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Cóctel de seducción. Para el cóctel perfecto, mezcle lo siguiente: -Una mujer decidida a encontrar a la seductora que lleva dentro. -Un playboy famoso e increíblemente sexy. -Una loca fiesta. -Un beso impulsivo que lleve a una noche de pasión explosiva. Claire Daniels busca amor… aunque sea con su ex novio. Pero cuando lo ve en aquella fiesta con otra mujer, besa al hombre que tiene más cerca. Sin embargo, Ty Coleman no quiere poner fin al beso… Placer Íntimo. Cuando se dio cuenta de que todas sus relaciones habían sido tan superficiales como la vida que llevaba en Hollywood, Liza Sanguinetti se prometió ser más selectiva en la elección de sus parejas. Pero cuando aterrizó en Canyon Springs, Nuevo México, y echó un vistazo al guapísimo sheriff, supo que iba a ser un placer romper su promesa... Dylan Jackson, ex agente antivicio, no tenía tiempo para las sofisticadas costumbres de aquella chica de la gran ciudad... o eso creía.
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Seitenzahl: 461
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Julie Kenner. Todos los derechos reservados. CÓCTEL DE SEDUCCIÓN, Nº 39 - marzo 2011 Título original: Moonstruck Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.
© 2002 Donna Jean. Todos los derechos reservados. PLACER ÍNTIMO, Nº 39 - marzo 2011 Título original: His Private Pleasure Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd. Publicado en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9843-0 Editor responsable: Luis Pugni Imagen de cubierta: ZASTAVKIN/DREAMSTIME.COM
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Claire Daniels miró a su alrededor, en la atestada pista de baile de Decadente, con sus luces de colores vibrantes y su música demasiado alta, y se preguntó qué narices hacía allí.
La culpa, claro, era de Alyssa, su mejor amiga, que la había arrastrado allí en Nochevieja.
—¿Quiere soplar? —un hombre guapísimo, que llevaba una camiseta negra ajustada con la palabra «Decadente» pintada en letras blancas, le tendió algo con una sonrisa seductora.
—¿Cómo dice? —Claire enarcó una ceja con un gesto altivo que había perfeccionado a los ocho años, después de ver muchas horas Star Trek y pasar mucho tiempo en el cuarto de baño hasta que hubo convencido a sus músculos faciales de que se movieran de ese modo.
—Para medianoche —repuso el hombre—. Para hacer ruido.
—Oh. Claro. De acuerdo. Gracias —ella tomó el matasuegras y sonrió al adonis—. Genial. Gracias. Será divertido —hablaba deprisa, con intención de alejarlo y volver a su penosa situación de estar sola en un bar en Nochevieja, la noche por excelencia en la que todo el mundo tenía una cita.
No debería estar allí.
El adonis se perdió en la multitud y Claire buscó a Alyssa con la mirada para decirle que ya estaba harta y que se iba a casa. Al menos allí podría acurrucarse debajo de una manta y ponerse cómoda en chándal. Y en casa no se sentiría como una tonta a medianoche, cuando todos los demás se besaran apasionadamente y ella se quedara mirando.
Pero Alyssa no estaba a la vista. Aunque, francamente, aquello no era mucho problema. Porque la mirada de Claire cayó sobre lo que sólo podía describir como un hombre extraordinario. Alto y delgado, ataviado con el uniforme texano, vaqueros lo bastante ajustados para que una mujer pudiera apreciar su ropa interior y la camisa blanca inmaculada abrochada hasta el cuello a pesar del calor generado por la multitud de cuerpos de la habitación.
Desde donde estaba, veía que tenía unos ojos azules, que en aquel momento observaban la habitación como si fuera su reino. Y, oh, sí, parecía de sangre real. Desde el modo en que miraba hasta la pelusa de barba que adornaba su mandíbula fuerte, resultaba tan perfecto que, si hubiera sido una foto, Claire habría jurado que la habían alterado digitalmente. Aquel hombre era el equivalente visual a una sobredosis de helado de chocolate, rico, maravilloso y muy malo para el cuerpo.
«Tranquila, chica». Por otra parte… ¿por qué iba a dejar de mirarlo? El hombre era sexy y la miraba. Y ella estaba sola y, en aquel momento, muy, muy disponible.
Dio un paso en su dirección, pero se detuvo cuando un hombre grueso con una camiseta de Decadente se acercó al señor Texano. Hablaron un momento y después aquella fantasía de hombre siguió al otro en dirección contraria con expresión dura.
Claire asumió que el empleado trabajaba en Seguridad. Lo que implicaba que el texano de la realeza trabajaba también con los de Seguridad o acababan de echarlo del club.
Fuera como fuera, no le servía. Si estaba con los de Seguridad, estaba trabajando. Y si lo habían echado… Bueno, estaba más que preparada para una noche salvaje con un hombre sexy, pero pretendía mantener un asomo de responsabilidad en su loca aventura. Tener aventuras con hombres a los que echaban de discotecas no entraba en su lista de cosas inteligentes que hacer.
Lástima. El señor Realeza era muy apuesto. Y ella quería un hombre, maldición. Quería intimidad. Quería desahogar parte de la frustración sexual que había ido acumulando desde que rompiera con Joe. Hacía meses que no se desnudaba con nadie y empezaba a ansiar el contacto de un hombre.
«Podrías tenerlo, Claire».
Hizo una mueca. Oh, sí. Podía tener un hombre, claro. Joe. Su ex. El hombre que la había dejado después de salir casi un año. Después, cuando ella había cometido la tontería de llamarlo sólo para ver si había alguna posibilidad de volver, él había decidido que el sexo era una buena herramienta de reconciliación.
Y la estúpida de ella había estado a punto de acostarse con él. Pero había ganado su respeto por sí misma y había salido de la estancia sin molestarse ni siquiera en dar un portazo, dejando a Joe con cara de sorpresa y los pantalones a la altura de los tobillos.
«Sí, bueno, chico. La próxima vez piensa en eso antes de dejarme».
En la parte de superioridad moral de la ecuación, se sentía bastante bien consigo misma. En la parte de «excitada sexualmente y luego privada de sexo» estaba tensa como un alambre desde entonces y se preguntaba si no se había castigado a sí misma tanto como a él.
—Hiciste lo correcto —Alyssa se materializó a su lado con una copa de champán en la mano. Se la tendió a Claire, quien la tomó agradecida.
—¿Tan evidente es lo que estoy pensando?
Su amiga sonrió.
—Sólo porque yo te conozco muy bien.
Claire suspiró y tomó un sorbo de champán.
—No es justo, ¿de acuerdo? Hicimos ese pacto de Navidad de ir a por lo que queremos —levantó la copa y la inclinó un poco para señalar a Alyssa—. Y las dos sabíamos que lo que queríamos eran hombres. Y tú acabas con el hombre de tus sueños y yo con Joe con los pantalones por los tobillos y yo saliendo por la puerta.
