Cómo conversar con un fascista - Marcia Tiburi - E-Book

Cómo conversar con un fascista E-Book

Marcia Tiburi

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Un elogio del poder de la palabra y de cómo lo que decimos puede tener resultados tangibles En estos tiempos en el que los nervios y las emociones se encuentran a flor de piel, este libro surge con un propósito filosófico-político: pensar con los lectores sobre cuestiones de cultura política que se viven día a día, de un modo abierto, sin caer en la jerga académica. El argumento principal es cómo pensar en un método o una postura que se contraponga al discurso del odio y a sus reflejos en la sociedad y en las redes sociales. La realidad de la que parte es la brasileña, pero su alcance es global, porque hoy día el fascismo social se extiende por todo el mundo y se filtra en todas las capas sociales, sin que muchas veces seamos conscientes de ello. La autora, con un lenguaje directo, sencillo, en una lograda síntesis de profundidad y divulgación, propone el diálogo como forma de resistencia, un reconocimiento –y un elogio– del poder de la palabra y de cómo lo que decimos puede tener resultados tangibles. Un texto brillante, inteligente, bien argumentado (algo tan bienvenido en estos tiempos de opiniones gritadas que se hacen pasar por pensamiento), servido con una sugerente ironía.

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Akal / Inter Pares

Serie Ayer, hoy, mañana

Marcia Tiburi

¿Cómo conversar con un fascista?

Reflexiones sobre el autoritarismo de la vida cotidiana

En estos tiempos en los que los nervios y las emociones se encuentran a flor de piel, este libro surge con un propósito filosófico-político: pensar con los lectores sobre cuestiones de cultura política que se viven día a día, de un modo abierto, sin caer en la jerga académica. El argumento principal es cómo pensar en un método o una postura que se contraponga al discurso del odio y a sus reflejos en la sociedad y en las redes sociales. La realidad de la que parte es la brasileña, pero su alcance es global, porque hoy día el fascismo social se extiende por todo el mundo y se filtra en todas las capas sociales, sin que muchas veces seamos conscientes de ello.

La autora, con un lenguaje directo, sencillo, en una lograda síntesis de profundidad y divulgación, propone el diálogo como forma de resistencia, un reconocimiento –y un elogio– del poder de la palabra y de cómo lo que decimos puede tener resultados tangibles.

Un texto brillante, inteligente, bien argumentado (algo tan bienvenido en estos tiempos de opiniones gritadas que se hacen pasar por pensamiento), servido con una sugerente ironía.

“Leer un ensayo sin un contexto universitario puede ser, para muchos, algo aburrido. Pero no se deje engañar, el libro de Marcia Tiburi no le aburrirá. […] Ayuda a entender que la democracia sólo llega con el respeto al individuo, al otro, cuando dialogamos, sin ofensas. El texto es casi un manifiesto del diálogo pacífico, pues de nada sirve mantener una conversación histérica.” (Igor Marcondes, Autorías)

Marcia Tiburi (Vacaria, 1970) es una filósofa, artista plástica, crítica literaria y escritora brasileña. En 1990 se licenció en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul, donde obtuvo una maestría en 1994; en 1999 se doctoró en Filosofía contemporánea por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Asimismo, en 1996 se licenció en Artes Plásticas por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Es profesora del Programa de Posgrado en Educación, Arte e Historia de la Cultura de la Universidad Presbiteriana Mackenzie, así como directora de la Escuela de Filosofía Pasajes, en Rio de Janeiro.

Colaboradora en distintos programas televisivos, es autora tanto de libros de ensayo como de novelas. Entre sus publicaciones cabe mencionar, la antología As Mulheres e a Filosofia,Filosofia Cinza – a melancolia e o corpo nas dobras da escrita,Metamorfoses do Conceito y Feminismo em Comum – Para Todas, Todes e Todos.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original:

Como conversar com um fascista. Reflexões sobre o autoritarismo da vida cotidiana

© Marcia Tiburi, 2015

D. R. © 2018, Edicionesakal México, S. A. de C. V.

Calle Tejamanil, manzana 13, lote 15,

colonia Pedregal de Santo Domingo, Sección VI,

alcaldía Coyoacán, CP 04369,

Ciudad de México

Tel.: +(0155) 56 588 426

Fax: 5019 0448

www.akal.mx

ISBN: 978-84-460-4847-3

PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Vindicación de la alegría

Jesús Sabariego

Decidí traducir este libro paseando con mi colega y amigo, el profesor brasileño Augusto Jobim do Amaral, por la Cidade Baixa de Porto Alegre (Brasil), mientras conversábamos en una librería, alarmados por el auge de la extrema derecha y el fascismo en Brasil y Europa. Porto Alegre está inscrita en la historia de la democracia por haber acogido y apoyado las políticas de presupuestos participativos y alentado los foros sociales mundiales, hitos de lo que podríamos llamar, con Boaventura de Sousa Santos, alta intensidad democrática. Un legado histórico en franco retroceso a tenor de la situación actual en el país latinoamericano y también en buena parte del orbe.

