Cómo conquistar a un príncipe - Leanne Banks - E-Book
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Cómo conquistar a un príncipe E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

¿Entregaría el príncipe el corazón a su Cenicienta? Maxwell Carter estaba acostumbrado a diseñar autopistas y amplias avenidas, no a saludar desde una limusina mientras circulaba por una de ellas. Por lo tanto, cuando descubrió que él era, por nacimiento, uno de los príncipes de Chantaine, no se quedó muy impresionado. Tampoco le interesaba conocer a su regia familia. Sin embargo, Sophie Taylor, su asistente personal, insistió en que les diera una oportunidad a sus principescos familiares. En cuanto se vio en aquel paraíso y en manos de las casamenteras hermanastras de Maxwell, la seria y formal Sophie se transformó en una Sophie muy sensual. No pasó mucho tiempo antes de que una relación estrictamente profesional se hiciera más personal...

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Seitenzahl: 209

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Leanne Banks. Todos los derechos reservados.

CÓMO CONQUISTAR A UN PRÍNCIPE, Nº 1988 - julio 2013

Título original: How to Catch a Prince

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3437-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Tienes que ir —insistió Sophie Taylor por décima vez.

Mientras miraba por la ventana del despacho temporal que tenía en un tráiler, Max Carter sintió una gran satisfacción al ver finalizado el proyecto de aquel puente. La nueva infraestructura relucía bajo el potente sol australiano como si quisiera proclamar a gritos su éxito.

—Tengo demasiadas cosas que hacer —dijo él mientras se volvía para mirar cara a cara a la que llevaba cuatro años siendo su asistente personal—. Debo terminar el papeleo y luego empezar el siguiente proyecto.

Sophie frunció el ceño.

—Podrías tomarte un breve descanso. Las vacaciones de Navidad están muy cerca y no te vendría mal. No me puedo creer que estés descartando esto casi sin pensarlo. Son tu familia.

Max hizo un gesto de desaprobación con los ojos. Había pocas personas a las que él les permitiría que discutieran con él de aquel modo, pero Sophie le había demostrado su valía en repetidas ocasiones. No había ninguna otra mujer a la que respetara más. Incluso en aquellos momentos, mientras ella fruncía el ceño y lo miraba con cierta censura en sus ojos marrones, ocultos tras unas gafas no demasiado limpias, se sentía obligado a escucharla. Sabía que, bajo aquella melena rizada, había una cabeza muy bien amueblada.

—¿Por qué sientes tanto interés en este asunto? Después de todo, no se trata de tu familia —le dijo.

—No quiero que tengas nada de lo que arrepentirte.

Maxwell suspiró y recordó el día en el que dos representantes de la Casa Real de Devereaux habían ido a buscarlo a su lugar de trabajo. Las palabras que le dijeron se le habían quedado gradabas como el irritante estribillo de una canción de la que no pudiera olvidarse.

«Su padre biológico era el príncipe Edward de Chantaine».

—No son mi familia, Sophie. No me puedo creer que les agrade saber que su padre tuvo un par de hijos más con una actriz de películas de serie B en los Estados Unidos.

Max siempre había sabido que era adoptado, pero jamás se habría ni siquiera imaginado que sus padres eran un príncipe y una actriz.

—¿Y Coco Jordan? —le preguntó Sophie. Se refería a la otra hija que el príncipe había tenido con la actriz—. Es tu hermana. ¿No quieres al menos conocerla a ella? Quién sabe, tal vez ella sí quiera conocerte a ti. Podrías tratar de pensar en los sentimientos de otras personas aparte de en los tuyos. ¿No dijiste que sus padres habían fallecido también como los tuyos? Ahora, ella no tiene a nadie. A nadie excepto a ti.

—Ella no me tiene a mí —replicó él, a pesar de que sentía que estaba obligado a hacer lo que Sophie le decía—. Yo no podría reconocerla ni siquiera entre dos personas.

—Tal vez deberías darle una oportunidad —afirmó Sophie frunciendo el ceño aún más.

