Boda en secreto - El día soñado - Mi irresistible jefe - Helen R. Myers - E-Book

Boda en secreto - El día soñado - Mi irresistible jefe E-Book

HELEN R. MYERS

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Beschreibung

Boda en secreto HELEN R. MYERS Hope Harrell no sabía qué esperar cuando planteó al duro sheriff de la ciudad una propuesta de matrimonio, pero sabía que era su única esperanza. Necesitaba un padre para su bebé y ¿quién mejor que Lyon Teague? Lyon no podía rechazar a una dama en apuros... sobre todo cuando la dama era la mujer a la que había amado en secreto durante años. El día soñado STACY CONNELLY Como organizadora de bodas, la tarea de Kelsey Wilson consistía en asegurarse de que la boda de su prima fuera como la seda. Pero ¿cómo iba a conseguirlo ahora que Connor McClane había vuelto a la ciudad? El guapísimo detective tenía sus razones para impedir que la boda se celebrara. Mi irresistible jefe TERESA SOUTHWICK La niñera Casey Thomas había aprendido que no debía implicarse demasiado en su trabajo. Sin embargo, eso fue antes de que conociera a su atractivo y apuesto jefe, Blake Decker, y a Mia, la sobrina huérfana de este. Para sorpresa de Casey, la convivencia y los roces diarios con el arrogante Blake le aceleraban más de lo que debieran los latidos de su corazón...

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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 440 - enero 2022

 

© 2010 Helen R. Myers

Boda en secreto

Título original: Hope’s Child

 

© 2009 Stacy Cornell

El día soñado

Título original: Once Upon a Wedding

 

© 2009 Teresa Ann Southwick

Mi irresistible jefe

Título original: The Nanny and Me

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-513-0

Índice

 

Créditos

Boda en secreto

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

El día soñado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

 

Mi irresistible jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

 

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ME das las llaves de tu camioneta, por favor?

Justo después de sentarse en una de las mesas del fondo del bar parrilla de Cedar Grove, Hope Alessandro Harrell consiguió de su prometido, Will Nichols, la reacción que esperaba. Abrió de par en par los ojos azules, se echó hacia atrás el cabello rubio y después sonrió afectado.

—No irás a hacerme una escenita ahora, ¿verdad, cariño?

Conteniendo las lágrimas de humillación por lo que había presenciado al entrar en ese establecimiento del norte de Texas, anunció con suavidad para no ser oída por la gente que cenaba a su alrededor:

—Ya has dado tú bastante el espectáculo y no pienso quedarme aquí sentada un segundo más para que sigan murmurando o teniendo lástima de mí. Así que dame las llaves de tu camioneta o llamaré a alguien para que me venga a buscar y me lleve a casa… o pediré a Lyon que me lleve —se arrepintió de haber aceptado la oferta de un amigo de llevarla hasta allí para que luego pudiera volverse con Will.

Lo que había parecido una buena idea, por el tiempo, había sido un completo error.

Con Lyon se refería al jefe de policía Lyon Teague, que estaba en la barra con una taza de café. El antiguo compañero de escuela de Will y buen amigo se había detenido huyendo del traicionero aguacero de mayo. Evidentemente había sido testigo de lo que había sucedido antes de que ella llegara, puesto que estaba al lado de Will cuando había entrado. Por la expresión en su rostro, él también se estaba imaginado que ella querría estar en cualquier otro sitio que no fuera ése.

—¿Y cómo se supone que vuelvo yo a casa? —preguntó Will—. Tengo doscientas cabezas de ganado que llevar a los establos de venta mañana por la mañana.

—Pídele a Rochelle Sims que te lleve. Estoy seguro de que, en cuanto yo desaparezca, ella volverá a estar contigo.

La expresión aburrida de Will dejaba claro lo poco seriamente que se tomaba aquello.

—Rochelle es… Rochelle.

Aunque en su forma de hablar no se notaba que había estado bebiendo antes de que ella llegara, su actitud hizo a Hope sentirse más ofendida y disgustada.

—¿Y ésa te parece una conducta aceptable? Toqueteándote en… sitios que una dama jamás tocaría en público

—Estás exagerando.

—No creo. Tampoco creo que sea la primera vez que se toma esas familiaridades contigo.

Consciente que de había al menos una docena de personas intentando escuchar lo que se decía, Hope se inclinó sobre la mesa y extendió una mano.

—Te lo digo en serio, Will. Las llaves. Sea como sea, me marcho.

Murmurando entre dientes, Will le dio las llaves. Cuando se alejó de la mesa, no le apeteció mucho que él la siguiera, así que se detuvo a la altura de Lyon y le dijo:

—Sólo quiero que sepas que me marcho. Me voy a casa en la camioneta de Will. Me ha traído una amiga, así que no tengo coche. ¿Puedes asegurarte de que llegue bien a casa una vez que yo tome posesión de su vehículo?

Miró serio a Will, abrió la boca para decir algo, pero luego se detuvo, asintió y dijo:

—Haré algo mejor, iré detrás de ti.

Hope se dio cuenta de que en realidad Lyon lo que quería era llevarla a casa. Pero aún tenía cosas que decirle a Will. Aliviada al saber que Lyon estaría cerca, le tocó la solapa del impermeable amarillo de policía.

—Lo aprecio.

Era primeros de mayo y la primavera exhibía su lado serio con una tormenta espectacular. Los rayos bajaban desde el cielo como rayos láser de una película de ciencia ficción y la tierra se sacudía cada vez que caía uno. La tormenta se había detenido, así que mientras un rayo caía por el este, otro golpeaba el prado del otro lado de la calle, y antes de que Hope pudiera recuperarse del susto, el cielo hacia el oeste se iluminó con un espeluznante estallido. Cualquier idea de retrasar su marcha había quedado descartada por lo que había en la puerta del restaurante: la presencia allí de Will impedía su retirada. Corrió a la camioneta. Por desgracia, además de tacones altos, llevaba una falda estrecha así que, cuando Will la alcanzó y le quitó las llaves de las manos, sólo pudo gritar su nombre como protesta.

—¡Entra antes de que los dos acabemos fritos! —gritó él.

Cuando consiguió cerrar la puerta del acompañante, estaba tan enfadada como empapada. Una vez que Will se sentó en el asiento del conductor, ella dijo:

—Te lo juro, Will, ya está bien, se acabó.

La verdad era que estaba tan enfadada consigo misma como con él. Después de todo él sólo estaba siendo lo que era. Ella era la tonta por pensar que, al quererlo, eso inspiraría en él alguna madurez y contención. A esas alturas tenía que preguntarse si él sabría lo que significaba el amor. Mientras daba marcha atrás y salía del aparcamiento, habría dicho que él no estaba ni siquiera molesto. Pero ése era su modus operandi cuando lo descubría con las manos en al masa.

—La boda está cancelada —siguió ella intentando mantener el tono tranquilo.

La respuesta de Will fue la misma que si hubiera tirado por la ventana el anillo de compromiso. Jurando, golpeó el volante con el puño.

—¡Eso no es justo!

—Ah, y ¿andar jugando a toquetearse con una mujer que se acostaría con un animal atropellado para probar, lo es? Lo que no es justo es lo que me has estado engañando. ¿Cuántas veces te has ido con otra después de dejarme en casa o cuando estaba fuera de la ciudad trabajando sólo durante el año que llevamos comprometidos?

—No puedes esperar que responda a una pregunta trampa. Vamos, cariño, sabes que lo que ha sucedido no es nada.