A mi regreso a España, tras valorar con Jesús Espino, de Ediciones Akal, la posibilidad de traducir y publicar el texto, pregunté a algunos colegas qué pensaban. Muchos de ellos expresaron su perplejidad: “Pero ¿es posible conversar con un fascista?”.

Hace un tiempo contribuí con un trabajo sobre los movimientos sociales de 2011, a los que llamo “Recientes Movimientos Sociales Globales”, a un libro editado en esta misma casa por el propio Boaventura y José Manuel Mendes llamado Demodiversidad. Imaginar nuevas posibilidades democráticas (2018). En dicho texto, defendía que la alegría y los afectos fueron un aspecto fundamental de las reivindicaciones por una democracia real de esos movimientos, de las primaveras árabes a Occupy Wall Street, del 15M al movimiento #YoSoy132 en México o el Movimento Ocupa Escola en Brasil, quizá porque, como sostiene la filósofa Marcia Tiburi en este primer trabajo suyo publicado en España, la alegría es la fuerza revolucionaria interna a la democracia.

Cómo conversar con un fascista es un libro integrado por muchos libros, una propuesta más allá de lo académico que está hecha de muchas propuestas, muchas de ellas publicadas como artículos por la revista Cult, en Brasil. Además de su defensa de la alegría, es decir, de la democracia, la profesora brasileña hace una defensa a ultranza del diálogo como instaurador de lo común, en un sentido semejante al de la filósofa Marina Garcés.

Frente al ethos vacío de nuestro tiempo, Tiburi reivindica el diálogo como una guerrilla metodológica, una experimentación de la escucha, la resistencia de un guerrero sutil, escribe poéticamente. La reivindicación de la poesía y la imaginación son también una constante que recorre las páginas del libro y que está también presente en las entrelíneas de sus párrafos, la filosofía como acontecimiento del lenguaje frente a aquello que Zygmunt Bauman llamó el complejo saber-poder moderno.

Defiende Tiburi que el fascismo cancela la oportunidad de pensarnos en común, estableciendo la tiranía de la masa frente a la singularidad de la multitud. Más allá de los ecos spinozistas de su propuesta hermenéutica, hay en esta aseveración una cuestión que entendemos fundamental y estratégica para comprender las derivas autoritarias cotidianas en nuestro mundo hoy; la subjetividad individualista y atomizada imperante, que nos impele a la competición y consagra la meritocracia de los expertos, lo que Christian Laval y Pierre Dardot llaman razón-mundo neoliberal, todo el ruido ensordecedor generado por los “miedos” (medios) de comunicación —término robado a la autora, que constituye un epígrafe del libro—, impide que nos escuchemos, bloquea nuestra conversación. Las redes sociales de Internet y las tecnologías de la información y la comunicación amplifican un monólogo para sordos cuyo eco resuena cada vez más en un espacio uniformado, vertical, silente, opaco y fosilizado con la apariencia del mundo.

«Precisamos conversar de otro modo», alerta Tiburi en el texto; frente al régimen de subjetividad totalitario debemos, pues este libro contiene también una profunda propuesta heurística, construir —es una tarea de construcción, como en la canción de Chico Buarque— una subjetividad democrática de la mente que deconstruya, esto es, que le haga justicia, al sentido común dominante, impuesto, que hemos interiorizado y que nos incapacita para escuchar al otro, a nosotros mismos, por tanto.

Definido por la autora como un experimento filosófico de inspiración ético-estética, la propuesta hermenéutica y heurística del libro es, por ende, política. Recuperar el diálogo es una tarea política que entiende éste como la capacidad humana de crear lazos.

