Un beso de amor - Alyssa Dean - E-Book

Un beso de amor E-Book

Alyssa Dean

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Beschreibung

Julia 973 A Josh Larkland no le disgustaban las navidades, pero aquel año su madre había insistido en que hiciera un regalo personal a todos y cada uno de sus parientes. No tenía más remedio que encontrar un duende navideño: Amanda, de A&B Executive Services. Amanda haría las compras, organizaría las fiestas y conseguiría que esos días fueran mágicos. Pero la situación comenzó a complicarse cuando Josh la besó debajo del muérdago y descubrió que deseaba más, mucho más.

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Seitenzahl: 177

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Patsy Mcnish

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso de amor, Julia 973 - marzo 2023

Título original: MISTLETOE MISCHIEF

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416320

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DUENDES navideños! —exclamó Brandy.

Brandy se dirigió a la casa de Amanda, indignada, y se limpió la nieve de las botas en el felpudo antes de entrar.

—¿De quién ha sido la brillante idea de anunciar nuestra empresa como «duendes navideños»? —preguntó.

Amanda tomó un trago de café mientras consideraba la pregunta.

—Supongo que mía. Pensé que llamaría la atención.

Amanda tomó una de las hojas publicitarias que había sobre la mesa y leyó en voz alta:

—¿Problemas con las Navidades? Llame a los duendes navideños de Servicios Ejecutivos A&B. Proporcionamos todo lo que pueden necesitar los ejecutivos ocupados para tener unas navidades felices.

—¡Es horrible!

Brandy se quitó las botas, entró en el salón y se dejó caer en el sofá, junto a Amanda.

—¿Qué tiene de malo? Es animado y diferente, y… parecemos dos duendes, si lo piensas bien.

Tanto Brandy como ella eran de mediana estatura, aunque Amanda pensó que el pelo castaño y rizado, los ojos verdes y la figura de Brandy se acercaban mucho más al estereotipo de duende. En cambio, ella era esbelta y tenía el pelo rubio y largo, por encima de los hombros.

—Aunque ahora que lo pienso —continuó Amanda—, en este momento pareces un troll enfadado. ¿Ocurre algo malo?

—Sí. El señor Denton.

—¿El señor Denton? ¿El de Denton Accounting?

Brandy se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla.

—El mismo —respondió—. No podrías creer lo que necesita ese «ejecutivo ocupado» para pasar unas navidades felices.

—Oh, no, no es posible que…

—Aciertas —dijo Brandy, estremecida—. Fue en su oficina. Quise saber lo que podía hacer para alegrar sus navidades y se abalanzó sobre mí.

—¿Que se abalanzó sobre ti? —preguntó Amanda, mirándola con preocupación—. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Bueno, no —respondió, mientras se pasaba una mano por la frente—. No lo sé. ¿Hay más café?

—Desde luego.

Amanda se levantó y se dirigió a la cocina para servirle una taza de café a su amiga. Segundos después se encontraba de vuelta en el salón.

—Ahora me contarás todo lo que ha pasado.

—No hay mucho que contar —dijo, tras tomar un poco de café—. Llegué, el señor Denton me invitó a entrar en su despacho, me sirvió un café y sólo sé que, de repente, me encontré entre sus brazos.

—¡Es horrible!

—Justo lo que pensé. Y encima pasó a las nueve en punto de la mañana. Si hubiera sido por la tarde no me habría extrañado demasiado, pero por la mañana… casi todos los hombres que conozco están medio dormidos a esa hora. Pero ese canalla gordo y calvo ya tenía ganas de fiesta.

Amanda estuvo a punto de reír. La expresión de Brandy era realmente graciosa.

—Sí, tienes razón, no había pensado en ello —dijo—. Pero sigue. ¿Qué hiciste?

Brandy sonrió.

—Bueno… en realidad fue bastante divertido. El señor Denton es tan bajo como yo, y como yo también estoy algo rellena decidí enfrentarme a él. Fue como una pelea de sumo.

Amanda sonrió.

—¿Y quién ganó?

—Yo, por supuesto. Ten en cuenta que tengo tres hermanos mayores, y son mucho más duros que el señor Denton —respondió, arqueando una ceja—. Además, entendió el mensaje en cuando le pegué la primera patada entre las piernas, y se marchó. No quiero ser pesimista, pero me temo que vamos a perder muchos encargos de Denton Accounting. Sobre todo cuando el señor Denton intente explicar sus magulladuras a la señora Denton.