—Para mí es mucho. ¿De verdad crees que estaba tan desesperada por casarme que no iba a darme cuenta de tu mentalidad de bragueta abierta? Entonces es que no me conoces.

—Bueno, dejemos todo esto y dime qué tengo que hacer para que vuelvas a estar contenta, porque tu padre no te va a permitir cancelar la boda —dijo con tono resignado—. Quiere que las tierras de los Nichols se unan a las de los Harrell de un modo u otro. Además, no puedo pagarle lo que le debo.

El segundo impacto de la noche la dejó casi sin palabras.

—¿Has pedido prestado a mi padre sabiendo cómo funciona en los negocios? ¿Cuándo? ¿Cuánto?

Lo que acabó de enfadarla fue que su padre no le hubiera dicho nada.

—Dadas las circunstancias, no es de tu incumbencia, ¿no?

Parecía más un adolescente queriendo tener razón a toda costa, que un hombre de treinta y cuatro años.

—Tienes razón —dijo Hope—. Olvida la pregunta.

Esa indiferencia no era la reacción que Will esperaba.

—Vale, la he pifiado y un par de cosas no me han salido. El pagaré del banco había que pagarlo el mes pasado, pero el precio del ganado estaba demasiado bajo para sacarlo al mercado. Ahora todo está bien. Le devolveré el dinero el lunes. ¿Sabes?, los del banco estaban realmente impresionados porque tú y tu viejo me apoyaseis. Finalmente accedieron a subir mi línea de crédito, así que ya no tendré que volver a pedirle prestado.

Hope experimentó una nueva ola de repulsión hacia él. Contempló su perfil un momento y anunció:

—Estoy embarazada.

—¡Bingo! —dijo Will echando hacia atrás la cabeza y aullando de alegría.

Eso le dijo a Hope todo lo que necesitaba saber. El médico le había retirado los anticonceptivos y Will le había asegurado que él se haría responsable de todo hasta que ella tomara una decisión sobre otro método anticonceptivo o estuviera preparada para formar una familia. No había practicado el sexo sin protección, así que tener unas semanas de retraso la había desconcertado, sobre todo porque su ciclo menstrual era más preciso que el reloj del gobierno.

—Has manipulado los preservativos —pronunció en voz alta sus peores sospechas.

Will se encogió de hombros y sonrió satisfecho.

—Todo irá bien. Queríamos tener hijos. Necesitaba algún seguro por si algo así surgía antes de la boda.

Sorprendente, pensó ella. Era lo bastante disciplinado para llevar a cabo esas maquinaciones, pero no podía privarse de otra mujer… además de ser sincero con ella.

—Me muero de ganas de contárselo a Ellis —siguió Will.

—Haz eso —dijo Hope sacudiendo la mano para quitarse el anillo de compromiso que cada vez le molestaba más; seguro que, si tenía problemas financieros, aún lo debía— y ten por seguro que me encargaré de hacerle saber que hemos terminado y por qué.

Cuando abrió la guantera y arrojó dentro el anillo, Will protestó:

—¡Eh! ¡Vuelve a ponerte eso!

Hope no podía creer que le agarrara la mano y forcejeara con ella por la joya.

—Mira la carretera, Will. ¡Will!

La gran camioneta blanca derrapó sobre la carretera mojada. Will soltó un juramento y giró bruscamente el volante. La excesiva reacción mandó la camioneta a la cuneta en la que se enterraron las ruedas derechas del pesado vehículo. Debido a la inercia, la camioneta acabó en el prado contiguo.

Mientras daban vueltas y vueltas, Hope chillaba, primero de terror y después por el dolor provocado por el cuerpo de Will que chocó repetidamente contra el suyo. Había estado demasiado agitado para abrocharse el cinturón al subir a la camioneta.

Cuando terminó la montaña rusa, estaban cabeza abajo. Trató de respirar mientras el cinturón le apretaba el cuello. Su primer pensamiento fue para el bebé.

Sabía que no podría saber los daños que había sufrido hasta que estuviera dada la vuelta y rogó que eso sucediera pronto. La sangre se le bajaba a la cabeza y notaba cada latido de su corazón, el aire fresco que entraba por la ventana destrozada le rozaba la cara. Su vista se topó con el magullado y quieto montón que había a su lado.

—¿Will?

No respondió, no se movió. Permaneció quieto sobre el techo de la camioneta. Con la oscuridad que había no podía saber si sangraba o respiraba. Intentó agarrarlo.

—¡Will!

—Hope, no lo muevas.

La voz de Lyon hizo que se sintiera aliviada y provocó que los ojos se le llenaran de lágrimas. Se giró un poco y lo vio arrodillarse y agacharse para mirarla. La recorrió con linterna para examinar cuál era su estado, tratando de no alumbrarla directamente a los ojos. Ella tendió una mano en dirección a él, Lyon se la acarició para tranquilizarla.

—¿Sangras por algún sitio, corazón?

—No, creo que no, pero Will…

Lyon dirigió el haz de la linterna hacia él y después de tres segundos volvió a ella.

—Primero vamos a ocuparnos de ti, huele a gasóleo.

Hope se dio cuenta también y una nueva oleada de terror le nubló la razón, pero consiguió dominarse. Empezó a forcejear con el cinturón de seguridad.

—Espera, ya lo suelto yo… —dijo Lyon sacando una navaja y cortando el cinturón.

Con su ayuda, consiguió no golpear con mucha fuerza contra el techo de la furgoneta. Lyon la rodeó con los brazos y la sacó con cuidado por la ventana rota.

—Ya está —dijo y la subió corriendo por el ribazo en dirección al coche patrulla.

—Déjame en el suelo, Lyon —le rogó—. Estoy bien y tienes que volver a ver cómo está Will —pero en ese momento un rayo iluminó el cielo y se abrazó a él con más fuerza.

Lyon no la soltó hasta que la metió en el asiento trasero de su coche. Se quitó el impermeable y la envolvió con él.

—Oirás en cualquier momento las sirenas de una ambulancia y de los bomberos —le aseguró, le hizo una tierna caricia en la mejilla y se marchó.

Antes de que hubiera llegado a la camioneta, Hope oyó las sirenas. La lluvia aflojaba y la temperatura se había suavizado, pero abrazó con fuerza el impermeable, temblando. Se dio cuenta de que era por la conmoción.

Observó asustada cómo Lyon trataba repetidas veces de hacer que Will respondiera y después de arrastrarlo fuera, pero Will pesaba por lo menos quince kilos más que él y en esas circunstancias era como si fuesen cincuenta. Cuando llegó a la conclusión de que tendría que bajar a ayudarle, la camioneta se convirtió en una bola de fuego que lanzó a Lyon a varios metros de distancia.

A unos metros, en la pendiente, Hope se quedó paralizada y se cubrió la boca con la mano.

Sorprendentemente, Lyon se volvió a poner en pie y trató de acercase a la camioneta de nuevo, pero las llamas le obligaron a retroceder… y eso fue lo que le salvó la vida.

Cuando los bomberos pasaron corriendo al lado de Hope, dos de ellos arrastrando una manguera, otra explosión lanzó a Lyon más lejos que antes.

Hope corrió hacia él, pero cuando llegó los bomberos le ayudaban ya a alejarse del fuego. Se detuvieron y discretamente dieron un paso atrás y miraron en otra dirección, Hope se lanzó sobre él. Él la recibió con sus fuertes brazos y la sujetó.

