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Niccolo D'Alessandro nunca había estado de acuerdo con la decidida pelirroja Daniella Bell. Por ello se sorprende tanto cuando descubre que la misteriosa mujer con la que acaba de hacer el amor durante el baile de máscaras veneciano no es otra que Dani. Para Dani, la noche que pasaron juntos ha sido la más maravillosa de su vida, pero con un matrimonio fracasado a sus espaldas, reniega del matrimonio. Niccolo piensa de otra forma…
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Seitenzahl: 198
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Carole Mortimer
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Baile veneciano, n.º 1951 junio 2021
Título original: The Venetian’s Midnight Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-835-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
ASÍ QUE llevo más de un mes teniendo relaciones sexuales orgásmicas a diario con mi profesor de tenis.
–¿Cómo? –Dani miró muy sorprendida a su amiga Eleni, que estaba al otro lado del salón.
Las dos mujeres estaban dando los toques finales a la decoración de la casa de campo donde Eleni se iría a vivir con Brad después de la boda que se celebraría en siete días, precisamente el día de Navidad. Como era diseñadora de interiores, Dani se había pasado el último mes ayudando Brad y a Eleni a elegir tanto los muebles como el resto de la decoración para la espaciosa casa que sabía que un día sus amigos querrían llenar de niños.
–Un momento –Dani entrecerró los ojos con suspicacia–. Tú no tienes profesor de tenis, Eleni.
–Es verdad –Eleni, una guapa veneciana, se echó a reír al ver la expresión perpleja de Dani–. Pero te ha llamado la atención, ¿verdad? –sonrió con pesar–. Llevo diez minutos hablando contigo, Dani, y estoy totalmente segura de que no has oído nada de lo que te he dicho.
–Lo siento, Eleni –se disculpó Dani con una mueca de pesar.
Había hecho todo lo posible, era cierto, pero Eleni la conocía demasiado bien para dejarse engañar. Por lo menos durante más de diez minutos.
Las dos mujeres se habían conocido con catorce años, cuando Eleni había llegado al internado donde estudiaba Dani. A Eleni la había enviado allí a estudiar su hermano Niccolo, el cabeza de familia de los D’Alessandro, para que mejorara su inglés. Al terminar el año, la amistad de las dos chicas había sido tan fuerte que, cuando había llegado el momento de que Eleni volviera a casa, la joven le había rogado a Niccolo que le permitiera regresar al colegio inglés para cursar allí los cuatro años que le restaban para completar su educación. Sin embargo, esa batalla la había perdido.
Dani se estremeció sólo de pensar en la primera vez que había visto a Niccolo D’Alessandro; cuando Eleni le había insistido tanto para que las llevara a comer y así poder presentarle a su amiga inglesa. Decir que el arrogante veneciano la había intimidado, era decir poco.
Hacía cuatro años que era el cabeza de la familia de banqueros D’Alessandro, y entonces tenía ya veintisiete.
Lo recordaba como un hombre muy alto, de hombros anchos bajo su traje sastre, estómago plano y piernas largas y musculosas. En esa ocasión llevaba el pelo retirado y sujeto con una coleta que dejaba al descubierto su rostro apuesto y aristocrático. Niccolo tenía los ojos marrones y profundos, los pómulos altos, la nariz recta, unos labios firmes que raramente sonreían y el mentón fuerte. A Dani no le había costado nada imaginar que Niccolo D’Alessandro descendía tanto de piratas como de príncipes; le resultaba un poco más difícil imaginar a cualquier hombre de la familia D’Alessandro siendo cura, aunque le habían asegurado que en la familia había habido religiosos.
También le había quedado claro lo que Niccolo había pensado de Dani después de aquella única vez que se habían visto; se había negado en redondo a que Eleni se quedara en el colegio en Inglaterra, tan sólo cediendo cuando Eleni había cumplido los dieciocho y había querido ir a estudiar a una universidad de Londres.
–¿Problemas con los hombres? –dijo Eleni con complicidad.
Dani negó con la cabeza mientras dejaba a un lado la primera reunión con Niccolo D’Alessandro, casi diez años atrás.
