Breve historia de la moda - Giorgio Riello - E-Book

Breve historia de la moda E-Book

Giorgio Riello

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Beschreibung

Contrariamente a su fama de superficial y efímera, la moda ha jugado un papel importante en procesos de cambio histórico y representa una compleja realidad donde confluyen fuerzas económicas, políticas y sociales. ¿Qué relación ha tenido con las jerarquías sociales, el género, el deporte o las subculturas urbanas? Giorgio Riello nos lo cuenta en este peculiar y entretenido viaje sociológico a través de la historia de los múltiples integrantes y rostros de la moda. Su relato, que desmonta algunas de las creencias más arraigadas en torno a la moda, lo protagonizan sus creadores pero también nos vincula a todos nosotros. Para Riello, la moda es motor de procesos de socialización e individualización y por ello su historia se convierte en la de aquellos que hacen moda y todas sus identidades. Una visión cercana y contemporánea contada de manera magnífica en esta deliciosa obra que se inicia en la época medieval y acaba en la moda globalizada actual, y a la que acompañan las espléndidas ilustraciones de Lara Costafreda.

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Editorial Gustavo Gili, SL

Via Laietana 47, 2º, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93 3228161

Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55 60 60 11

Breve historia de la moda

Desde la Edad Media hasta la actualidad

Giorgio Riello

Ilustraciones de Lara Costafreda

Como ya te he dedicado una cubierta, esta vez te dedico un libro.

Para Mirella

Título original: La moda. Una storia dal Medioevo a oggi. Publicado originariamente por Editori Laterza, 2012

Traducción de Cristina Zelich

Ilustraciones del interior y de la cubierta: Lara Costafreda

Diseño de la cubierta: Toni Cabré/Editorial Gustavo Gili, SL

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia, ni expresa ni implícitamente, respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© de la traducción: Cristina Zelich

© de las ilustraciones: Lara Costafreda

© Gius. Laterza & Figli, 2012. Todos los derechos reservados

para la edición castellana:

© Editorial Gustavo Gili, SL, 2016

ISBN: 978-84-252-2879-7 (epub)

www.ggili.com

Producción del ebook: booqlab.com

ÍNDICE

Prefacio

Los orígenes de la moda: la corte y la ciudad entre la Edad Media y la Edad Moderna

La novedad avanza: revolución de la moda en el siglo XVIII

La “gran renuncia”: hombres sin moda en el siglo XIX

La moda y la invención del tiempo libre entre los siglos XIX y XX

De la moda a la alta costura: creatividad en el “siglo de la moda”

Espacio para los jóvenes: la moda informal y la influencia juvenil en la segunda mitad del siglo XX

La internacionalización de la moda actual: entre lujo y moda rápida

Referencias bibliográficas

PREFACIO

“La moda no mira hacia atrás.

Mira siempre hacia delante”.

Anne Wintour, The September Issue

La única forma de empezar una historia de la moda es con una provocación. La famosa redactora de la revista Vogue America, Anne Wintour, en una escena de la película The September Issue (2009) afirma que la moda se proyecta hacia el futuro y que no puede permitirse el tener en cuenta el pasado. La moda “capta el instante”; es efímera, pasajera, quimérica. Lo que hoy está de moda no lo estará en el futuro y no lo estaba en el pasado. Estar de moda, hacer moda y producir moda significa proyectarse hacia el futuro. Al contrario, el pasado en la moda es saldo, residuo de lo que estuvo de moda y que representa un engorro en los armarios cada vez más llenos; es un “rechazo” de lo que fue con la convicción de que lo nuevo será mejor que lo anterior.

