así es que…

—Sofía cree que eres la persona más adecuada y yo estoy de acuerdo. Posees todas las credenciales necesarias.

—Si te refieres a mi licenciatura en periodismo…

—No es eso —se apresuró a decir Charlene—. Escribes bien, Tara, pero no es eso a lo que me refiero, sino al hecho de que has madurado y no estás comprometida.

—Sólo tengo treinta y tres años.

—Lo sé. Treinta y tres años y no tienes ninguna carga. No estás casada. Tu situación es muy similar a la de la mayoría de nuestras lectoras… buscan desesperadamente ese hombre especial que dé significado a sus vidas.

—Yo no me describiría como desesperada.

—Ya sabes lo que quiero decir. Tienes experiencia. Has salido con muchos hombres. De hecho, cada vez que te veo estás con alguien nuevo —dijo Charlene levantándose, señal inequívoca de que la reunión se había terminado—. Entonces, todo arreglado. Te agradezco que te ocupes tú del tema, y estoy segura de que tu artículo será estupendo. Fíjate si no en el estupendo trabajo que hiciste sobre la ropa para ir al trabajo. Mi armario mejoró gracias a él.

—¿De veras? —preguntó Tara observando el traje azul celeste que llevaba Charlene, muy parecido al que llevaba el día que se conocieron.

—Por supuesto —dijo Charlene rodeando su escritorio para acercarse a Tara y darle un breve apretón de manos—. Estoy deseando ver a qué nuevas y chispeantes conclusiones llegas.

Chase Montgomery se preguntó quién estaría en su cocina. Desde su despacho, al fondo de la casa, podía oír pasos que llegaban de su cocina, pero aun así trataba de concentrarse en lo que estaba escribiendo.

En ese momento oyó que alguien abría y cerraba un armario de la cocina. Chase dejó de escribir preguntándose quién sería su invitado sorpresa. Podía ser alguno de sus despistados amigos que tenían la llave y se había atrevido a visitarlo sin llamar antes. También podía ser su hermana, pero ella llamaría antes de ir. Sólo su madre o su agente lo visitarían por sorpresa. Su madre estaba de viaje por los fiordos nórdicos, por lo que sólo quedaba su agente, Jerome, o un ladrón.

Chase consideró las opciones. Le gustaba Jerome pero no cuando lo visitaba para preguntarle cuándo tendría terminada su última novela y por qué no estaba ya lista.

Un ladrón no querría hablar. Sólo se limitaría a llevarse lo que le gustara, y, aparte de su enorme televisión panorámica, demasiado pesada para una sola persona, y el ordenador que estaba usando, no había nada más de valor en toda la casa.

Siempre podía salir con una pistola y echar al intruso, al igual que haría su héroe de ficción. Pero como no tenía pistola, descartó la posibilidad y siguió escribiendo.

Oyó el agua correr, el ruido que hacía la cafetera y finalmente el olor a café recién hecho. Chase suspiró y cedió. A menos que los ladrones se entretuvieran en hacerse un café, su misterioso invitado no lo era.

—No te preocupes, amigo —dijo Chase a su héroe de ficción—. Saldrás de esta. La adorable Bridgett ha caído ya rendida a tus pies. Te echará una mano, salvarás el mundo, y entre medias, haré que vivas unas tórridas escenas de sexo.

La cocina era una habitación estrecha y alargada, en la que había una mesa de picnic. En medio de la cocina, había un hombre de baja estatura, medio calvo, vestido con un traje oscuro y una resplandeciente y recién planchada camisa blanca. Era Jerome.

—Buenos días, Jerome.

—Es casi la hora de comer. No me digas que te acabas de levantar —dijo éste mirándolo con disgusto.

—No exactamente —dijo Chase—. Llevo levantado desde ayer —contestó al tiempo que miraba el reloj del horno—. Y no es la hora de comer. ¡Sólo son las diez y media!

—En muchas partes del país ya es la hora de comer —dijo Jerome poniéndole una taza de café a Chase delante—. Tómatelo. Parece que lo necesitas.

—No, gracias. Tengo cafetera porque tú la trajiste, pero yo no la utilizo. No bebo café, y tú tampoco deberías hacerlo. Toda esa cafeína…

—Es justo lo que necesitas para comenzar el día.

Chase no pensaba discutir con Jerome. Tomó un sorbo y sintió un escalofrío. Entonces bostezó, se estiró y se masajeó ligeramente el cuello.