–Seguramente no como piensas tú.
Eleni, que tenía una abundante melena negra y luminosos ojos marrones, encogió sus hombros delgados.
–Déjame adivinar… O bien tienes un hombre que no colabora, o bien no tienes y quieres tenerlo.
–Ya tuve un hombre, ¿te acuerdas? –le respondió Dani en tono seco.
Eleni se encogió de hombros.
–No estoy segura de poder llamarle eso a Phillip.
–¡Pero si estuve casada con él!
–Técnicamente, sí –su amiga asintió–. Pero las dos sabemos que ni siquiera durasteis la luna de miel.
Para vergüenza de Dani.
Phillip había sido como un dios griego; encantador, detallista y gracioso. Pero sólo hasta la luna de miel que había seguido a su lujosa boda; cuando los celos que había estado ocultando hasta entonces habían surgido de pronto en toda su monstruosidad. Entonces la había acusado de ser demasiado simpática con todos los que se encontraba, desde el portero mayor que les había subido las maletas a la suite del hotel, hasta el camarero que les había servido la comida durante su primera tarde en Florencia.
La escena de celos que había seguido en la suite del hotel después de la última de las acusaciones de esa tarde era algo que Dani prefería no recordar.
Los dos habían vuelto a casa de la luna de miel por separado. Dani había pedido el divorcio casi de inmediato, y desde ese día no había vuelto a relacionarse con ningún hombre a ese nivel, pues ya no confiaba en sí misma.
–No tengo a ningún hombre.
–Entonces es hora de que lo tengas –la interrumpió Dani con firmeza. No todos los hombres son como Phillip, sabes…
Eso lo decía ella, que llevaba un año prometida a Brad y era muy feliz.
–De eso no tengo ninguna garantía –la interrumpió Dani firmemente–. Y hasta que la tenga, no pienso estar con nadie. Bueno… al menos yo no quiero –murmuró, suspirando cuando el peso de su otra preocupación regresó con fuerza.
Maldijo a su abuelo para sus adentros. Nadie con dos dedos de frente habría puesto una cláusula así en su testamento, por amor de Dios. Sin embargo su abuelo lo había hecho. Si ella no satisfacía las condiciones de esa cláusula antes de morir su abuelo, sus padres perderían Wiverley Hall, su hogar de Gloucester, donde su padre llevaba años dirigiendo un próspero negocio donde entrenaba caballos de carreras.
Eleni arqueó sus cejas negras.
–Eso que has dicho me deja intrigada.
Dani se dijo que no debía exagerar. Era un problema, sí, pero no inmediato; teniendo en cuenta que su abuelo aún estaba en forma.
–No tanto –respondió Daniella bruscamente–. ¿Entonces, cuéntame cómo van los planes para el banquete? ¿Has…?
–Ay, no, Daniella –la interrumpió Eleni–. Cambiar de tema no te servirá de nada; cuéntamelo todo –le preguntó, su mirada ávida de curiosidad.
Dani no pudo evitar sonreír. Resultaba difícil creer que un día Eleni apenas había hablado inglés. En el presente, aparte de su tez morena, Eleni era casi más inglesa que ella.
Se arrepintió de haberle hecho ver a Eleni que tenía un problema. Su amiga era como un perro con un hueso cuando le hincaba el diente a algo; y no pararía hasta que ella se lo hubiera «contado todo», como ya le había dicho muy concisamente.
Pero tal vez debería contarle a Eleni lo que le preocupaba; después de todo, era su mejor amiga, y Dani necesitaba contarle a alguien lo del testamento de su abuelo.
Así que suspiró largamente.
–¿Te acuerdas de mi abuelo, Daniel Bell?
–¿Cómo olvidarlo? –resopló Eleni–. Lo conocí después de tu boda, por supuesto, y antes durante una ocasión en casa de tus padres, cuando fui a pasar un fin de semana. ¡Pero con eso tuve bastante! Con eso que dice de que «a las jóvenes hay que vigilarlas, y no escucharlas» me parece incluso más tradicional y conservador que Niccolo –dijo, imitando el tono severo de Daniel Bell–. ¡No sé cómo tu pobre madre lo ha soportado todos estos años! Ay, lo siento… –hizo una mueca de disculpa–. Lo siento, Dani, ha sido una grosería por mi parte.
