Camina como un Buda - Lodro Rinzler - E-Book

Camina como un Buda E-Book

Lodro Rinzler

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Beschreibung

¿Cómo puedo ser la persona que quiero ser cuando estoy atrapado en un trabajo que odio? ¿Cómo es posible estar presenteen una era de constantes distracciones? ¿Puedo ligar con alguien en un bar y seguir considerándome espiritual? Esta amenísima guía para la vida de aquellos que se consideran espirituales sin ser necesariamente religiosos utiliza las enseñanzas del budismo para responder a esas preguntas candentes y a un montón de otras que tienen que ver con salir por ahí, con las relaciones, el trabajo, la actividad social o con nuestros dilemas de la vida cotidiana. Basado en la popular columna de consejos de LodroRinzler, Camina como un Buda ofrece sabiduría que puede aplicarse precisamente a las dificultades que suelen presentársele a cualquiera que pretenda caminar como un Buda: es decir, vivir honradamente, con sabiduría y compasión frente a todo aquello que le salga al paso en la vida.

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Lodro Rinzler

Camina como un buda

Aunque estés de resaca, tu jefe te agobie y tu ex te torture

Traducción del inglés de Miguel Portillo

Título original:WALK LIKE A BUDDHA by Lodro Rinzler

© 2013 by Paul Rinzler

Publicado de acuerdo con Shambhala Publications Inc., Boston

www.shambhala.com

© de la edición en castellano:

2014 by Editorial Kairós S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés al castellano: Miguel Portillo

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Marzo 2014

Primera edición digital: Abril 2014

ISBN en papel: 978-84-9988-368-7

ISBN epub: 978-84-9988-399-1

ISBN kindle: 978-84-9988-400-4

ISBN Google: 978-84-9988-401-1

Depósito legal: B 11.435-2014

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Para Alex. Que todos podamos llegar a amar al menos con la mitad de la intensidad con la que tú lo hiciste

Sumario

 AgradecimientosIntroducción 1. Despierta como un buda2. Juega como un buda3. Enróllate como un buda4. Cambia el mundo como un buda5. Trabaja como un buda Apéndice 1. Instrucción sobre meditación sentadaApéndice 2. Instrucción sobre meditación caminandoNotasRecursos

Agradecimientos

El año 2012 fue el más difícil de mi vida. Tengo una enorme deuda de gratitud con las personas que me apoyaron durante ese período. A David Delcourt, Brett Eggleston, Will Conkling, Miranda Stone, Laura Sinkman y Marina Klimasiewfski les debo más de lo que puedo expresar en palabras. A Ethan Nichtern, mi viejo amigo, le doy las gracias por estar muy presente. Gracias a Oliver Tassinari, Matt Bonaccorso, Sean Gavin, Eric French y Dilip Sidhu por estar disponibles para mí a lo largo de los años. También quiero dar las gracias a mis padres y hermanos, por los que siento gran amor y aprecio.

Este libro fue escrito a lo largo de un período de seis semanas en la ciudad de Nueva York, empezando en diciembre de 2012. En esa época no tenía casa, pero hubo gente maravillosa que me acogió y me ofreció un espacio en el que trabajar. Ericka Philips se convirtió en algo más que una cómplice, permitiéndome trabajar en su apartamento de Harlem durante la mayor parte de esa época, sirviéndome tés y escuchando mis lamentos, todo ello con una extrema generosidad. Annie Colbert y Tom Krieglstein son unos amigos estupendos que me permitieron ocupar su apartamento del Lower East Side durante una temporada. Y en último lugar, pero no por ello menos importante, gracias a Kelsey Merritt, que me consintió monopolizar su casa de Union Square siempre que quise, proporcionando una música y compañía excelentes en todo momento.

Fueron más de cien las personas que mandaron preguntas para este libro. Me gustaría darles las gracias al menos a algunas de ellas: Molly Parr, Mia Baxter, Meghan Sultana, Rob Codling, José Rodríguez, Stephanie Elliot, Jason Bequette, Jesee, Ryan Nausieda, JC, Mona, John Globiemski, Michael, Pat Groneman, Cody McGough, Jess Auerback, Lynne y Jessica Carsten.