Entonces, ¿qué sentido tiene escribir una historia de la moda? ¿No es como ir a leer los números de la lotería del año que acaba de finalizar con la esperanza de encontrar la combinación ganadora de la próxima extracción? La historia no se repite, es decir, nunca vuelve a presentarse con los mismos contenidos o los mismos actores. Sin embargo, se practica por motivos distintos a la simple previsión del futuro. La historia, en particular una historia de la moda, tiene en cuenta a las personas, sus acciones y pensamientos, a los que la moda ha dado forma. Así pues, la moda es un fenómeno a través del cual se puede observar y comprender la vida de las personas que nos han precedido; entender, por ejemplo, por qué la mayoría de nuestras abuelas y bisabuelas campesinas llevaba un pañuelo en la cabeza y por qué nuestros abuelos solían llevar corbata. La historia de la moda se convierte, por lo tanto, en historia, de los “modos”, de los comportamientos y de las acciones cotidianas, no solo de los que hacen moda o están de moda, sino de todos.

No solo se trata de comprender qué puede aportar la moda a la historia, sino también qué puede hacer la historia para comprender la moda. No es solo algo del presente o del futuro con una vida caduca, sino también algo dinámico que cambia forma y contenidos en el tiempo: es un proceso en el que se insertan distintas “modas”. La política existe independientemente de las formaciones de gobierno y la ley no es una de las leyes vigentes, pero, al mismo tiempo, está formada por todas ellas. Por lo tanto, la historia traslada el punto de observación de la realidad particular, actual, a un análisis, y considera un periodo extenso y general, quizás abstracto, sobre qué y cuál es el papel de la moda en la vida de las personas. El objetivo no es ofrecer al lector una historia detallada de cómo han cambiado las modas, sino comprender la moda en tanto que fuerza y desarrollo a lo largo del tiempo, comprender cuál ha sido el papel dentro de los procesos de cambio históricos. A menudo se considera que la moda es algo efímero, superficial, cuando, por el contrario, representa un proceso complejo que relaciona fuerzas económicas, sociales y políticas al crear una importante forma de dinamismo material.

En primer lugar, la moda es un proceso de individualización y socialización. Al mismo tiempo, es un medio para diferenciarse de los demás y una forma de compartir socialmente. No es posible ser los únicos en representar una moda (en ese caso seríamos excéntricos); la moda se comporta como un virus que contagia a personas, incluso cultural, geográfica y socialmente distantes.

La moda, además, es relación entre consumo y producción. No solo se lleva y se consume, sino que se piensa, se crea, se produce, se vende y se difunde en los medios impresos y a través de las pantallas. El consumidor no es el amo incontestado de la moda; más bien la moda es un “sistema” de interacción entre diferentes fuerzas y actores. La industria tiene una importancia particular, que en el transcurso de la historia ha estado en el centro de procesos de ideación, innovación y distribución masivos.

Por último, la moda es un medio de diferenciación de género y edad. Actualmente pensamos en la moda como en un ámbito típicamente femenino, sin embargo, en gran parte de su historia, la moda ha sido más importante para el hombre que para la mujer. Además, al distinguir entre el hoy y el mañana, la moda crea fracturas en el tiempo. A menudo, son fracturas generacionales que ven en la moda una herramienta de innovación social en la que lo nuevo se convierte en sinónimo de joven.

Como en cualquier proyecto, sobre todo cuando el ámbito que hay que cubrir es tan amplio, es necesario elegir y seleccionar materiales. Dejo en manos de la bibliografía esencial la tarea de orientar al lector a través de los textos clave de la historia del traje: estas obras son fruto de minuciosas investigaciones realizadas a partir de fuentes primarias y materiales y que ofrecen marcos específicos para las distintas naciones o periodos temporales particulares. Además he decidido no intentar abarcar todos los argumentos posibles relativos a la moda: el objetivo, de hecho, no es la exhaustividad, sino más bien considerar problemas específicos y temas compartidos.

Este libro es fruto del curso Fashion in History: A Global Look, 1300-2000 que imparto en la Universidad de Warwick. Quiero dar las gracias a todos mis alumnos que, con sus comentarios y críticas, me han ayudado a plasmar este texto.

