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Romance tras las cámaras Helen R. Myers La historia más apasionada transcurre tras las cámaras… La presentadora del telediario Hunter Harding estaba acostumbrada a dar las noticias, no a ser su protagonista. A su nuevo jefe, Cord Rivers, un conocido mujeriego, no le unía más que una historia que prefería no recordar. Cord Rivers podría tener a cualquier mujer que quisiera. Sin embargo, a la única que deseaba le culpaba de haber roto sus sueños, tanto personales como profesionales. Ahora tendría que convencer a Hunter de que podía aspirar a mejores sueños y de que él podía ayudarla a hacerlos realidad. Pero para ello, ella tendría que permitirle formar parte de su vida… Pasiones del pasado Kimberly Lang El acuerdo de negocios con su exmujer estaba siendo muy placentero. A Jack Garrett le gustaban las mujeres dóciles… y compartir con su rebelde exmujer los viñedos que había heredado no le apetecía mucho. Tenía claro lo que iba a hacer: visitar a Brenna, hacerle una oferta y… marcharse. De inmediato. Pero con sólo mirar una vez la bronceada piel de Brenna su cuerpo no pudo evitar recordar las apasionadas noches que habían compartido…
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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 465 - febrero 2024
© 2011 Helen R. Myers
Romance tras las cámaras
Título original: It’s News to Her
© 2010 Kimberly Lang
Pasiones del pasado
Título original: Boardroom Rivals, Bedroom Fireworks!
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1180-661-9
HUNTER Harding sabía siempre cuándo las cosas estaban a punto de torcerse. Solía ocurrir unas horas —generalmente unos minutos después de pensar que la vida le iba bastante bien. No era algo derivado de su trabajo de periodista. La primera experiencia le sobrevino cuando tenía dieciséis años y, más concretamente, la mañana en que se despertó pensando que era maravilloso que ese mismo día su padre volviera a casa de su último viaje y la viera vestida para el baile de graduación.
Bajó bailando las escaleras y se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre sollozando frente a la mesa del desayuno. Por lo visto, mientras Hunter se estaba duchando, había telefoneado el director de la cadena de televisión de Nueva York en la que trabajaba su padre. El avión procedente de Colombia en el que viajaba Nolan Harding había desaparecido y se temía que se hubiera estrellado debido a una tormenta. Unos días después, encontraron los restos del aparato y se confirmó lo que todos temían: no había supervivientes.
Aunque su posición económica era desahogada, su madre vendió su hogar en Mahwah, Nueva Jersey, y se mudaron a San Antonio, Texas, ciudad en la que había nacido Hunter, para estar cerca de los abuelos maternos, ya que los padres de su padre hacía tiempo que habían muerto.
Aunque estaba en el último curso del colegio y no conocía a nadie, Hunter aprendió a amar Texas, hizo amigos con facilidad y, pese al vacío que había en su corazón, se propuso salir adelante por su madre y sus abuelos.
Entonces, justo antes de licenciarse en la universidad, cuando todos sus seres queridos iban a ser testigos del momento en el que recibiría su diploma y la vida volvía a sonreírle, recibió la noticia de que el hermano de Danica, su compañera de habitación, que andaba en malas compañías, estaba en coma en el hospital debido a una sobredosis.
El patrón de experiencias dolorosas continuó, siendo la más reciente su breve compromiso con Denny Brewster. Hunter seguía muy resentida por aquel episodio y trataba de no pensar mucho en él. Así pues, cuando aquella mañana de junio se despertó temprano en su piso de San Antonio y se desperezó con placer al recordar que el día anterior el telediario que presentaba junto a Greg Benson había vuelto a ser líder de audiencia en la franja horaria de las cinco y las diez, el sonido del teléfono le hizo entrar automáticamente en estado de pánico.
Pensó que la realidad volvía a llamar a su puerta. La pregunta era: ¿sería muy traumática?
«No, por favor. ¿Hasta cuándo me va a dar el destino una de cal y otra de arena?».
Se trataba de Tom Vold, productor ejecutivo de KSIO, informándola de que el senador por Texas, George Leeds, al que hacía dos días habían pillado en un escándalo muy dañino para su carrera, había anunciado a la prensa que iba a hacer declaraciones aquella mañana. Tom estaba convencido de que iba a presentar su renuncia al cargo y quería que Hunter llegara al trabajo lo antes posible para poder dar la noticia en directo.
El acontecimiento, que en circunstancias normales podría haber supuesto una oportunidad para su carrera, le produjo una sacudida. Tenía que volar a Nueva Jersey para pronunciar un discurso de inauguración en el colegio en el que se habría graduado de haber permanecido en la Costa Este. ¿Cómo iba a arreglárselas para seguir en directo la dimisión del senador y llegar a tiempo al aeropuerto? ¿Qué explicaciones iba a darle a la dirección del colegio de Nueva Jersey?
Pero si le pedía a su jefe que enviara a Greg, un co-presentador relativamente nuevo, a cubrir la noticia, daría la impresión de que Hunter no le daba al acontecimiento la importancia debida. Si Tom quería que fuera ella la que se encargara de aquello, no le quedaba más remedio que ir.
Pensando que no tendría tiempo de cambiarse aquella noche, se puso el traje de seda rojo que había planeado llevar para el evento y salió disparada al trabajo. Aunque no era demasiado exigente con su aspecto en su vida personal, cuidaba con esmero su imagen profesional e invertía en ropa y accesorios de calidad. Sin embargo, llevaba con resignación lo de llevar zapatos, y se los quitaba a la menor oportunidad. A sus compañeros de equipo les decía en broma que había sido una hippie de playa en una vida anterior.
Cuando llegó a la tele, corrían rumores de que el senador estaba a punto de dimitir. Tuvieron la suerte de disponer de cuarenta minutos para preparar un programa interesante con invitados de calidad. Llegado el momento de la emisión, Hunter retransmitió las declaraciones y condujo las entrevistas hábilmente.
—Y con esto finaliza nuestro reportaje especial —dijo veinticinco minutos después de que el senador leyera sus declaraciones—. Con ustedes, Hunter Harding. Seguiremos informándoles en las noticias de las cinco y las diez de la noche. Hasta entonces, buenos días.