He tenido la suerte de poder trabajar con los mejores en el mundo editorial, entre los que incluyo a Jonathan Green, Sara Bercholz, Julie Saidenberg, Steven Pomije, Danie Urban-Brown y Stephanie Tade. Mi editor, Dave O’Neal, es lo mejor que ha visto la luz del día después de unas tostadas. Gracias a todos por vuestro increíble cariño a la hora de dar vida a este libro.

Debo dar las gracias con toda sinceridad a todos los maestros y mentores que me han guiado por el camino budista. Mi reconocimiento es inconmensurable. En particular, cualquier pequeña cantidad de sabiduría que aparezca en este libro se debe a mi maestro raíz, Sakyong Miphan Rinpoche.

Introducción

De entrada debería decir que a veces soy un desastre y otras funciono bien. A veces estoy triste o enfadado, y no obstante confío en que en el fondo soy un buda. No soy el único que lo cree. Uno de los principios básicos del budismo es que todos estamos ya despiertos. Pero, al mismo tiempo, normalmente no actuamos desde esa perspectiva; a menudo lo hacemos desde nuestra confusión. Así que, en cierto sentido, todos somos un desastre (actuamos confusamente), pero también funcionamos bien (inherentemente despiertos).

Para leer esto no es necesario que seas budista. O tal vez lo seas, pero te des cuenta de que no eres el meditador perfecto (¿quién lo es?). Sea como fuere, me imagino que presientes que, aunque la vida tiene sus grandes trastornos y tú actúas a veces de manera poco apropiada, en realidad no eres tan mal chico o chica. Puede que incluso des cierto crédito a esta idea acerca de que en el fondo eres inherentemente bondadoso, sabio y digno.

En un momento dado, el maestro zen Suzuki Roshi se dirigió a sus estudiantes y dijo: «Todos vosotros sois perfectos tal y como sois […] e incluso podríais mejorar un poco».1 Eso parece aplicable a todos nosotros. Ya somos perfectos. Ya somos budas. Y debemos dejar de actuar desde la base de nuestra propia confusión (es decir: actuar como necios). Incluso la variación más pequeña hacia esa mejora que menciona Suzuki Roshi se basa en desarrollar una fe incondicional en tu propia capacidad de permanecer despierto. Se trata de reconocer que ese aspecto desastroso que eres es transitorio, mientras que la cualidad de estar despierto está siempre disponible y presente.

Hace algunos años ideé un plan para escribir un libro sobre budismo y este tema en concreto para gente de mi generación, la generación Y. Por aquel entonces pasaba unos meses en Japón y apunté algunas ideas, pero la verdad es que no llegué a ninguna parte. Así que medité un montón y esperé a un momento mejor para llevar a cabo esa tarea.

Cuando regresé a Nueva York, fui a comer con mi amigo Ethan Nichtern. Me animó a empezar a escribir comentarios regulares en blogs. Mientras comíamos pergeñamos una idea acerca de una columna semanal de consejos budistas llamada «What Would Sid Do?» [¿Qué haría Sid?]. Sid era en este caso la abreviación de Siddhartha. Abreviar el nombre no implicaba ninguna falta de respeto hacia el hombre que sería conocido como el Buda, pero ya sabes, pensé que tal vez su amigos más amigos le podrían haber llamado Sid mientras eran jóvenes. ¿Crees que usaban motes hace veintiséis siglos?

La idea acerca de la abreviatura y la columna en su conjunto se basa en que antes de que Siddhartha Gautama realizase la iluminación era un veinteañero y treintañero confuso que intentaba aprender a vivir una vida espiritual. En la columna tratamos de reflejar lo que pudiera haber sido el viaje espiritual actual de un Siddhartha ficticio. ¿Cómo combinaría el budismo y ligar? ¿Cómo se las apañaría para manejar el estrés en el trabajo? «¿Qué haría Sid?» tenía por objeto echar un vistazo sincero a todo eso a lo que los meditadores nos enfrentamos en el mundo moderno.