Amanda estaba tan preocupada por su amiga que las implicaciones económicas del asunto no le importaron demasiado.

—Me da igual. No necesitamos esa clase de negocios.

—No, supongo que no, aunque no estaría mal que de vez en cuando tuviéramos algún cliente —dijo, tomando un poco más de café—. Pero, ¿sabes qué es lo más aterrador de todo? Por un momento estuve a punto de ceder a las demandas del señor Denton.

—¿Cómo? —preguntó Amanda, asombrada.

—Es cierto —respondió, ruborizada—. Cuando se abalanzó sobre mí pensé que si ésa era la forma de conseguir que nuestro negocio despegara, debía hacerlo.

—¡Brandy, por favor…! —exclamó Amanda, horrorizada.

—De todas formas pensé que si el señor Denton se salía con la suya, yo no tendría más remedio que renunciar a mi puesto. Y eso tampoco habría sido muy bueno para el negocio. De modo que le pegué una buena patada y me marché.

—Bien hecho. Además, no estamos tan desesperadas.

Brandy arqueó una ceja.

—Yo diría que sí. Llevamos tres meses en este negocio y sólo hemos tenido un cliente.

Amanda pensó que era algo bastante aproximado a la verdad. El negocio no iba, precisamente, como lo habían previsto.

—Te olvidas del encargo que hicimos para la Fundación Claire.

—Te recuerdo que sólo les cobraste el precio de los materiales.

—Sí, es cierto, pero son una organización humanitaria. No me pareció correcto que…

—No sé lo que serán ellos, pero nosotras no somos una organización humanitaria —interrumpió—. Y por si fuera poco, aún no he olvidado el asunto de Bernard Trucking. Le diste todo tipo de material y terminamos pagándolo nosotras.

—Es que era un hombre encantador. Y no tenía dinero para…

—¡Nosotras tampoco lo tenemos! Además, no niego que el señor Bernard fuera un buen hombre, pero su hijo no lo era. ¡Y terminaste saliendo con Eddy Bernard! Te pidió prestados doscientos dólares y no lo has visto desde entonces.

Amanda inclinó la cabeza. No le gustaba recordar el asunto de Eddy.

—Estoy segura de que me los devolverá cuando ponga los pies en el suelo —murmuró, aunque no creía que aquello fuera a suceder.

—¿Y qué hay de Higgins Stainless Steel? Prácticamente nos rogaron que nos hiciéramos cargo de su empresa y tú te negaste.

—No me siento culpable por ello —dijo Amanda, entrecerrando los ojos—. Lenny Higgins era un canalla. No sólo quería que nos encargáramos de organizar las navidades de su familia, no. También quería que le comprara un regalo a su amante sin que se enterara su esposa. Y me pareció demasiado. Esto es un negocio serio.

—Sí, bueno, supongo que tienes razón —admitió Brandy—. Pero será mejor que dejes de involucrarte personalmente con los clientes, o de lo contrario no ganaremos dinero nunca. No sé… tal vez no estemos hechas para el mundo de los negocios. Tú eres demasiado blanda, y yo atraigo a los locos.

—Oh, vamos, tú no…

—Venga, no lo niegues. Piensa en los clientes que he conseguido. Primero fue aquel tipo, el que quería que organizáramos una fiesta para dar la bienvenida al invierno en el parque. ¿Recuerdas como quería que lo hiciéramos? Si lo hubiéramos hecho, habríamos acabado en la cárcel.

—Es cierto, pero…

—Luego conseguí a ese grupo de agentes de seguros que querían que saliera de una tarta para celebrar las Navidades. ¡Querían que saliera de una tarta! ¿Te imaginas la cantidad de nata que habrían necesitado para taparme?

Amanda imaginó la escena y rió.

—Y finalmente, el asunto del señor Denton —continuó—. ¿Qué diablos me ocurre? Se suponía que los hombres preferían a las mujeres altas, de piernas largas, no a las bajitas como yo.

Amanda negó con la cabeza. Brandy no era una belleza clásica, pero sus ojos verdes y su generosa figura llamaban la atención de los hombres.

—Puede que no seas muy alta, pero eres muy atractiva. Hay algo muy interesante en ti. Te aseguro que despiertas muchos pensamientos obscenos en los hombres.

—Eso es cierto —gimió Brandy—. Todos los tipos que conozco quieren acostarse conmigo.

—Bueno, no te quejes. Los hombres que conozco yo piensan que soy una estúpida.