Añadiría, tal vez, a estas propuestas que el proyecto de construcción de una política de los lazos humanos desde una alegría revolucionaria, de una subjetividad democrática que recupere lo que nos es común desde la imaginación, poéticamente, debe poner también en el centro nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad frente a la tiranía de los fuertes; es ahí donde habita nuestra verdadera fortaleza. Si pensamos en la idea de fortaleza, se nos dibuja en la mente un castillo inexpugnable, sus muros y murallas, el forzudo del circo, alguien que ha pasado muchas horas en el gimnasio entrenando o el propio Arnold Schwarzenegger, sobre todo entre los lectores del Manifiesto Cyborg, de Donna J. Haraway. ¿Cuál es la imagen que se nos viene a la mente al pensar en algo frágil, vulnerable? ¿Cómo conversar con un fascista?

Coimbra-Sevilla,

abril-mayo de 2018

Un tratado sobre el deseo subversivo de vivir

Augusto Jobim do Amaral

Marcia Tiburi es una intelectual singular en Brasil. Autora de las obras más relevantes del pensamiento crítico brasileño contemporáneo, una parte importante de su trabajo versa sobre la desnaturalización de ese mismo “Brasil contemporáneo” y su problematización. Una tarea para evidenciar lo que todavía no ha sido pensado y permanece aún entre sombras, en ese espacio traslúcido del pensamiento, para arrojar luz sobre lo que ha sido pensado hasta ahora, más allá de los trampantojos, los disfraces y los tópicos que lo enmascaran.

La propuesta de Marcia Tiburi viene a desbaratar esas trampas, a atentar contra lo oscuro poéticamente, como una oportunidad para captar la fragilidad de las luces que relampaguean en esos juegos de espejos que llamamos contemporaneidad.

En su extensa obra,[1] integrada por novelas, ensayos, artículos y poemas, brilla la potencia de un pensamiento inquieto, quirúrgico, guiado por una prosa apasionante, que no se deja llevar por simplificaciones seductoras. Es una verdadera suerte para el lector español poder descubrir, por vez primera en esta lengua, a la autora y compartir la invitación a la reflexión, al diálogo, a lo común, que supone su escritura.

Naturalmente, este pequeño tratado de virtudes que es Cómo conversar con un fascista, encierra algo especial. El testimonio tanto de un pequeño gesto como de un método, irónico y ético sobremanera. Un diálogo en estos tiempos de resistencia al estado psico-político y la cultura dominante de nuestra época. Una experiencia ético-política de lo imposible, un acontecimiento que deberíamos saber que proviene de lo imposible, es decir, de la posibilidad que abre el encuentro con la alteridad. Debemos recordar que puede que esto no acontezca como un experimento seguro y definitivo, sobre todo si queremos ver radicalmente ese futuro urgente de modo transitivo. Puede no ser aceptado o incluso aniquilado de antemano —nada está garantizado—, principalmente ahora que la yuxtaposición de escenarios diversos sirve para reforzar o certificar el discurso de las prácticas autoritarias. El rechazo, en estos momentos, tiene mucha importancia, Marcia Tiburi lo sabe bien. Pero más allá de deslegitimar los actuales ardides del fascismo, se trata de demostrar que, para una verdadera ruptura con éste, no caben las ofertas de acuerdo y conciliación, que sólo pueden darse pagando el precio de una complicidad cínica.

Aunque, como escribe Marcia, tal vez el punto partida de su inspiración democrática sean las luchas por las condiciones descritas, a partir de una disponibilidad ética. Por eso, este ensayo es un experimento teórico-práctico en un sentido fuerte, nada tiene que ver con un proceso de totalización, en el que la práctica sería la consecuencia de la aplicación de una determinada teoría. La práctica es un conjunto de relevos de un punto teórico a otro, y la teoría, un relevo de una práctica a otra, como dijo Deleuze. En este punto, el intelectual deja de ser meramente un sujeto y se transforma en una multiplicidad que habla y actúa políticamente.

Pero la politización intelectual planteada por Marcia Tiburi supera, con creces, aquella forma tradicional que se da a partir de la simple posición del intelectual en la sociedad burguesa, desde la ideología que produce el sistema de producción capitalista, funcionando como la voz de la conciencia, de la elocuencia ante relaciones políticas que no son percibidas en su vastedad y de cuya conciencia colectiva son agentes, formando parte del propio sistema de poder.