Dani negó con la cabeza.
–El que sea mi abuelo no quiere decir que no vea sus fallos. Siempre ha sido un tirano y una persona muy controladora –confirmó con desagrado–. Pero el caso es que, Eleni, son mis padres los que llevan todo este tiempo viviendo con mi abuelo; no al contrario. El dueño de Wiverley Halls es mi abuelo.
–Por eso tu madre ha tenido que aguantarlo –soltó su amiga.
–Sí –respondió Dani–. Y mi abuelo nunca ha dejado de recordarle lo decepcionado que está de haber tenido sólo una nieta…
–¿Cómo puede sentirse decepcionado contigo? ¡Pero si eres maravillosa! –Eleni parecía indignada–. Yo siempre he querido ser una pelirroja menudita como tú. ¿Te acuerdas cuando me teñí de pelirroja hace cinco años? –soltó una risilla de niña–. Cuando me vio mi hermano, pensé que me afeitaría la cabeza y me enviaría a casa en el primer avión.
Dani recordaba muy bien la visita de Niccolo a Inglaterra cinco años atrás. Y también la mirada de acusación que le había echado cuando, al llegar, había visto lo que se había hecho Eleni en el pelo.
–Y siempre me han dado mucha envidia esos maravillosos ojos verdes –continuó Eleni con nostalgia–. Además, eres una de las diseñadoras de interiores de más éxito de todo Londres.
–Sobre todo gracias a que tú y a otros amigos comunes me habéis dado trabajo –señaló Dani en tono seco.
–Eso es irrelevante –respondió Eleni con firmeza–. Tu abuelo debería estar orgulloso de ti y de tus logros.
Dani no pudo evitar sonreír al ver la desesperación de su amiga.
–El caso es que mi madre no pudo tener más hijos después de tenerme a mí; así que ahí se acabó la posibilidad de darle un heredero a la familia Bell…
–Tu abuelo no es más que un terrateniente, por amor de Dios; no es un aristócrata –resopló Eleni.
Y como Eleni tenía ascendencia noble, ella sí podía saber la diferencia.
Dani sonrió con nostalgia.
–Para el abuelo Bell es lo mismo; «La tierra es riqueza» –citó, imitando a la perfección el tono de voz de su abuelo–. Pero, sea como sea, él nunca ha ocultado que le gustaría haber tenido más nietos aparte de mí. Cuando me divorcié de Phillip, y encima sin hijos, casi le dio un ataque.
–¿Es que no sabe acaso por qué eso terminó mal?
–¿Tú te imaginas a alguien de la familia intentando explicarle el problema de Phillip al abuelo Bell?
Su abuelo tenía casi noventa años; intentar explicarle los celos patológicos de Phillip, y su violento comportamiento después de la boda, seguramente sólo habría resultado en que su abuelo le echaría la culpa al empeño de las mujeres de ser iguales a los hombres; algo que él rechazaba de plano.
–Pero el fracaso de tu matrimonio no fue culpa tuya, Dani –Eleni le tomó la mano a su amiga–. Eso lo sabes, ¿verdad? –frunció el ceño–. Sólo te lo digo porque sé que no has estado con ninguno desde tu desastroso matrimonio… La verdad, no sé por qué esto te afecta, Dani.
Normalmente no debería haberle afectado. Cuando su abuelo muriera, lo lógico era que su padre heredara Wiverley Hall y los establos. Salvo que su abuelo había decidido que no fuera así…
–Mi padre sólo heredará Wiverly Hall y los Establos Wiverley si yo he producido, o muestro signos de producir, un heredero antes de que muera el abuelo.
Dani hizo una mueca de pesar, después de comunicarle a su amiga las condiciones de la cláusula que su abuelo había añadido a su testamento. Ella las conocía porque su abuelo se había encargado de hacerle partícipe de ellas.