Muchos son los amigos y colegas que han comentado, corregido y alguna vez criticado los distintos capítulos. En particular, quiero darles las gracias a Richard Butler, Barbara Canepa, Giovanni Luigi Fontana, Irene Guzmán, Peter McNeil, Maria Giuseppina Muzzarelli y Simona Segre Reinach.

Este es también un libro escrito on the road, durante mis estancias en la University of Technology Sydney, el Humanities Research Center de la Universidad de Stanford, el Humanities Research Center de la Australian National University y el European University Institute. Agradezco su apoyo a dichas instituciones.

GR

European University Institute Fiesole, marzo de 2012

Los orígenes de la moda: la corte y la ciudad entre la Edad Media y la Edad Moderna

Antes de la moda: jerarquías sociales e indumentaria

¿Es posible identificar el momento histórico en el que surgió la moda por primera vez? Es una pregunta banal, pero de difícil respuesta. En la Antigüedad ya se puede hablar de moda, como evidencian los frescos de Pompeya y Herculano. Sin embargo, en muchos aspectos, la moda tal como la entendemos en la actualidad tuvo su origen en la época medieval y se desarrolló durante los siglos XVI y XVII, hasta asumir muchos de los caracteres de la “moda moderna”.1 El origen medieval de la moda es, en realidad, doble. Por un lado se impone como parte de la cultura de las cortes europeas: se trata de la moda como lujo, magnificencia y refinamiento, que se convierte en un rasgo distintivo de las élites sociales; por el otro, sin embargo, es también un fenómeno más extendido que afecta a estratos amplios de la población urbana europea: se trata de la moda de la calle, fuente de preocupación entre las jerarquías eclesiásticas y políticas.

Para comprender este doble aspecto es necesario referirse al contexto en el que surgió la moda entre los siglos XIII y XIV. La sociedad medieval estaba muy jerarquizada, con una marcada división de clases (guerreros, clero y campesinos) y con relaciones verticales de poder fuertes, por ejemplo entre vasallos, valvasores y valvasinos. En la Alta Edad Media no se habla de moda sino de vestido, que identifica y distingue a grupos de individuos. La indumentaria distingue a la mujer casada de la casadera, al cristiano del infiel, al forastero del ciudadano, etcétera. Una calle de la Europa medieval presentaba contrastes visuales muy acentuados, no solo entre ricos (suntuosamente ataviados con trajes de espléndidos colores, sedas y adornos dorados y plateados) y pobres (a menudo vestidos con escasos andrajos), sino también entre personas de diversas profesiones. Con frecuencia, la afiliación política o la protección por parte de familias nobles y poderosas se traducía visualmente en uso de colores, símbolos y prendas específicos que se llevaban como signos distintivos en lo que se define como librea. Resumiendo, en la sociedad medieval, el vestido servía no solo para evidenciar la jerarquía social, sino también para representar las pequeñas divisiones entre las distintas cepas y los diferentes grupos de poder: “las prendas y los objetos de lujo servían para construir, mantener y reforzar las identidades colectivas”.2

La indumentaria tenía, sin embargo, un coste elevado y, además, quien quería un vestido nuevo tenía que “hacérselo hacer”. Se empezaba con el tejido. En muchos casos la materia prima –que solía ser lana y lino– se producía en casa, hilada por las esposas y las hijas y tejida por los maridos.3 Los tejidos, especialmente los de lana, se solían afieltrar, después se cardaban para que fuesen más uniformes y finalmente se teñían en talleres especializados. La producción de tejidos y prendas de mayor calidad se realizaba, en cambio, en la ciudad: había que dirigirse a una tienda de comerciantes de paños de lana y sastres, a pellejeros y perpunteros (confeccionaban las chaquetas llamadas jubones); para los menos acomodados estaban los ropavejeros y otros vendedores de prendas de segunda mano.4