Como alertaba Foucault, el papel de intelectuales como Marcia ya no consiste en colocarse delante o al lado para promulgar una verdad enmudecida, sino que consiste en luchar contra las formas de poder ahí donde son al mismo tiempo objeto e instrumento, en el propio orden del saber, de la verdad y del discurso. Por eso, una teoría no traducirá o aplicará una práctica, sino que lo será directamente. Lucha local, prácticas regionales, escritos micropolíticos que deben servir y funcionar para dialogar con y no hablar por nadie.

De lo contrario, estaríamos en la cosecha del discurso, ordenado por el principio destructivo de lo “propio” —ur—, identidad que sólo se conoce a sí misma y tiene miedo del otro, de ese precario poder indefenso que, sin embargo, guarda el deseo subversivo de vida que el desesperanzado fascista aborta.

Recordemos que el Ur-Fascismo (Fascismo Eterno), parafraseando a Umberto Eco, siempre está a nuestro alrededor. Más que una ideología, entendida como conjunto complejo de ideas sociopolíticas, se trata de un modo de pensar y actuar, hábitos culturales, nebulosa de pulsiones oscuras y a veces insondables. De ahí su capacidad para ser una amalgama, un collage de ideas (o de falta de ellas) diversas e incluso contradictorias. Combinación descoyuntada, nada esencial, de regímenes de culto a la tradición, de frustración, blindada a la crítica, preparada, por un lado, para forjar enemigos en una idea permanente de guerra y, por otro, apta para conocer a un líder, intérprete de una voluntad común, paranoica, machista, capitalizable naturalmente por un léxico pobre y una sintaxis elemental, limitadora de cualquier raciocinio y, sobre todo, como horror a la diferencia.

El diálogo, a su manera plural, como un imperativo y una postura incluso estética, no presupone meramente una integración, una expansión o una común inclusión. En este punto, estaríamos varados en los mismos discursos sordos del sentido (común), atados a la repetición. Va más allá, es el peso de la relación asimétrica que se asume como elemental, de unos lazos in-comunes, por los cuales siempre vale la pena luchar. Encuentros fructíferos de “vivencias vividas hacia fuera” —ex-periencias únicas—, de acontecimientos indescriptibles. Se trata de un desajuste no confortable, generado por el vértigo que aleja a cualquiera de la zona de confort. Resiste el abismo de lo no idéntico, frente a la verborrea de los eslóganes prefabricados y de las certezas acabadas. La diferencia que subyace en la escritura de Marcia, ex-puesta como vemos, estriba concretamente en que su oposición radical es de disposición ética: indiferencia. Sólo dialogo si no permanezco así. Apenas se percibe, escindido por la alteridad, aquel que por una postura moral previa no se torna indiferente. De lo contrario, reina la propiedad de lo idéntico.

De todo lo anterior, surge la necesidad de una guerrilla metodológica, más allá de una mera oposición rendida al corolario lógico de la igualdad, paciente respecto a la diferencia, línea de fuga, hasta la implosión de la identidad.

Hay bibliotecas enteras dedicadas a dar cuenta de aquello que llamamos fascismo. Otras tantas fueron destruidas en su nombre, y tristemente lo siguen siendo. Pero por la propia inercia de los bloques de sentido que no se cuestionan, los cuales siempre darán amparo al pensamiento definitivo de los fascismos, habrá tiempo para un esfuerzo más. Los fascismos como modos de vida, que permean a cada uno de nosotros, circulan automatizados, bajo los ropajes de la última moda tecnológica.

El famoso prefacio foucaultiano a la edición de El Anti-Edipo, de Deleuze y Guattari, en 1977, ya nos alertaba de los tres adversarios contra quienes deberíamos dirigir nuestras mejores fuerzas: los ascetas políticos —aquellos a los que, en otros términos, les gustaría preservar el orden puro de la política y del discurso político, como funcionarios de la verdad—, los técnicos del deseo y, por último, el enemigo mayor, el fascismo. Esto es, en una “introducción a la vida no fascista”, no sólo cabe prestar atención a los regímenes históricos de Hitler y Mussolini, sino también al fascismo que habita en todos nosotros, que persigue nuestros espíritus y nuestra cotidianidad. ¿Cómo desalojar el fascismo que se incrusta en nuestro comportamiento, incluso cuando uno se cree un militante revolucionario? ¿Cómo movilizarnos contra la astucia de la estupidez que nos acecha? Para Adorno y Horkheimer, al igual que un caracol, que se encierra por miedo, la estupidez es una cicatriz, la marca de la atrofia tras sucumbir a la ceguera, a la impotencia estancada en el odio y el fanatismo.