—¿Quién dijo que tuviera que ser un pacto de Navidad? Las fiestas no han acabado. Todavía tienes tiempo —su amiga sonrió con malicia.
—Para ti es fácil decirlo. Ahora estás emparejada.
—¿Eso es lo que tú quieres?
Claire se encogió de hombros.
—Tal vez no esta noche —confesó—. Esta noche me conformaría con darme el lote en el asiento trasero de un coche.
Alyssa se echó a reír.
—Es culpa mía —añadió Claire—. No tenía por qué dejar plantado a Joe.
—Sí tenías.
—Tienes razón —repuso Claire.
La verdad era que no debería haberlo llamado. Cierto que había dicho a todo el mundo que la ruptura la había destrozado, pero en realidad la había destrozado más que hubieran roto sus planes de futuro y de familia, que la marcha de aquel hombre en particular. Porque lo que quería era una familia… raíces. Había comprado una casa, trabajaba como voluntaria en dos organizaciones de caridad en Dallas y su trayectoria profesional iba bien encaminada.
Había pasado los dos últimos años trabajando para la jueza Doris Monroe, del Tribunal de Apelaciones, y había aceptado hacía poco un puesto en la sección de apelaciones del prestigioso bufete Thatcher y Dain. El puesto tenía sus desventajas, pues no podía imaginar una jefa mejor que la jueza Monroe. Aquella mujer no era sólo una abogada brillante, sino también una persona sabia y Claire la respetaba mucho. Le costaba creer que en julio dejaría a la jueza para entrar en el sector privado.
Su padre, un senador por el estado de Texas, quería que ella entrara en el bufete que él había ayudado a fundar antes de dedicarse a la política, pero Claire estaba decidida a dejar su propia marca. Si entraba en un despacho que ya lucía su apellido en la puerta, sería después de haber llevado casos en la Corte Suprema, haber aparecido en el American Bar Journal y en el Dallas Morning News. Así podría entrar por la puerta sabiendo que merecía estar allí por lo que había logrado, no por su padre.
En conjunto, estaba bien instalada en su mundo. Sólo quería alguien con quien compartirlo. Pero Joe no era ese hombre, por mucho que ella hubiera intentado fingir que sí.
Aun así, el hogar y la familia estaban muy bien como meta, pero aquella Nochevieja se conformaría con un baile lento y un beso apasionado. Y si había algo más que eso, sería feliz.
Suspiró y terminó el resto del champán de la copa.
—¿Dónde está Chris? —preguntó a Alyssa, en alusión al «mejor amigo convertido en novio convertido en hombre de sus sueños».
—Se ha encontrado con un amigo. Pero creo que debo ir a buscarlo. Sólo faltan quince minutos para medianoche.
Claire frunció el ceño.
—Creo que me iré.
—Ni se te ocurra. Diviértete. Besa al barman. Baila. Bebe champán.
—Oh, créeme —repuso Claire—. Estoy de acuerdo con el plan del champán.
Normalmente no bebía mucho, pero entre el aburrimiento y los nervios, había bebido al menos cuatro copas y empezaba a notarlo.
—No debería estar aquí —prosiguió—. Mi madre me suplicó que fuera a Austin a la fiesta en la mansión del gobernador. Podría estar relacionándome con los jueces y haciendo contactos —suspiró—. En serio. Me gustaría irme.
—¿Y nuestro pacto? Tienes que actuar, chica. Ir a por lo que quieres.
—Quizá lo que quiero es estar en la cama con un vaso de vino y ver Cuando Harry encontró a Sally.
Alyssa adoptó una expresión grave.
—Para empezar, ahora no puedes conducir —señaló la copa de champán—. Y además, es Nochevieja.
—Pero Nochevieja sin un acompañante no es divertida. Y Navidad tampoco lo fue —añadió, aunque no sentía amargura. De verdad que no. Estaba encantada con que Chris y Alyssa se hubieran liado por fin. Simplemente, le habría gustado que su pacto prenavideño de «asumir el control de sus vidas» le hubiera funcionado igual de bien a ella.
—Te dejaría besar a Chris, pero me pondría celosa —Alyssa le guiñó el ojo. Claire dio un empujón a su amiga en dirección a la barra.
—Vete a buscarlo, yo estoy bien. Quizá me hable algún pobre hombre y me convierta en su esclava sexual por esta noche —añadió, pensando en el texano de la realeza, alias «el hombre que se largó».
—Eso es. Así me gusta —Alyssa le dio un abrazo rápido y desapareció entre la multitud, dejando a Claire sintiéndose como una tonta allí sola con el reloj a punto de iniciar la cuenta atrás.
—¡Maldita sea!
Se preguntó si Alyssa se daría cuenta si salía y se sentaba en su coche. Podía fingir que necesitaba algo, esperar en el coche a que el reloj diera la medianoche y volver cuando terminaran los besos. Eso al menos la salvaría de la depresión intensa asociada con la soledad crónica.
Armada con ese plan, salió por una puerta cercana y se encontró, no delante de la discoteca sino en un patio de suelo de piedra. La música de dentro no se oía allí y en su lugar había una clásica que daba a aquel oasis una sensación de relajación que Claire apreció mucho.
Pero, por lo que parecía, no había modo de pasar del patio al aparcamiento, y estaba a punto de volver atrás cuando volvió a ver al señor Pecado-y-Sexo. Esa vez, sin embargo, charlaba con un grupo de mujeres esplendorosas. Claire suspiró y estaba debatiendo si debía acercarse e incluirse entre las fans cuando el grupo se apartó y empezó a alejarse en distintas direcciones, con lo que quedaron el texano y ella, y él la miraba con un fuego en los ojos que resultaba inconfundible.
Claire respiró hondo y tomó otra copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por allí. Se volvió, pues no quería que el texano viera que bebía un trago grande para darse valor, y al hacerlo se dio cuenta de que carecía de práctica en el terreno del coqueteo. Había salido con Joe, sí, pero lo había conocido a través del amigo de un amigo, no se lo había encontrado en un bar atestado. Y antes de eso… bueno, siempre había sido la chica que estudiaba, no la chica que iba de fiesta.
Ahora lamentaba aquel déficit en su educación porque iba a tener que encontrar el modo de acercarse a hablar con aquel hombre. Tenía que ir a por lo que quería, ¿no? ¿No era eso lo que habían pactado Alyssa y ella?
Y en aquel momento, no había ninguna duda de que, si quería a alguien a su lado a medianoche, ése era el señor Decadente.
Cuando se giró de nuevo, estaba llena de fuerza, segura de sí misma… y completamente sola.
O no completamente sola, pues había varias docenas de personas en el patio, pero el hombre al que buscaba ya no estaba.
¡Maldición!
—No es un buen momento para perder a su acompañante.
Claire se giró, cosa que hizo que la cabeza le diera vueltas debido al champán, y se encontró delante de una rubia esplendorosa que llevaba otra bandeja con champán.