—Lo siento —dijo él con la voz rota.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL funeral por William Jefferson Nichols congregó a todo el mundo que estaba interesado en su corta, pero fuertemente publicitada carrera en el mundo del béisbol, o a cualquiera que estuviera relacionado con los Harrell por los negocios o la política. Con semejante asistencia, las honras fúnebres tuvieron que trasladarse al gimnasio de la escuela. Lyon tenía a todo su departamento trabajando y aun así tuvo que pedir refuerzos al sheriff del condado de Fannin y a la policía del estado de Texas.

El tiempo ayudó a que las cosas se convirtieran en un desafío mayor. Otro frente de tormentas provocó fuertes lluvias y vientos que se sumaron a la inundación ya existente. El alcantarillado estaba desbordado y el paisaje se había convertido en una mezcla de agua y barro, un reto para los locales y una pesadilla para los foráneos con sus ropas de diseño. Al menos no había rayos que sumar a la situación, pero después de navegar con éxito desde la ciudad hasta el cementerio, Lyon sabía que no podía creer que ya había pasado lo peor.

Desde la aventajada posición que ocupaba en un alto por encima de la tumba, miró la multitud. Estaba de pie con su uniforme de verano y el impermeable amarillo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, así su brazo derecho le servía para apoyar el otro que tenía vendado. Las mangas del uniforme le apretaban el vendaje y ese dolor se sumaba al que tenía en la cabeza desde la noche del accidente. Pero no podía quejarse y se había resistido a las recomendaciones que le habían hecho en el hospital. Las cosas podrían haber sido mucho peores y eso era lo que quería recordar.

Sólo una parte de los que habían asistido al funeral habían ido luego al cementerio, pero seguían siendo demasiados como para meterse bajo las dos carpas que se habían montado y reforzado por los vientos de más de sesenta kilómetros por hora. Las cuatro calles que rodeaban el lugar donde Will estaba a punto de reunirse con sus padres, abuelos y una tía, parecían el círculo de carretas que aparece en las películas del Oeste a modo de fortificación para proteger a los colonos de los indios. Nacido de una madre cherokee, Lyon vio el humor que había en esa situación, sobre todo porque gran parte de esas «carretas» eran limusinas: BMW, Merdeces y marcas así. Lyon jamás había visto tanta ostentación de riqueza concentrada en un solo sitio, pero Ellis había reunido fondos para apoyar al gobernador de Texas.

Hacía todo lo posible para mantenerse oculto y así había sido desde la noche del accidente cuando Rochelle Sims había irrumpido en la sala de urgencias del hospital y le había arrojado sus llaves, golpeándole en el labio inferior, lo que le había supuesto tres puntos de sutura. Su diatriba a continuación se había extendido por la ciudad con la misma velocidad que la noticia del accidente. Como siempre ocurría en esos casos, había un número de personas deseando creer que no había hecho lo bastante para salvar a Will, y para cuando llegó el funeral, la teoría de la conspiración había ganado adeptos, sobre todo a Clyde y Mercy Nichols, tíos de Will y únicos familiares cercanos que le quedaban. Había muchas razones para que Clyde mostrara lo destrozado que estaba por la pérdida de Will, todas relacionadas con el dinero, y hacía votos por haber tenido la placa de Lyon.

Eso no significaba que Lyon no sintiera alguna responsabilidad por lo que había sucedido. Nadie podía ser más duro con él que él mismo. Si hubiera salido del restaurante un momento antes y hubiera visto que era Will quien estaba al volante y lo hubiera detenido… No había notado pulso en su compañero de colegio, y estaba convencido de que tenía el cuello roto, pero aun así pensar que podía haber muerto quemado lo tenía sin dormir. Pero lo peor era pensar que la hermosa Hope también podría haber muerto.

Mientras seguía observando la multitud, su mirada finalmente se detuvo sobre Hope que avanzaba con dificultad entre un grupo de personas a las que agradecía su asistencia. Había hecho eso desde que la gente había empezado a llegar al gimnasio de la escuela casi tres horas antes. Su atuendo era elegante, pero apropiado para el tiempo que hacía: impermeable negro y pantalones sastre, botas que hubieran contado con su aprobación si no hubiera sido por los tacones de aguja. Aun así destacaba entre las sedas y las pieles fuera de estación; siempre lo hacía. Su otra concesión a la moda, además de los tacones, era cultural, una mantilla de encaje negro, sin duda de su madre, graciosamente echada sobre el largo pelo negro y que se sacudía al viento por encima de sus hombros.

Cuando el celebrante empezó a hablar, no se unió a Clyde y Mercy sentados en la primera fila de la carpa, como Ellis, que se había sentado a su izquierda. En lugar de eso, permaneció de pie expuesta al viento. Incluso desde esa distancia, Lyon notó su palidez. Pasó un dedo por la radio tentado de decirle a su gente que estuviesen más cerca por si necesitaba su asistencia. Pero sabía que el ruido atraería demasiada atención, no lo hizo.

Cuando empezó la última oración, Lyon se puso tenso. Hope empezó a rodear a la multitud y caminó hacia él. Con cada paso que daba, Lyon notaba crecer la tensión en su abdomen al ver como, uno por uno, los asistentes miraban en su dirección.

—¿Qué haces? —preguntó ella en un susurro.

Fue un alivio para unas emociones reducidas a cicatrices por la presión del temor de querer a la mujer equivocada.

Hope podría haber sido la reina del condado, miss cualquier cosa, o seguramente miss América, si hubiera querido. Tenía lo que un productor de cine llamaría una sexualidad abrasadora, compensada por la cordialidad y la sensibilidad. Lo que él sabía era que ella no era estereotipada y que era más inteligente que cualquier otra persona que conociera. Eso la hacía muy atractiva para los hombres ambiciosos que buscaban algo más que una mujer florero. Su única debilidad, sin embargo, era estar siempre del lado de los perdedores. Y eso era él ese día.

Cuando se detuvo frente a él, fue incapaz de mantener la ternura fuera de su voz por la calidez de su mirada.

—Tratando de ahorrarme algunos dientes rotos debajo del labio partido.

—El ambiente ahí abajo es sofocante. El aire está lleno de perfumes caros y mal aliento por el cáncer del dinero —respiró hondo—. Por favor, no te enfades conmigo. Me pone enferma lo que pasó en el hospital y me deja sin palabras que dejaras a Rochelle marcharse así como así. Si no hubiera estado tan alejada, alegremente la habría tumbado.

Lyon reprimió una carcajada.

—Aprecio el apoyo, pero es mejor que me dejes a mí manejar a la chusma de esta ciudad.

Ella sonrió, pero su sonrisa pronto se desvaneció.

—No es broma, tengo que hablar contigo.

Lo que tenía que hacer era irse a casa y meterse en la cama y cuidarse un poco más de lo que parecía estarlo haciendo.

—Hoy no, Hope —hizo un gesto con la cabeza en dirección a la gente—. Tu padre ya ha notado tu paradero.

—Se recuperará —dijo sin siquiera volverse a mirarlo—. Tiene demasiado de qué ocuparse como para andar perdiendo el tiempo averiguando qué hago yo.

Lyon cambió de tema pensando en su propia cordura.

—Por lo que me han hecho llegar, la recepción de los Nichols es lo siguiente a esto. ¿No se te espera allí?