El coste de un traje era considerable si lo comparamos con lo que pagamos ahora por cualquier prenda. Una parte importante del gasto total derivaba del propio material. En cambio, la confección incidía en menor medida en el precio aunque también resultaba cara, ya que exigía repetidos ajustes y muchas pruebas por parte del cliente. Los indumentos producidos en masa eran escasos. La mayor parte del vestuario se confeccionaba artesanalmente en casa o bien a medida por parte de sastres y sastras: producir prendas que no se adaptaban al cuerpo del cliente hubiera significado un tremendo despilfarro de material muy costoso. La compra de un traje nuevo no era, por lo tanto, un capricho, sino una actividad planificada que, a menudo, se hacía coincidir con las festividades ciudadanas o religiosas más importantes, o con bodas y funerales. Exigía que se decidiese de antemano para que hubiera tiempo de elegir el tejido y confeccionar la prenda.

Vestir al hombre y a la mujer

¿Cuál es la relación entre vestuario y moda? La moda se interpreta como una forma de cambio de vestuario en el tiempo. El inicio de este cambio se produce durante el siglo XIV, cuando la silueta masculina empieza a diferenciarse de la femenina. Hasta el comienzo del siglo XIV, hombres y mujeres vestían largas túnicas o camisas que se llevaban sin cinturón. Por ejemplo, Dante aparece representado, a finales del siglo XIII y principios del XIV, con una prenda larga de color rojo (y un tocado distintivo) no muy distinta de la que solía vestir una mujer de aquella época. Un análisis visual, incluso somero, de las pinturas y frescos de los siglos XIV y XV muestra el cambio en la indumentaria masculina. Los jóvenes prefieren prendas más cortas con calzones de punto muy ceñidos, zapatos en forma de simples calzas con suela y jubones almohadillados que, con el uso de un cinturón alrededor del talle, formaban una especie de faldilla por encima de la calza.

En cambio las mujeres siguieron vistiendo prendas largas, a veces con cola, que realzaban el busto –sobre todo el seno, con frecuencia mostrado púdicamente a través del escote–. La mujer nunca se presentaba en público sin un tocado: un simple velo de lino en el caso de las mujeres de bajo rango; formas y materiales más sofisticados, con puntillas e hilo de oro, en el caso de mujeres de alta alcurnia.

Esta transformación fue posible gracias a algunas innovaciones técnicas que actualmente damos por descontadas. En primer lugar, las prendas empezaron a fabricarse utilizando procesos de costura. El vestido recto, en forma de túnica, fue sustituido por prendas que tenían que adaptarse a la figura del cuerpo, lo que exigía más trabajo y conocimientos por parte de los sastres. Empezaron a difundirse las técnicas del punto y el ganchillo: para realizar unas calzas o un jersey ya no era necesario producir el material textil, cortarlo y coserlo, sino que se podía adoptar un procedimiento que permitía crear el tejido al tiempo que se construía la penda –lo que actualmente llamamos técnica tridimensional–. La ventaja de las prendas y artículos de vestir de punto reside en que, gracias a su elasticidad, se adaptan a las fomas del cuerpo. Finalmente, los botones y otros tipos de cierre, empezando por simples agujas, fueron cada vez más comunes, tal como testimonian los numerosos hallazgos arqueológicos.

A partir de comienzos del siglo XIV se asiste, por tanto, a una diferencia en la confección de prendas para uno u otro sexo. Los investigadores consideran que este cambio es uno de los fenómenos clave de la historia de la moda por dos razones. Ante todo, la diferenciación de género en la indumentaria sigue siendo una característica distintiva de la moda y las relaciones entre los sexos hasta la actualidad: hombre y mujeres no solo son biológicamente distintos, sino que reafirman su diferencia física, psicológica y sexual a través de su ropa. En segundo lugar, se considera que la diferenciación de la indumentaria masculina de la femenina fue para ambos géneros un primer paso hacia una visión dinámica del vestuario que empezó a diversificar y a diversificarse con el tiempo. Esta diversificación –de las formas y los gustos– se impuso también gracias a la aparición de nuevos contextos en los que mostrar y vestir la moda.