–Si no es así, todo se venderá y el dinero irá a parar a obras benéficas.
Eleni emitió un gemido entrecortado con el que dejó claro su asombro e incredulidad.
–¡Pero eso es… maquiavélico!
–¡Qué me vas a contar a mí! –respondió Dani, aliviada de poder hablarlo con alguien aparte de sus padres.
La semana pasada, cuando Daniel Bell los había reunido para informarles de los cambios que había hecho en su testamento, sus padres se habían disgustado; pero no se habían quedado tan afectados como Dani.
Como bien había señalado Eleni, Dani no había querido ir en serio con nadie más desde su desatinado matrimonio con Phillip; por eso no tenía ni idea de cómo iba a engendrar un heredero en un futuro próximo. ¿Tendría que pedírselo a algún pobre hombre por la calle? ¿O pagar a alguien para que le dejara embarazada? Todo aquel asunto era una ridiculez.
Como podría haber imaginado, sus padres le habían quitado importancia a las condiciones del testamento y le habían aconsejado a Dani que las ignorara también. Habían dicho que, llegado el momento, se llevarían el negocio a otro sitio.
Pero Dani sabía que era más fácil decirlo que hacerlo, teniendo en cuenta que el capital lo controlaba su abuelo.
Eleni sacudió la cabeza con tribulación.
–¿Entonces su idea es que vuelvas a casarte?
–Yo no tengo intención de volver a casarme; eso lo sabes, Eleni –dijo Dani.
–Pero Dani…
–Nunca volveré a ponerme en una situación tan vulnerable como ésa –afirmó con énfasis–. Incluso aunque vea tu propia felicidad con Brad como ejemplo de lo maravillosa que puede ser una relación –añadió con tacto–. Además, mi abuelo no ha dicho que tenga que casarme otra vez, sólo que tengo que darle un heredero Bell.
–Es increíble –comentó Eleni, aún aturdida–. Hace un año, cuando Niccolo se enteró de que quería casarme con un inglés, puso el grito en el cielo; pero el comportamiento de tu abuelo es antediluviano.
Dani había estado presente el día que Eleni le había dicho a su hermano que tenía intención de casarse con Brad y vivir en Inglaterra con él. Eleni le había pedido que estuviera con ella para darle apoyo moral; y Dani recordaba muy bien el gélido rechazo que Niccolo había mostrado ante la idea de que su hermana se casara con un hombre que no fuera veneciano.
También recordó la arrogancia con la que Niccolo la había mirado ese día, como si sospechara que ella era la responsable de la negativa de Eleni a echarse atrás en su propósito.
Por supuesto no era cierto, pero Dani había sabido entonces que no tendría sentido defenderse.
Como la boda de Eleni y Brad tendría lugar el fin de semana siguiente, estaba claro quién había ganado esa particular batalla; y ésa era otra cosa que Niccolo D’Alessandro le atribuiría a ella, a Dani.
–Yo lo sé y tú también; pero mi abuelo nunca ha sido un hombre razonable –dijo Dani.
–Pero…
–¿Por favor, Eleni, podemos dejar el tema de momento? –interrumpió Dani–. Llevo una semana pensando sólo en eso, y ya me duele la cabeza de tanto darle vueltas a la historia.
–No me extraña –Eleni frunció el ceño–. Deberías habérmelo contado antes, Dani –amonestó Eleni a su amiga–. No puedo creer que tus padres pierdan Wiverley Hall y los establos si no te…
–¡Eleni, por favor! ¿Podemos hablar de la boda de la semana que viene?
De pronto Dani se estremeció al pensar en algo.
–¿Ha llegado ya Niccolo? –preguntó Dani tímidamente.
Eleni, a quien le hacía mucha gracia la aversión de Dani ante la idea de volver a ver a su hermano, negó con la cabeza.
–Nunca he entendido por qué tú y Niccolo nunca os habéis caído bien.
–Seguramente porque los dos opinamos que cuanto menos nos veamos, mejor –respondió Dani.
–Pero sois las dos personas que más quiero en el mundo, sin contar a Brad, claro; y cuando coincidís, se masca el antagonismo entre vosotros –gimió Eleni.