Desde el principio, la gente empezó a escribir preguntas sobre cómo podían aplicar los principios budistas en su vida cotidiana. Ningún tema se consideró tabú. De hecho, el primer tema que apareció en la columna fue sobre qué hacer cuando te despiertas junto a un desconocido tras una noche de sexo. Recomendé algunas enseñanzas tradicionales sobre comunicación y algunos consejos sobre invitar al compañero de cama a un desayuno tardío. Como probablemente imaginas, a mí me chifla desayunar tarde. Después aparecieron temas procedentes de todo el mundo, desde cómo desarrollar una práctica de meditación hasta salir por ahí, enredos románticos, acción social y trabajo. Aunque en estas páginas aparece únicamente una parte ínfima del trabajo publicado anteriormente, todos esos temas se tratan en profundidad en este volumen.

Cuando empecé con mi primer libro, El Buda entra en un bar, la columna quedó relegada a un segundo plano. Cuando se publicó el libro, sucedió algo extraordinario. Desencadenó un diálogo sobre lo que significa practicar budismo y meditación en el mundo de hoy en día. Tanto por la columna como a causa del libro, la gente se sintió lo suficientemente implicada como para escribirme y seguir haciendo preguntas, o iniciar debates, sobre cómo aplicar los principios budistas a nuestra vida. Al desplazarme a aproximadamente 30 ciudades solo en 2012, participando en presentaciones del libro, el debate no hizo sino aumentar.

Cuando dirigía talleres, los participantes escribían preguntas al final del tiempo compartido. Las contemplábamos en grupo y yo solía callarme y dejar que ellos manifestasen su propia sabiduría acerca de la manera en que las cualidades cultivadas a través de la meditación, como la delicadeza, o enseñanzas tradicionales como las seis paramitas (hablaremos de ellas más adelante), podían afrontar las complicaciones que aparecían en las vidas de las personas.

Dicho todo esto, y regresando a mi «soy un desastre y también funciono bien», la columna «¿Qué haría Sid?», el primer libro, y este que ahora sostienes en tus manos no tratan de mí y de mis consejos. Más bien se trata de apartarme de mi manera de hacer las cosas e intentar articular lo poco que sé acerca del dharma –o enseñanza– budista, y cómo me las he apañado con esos temas a lo largo de los años.

Seamos realistas: no soy el monje superespabilado de tu monasterio local. Soy un tipo que creció siendo budista, que ha pasado más horas meditando sentado de lo que normalmente estaría dispuesto a admitir, que se tomó en serio todo esto a una edad en la que también empezaba a hacer otras cosas, como beber con los amigos, ligar y trabajar. Al haber integrado mi práctica de meditación en esos aspectos de mi vida en cuanto se manifestaron, me siento cómodo ofreciendo mi experiencia, con la advertencia de que no soy ningún venerable maestro, sino alguien que se encuentra en una situación que me permite abrir el debate sobre cómo aplicar el budismo y la meditación en la sociedad y en la vida cotidiana.

Me convertí en practicante regular de meditación a una edad relativamente temprana. Aunque empecé a meditar a los seis años de edad, no me lo tomé en serio hasta llegar a la adolescencia. A los 17 mis padres me dijeron: «¿Sabes qué podría convertirse en un ensayo universitario fantástico?: pasar el verano en este monasterio». Me dieron un folleto de la abadía de Gampo, las instalaciones monásticas de Shambhala en la campiña de Nova Scotia, en Canadá. Me encogí de hombros y asentí. Así que al monasterio fui.

Pasemos al otoño siguiente y veremos que mis padres tenían razón: afeitarme la cabeza y tomar una ordenación monástica temporal resultó ser un ensayo universitario estupendo. Lo malo para ellos es que habían creado un monstruo. Consideraron que esa actividad sería algo bueno para mí, para pasar así el verano, pero configuró de tal manera mi experiencia que todo lo que quise hacer en los cuatro años de universidad fue meditar, estudiar el dharma y meditar más. Inicié un grupo de meditación en la Universidad Wesleyan, que luego se convertiría en la Buddhist House, un espacio de vida y meditación comunitaria en el campus. Mi primer empleo al salir de la universidad fue dirigir un centro de meditación en Boston. Y a partir de ahí…