—Estamos fuera de antena. Excelente trabajo, Hunter —la felicitó Wade Spangler, director del espacio informativo.
—Gracias a ti, Wade, y a todos —contestó Hunter, con la adrenalina todavía bombeando por su cuerpo. Disimulando su nerviosismo, añadió—: Os invito a todos a una pizza. Que alguien le pregunte a Joey, en recepción. Debería de haber llegado ya.
De la sala de control salieron exclamaciones de agradecimiento. Hunter extrajo el audífono de su oreja, desenganchó el micrófono y retiró la batería metida en la cinturilla de la falda. La cadena seguiría con la emisión del programa de entrevistas desde Nueva York, por lo que no tenía necesidad de salir pitando, pero tenía que recordarle a sus jefes el compromiso de aquella noche y reservar otro vuelo.
—¿Sabe alguien si la competencia ha retransmitido en directo la dimisión del senador? —preguntó al grupo en general. Le alegraría enormemente saber que se habían adelantado a las cadenas rivales.
Una voz familiar proveniente de la sala de control habló.
—No, señora. KAST ha recurrido a su empresa madre y las otras dos no se han salido de su programación habitual. Enhorabuena, gracias a ti hemos sido los primeros, como siempre.
—Gracias, Fred —dijo Hunter a su productor, Fred Gant, levantando el pulgar—. Dile a tu mujer que esta noche te dé un beso de mi parte.
Entre carcajadas, Fred dijo:
—Y ella me dirá: «Cuando te bañes, cerdo asqueroso». Por cierto, los de arriba te reclaman. Papi Yarrow en persona requiere el placer de tu compañía.
—¿De veras? Ahora mismo debería estar a nueve mil metros de altitud sobrevolando Arkansas. ¿Es que nadie lo recuerda en este edificio?
—Recuerda ver la botella medio llena, querida — replicó Fred—. Puede que te lleve al aeropuerto en limusina para compensarte.
Hunter se puso en pie señalándolo con el dedo.
—Es lo suficientemente amable como para hacerlo. Dile a Kym que voy de camino.
En circunstancias normales no le habría importado ser convocada a la oficina de Henry Yarrow pues gozaba de una relación especial con el consejero delegado y presidente de Yarrow Communications, Inc., la empresa matriz. Don Henry, como ella prefería llamarlo, había sido su mentor desde que comenzó a hacer prácticas en KSIO en su época universitaria. Pero el empresario tendía a enrollarse bastante y aquel día el tiempo era precioso.
El edificio Yarrow contaba con cuarenta plantas. Sin ser la estructura más alta de San Antonio, constituía una resplandeciente adición de granito y cristal al perfil urbano de la ciudad. Albergaba a todos los empleados y operaciones de KSIO, la sede de Yarrow Communications y treinta y tres oficinas ajenas a la empresa. En una época en la que las grandes corporaciones absorbían a entidades más pequeñas y débiles, YCI se mantenía como una de las pocas empresas de comunicación gestionadas por propietarios particulares y no por un conglomerado.
Mientras subía en el ascensor observada por cámaras de seguridad, Hunter examinó maquinalmente su peinado y maquillaje en el bruñido panel que revestía la pared. Conservaba el aspecto impoluto que había ofrecido ante las cámaras: el pelo color caoba suelto a la altura de los hombros y remetido pulcramente por detrás de las orejas dejando al descubierto sus pendientes de oro de dieciocho quilates; máscara de pestañas, raya y sombra de ojos intactas y el traje sin apenas arrugas.
A pesar de la presión a la que se había visto sometida aquella mañana, tenía buen aspecto. Cierto era que podía resultar más seductora si llevara conjuntos más provocativos como hacían otras presentadoras, pero Hunter no se consideraba una atracción visual para el equipo técnico ni para el público.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor y salió a la planta de dirección comprobó que la mayoría de las secretarias habían salido a comer temprano.
La asistente del señor Yarrow la recibió con una amplia sonrisa de bienvenida. Jean, la secretaria de toda la vida del señor Yarrow, había tenido que jubilarse anticipadamente debido a un principio de Alzheimer, y Kym Lee había sido seleccionada entre todas las secretarias para sustituirla. El señor Yarrow había querido encontrar a alguien de dentro de la empresa por razones obvias: para fomentar la excelencia, satisfacer las aspiraciones de ascenso de sus empleados y consolidar la lealtad a la compañía.
También ayudaba el hecho de que su nueva asistente estuviera familiarizada con la política de la compañía, los empleados y los socios corporativos. Cuando su título de secretaria fue sustituido por el de asistente personal para estar más acorde con los tiempos, sus antiguas compañeras habían refunfuñado un poco, pero Hunter era partidaria de dicho cambio pues admiraba a Kym.
La bella y pequeña empleada se puso en pie. De padres asiático-americanos, rezumaba gracia y feminidad.
—Hola, señorita Harding. Entre, por favor. La están esperando.
Golpeó ligeramente la gran puerta tallada detrás de ella y abrió la hoja derecha.
—Gracias, Kym —dijo Hunter.
Sabía que no valía la pena escrutar el rostro de la asistente para averiguar de qué iba todo aquello. Era demasiado profesional para revelar información.
De pronto Hunter vio que alguien más estaba en el despacho y dejó de hacerse preguntas para empezar a preocuparse.
Su mirada se cruzó con la del hombre situado tras Henry Yarrow cerca del ventanal. Llevaba sin verlo de cerca unos dos años, calculó. Le habría encantado no volver a verlo jamás, pues de no haber sido por él ahora estaría casada y, posiblemente, con hijos. Él había sido la causa de un dolor y una humillación que había tardado meses en superar. Y la cicatrización había sido doblemente difícil pues se había guardado toda su amargura para sí.
—Vete a comer, Kym —dijo Henry Yarrow con un gesto amistoso de la mano—. Entra, Hunter, querida. Has hecho un trabajo estupendo.
La televisión que había en el rincón, cerca del sofá de piel negro y los sillones de cuero color café, estaba apagada pero Hunter sabía que había seguido su segmento.
—Muchas gracias, señor.