Las relaciones sentimentales de Amanda habían sido un desastre. Les prestaba dinero, les limpiaba la ropa, se involucraba en sus problemas, y al final todos decidían que no la necesitaban.

—No eres ninguna estúpida, Amanda. Es que has elegido a hombres poco adecuados para ti, y por si fuera poco te comprometes demasiado. Pero me alegra que seas así, porque no sé qué habría hecho sin tu ayuda cuando Charlie y yo nos separamos. La empresa me dio algo en lo que pensar —dijo, con tristeza—. Aunque me gustaría que funcionara.

—Va a funcionar, ya lo verás —le aseguró su amiga—. Tiene que hacerlo, Brandy. No tengo otras alternativas.

—Podríamos volver a trabajar en la agencia de trabajo temporal.

Amanda se estremeció.

—No, gracias. Estoy cansada de pasar todo el día delante de una fotocopiadora, o archivando documentos. Y a ti te ocurre lo mismo. Además, tenemos muchos años de experiencia de trabajo y somos perfectamente capaces de salir adelante.

—Podríamos buscar un trabajo fijo.

—Aunque consiguiéramos encontrar alguno, cosa bastante dudosa en la actualidad, nos echarían cuando hicieran la próxima reducción de plantilla. Siempre nos echan en primer lugar.

—Será porque somos bajitas —se quejó Brandy—. Cuando algún jefe quiere despedir a media plantilla, siempre piensan en nosotras. Me siento como uno de esos patos a los que disparan en las ferias.

—No quiero volver a trabajar para nadie, Brandy. Quiero trabajar para mí.

—Yo también, pero me gustaría ganar dinero de vez en cuando —dijo, echándose el pelo hacia atrás—. Nunca pensé que tendríamos este problema. A fin de cuentas no hay tantas empresas como la nuestra en Calgary.

—No sé, tal vez se deba a que no nos conocen —comentó Amanda—. Cuando alguien quiere organizar fiestas, o seminarios, o una simple comida de negocios, no piensan en A&B Executive Services. Si lográramos introducirnos en el mercado…

—Probablemente nos toparíamos con más locos —la interrumpió.

Amanda frunció el ceño.

—No, de eso nada. Tiene que haber algún ejecutivo normal y corriente, que esté ocupado y que necesite organizar sus navidades. Sólo tenemos que encontrarlo.

 

 

Josh Larkland se estaba enfrentando a las navidades a su modo: se comportaba como si no existieran.

Sin embargo, y por desgracia para él, las navidades estaban empeñadas en llamar su atención.

—¡Malditas navidades! —gruñó.

Colgó el teléfono y lo miró con desprecio. En aquel momento habría sido capaz de gritar si alguien le hubiera mencionado, otra vez, las navidades.

Se frotó las sienes y miró la pantalla de su ordenador. Se suponía que debía estar trabajando en el diseño de su dispositivo de respuesta a la voz, uno más de los proyectos de Larkland Technology Development, su empresa de ordenadores. Pero, en lugar de eso, había pasado buena parte de la mañana charlando con distintas personas sobre las navidades.

Todo había empezado con una llamada de su tía Mimi, a las nueve en punto.

—No es una fiesta de Navidad, Josh. Esta noche sólo serán unas cuantas personas. Vendrás, ¿verdad? Toda la familia va a venir, además de algunos amigos de tu tío Reg y varios vecinos. Ah, lo olvidaba… Marple Stevens también va a venir. Tiene una hija preciosa. Deberías conocerla.

Para empeorar las cosas, Charmaine, su hermanastra, llamó poco tiempo después.

—Voy a dar una fiesta —había dicho—, y deberías venir. He invitado a mi amiga Stacey, de Detroit, y creo que deberías conocerla.

Tras Charmaine, le tocó el turno a su tía Louise.

—Hace mucho tiempo que no te vemos. Además, va a venir la sobrina de un amigo de Frank, y creo que deberías conocerla.

Pero la racha no había terminado ahí. Cuando terminó de hablar con sus familiares tuvo que hablar con varias personas, relacionadas con su negocio, que querían que asistiera a diversas fiestas. Y para terminar, había llamado su madre.

Definitivamente, necesitaba gritar. Así que lo hizo.

—¡Mable!

Josh esperó un momento. No obtuvo respuesta, así que repitió.

—¡Mable!

Entonces oyó un suspiró y el crujido de una silla. Mable no tardó en aparecer en el despacho. Su alta figura se dibujó contra la luz que entraba desde la recepción.

—¿Quieres algo, o sólo pretendes molestar?

—Quiero algo. Quiero un billete para enero.