—¿Perdón? ¿Mi acompañante?
—Tiene usted una expresión de «¿dónde narices se ha metido ahora?»
—¡Oh! —Claire miró a su alrededor, mortificada por lucir una expresión anhelante respecto a un desconocido—. No, mire, yo sólo…
—La cuenta atrás empezará pronto —dijo la camarera—. Encuéntrelo rápido.
Y antes de que Claire pudiera explicarle a aquella mujer, a la que indudablemente no le importaba nada, que el apuesto decadente no era su acompañante, la camarera le puso una copa en la mano y se largó a entregar copas a otras personas.
Claire suspiró. Y, puesto que la tenía en la mano, bebió de la copa y volvió a mirar a su alrededor en el patio, pero sin suerte.
Por supuesto, aquello no significaba nada. El patio empezaba a llenarse de gente y, cuando Claire echó atrás la cabeza como hacían otras personas, comprendió por qué: la luna llena colgaba en el cielo bañándolos a todos con su luz.
Y entonces se dio cuenta de que la música del interior del club se había parado y la música del patio también, sustituidas ambas por la voz cálida de Fred, quien se presentó como el director de Decadente.
—De parte de todo el personal de Decadente y de la mía, queremos desearles a todos un feliz Año Nuevo. Agarren a su acompañante y prepárense a brindar porque sólo faltan treinta segundos para la medianoche.
Hubo algunos movimientos apresurados de personas que buscaban una copa de última hora y después la multitud empezó a contar hacia atrás desde quince, guiados por la voz de Fred en el micrófono. Claire unió su voz a las otras porque pensó que quizá eso le haría entrar en el espíritu de la fiesta, y tomó un pequeño sorbo de champán en cada segundo hasta que llegaron a…
—Cuatro —tomó un sorbo.
—Tres —alzó la vista porque se apartó la multitud.
—Dos —vio a Joe. Joe. ¡Y estaba con una mujer! ¡Una mujer! Aunque no le importaba nada con quién saliera, y quizá fuera una chiquillada por su parte, no quería que la viera allí sola cuando él tenía a una mujer del brazo.
—Uno —y Joe también la vio a ella.
Claire se volvió… con un poco de suerte, él no la habría visto… y chocó con el señor Texano de la Realeza.
Tal vez fue el champán. O quizá fue su espíritu aventurero o las ganas de darle en las narices a Joe. O quizá todo fue obra de un diablillo tentador. Claire no lo sabía. Pero lo cierto fue que ella miró sus ojos azul claro, le colocó las manos en los hombros, se puso de puntillas y lo besó.
«Lo he besado», pensó un momento después, aunque Claire no sabía cómo le funcionaba el cerebro. Había besado a un desconocido.
Y no a un desconocido cualquiera, sino a su apuesto texano. Y no sólo lo había besado ella, sino que él le había devuelto el beso.
Mejor dicho, se lo seguía devolviendo, porque, aunque a ella le daba vueltas la cabeza, el beso se prolongaba y se prolongaba y era delicioso. Era increíble. Era fantástico y mucho más.
Y si Joe los miraba, pues mejor, porque Claire sabía que Joe nunca la había besado así. Con firmeza, pero también con suavidad en los lugares indicados. Con sólo un toque de lengua que sabía a champán, a chocolate y a fresas.
Abrió la boca con un suspiro para recibirlo mejor y él aprovechó inmediatamente la oportunidad y deslizó la lengua en la boca de ella como si no deseara nada más que saborearla; y el cuerpo de ella pareció disolverse en un suspiro, dejándola como sin huesos y completamente a merced de él.
Lo cual no era ningún problema, pues él la sostenía con firmeza. Con una mano en la nuca de ella y los dedos entre los rizos salvajes del pelo que ella había dejado suelto y la otra mano en la parte baja de la espalda, donde las puntas de los dedos rozaban la curva de su trasero causando una sensación muy erótica.
Él aumentó la presión de la mano y la acercó hacia sí hasta que estuvieron cadera con cadera y ella pudo sentir el efecto que tenía en él. Un efecto muy duro, y aunque sabía que debía sentirse avergonzada, o al menos retroceder para que los dos pudieran respirar un poco, hizo exactamente lo contrario y se apretó contra él, que bajó la mano para colocarla con firmeza en su trasero y apretarla más todavía contra sí.
¡Sí, sí, oh, por el amor de todo lo sagrado, sí!
Ella se movió, imaginando que la mano de él bajaba todavía más. Imaginando que aquellos dedos recorrían la curva de su trasero para deslizarse después entre sus piernas y acariciarla hasta llegar al orgasmo.
Y sintió que se humedecía sólo de pensar en aquella caricia. ¿Cómo sería si las manos de él llegaban a tocarla así de verdad? ¿Si de verdad acababa aquel hombre en su cama?
«Oh, santo cielo, sí».
Tal vez fuera la química, o el champán, o el destino jugando con el corazón de los mortales, pero en ese momento no podía pensar en nada que no fuera llevárselo a la cama y ser penetrada por él. La habitación daba vueltas y él era lo único que se mantenía firme. Lo único que ella quería.
Y entonces, maldito fuera el mundo entero, él empezó a apartarse, con gentileza, suavemente, sólo lo suficiente para interrumpir el beso, y el fuego que ella vio en sus ojos casi hizo que se derritiera.
—Feliz Año Nuevo a ti también —sonrió él.
—Está empezando muy bien.
—Te he visto —dijo él, con una voz que sólo tienen los hombres soñados, suave como la de una estrella de la radio, pero con un toque de buen vendedor. Una voz que podía susurrarle toda la noche a una mujer en la cama. Una voz que podía llevarla al orgasmo sin necesidad de tocarla.
—¿Ah, sí? —ella se derretía. De eso no había ninguna duda. Se derretía.
—Dentro. Te he visto. Tú también me has visto.
—Sí —ella se acercó un paso más y cerró la distancia que se había abierto entre ellos cuando él interrumpió el beso. «Bésame». «Bésame otra vez».
—¿En qué pensabas cuando me mirabas? —él la tomó por la cintura y la acercó más a sí.
Claire tragó saliva con los ojos fijos en aquellos labios, recordando el beso. Sabía muy bien lo que pensaba en ese momento, pero el pasado… el pasado resultaba confuso.
—Me cuesta mucho esfuerzo conseguir que mi cerebro funcione.
—¿De verdad? Porque yo sí sé lo que pensaba yo.
—¿Sí? —la pregunta brotó como un aliento suave, y llena de anhelo.
—Esto —repuso él. Y con la luz plateada de la luna cayendo sobre ellos, acercó los labios y le dio el beso que ella esperaba.
Exquisita.