La atención debe dirigirse, de este modo, al fascismo que nos hace amar el poder, desear esa cosa que nos domina y explota. Sería poco más que un señuelo si nos limitasemos a verificar cómo se proyecta el fascismo en el otro, negando nuestra propia autoconstrucción en él. El espacio de combate estará, pues, en ese lugar del aliciente indefectible, aquel que hace que se torne insoportable la diferencia, en el desvergonzado deseo de aniquilación que puede ser contagioso. En este sentido, Cómo conversar con un fascista es, ante este mismo desafío, un libro de combate.

En esta producción de afectos, en este embate de regímenes flexibles, un Estado fascista no debe ser sólo considerado como una centralidad dura. Resulta más adecuada la imagen de una caja de resonancia que reúne segmentos moleculares, como escriben Deleuze y Guattari. Es decir, el fascismo implica regímenes moleculares, de la percepción, del afecto, de la conversación, que pululan de un punto a otro, en interacción, antes de resonar juntos en un equívoco Estado totalitario. El libro que llega ahora a las manos del lector, desarrolla una bella cartografía, en varias coordenadas, acerca de cómo la máquina de guerra del fascismo se instala entre nosotros.

Pudiéndolo definir mejor como un microagujero negro, una especie de bomba de succión de cualquier sentido que no sea el del embotamiento reflexivo, su circulación indiferenciada no puede ser resultado sino de un cierto montaje, de una ingeniería de interacciones que permiten este tipo de energía compulsiva, que cabe señalar y desenmascarar, cuestionar y deconstruir. Siendo así, no es baladí que a menudo deseemos la represión propia, amamos aquello que nos oprime y, más aún, acaba siendo mucho más fácil ser antifascista en el ámbito macropolítico —algo que incluso hoy es difícil—, sin ver al fascista que nos habita.

El empeño de esta obra radica en el rechazo a la idolatría de los mitos y el tesón por plasmar vidas y conciencias. Si, desde al menos Reich y Fromm, el escándalo del fascismo no es su régimen político sino cómo éste rige los deseos, la incandescencia acéfala burbujea sin parar. Su rescoldo es la destrucción como exigencia de satisfacción. Las nuevas caras de la derecha en el mundo navegan en esta emergencia. No obstante, una mezcla de autoritarismo, nacionalismo, conservadurismo, xenofobia y desprecio a la diferencia, lejos de lanzar la palabra fascismo de manera discriminada, señala cómo circulan tales designios en un movimiento en devenir, con características propias en cada contexto y situación que parecen imprescindibles. Podríamos llamarlo posfascismo —como Enzo Traverso— incluso, como vivencia generalizada. Para que la palabra fascismo no se torne un obstáculo sino un elemento esclarecedor, las reflexiones expuestas por Marcia son ineludibles. Su liberación, por tanto, es una empresa cultural fluida, que la dureza de la realidad nos convoca a descubrir a cada instante.

Contra el deseo mortal del fascismo, que la resistencia incida en medio de los efectos, paralizados por la atónita debilidad, que se alojan en su pensamiento abortado. Miedo de nuevo, en rigor. Miedo de cara a la condición humana, como decía Sartre. De sí mismo, a propósito, debido a una solidez infernal que no conoce medios ni términos. De ahí que resulte el espejo de una violencia latente o ejercida, que se autoanula en esta confusión. Regurgita el propio miedo y vive del fragmento de una realidad cerrada, mortuoria, preñada de soledad. El temor del encuentro, pues, como escribe Ricardo Timm de Souza: todo miedo es miedo de no tener miedo de uno mismo ni del otro. En fin, todo miedo es miedo del Otro.

Ya nos hemos alargado demasiado y estamos privando al lector de esta obra que no se deja tematizar. Si los libros tuvieran algún destino en un mundo que no engloban, escribía Levinas, pero al que ensanchan, ciertamente no cabría más justicia en espacio alguno para prefacios o presentaciones, sino apenas para ser acogidos, en un genuino convite, a ser interpretados por decires de otros, que no interrumpan ni se anticipen en los dichos, pues se expresan y crean a través de encuentros plurales, de diálogos infinitos por venir, que el lector bien sabrá cosechar.