La ciudad produce moda

Entre el año 1000 y la peste de 1348, la población europea casi se triplicó y las ciudades, sobre todo en las zonas ricas del sur de Europa, aumentaron en número y tamaño. Nuevas ciudades y centros urbanos más poblados se desarrollaron gracias al aumento de la productividad agrícola, que permitió a un creciente número de personas liberarse de la tierra y ejercer el comercio y varias actividades artesanales. La ciudad a finales de la Edad Media (siglos XIV-XV) se convirtió en un lugar de dinamismo social, de excelencia en la producción de artefactos de todo tipo y de comercio a corto y largo plazo. Italia era la zona europea con la mayor tasa de espacios urbanizados, y ciudades como Florencia, Venecia, Milán, Roma y Nápoles formaban verdaderas “megalópolis”.5

Las ciudades de la Europa medieval no solo eran centros de producción y comercio, sino también de consumo. Allí se podían comprar los mejores tejidos, allí los sastres, orfebres y otros artesanos confeccionaban y producían vestidos, collares y otros objetos a la moda. La ciudad era también el lugar en el que presumir de trajes nuevos, especialmente para la élite, que cada vez más a menudo elegía vivir dentro de los muros urbanos. Así pues, en la Edad Media la ciudad se convierte en el escenario perfecto para la creación y la representación de nuevas modas. Es también el lugar en el que se cuestiona el principio de la jerarquía medieval, en el que el estatus social de un individuo venía determinado por su nacimiento. En el espacio urbano, al contrario de lo que sucedía en el feudo, la condición social viene determinada por la riqueza más que por la cuna, y es así como las prendas elegantes, caras y a la última moda pueden suponer una mejora en el estatus social de las personas ricas, pero de corto linaje como, por ejemplo, los mercaderes y artesanos adinerados.

La moda se convierte en un instrumento de rivalidad social en una sociedad fuertemente jerarquizada. Dicha rivalidad se basa en el objetivo de parecer mejor de lo que se es. En este caso es cierto que “el hábito hace al monje”, en el sentido de que da acceso a contextos sociales de los que, de otro modo, se estaría excluido. Esta interpretación del nacimiento de la moda ha sido un poco criticada. La ciudad, al menos hasta finales de la Edad Moderna, era una excepción a la regla, ya que la mayoría de la población estaba ligada a la tierra. Hasta ocho personas de cada diez vivían en el campo y se dedicaban a la producción de alimentos para dar de comer a una población en crecimiento. La moda urbana únicamente caracteriza a una minoría de la población europea entre los siglos XIV y XVIII. Los historiadores son cautos incluso cuando subrayan que los límites de la expansión de la moda no solo venían determinados por el número de personas que podían participar en este nuevo fenómeno, sino también por la capacidad de producir objetos de moda. El porcentaje de artesanos en relación con la población total era muy pequeño, y aún más modesto era el número de personas que poseían la capacidad profesional y la maestría necesarias para producir prendas y accesorios de gran calidad.

Domar la moda: las leyes suntuarias

La expansión del consumo urbano, las sedas procedentes de Oriente, los objetos de lujo –como, por ejemplo, adornos de plata y oro– y el aumento general del gasto para indumentaria eran fuentes de preocupación para las autoridades civiles y religiosas de las ciudades y estados de la Europa medieval. La respuesta fue una serie de disposiciones legislativas, las denominadas leyes suntuarias, con el objetivo de limitar el gasto en objetos de moda, lujo y entretenimiento. La Ley suntuaria inglesa de 1363, por ejemplo, imponía que “maridos y esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas de un valor de más de dos marcos por el tejido [...] que los artesanos y campesinos y sus esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas con un valor superior a los 40 chelines [...] los señores y nobles por debajo del rango de caba-llero con una renta inferior a las 100 libras esterlinas al año, y sus esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas con un valor de más de 4 marcos y medio, ni tejidos de oro, plata, seda o tejidos bordados, ni anillos, botones y otros artículos de oro o plata, piedras preciosas o pieles”. La ley continúa haciendo referencia a los señores con una renta superior a las 200 libras esterlinas, los comerciantes con propiedades con un valor de al menos 500, los comerciantes con propiedades con un valor de al menos 1.000 libras esterlinas, y los caballeros con rentas de distintas cantidades y los prelados, para acabar con “los campesinos y cualquier persona con menos de 40 chelines en objetos y propiedades no pueden vestir otro tejido que no sea lino o lana sin elaborar con un valor no superior a los 12 chelines por ell”.6

