Cartas desde la celda - Mario Lanero - E-Book

Cartas desde la celda E-Book

Mario Lanero

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Beschreibung

Tras más de treinta y cinco años dedicado a la educación canina, Mario Lanero ha llegado a entender las miradas de esos seres maravillosos que son los perros. Fruto de ello son estas cartas que, aunque han sido elaboradas por el autor, bien podrían haber sido escritas por ellos. Cartas escritas desde un lugar en el que no deberían estar. Este libro es el resultado de un concienzudo ejercicio para intentar mostrar los sentimientos de nuestros compañeros peludos. Todo ello, para continuar con su labor de concienciación hacia los perros, y hacia los animales en general.

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A menudo se dice de los perros: «Si pudieran hablar…». Pero ¿y si pudieran escribir?

Tras más de treinta y cinco años dedicado a la educación canina, Mario Lanero ha llegado a entender las miradas de esos seres maravillosos que son los perros. Fruto de ello son estas cartas que, aunque han sido elaboradas por el autor, bien podrían haber sido escritas por ellos. Cartas escritas desde un lugar en el que no deberían estar.

Este libro es el resultado de un concienzudo ejercicio para intentar mostrar los sentimientos de nuestros compañeros peludos. Todo ello, para continuar con su labor de concienciación hacia los perros, y hacia los animales en general.

Cartas desde la celda

Mario Lanero

www.ushuaiaediciones.es

Cartas desde la celda

© 2023, Mario Lanero

© 2023, Ushuaia Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

[email protected]

ISBN edición ebook: 978-84-19405-17-3

ISBN edición papel: 978-84-19405-11-1

Primera edición: junio de 2023

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: © Irinazhuravlevaan / Shutterstock

Todos los derechos reservados.

www.ushuaiaediciones.es

Índice

Introducción

Biguelillo (beagle)

Cuqui (westy)

Kendo (mestizo mediano tipo labrador. Síndrome de Noé)

Kero (golden retriever)

Lolo (mestizo mediano)

Princesa (bulldog francés)

Rambo (mestizo tipo cazador)

Staffy (american staffordshire)

Tarzán (mestizo tipo mastín)

El autor

A mis hijos Santi y Luna, simplemente por existir.

A mi hermana Maribel, absolutamente por todo.

A Rocío Fernández, por no dejarme caer.

A mis compañeros y amigos de Animales en las Ondas.

A Ken Sewell † por iniciarme en este conocimiento.

A Roser Company, por Tula.

A todos los responsables de perros que han sido mis amigos y a los que han cedido las fotos de sus compañeros-actores.

Y a todos los que han creído en mí, me han ayudado y me han sufrido.

En los muchos años que he dedicado a la educación canina, he conocido infinidad de perros. Como cualquier profesor, el cariño por mis alumnos ha estado siempre presente. Como cualquier profesor también, ha habido algunos que me han marcado más en unos sentidos o en otros. Animales que están en mis recuerdos y que me han enseñado casi todo lo que sé de ellos. A veces me han hecho dudar de mis conocimientos y estudios, haciendo que me preguntara si no estamos completamente equivocados respecto a cómo aseguramos que son. Sin embargo, ya en mi faceta personal, la convivencia con un perro me hacía ver aún más cosas.

Poco a poco aprendí a leer las miradas, dejando de lado todo lo que de estudiable tiene su lenguaje corporal, tan descrito ya en tantos libros. Aprendí lo que, por desconocimiento, había hecho mal. Supe que había causado daño sin proponérmelo y sin vuelta atrás. Comencé a dejar de querer imponerme a ellos para pasar a disfrutar de su esencia sin trabas. Fue entonces cuando pude ver la profundidad, la simplicidad y la nobleza que puede existir dentro de un ser que siente y padece, sin apenas conocimiento del mundo.

Te doy las gracias porque, habiendo pasado otros perros por mi vida (Mili, Oscar, Trasto Guti, Benito y sobre todo Rover), tú me has hecho sentir lo maravilloso que es estar juntos en el sofá, que nos despertases los domingos saltando a nuestra cama, que mirases si caía algo al terminar de comer (como si no hubiera un mañana), que salieras al campo a conquistarlo todo en cada viaje... y tantas y tantas pequeñas cosas enormemente grandes.

Te echo de menos y quiero dedicarte de manera especial este libro porque no quiero que nunca se me borre tu recuerdo.

Para ti, querida Tula.

«No hay nada más triste que el vacío entre mis brazos, cuando antes estaban llenos de ti».

Introducción

Cartas desde la celda es un recopilatorio (obviamente ficticio) de escritos realizados por diversos perros desde su confinamiento en una protectora. Pretenden reflejar los sentimientos de un animal que se ve obligado a llegar a lugares como ese.

Podría pensarse que, al escribir este libro, juego un poco a ser Dios, pero nada más lejos de mi intención. La manera de explicar cada una de las experiencias desde el punto de vista del can está manipulada para que el humano alcance a comprenderlo. A pesar de los muchos estudios que se llevan realizados, todavía nadie ha podido entrar en la mente de un perro. Aquellos que nos hemos dedicado profesionalmente a algún tema relacionado con ellos quizá estamos un paso por delante en el conocimiento del comportamiento y pensamiento caninos, pero todo son suposiciones, al fin y al cabo.