—¿Y qué te trae por aquí? ¿No deberías estar vigilando cómo van las ventas de mis libros?

—Soy tu agente, Chase, no un vendedor callejero. No vigilo tus libros —contestó Jerome alzando una ceja con gesto aristocrático—. Yo contrato a otros para que hagan ese trabajo —se sentó—. ¿De verdad has estado toda la noche levantado escribiendo? ¿O tal vez estuviste haciendo algo más interesante con Arla? —Jerome miró hacia el pasillo—. No está aquí, ¿verdad?

—¿Quién? ¿Arla? No, se ha ido.

—¿Ido en el sentido de que no está aquí en este momento, o ido en el sentido de para siempre?

—En el sentido de para siempre —admitió Chase—. Finito, se ha terminado. No volveré a verla.

—¿No? —Jerome parpadeó sorprendido—. ¿Por qué no? Pensé que te gustaba.

—No estaba mal —dijo Chase.

—¿Qué pasó?

—No lo sé —contestó Chase mientras vaciaba su taza en el fregadero—. Simplemente dijo que creía que sería bueno para ambos salir con otras personas.

—Ah —Jerome lo miró con detenimiento—. No pareces muy apenado por ello.

—No lo estoy —dijo Chase tras considerarlo brevemente. Lo había pasado bien con Arla.

—Pues deberías. Rompes más relaciones que coches en tus libros.

—Eso no es cierto.

—Sí lo es. Has tenido más aventuras que mis ex mujeres con sus entrenadores personales —dijo Jerome arrugando la frente—. No es bueno para tu imagen. Se supone que eres un super hombre no el hombre con el que toda mujer de Chicago ha estado liada. Eres un escritor famoso, deberías espantarte a las mujeres como moscas, no hacer que salgan corriendo.

—No salen corriendo —dijo Chase llenando la tetera de agua y poniéndola en el fuego. Eso era lo que necesitaba. Una buena taza de té y perder de vista a Jerome—. Simplemente… deciden continuar con sus vidas… o algo así.

—Está claro que no se quedan contigo y no las culpo —dijo esto último echando un vistazo a su alrededor.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no quiero herir tus sentimientos, pero no eres exactamente un tipo divertido y excitante. Te pasas la mitad de la vida solo en tu despacho, escribiendo.

—¡Soy escritor! Se supone que paso tiempo escribiendo. Si no, mi editor y tú os echáis encima.

—Y cuando no estás escribiendo, estás promocionando tus libros, investigando para una nueva historia o jugando con tus sobrinos —continuó Jerome.

—Promociono mis libros porque tú me dices que lo haga —respondió Chase apoyándose en un armario y cruzando los brazos.

—No, no lo haces por eso. Te encanta firmar libros. Lo consideras una buena oportunidad para conocer mujeres.

—Y lo es, pero también es cierto que tú me dices que tengo que hacerlo. Investigo porque necesito información…

—Y porque te gustan las bibliotecarias.

—Algunas de ellas son seguidoras incondicionales de Hunter.Y en cuanto a mis sobrinos, no hay nada malo en que juegue con ellos.

—No, cierto. Son unos niños estupendos. Sólo que invitar a una chica y estar con ellos no es lo más adecuado. Las mujeres quieren que las lleven a sitios, hacer cosas. ¿No has oído nunca que tres son multitud?

—Yo hago cosas —se defendió Chase.

—Pues no deben de ser las adecuadas —dijo Jerome dando un sorbo de café—. Por ejemplo, ¿qué hiciste la última vez que saliste con Arla?

—Romper —recordó Chase—. Fue una cita muy corta. La recogí, me dijo lo de que soy un gran tipo pero creía que ambos seríamos más felices saliendo con otras personas, regresé a casa y escribí un par de capítulos.

—No me refiero a esa cita, Chase. Me refiero a la última antes de ésa —suspiró Jerome con impaciencia.

—Fuimos a dar una vuelta en coche. Yo quería buscar exteriores para centrar el capítulo en el que Hunter tiene que esconderse en un bosque. Después vinimos aquí. Pedimos pizza en un vegetariano nuevo que acaban de abrir: La cocina sana de Helen para llevar, se llama. Jer, tienes que probarlo, es…

—No me interesa la pizza —dijo Jerome—. Quiero saber lo que hiciste con Arla.