Se encuentran ejemplos similares en toda Europa, de Francia a Italia, los estados alemanes, Escocia y Rusia, lo que significa que entre los siglos XIII y XVIII esta intervención estatal estaba bastante difundida, lo que puede interpretarse como un intento de contener un fenómeno de alcance europeo. Las leyes suntuarias eran especialmente comunes en Italia en los siglos XIV y XV, en el siglo XVI en Inglaterra, y en Francia entre los siglos XVI y XVII.7 En Italia, entre leyes propiamente dichas y otras normativas, había 220 en Perugia, 130 en Orvieto, 80 en Bolonia, 23 en Asís, 22 en Módena, etcétera. En Francia había un centenar, y en Alemania se llegó a 3.500-5.000, dependiendo si se consideran solo las leyes o también las disposiciones y otras normativas. El sociólogo Alan Hunt señala que las leyes suntuarias eran más comunes en las zonas europeas con un fuerte desarrollo económico, lo que avala la hipótesis de una relación entre crecimiento económico, aparición de la moda y respuesta suntuaria.8

Las leyes suntuarias regulaban no solo el gasto en indumentaria, sino también el gasto destinado a ceremonias como las bodas y funerales, estableciendo qué cosas podían intercambiarse entre los esposos o entre suegros y nueras, e incluso cuántas velas se permitían en un funeral. Un análisis de 145 leyes suntuarias francesas muestra que una cuarta parte de las mismas tenían que ver con la indumentaria, otra cuarta parte con las fiestas, por ejemplo los bautizos, otra con las bodas y la última con lutos, funerales y festividades religiosas. Procede señalar, sin embargo, que las leyes suntuarias no regulan todos los tipos de consumo, sino solo los que consideraban excesivos, es decir suntuosos: el foco de atención es lo superfluo, y el objetivo de la ley es refrenar el lujo y las formas de cambio, sustitución y reemplazo instigadas por la moda.

Muchos preámbulos de las leyes suntuarias aclaran que su objetivo es mantener el statu quo, y así preservar el bienestar de las naciones. Al impedir gastos excesivos –proclaman las leyes–, se persigue el fin del “buen gobierno”. Un buen gobierno debe mantener el orden moral del pueblo, evitar el despilfarro en general y el despilfarro en el gasto destinado a indumentaria y fiestas. El lujo, a menudo de origen extranjero, se condena en primer lugar. En lugar de las sedas procedentes de Asia, es preferible utilizar los tejidos de elaboración más modesta, pero producidos in loco, porque de este modo se dará trabajo al tejedor y a sustrabajadores, a la mujer que hila el material y al artesano que lo tiñe. Estos darán de comer a sus familias y, con el pago de los impuestos pertinentes, contribuirán a la prosperidad del erario y a la capacidad del Estado para defenderse de enemigos internos y externos. Este es el caso de la ley suntuaria inglesa de 1483, que prohíbe el uso de telas de lana extranjera para todos aquellos que estén por debajo del rango de lord.