—Lo comprendo —dijo ella, mientras entraba en la habitación—. ¿En clase turista, o en primera clase?

—Si fuera posible, no me importaría ir en la bodega de carga. Pero eso sí, siempre que el avión fuera vacío. Al parecer todo el mundo está obsesionado con las malditas navidades.

Mable se sentó en una butaca.

—Vaya, veo que este año no estás precisamente lleno de espíritu navideño.

—No, desde luego que no. Y no es que no me gusten las navidades; es que no quiero que sean ahora.

Mable sonrió.

—Pues me temo que tendrás que aceptarlo. No es algo que pueda posponer, como si fuera una cita.

—¿Por qué no? —preguntó él, mientras jugaba con un bolígrafo, nervioso—. Ocurre todos los años. Las navidades siempre llegan en el momento más inoportuno. Si tienen que festejarlas en algún momento, ¿por qué no eligen otro?

—No lo sé. Tal vez porque no tienen en consideración tu trabajo.

—Es evidente que no —dijo, irritado—. En fin, ¿has encontrado ya ese lugar, como te pedí?

—¿Pedírmelo? Fue más bien una orden. Pero no lo he encontrado. A estas alturas es casi imposible encontrar un lugar para dar una fiesta de Navidad. Es uno de diciembre, y todos los locales están alquilados desde hace semanas.

—Genial. Hank Turnbull ha dicho que tengo que dar una fiesta. Dice que sería una magnífica oportunidad para enseñar nuestros productos a inversores potenciales. ¿Y cómo voy a dar una fiesta si no puedes encontrar un sitio?

Mable lo miró.

—No me culpes a mí, Josh. No habría tenido ningún problema si me lo hubieras dicho hace un par de meses.

—Hace un par de meses estaba demasiado ocupado como para pensar en eso —dijo, haciendo un gesto hacia los papeles que se acumulaban en su mesa—. Y ahora también estoy ocupado. Tengo que diseñar programas, comprobar datos, probar equipos… No tengo tiempo para organizar una fiesta de Navidad.

—Bueno, no te lo tomes así. No es tan malo. Sólo es…

—¿Que no es tan malo? Es horrible. He recibido docenas de llamadas esta mañana, y todo el mundo me quería invitar a alguna fiesta. Por si fuera poco, hay un montón de invitaciones entre el correo. Y no se me ocurren excusas para rechazarlas todas.

Mable sonrió.

—¿Por qué no vas a alguna? Algunas personas se divierten en esas fiestas.

Josh se estremeció.

—Pues yo no. Odio ese tipo de cosas. Nadie habla de cosas interesantes, como dispositivos electrónicos o programas. Se limitan a sentarse, a reír, a charlar y a beber. Y a veces, hasta cantan.

—Qué raro —rió Mable.

—Desde luego que sí. Además, casi todas las invitaciones son de mi familia.

Mable alzó los ojos al cielo.

—No hay nada malo en ellos, Josh. Debo reconocer que son demasiados, pero parecen buena gente.

—Sí, probablemente lo sean.

Josh se levantó de su butaca y se acercó al ventanal que había detrás de su escritorio. No había nada malo en su familia, ni mucho menos. Josh los quería a todos, aunque de vez en cuando olvidara que existían. Pero ninguno sabía demasiado sobre electrónica, ni sobre telecomunicaciones, ni sobre robótica. Así que no veía razón alguna para salir de su despacho y pasar una larga velada simulando prestar atención cuando, seguramente, estaría pensando en otra cosa.

Además, tenían la fea costumbre de darle consejos sobre asuntos que no le parecían importantes.

—Pero tengo la impresión de que no aprueban mi forma de vivir, o algo así —continuó.

—Claro que no. Yo tampoco la apruebo. Aunque, ahora que lo pienso, no se puede decir que vivas de ninguna forma.

Josh se volvió y la miró con cara de pocos amigos.

—Oh, no, tú también…

—Sí, yo también. Pero no me malinterpretes. Cuando intentas comportarte bien, eres encantador. Sin embargo… no prestas atención a tu vida.

Josh frunció el ceño.

—¿Qué se supone que quieres decir con eso?

—Que pasas la mayor parte del tiempo en el despacho o en el laboratorio.

Josh miró a su alrededor. Le gustaba mucho su despacho. Había un sofá en una esquina, para descansar un poco cuando se quedaba a trabajar por las noches, un ordenador en su escritorio y otro en una mesa cercana.