Antes, en mi primer año en la universidad, la gente solía acercárseme en las fiestas y decirme: «Pero ¿no eras budista? ¿Cómo es que bebes alcohol?». Buena pregunta, ¿verdad? Entonces hablaba de que los monásticos toman preceptos acerca de no ingerir intoxicantes y que yo no era monje, así que no pasaba nada. No obstante, siempre me quedaba sintiendo que esa no era la mejor respuesta para mí, a nivel personal. Sentía como si estuviese justificando las borracheras mediante una excusa poco convincente. Así que contemplé mis hábitos de consumo de alcohol, en el cojín de meditación y fuera de él, y finalmente di con mi camino medio sobre el tema: podría beber, pero si sentía que dejaba de estar atento, o presente, en lo que sucediese, entonces dejaría de hacerlo.

Me costó años encontrar ese punto de beber sin perder el oremus. Hubo ocasiones en las que permanecí sobrio durante semanas o incluso meses seguidos. Otras veces me abandonaba y vivía una existencia resacosa. Creí haber hallado un equilibrio, pero me doy cuenta de que podría recaer y tener que volver a empezar de nuevo en el futuro. Recuerda: soy un desastre, pero también funciono bien.

Mientras estuve en la universidad me vi inmerso en muchas conversaciones con mis compañeros sobre ideas budistas básicas y sobre cómo influían en mi vida. Este diálogo me permitió poner a prueba las enseñanzas del Buda y comprobar su importancia en mi existencia. Agradezco haber iniciado este diálogo tan pronto, de manera que mi práctica de meditación siempre fue algo vivido y no algo que debía hacer sobre un cojín de meditación.

Al mismo tiempo, he cometido todo tipo de errores en el camino espiritual. Y a menudo he aprendido de los mismos. Me he tomado a pecho el consejo del maestro budista tibetano Chögyam Trungpa Rinpoche, cuando dijo: «Vive tu vida como un experimento».2 Todos los experimentos con drogas, líos románticos o meteduras de pata en el trabajo me han proporcionado una oportunidad para sacar mi práctica meditativa del cojín y trasladarla al resto de mi vida.

Me siento agradecido por ello, y por los increíbles maestros que me han señalado el camino. Cuando tuve 19 años, me convertí en estudiante Vajrayana de Sakyong Mipham Rinpoche. Tuve la oportunidad de estudiar a fondo con él y con otros seres brillantes y generosos. Esas experiencias me han modelado de una manera que no puedo acabar de comprender o expresar. Sus enseñanzas, junto con mi tendencia tanto a fastidiarla como a meditar, han desencadenado la creación de este libro.

Las preguntas que aparecen en el mismo proceden de personas que me las han enviado por correo electrónico, que me las han hecho en el transcurso de mis viajes o de manera informal, al compartir unas copas. Son preguntas reales de gente real. Mis respuestas a esas preguntas se basan en mi práctica de meditación, mis estudios y experiencia, pero no por ello hay que creer que son las «correctas». No me parece que para esas preguntas existan «respuestas correctas» universales. Las preguntas pueden explorarse, pero la respuesta adecuada debe ser tuya propia.

Te animo a que, al pasar por las preguntas, pienses en cómo utilizarías ideas budistas para efectuar un cambio positivo en respuesta a la situación. Tengo algunas ideas y sé que tú también. Así que veamos si podemos compartir nuestros puntos de vista rígidos y explorar esos temas con sinceridad. Yo lo haré lo mejor que pueda, pero, como ya sabes, no soy ningún santo.

Nunca he pretendido ser maestro en nada. Solo soy un tipo corriente. Pero al mismo tiempo, eso era Siddhartha. Inició un viaje espiritual, cometió algunos errores a lo largo del mismo y finalmente se iluminó. Tú y yo podemos hacer lo mismo. Mediante la práctica de la meditación y el cultivo de la atención plena y la compasión, podemos seguir sus pasos. Podemos caminar como un buda.