—No voy a ir. Ya he dado mis condolencias a Clyde y Mercy. He cumplido con ellos y no creo que mi estómago soporte un minuto más ver cómo él hace que siente la pérdida y ella se da tono. Sospecho que mi padre se saltará también la recepción, o estará lo justo para seleccionar a la gente que quiere que se una a él en su finca, amigos del licor añejo y los cigarros de contrabando.

—Parece algo para no perderse.

Hope inclinó la cabeza y lo miró con detenimiento antes de responder:

—Si vas a comprar favores, arreglar elecciones y algunos otros deleznables propósitos en circunstancias tan serias. Por otro lado, he preparado la sopa de tortilla de mi madre y ambos necesitamos protegernos de este tiempo.

Aunque no había probado nunca la sopa, Lyon había oído lo bastante para saber que Hope había heredado el talento para la cocina de Rebecca Alessandro de Harrell. Y eso se sumó a su deseo de no dejarla expuesta a los buitres que la rondaban desde que sabían que volvía a ser una mujer libre, así que rodeó el coche patrulla para abrirle la puerta del acompañante.

Una vez sentado tras el volante, apuntó:

—¿Qué haces cocinando cuando tienes el aspecto de tener que volver al hospital?

—Mejor tú no hables… ¿cómo tienes el brazo?

—La mayor parte de los vendajes me los quitan el lunes —sabía que antes de entrar en el coche ella había estado mirando su pelo chamuscado y había sido tan amable de no hablar de las quemaduras de segundo grado que tenía en un lado de la cara y unas de tercero en la parte externa de la oreja.

—Sigues curándote rápido, me alegro.

¿Estaba ella recordando cuando había sufrido una conmoción tratando de salvar a sus padres de un tornado que los había matado, o cuando se había roto una costilla en un partido de rugby al principio de su último curso de instituto y había seguido jugando a pesar del dolor? Daba lo mismo, su compasión despertó en él un hambre diferente que necesitó aliviar.

—¿Podemos volver a llevar la conversación hacia la persona que importa? —dijo Lyon preocupado—. ¿Cómo estás… de verdad? Siento no haber podido estar tan pendiente como debería… como pretendía.

—Has estado ocupado con el trabajo y con la prensa cuando deberías haberte quedado en casa.

Tenía una voz suave y tranquilizadora que la haría una estupenda lectora de libros en audio. Un niño con una rodilla herida estaría ansioso por sentarse en su regazo. Eso le recordó a su madre, y a la de él.

—¿Hope?

—¿Sí?

—Para. Se acabó. Ahora dime si ha sido tan malo como parecía.

—Estar aislada por la conmoción ayuda. Tú perdiste a tus padres, sabes de qué te hablo. Una pone el piloto automático y espera a tener un momento de privacidad para hacerse a la idea de la nueva situación, en mi caso son demasiadas cosas con las que tengo que enfrentarme. Pero al margen de todo eso, sé que no puedo hacer como si lo que se ha roto pudiera arreglarse.

Esperando que explicara más eso último, Lyon salió del cementerio y se dirigió al pequeño rancho de Hope, un oasis de veinte acres apenas a diez kilómetros al sur de la ciudad. Aunque la propiedad estaba justo fuera del límite de Cedar Grove, Lyon pasaba por allí con la frecuencia suficiente para saber que Hope trabajaba duro en la finca cuando no estaba ocupada con su cada vez más prestigiosa empresa de consultoría e inversiones que además desarrollaba trabajo de servicio social y prestaba asesoría legal a propietarios de tierras para mantener lejos de sus terrenos a codiciosos oportunistas como su padre.

Prácticamente no había tráfico en la carretera, y salvo en el momento en que él comunicó por la emisora de que se tomaba una hora para comer, el trayecto fue en un silencio palpable.

—Vale, empiezo —dijo Hope—. Por lo que a mí respecta tú deberías haber sido quien pronunciara el panegírico.

—Kent Roberts lo ha hecho bien.

—Kent será el alcalde desde hace más tiempo que tú jefe de policía y podría elogiar hasta a los perros sacrificados en el refugio de animales, pero tú eras el mejor amigo de Will.

—Últimamente no.

—Gracias por abrir esa puerta —respiró hondo—. ¿Los problemas entre vosotros tenían algo que ver con lo que presencié esa noche entre él y Rochelle?

—Ya has pasado bastante —no quería añadir más angustia a la situación—. ¿Qué más da ahora?

—Más de lo que crees.

No le preocupó la respuesta, pero como ella miró por la ventanilla, él interpretó el retraso como un indulto.

Cuando giró en la entrada de su rancho, ella acciono el control remoto que llevaba en el bolso y se abrieron las puertas. La finca estaba vallada para evitar que se escapasen los caballos. De niña había sido formada como amazona, pero lo había dejado a los dieciocho tras la muerte de su madre. Había quienes decían que una caída durante una competición de monta campo a través había sido la causa del infarto de Rebecca. En cualquier caso, con un amor a los caballos demasiado fuerte para olvidarlos, cinco años atrás, Hope había vuelto a la monta vaquera, pero se mantenía alejada de cualquier clase de competición.

La casa era un edificio de ladrillo blanco con tejado de estuco. La parte delantera estaba enmarcada por un jardín de cactus al oeste y una rosaleda al este, que la propia casa protegía del mortal sol del mediodía. Más allá del vallado, había un huerto y tras éste un soto de melocotoneros.

—Has convertido esto en una de las fincas más hermosas de la zona —dijo recorriendo el camino de hormigón.

—Me alegro de que pienses así. He tratado de convencer a mis vecinos de que me vendan otros veinte acres, pero mi padre está haciendo todo lo posible por comprarles los setecientos acres enteros por una gran cantidad de dinero, así que las negociaciones están en el limbo.

Lyon no comprendía que un padre hiciera algo así, sobre todo a su única hija, pero Ellis sólo pensaba en sí mismo.

—Me da la impresión de que tu padre ha ido empeorando progresivamente desde la muerte de tu madre.

—Sólo a primera vista. La verdad es que como ella era lista y sólo podía mantener el control sobre una parte del ego de él, como decía ella, se le daba muy bien mantener sus deslices por debajo de la línea del radar de los chismorreos —accionó otro mando a distancia y se abrió la puerta de un garaje—. Mete ahí el coche.

En otras circunstancias, Lyon habría dudado. En una época de eternos litigios por crímenes sexuales y campañas de desprestigio, ningún agente de la ley se metía en una situación que remotamente pareciera una trampa. Pero era Hope, y sabía que trataba de protegerlo de los chismorreos que surgirían si su coche se quedaba a la vista un minuto. Al entrar vio la camioneta roja y el Mercedes negro. Ella siempre había conducido ambos vehículos, lo mismo que estaba torturadoramente atractiva de etiqueta o con vaqueros.

Salió del coche con una gracilidad que parecía imposible si se pensaba que cuatro días antes había sufrido un grave accidente. Abrió la puerta que llevaba al interior de la casa y dijo por encima del hombro:

—Como si estuvieras en tu casa —lo llevó por la lavandería hasta la cocina—. Esa puerta de la izquierda es un servicio si lo necesitas. Te ofrecería una cerveza u otra cosa, pero como estás de servicio, sé que me dirás que no. ¿Un café, té, algo frío?

Dejó el bolso en una silla, se quitó el impermeable y lo colgó del respaldo.

—Nada, gracias —Lyon también se quitó el impermeable y lo colgó de otra silla.