Le habrían emocionado tales alabanzas de no ser por la presencia de Cord Yarrow Rivers. Que este fuera nieto de Henry no contribuía a mejorar la opinión que tenía de él.
Apoyado sobre su bastón con más pesadez de la habitual, Henry Yarrow, antaño un hombre corpulento, parecía haberse encogido de la noche a la mañana, como si estuviera abrumado por un peso insostenible. Henry señaló con un gesto de la cabeza al hombre que había junto a él, mucho más viril.
—Ya conoces a Cord.
Centrando toda su atención en el abuelo, Hunter murmuró:
—Señor Rivers…
—Es un placer volver a verte, Hunter —dijo él con voz cálida, y Hunter tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar traslucir su resentimiento.
Vale que fuera el único retoño de la hija de Henry Yarrow, su único nieto, pero había tenido la cara dura de dirigirse a ella por su nombre de pila, como si fueran viejos conocidos, incluso amigos.
Aunque no podía negar que el paso del tiempo lo había tratado con amabilidad. Debía de tener unos treinta y seis o treinta y siete años.
Con su traje de seda color gris, sus zapatos de piel italianos y su pelo castaño oscuro luciendo un corte de seiscientos dólares, parecía la imagen del éxito. Y lo era. Eso no lo podía negar. «Maldito sea», pensó ella con amargura.
—Toma asiento, por favor —dijo Henry sentándose tras la mesa—. Me temo que soy demasiado viejo para mostrar la cortesía que mereces.
—Gracias por el halago, pero no son necesarias las ceremonias.
Por dentro, sin embargo, no pudo evitar preocuparse. En los últimos dos meses había notado que Henry estaba cada vez más frágil. ¿Estaría a punto de anunciar que estaba seriamente enfermo e iba a vender Yarrow Communications? Sería típico de un hombre tan amable como él prepararla para la posibilidad de encontrarse sin empleo.
—Lamento saber que no se encuentra usted bien, señor —dijo, como si él fuera el único presente en la habitación—. Espero que sea algo meramente temporal.
—Me temo que no, querida. Pero no me puedo quejar; he llegado a los ochenta, aunque sé que eso hoy en día no es mucho.
Se arrellanó en el asiento y lanzó un gemido que trató de atenuar llevándose a la boca un pañuelo que se sacó del bolsillo. Tras recuperarse, continuó hablando.
—Hunter, quiero que seas una de las primeras en saber que voy a jubilarme. Cord va a tomar las riendas de la empresa inmediatamente. Quería hablar contigo en su presencia para asegurarte que tu posición en esta empresa está garantizada. Representas mejor que nadie los estándares de calidad de KSIO, eres nuestra estrella. Muchas de las esperanzas de futuro de la compañía están puestas en ti.
Hunter tardó varios segundos en volver a respirar con normalidad y digerir lo que acababa de oír. No sólo la empresa iba a pasar a manos extrañas, sino que su futuro iba a depender del hombre que había enviado a su prometido y copresentador a Los Ángeles, precipitando el fin de su relación. ¡No era posible! Aquel hombre era un manipulador de sangre fría; no podía fiarse de él y mucho menos confiarle su carrera profesional.
—No sé qué decir, señor —comenzó, indecisa. Era consciente de la mirada impertérrita de Cord clavada en ella. Desesperada, se centró en el hombre que tan inspirador había sido en su vida.
—Gracias por el cumplido. Espero que sepa que ni yo ni muchos de mis compañeros estamos listos para decirle adiós.
El rostro gris pero digno de Henry se iluminó y sus ojos, de un color gris azulado algo más claros que los de su nieto, resplandecieron.
—Lo que me has dicho es más agradable que una ovación en una cena de empresa.
—También quiero que sepa que aprecio enormemente todo lo que ha hecho por mí. Si valgo una mínima parte de lo que usted dice es solamente gracias a su generosidad y sus consejos. Pase lo que pase, nunca lo olvidaré.
El hombre frunció las cejas.
—Si no te conociera como te conozco, diría que mi decisión no te acaba de gustar.
Hunter recordó que su futuro estaba en manos de Cord, aunque solo fuera para darle una carta de recomendación, y bajó la mirada.
—Lo que quiero decir es que ha dejado usted el listón muy alto.
—Hunter está demostrando más gentileza de la que merezco —intervino oportunamente Cord—. Me temo que todavía está molesta por mi decisión de enviar a Denny Brewster a la emisora de Los Ángeles en vez de a ella hace dos años.
Henry y Hunter se le quedaron mirando, sorprendidos. Henry se recuperó y habló primero.
—¿Es eso cierto, querida? ¿Cómo pasé por alto una cosa así?
—Porque es la primera noticia que tengo —replicó Hunter irguiéndose tanto que su espalda estuvo a punto de quebrarse. Lanzó a Cord una mirada de desaprobación por darle a su abuelo información falsa.
Pensó que debía mantener la boca cerrada para no herir al anciano, pero no estaba dispuesta a escuchar aquello.
—Yo no tenía la experiencia de Denny. No tenía derecho a aspirar a ese trabajo, y la verdad, no lo habría aceptado si me lo hubieran ofrecido. Lo que me sentó mal fue que el señor Rivers reubicó a mi prometido, lo que provocó el final de nuestra relación. Y él no solo dio pleno consentimiento a nuestra ruptura sino que, según tengo entendido, la provocó.
Henry y Cord reaccionaron como si los aspersores del techo se hubieran puesto en marcha.
—No puedes estar hablando en serio —dijo Cord, más incrédulo que enojado.
Hunter arqueó la ceja izquierda.
—¿Acaso no le dijo que su imagen de soltero era primordial para atraer a su nuevo público y que un hombre sin ataduras elevaría más rápidamente los índices de audiencia?
—Así es como él se presentó a sí mismo —dijo Cord cruzando los brazos—. No hubo coerción ni amenazas.
—Denny dijo que usted lo presionó.
—Pues te mintió —Cord meneó la cabeza con frustración para después añadir—: No vi ningún anillo, ni en tu mano ni en la suya.