—Vale, vale. Comimos la pizza, y después vinieron los niños de Molly…

—Y pasaste el resto de la tarde interpretando alguna escena de tu libro, ¿verdad?

—Sí. Pero no se puede decir que eso fuera aburrido. Era una escena muy emocionante, al menos lo sería si pudiera ambientarla bien. Voy a tener que deshacerme de uno de los malos. Si no, el héroe nunca saldrá vivo.

—Olvídate de la escena y háblame de Arla —Jerome lo miró con suspicacia—. No le pedirías que fuera uno de tus personajes, ¿verdad?

—Claro que no —dijo Chase agraviado—, y tampoco le pedí que hiciera el helicóptero. Eso sólo te lo pido a ti —desde luego no se lo habría pedido a Arla. No se la podía imaginar, con su peinado y su maquillaje impecables, corriendo por toda la habitación con los brazos extendidos imitando el ruido de un helicóptero.

—¡Eso no es una cita! Se supone que tienes que llevarla a cenar, al cine, o al teatro, o a un concierto. Las mujeres de ahora adoran la sofisticación; no consideran que un perrito caliente y pasar la tarde jugando a policías y ladrones, seguido de unas horas de ejercicio en el dormitorio sea la cita ideal.

Chase hizo un gesto de dolor. Aparte del hecho de que él no comía perritos calientes, lo demás era una descripción muy acertada de la mayoría de sus citas. Aunque tampoco se podía decir que Jerome fuera un experto después de tres divorcios.

—¿Y desde cuándo eres tú un experto? Te has divorciado ¿dos veces? ¿O eran tres?

—Tres, pero no voy a volver a hacerlo. Vanna es la definitiva. Yo, al menos, la he llevado al altar. Al paso que vas tú, tendrás que pedirlo en la primera cita y conseguir el sí.

La sola idea le inquietaba. No se podía decir que Chase tuviera prisa por casarse, le gustaba la vida de soltero, moderadamente rico; pero no le gustaba pensar que ni siquiera tuviera nunca la oportunidad de formar una familia. Tal vez nunca lo hiciera.

Pero no era culpa suya. No se había dedicado a buscar una esposa a pesar de haber salido con muchas mujeres. ¿Estarían todas equivocadas o sería él el equivocado?

—Desde luego, mi mundo no se derrumbará si no me caso esta misma mañana, y estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mis fracasos con las mujeres.

—No —dijo Jerome—. Quería hablar contigo de Peligro al amanecer. Cuando Hunter entra en la central eléctrica, ¿cómo sabe que el malo tiene el misil?

Chase dio un suspiro de alivio y se dispuso a hablar de algo de lo que sí sabía… un poco.

Stella Brisworth no compartía la falta de entusiasmo de Tara por el artículo que le habían encargado. Se había pasado por el nuevo apartamento de Tara para ayudarla con la mudanza.

—No suena tan mal —la consoló Stella cuando Tara le hubo contado los detalles del trabajo—. Al menos conocerás a unos cuantos hombres interesantes. Yo no lo he conseguido. Los únicos hombres a los que conozco sólo me quieren para que les lleve las cuentas.

—Eso es porque eres contable —dijo Tara mientras colocaba los libros en la librería de mimbre—. ¿Crees que esta librería queda bien aquí? ¿O tal vez quedará mejor en la otra pared?

—En ninguna. Sólo puedes hacer una cosa: embalarlo todo y volver a tu antiguo apartamento. La librería quedaba mucho mejor allí.

—¡Stella!

—Vale, pero es cierto —Stella dobló las piernas y se abrazó las rodillas—. No sé por qué te has mudado. Tu otro apartamento estaba más cerca del centro, era más grande y bastante más barato. Además, la escayola del techo no parecía a punto de desprenderse.

—No le pasa nada a la escayola de este techo, Stell.

—Ya le pasará —advirtió Stella—. Mi padre se dedicaba a la construcción y sé de estas cosas. Te digo que un día entrarás en esta habitación y comprobarás que el techo se ha convertido en el suelo. Además, no hay ascensor.

—Sólo son dos pisos. El ejercicio te vendrá bien.

—El ejercicio está bien cuando se supone que estás haciendo ejercicio, no cuando cargas con las bolsas de la compra. Pero lo mejor del otro apartamento era que estaba muy cerca del mío. Te voy a echar de menos, por no hablar de cuando hacías de niñera gratis.

—Yo también os echaré de menos —dijo Tara. Tal vez mudarse no había sido tan buena idea.