A pesar de la larga amistad de los dos con Will, ésa era la primera vez que iba a la casa y encontró la cocina acogedora y cálida, a pesar de que casi todo era negro. Dos grandes ventanas dejaban entrar la luz suficiente como para que no hubiera necesidad de lámparas.

—Llevas horas de pie, siéntate —dijo Hope señalando con la cabeza una banqueta al lado de una barra mientras se remangaba la blusa para lavarse las manos en la pila—. No tardo nada.

Lyon se sentó en la segunda banqueta y le dejó a ella la primera. Los cojines amarillos y azules estaban decorados con motivos españoles y casi hacían juego con los mantelitos. También reparó en la ligera iluminación debajo y encima de los armarios y un jardín de macetas en el patio, todo ello para no mirarla mientras se lavaba las manos. Innegablemente delgada, tenía sus curvas y se movía como una bailarina, seguramente por las lecciones de equitación que había recibido de pequeña, pensó Lyon.

—Si el resto de la casa es como esto —apuntó—, eso explica por qué a Will le costaba tanto convencerte para salir de fiesta una vez que estabas en casa.

—Debo admitir que soy hogareña —lo miró por encima del hombro—, sobre todo cuando el trabajo me mantiene alejada de aquí demasiadas horas. Una confesión: empezaba a temer el momento de tener que dejar esto.

Lyon se había preguntado cómo Will y ella habrían resuelto su futuro lugar de residencia. Will jamás habría abandonado su rancho, propiedad de su familia durante tres generaciones. Quizá Hope había pensado que podrían vivir parte del tiempo en una casa y parte en la otra, pero eso no parecía muy práctico. Seguro que Will le había prometido cualquier cosa para que ella siguiera con el anillo en el dedo. Ésa era otra de las cosas que él sabía y de la que Hope no era consciente.

Hope sacó un par de cuencos para sopa de un armario y una sopera amarilla de la nevera. Sirvió la sopa y después metió los cuencos en el microondas.

—He hecho quesadillas de carne, ¿tienes apetito suficiente para probar una?

Lyon se apoyó en el respaldo de roble. No era que no tuviera hambre, era que no podía creerse que aquello estuviera sucediendo.

—Hope, déjalo y siéntate. Mejor acuéstate. Recuerda, yo soy el tipo que sabe por lo que has pasado y no quiero llamar a mi médico para que te eche un vistazo a una nueva herida que te has hecho cocinando.

—No dramatices, Lyon. Lo creas o no todo esto me tranquiliza y estabiliza. Calentaré alguna.

Sacó el plato de quesadillas y puso servilletas y cubiertos en los manteles. Para entonces ya estaba lista la sopa y sirvió el resto de la comida.

—Los elogios no le hacen justicia —dijo él oliendo el cuenco de sopa.

—No me esperes, empieza —hizo un gesto rechazando el halago.

Lyon esperó a que todo estuviera en la encimera y ella sentada. Finalmente se llevó la primera cucharada a la boca.

—Esto es mejor que cualquier analgésico y perfecto para este tiempo lluvioso.

—Me alegro de que te guste, si quieres puedo darte para que te lleves a casa.

—No me lo digas dos veces. Está bien que utilices frijoles en lugar de refrito y que le añadas tú el maíz —dijo prolongando el último bocado—. Mi madre lo hacía así también. Es deprimente ver cuánto se utiliza en esta ciudad el relleno de tacos. Relleno de tacos y judías refritas es una mal imitación de una quesadilla.

—Apuesto algo a que tu madre está disfrutando por tu nostalgia de su cocina —dijo ella mirándolo chuparse los dedos tras comerse el último bocado—. Solía comprarle mermelada de fresas todos los años, y cebollas dulces. Nuestra ama de llaves no la encontraba mejor.

—Me lo decía —se alegró de recordar eso. Se preguntó si ella le habría visto alguna vez mirarla desde el granero cuando paraba en la pequeña frutería de sus padres al lado de la granja—. Decía que no podía creer que algo tan dulce y de buena educación como tú pudiera haber salido de un hombre tan retorcido.

—No, nadie confundirá jamás a mi padre con Santa Claus —lo miró a los ojos—. Lyon, sé que debes de echar terriblemente de menos a tus padres. Yo aún echo de menos a mi madre y murió hace años.

—No quería deprimirte aún más —empezó él.

—No lo haces, pero me harías sentir mucho mejor si me prometieras que no vas a permitir que algunos busca problemas te echen de la ciudad.

—Guau —dijo Lyon despacio apartando su mantel para apoyarse en la mesa—. Menuda transición.

—Por tus ojos diría que estás impaciente por saber para qué te he traído aquí.

Lyon sabía que sería un milagro en una comunidad de menos de cinco mil personas que alguien no oyera algo cuando alguien quería su cabeza en una bandeja al lado de su placa, pero tenía la esperanza de que Hope hubiera permanecido ajena a las murmuraciones.

—No estoy impaciente —respondió—, sólo preocupado porque alguna otra cosa más te esté pesando. No dediques a Rochelle más pensamientos de los que se merece.

—Hay más gente que Rochelle haciendo acusaciones —dijo Hope preocupada—, y lo sabes. Me he quedado horrorizada cuando he oído a Clyde y Merci decir que estaban de acuerdo con ella. Sólo hay que ver tus heridas… —sacudió la cabeza—. Si hay alguien a quien reprochar algo es a mí. Debería haber ido andando hasta tu coche y no haber permitido que me llevaras. Eso te hubiera dejado más tiempo para sacar a Will.

—No podías caminar, corazón. Hasta después no se ha determinado que disteis cinco vueltas de campana. El milagro es que no estés muerta, sobre todo porque los airbags no saltaron.

—Es verdad, no saltaron.

—Tus abogados necesitarán esa información —siguió él—. Puedo ayudarte con todo el papeleo.

—Mi abogado… Lyon, que no voy a usar —respondió ella—. No haré nada que pueda colaborar a que te echen la culpa por la muerte de Will —movió un poco la banqueta para poder mirarlo cara a cara y apoyó los codos en los muslos—. Había estado bebiendo, lo sabes.

—Por eso detesto eximirme de culpa —replicó serio—. Si hubiera salido detrás de ti antes en lugar de quedarme a decirle a George que volvería para acompañarlo al banco a ingresar el dinero por la noche, habría visto que era Will quien conducía.

—Lo sé —sonrió ella triste—. Las cosas suceden, Lyon. Fue un error dejarle conducir, pero había cosas que tenía que decirle.

Lyon se veía asaltado por la imagen del aparcamiento vacío desde el accidente y lo mucho peor que podían haber salido las cosas.

—Es un consuelo —añadió tranquilo—. Estoy seguro de que Will estaba muerto antes de la primera explosión.

—Yo también lo creo —dijo ella con los ojos cerrados.

Aliviado porque ella tampoco tuviera dudas, Lyon se recostó en la silla y respiró hondo.

—La gente que diga lo que quiera. Las cosas se irán calmando.

—Kent estará a tu lado, pero sólo en la medida en que eso no comprometa su carrera política. Lo que me preocupa es que Clyde y Mercy estén de acuerdo con Rochelle, y más cuando hablan de buscar a alguien con más «dedicación» para ocupar tu sitio.

—He oído lo que ha estado diciendo tu padre, Hope.

—Me avergüenzo tanto de él —bajó la cabeza—. Dice que cambiar al jefe de policía será bueno para la comunidad. Quiere decir que será bueno para su posición en la comunidad. Sólo quiere que tu placa la tenga uno de sus hombres.