En algunos casos el tono adquiere un carácter marcadamente moral. No es casualidad que este sea el principio guía de otro grupo que no ama la moda: los hombres de iglesia. Sacerdotes, monjes y predicadores se lamentan una y otra vez de que la atención puesta en la indumentaria distrae no solo de los verdaderos fines de la vida terrenal, sino también de los de la vida del más allá: la moda es una transgresión a la fe y, como tal, una afrenta a Dios. Bernardino de Siena, uno de los más convencidos detractores del lujo y la moda, en una de sus prédicas titulada Contra mundanas vanitates et pompas (1427), instruye moralmente, sobre todo a las mujeres, para que eviten sedas y damascos, perlas y piedras preciosas, zapatos con puntas alargadas y chaquetas adornadas con armiño e incluso colas y cosméticos. Llega a distinguir al menos diez razones por las que se puede ofender a Dios a través de la indumentaria, una de las cuales es la propia moda, que él define como “novedad”. Bernardino y muchos otros predicadores amonestaban públicamente a la muchedumbre y denunciaban la dificultad creciente de distinguir a la mujer virtuosa (dama) de la mujer inmoral (prostituta). Si esta última vestía prendas que estaban por encima de su posición, la primera caía en la tentación de utilizar trajes ignominiosos. Aquí nos hallamos ante una superposición semántica y conceptual entre lujo y lujuria: el lujo y el exceso suelen representarse como una tentación de la carne y del espíritu. El remedio está en la purificación: renunciar a todas las tentaciones, abjurando públicamente de ellas. Es el caso de la famosa “hoguera de las vanidades” ordenada por Savonarola en Florencia el 7 de febrero de 1497, durante la cual se destruyeron objetos considerados pecaminosos, como trajes lujosos, telas preciosas, espejos, cosméticos y cuadros.

Así pues, el lujo y la moda se condenaban y prohibían, pero la historia muestra que las reprobaciones y prohibiciones sirvieron de muy poco para detener el avance de la moda: advertencias y prédicas, frecuentes y repetidas, tuvieron poca aceptación por parte de los fieles. Lo mismo puede decirse de las leyes suntuarias, que se dictaban constantemente y que solían ignorarse. En algunos casos las propias leyes proponían una vía de escape, como la Ley suntuaria florentina de 1415 que establecía que las mujeres que quisieran ponerse prendas y joyas prohibidas podían hacerlo durante un año entero pagando 50 florines. Las leyes suntuarias parecen más bien una especie de “impuesto de lujo” para todos los que podían permitirse tanto las prendas como el pago de las multas. En el otro extremo de la escala social, la mayor parte de la población aparece mencionada en estas leyes, aunque se vea excluida de facto, ya que no es lo suficientemente rica como para contravenirlas. Bernardino de Siena llega a sugerir que la Ley suntuaria puede provocar daños en lugar de aportar remedio al problema de la difusión del lujo y de la moda en la indumentaria: de hecho, sostiene que el texto de ley, a menudo leído en público, acaba por fomentar la codicia, al dar a conocer en los más mínimos detalles los modos de vestir, colores y características de los objetos prohibidos.9

Las leyes suntuarias planteaban un problema añadido: para hacer que se cumpliesen era necesario crear un sistema de policía. Por ejemplo, en Florencia, en 1330, los denominados Ufficiali delle Donne, tenían la tarea de multar a las mujeres que no respetaban las normas suntuarias vigentes. Se paseaban por las calles y plazas, acechaban en los puentes y tenían la potestad de detener a quien infringiera la ley y confiscar in loco –con la vergüenza que suponía para el culpable– todos los objetos prohibidos. La única salida para la persona que se encontrara en esa situación era correr hacia una iglesia, ya que allí los oficiales cívicos no podían ejercer sus poderes.

Sin embargo, son escasísimos los documentos que atestigüen casos de personas perseguidas por la ley. De la documentación conservada en los archivos florentinos se deduce que entre 1638 y 1640 más de 200 individuos, de los cuales solo 40 hombres, fueron perseguidos en cumplimiento de las leyes suntuarias en vigor en la ciudad. Se trata de una documentación rara que muestra cómo incluso a la gente común (guardias, notarios, maestros de taller, pero también tejedores, vendedores ambulantes, herreros, sombrereros, zapateros, campesinos, etcétera) se la encontraba vistiendo prendas prohibidas. Casi todos los hombres detenidos, además delante de las tabernas, llevaban cuellos con borde de encaje cuyo tamaño excedía las medidas permitidas; en cambio, a las mujeres las hallaban vistiendo prendas embellecidas con filigranas y bordados, perlas y diamantes, y sobre todo eran detenidas a la salida de las iglesias.10