A Ty le costaba trabajo pensar debido al conjuro que le había echado la mujer que tenía en los brazos, y Ty Coleman no era hombre que se dejara atrapar fácilmente en conjuros. No, el hombre al que Entertainment Weekly había descrito como «el príncipe de las discotecas», el hombre que había dejado su casa de Dallas a los diecinueve años para buscar fortuna en Los Ángeles, el hombre responsable de las cinco discotecas más populares de la zona de Los Ángeles, que había acogido dos fiestas de después de los Óscars con actrices hermosas colgadas de su brazo, ese hombre no se veía a menudo sorprendido por una mujer.
Aquella mujer, sin embargo…
Algo en ella le había llamado la atención.
Y no era su belleza, aunque con sus rizos castaños claros y sus ojos de color chocolate, que parecían a la vez suaves e inquisitivos, resultaba muy atractiva. Pero no era eso. Era más bien como una chispa, como un arco de electricidad que se creaba entre ellos siempre que miraba en su dirección.
Estaba seguro de que ella también lo había sentido, y por eso él se había abierto paso entre la multitud a medianoche para situarse cerca de ella.
La había visto por primera vez hablando con su amiga y le había llamado la atención su modo de moverse, su postura recta y segura de sí a pesar de sentirse obviamente fuera de lugar. Lo más normal habría sido que se fijara en ella y al momento siguiente la olvidara. Dios sabía que conocía y veía a cientos de mujeres todas las noches. Pero ella le había interesado lo suficiente para que no sólo se fijara, sino que además diera las gracias en silencio a las circunstancias que lo habían arrastrado de vuelta a aquel agujero infernal de Texas.
Él no quería volver. ¿Por qué lo había hecho? Ya resultaba bastante difícil soportar a distancia las críticas constantes de sus padres de que nunca llegaría a nada. Allí, con ellos a pocos kilómetros, el ruido de sus palabras desalentadoras era casi ensordecedor. Era como si sólo pudieran ver al chico disléxico que había sido, el rebelde que se empeñaba en hacer amigos a toda costa ya que no podía sacar buenas notas. El que se metía en peleas con los chicos y en situaciones comprometedoras con las chicas. Los profesores lo habían descrito como un chico problemático que no quería aplicarse y sus padres se habían mostrado de acuerdo. Y aunque Ty se había mudado a California y conseguido triunfar en su mundo, ellos seguían viendo sólo un fracasado.
¡Que se fueran todos al infierno! Ty no entendía por qué le seguía importando lo que pensaban.
Porque le importaba. No quería que fuera así, pero le importaba, y por eso había creído siempre que no había nada en el mundo que pudiera hacerle regresar a Dallas.
Por supuesto, tampoco había imaginado nunca a Roberto Murtaugh. Pero cuando la ganadora al Óscar a la mejor actriz de ese año le había presentado a aquel multimillonario de Dubai en una fiesta de Hollywood, Ty había oído claramente a la oportunidad llamando a su puerta. Tal vez no pudiera leer un libro de cuentas sin que los números salieran flotando de la página, pero sabía muy bien cómo hacer crecer esos números. Se había sentado con Murtaugh y le había contado todo lo que había logrado durante esos años en Los Ángeles. Desde que empezara con diecinueve años como un autónomo ambicioso que trabajaba en todos los clubs que querían contratarlo, hasta el día en el que cortó la cinta que inauguraba su quinta discoteca.
No era sorprendente que Murtaugh hubiera oído hablar de él. En Los Ángeles, cuando un hombre tan joven como él empieza a ganar tanto dinero como ganaba él, cuando en internet se habla del éxito de sus discotecas, los medios de comunicación empiezan a fijarse. Al principio lo llamaron el Chico Maravillas, pero luego, cuando ya tenía veintiocho años y llevaba unos cuantos en los negocios, habían empezado a decir que era un playboy y salía a menudo en la prensa del corazón con alguna estrella colgada del brazo.
A Ty no le importaba eso. Cuanta más publicidad le hacían a él, más populares se volvían sus discotecas. Y la verdad era que no tenía la menor intención de cambiar el modo en que vivía. Su estilo de vida nocturno lo había sacado de la pobreza, le había hecho ganar más de quince minutos de fama en el programa de televisión Buenos días, América, había hecho que la prensa se fijara en él y había llevado a la realeza de Hollywood a llamar a su puerta para pedirle entradas y pases a eventos especiales y fiestas exclusivas.
Si eso llevaba consigo que tenían que llamarlo «chico fiestas», podía soportarlo aunque hubiera cumplido ya los treinta años.
En realidad, estaba dispuesto a soportar lo que fuera preciso por que creciera su negocio y por ser el hombre que sus padres estaban seguros de que no sería nunca. Triunfador. Rico. Respetado.
Y ese «lo que fuera preciso» lo había llevado de vuelta a Dallas.
Se había llevado bien con Murtaugh, pero el multimillonario no soltaba su dinero sólo porque alguien le cayera bien. Y cuando Ty le contó su idea de expandir sus discotecas por Europa y Asia, el inversor se había mostrado interesado pero precavido.
—Me caes bien —le había dicho—, pero sólo te has puesto a prueba en una ciudad. ¿Cómo sé que tienes la chispa para hacer que esto funcione?
—La tengo —había respondido Ty—. Dime cómo te puedo convencer y lo haré.
—Tengo dos propiedades —había dicho Murtaugh.
Y luego había sonreído y Ty había sabido exactamente lo que quería. Era muy sencillo. Ty tenía ocho meses para poner en forma Decadente, el club de Murtaugh. Trabajar con los empleados, hacer consultas, hacer lo que hubiera que hacer. Y al mismo tiempo, tenía también que insuflar vida en un establecimiento que Murtaugh estaba pensando vender. Una propiedad fea que nunca había dado beneficios. Murtaugh y él habían acordado un reparto al cincuenta por ciento y la propiedad sería lanzada como una sucursal de Paraíso, la primera discoteca de Ty en California y la más popular.
Si ambas propiedades despegaban antes de que terminara el plazo de los ocho meses, Murtaugh había prometido financiar la expansión de Ty.
Y éste había pensado que era demasiado bonito para ser cierto.
Pero cuando se enteró de dónde estaban las propiedades, vio la broma pesada que le gastaba el destino.
Podía cumplir su mayor sueño, el de convertirse en el Wolfgang Puck o el Gordan Ramsey de las discotecas, pero para lograrlo tenía que pasar por el infierno.
Por supuesto, había aceptado.
Llevaba ya seis meses en Dallas y le quedaban dos más de condena. Y estaba deseando salir de aquella maldita ciudad.
Apartó de sí aquellos pensamientos. No importaba. Nada de eso importaba. Ahora estaba allí, en el club, y la mujer que tenía en los brazos llevaba unos minutos haciendo mucho más agradable su presencia allí.
Desde el momento en que la había visto, había pensado acercarse a hablar con ella. Llevarla a la sección VIP de la discoteca, invitarla a una copa y sacarla a bailar.