—Aprecio tu preocupación, pero en lo referente a asuntos de la comunidad, confía en mí. No rogaré para mantener el empleo. Si la confianza en mi trabajo es tan endeble que una voz grandilocuente puede desbancar a las pruebas sólidas, entonces no quiero el trabajo.

—Pero te necesitamos. Tú has visto cómo crecía la población… todo ese dinero que ha llegado desde Dallas, la gente invirtiendo en grandes ranchos, el precio de la tierra subiendo. Hay un plan en marcha y necesitamos al resto de la comunidad para contrarrestarlo. Hago lo que puedo, pero… han pasado cosas y puede que tenga que aflojar el paso.

Las alarmas saltaron en la cabeza de Lyon. Así que sus sospechas de que lo había estado evitando eran ciertas. Las palabras le salieron antes de poder controlarlas:

—Maldita sea, Hope, sabía que ocultabas algo. ¿Qué ha pasado? ¿Te hizo Will algo antes del accidente?

—No. Quiero decir que no es lo que piensas. Estoy magullada, sí, pero nada más.

—Entonces, ¿qué pasa? —exigió.

—Estoy embarazada.

 

 

Había pensado que sentiría alivio cuando se lo dijera, pero sólo sintió arrepentimiento al ver la conmoción en los ojos de Lyon y que se quedaba pálido. Sus oscuros ojos, herencia de su madre cherokee, perdieron toda su luz y se convirtieron en dos oscuros abismos. Cuando se cubrió los ojos con la mano que no tenía herida, Hope sintió que se le cerraba la garganta de la emoción. Le había decepcionado. Él sabía que Will no había cambiado y se preguntaba qué hacía ella con él, mucho más cómo se dejaba preñar por él.

Se frotó la cara con la mano antes de cerrarla en un puño y decir:

—¿Y dices que estás bien? —murmuró—. ¿Cómo lo sabes? Saliste del hospital antes de que te hicieran ninguna prueba.

Eso no era lo que esperaba que dijera. Impulsivamente le acarició una mano con la esperanza de que comprendiera.

—Necesitaba algo de tiempo. Tengo que pasar esta semana sin chismorreos extra y miradas que habrían empezado si hubieran sabido… bueno, los resultados de los análisis hubieran corrido más que un tornado.

—¿Me estás diciendo que ni siquiera lo sabe Ellis?

—Si lo supiera, esa recepción privada en el rancho sería para comprarme un marido antes de que el nombre de la familia se viera en entredicho.

—Hope, el único que pone en peligro el buen nombre de tu familia es el mismo Ellis.

Deseó abrazarlo por no haberse siquiera preguntado si el niño era de alguien distinto de Will. Su fe en ella era un bálsamo.

—Tú no piensas como mi padre. Si se lo hubiera dicho, ahora estaría rumiando la oportunidad perdida para hacerse con las propiedades de los Nichols. En su mente lo único que había cuando Will aún estaba vivo era conseguir algún beneficio a cambio de mí. Que yo sea tan independiente como soy lo tiene de los nervios, así que no se quedará tranquilamente mirando cómo me pongo como una ballena sin tratar de recuperar algo de lo que ha invertido en mí.

—Hope… eso es atroz.

—Pero es la triste realidad. No hace mucho que se lamentaba de que la ley le impidiera arreglarme una boda. Ya llevo viviendo por mi cuenta unos años, pero estoy segura de que lo va a intentar. Por eso tengo que pensar bien las cosas.

—¿Cómo demonios se casó tu madre con ese hombre?

—Lo quería —dijo encogiéndose de hombros—. Había días que apenas se dirigían la palabra, y recuerdo temporadas enteras en que ella no le dejaba entrar en su habitación, pero al final siempre le dejaba. Sin duda ese hombre era su talón de Aquiles —Lyon se quedó en silencio y ella continuó—: Eso era lo que tenía que hablar con Will y por eso me metí en la camioneta con él. Le dije lo del embarazo y eso fue lo que desencadenó el accidente.

—¿Discutisteis?

—A mí me conoces bien… pero su adrenalina se disparó, sin duda animada por el alcohol. Empezó a dar puñetazos en el aire gritando: «¡Bingo!».

—¿Que dijo qué?

—A mí también me pareció extraño. Sobre todo porque él era el responsable de la protección porque yo había dejado de tomar anticonceptivos —no quiso seguir, agitó una mano en el aire para apartar todos esos pensamientos negativos—. Quizá es demasiada información, incluso para un amigo policía. Lo siento.

—Vale —replicó—. Tú sabes exactamente por qué necesito saber. Y como amigo tuyo, quiero comprender.

—Entonces deja que te cuente el resto y seré feliz si no vuelvo a sacar el tema —por lo menos hasta que lo que viniera fuera lo bastante mayor como para hacer preguntas, se prometió—. Cuando Will actuó como actuó y dijo lo que dijo, tuve un mal presentimiento. Le pregunté si había manipulado los preservativos —se volvió hacia él—. Estaba tan enfadada por lo que me estaba enterando como por lo que había visto en el bar un momento antes. Resulta que tenía problemas económicos y me enteré de que había necesitado la ayuda de mi padre. Mi embarazo era un seguro para él. Ya teníamos problemas en el departamento de fidelidad. Bueno, los tenía él —hizo una pausa—. Cuando vi su reacción ante la noticia, le dije que a pesar del embarazo no habría boda. Me quité el anillo y lo metí en la guantera. Se enfadó. Trató de hacer que me lo volviera a poner y ahí fue cuando perdió el control de la camioneta.

En ese instante Lyon le pareció más capaz de ser violento de lo que le había parecido nunca, pero cuando le agarró la mano, su caricia fue increíblemente suave.

—Si te hubiera hecho un daño más grave, si hubiera destrozado esa bonita cara, no se lo habría perdonado jamás.

—Lyon…

—Prométeme que llamarás a un médico en cuanto me marche.

—Pronto. Hay unas cuantas cosas más que tengo que resolver.

—¿Qué puede ser más importante? Lo digo en serio. No he venido aquí como poli. Will me tenía preocupado desde hace mucho tiempo. He venido para estar contigo y ver cómo puedo ayudarte.

—Hay una cosa.

—Sí, te llevaré al médico. ¿Qué más?

—Cásate conmigo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL corazón de Lyon latía tan fuerte como si estuviera en el campo de rugby. Estaba tan enfadado con Will que no estaba seguro de haber oído bien a Hope. Si ese imbécil hubiera sobrevivido al accidente, habría acabado con él.

«Se te está yendo la cabeza, colega», se dijo.

¿Hope iba a tener un hijo? Tenía un nudo en el estómago. Las mujeres hacían eso desde el principio de los tiempos, pero Hope no. Era demasiado pequeña, y estaba prácticamente sola, sin madre ni hermanas… ninguna familia para ayudarla. Los padres eran unos inútiles en esas lides y Ellis mil veces más. Seguro que tenía amigas… cualquiera con su carácter tendría amigas. Pero ella estaba tan ocupada cuidando de los demás que le quedaba poco tiempo para disfrutar de su propiedad como merecía. Porque ella era más como él, una solitaria que necesitaba su tiempo de soledad para estar equilibrada. Y Lyon experimentó una profunda ansiedad por ella, una ansiedad que no había sentido desde cuando había oído las previsiones meteorológicas de la tormenta que había matado a sus padres.

«Cásate conmigo».