Por favor, cuando acabes con el libro, escríbeme y dime qué te parece y qué piensas. El diálogo no ha hecho más que empezar.

LODRO RINZLER

East Harlem, Nueva York

7 de diciembre de 2012

1.Despierta como un buda

La meditación es asombrosa. Fundamentalmente es un ejercicio que todo el mundo puede practicar y que nos permite familiarizarnos más con nuestra propia mente y corazón. Si el Buda lo hizo y despertó, nosotros también podemos hacerlo.

Este capítulo está basado en una exploración de la meditación, pero también en los pormenores de la filosofía budista básica. En el budismo tradicional existen algunos aspectos útiles sobre los que me han preguntado con una mentalidad tipo «Pero tú no te lo acabas de creer, ¿verdad?». También están las preguntas básicas sobre «Cómo conseguir poner en marcha mi práctica de meditación». Exploraremos los beneficios de la meditación en la manera en que vivimos nuestras vidas cotidianas. Después pasaremos a cómo puede aplicarse la meditación a salir por ahí, las situaciones románticas, la acción social y el trabajo.

¿Para qué sirve?

¿Para qué meditar? Es decir, he oído decir que se supone que reduce el estrés, pero me da la impresión de que representa mucho esfuerzo.

La práctica básica de meditación que se ofrece en el primer apéndice de este libro se conoce como shamatha, o meditación de serenidad. Si no la has probado, te recomiendo que repases las instrucciones al final del libro y utilices esta práctica como complemento de la lectura de este libro. Tal y como sugiere la persona que hace la pregunta, la meditación es una manera de aportar una sensación de calma a una pequeña porción de tu vida, el tiempo que pasas meditando, pero con el tiempo también acaba filtrándose de manera natural a todos los momentos en que permaneces despierto.

En cierto sentido, la meditación no es más que una herramienta práctica para aprender a observar tu propia mente y a trabajar con tus estados emocionales. Sintonizas con el momento presente, con lo que sucede en este segundo, y aprendes a relacionarte con ello. No estableces una relación de la manera habitual, pensando cómo te gustaría que las cosas sucediesen o cómo estas solían ser. Te estás formando para ver la realidad tal cual es ahora mismo.

Lo que está pasando ahora mismo puede resultar estresante. Lo que sucede ahora mismo también puede ser una gozada. Pero siempre es real. Siempre es la realidad de la situación. Así que, en ese sentido, la meditación no es una purga de Benito para el estrés, sino que te ayudará verdaderamente a afrontar lo que es tu realidad en cada momento.

Cuando practicas la meditación shamatha, te concentras en la sensación física de tu espiración e inspiración. La respiración es un recordatorio constante de lo que sucede en este preciso momento. No es una ocasión para pensar en el pasado o en lo que harás luego. La respiración siempre es ahora.

No hace mucho asistí a una jornada de recaudación de fondos para una organización de ayuda a los sintechos con la que colaboro, llamada Reciprocity Foundation. Mi amiga Taz, que dirigió el evento, ofreció una corta sesión de meditación para empezar. Aunque no creo que Taz se considere a sí misma una budista «acérrima», lo cierto es que sabía muy bien qué tenía que enfatizar. «Lo que sucedió en el pasado ya sucedió –dijo–. No hay nada que puedas hacer al respecto. Lo que sucederá pertenece al futuro. Tomémonos un momento para permanecer con lo que ocurre ahora mismo. Dejemos todo lo demás atrás y permanezcamos en esta habitación.»

Disfruté de ese enfoque porque, aunque no se trataba de una instrucción formal en shamatha, sí que era una formulación muy clara del propósito de meditar. El propósito de esta práctica no es descubrir menos estrés en el pasado o el futuro, sino soltar esas nociones y existir, tanto mientras se medita como estando en el mundo. El propósito de la práctica de la meditación es desdibujar las líneas entre meditación y práctica postmeditativa, de manera que vivamos todas nuestras horas de vigilia presentes en todo aquello que el mundo tenga a bien ofrecernos.