Su mirada se quedó fija en las manos de Hunter, que bajó la mirada. Sus dedos estaban desprovistos de joyas y sus uñas, pulcramente limadas y aseadas, lucían solamente esmalte transparente. Su estilista siempre se quejaba cuando iba a cortarse el pelo pero ella respondía que las cámaras se centraban en su rostro y no en sus manos.
—El expediente de Denny decía que estaba soltero —añadió Cord—. Ninguno de los empleados con los que hablé me informó de compromiso alguno. Ni suyo ni tuyo.
Hunter reparó en el semblante descontento de Henry y decidió no continuar un debate que no llevaba a ninguna parte. Si Cord iba a ser su jefe, que así fuera. Pero en cuanto volviera de su viaje actualizaría su currículum y comenzaría a buscar trabajo en otras cadenas, incluidas las del norte de Alaska y el sur de Australia. Cualquier cosa que la llevara lejos de él.
—Hunter, gran parte del trabajo de Denny consistía en entrevistar a las artistas más bellas de Hollywood y, posiblemente, del mundo —explicó Cord—. Desde el punto de vista del marketing tenía sentido presentarlo al mundo como soltero y usar su personalidad y su química con las cámaras para atraer al público femenino —se inclinó hacia ella ligeramente, apoyando las palmas de la mano en el escritorio de su abuelo—. Una vez firmado el contrato, Denny y yo no teníamos nada que decirnos. Por lo que a mí respecta, y reconociendo su carisma, no es más que un oportunista. Y para tu información te diré que apenas una semana después de aterrizar en Los Ángeles lo vi muy acaramelado con su nueva copresentadora. Sospecho que si le llegara una oferta mejor, dejaría nuestra cadena de Los Ángeles —y a la chica con la que esté actualmente— en la estacada sin pensárselo dos veces. Estás mejor sin él.
Tragándose la amargura que comenzaba a amontonarse en su garganta, Hunter replicó:
—Quizá, pero eso es algo que nunca sabremos, ¿no cree?
Cord abrió la boca para contraatacar, pero Henry alzó la mano mirando a su nieto con desaprobación.
—Eso fue… Bueno, ya sabes lo que fue.
Cord inclinó la cabeza.
—Pido disculpas.
Pero cuando volvió a alzar la mirada y la fijó en ella, parecía más obstinado que arrepentido y Hunter se sintió humillada por haberse visto obligada a revelar aspectos tan personales delante de su abuelo. A fin de cuentas, era posible que Denny le hubiera tomado el pelo, pero eso no excusaba a Cord Rivers. Con sus miradas enigmáticas y su aspecto de príncipe encantador no exento de peligro, Denny parecía un aficionado a su lado.
—Lo único que quería dejar claro es que los dos ocultasteis muy bien que estabais juntos —dijo Cord interrumpiendo sus pensamientos.
—Ni Denny ni yo pensamos que demostraría mucha profesionalidad —explicó Hunter. Por lo visto, a Denny le había resultado más fácil, pues nada más contarle que había recibido una oferta para trabajar en California le había sugerido posponer el compromiso hasta que estuviera establecido en su nuevo cargo. El compromiso era tan reciente que no habían tenido tiempo de adquirir un anillo, por lo que tampoco había uno que devolver.
En el incómodo silencio que siguió, ella reparó en que Henry parecía tan disgustado como ella con la conversación.
—Lamento haber estropeado la imagen que tiene de mí, señor —se disculpó.
—Tonterías, querida. Tienes derecho a tener tu propia vida. Lo que me preocupa es que te hayas guardado esto durante tanto tiempo. Dice mucho de tu profesionalidad, pero me imagino lo que habrás sufrido de puertas para adentro. Cord, quiero que os sentéis a hablar tranquilamente y encontréis una solución. Vais a tener que forjar una base de confianza y cooperación si queréis comunicaros el uno con el otro.
—Por supuesto —dijo Cord inmediatamente—. ¿Estás libre a la hora del almuerzo, Hunter?
—¡No! —Hunter alcanzó su bolso, que había dejado detrás de la silla—. No puedo perder otro vuelo. Tengo que dar un discurso de inauguración en Nueva Jersey esta noche. Creí que estaban al corriente. Es en el instituto en el que me habría graduado si me hubiera quedado a vivir allí —le explicó a Henry—. Mis compañeros de abajo lo sabían, pero con los acontecimientos del día se les ha olvidado. Estaba a punto de buscar otro vuelo.
Nuevamente afligido, Henry consultó su reloj.
—¿Es esta noche? Por el amor de Dios, mira qué hora es. ¡Cord!
—Yo me ocuparé de todo —contestó—. Abuelo, si no te importa posponer la cena de hoy llamaré al aeropuerto y pediré que tengan el avión listo.
—Me parece estupendo. Haz todo lo posible por tener a Hunter contenta, para que siga siendo el orgullo de nuestra empresa.
Hunter miró alternativamente a los dos hombres sin comprender.
—¿Perdón?
Los ojos gris azulados de Cord se iluminaron de satisfacción.
—Te llevaremos en el avión de la empresa.
Antes de que pudiera reaccionar, Cord se apartó del escritorio y marcó varios números en su BlackBerry.
—Cambio de planes, Murray —dijo al aparato unos instantes después—. Llena el avión de combustible y organiza un plan de vuelo hacia… —se giró hacia Hunter—: ¿Dónde en Jersey exactamente?
—Mahwah. En la zona más septentrional del condado de Bergen. Pero…
—Mahwah, Nueva Jersey. Y dile a Lane que organice un servicio de limusina que nos lleve al instituto. Tenemos que estar allí a las… —volvió a mirar a Hunter.
—A las seis celebran una breve copa de bienvenida para los empleados e invitados especiales. El programa comienza a las siete —añadió ella, resignada.
—Lo antes posible —dijo Cord tras consultar su reloj y tomar en consideración el tráfico y la diferencia horaria—. Salimos del edificio en este momento. Gracias.
Cuando cortó la comunicación Hunter protestó.
—No puedo permitir que lo haga.
—¿Por qué? Por nuestra culpa has perdido el vuelo y, como ha dicho mi abuelo, tú y yo tenemos que hablar.
Viendo que estaba atrapada y como no tenía ganas de molestar al hombre al que debía tanto, Hunter se puso en pie tratando de aparentar una calma que no sentía.