—¿Qué tiene de malo mi despacho? Me gusta así. Somos una empresa de tecnología y…

—Ya lo sé, ya lo sé. Y no dudo que eres un gran profesional. Pero no tienes vida privada. Por ejemplo, nunca has salido con la misma mujer más de una semana… y sólo sales tanto tiempo con ellas si siguen llamándote por teléfono.

—Sí, bueno…

Josh pensó que todo el mundo se quejaba de lo mismo. Cuando no insistían en que los visitara acompañado por una mujer, intentaban presentarle a alguna mujer.

En realidad, no comprendía la actitud de sus familiares. Ya había muchas mujeres en su familia, y no necesitaban más. Él, al menos, no necesitaba a ninguna mujer. Se divertía cuando salía con alguna, pero no había conocido a ninguna mujer que fuera tan interesante, o tan importante, como los dispositivos de alta tecnología que intentaba desarrollar.

—Además, también está tu familia —dijo Mable—. No pasas mucho tiempo con ellos.

—Al contrario. Paso demasiado tiempo con ellos. Y cuando voy a visitarlos, terminan arrinconándome y diciéndome lo que tengo que hacer. Se ha convertido en una especie de tradición. Si nos limitáramos a cenar y a mantener una conversación trivial, como todo el mundo, no estaría mal —declaró, mientras volvía a sentarse—. Pero ahora, para empeorar las cosas, se les ha ocurrido ese asunto de los regalos.

—¿Qué regalos?

—Ya sabes, los regalos de Navidad.

—Ah, eso… De todas formas nunca pierdes el tiempo con los regalos. Todos los años haces lo mismo. Compras perfume y brandy. Perfume para las mujeres y brandy para los hombres. Y ahora que lo pienso… ¿por qué no me regalas una botella de brandy este año? Aún no he gastado los tres últimos frasquitos de perfume que me regalaste.

—Este año no voy a regalarte ni perfume ni brandy.

—¿Por qué no?

—No lo sé —respondió, irritado—. Mi madre ha dicho que no es apropiado.

—¿Tu madre? —preguntó, mirando el teléfono—. Ah, claro… has dicho que acababa de llamar.

—En efecto.

—¿Te ha llamado para decirte que no es apropiado que me regales perfume?

—Ni a ti, ni a nadie. Sugirió que hiciera regalos más personales.

En realidad, había sido algo más que una sugerencia. Su madre había empezado diciendo que quería hablar con él acerca de las navidades, y había continuado con el habitual discurso de la importancia de aquellas fechas, para terminar con una crítica general sobre los regalos que hacía. Le había dicho que hiciera regalos más personales y había añadido que, para regalar brandy y perfume, era mejor que no regalara nada.

La idea de no hacer regalos le pareció magnífica. Pero Josh sabía que su madre tenía una intención muy distinta. Si hubiera dicho que prefería no hacer regalos, se habría enojado. Y no quería entristecerla.

—Al parecer, piensa que dar los mismos regalos a todo el mundo no es apropiado —continuó él.

—Yo diría que tiene razón —dijo Mable.

—¿De verdad?

—Claro. Es un gesto insensible por tu parte.

—¿Qué tiene de malo?

Josh no entendía que había de malo en ello.

—Que es algo que nadie hace. Se supone que los regalos tienen que significar algo, que no se hacen sólo por compromiso.

—Ah, vaya, no lo sabía —dijo, con cierto sarcasmo—. De todas formas, y como parece que sabes mucho sobre el asunto, ¿qué te parece si tú… ?

Mable adivinó lo que iba a preguntar y negó con la cabeza.

—No, de eso nada —lo interrumpió—. No voy a encargarme de comprar los regalos para tus familiares. En primer lugar, no tengo tiempo. Y en segundo lugar, no disfruto haciendo ese tipo de cosas.

—¡Oh, vamos, Mable!— exclamó Josh, exasperado—. No es como si te pidiera que tuvieras un hijo conmigo. Sólo quiero que compres unas cuantas cosas, eso es todo.

—No, tú quieres que haga algo más que comprar unos regalos. Me estás pidiendo que piense en todos y cada uno de tus familiares y que les haga un regalo apropiado a cada uno. Pero no podría hacerlo.

—Ni yo —murmuró él.

Josh no tenía idea de qué tipo de regalos podía hacer. No sabía qué cosas les parecerían personales y qué cosas no.

—¿No podrías… ? —continuó.

—No, no podría —respondió Mable.

Josh la miró con impotencia y sonrió.

—Por favor… Necesito que alguien me ayude.