En un sentido amplio, la meditación es una manera de ver a través de nuestra ignorancia y de despertar la semilla de la iluminación, llamada naturaleza búdica o bondad fundamental. Cuando observamos el ejemplo del Buda, encontramos a un hombre normal que abandonó las tentaciones de su época a fin de concentrarse en domesticar su mente desenfrenada. Se empeñó en la misma práctica que nosotros practicamos hoy, shamatha. Trabajó diligentemente para llegar a conocerse a sí mismo, para observar sus propias capas y niveles de confusión, y descubrió que, bajo todo ello, él no era más que básicamente bueno.

He descubierto que se trata de una noción bastante radical para cualquiera que haya crecido con una marcada educación cristiana. En esa tradición religiosa se insiste en el pecado original, que dicta que básicamente no somos buenos, sino que debemos trabajar por nuestra salvación. En la tradición budista decimos lo contrario: en realidad eres básicamente bueno. Eres básicamente sabio. Eres básicamente delicado. Solo necesitas descubrir esa verdad y desarrollar confianza en ello.

A veces (a menudo) te desconciertas y no actúas desde la perspectiva de la bondad fundamental, pero esa perspectiva de vigilancia siempre está disponible. De hecho, la idea de la bondad fundamental ni siquiera es algo budista. Los budistas no la poseen. Mi maestro raíz, Sakyong Mipham Rinpoche, ha dicho: «La bondad fundamental no está circunscrita a ninguna tradición en particular. Es la esencia de todos y de todo».1 Todos poseemos esa semilla de despertar.

En cualquier momento podemos echar mano de nuestra bondad fundamental. Cuando descansamos en este preciso momento, seguimos las huellas del Buda y vemos más allá de nuestras expectativas rígidas, de nuestros persistentes prejuicios y de nuestros trastornos emocionales. Vemos directamente nuestro hondón, nuestra naturaleza búdica. Si podemos formarnos a nosotros mismos para conectar con ese aspecto fundamental de nuestro ser y actuar desde esa perspectiva, y no desde nuestra mentalidad confusa, entonces podremos vivir una vida rica y plena. Estaremos despiertos, que es esencialmente de lo que hablamos cuando tratamos acerca de la noción budista de alcanzar el nirvana.

No obstante, debería puntualizar que, en realidad, la meditación cuesta. No lo negaré. Cuando te sientas para meditar, puedes experimentar más chaparrones de pensamientos que una incesante lluvia de bondad. Como consecuencia de esa dificultad, a los principiantes les puede resultar complicado mantener una práctica de meditación regular de, digamos, entre diez y veinte minutos diarios.

El maestro budista tibetano Chögyam Trungpa Rinpoche señaló en una ocasión: «Si pudieras poner el cien por cien de tu corazón a observarte a ti mismo, conectarías con esa bondad incondicional. Pero si solo consigues dirigirte a esa situación en un cincuenta por ciento, estarás intentando regatear con la misma y no sacarás mucho provecho de ella».2 Por ello, y aunque resulte difícil, debemos invertir el cien por cien de nuestra energía en observar nuestro estado básico, de manera que podamos tener una experiencia de nuestra bondad en lugar de una comprensión intelectual de la misma.

¿Por qué cuesta la meditación? Bueno, pues porque existen tres obstáculos principales que parecen interponerse en nuestro camino cuando utilizamos esta herramienta para observarnos a nosotros mismos:

1. Pereza

A veces te despiertas antes con intención de meditar, pero la verdad es que estás de maravilla en la cama y sería mucho más fácil dedicar veinte minutos más a dormir. Esa es la vieja pereza de siempre. Eso es lo que sucede cuando tenemos algo pendiente que no nos acaba de seducir. A veces puede ser una gozada sentarse a meditar y puedes permanecer con la respiración. Pero a menudo es un tormento, y te cuesta regresar a la respiración, o tal vez surgen emociones difíciles, o simplemente te pierdes en fantasías la mayor parte del período de meditación. Todo ello es muy normal y le sucede a todo el mundo. No es raro sentir cierta aversión por la meditación, y el resultado de ello es la pereza.