Max suspiró y miró a su alrededor. Estaban en el tráiler que se había convertido en su hogar y en su despacho temporalmente. La maqueta del puente estaba junto a su escritorio y un pequeño árbol de Navidad parpadeaba en un rincón. Junto al escritorio de Sophie había dos perritos de peluche. Ella había comentado en muchas ocasiones que quería un perro, pero no podía llevarse a un animal de acá para allá a todos los lugares a los que Max se la había llevado para realizar sus proyectos, muchos de los cuales eran internacionales. Desde la primera vez que ella trabajó para él, Max comprendió que era la mejor asistente personal que podía tener. Le ayudaba a arreglar las cosas. Se anticipaba a sus necesidades. Por suerte, no le había dado nunca por acostarse con ella, porque estaba seguro de que eso habría estropeado la mejor relación que había tenido nunca con una mujer.

Si ella no fuera su asistente personal, podría haber sido la mujer perfecta para él. Sin gustos caros, sin exigencias. A pesar de que no era una mujer pegajosa, sí que era una romántica de corazón. Aunque lo había seguido por todo el mundo, Max tenía la incómoda sensación de que Sophie quería tener un marido y un hijo que acompañaran al perro que tanto deseaba.

Con las desastrosas relaciones que él había tenido en el pasado con las mujeres, había aprendido a mantenerse alejado de las que querían tener su propio cuento de hadas.

—No vas a parar hasta que no vaya a visitar Chantaine, ¿verdad? —le dijo.

Ella lo miró por encima de las gafas con la determinación reflejada en el rostro.

—Nunca.

—Está bien. Iré —concedió él—. Tan solo por un día para que no me mires con esa cara.

Sophie esbozó una ligera sonrisa.

—Un día será suficiente.

Max sintió una extraña sensación al ver la expresión de su rostro. Era como si Sophie supiera algo que él desconocía. Eso no era bueno.

Al día siguiente, Max se marchó hacia la isla de Chantaine para conocer a sus nuevos parientes mientras que Sophie se ocupaba de los últimos detalles de un contrato. Terri Caldwell, una de las otras asistentes del proyecto, entró en el tráiler.

—¿Cómo va?

—Estoy a mitad de camino de las casi un millón de páginas que debo revisar —dijo Sophie sin levantar la vista del ordenador.

—Eso es lo que consigues por ser tan eficiente y tan dedicada a tu trabajo —bromeó Terri—. Aparte de estar enamorada hasta las trancas de Max Carter.

Sophie hizo un gesto de desesperación. Terri era casi diez años mayor que ella y completamente sincera. Su marido era camionero en los Estados Unidos, pero se veían cada vez que podían. Terri había empezado a trabajar en el extranjero para pagar la universidad de sus dos gemelos y se había hecho una buena amiga de Sophie, en especial en los dos últimos meses. Terri era lo suficientemente intuitiva como para darse cuenta de lo que Sophie sentía por Max y esta confiaba en la discreción de su compañera. En realidad, había sido un alivio contar con la simpatía de Terri.

—No metas el dedo en la llaga. Algún día me olvidaré de él. Tal vez pronto. Quiero comprarme un King Charles Spaniel, pero no podré hacerlo si le sigo permitiendo que me lleve por todo el mundo.

—Lo que me sorprende es que él no parece darse cuenta de lo que sientes por él cuando todo el mundo lo ve claro como el agua —comentó Terri mientras se apoyaba sobre el escritorio de Sophie.

—Él no me ve como una mujer, sino como la asistente personal perfecta.

—Bueno, eres la asistente personal perfecta —afirmó Terri—, pero también eres una mujer. ¿Has pensado alguna vez en dejárselo caer?

Sophie dejó de teclear en el ordenador y levantó la mirada para observar a Terri.

—No estoy segura de cómo. Yo no soy la clase de mujer que se pone escotes o minifaldas. Ni mucho maquillaje, pero sigo resultando femenina.

—Por supuesto que sí. Me pregunto si Max se animaría si tuviera un poco de competencia.

—Ese no es mi estilo.

—A veces los hombres necesitan un empujoncito. Tendrías que pensártelo, a menos que no te importe tener un amor no correspondido durante el resto de tu vida.

Sophie suspiró y recordó la primera vez que vio a Max. Se había quedado anonadada. Él era el Indiana Jones de la ingeniería de caminos. Muy rápido, aprendió cómo anticiparse a sus necesidades profesionales. Él había aprendido también, aunque no tan rápidamente, lo valiosa que Sophie podía ser para él. Aunque los sentimientos que tenía hacia él se habían profundizado a lo largo de los años, el tiempo tan solo había aumentado el respeto profesional que Max sentía hacia ella. Nada más.