—Tienes razón en lo de tu padre cayendo sobre ti como un F4 cuando se entere —dijo él por fin—. Pero eso sólo empeoraría las cosas, Hope. Tú misma lo has dicho: la gente me tiene entre ceja y ceja y quiere que me vaya.

—Creo que puedo acabar con la amenaza a corto plazo. Soy una creyente en la seguridad de la teoría de los grandes números. Hay cosas que puedo hacer y decir para que unos cuantos residentes se enteren de los planes para despedirte antes de que sea demasiado tarde.

—Mis oponentes irán a por ti por defenderme. ¿Cómo voy a permitir eso, sobre todo en tu estado?

—Quizá pueda mover algunas conciencias yo y la gente no se permitirá decirme a mí lo que te diría a ti; además de sembrar la duda sobre las acusaciones. ¿Y quién dice que alguien más tenga que saber de mi estado? Ya habrá tiempo —añadió al ver su mirada de desconcierto.

—¿Estás sugiriendo que hagamos pasar al bebé como hijo mío? —preguntó despacio.

—Quizá son sutilezas, pero estaba pensando que, si no hay anuncio de embarazo, no habrá engaño. Por eso quiero ir a un médico de fuera de la ciudad.

—Deja que te diga los fallos que hay en tu razonamiento —replicó Lyon—. Va a haber un bombo donde ahora hay un vientre plano… y antes de lo que piensas, porque con el destino en contra que tienes, ese niño va a parecerse a Will. Puedes conseguir que se retrase la divulgación, a menos que creas que puede funcionar que sugiramos que teníamos una aventura a sus espaldas… y sabes que no funcionaría. Ibas a casarte con un icono local. Y yo seré acusado de aprovecharme de ti en el momento en que eras más vulnerable.

Hope alzó la barbilla y respondió:

—He sido vulnerable desde hace meses… si no más. ¿Has visto quién más estaba en el funeral? Rochelle no ha intentado esconderse, y no me sorprendería que alguna más saliera de cualquiera sabe dónde cuando pase el tiempo —por eso no podía llorar por Will y jamás lo haría.

Había ensuciado cualquier buen recuerdo que pudiera tener del tiempo que habían pasado juntos y acabado con cualquier buen recuerdo que le quedara de él.

—Hope —razonó Lyon—. No soy del lado malo, pero mi pedigrí no tiene nada que ver con el de los Nichols. Si te casas conmigo, puede que tu padre te desherede o me asesine.

—Eso no es gracioso, Lyon —replicó ella con el ceño fruncido—. Lo poco azul que puede haber en mi sangre se debe a la familia de mi madre —suavizó la voz—. No vas a decirme ahora que eres un esnob al revés, ¿no?

—Lo que estoy es tratando de salvarte de tus buenas intenciones. Tratas de convencerme de que te ayudaría tanto como tú me ayudarías a mí, pero yo no lo veo. Te hará daño, Hope.

—No, al margen de la paliza mental de mi padre. Serás mi protección frente a Clyde y Mercy.

—¿Cómo?

—Técnicamente el hijo de Will tendrá derechos sobre esa finca, pero yo quiero que ellos los tengan.

—Sólo eso puede hacer que a tu padre le dé un infarto.

—¿De qué otro modo voy a evitar sus reclamaciones de visitas como abuelos? Esta semana he visto lo suficiente para saber que quieren su finca cueste lo que cueste —sacudió la cabeza—. No quiero poner a un niño inocente en un ambiente que lo considere un estorbo.

—¿Cuándo querrías hacerlo?

—¿Puedes mirar tu agenda y decirme qué fechas tienes libres?

—También tengo que pensar un poco más qué ángulo de explicación sería el mejor para ti. ¿Qué pasa si en febrero o marzo tienes un niño rubio de ojos azules? Las enfermeras sufrirán un ataque de pánico la primera vez que coman pensando que se ha cometido un error con la pulsera de identificación.

—Mi padre tiene los ojos grises y era rubio antes de tener canas.

—La gente no pensará en tu padre, Hope —carraspeó.

—Quizá no. O quizá para entonces hayas encontrado el amor de tu vida y quieras volver a ser libre.

Después de mirarla fijamente unos segundos, bruscamente miró su reloj que temporalmente llevaba en la muñeca derecha, y murmuró entre dientes:

—Tengo que volver a la comisaría. Con lo bien que he comido creo que podré manejar todo mucho mejor. ¿Sigue en pie la oferta de la tartera?

Aunque decepcionada, Hope se puso en acción de inmediato.

—Claro. Me lleva un segundo prepararte las cosas —pero se preguntaba qué acababa de suceder.

Claro que tenía que volver a la comisaría, pero un segundo antes parecía querer quedarse más. ¿Sería por lo que había dicho? Había que dejar las cosas claras. Quería que él supiera que podía ser sincero si encontraba a otra persona. Pero y si sucedía…

Mientras Lyon se ponía el impermeable, llenó dos tarteras de plástico con la comida, después las metió en una bolsa de papel. No podía negar que empezaba a tener el estómago revuelto y no por el embarazo.

«Admítelo, no quieres pensar en él enamorado de otra que no seas tú».

—No son de usar y tirar, pero no te molestes en lavarlos —le dio la bolsa—, échalos en la misma bolsa y ya me los darás.

—Al contrario de lo que sugieres —dijo arrastrando las sílabas—, soy partidario de lavar los platos. De hecho, soy un buen amo de casa —se dirigió a la puerta del garaje.

Cuando se dio cuenta de que ella no lo seguía, se dio la vuelta, deshizo el camino recorrido y se detuvo delante de ella.

—Perdóname —empezó—. Estoy cansado y desde luego en un terreno en el que no me siento cómodo. Dame un poco de cancha y déjame hacer algo un poco convencional —se cambió la bolsa de mano, le alzó la barbilla y dijo—: ¿Quieres casarte conmigo?

—Sí —susurró ella.

 

 

Lyon no se dio cuenta de que había dejado de llover hasta que estaba a más de un kilómetro. Apagó los limpiaparabrisas justo a tiempo de pisar el freno. Consiguió esquivar a un ternero cubierto de barro que buscaba suelo seco. Mientras el choto y él se miraban detenidamente, estalló en una carcajada. Así que iba a casarse. Casarse…

Había empezado a creer que nunca sucedería. En realidad no iba a suceder lo que había esperado, pero, milagrosamente, la mujer sí era la adecuada.

El rostro de Hope cuando le había besado la esquina de la boca estaría para siempre impreso en su memoria. No podía negar que él había deseado un beso distinto, pero tenía que ser paciente. Lo sería. Sólo había que ver lo lejos que había llegado.

Con la mente de vuelta al trabajo, rodeó al ternero. La necesidad de volver a la comisaría era suficientemente real, tenía que dejar de pensar en la generosa oferta de Hope de romper el contrato si encontraba al amor de su vida. Eso le había dolido más de lo que podía reconocer en presencia de ella porque él no quería creer que ella pudiera hacer lo mismo. Si las cosas eran a la inversa, sería imposible que él se limitara a decirle adiós educadamente.

Al llegar a la comisaría, lo saludó el operador Buddy Yantis, el único allí en ese momento. El resto o estaba comiendo o había vuelto a casa antes de que empezase el turno de noche, excepto el único detective a jornada completa, Cooper Jones, que estaba en el juzgado. A pesar de la temperatura suave, Buddy sudaba por la frente y se abanicaba con una servilleta. Normalmente tranquilo, su aspecto le dijo que había problemas.