No se le había ocurrido que ella se echaría en sus brazos y lo besaría de aquel modo. Como si deseara hacerlo.
Ella gimió un poco y su cuerpo suave se apretó más contra él. Ty podía saborear el champán en sus labios y la había visto vaciar al menos un par de copas llenas mientras recorría el lugar buscando a alguien. Alguien que no era él, aunque Ty tenía que admitir que lo aquel idiota se perdía lo ganaba él.
Se sentía excitado, anhelante, y quería tocarla. No sólo como la tocaba en ese momento, sino tocarla entera. Quería sentir su piel bajo los dedos, posar las manos en sus pechos desnudos. Cerrar la boca en los pezones y sentirlos endurecerse al lamerlos y acariciarlos con la lengua.
Era lo que quería, y estaba acostumbrado a conseguir siempre lo que quería.
En aquel momento, quería su despacho privado. Desgraciadamente, no había montando un despacho en Decadente porque su papel allí era sólo de asesor y, en lugar de ello, había alquilado uno en las Torres Wardman, en el centro, y el centro estaba demasiado lejos para sus propósitos actuales.
Pero le hubiera gustado que no lo estuviera. Porque daba igual en quién pensara ella cuando entró en Decadente, pues en ese momento, estaba concentrada sólo en él. Al menos hasta que…
—¿Claire?
La voz masculina llegó por la izquierda, y la mujer que estaba en sus brazos, alias Claire, se apartó con gentileza y abrió mucho los ojos con expresión nerviosa.
—Oh. Joe. ¡Qué sorpresa verte aquí!
Por supuesto, Ty podía ver que no era ninguna sorpresa.
—Te he visto desde ahí enfrente y he pensado que debía venir a saludarte.
—Claro —la sonrisa de Claire era excesivamente cortés—. Muy bien —movió las manos en el aire como si no estuviera segura de qué hacer con ellas—. Feliz Año Nuevo.
—Igualmente —miró a Ty y le tendió la mano—. Ty Coleman, es un placer conocerlo. Soy Joe Powell, de Publicidad Power.
Ty le estrechó la mano buscando el nombre en su mente. Había aprendido tiempo atrás que no podía confiar en notas y se había entrenado para recordar nombres y caras. Conocía aquel nombre. Joe Powell tenía fama de ser uno de los publicistas más prometedores de Texas y tenía en mente pedir a su secretaria que lo llamara para organizar un encuentro. Ahora intuía que ya no iba a tener que molestar a Lucy con el encargo. Si no se equivocaba, Joe Powell no se había acercado para saludar a Claire, sino para presentarse.
—Escuche —dijo Joe—. No soy de la gente que sepa fingir y la verdad es que he venido esta noche aquí con la esperanza de conocerlo.
Ty vio la expresión confusa de Claire. Joe sabía quién era, pero ella no tenía ni idea. Aquello le sorprendió y agradó, porque no recordaba la última vez que una mujer se había sentido atraída sólo por él y no por lo que significaba ser Ty Coleman.
Joe sonrió a Claire.
—Supongo que podía haberte pedido que nos presentaras —dijo—. No sabía que conocías al señor Coleman.
—Sí, bueno… —ella arrugó la frente como si estuviera pensando lo que podía decir a continuación.
Ty no supo qué le impulsaba, pero le tomó la mano y le dio un beso suave en la palma.
—Nuestra relación ha sido como un torbellino.
Claire abrió la boca, pero no dijo nada, y Ty vio en su cara el debate que sostenía en su mente. ¿Debía mencionar que no tenían ninguna relación o dejarse llevar?
Empezaba a pensar que ella estaba a punto de decir la verdad cuando una pelirroja flacucha con tacones de aguja y una sonrisa tan grande como Texas se acercó y tomó a Joe de la mano.
—Yo sé mucho de torbellinos —dijo éste—. Les presento a Bonita.
Claire abrió mucho los ojos.
La chica sonrió aún más.
—Soy la novia de Joe.
A Claire le daba vueltas la cabeza y estaba segura de que no era sólo por el champán. Para empezar, ¿por qué sabía Joe quién era aquel texano? Ty Coleman. El nombre le sonaba, pero con la confusión que tenía en la cabeza, no podía saber de qué.
¿Y qué narices hacía Joe con una novia? ¿Aquél era el mismo Joe que había intentado acostarse con ella sólo unos días antes de Navidad?
Por otra parte, había sido Bonita la que había utilizado la palabra «novia», no él, así que quizá la chica exageraba.
Claire apartó de sí aquel pensamiento. En realidad, ¿qué importaba si Bonita era su novia, su prometida o una simple conocida? En aquel momento, sólo quería que se fueran los dos. No sabía por qué Ty interesaba a Joe, pero sabía muy bien por qué le interesaba a ella. Y lo quería sólo para sí.
Al parecer, el pensamiento positivo tenía su fuerza, pues Joe retrocedió un paso como si se fuera a retirar. Claire bailó mentalmente de felicidad, pero tropezó cuando Bonita lo tomó del brazo.
—Deberías invitarlos, cariño.
—Tesoro, no creo que sea el momento —repuso él, aunque Claire lo conocía lo bastante bien como para saber que Joe jamás desaprovechaba una oportunidad de bailarle el agua a un cliente potencial y por un momento se preguntó si Bonita y él habían planeado de antemano la invitación para lo que quiera que fuera.
—Pediré a mi secretaria que llame para organizar un encuentro con el señor Coleman la semana que viene —prosiguió Joe—. ¿Le parece bien? —preguntó a Ty—. Me encantaría hablarle de la publicidad para la gran inauguración de Paraíso. Sé que tienen a otra compañía para este sitio, pero creo sinceramente que Publicidad Power tiene los contactos y los conocimientos necesarios para lograr que Paraíso cause sensación. Y ahora que falta un mes para la inauguración, es hora de que echemos un vistazo a sus planes de Relaciones Públicas. Mi objetivo sería que Paraíso de Dallas abriera con mucho más ruido que ninguna de sus discotecas de California.
Claire comprendió por fin.
—Eres Ty Coleman —dijo de pronto, cosa que no hubiera hecho sin el champán—. ¡Por supuesto!
Joe la miró.
—Tú no…
—Es una broma privada —intervino Ty—. Cuando nos conocimos, ella no sabía quién era.
—¡Ah! —suspiró Bonita, al parecer encantada.
—Llame a mi despacho —dijo Ty a Joe—. Dígale a mi secretaria que nos reserve treinta minutos. Si me gusta lo que oigo, seguiremos a partir de ahí.
—Me parece bien —dijo Joe, con el aspecto de un hombre al que acabara de tocarle la lotería—. Lo estoy deseando.
—¿Por qué no los invitas a la fiesta? —dijo Bonita.
Joe miró a Claire.