Niccolo D’Alessandro tenía ya treinta y siete años, y Dani casi veinticuatro; y la obsesión que en una ocasión Dani había tenido con el arrogante veneciano había, como muy bien había dicho Eleni, desembocado en un antagonismo por ambas partes.
Por parte de Niccolo, por puro desagrado y desaprobación, sobre todo después del breve matrimonio y el divorcio de Dani. Y por parte de ella, por puro instinto de supervivencia.
Dani se encogió de hombros para quitarle importancia.
–Es que no nos gustamos.
–¿Pero por qué no? –insistió Eleni con frustración–. Sé que yo soy su hermana, pero tienes que reconocer que Niccolo es la personificación del hombre moreno, alto y guapo; y tiene un magnetismo sexual tan acusado que debería llevar una advertencia del ministerio de la salud pública. Y tú, tú eres preciosa…
–Eso ya me lo has dicho –se burló Dani–. Pero eso no cambia que me dé alergia cada vez que veo a tu hermano; claro que yo parezco causarle el mismo efecto.
–Es un verdadero misterio para mí –continuó Eleni–. Niccolo es tan formal, tan correcto, tan… tan veneciano, que sencillamente no comprendo su comportamiento cuando está contigo.
Dani se echó a reír.
–Uno de los misterios de la vida con los que tendrás que vivir, me temo –miró el reloj–. Ahora, de verdad, voy a tener que marcharme; tengo otra cita en el centro dentro de un rato.
–¡Pero aún no te he contado nuestros planes para la luna de miel! –protestó Eleni.
–Y preferiría que no lo hicieras –respondió Dani–. Además, de verdad que hoy no tengo más tiempo.
–No te olvides que tenemos la prueba final de tu vestido de dama de honor por la mañana –le dijo su amiga.
–¡Como si pudiera! –Dani se echó el bolso al hombro.
Iba con lo mismo que solía llevar al trabajo: unos pantalones negros ajustados y, ese día, un suéter de cachemir de un verde intenso como sus ojos.
–Aunque dudo de que nadie se dé cuenta de lo que llevo cuando aparezcas tú con ese exquisito vestido de encaje blanco.
–Tengo la intención de presentarte a todos mis guapos primos solteros el próximo sábado, ya sabes –le prometió Eleni.
Dani negó con la cabeza.
–Eleni, preséntame a quien quieras; pero te aseguro que no me enamoraré de ninguno.
Sobre todo si eran tan arrogantes como Niccolo D’Alessandro, se dijo para sus adentros.
–A lo mejor en la boda no; ¿pero qué me dices de la fiesta de disfraces que voy a dar aquí este verano?
Dani sabía que, en parte, Eleni se había enamorado de esa casa en particular por la fiesta. Cuando su amiga había visto el espacioso jardín lleno de árboles y arbustos, inmediatamente había decidido que en el mes de agosto del año siguiente daría allí una mascarada veneciana. Y en verdad parecía casi tan emocionada por la fiesta como por su boda.
–¡Tampoco! –respondió Dani en tono seco.
–Pero todo el mundo se enamora durante el Carnaval de Venecia –protestó su amiga–. Recuerdo que mi tía Carlotta me contó que una vez pasó toda la noche en un carnaval coqueteando con su propio marido, mi tío Bartolomeo, sin darse siquiera cuenta.
Dani sonrió.
–¡Seguro que se quedó sorprendido! –exclamó Dani.
–¡Por el rubor de las mejillas de mi tía cuando me lo contó después, yo diría que los dos!
–Eleni –se burló Dani muerta de risa.
–Ya verás en la fiesta del año que viene –le prometió su amiga–. El carnaval es una ocasión en la que cualquiera puede ser juguetón y escandaloso sin sentirse culpable por ello.
–¿Incluso tu hermano? –se burló Dani.
–Bueno… tal vez Niccolo no… –concedió Eleni–. Pero aún quedan meses para la fiesta, Dani; y si para entonces aún no has resuelto este problema con tu abuelo, una noche de anonimato sería la respuesta.