—Don Henry, sé que me estoy repitiendo, pero quiero volver a dar las gracias por todo lo que ha hecho por mí. Quiero que sepa que estará en mis oraciones y en mi corazón todos los días.
—¿Podrían esas palabras tan cariñosas ir acompañadas de un abrazo?
Hunter se acercó a él y pasó cuidadosamente los brazos por su cuello.
—Gracias, mi querida y sabia amiga —le murmuró Henry al oído. Luego la besó en la mejilla y la apartó ligeramente. Volviendo a adoptar un tono profesional, afirmó—: Te van a pedir que seas tú la que divulgue la noticia mañana. Habrás vuelto para entonces, ¿no?
—Por supuesto —contestó ella con voz ronca.
Henry se relajó.
—Lo veré desde casa. Hazme inmortal. Muchas gracias, Hunter, por darme el placer de verte crecer y por tu delicioso sentido del humor.
—No siga, por favor, me está asustando.
—Paparruchas. Me estoy comportando como un divo. La verdad es que pienso vivir mucho para felicitarme a mí mismo por tu larga y distinguida carrera.
Hunter no vio a Cord rodear la mesa, pero cuando sintió que la tomaba suavemente por el codo, no opuso resistencia y se dirigió con él a la puerta. Una vez fuera del despacho vio que, a pesar de la orden de Henry, Kym no se había ido todavía a almorzar.
—¿Podrías llamar a recepción y decirle a mi chófer que vamos para allá y que tenemos que estar en el aeropuerto lo antes posible? Y convence a mi abuelo de que salga del edificio cuanto antes. Si hay algún problema, no dudes en llamarme.
—Así lo haré, señor Rivers. Que tengan un buen viaje, señor, señorita Harding.
Mientras se dirigía al pasillo Hunter ignoró las miradas curiosas que le dirigían las empleadas de vuelta a sus puestos. La jubilación por enfermedad de Henry Yarrow, Cord Rivers asumiendo el mando y el plan de viaje no eran cosas fáciles de digerir.
¿Cómo iba a aguantar estar atrapada con él en un avión durante horas?
—Siento que hayas tenido que enterarte así — dijo Cord—. Ha intentado aguantar lo que ha podido.
—Lo entiendo.
—Estás conmocionada.
Hunter sintió un pinchazo de dolor y reprimió las lágrimas al decir:
—Para mí ha sido algo más que un jefe y un mentor, ha sido un amigo.
—Un amigo que no sabía más que yo sobre la relación que manteníais Denny y tú.
Ella le lanzó una mirada cáustica y él se aclaró la garganta.
—¿Tienes equipaje en la oficina o en el coche que tengas que recoger?
—No, iba a tomar el vuelo nocturno de vuelta, por lo que no llevo equipaje.
Se dio cuenta de que su voz sonaba demasiado hostil y trató de controlarla.
—¿De verdad tiene que venir? Seguro que tiene cosas más importantes que hacer. Y reconozca que es un poco ridículo que me pongan una niñera.
—Mostrar apoyo a nuestra periodista estrella no puede considerarse una pérdida de tiempo —replicó Cord—. Además, como ha dicho el abuelo, esto nos brindará la ocasión perfecta para charlar.
Hunter observó su reflejo en las puertas de metal bruñido. A pesar de su imponente presencia y nuevo cargo, no pensaba quedarse calladita.
—Aun corriendo el riesgo de hacerle enfadar hasta el punto de que decida no renovarme el contrato, no pienso hablar con usted de Denny.
Él lanzó un suave silbido.
—Todavía estás enfadada. ¿De verdad era tan seria vuestra relación? Te vi en las noticias solo días después de que él se fuera de Texas y tu aspecto y tu trabajo fueron mejores que nunca. No se notaba en absoluto que estuvieras sufriendo emocionalmente.
A Hunter le hirvió la sangre. Durante casi una semana no había sido capaz de comer nada más que una tostada sin vomitar a los poco segundos. Había vacilado al pasarle un informe corregido al editor por miedo a que alguien notara lo mucho que le temblaban las manos. Se había sentido totalmente humillada y había perdido la confianza en su propio criterio. Pero se limitó a ofrecerle una sonrisa gélida al tiempo que decía:
—Para eso me pagan lo que me pagan.
—No me lo creo.
Las puertas del ascensor se abrieron y ambos entraron.
—Lo único que digo es que si nosotros estuviéramos enamorados tú no podrías ocultarlo. Yo por lo meno no podría.
Hunter no tendía a ruborizarse, pero al advertir la pasión de fondo en su voz, sintió una corriente de calor a su pesar.
—Señor Rivers…
—Cord.
Si trataba de dirigirse a él por su nombre de pila se atragantaría. El ascensor parecía estar tardando siglos en llegar a la primera planta.
—No puedo hacer este viaje con usted —soltó bruscamente—. Si me deja en el aeropuerto, trataré de buscar un vuelo alternativo.
—¿Tanto te asusto?
—Más bien me irrita.
—Por fin eres sincera. Gracias. Por lo menos tenemos un punto de partida.
—El comentario personal que acaba de hacer me ha parecido del todo inapropiado.
Cord se encogió de hombros.
—Puede que sea más informal que mi abuelo, pero no tengo ochenta años y nunca he sido políticamente correcto. La cuestión es que tú estás molesta conmigo y eso es algo que no podemos dejar así.
—Que yo sepa, su cadena arroja buenos resultados. ¿Qué más le da lo que yo piense de usted?
—Porque he estado pensando en ti desde el día en que hablé con mi abuelo de trasladar a Denny a Los Ángeles, más tiempo si te soy sincero, y es hora de que hagamos algo al respecto.
CORD era plenamente consciente de que podía arrepentirse de su confesión lo que le quedaba de vida, pero estaba dispuesto a disfrutar del momento. La expresión en el encantador rostro de Hunter no tenía precio: sus ojos marrones oscuros, abiertos como platos, reflejaban una vorágine de pensamientos circulando por su mente a toda velocidad. No era fácil dejar a Hunter Harding sin palabras. Cuando no estaba actuando como una consumada profesional, se dedicaba a devolverle las bromas a los chicos de la sala de control. Lo sabía por anécdotas que le habían contado su abuelo y otros empleados. Siempre tenía salidas ingeniosas pero nunca se daba aires delante de sus compañeros, lo que la hacía popular.