Sophie había esperado... Había deseado... Sin embargo, no había surgido nada romántico entre ellos. Había visto cómo Max se enredaba en varias aventuras de corta duración que a ella le habían causado un profundo dolor. De algún modo, la relación que tenía con ella había resultado ser la más duradera que había tenido nunca con una mujer. Aunque, en realidad, él no la veía como una mujer.

—Tal vez con las vacaciones, pueda regresar a casa y comprarme mi King Charles Spaniel. Tal vez entonces consiga olvidarme de él —dijo Sophie—. No estar a su lado podría ayudarme.

—Ayudaría también que él no fuera tan guapo —repuso Terri.

—Puedo olvidarme de que sea guapo, pero es que puede resultar tan encantador... —susurró Sophie.

—También puede ser un ogro. No le importa hacernos trabajar a todos muchas horas.

—Es cierto, pero él trabaja más que nadie. Y compensa a todo el mundo adecuadamente. El verdadero problema para mí es que es muy caritativo. Hace parecer a todo el mundo que solo se preocupa por sí mismo, pero, por todos los lugares que vamos, implica a sus empleados en algún proyecto benéfico —dijo ella señalando el montón de regalos envueltos que había junto al árbol de Navidad—. Eso es para los niños que tienen que pasar las Navidades en el hospital. Ojalá fuera tan egoísta e insensible como dice que es.

—¿Has salido con algún hombre desde que conociste a Max?

—Sí... —contestó Sophie algo avergonzada—. En cuatro ocasiones. Durante las vacaciones.

—¡Guau! Cuatro veces en cuatro años —dijo Terri sacudiendo la cabeza—. A ver si conoces a seis nuevos hombres durante estas vacaciones.

—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?

—Online. Puedes concertar citas en un abrir y cerrar de ojos.

—Creo que preferiría sacarme un ojo con un lápiz —susurró Sophie.

—Pues tienes que hacer algo —replicó Terri—. O domas a ese caballo o dejas que se vaya.

Max no pudo ver mucho de la isla de Chantaine mientras aterrizó porque llegaron de noche. La había buscado en Internet y había conseguido algunas imágenes. Un hermoso país que parecía combinar las vistas del Mediterráneo de Grecia, la sofisticación de Francia y el encanto de Italia. Mientras lo buscaba en Internet, también había buscado información sobre sus hermanos. El mayor, el príncipe heredero Stefan, parecía un hombre mucho más trabajador y serio que su padre, el príncipe Edward. Parecía que a su padre le había gustado la vida propia de un playboy mucho más que gobernar su país.

Max se imaginaba que el fallido matrimonio de sus padres adoptivos era una razón más para que él no quisiera casarse. Cuando su padre estaba en la casa, se habían pasado el tiempo peleándose. Cuando las cosas se ponían feas, lo que ocurría bastante frecuentemente, su padre adoptivo se marchaba de la casa y abandonaba a la madre adoptiva de Max. Él siempre había estado agradecido por el hogar y las oportunidades que sus padres le habían proporcionado, pero sus frecuentes peleas, los gritos por la noche y los portazos le habían marcado desde el principio.

En aquellos momentos, Max no solo tenía el mal ejemplo del matrimonio de sus padres, sino que sabía que había heredado el material genético de un bala perdida por parte de su padre biológico, el príncipe Edward.

Brevemente, buscó también información sobre el resto de los Devereaux. Valentina, la hermana mayor, vivía en Texas con su marido ranchero y su hija. La segunda hermana, Fredericka, vivía en Francia con su marido, un productor de películas. La princesa Bridget estaba casada con un médico estadounidense y la princesa Pippa acababa de contraer matrimonio con un empresario. El hermano más pequeño, Jacques, estudiaba en Oxford y jugaba al fútbol.

Cuando informó a palacio de su visita, Eve, la esposa del príncipe Stefan, le envió un mensaje pidiéndole que mantuviera en secreto su viaje porque ella quería que la presencia de Max fuera una sorpresa para la boda de Coco Jordan. La idea de que él pudiera ser una sorpresa en la boda de otra persona, y nada menos que en la de su hermana, le daba escalofríos, pero accedió al plan.

El avión aterrizó por fin, recordándole que estaba a punto de vivir una situación muy extraña. Pensó en cómo Sophie lo había hecho cambiar de opinión. Después de aquella breve visita, ella ya no podría mirarle de aquel modo tan acusador. Odiaba aquella mirada...

Un hombre se acercó a él cuando estaba esperando su equipaje.