–Eleni… –dijo Dani en tono de advertencia–. Te veo venir, y la respuesta es no –dijo con firmeza.
–Pero…
–Que no, Eleni.
–Sólo era una idea –su amiga se encogió de hombros con pesar.
–Bueno, pues vaya idea… –Dani se dio la vuelta para salir–. ¡Ay!
Su intención era salir al coche que había dejado aparcado en el camino; sin embargo, se topó con algo duro e inmóvil.
Enseguida notó que era el pecho de un hombre. El pecho de Niccolo D’Alessandro… pensaba Dani sin aliento mientras de mala gana levantaba la mirada del suéter de seda negro al rostro apuesto.
Unos ojos fríos y melancólicos le devolvieron la mirada; y en sus labios vio la misma mueca fría y burlona, mientras la agarraba de los brazos para apartarla a un lado con cortesía.
–Daniella –dijo al soltarla–. ¡Debería habérmelo imaginado!
Dani entrecerró los ojos al percibir su tono sarcástico.
–¿Imaginarte el qué? –preguntó ella en tono desafiante, sabiendo que se había puesto colorada de vergüenza y de rabia.
Por lo menos ya sabía que Niccolo había llegado ya a Inglaterra para asistir a la boda de su hermana.
Y estaba si cabía más guapo que nunca. Al verlo, a Dani se le aceleró el pulso y sintió todavía más calor en la cara. Le resultaba imposible estar ajena a la imponente presencia de Niccolo D’Alessandro.
Sintió un cosquilleo en los pechos y un fuego intenso entre los muslos.
¡Dios!
Había pensado que ya se le había pasado lo de Niccolo, que no volvería a gustarle ningún hombre después de lo que le había hecho Phillip. Pero supo que se había equivocado al notar que todo su cuerpo se levantaba en instintiva respuesta en presencia de Niccolo. ¡Precisamente de Niccolo!
Lo miró con disimulo. La madurez le había dejado unas arrugas de gesto en las comisuras de los ojos y de los labios; pero en lugar de ir en detrimento de su belleza masculina, sólo se añadía a su atractivo, otorgándole ese magnetismo sexual al que Eleni había aludido antes.
Niccolo era peligroso; y Dani era bien consciente de ello. Exudaba poder, como si lo dominara todo alrededor.
Dani decidió que a ella no la dominaría. Ya estaba harta de los hombres dominantes; por nombrar a dos, Phillip y su abuelo.
–Da lo mismo –dijo en respuesta a su propia pregunta mientras se daba la vuelta bruscamente.
–Se me ocurrió que esta mañana sería la oportunidad perfecta para que Niccolo pasara a ver la casa –dijo Eleni con torpeza.
Por la forma de evitar su mirada, Dani entendió que había más detrás de todo eso. El hecho de haberlo invitado a ver la casa más o menos cuando había quedado con Dani, le dio a entender que Eleni esperaba tener una nueva oportunidad de reconciliar a su hermano con su mejor amiga.
Dani suspiró con irritación.
–De verdad que tengo que marcharme, Eleni.
–Espero que no te vayas por mí, Daniella –se burló Niccolo en tono suave.
Su voz fue como la caricia del terciopelo en su piel.
–No, me marchaba de todos modos –soltó ella.
Niccolo observó a Daniella Bell con ojos entrecerrados, notando que tenía el pelo más largo que la última vez que la había visto en la fiesta de compromiso de Eleni de hacía un año. En lugar de llevar la melena a capas, le caía como una lengua de fuego por los hombros y la espalda. Unas pestañas largas y oscuras escondían un par de ojos que él recordaba de un verde profundo. Tenía la nariz pequeña y respingona, salpicada de pecas; y como tenía la cara más delgada que la última vez que la había visto, resaltaban más sus labios carnosos.
También se le notaba que había perdido peso en la cintura, que la tenía más delgada, y en las caderas, que se veían más estrechas, aunque sus pechos seguían siendo redondos y turgentes.
Y, si no se equivocaba, le dio la impresión de que debajo del ceñido suéter verde Daniella no llevaba sujetador.