Porto Alegre, mayo-junio de 2018

[1] Algunas de las obras de Marcia Tiburi publicadas en Brasil: Feminismo em Comum: para todas, todes e todos (Rosa dos Tempos, 2018), Ridículo Político: uma investigação sobre o risível, a manipulação da imagem e o esteticamente correto (Record, 2017), Filosofia Prática: ética, vida cotidiana e vida virtual (Record, 2014) , Sociedade fissurada: para pensar as drogas e a banalidade do vício (Civilização Brasileira, 2013), Olho de Vidro: a televisão e o estado de exceção da imagem (Record, 2011), Filosofia em Comum: para ler-junto (Record, 2008), además de preciosas incursiones literarias como Trilogia Íntima, integrada por Magnólia: romance em 100 fatos e um voo de inseto (vol. 1, Bertrand Brasil, 2005), Mulher de Costas” (vol. 2, Bertrand Brasil, 2006) y O Manto: ornitomance das Berenices (vol. 3, Record, 2009), y otras obras como Uma fuga perfeita é sem volta (Record, 2016) y Era meu este rosto (Record, 2012).

Presentación de la edición brasileña

Rubens R. R. Casara

Hay una fábula oriental que presenta la historia de un hombre al que, mientras dormía, una serpiente se le metió en la boca. La serpiente se alojó en su estómago, desde donde pasó a controlar su voluntad. La libertad de este infeliz desapareció, estaba a merced de la serpiente, ya no se pertenecía, la serpiente era responsable de todos sus actos. Un día, el hombre despierta y percibe que la serpiente había partido y que, nuevamente, era libre. Se dio cuenta, entonces, de que no sabía qué hacer con su libertad, que había perdido la capacidad de desear, de actuar automáticamente. En La institución negada, Franco Basaglia rescata esta breve historia para concluir que, en esta sociedad, somos todos esclavos de la serpiente y que, si no intentamos destruirla o vomitarla, nunca veremos el tiempo de la reconquista del contenido humano de nuestra vida.

Las diversas manifestaciones neofascistas y el crecimiento de posturas autoritarias parecen confirmar la hipótesis de Basaglia: no hay razón para temer el huevo de la serpiente, pues la serpiente ya existe y está dentro de nosotros. En otras palabras, hay una tradición autoritaria, una cultura (esa segunda naturaleza), que coloca a cada uno en la posición de un fascista potencial.

Ese fascismo potencial, detectado y analizado en las investigaciones de Theodor W. Adorno y retratado en sus estudios sobre la personalidad autoritaria, que está presente en el psiquismo de cada individuo, hace que las prácticas fascistas sean fácilmente naturalizadas. El fascismo, sin embargo, no necesita de racionalizaciones, una vez que se refiere a datos intuitivos e inmediatos que no dependen de reflexión; al contrario, el fascismo se alimenta de datos que no soportan juicio crítico alguno y, por tanto, aptos para ser incorporados por todos, y con más facilidad por los más ignorantes.

Fascismo, además, es una palabra que precisa ser bien entendida. Su origen es la palabra latina fascis, símbolo de autoridad de los antiguos magistrados romanos, que usaban haces de varas para abrirse camino (ejercicio de poder sobre el cuerpo de los individuos que obstaculizaban el camino). En su origen, por tanto, los haces eran instrumento al servicio de la autoridad y, por esa razón, pasaron a ser utilizados como símbolos del poder del Estado. No es azaroso que, durante el régimen fascista italiano, esa insignia fuera recuperada con el objetivo de simbolizar la fuerza en torno al Estado.

El fascismo recibió su nombre en Italia, pero Mussolini no estaba sólo. Diversos movimientos semejantes surgieron en el periodo de entreguerras con la misma receta, que unía voluntarismo, poca reflexión y violencia contra sus enemigos. Hoy parece que hay consenso sobre la existencia de fascismos más allá del fenómeno italiano o, incluso, sobre la idea de que el fascismo es una amalgama de significantes, un patrimonio de teorías, valores, principios, estrategias y prácticas a disposición de gobernantes o líderes de ocasión (que pueden, por ejemplo, ser fabricadas por los detentadores del poder político o económico, en especial a través de los medios de comunicación de masas).