Por su aspecto y personalidad, podía ser la hermana pequeña de Sandra Bullock.
Pero él llevaba mucho tiempo observándola y sabía que, detrás del bello caparazón que se había ganado fans tanto masculinos como femeninos, se escondía un alma delicada y herida que protegía su corazón con la determinación de un samurái.
Le fastidiaba que alguien tan egocéntrico y superficial como Denny Brewster le hubiera infligido tanto daño. Pero aquello no volvería a pasar, se dijo.
Cuando el pitido del timbre indicó que habían llegado a la planta baja vio que Hunter se ponía muy derecha, salía del ascensor y atravesaba el vestíbulo con determinación. Una proeza considerable con esa falda ajustada y esos tacones altísimos, que se ponía a pesar de tener tan largas las piernas. Debía de medir un metro setenta y siete con aquellos zapatos, pero aun así él era más alto. Si no hubiera estado tan preocupado por la posibilidad de que ella se resbalara en el encerado suelo de mármol italiano habría sonreído de placer ante el espectáculo seductor que ella le ofrecía.
—Señorita Hunter, señor Rivers —saludó Joey, el guardia de seguridad, saliendo del mostrador de recepción—. Su coche le espera, señor. Señorita Hunter, ¿desea que la acompañe a su vehículo?
—No es necesario —replicó Cord por ella—. Viene conmigo. Nuestro vuelo no llegará probablemente hasta pasada la medianoche. Dile a los compañeros del siguiente turno que vigilen su coche, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, señor. Que tengan un buen viaje —respondió con expresión seria antes de sujetar la primera puerta y dar una zancada para abrir la puerta exterior.
Mientras Hunter le daba las gracias con amabilidad, Cord miró el Cadillac negro aparcado junto a la acera. La puerta trasera estaba abierta y su chófer lo esperaba de pie.
—Hunter, te presento a Phil Porter, mi chófer desde hace cuatro años. Phil, ésta es la señorita Harding. Aquel feúcho de detrás —añadió señalando con un gesto a un hombre rubio y atractivo también impecablemente vestido— es mi asistente ejecutivo, Lane Nugent.
Se produjo un discreto intercambio de saludos y los tres hombres esperaron a que Hunter se acomodara en su asiento antes de entrar ellos mismos.
Mientras Lane se abrochaba el cinturón de seguridad en el asiento delantero, Cord le dijo a Hunter:
—No puedo ofrecerte nada de beber hasta que lleguemos al avión.
—No me apetece nada, gracias.
Cord deseó estar en una limusina, donde con solo apretar un botón podía subir el cristal que separaba la parte delantera de la trasera e incluso correr las cortinas.
Quería hablar con ella de muchas cosas, preguntarle otras tantas, pero nada de eso era posible en aquel lugar. Su abuelo usaba la limusina, pues ofrecía más seguridad y protección. Y en los tiempos que corrían, con el terrorismo y los secuestros a la orden del día, un prominente empresario o un político de altura no podían tomarse a la ligera su seguridad.
—Cuéntame cómo es que te han invitado a hablar en Jersey —dijo cuando se percató de que Hunter permanecería en silencio si él la dejaba.
Sin dejar de mirar hacia delante, ella contestó cortésmente:
—Me habría graduado allí si mi padre no hubiera muerto y no nos hubiéramos mudado a Texas.
Cuado el Cadillac salió del aparcamiento y se incorporó al tráfico, Lane comenzó a hablar de trivialidades con Phil con el fin de darle a Cord algo de privacidad.
Éste se inclinó hacia Hunter y siguió hablando en voz baja.
—Lo que me produce curiosidad es por qué la dirección te eligió a ti. Ni siquiera tienes edad de haber asistido a una reunión de décimo aniversario.
Hunter le lanzó una mirada que indicaba que los halagos no lo iban a llevar a ningún sitio.
—Eso ocurrió hace dos años y puesto que no me gradué allí no consideré necesario asistir al evento. Según me han contado, una antigua compañera de clase, que está muy metida en las actividades extracurriculares del colegio, me vio en un reportaje que se emitió en nuestra cadena hermana de Nueva York. Debió de comentar algo a alguien, y me invitaron.
—Se te da muy bien promocionar a todo y a todos menos a ti misma —opinó Cord.
—Eso se lo debo a mis genes alemanes. Mi abuela Bayer solía decirle a mi madre: Selb loben stinkt cada vez que mi madre regresaba de sus clases de violín orgullosa de haberse aprendido una pieza difícil.
—Eso no suena a cumplido.
—Significa «el engreimiento apesta».
—Ah, eso lo explica todo.
—Hablando de cumplidos, este coche es sorprendentemente discreto.
—Conoces a mi abuelo y sabes que no le gusta que llamemos la atención. Pero en estos tiempos que corren, la seguridad es lo primero, y me he asegurado de que sea él el que usa la limusina. Yo utilizo este vehículo cuando estoy en la ciudad. Tenemos uno en cada costa, y cuando viajamos, nuestros chóferes vuelan con nosotros. Si vamos a algún otro sitio, alquilamos un vehículo. Nos resulta más barato y práctico trabajar con personas que conocen nuestras rutinas y agendas tan bien como nosotros.
—Conozco a Stuart, el conductor de don Henry —comentó Hunter con preocupación—. No deben de quedarle muchos años para la jubilación. ¿Qué será de él?
—Seguirá viviendo en nuestras propiedades. Habita un apartamento espacioso encima del garaje con su esposa, Meg, que trabaja en la casa.
El anciano iba a necesitar asistencia médica. Stuart, tan entregado a la familia, se aseguraría de que el abuelo de Cord y su mujer, recibían los mejores cuidados.
—Eso supondrá un gran alivio para don Henry y Lenore.
Su sincera preocupación animó a Cord a indagar un poco más.
—¿Qué me dices de tus abuelos? ¿Viven todavía?