—¿El señor Carter? ¿El señor Maxwell Carter?

—Sí. ¿Y usted?

—Soy el señor Bernard, asistente de Su Alteza el príncipe Stefan. Es un placer para nosotros que haya venido de visita a Chantaine. Bienvenido a nuestro país. Si es de su agrado, tengo un chófer esperándole para llevarlo a una villa situada justo al otro lado de los jardines de palacio. En circunstancias normales, lo invitaríamos a alojarse en el palacio, pero con la boda de la señorita Jordan dentro de unos pocos días, la princesa Eve y la princesa Bridget han pedido que su presencia sea secreta hasta que se celebren las nupcias.

—Me parece bien —dijo Max de mala gana. Entonces, se dio cuenta de que su estancia de un solo día acababa de alargarse irremisiblemente.

Tres días más tarde, después de recorrer en varias ocasiones la isla, Max fue escoltado hasta el despacho del príncipe Stefan Devereaux. En aquellos momentos, mientras esperaba que su hermanastro lo recibiera, sintió la mirada de la seguridad de palacio controlando todos y cada uno de sus movimientos. Si los Devereaux habían insistido tanto en que se uniera a ellos, ¿por qué tenían que vigilarlo como si fuera un posible asesino?

Un instante después, un hombre entró en el despacho.

—Su Alteza Real, el príncipe Stefan —anunció.

Un hombre de cabello oscuro vestido con un traje negro se acercó a él y realizó una inclinación de cabeza.

—¿Maxwell Carter?

—Sí. Llámeme Max. ¿Cómo debo llamarle a usted? ¿Su Alteza o príncipe Stefan?

El príncipe Stefan levantó una ceja.

—Bastará con Stefan.

Max asintió.

—Está bien. Pues Stefan será.

Stefan le indicó una butaca que había frente a un escritorio y luego tomó asiento en el enorme sillón que había al otro lado del escritorio.

—Te agradezco que hayas hecho el esfuerzo de venir a la boda de Coco Jordan. Coco ha hecho un gran esfuerzo por conocernos y... ahora por conocerte a ti.

Max se encogió de hombros. Se sentía incómodo con la gratitud de Stefan. Había esperado que se mostrara más frío y pomposo.

—Hasta ahora, no he conocido a ningún miembro de la familia.

—Los conocerás antes y durante la ceremonia —le prometió Stefan mientras miraba su reloj—. De hecho, las chicas van a venir en cualquier momento. Mis hermanas han estado muy ocupadas con Coco durante los últimos días. Estoy seguro de que tendrás curiosidad por conocerla.

—Supongo —dijo Max—. No tengo ni idea de qué clase de persona es, aunque compartimos la misma sangre.

—Bueno, es encantadora —replicó Stefan—. Amable y compasiva. La clase de mujer que uno debería querer como hermana.

—Me sorprende que tú digas eso después de tener cuatro hermanas.

Stefan se echó a reír.

—Tienes razón. Mis hermanas hacen todo lo posible para mantenerme a raya.

—¿Y tú?

—Yo hago lo que puedo para mantenerlas a ellas fuera de la ecuación —dijo él—. Me han dicho que has tenido ya oportunidad de recorrer la isla.

—Así es. Es un lugar muy hermoso. Por mi profesión, me he fijado en las infraestructuras. La mayoría de las carreteras y de los puentes están en buenas condiciones, a excepción de los del norte de la isla.

—Iba a hablar contigo al respecto —admitió Stefan—. Uno de mis cuñados tiene interés por construir un resort en esa parte de la isla, pero él y yo estamos de acuerdo en que, en estos momentos, las carreteras no pueden apoyar esa posibilidad. Nos gustaría mejorar las carreteras, pero sin que se disparen los costes.

—¿No es eso algo que tu gobierno debería preocuparse de hacer? Yo no habría esperado que un miembro de la realeza se interesara por las carreteras.

Stefan sonrió.

—En ese caso, es que no conoces a la generación actual de Devereaux. A todos nos interesa mejorar nuestro país y la vida de sus ciudadanos.

—¿Al contrario de lo que le ocurría a la generación anterior? —preguntó él, pensando en su padre biológico, que, según todo lo que había leído, era un playboy sin vergüenza alguna.

El rostro de Stefan adquirió una expresión hermética.