—Oh, no sé…
—¿Pero por qué no? Sé que a papá le gustaría conocer al señor Coleman, y vosotros dos tendríais ocasión de conoceros fuera de los negocios. Además —dijo a Claire con una sonrisa brillante—, será agradable tener a alguien que no sea relaciones públicas. Usted no lo es, ¿verdad?
—Derecho. Apelaciones —repuso Claire—. ¿Quién es su padre? —pregunto, aunque tenía la sensación de que ya lo sabía.
—Jake Powers. Es el dueño de la empresa en la que trabaja Joe —apretó el brazo de éste—. Acaba de invitarlo a ser socio.
—Eso es genial —repuso Claire, aunque no pudo evitar preguntarse si Joe la había dejado para salir con Bonita y acercarse más a su padre. O quizá era que Claire había crecido en una familia de políticos y veía ese tipo de maquinaciones por todas partes.
—Vendrán, ¿verdad?
—¿Cuándo es? —preguntó Ty.
—Mañana. Es nuestra fiesta anual de Año Nuevo con los clientes en el complejo Starr. Es muy informal. Vengan.
La idea de una fiesta con Joe no estaba en la lista de Claire de cosas que hacer el primer día del año.
—No creo que…
—Será fabuloso —la interrumpió Bonita—. Y habrá varias personas de su gremio. Acabamos de firmar con Daniels y Taylor para hacer unos spots publicitarios —añadió, mencionando el bufete que el padre de Claire había ayudado a fundar—. Y sé que vendrán al menos cinco procuradores y docenas de abogados. Nunca se sabe a quién se puede conocer allí.
Claire enarcó una ceja.
—¿Y usted no trabaja allí?
—¿Yo? No. Pero vigilo a mis hombres —su sonrisa se hizo más amplia—. Vamos, vengan. No tienen que quedarse todo el día.
Claire vaciló, midiendo la posibilidad de relacionarse contra la realidad de estar en una fiesta con Joe. Al final, ganó lo primero. ¿Por qué no? Los clientes de un abogado de apelaciones eran otros abogados. Y nunca era demasiado pronto para empezar a hacer contactos.
Ty le pasó un brazo por la cintura y su proximidad hizo temblar a Claire de anticipación de volver a estar a solas con él. Más que eso, de tener a aquel hombre todo el día siguiente. Pero cuando esa idea entró en su cabeza, supo que era ridícula. Para empezar, un beso apasionado en Nochevieja no se traducía necesariamente en una noche salvaje, ni en una educada cita diurna. Y aquello seguramente sería especialmente verdad con un hombre como Ty Coleman. Claire no solía prestar atención a los cotilleos de los famosos, pero había visto suficiente para saber que Ty era el tipo de hombre al que, cada vez que hacían una foto, tenía una chica distinta del brazo.
Tal vez quisiera una noche con ella; y sí, ella esperaba que así fuera. Pero las probabilidades de que quisiera prolongarlo en otra cosa eran muy pequeñas.
Era una idea deprimente, sobre todo cuando comprendió que no podía ir a la fiesta sin él. Porque no era ella la que interesaba a Joe. Ni personalmente ni para su campaña publicitaria. Lo que implicaba que se sentiría como una tonta yendo a esa fiesta si Ty no la acompañaba. ¿Y qué probabilidades había de eso teniendo en cuenta que acababa de conocerlo?
—La verdad es que me encantaría —repuso Claire, que optó por el camino más seguro—. Pero me temo que mañana tengo planes.
—Teníamos planes —intervino Ty con una voz que hizo que ella conjurara todo tipo de fantasías—. Pero los hemos cancelado. ¿No te acuerdas? Mañana estamos libres.
Claire lo miró con sorpresa y optimismo, y él le guiñó el ojo y sonrió con picardía. Miró a Joe y Bonita con una sonrisa radiante.
—Muchas gracias por la invitación. Nos encantaría asistir.
—No es que esté descontenta con el resultado, ¿pero y si hubiera tenido planes de verdad?
Estaban sentados en la barra y Ty tenía la mano en la rodilla de ella, con los dedos un poco metidos bajo el dobladillo de la falda. Un gesto aparentemente casual, pero que producía un efecto importante y a Claire le costaba mucho concentrarse, por no decir respirar.
—¿Tenías planes?
—Bueno, tenía que ir al hospital a donar un riñón, pero supongo que ya no lo haré.
Él se inclinó hacia ella y le puso la mano en el vientre.
—Cualquiera sería muy afortunado de conseguir un riñón tuyo.
Claire no sonrió. ¿Cómo hacerlo cuando apenas podía pensar? Todo su cuerpo estaba tenso. El contacto de él, su olor… hasta el sonido suave de su respiración eran algo que la volvía loca, y tenía que hacer un gran esfuerzo para no agarrarle la mano y subirla hasta el pecho antes de bajarla luego adonde en realidad quería tenerla.
Porque deseaba sentirlo a él. Sentir sus manos por todo el cuerpo. Y la pregunta que llenaba su mente en aquel momento era por qué seguían todavía sentados en la barra.
Él apartó la mano de su estómago y Claire pudo volver a respirar. Ty hizo una señal al barman para que les sirviera otra ronda y le tomó la mano.
—Pensaba que te hacía un favor. ¿Me he equivocado?
Ella se lamió los labios.
—¿Tan obvio era?
—He aprendido a observar a la gente. Paso mucho tiempo negociando. La gente no suele decir lo que piensa.
—¿Y qué pensaba yo? —Claire se preguntaba si él había adivinado que ella fantaseaba con un día juntos y si él también lo quería.
—Pensabas que la fiesta parecía una buena oportunidad.
—Lo es —Claire sabía que hablaba a la defensiva e intentó cambiar el tono—. Llevo tiempo trabajando con una jueza. Tengo mucha experiencia y estoy bien cualificada, pero necesito hacer contactos. Este verano me pasaré a un bufete privado.
—Conmigo no necesitas justificarte. Yo he sobrevivido y crecido a base de perseguir oportunidades.
Claire intentó recordar lo que había oído de él. Había visto su nombre relacionado con cotilleos de famosos, y ese tipo de programas inundaban últimamente las televisiones. Y de vez en cuando veía también una referencia a él en algún blog. No solía seguir aquellos temas, así que el hecho de que conociera su nombre implicaba que él salía a menudo en ese tipo de noticias, y si Joe iba detrás de él, era porque sus discotecas debían ser muy famosas.
—Te lo agradezco. Era a ti al que querían invitar, no a mí —ella frunció el ceño—. Francamente, me sorprende que Joe no se haya esforzado más por impedirme ir —se preguntó si debía decirle algo a Bonita al día siguiente, pero decidió que eso dependería de si Joe había empezado ya a salir con Bonita antes de su último encuentro con ella. Tendría que averiguarlo.
—Te has quedado pensativa —Ty tomó el whisky que el barman le había puesto delante y dio un sorbo—. ¿Quieres contármelo?
—No —ella se echó a reír—. No quiero.