—Mis abuelos paternos murieron cuando yo era pequeña. El padre de mi madre murió hace cuatro años y mi abuela vive con mi madre en Boston.
—Boston, eso es. Se dedica profesionalmente a la música.
—Has leído mi expediente —dijo con más resignación que resentimiento y Cord no lo desmintió.
Lo que no estaba dispuesto a admitir era que consultaba con regularidad su perfil de Facebook y su página personal en la web de la empresa.
—Saber quiénes trabajan para nosotros es una de mis obligaciones.
—Entonces sabrás que es primer violín en la Orquesta Sinfónica de Boston.
—Impresionante. ¿Tú tocas también?
Ella le lanzó una mirada que decía: «Está bien, pasemos el rato con este jueguecito tonto que te traes entre manos».
—El piano. Muy mal.
Pero tenía manos elegantes de dedos largos, apropiadas para ese instrumento.
—¿Ves a tu madre y a tu abuela a menudo?
—Ya conoces mi horario de trabajo.
Cierto. KSIO la tenía en antena el mayor tiempo posible y le pedía que hiciera apariciones especiales en representación de la cadena.
—Lamento que el trabajo no te permita verlas mucho. Lo que ellas pierden nosotros lo ganamos. Espero que estén orgullosas de ti.
—Les preocupa que acepte un empleo de corresponsal en el extranjero como hizo mi padre.
Cord dio un respingo y frunció el ceño.
—¿Esa es tu ambición?
Hunter miró por la ventanilla.
—¿Le preocupa perder a otra experimentada locutora?
—Sería tonto si te dijera que no —replicó amistosamente, pero se le formó un nudo en el estómago al imaginársela en un frente de guerra. Como era demasiado pronto para decirle que no tenía intención de permitirle correr ese riesgo, preguntó—: ¿Y tu madre no volvió a casarse?
—No. Mi padre era… Tenían una relación muy especial. Cuando él murió, mi madre concentró toda su pasión en la música. Posiblemente eso le permitió conservar la cordura. ¿Podemos cambiar de tema, por favor? Los chicos a los que voy a hablar se merecen un discurso algo más alegre.
Cord estiró el brazo y tocó ligeramente las manos que Hunter tenía entrelazadas sobre su regazo.
—Lo siento —se disculpó en voz muy baja para después añadir en un tono más jovial—: ¿Vas a leer tu discurso o has tomado notas?
—Lo tengo por escrito. Pero en las ocasiones informales me gusta improvisar; el público se relaja y muestra más interés.
—Tengo ganas de oírte. ¿O preferirías que desobedeciera las órdenes de mi abuelo y te acompañara solamente Lane?
—Señor Rivers —replicó ella con una risa triste—. Soy plenamente consciente de que lo que yo quiera no importa. Si los directores del colegio se enteran de que el nuevo consejero delegado de Yarrow Communications va a asistir a la ceremonia y yo les niego su presencia cancelarán mi aparición antes de que salga al estrado.
Cord se dio cuenta de que Hunter lo despreciaba y de que iba a costarle algo más que encanto y una conversación trivial para derrumbar las murallas. Con esos pensamientos reconcomiéndole por dentro, llegaron al aeropuerto.
Tras detenerse brevemente ante la puerta de seguridad, un vehículo los condujo hasta el avión de YCI. Cord subió el primero y le ofreció la mano a Hunter, pero Phil se había colocado antes junto a la otra puerta y tuvo el honor de ayudarla a subir.
El capitán Zack Murray les dedicó un cortés saludo de bienvenida. Tras él estaba el sobrecargo Chris Duluth. Cord presentó a Hunter.
—Señorita Harding —dijo Chris señalando el pasillo con la cabeza—. Siéntese donde le plazca. Señor Rivers, el capitán Murray dice que podremos salir en cuanto estén instalados.
—Entonces, no perdamos más tiempo.
Cord vio que Hunter había escogido un asiento de pasillo y él se acomodó frente a ella.
—Sé que debería habértelo preguntado antes, pero ¿te pone nerviosa volar? —preguntó mientras se abrochaba el cinturón.
—Prometo no lanzarme hacia la puerta y tratar de abrirla cuando empiece el despegue.
Cord sonrió pero supuso con pesar que Hunter no podía subirse a un avión sin acordarse de su padre. Señaló con la cabeza la puerta de la cabina, que estaba abierta.
—Normalmente me la dejan abierta, pero si te molesta la vista, podemos cerrarla.
—No voy a mirar.
Hunter giró la cabeza y Cord le hizo señas a Chris para que cerrara la puerta. El sobrecargo se acercó a ella.
—¿Desea un poco de bicarbonato tras el despegue?
Adoptando una mueca, Hunter preguntó:
—¿Ya me he puesto de color verde? Si tiene, me gustaría tomar un ginger ale.
—Por supuesto —y, tras girarse hacia Cord, preguntó—: ¿Y para usted, señor?
—Agua, gracias.
Una vez hubo desaparecido el sobrecargo, Cord se inclinó hacia ella.
—Si quieres que hablemos de trivialidades hasta que despeguemos, estoy dispuesto a sufrir daños en el tímpano.
—Muy valiente por su parte. Pero créame, no va a servir de nada.
—Parece que no te caigo bien, y eso me preocupa. Hunter replicó elevando las cejas.
—Lo dice como si las cosas hubieran sido diferentes en el pasado. ¿Cuántas veces le he visto a usted? ¿Una media docena antes del ascenso de Denny? ¿Y la mitad desde entonces? No sé en qué basa sus conclusiones.
Cord se aclaró la garganta para disimular una alegre carcajada. Estaba decidido a doblegar la actitud de Hunter, a pesar de su obstinación.
—Tengo treinta y ocho años; no tengo a mis espaldas matrimonios fracasados ni hijos ilegítimos que atestigüen graves defectos en mi personalidad. Y, aunque sé que no soy perfecto, mi abuelo y su mujer me quieren lo suficiente como para darme una llave de su residencia cuando estoy en la ciudad.
—¿Y tus padres?
—Vendieron su casa cuando mi padre se jubiló de la Universidad de Texas. Viven como gitanos, viajando por el mundo. Conocen a mucha gente y siempre tienen una casa donde alojarse. Me temo que si hubieran conservado su hogar, yo me trataría más con los ácaros que con ellos.