—¿Qué ha pasado?

—El señor Harrell —las manos le temblaban mientras le entregaba los recados telefónicos—. Espera que le llame.

—Seguro que sí —agarró las notas de papel e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta—. Tómate hora y media libre y vete a ver a tu mujer y tu hijo.

—Estoy bien, jefe. Puedo esperar el relevo.

Buddy era veterano de guerra. Había sufrido en Irak una severa conmoción cerebral. Otras comisarías lo habían rechazado, pero Lyon había visto la desesperación de un marido y padre tratando de reconstruir su vida y le había ofrecido el puesto de operador telefónico. Llevaba cinco meses y todo había ido bien.

—Sí, puedes —dijo Lyon con calma—, pero no tienes por qué. Estaré bien hasta que vuelvan los demás. No quiero verte hasta… —miró el reloj— las dos, ¿entendido?

—Gracias, señor —dijo agradecido y salió del edificio a toda velocidad.

En la sala de descanso escribió su nombre en la bolsa de comida, después la metió en la gran nevera. Todo ese tiempo estuvo pensando en Ellis y en lo que el insensible tirano habría dicho a Buddy para que estuviera en ese estado. No sorprendía que el teléfono de Hope no hubiera sonado mientras estaban en su casa. Ellis había pasado ese tiempo intimidando a la persona que menos lo merecía del departamento.

Una vez en su despacho, se tomó su tiempo para revisar el resto de mensajes. Después leyó el correo electrónico. Envió algunos mensajes y sólo entonces marcó el número de Ellis.

—Residencia Harrell —anunció una voz.

—Soy el jefe Teague —respondió Lyon—. El señor Harrell me ha dejado recado de que le llame.

—Voy a ver si está, señor.

Lyon oyó risas y voces masculinas de fondo. La fiesta de la que había hablado Hope debía de estar en su apogeo.

—Se ha tomado su maldito tiempo —soltó Ellis en lugar de saludar—. ¿Le ha dicho ese idiota que le he llamado un montón de veces?

—Tengo todos los mensajes del oficial Yantis delante de mí, señor Harrell —respondió apretando mentalmente los dientes—. Y, por cierto, Buddy Yantis es un veterano de guerra condecorado. Apreciaría que lo tratara con el mismo respeto que indudablemente él lo ha tratado a usted. Y ahora, ¿cuál es su problema?

—¿Dónde está mi hija?

—Es su casa.

—¿La ha llevado usted?

—Sí.

—He llamado varias veces. No me ha respondido.

—Quizá ha hecho caso al médico y ha desconectado el teléfono —esperó que lo hubiera hecho.

—Bueno, basta de charla —cortó Ellis tras un espeso silencio—. No sé qué está pasando, pero manténgase lejos de ella.

—¿Perdón?

—Ya me ha oído. No está en sus cabales ahora mismo y no dejaré que se aproveche de ella.

—¿Alguna cosa más? —dijo manteniendo el tono plano.

—Sí, quiero su placa. Cuanto más me moleste, antes la tendré.

—No sabía que hubiera rellenado la solicitud para alcalde —dijo arrastrando las sílabas.

Ellis colgó de un golpe.

—Faltaría más —murmuró Lyon colgando el teléfono y tirando a la papelera las notas telefónicas—. Dedíquele todo su esfuerzo.

 

 

Hope no sólo se acostó tras la marcha de Lyon, sino que además se quedó dormida hasta que un cenzontle la despertó con su inagotable repertorio a las tres de la madrugada. Habiendo dormido casi catorce horas, fue a la cocina y se preparó café. Sabía que no sería capaz de volver a la cama una vez que su mente se había puesto en marcha. Además tenía mucho que hacer. Estaba mirando el agua de casi una docena de cubos y de otras plantas en tiestos, recibidos tras la muerte de Will, cuando sonó el teléfono. Vertió un poco de agua por el sobresalto y secó la cómoda de roble mientras atendía el teléfono.

—¿Sí?

—Así que estás despierta. He visto las luces encendidas y me he preguntado si pasaba algo o sólo que no querías dormir a oscuras.

Hope se acercó a la ventana de la cocina y miró la calle. Vio las luces frente a la puerta delantera. El corazón se le alteró un poco al saber que Lyon estaba preocupado por ella.

—Cuelga, te abro —corrió al garaje y abrió las puertas.

Cuando Lyon sacó sus largas piernas del coche, en sus ojos vio que estaba cansado y observó que tenía el pelo revuelto. Su mirada con los ojos entornados le hizo sentirse un poco desnuda con el sujetador deportivo blanco y pantalones cortos. Pretendía practicar yoga con un vídeo después de regar las plantas.

—Tienes el aspecto de necesitar un colirio tanto como un café —dijo apartándose para dejarlo entrar.

—Demasiado papeleo —al llegar a la cocina olió el aire y gimió—. Siéntete libre de administrarme eso por vía intravenosa.

—Estará listo en dos minutos —dijo Hope cerrando la puerta tras él—. No me digas que aún no te has acostado —aunque era evidente que se había afeitado hacía poco.

—Lo he intentado, pero sólo he dado vueltas en la cama.

—Oh, cariño. ¿Y yo soy la causa de tu desasosiego?

—No, mi otra prometida —dijo dándole un beso en la mejilla. Reparó en su atuendo—. No me digas que ibas a salir a correr.

—No, por Dios. Iba a hacer yoga. Trato de practicarlo al menos quince minutos cada mañana y media hora los fines de semana. Es un maravilloso alivio para el estrés.

—Eso explica tus movimientos fluidos como de bailarina. Pareces más descansada que cuado me he marchado —sacó un taburete y se sentó.

—Me gustaría poderte devolver el cumplido. ¿Tienes hambre? Puedo prepararte un desayuno de sartén.

—Sólo café, gracias, me he comido para cenar tu comida viendo las noticias de las diez. La bolsa está en el asiento del coche. Que no se me olvide.

—Vale —Hope se sirvió una taza para ella y se sentó delante de él. Le sirvió café a él y Lyon inhaló el aroma—. Siento haberte dado dolor de cabeza. ¿Es ahora cuando me dices que has cambiado de idea?

Hubo un largo silencio. Hope sintió que se le salía el corazón del pecho. Después del dulce beso que le había dado, había dado por sentado que él de inmediato la tranquilizaría.

—Lo que necesito —dijo finalmente Lyon— son algunas clarificaciones.

—Sobre…

—¿Cómo esperas que funcione esto? Me refiero a que técnicamente nos embarcamos en un matrimonio de conveniencia, aunque tendrás que admitir que será cualquier cosa menos conveniente.

Ella comprendió. Al menos eso pensaba. Se refería a que aquello complicara su vida amorosa, aunque él le había dicho que no había nadie en especial. Claro, que eso no significase que fuese célibe. ¿Pero cómo le daba permiso para hacer lo que él quería hacer cuando sólo pensarlo hacía que el café que se había tomado le volviera a la garganta?

—Hope, lo que te estoy preguntando es si esperas que vivamos juntos.

—Bueno, viviremos y trabajaremos en la misma ciudad, así que, a menos que seamos una pareja con dos domicilios, no se me ocurre nada —dijo retorciéndose la coleta con el dedo índice—. No va a resultar muy convincente si tú te quedas en tu apartamento y yo sigo viviendo aquí.

—Estaba intentando ser un caballero y esperar a que me invitaras —dijo con una media sonrisa.

En realidad no lo había hecho, ¿no?