Él pasó el dedo por el borde de su vaso, con lo que quedó húmedo por la condensación y después lo pasó despacio por los labios de ella.
—Me gusta tu boca —dijo, con un tono que debería usarse sólo en la cama desnudos.
Claire cerró los ojos para saborear mejor su voz y lamió el dedo, que sabía a whisky y a hombre.
Oyó un gemido y se dio cuenta de que procedía de ella.
Abrió los ojos y vio que Ty le sonreía con un fuego inconfundible en los ojos. Sorprendentemente, ella no se sintió avergonzada, sino sexy. Fuerte.
—Creo que me vuelves un poco loca —dijo.
—Puede que sea el champán —musitó él.
Claire negó con la cabeza.
—El champán puede que me dé valor, pero es el hombre el que me pone…
—¿Sí?
«Húmeda».
—Palpitante.
—Quizá pueda ayudarte con eso.
Claire contuvo el aliento.
—Me gustaría mucho. La sonrisa de él era casi comestible y ella supo que quería saborearla. Quería consumirla y, cuando los labios de él rozaron los suyos, respondió hambrienta al beso, al principio sólo con los labios y después inclinándose más, con el brazo alrededor del cuello de él para perderse en la maravilla que
El sonido de alguien que carraspeaba llamó su atención y Ty se apartó despacio. A Claire le gustó ver que miraba a la persona que los interrumpía con una expresión que sugería que esperaba que tuviera un buen motivo.
La culpable era una chica de veinteañera que llevaba una camiseta de Decadente y, por su modo de sonreír, no sentía ningún remordimiento por la interrupción. Como si Claire fuera sólo una chica más y aquello una noche más con el famoso Ty Coleman.
«Probablemente sea verdad. ¿Eso es un problema?»
Él se inclinó y la besó con fuerza suficiente para hacerla derretirse y a continuación sus ojos se encontraron y le sostuvo la mirada con fuego suficiente para derretir el acero.
«No», pensó ella. «Ningún problema».
—Lo siento —él bajó del taburete pasándole una mano por el muslo en el proceso, lo cual produjo a Claire un escalofrío en la columna y una sensación de promesa entre las piernas—. Tengo que revisar unos detalles con Fred. ¿Me esperas?
Ella asintió. Se sentía como se había sentido la noche en la que Tommy Blake, su amor adolescente, la había besado por primera vez debajo de las gradas.
Sumida en sus pensamientos, tomó una guinda de uno de los platos de la barra y empezó a lamerla mientras pasaba la mirada por la estancia. Vio a Bonita y Joe que avanzaban hacia la puerta y apartó rápidamente la vista para que sus miradas no se encontraran. Cuando lo hizo, vio a Alyssa y Chris que, junto a una multitud, avanzaban hacia la puerta más lejana. Alyssa susurró algo a Chris y éste saludó a Claire con la mano. Alyssa avanzó hacia ella.
—Iba a ponerte un mensaje de texto, pero como ahora estás sola… —Alyssa la miró—. ¿Estás sola ahora?
—Sólo temporalmente.
—Es guapísimo —Alyssa se sentó en el taburete que había dejado libre Ty—. ¿Lo ves? ¿No te dije que te quedaras? ¿Cómo es? ¿Cómo se llama?
—Es genial. Al menos por el momento. Y se llama Ty —hizo una pausa para ver si Alyssa mostraba alguna reacción—. Ty Coleman.
—Bonito nombre —contestó su amiga. Y Claire no supo si debía sentirse impresionada consigo misma por tener más conocimientos de cotilleos de famosos que su amiga, o avergonzada.
—¿Trabaja aquí?
Alyssa señaló algo sobre el hombro de Claire y ésta se volvió y vio a Ty hablando con el hombre alto que había dirigido la cuenta atrás de las doce. Ty alzó la vista y, cuando sus miradas se encontraron, le sonrió.
—Hay conexión —dijo Alyssa.
—¿Qué?
—El modo en que os miráis. No es sólo lujuria. Hay una conexión.
Claire se echó a reír.
—Tú lo que quieres es que me empareje porque lo has hecho tú. Acabo de conocerlo.
Alyssa se encogió de hombros.
—Cree lo que quieras —dijo con una voz que sugería que sabía de lo que hablaba y Claire era una ignorante sin remedio—. Pero me debes una por haberte convencido de que te quedaras. Pensaba decirte que no se te ocurriera conducir esta noche, pero puesto que parece que te van a acompañar a casa, no me preocuparé por eso. Aunque… —abrazó a Claire— no se te ocurra conducir.
—Lo consideraré una excusa para irme a casa con él. Si es que quiere —añadió; y la posibilidad de que no fuera así la atormentaba más de lo que probablemente sería razonable.
—Créeme —repuso Alyssa con un guiño malicioso—. Estoy segura de que sí —se alejó antes de que Claire pudiera decir nada más y ésta comprendió lo abrupto de su marcha cuando sintió la mano de Ty en el hombro.
—Perdona. Técnicamente, estoy trabajando aún.
—Oh, lo siento. Yo…
—No, no —él le tomó la mano antes de que ella pudiera hacer alguna estupidez como saltar del taburete y… ¿qué? Porque no se iba a marchar sin aquel hombre. No si podía evitarlo—. Uno de los beneficios de ser el jefe es que puedo funcionar con mis propias reglas. Pero una de mis reglas es trabajar cuando hay que trabajar.
—¿Y qué trabajo hay que hacer a las doce y media de la noche en Nochevieja?
—Más del que puedas pensar —Ty se sentó en el taburete con aire de ser el dueño del lugar. Y quizá lo era—. Para empezar, la gente bebe más esta noche.
—Eso es cierto —ella alzó su copa. Casi nunca bebía champán, principalmente porque se le subía a la cabeza y le hacía dormir como un tronco, pero esa noche se había pasado bastante. Y ahora disfrutaba de los efectos… y del valor… que causaba el líquido burbujeante.
—Exactamente —él soltó una risita—. Así que tenemos que procurar estar en contacto con los taxis o con lo que haga falta. Yo mismo he llevado a gente a un hotel si temía que se fueran a poner a conducir. Es un gasto, pero vale la pena.
Hizo una pausa.
—Y luego, claro, está el problema de la caja —prosiguió—. Aunque no sea un problema tener mucho dinero, no quiero que el encargado vaya solo a hacer el depósito nocturno. Tenemos también los temas logísticos de cómo coordinarse con los vecinos mañana por la mañana, porque inevitablemente alguien habrá arrancado el cartel de un negocio o tirado colillas a la acera. Estamos rodeados de restaurantes y tiendas pequeñas y todos querrán abrir mañana y tener el suelo inmaculado. Y además hay que lidiar con…
Se interrumpió y movió la cabeza.
—Te estoy aburriendo.