Aunque en sus labios se dibujó un amago de sonrisa, Hunter contestó rápidamente:
—La verdad es que no es asunto mío.
—Te ha picado la curiosidad, reconócelo.
—Estás intentando darme pena… y casi lo consigues. No da la sensación de que hayas vivido en un ambiente familiar feliz.
—Bueno, ahora soy un chico grande. Lo pasado, pasado. Hacer la carrera, estudiar un máster y disponer de buenos asesores me ha ayudado. Y Henry ha sido un abuelo estupendo. Tú has sido muy capaz de triunfar en la vida careciendo de la figura paterna.
—Mi madre es una mujer muy fuerte y tu abuelo ha hecho las veces de sustituto a tiempo parcial.
—Le agradeceré toda la vida que haya cuidado de ti —replicó Cord mirándola seductoramente.
—¿Quieres dejarlo ya?
—¿Dejar qué?
—El flirteo.
—Me temo que tendrás que acostumbrarte. Me sale espontáneo cuando estoy contigo.
El avión comenzó a deslizarse por la pista y el capitán Murray les indicó por el altavoz que permanecieran sentados y se abstuvieran de utilizar aparatos electrónicos.
Hunter bajó la mirada y Cord vio cómo jugueteaba con su reloj de oro o se miraba las uñas. Cualquier cosa menos mirar por la ventanilla. Tenía las pestañas largas y sus manos eran largas y elegantes, coronadas por unas uñas relativamente cortas y pulidas, pero sin esmaltar. No lucía anillo alguno, y las pocas joyas que llevaba eran de gran calidad. Su aspecto era elegante y refinado y no abiertamente sensual. Y, sin embargo, atraía a Cord como nunca le había atraído ninguna otra mujer. Mujeres llamativas las había en todas partes, en la televisión, por la calle. Hunter Harding no tenía nada de fácil. ¿Cómo era posible que una mujer de esa envergadura se hubiera enamorado de un idiota como Denny?
—Controlas bastante bien la ansiedad —comentó Cord, que comprendió por qué había escogido un asiento de pasillo—. Me imagino que esto es otra razón por la que no ves a tu madre y a tu abuela muy a menudo.
—He mejorado bastante. La hipnosis me ayudó.
—¿Has dejado que te hipnoticen? Me sorprende que te permitieras perder el control de esa manera.
—Que usted y yo no nos llevemos bien no significa que no confíe en la gente. La persona que me hipnotizó es psiquiatra, es la madre de una amiga. Me fío de ella tanto como de mi propia madre.
—Me alegro de que funcionara. ¿Tu madre también sufre el mismo problema?
—No, simplemente se niega a subirse en un avión.
—¿Y qué ocurre si la orquesta tiene que viajar a un lugar al que no puede llegarse fácilmente en coche?
—En ese caso, cede su posición al segundo violinista. El director de la orquesta es muy comprensivo.
—¿Y qué pasa durante las vacaciones? ¿Vas a visitarla?
—Cuando puedo.
—Demuestra mucha valentía… y generosidad.
Cord decidió que la próxima vez que él tuviera que viajar al norte del país trataría de convencerla para que fuera con él y visitara así a sus seres queridos.
Unos minutos después despegaron y Hunter sacó una carpeta del bolso y comenzó a leer su discurso. O, al menos, hizo que leía. Cord comprendió que con ello trataba de impedir que siguiera sometiéndola al tercer grado. El problema era que él se lo estaba pasando muy bien.
—Puedes leer en voz alta si te apetece —le dijo.
—No, gracias.
—¿No te dará corte hacerlo delante de mí, no?
—No es eso precisamente.
Cord sonrió.
—Voy a conquistarte. Vas a acabar apreciándome quieras o no.
—Buena suerte.
—Gracias. ¿Qué nos apostamos? —preguntó extendiendo su mano.
Hunter miró alternativamente la mano y su rostro y se quitó el cinturón.
—Si me perdona, tengo que concentrarme en el discurso. Voy a sentarme en la parte posterior para poder concentrarme.
Una limusina los esperaba en su destino. Hunter pensó que si Cord hubiera querido que los llevaran a la escuela en helicóptero, este los habría estado esperando también. Llevaban sin hablar unas tres horas, pero Cord actuaba como si no hubieran sido más de dos minutos.
—Le he encargado a Chris que compre comida decente para el vuelo de vuelta. Si no recuerdo mal no te gusta comer antes de despegar, ¿verdad?
Hunter no quiso demostrar su sorpresa y murmuró un simple «no». Por dentro, sin embargo, se preguntó intrigada cómo sabría él esa manía o a quién habría interrogado al respecto.
La limusina era larga y había una ventana entre ellos y Phil, el chófer.
—Phil conoce la ruta —Cord consultó su reloj—. Si no tenemos un problema mecánico ni nos vemos envueltos en tráfico, llegaremos a la escuela justo a tiempo.
Cuarenta minutos más tarde, el vehículo se detuvo junto al camino de entrada del edificio. Hunter había telefoneado para avisar de que estaban a cinco minutos de camino y un pequeño comité de bienvenida los esperaba en la acera.
—Señorita Harding, es un verdadero placer conocerla.
Hunter sonrió y ofreció su mano a un hombre delgado que empezaba a quedarse calvo. Le dedicó una amistosa sonrisa.
—Es un honor haber sido invitada.
—Me llamo John Updike y soy el director de Mahwah High. Desgraciadamente, no tengo nada que ver con el autor. Ésta es Denise Whitley, la jefa de estudios, que presidirá el evento de esta noche.
—Señor Updike, señora Whitley. Sé que este tipo de eventos son muy difíciles de organizar.
Cuando Hunter hubo estrechado las manos de ambos, Cord se unió al grupo.
—Quiero presentarles a Cord Yarrow Rivers, de Yarrow Communications, empresa a la que pertenece KSIO. Como les expliqué antes por teléfono perdí mi vuelo a causa de una importante noticia. El señor Rivers y su abuelo, Henry Yarrow, insistieron en traerme en su jet privado.