—Todas las generaciones tienen su modo de expresión. Nos podemos sentir inspirados por lo que hicieron o no hicieron o pasarnos la vida quejándonos al respecto. Siento que tú eres un hombre de acción en vez de la clase de persona que se queda sentada gruñendo. Tal vez tenemos eso en común.

En ese momento, alguien llamó a la puerta. El asistente de Stefan la abrió y tres mujeres entraron al despacho. Dos de ellas lucían un avanzado estado de gestación. La que no estaba embarazada se acercó a Max.

—¡Ah, tú debes de ser Maxwell Carter! —exclamó—. Estamos encantadas de que hayas podido venir para la boda de Coco. Se va a sentir tan emocionada...

—Esta es mi hermana Bridget —dijo Stefan—. Le encanta crear sorpresas para el resto de la familia.

Una de las mujeres que estaban embarazadas se echó a reír y extendió la mano.

—Es muy cierto. Yo soy Phillipa y estoy encantada de conocerte. Gracias por haber venido.

Stefan rodeó con el brazo a la otra mujer.

—Y esta es mi esposa. La princesa Eve.

Sin saber muy bien cómo debía dirigirse a ellas, Max realizó una leve inclinación de cabeza.

—Sus Altezas...

Eve extendió la mano.

—Los títulos y las formalidades son innecesarios —dijo, con un acento que le hizo recordar a Max que era de los Estados Unidos—. Como ha dicho todo el mundo, estamos encantados de que hayas podido venir.

A Max le resultó extraño lo protectores que los Devereaux se mostraban hacia Coco, a pesar de ser hija ilegítima de su padre.

—Si no te importa que os lo diga, no hace mucho que conocéis a Coco. Me sorprende lo unidos que parecéis estar a ella —dijo.

Eve sonrió suavemente.

—Ah, bueno. Lo comprenderás cuando la conozcas. Es una mujer estupenda...

—No se aprovecharía de nadie —añadió Bridget.

—Es muy dulce y está tan sola en el mundo desde que su madre murió… —comentó Phillipa.

—Ahora ya no porque tiene a su marido y a la hija de él —señaló Bridget.

—La familia significa mucho para ella y, realmente, no ha tenido a nadie —dijo Eve—. No nos pudimos resistir a ella cuando la conocimos.

—No tenemos mucho tiempo —advirtió Bridget—. Espero que nos disculpéis, pero tenemos un plan para cuando nos gustaría presentarte en el banquete. Estarás sentado en la parte posterior de la capilla para que no te pierdas la boda.

—Claro, a los hombres les encantan las bodas —musitó secamente Stefan.

Bridget y Phillipa miraron con desaprobación a su hermano y, en ese momento, Max sintió un extraño vínculo con Stefan.

El príncipe se encogió de hombros.

—No es que una boda sea como un partido de fútbol...

Una hora más tarde, Max estaba sentado en la parte posterior de la capilla. Se sentía increíblemente incómodo. Observó cómo su hermana se reunía con su futuro esposo frente al altar y escuchó cómo los dos pronunciaban sus votos. Las hermanas Devereaux rodeaban a la pareja.

Max sintió una extraña sensación en el pecho. La voz de su hermana despertó algo en su interior. Además, los Devereaux eran mucho más amables de lo que había esperado. ¿Por qué habían decidido que Coco era uno de ellos? ¿Y por qué había insistido tanto Coco en conocerlo a él y al resto de sus hermanastros?

Max observó cómo el novio besaba a la que iba a ser su esposa y sintió otra extraña sensación en el estómago. ¿Por qué lo afectaba tanto ver algo así? ¿Por qué le importaba?

Después de que la pareja se besara, todos se dirigieron al banquete nupcial, que iba a celebrarse en el salón de baile. Entonces, Bridget se acercó a él para ofrecerle una copa.

—Espero que el whisky te parezca bien —dijo—. Yo nunca sé lo que queréis los yanquis.

Max se bebió la copa de un trago.

—El whisky está bien. ¿Cuál es el plan?

—Dile a Coco lo mucho que te alegras de conocerla y lo especial que es. Si la conocieras de verdad, te aseguro que eso no te resultaría difícil.

—Como desees —dijo Max mientras dejaba la copa vacía en una bandeja.

—Vamos...

Ella le condujo hacia el lugar en el que estaban los novios. Max observó atentamente el rostro de su hermana. No hacía más que decirse que Coco no era realmente su hermana, pero sentía una especie de vínculo con ella.

Coco lo miró fijamente.

—Tú eres mi hermano, ¿verdad?