Para sus idealizadores y teóricos, el fascismo era una idea política con peso semejante al del socialismo o el liberalismo. El discurso legitimador de las prácticas fascistas es de la idea de que lo que lleva a esa práctica (que por regla no se asume fascista), no habría surgido de abstracciones teóricas sino de la necesidad de la acción (de la voluntad de conquista). Hoy, los neofascistas se contentan con diseminar odio contra lo que existe para conquistar el poder e imponer sus concepciones de mundo, sin mayores preocupaciones, con la formulación de un proyecto alternativo (a veces apuestan por proyectos reaccionarios de retorno a un pasado mítico, marcado por deseos de orden y pureza, en realidad una representación que funciona como fantasía, capaz de dar cuenta y apoyo al deseo fascista).

El fascismo posee innegablemente una ideología: una ideología de negación. Se niega todo (las diferencias, las cualidades de opositores, las conquistas históricas, la lucha de clases, etc.), principalmente el conocimiento y, en consecuencia, el diálogo, capaz de superar la ausencia del saber. El fascismo es gris y monótono, mientras que la democracia es multicolor y en constante movimiento. La ideología fascista, sin embargo, debe ser tomada en serio, pues, además de nublar la percepción de la realidad, produce efectos concretos contrarios al proyecto constitucional de vida digna para todos.

Los fascistas, como ya he dicho, tal vez no saben lo que quieren, pero saben bien lo que no soportan. No soportan la democracia, entendida como concretización de derechos fundamentales de todos, como proceso de educación para la libertad, de gobierno a través del consenso y de sustitución de la fuerza por la persuasión. Esta mezcla de poca reflexión (el fascismo, en este particular, se aproxima a los fundamentalismos, ambos marcados por la oda a la ignorancia) y recurso a la fuerza (como respuesta preferencial para los más variados problemas sociales) produce reflejos en toda la sociedad.

En el fascismo, hay un intento de edificación de un Estado total, esto es, un Estado que se sobreponga al individuo al punto de anularlo. No por azar, la intolerancia se torna una constante, lo que lleva a la represión de la diferencia (se revela pues, natural, que sexistas y homófobos se identifiquen con proyectos neofascistas). Se niega, por tanto, la alteridad y se acentúa la creación de —y la preocupación por— los enemigos, por aquellos que critican y no acatan posiciones.

Otra característica destacada es que el fascismo se presenta como un fenómeno natural. El fascismo y las prácticas fascistas aparecen, para sus adeptos, como consecuencias necesarias del Estado y de la vida en sociedad, de esa relación entre hombres que dominan a otros hombres a través del recurso a la violencia. Así, como toda forma ideológica, el fascismo no es percibido como tal por sus agentes: se da entonces la naturalización de las prácticas fascistas, incluso en ambientes democráticos.

Las prácticas fascistas revelan una desconfianza. El fascista desconfía del conocimiento, tiene odio de quien demuestra saber algo que afronte o se revele capaz de socavar sus creencias. Ignorancia y confusión pautan su postura en la sociedad. El recurso a creencias irracionales o anti-irracionales, la creación de enemigos imaginarios (la transformación del diferente en enemigo), la confusión entre acusación y juicio (el acusador —aquel individuo que apunta el dedo y atribuye responsabilidad— que se transforma en juez y el juez en acusador —el inquisidor posmoderno—), son síntomas del fascismo que podrían ser superados si el sujeto estuviese abierto al saber, al diálogo que revela diversos saberes.

Al lado del odio al saber, el fascista revela el miedo a la libertad. El fascista desconfía, no sabe cómo ejercerla (y no admite que otros sepan y lo intenten), razón por la cual acepta dejar la libertad (y quiere el fin de la libertad ajena) para fundirse con algo (un movimiento, un grupo, una institución, etc.) o alguien con el fin de adquirir la fuerza que piensa sea necesaria para resolver sus problemas (y los problemas —reales o imaginarios— que vislumbra en la sociedad). El fascista presenta compulsión a la sumisión y, al mismo tiempo, a la dominación (es un sumiso que demuestra dependencia con poderes o instituciones externas, pero que al mismo tiempo quiere dominar a terceros y eliminar a los diferentes), es un masoquista y un sádico, que no duda en transformar al otro en mero objeto y goza al verlo sufrir.

Ante los riesgos del fascismo, el desafío es confrontar al fascista con aquello que para él es insoportable: el otro. ¿El instrumento? El diálogo, en la mejor tradición filosófica atribuida a Sócrates. Metafóricamente con Basaglia, esto significa vomitar la serpiente. Tal vez éste sea el objetivo del diálogo propuesto por la filósofa Marcia Tiburi, en sus reflexiones sobre el cotidiano autoritario brasileño.