Tengo la teoría de que si entrara en una habitación llena de meditadores y pidiese que levantasen las manos aquellos que experimentan esta forma de obstáculo no habría ni uno que dejase de hacerlo. Si continuara preguntando: «¿Quién de los aquí presentes se considera el peor meditador del mundo?», volverían a levantarse muchas manos. Lo que hay que recordar al abordar el tema de la pereza es no ponerse duro con uno mismo. No todo el mundo puede ser el «peor meditador del mundo». Solo puede haber uno, y estoy bastante seguro de que no eres tú. Si te descubres luchando, no tienes más que recordar que debes facilitarte las cosas, dejar de lado cualquier valoración y motivarte para sentarte en el cojín de meditación.

2. Trajín incesante

Como neoyorquino, me identifico mucho con este importante obstáculo: el trajín incesante. En Nueva York todo el mundo se cree la persona más ocupada del mundo. En esta ciudad siempre hay algo en marcha. Es muy fácil llenar todos los instantes del día de actividad. Y aunque no vivas en una gran ciudad, también puedes ocupar todo tu tiempo viendo a amigos, poniéndote al día, trabajando hasta tarde o realizando tareas básicas como la compra o lavar la ropa. Trajinar arriba y abajo es muy fácil. Parece que cuanto más viejo te haces más te ocupas con responsabilidades laborales, compromisos románticos, familia y demás.

El obstáculo del trajín incesante suele manifestarse en el pensar que uno no tiene tiempo para meditar. Por ejemplo, te levantas por la mañana y crees disponer de tiempo para meditar, pero de repente caes en la cuenta de que debes enviar varios correos antes de ir a trabajar. Luego vas al trabajo a todo correr y te sumerges en una jornada frenética, aunque te comprometes a meditar cuando vuelvas a casa. Justo cuando estás a punto de salir del trabajo, tus compañeros te invitan a ir a tomar algo a la salida. Una copa o una caña no pueden hacerte daño, consideras, así que la aceptas. Pero esa copa se convierte en dos y luego vuelves a rastras a casa convencido de que meditarás cuando se te despeje la cabeza. Te preparas un té y sabes que te pondrás a meditar en cuanto hayas llamado a tu madre. Hace tiempo que no hablas con ella y le debes esa llamada. Tras acabar de hablar por teléfono con tu madre, dispones de algo de tiempo para meditar, pero llevas todo el día sin ducharte y hueles, así que a la ducha que vas. Sales de la ducha y te fijas en la hora. Se ha hecho muy tarde, estás agotado y piensas: «Bueno, imagino que meditaré por la mañana». A la mañana siguiente te despiertas y todo vuelve a comenzar. Eso es el trajín incesante. Es la idea de que todo lo demás es superimportante y no puede esperar, excepto tu práctica de meditación.

El trajín incesante es una de las razones por las que recomiendo que la gente tenga un horario fijo para meditar. Si te dices: «Meditaré cada día a las 8:00 de la mañana, de lunes a viernes», entonces lo tendrás en cuenta a la hora de planificar tu jornada. Ya no lo dejarás para más tarde continuamente. Así que recomiendo disponer de un horario fijo en el que meditar y convertirlo en prioridad.

3. Desánimo

El tercer obstáculo comúnmente asociado con la práctica de la meditación es el desánimo. Como resulta difícil ponerse a ello y permanecer en el cojín de meditación, y como estamos tan acostumbrados a la gratificación instantánea, la meditación suele emprenderse y abandonarse con rapidez. Cuando iniciamos una práctica meditativa pretendemos obtener resultados y soluciones inmediatas.

Estamos acostumbrados a las soluciones rápidas. Si tu ordenador se estropea, se lo llevas a alguien que te lo devuelve en cuestión de horas, reparado. Si necesitas libros para la escuela, puedes encargarlos y que te los envíen a casa al día siguiente. Este año hubo un importante porcentaje de personas que adquirieron automóviles de lujo… a través de sus teléfonos móviles. Los vehículos se «hacían a medida» siguiendo las instrucciones transmitidas por los móviles y se entregaban en el domicilio de los clientes poco después. Nos hemos acostumbrado a obtener resultados rápidos con un mínimo esfuerzo.