Basándome en esos conocimientos, he intentado acercarme lo más posible a lo que creo que podría ser su punto de vista de la situación. Según estos mismos conocimientos, hay cosas que supuestamente no tienen capacidad para saber o para pensar y que yo les he atribuido, siempre con el fin que he mencionado anteriormente. Sin embargo, no puedo afirmar con rotundidad que no sea así.

Que nadie piense que no creo en todo aquello que he aprendido en más de treinta y cinco años dedicado a la educación canina, ni mucho menos, pero la experiencia con miles de perros me ha enseñado que cualquiera de ellos puede sorprenderme de nuevo en cualquier momento. Me ha enseñado también que cada perro tiene su propia personalidad, sus propias experiencias que le sirven para la vida, su propia sensibilidad y que ni son todos maravillosos, ni son todos unos demonios. Me ha enseñado que el perro tiene sus motivos para todo y que el sufrimiento existe.

En estas nueve cartas, que podrían ser nueve mil, quiero reflejar las múltiples y variadas circunstancias en las que un perro puede acabar en una protectora, siendo siempre, siempre, culpa del humano. Espero crear una cierta empatía con su lectura y, por qué no, remover conciencias.

Al margen de nuestras circunstancias personales, que no son casi nunca una excusa válida, un perro al que incluimos en nuestras vidas no ha pedido venir. Esa es una decisión que hemos tomado nosotros de forma unilateral, por tanto debemos asumir las obligaciones que eso conlleva y que duran toda su vida. Tampoco nadie nos obliga a tener un perro con nosotros, por lo que si no vamos a ser capaces de cumplir con esa obligación, mejor no dar el primer paso. No tener un perro no nos convierte en malas personas, pero si lo hacemos debe ser con todas las consecuencias porque, desde el momento en que viene, somos su familia, somos su seguridad y somos su vida.

Espero que disfrutes de esta lectura.

Muchísimas gracias.

Biguelillo (beagle)

No hacía mucho que vivía con ellos. Tampoco recuerdo muy bien dónde estaba antes, pero sí sé que me trajeron ellos. Me refiero a Ana y Lino, así se llamaban entre ellos los humanos con los que vivía. Siempre me trataron bien y jugábamos mucho. Me llamaban «biguelillo» y yo acudía corriendo porque siempre había algo bueno esperándome. Bueno... siempre, siempre no iba. A veces me encontraba de golpe con un rastro y... ¡hay amigo!, eso me puede. No hay nada más interesante que seguir un rastro. Es emocionante y me excita muchísimo. Cuando eso pasaba, me llamaban en un tono más duro y con otro nombre parecido, pero más corto: «¡Biguel!, ven aquí».

Vivíamos los tres en un sitio estupendo. Había mucha hierba y a mí me encantaba hacer pipí allí. Ese contacto era muy agradable. También hacía agujeros y buscaba olores, porque no siempre estaba con ellos. La mayor parte del tiempo lo pasaba allí solo, así que perseguía pájaros o me tumbaba al sol sobre la hierba. Cuando ellos volvían de no sé dónde, solíamos salir a caminar un poco. Me ponían una cosa en el cuello y no me soltaban. Yo estiraba como un loco porque había cientos de olores nuevos cada día y porque me encantaba tirar con fuerza. Ellos siempre estaban tirando de aquella correa, pero a mí me daba igual. Después de un rato volvíamos y yo me iba a la hierba corriendo a hacer pipí, y a veces caca, y ellos decían algo así como: «A ver cuándo lo hace afuera». No les entendía, pero era todo perfecto. Luego me traían comida y se iban dentro de la casa. A mí casi nunca me dejaban entrar. Ya estaba acostumbrado y, además, después de la salida, lo que me apetecía era comer y descansar.

Todo sucedió un día que ellos se habían ido. Yo estaba mirando un pájaro que había en un árbol y un humano saltó la valla. Por un momento me asusté, porque no me lo esperaba, pero los humanos no me daban miedo. Siempre que nos encontrábamos con otros fuera eran muy amables y me hacían caricias, así que me acerqué a él para saludarlo. Me cogió en brazos y no me dijo nada, pero noté que estaba nervioso, en tensión. Entonces me pasó por encima de la valla y otro humano me cogió. Todo fue muy rápido. Yo estaba muy sorprendido porque no entendía qué pasaba. Me metieron en una caja grande con ellos y después me encerraron en una más pequeña con barrotes. La caja grande se empezó a mover y tuve la sensación de que nos desplazábamos. En ese momento me entró miedo y empecé a ladrar. Alguno de ellos golpeo con fuerza a la caja donde yo estaba. Sentí terror. Era como si el cielo hubiese caído sobre mí. Me callé en seco y me acurruqué en el suelo.

Pasó una eternidad. De hecho, podía ver como se iba oscureciendo el día hasta hacerse de noche. Solo paramos una vez, pero no me sacaron de allí. Tampoco podía beber nada y tenía unas ganas tremendas de hacer pipí. No quería hacerlo allí, pero al final no pude aguantarme más. También tenía hambre, pero cada vez que decía algo le daban un golpe a la caja y me gritaban. Aquellos humanos no tenían nada que ver con los que yo conocía. Estos tenían muy mala leche y olían a agresividad.