—No. Es interesante. No sabía que hubiera tantos detalles a tener en cuenta a la hora de cerrar una discoteca. Para ser sincera, mi experiencia con el ambiente nocturno se limitó a una noche en el auditorio de música clásica con mis padres. Al menos hasta la universidad, pero entonces también solía…
—¿Estudiar más de lo que salías? —preguntó él.
—¿Tan obvio resulta?
—Estoy familiarizado con las de tu tipo.
—¿Tú no eras estudioso?
—Hice del no estudiar una carrera universitaria. Y la dominé tan bien, que me licencié en los no estudios a los diecinueve años y me largué al mundo a hacer fortuna.
—¿Y cómo has acabado aquí?
—Un círculo completo, al parecer. Al menos temporalmente.
Ella movió la cabeza.
—Lo siento. No comprendo.
—Nací aquí. Fui a la Universidad Metodista. Aprendí un par de cosas allí —se inclinó, tiró de los vaqueros y señaló las botas—. ¿No se nota? —preguntó, con acento texano.
—Ahora que lo dices… Pero vale, ¿por qué has vuelto?
—Es una larga historia —repuso él—. El resumen es que tengo que pasar dos meses más aquí, y aunque odiaba el hecho te tener sesenta días aún por delante, ahora pienso que mi encarcelación parece mucho más soportable. No he terminado la condena, pero empiezo a tener beneficios.
—¿Como encuentros vis a vis? —intervino ella, antes de darse cuenta de lo que decía—. Oh, ah…
—No se te ocurra —repuso él con fervor—. No se te ocurra retirar eso —tomó una guinda de un plato y se la pasó de modo que rozara el labio inferior de ella. Claire abrió la boca para tomarla y él la retiró. Ella se echó a reír y se inclinó hacia delante. Lanzó la mano para buscar apoyo y lo encontró en el taburete de él, justo entre sus piernas.
Atrapó la guinda con la boca y cerró los ojos para saborearla. Él se movió y ella sintió el calor de la parte interna de sus muslos en los dedos. Abrió los ojos y vio que su mano estaba justo allí, justo al lado del bulto en los vaqueros de él. Tan cerca, que sólo tenía que mover un poco los dedos para tocarlo, o mover la mano para atraparlo. Imaginó lo que ocurriría si él la tocara a ella de aquel modo… si la mano de él acariciara su interior húmedo, si él la besara en la boca y le diera un orgasmo.
«Oh, vamos».
Ahora estaba en su cabeza la necesidad de tocarlo. De acariciarlo. De volverlo tan loco como la volvía a ella su proximidad, y sin pensar lo que hacía, movió ligeramente la mano y lo acarició a través de los vaqueros. Lo sintió moverse bajo su mano, vio cómo se tensaba su cuerpo y le oyó respirar con brusquedad. Se inclinó más, sintiéndose sexy y poderosa, y alzó la cabeza para mirarlo.
—Bésame —exigió. Y se perdió en el placer dulce de un hombre obediente que hacía exactamente lo que le pedía.
Cuando la besó en la boca, haciendo que le diera vueltas la cabeza y le cosquilleara el cuerpo, la mano de él le acarició la espalda, desnuda por el escote del vestido. Su contacto era íntimo, posesivo, y la mente de Claire estaba llena de lujuria. En algunos cuentos de hadas, la chica volvía a ser ella misma a medianoche. Pero el hada madrina personal de Claire enfocaba al parecer su trabajo desde una perspectiva diferente. Porque, a medianoche, Claire se había transformado de ser una Claire sola a una Claire que estaba con aquel hombre guapísimo.
Y no sólo guapísimo, sino que además sabía besar. Y hacerle reír. Cierto que el champán contribuía probablemente a aquella sensación flotante y burbujeante, pero la verdadera razón era Ty. Su modo de hablar y su modo de reír.
Y, oh, sí, su modo de besar. Como en aquel momento. Como si no se cansara. Como si quisiera abrazarla, llevarla a casa y besarla en sitios en los que no podía besarla en el taburete de un bar.
Aquel pensamiento la obligó a moverse, intentando buscar una posición donde el calor que se intensificaba entre sus muslos no la volviera loca. Pero eso era imposible. No podía evitar confesar que estaba mareada, excitada y loca por aquel hombre. Y si no se iba pronto a la cama con él, si no lo tocaba por todas partes como sus dedos querían tocarlo, y si no lo sentía dentro de ella excitándola y calmándola a la vez, tenía la impresión de que se volvería loca del todo.
Ya estaba a mitad de camino y no habían hecho más que besarse.
Él empezó a apartarse y ella gimió en protesta, atrapó el labio inferior de él con los dientes y tiró con suavidad. La sonrisa que iluminó el rostro de él era lenta y llena de orgullo masculino y a Claire, que se sentía bastante desvergonzada, no le importó lo más mínimo porque en aquel momento disfrutaba demasiado y, si él quería sentirse satisfecho por el modo en que la excitaba, ella podía perdonárselo.
—¿Puedes marcharte? —murmuró, pidiendo en su interior que la respuesta fuera afirmativa—. ¿O tienes que trabajar?
—Al diablo con el trabajo —repuso él.
Bajó del taburete y se colocó delante de ella. Una oleada absurda de agradecimiento la embargó, aunque no lo creyó ni por un momento. Había oído la pasión en su voz y sabía que, si hubiera tenido trabajo, no lo habría abandonado. Pero gracias a Dios no lo tenía y podía marcharse.
Claire bajó del taburete y la habitación empezó a dar vueltas. Él le rodeó la cintura con el brazo y ella lo miró con una mezcla de gratitud y confusión.
—Perdona. El champán me afecta así.
—Menos mal que estás con un hombre que se empeña en llevar a casa a los clientes sanos y salvos —él la besó en la oreja, lo cual le provocó un estremecimiento—. Prometo encargarme de ello personalmente.
Claire respiró hondo e imaginó a Ty en su casa y en su cama.
—Mi casa está muy desordenada —comentó—. Es el año libre de la asistenta.
—En ese caso, quizá deba darte las buenas noches en la puerta.
Ella le echó los brazos al cuello y le bajó la cabeza hacia la suya. Le puso la otra mano en el trasero y lo atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos se fundieron y sintió su excitación bajo la prisión de los vaqueros. Sintió una oleada de poder femenino. Se puso de puntillas, se apretó contra él y colocó los labios de modo que rozaran su oreja.
—Ni se te ocurra —susurró—. Te quiero en mi cama, Ty. Y cuanto antes mejor.
«Te quiero en mi cama».
Ty conocía bien aquella sensación. En ese momento, apenas podía pensar, debido a lo mucho que le excitaba aquella mujer. Sentía el efecto en todos los centímetros de su cuerpo. En el pulso que latía con fuerza en su garganta, en el cosquilleo de la piel donde ella se rozaba contra él, en la longitud dolorosa de su pene que buscaba una liberación que no podía esperar a una cama.
No sabía dónde vivía ella, pero esperaba que fuera cerca. Muy cerca.