Mujeres y moda

La preponderancia femenina en las persecuciones suntuarias en la Florencia del siglo XVII y la existencia de Ufficiali delle Donne llaman la atención sobre el hecho de que se considerara que la mujer estaba especialmente sujeta a la influencia de la moda. La asociación entre moda y mujer se ha mantenido hasta nuestros días. Pero si actualmente se presenta como una “feminización” de la moda, en la Edad Media representaba una confirmación de la nefasta naturaleza de la moda que agredía al “sexo débil”: la mujer, incapaz de resistir a las tentaciones (al menos no tanto como el hombre), estaba más expuesta a convertirse –como diríamos hoy día– en una “víctima de la moda”. Tanto las leyes suntuarias como las frecuentes prédicas de los hombres de la Iglesia y de los moralizadores sobre los peligros del lujo y de la moda, estaban, de hecho, específicamente dirigidas a las mujeres, como en el caso del tratado De usu cuiuscumque ornatus (1434-1448) de Giovanni da Capestrano, o del Tractatus de ornatu mulierum (1526) de Orfeo Cancellieri. Savonarola no se anda con sutilezas y llama a las mujeres a la honestidad que las distingue de los animales cuando dice: “La vaca es un animal insulso, y enorme, como un pedazo de carne con ojos. Mujeres, haced que vuestras hijas no sean vacas, haced que lleven el pecho cubierto, que no lleven cola, como las vacas [...] sino que vayan arregladas como mujeres de bien, y honestas”.11

La mujer debe repudiar toda moda vergonzosa, es decir, que deshonre a la madre, pero, sobre todo, al marido, al padre y a los hermanos. La mujer de la Edad Media –y lo cierto es que hasta hace poco– no expresa su posición sino que, tal como afirma Savonarola, es una víctima pasiva de los impulsos y deseos que no sabe domar. El mismo principio lo hallamos en las leyes suntuarias. Naturalmente, la mujer nunca participa en la elaboración y redacción de estas leyes, aunque a menudo sea objeto de las reglas que imponen dichas leyes. Las mujeres tienen una posición subalterna: lo que pueden o no pueden llevar no depende de su condición social, sino de la de sus maridos, padres o hermanos: “El requisito necesario para que el sistema de los códigos funcionara era que todos conocieran y respetaran las normas, una de las cuales, tan arraigada que ni siquiera necesitaba ser formalizada, exigía que las mujeres estuvieran subordinadas a los hombres incluso en la estética”.12

Esta posición subalterna de la mujer en relación con el poder patriarcal fue teorizada a finales del siglo XIX por el sociólogo estadounidense Thorstein Veblen (1857-1929), que en su obra La teoría de la clase ociosa (1899) planteó la hipótesis de que el verdadero motivo por el que las mujeres eran vistas como “criaturas de la moda” no era su vanidad, ni siquiera una conveniencia personal, sino la posición social de sus maridos. La mujer se convierte en “fetiche”, demostración evidente del poder y el bienestar de la familia y el marido (igual que un coche, un yate o una casa). La mujer medieval y renacentista no se expresa ni se comunica a través del lujo y la moda; la comunicación se da por persona interpuesta por parte del macho. Se trata de una teoría diferente de la del sociólogo Georg Simmel que interpreta la moda como factor de “compensación” para la mujer: excluida de una actividad pública, la mujer crea su esfera de elección y expresión en la moda.13

Resulta difícil decir cuál de las dos teorías se adecua mejor para explicar la posición de la mujer y su relación con la moda en la Edad Media. Sin duda, las mujeres estaban excluidas de la vida política y profesional, y al mismo tiempo representaban el honor y la dignidad de la familia. Esta es la posición expresada por una mujer, Nicolosa Castellani, esposa de Nicolò Sanuti, conde de Porretta, quien a mediados del siglo XV