La meditación es un camino tan gradual que no se aprecian resultados rápidos. No es algo que puedas probar una vez al mes con la esperanza de convertirte mágicamente en un experto. Para empezar, no hay nada en lo que ser un experto. Se trata de estar con la propia mente. Eso es todo. Así que cualquier momento que pases con tu propia mente será un buen momento. En segundo lugar, no hacen falta horas o días, sino semanas y meses para observar los cambios graduales que la meditación puede ir operando en ti. Esos cambios son tan sutiles que resulta difícil pensar en la meditación como en algo más que un camino gradual de transformación.

El principal antídoto para todos esos obstáculos es contar con una intensa motivación para practicar. Así que para contestar a la pregunta original: «¿Para qué meditar?». Diría que se trata de algo muy personal. En mi caso, veo que a lo largo de los años la meditación me ha hecho más amable o, como poco, menos atontado. Veo que ha hecho que esté más presente, no solo con la respiración al meditar, sino en conversaciones con amigos y familia, en los momentos difíciles de mi vida, cuando beso a alguien y disfruto de la compañía de esa persona. Me ha proporcionado la capacidad de disfrutar mi vida y sentirme satisfecho en el momento presente, independientemente de si lo que experimento es convencionalmente bueno o malo, divertido o doloroso.

Todos tenemos nuestra propia motivación para meditar. Al principio pudiera ser algo tipo: «No quiero andar tan estresado», o: «Quiero aprender a sentirme cómodo con las intensas emociones que siento». Ambos motivos son estupendos. Con el tiempo puedes descubrir que tu motivación cambia. Al principio te metiste en la meditación para mejorarte, pero poco a poco tu corazón se ha ido abriendo y observas que la meditación tiene un efecto positivo en tu vida. Tu motivación pudiera pasar a ser algo tipo: «Quiero aprender más sobre mí mismo y a estar más presente con los demás», o: «Quiero poder beneficiar al mundo, y para ello deseo experimentar mi bondad fundamental».

La cuestión es que has de meditar por una razón que te parezca adecuada y destinar el tiempo necesario que permita que tu práctica de meditación se ajuste a esa motivación. Como es un camino tan gradual has de ser paciente e invertir las horas necesarias para que tenga su efecto. Cuando consigues hacerlo, reflexionas y te dices: «Me parece que esto de la meditación funciona». Puede que hagan falta semanas, meses o incluso años, pero si puedes mirar atrás y decir: «Me está cambiando en términos positivos», entonces te sentirás motivado para continuar con ello durante mucho tiempo.

Aprender a estar contento

¿Existe una relación entre felicidad y meditación?

Sí. La belleza de la práctica de la meditación radica en que podemos aprender a estar más presentes en nuestro mundo. Es una práctica sencilla, pero eso también significa que es muy factible. Tal y como dije antes, puedes observar resultados positivos en tu práctica de meditación tras un período de tiempo. Si acabas siendo más amable, más compasivo o estando más presente en tu vida cotidiana, eso me parece a mí una forma de felicidad.

Al principio quizá pienses que la meditación es como tomarse una píldora. Tal vez pienses que si te sientas en meditación durante cierto tiempo cada día será algo así como tomarte una píldora de la felicidad. Ese tiempo en el cojín debería traducirse en menos estrés y más felicidad. En ese caso, estás buscando una solución facilona. La diferencia entre atiborrarse a pastillas y meditar es que esto último tiene tendencia a filtrarse hasta la médula. No solo estás prescribiendo un remedio para tu sufrimiento temporal, sino empezando a observar tu sufrimiento general.

Eso significará que tal vez al principio no veas una conexión entre meditación y felicidad. Al principio ves una conexión entre la meditación y tu caótica y confusa mente. Incluso puedes llegar a pensar que la meditación te ha atontado más de lo que estabas. Pero, poco a poco, en tu práctica meditativa va teniendo lugar una progresión natural, pasando de ser algo que haces en un cojín, que pudiera o no aportarte alegría, dependiendo de cómo esté tu mente ese día, a algo que se convierte en parte esencial de una vida basada en el contento.