—Sí, y tú eres mi hermana. Maxwell Carter a su servicio, Su Alteza —dijo con voz seca.

Ella lanzó una fuerte carcajada.

—Sí, igual que tú eres un príncipe, Su Alteza.

—Yo no —dijo Max sacudiendo la cabeza. De repente, sintió una gran sensación de pérdida—. Ojalá te hubiera conocido antes...

Vio que ella experimentaba la misma sensación.

—Bueno, ahora ya me conoces. Te aseguro que pienso ser la pesada de tu hermana durante el resto de tu vida...

—¿Por qué me parece que he ganado la lotería genética? —bromeó Max.

Benjamin, el esposo de Coco, dio un paso al frente.

—Porque es cierto, amigo mío. En todos los sentidos...

Entonces, dio un beso a su esposa.

Al llegar al norte de Virginia para visitar a su madre durante unas vacaciones, Sophie se preparó para el habitual interrogatorio al que la sometía su madre. En aquella ocasión, sin embargo, su madre parecía haber dejado de incordiar a Sophie para que se casara y estaba más relajada de lo que su hija era capaz de recordar. Como madre soltera que era, Katherine Taylor se había pasado la vida temiendo perder su trabajo y no poder cuidar de Sophie. Katherine había tardado años en creer que Sophie era capaz de cuidarse sola, pero en aquellos momentos parecía que, por fin, lo creía de verdad.

Sophie, por su parte, hizo todo lo posible por olvidarse de Max y de la situación en la que él se encontraba. Necesitaba relajarse. Y lo hizo. Se dejó caer presa de una rutina diaria, en la que no dejaba de tentarse con anuncios de perros.

Después de recorrer el mundo con Max durante años, se preguntó si estaría lista para un trabajo diferente. Aunque estar alejada de Max le resultaba menos excitante, se encontraba mucho más tranquila y en paz. Tal vez había llegado el momento de encontrar una casa propia donde pudiera quedarse durante más de unas cuantas semanas. La posibilidad resultaba atractiva, pero había algo que le impedía llamar a la empresa para la que trabajaba.

El día de Año Nuevo comenzó a redactar un listado de resoluciones. La primera era que iba a empezar a tener una vida, viviera donde viviera. Mientras repasaba su lista, su teléfono móvil comenzó a sonar. Vio quién le llamaba. Max. El estómago comenzó a bailarle de anticipación y apretó el botón de respuesta.

—Sophie.

—Está bien. Ya conozco a mi hermana. Es muy maja. Tenías razón. Sin embargo, he terminado quedándome durante más de un día. El príncipe Stefan es un zorro. Me dijo que tenía carreteras que arreglar y a nuestra empresa le encanta la idea de arreglar carreteras en un exótico país, por lo que ya tenemos un nuevo proyecto. Quiero que vengas a Chantaine.

—¿Qué? Pensaba que iba a poder disfrutar de unas vacaciones...

—Te daré algo de tiempo libre cuando estés aquí en Chantaine. Te gustará esto.

Sophie suspiró y se preguntó si era entonces cuando debería decirle por fin a Max que no. Había sido muy divertido viajar a lugares exóticos por todo el mundo para trabajar para él, pero necesitaba tener un hogar propio. Estaba cansada de sentirse desarraigada.

—¿Cuándo me necesitarías?

—Ahora mismo, Sophie. Vamos... Ya sabes que somos un equipo estupendo. Siempre terminamos el trabajo antes de tiempo y por debajo del presupuesto cuando trabajamos juntos. No puedo contar con nadie del mismo modo que puedo contar contigo.

Sophie respiró profundamente y dijo lo que siempre le decía a Max:

—Está bien.

No obstante, decidió que aquella iba a ser la última vez. De verdad.

Dos días después, Sophie se asomó por la ventanilla del avión mientras este se acercaba a la isla. No se podía creer lo hermosa que era la isla de Chantaine. Playas de arena blanca a un lado, montañas rocosas al otro, con el mar azul rodeándolo todo. Australia había sido maravillosa. Había tenido suerte de poder pasar un largo fin de semana también en Nueva Zelanda y poder admirar el verdor de esa increíble isla. Sin embargo, Chantaine le parecía increíble. Un paraíso. Se moría de ganas de poder visitarla.

El avión aterrizó a los pocos minutos. Ella agarró su maletín del compartimiento superior y esperó su turno para abandonar la aeronave.