Condena de amor - Karen Rose Smith - E-Book

Condena de amor E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

Ben Barclay nunca cometía errores, y menos aún errores surgidos de aventuras de una noche. Así que, cuando descubrió que el resultado de su arriesgado y único encuentro con una bella desconocida iba a tener consecuencias muy duraderas, decidió asumir sus responsabilidades. Sierra Girard no esperaba que Ben Barclay llegara a formar parte de su vida, por eso estaba más que sorprendida al ver cuánto insistía el abogado para que se convirtieran en marido y mujer, aunque sólo fuera por el bien del niño.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Karen Rose Smith

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Condena de amor , julia1795 - agosto 2024

Título original:The Daddy Veredict

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741027

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

He venido para contarte… He venido para decirte que estoy embarazada.

Sierra Girard, con sus grandes ojos azules, parecía muy vulnerable.

Lo primero que se le pasó a Ben Barclay por la cabeza fue que no habían usado un preservativo. Era la primera vez que le pasaba algo así.

—¿Por qué te fuiste sin decir nada? —le preguntó él entonces.

La noticia lo había dejado sin aliento, como un puñetazo en el estómago.

Se habían conocido seis semanas atrás en una fiesta y habían terminado pasando la noche juntos. O casi toda la noche.

El pelo castaño de Sierra, algo ondulado, cayó sobre sus hombros cuando agachó la cabeza para mirar el bolso que sostenía en sus manos. Después levantó de nuevo la vista para mirarlo.

—Me fui en mitad de la noche porque los dos nos dejamos llevar por el momento y ninguno quería que pasara aquello. Me dijiste que tu trabajo como ayudante del fiscal era toda tu vida y que trabajabas demasiadas horas al día.

«Embarazada. Sierra está embarazada», se repitió él sin poder creérselo.

Estaba enfadado consigo mismo y con esa mujer.

Sierra lo miró de tal forma que se imaginó que sus sentimientos se reflejaban en su rostro.

—No debería haber venido —murmuró ella entonces.

Se dio media vuelta y salió de su despacho sin decir nada más.

El instinto hizo que se moviera con rapidez y fuera tras ella. La agarró por el brazo y los dos se quedaron inmóviles durante un segundo. Había algo eléctrico entre ellos, algo que ya había notado aquella primera noche.

Sierra fue la primera en recuperarse y apartar su brazo.

—Esto no es problema tuyo, sino mío. Te lo he dicho porque pensé que deberías saberlo. Eso es todo.

Sierra y él se habían conocido durante la fiesta de compromiso de unos amigos comunes. Recordó haber hablado bastante con ella y cómo sonreía cada vez que él hacía alguno de sus cínicos comentarios. Esa mujer había conseguido derrumbar algunas de las barreras que él había levantado a su alrededor durante los últimos años. El deseo surgió entre ellos y ninguno de los dos tuvo el suficiente sentido común como para detener lo inevitable. Hicieron el amor y fue entonces cuando pudo con él el cansancio que llevaba acumulado. Se quedó dormido y ella desapareció de su lado.

Uno de sus colegas pasó entonces por el pasillo y lo miró con el ceño fruncido al ver la escena.

—Vuelve dentro —le sugirió a Sierra con tono calmado.

Vio que ella vacilaba.

—No voy a dejar que vuelvas a desaparecer como la otra noche.

—Podrías haber conseguido mi teléfono. De haber querido hablar conmigo, te habría bastado con pedírselo a Camille o a Miguel —replicó ella.

Se preguntó si a ella le hubiera gustado que la llamara.

Él, en cambio, no había estado interesado en intentar ver de nuevo a una mujer que se había marchado sin despedirse, sin dejarle siquiera una nota. De hecho, no estaba interesado en ninguna mujer. Creía que todas acababan por irse. Eso lo sabía demasiado bien. Su madre había abandonado a su padre y también a sus dos hermanos y a él.

Años después, cuando cumplió los treinta y se dio cuenta de que era mejor tener a alguien en su vida que regresar después del trabajo a un apartamento vacío, empezó a salir con Lois. Pero ella acabó dejándolo año y medio más tarde con la excusa de que él estaba demasiado dedicado a su trabajo. Supo entonces que ella había estado teniendo una aventura con un compañero de trabajo. No creía en el amor de pareja, sólo en el que sentía por su familia. Pensaba que el amor eterno era una quimera y que los compromisos se acababan por esfumar.

Pero esa mujer había conseguido despertar su interés desde que la conociera.

—¿Acaso te fuiste en mitad de la noche con la esperanza de que fuera yo quien te persiguiera?

—No —protestó ella deprisa—. No me acuesto con el primer hombre al que conozco en cada fiesta a la que voy. Aquella noche…

Se detuvo, parecía no poder encontrar las palabras adecuadas.

—¡Nunca había hecho algo así! Me quedé algo confusa después de esa noche. Y, cuando vi que no me llamabas, me di cuenta de que no estabas interesado.

Sierra Girard era preciosa. Con la belleza pura e inocente que le otorgaban sus veinticuatro años. Él no era tan mayor, tenía treinta y cinco, pero esos once años de diferencia le parecieron muchos más en esos instantes. Él había vivido cosas que Sierra no podría siquiera imaginar en sus peores pesadillas. Tenía fotos dentro de los archivos que había sobre su mesa que esperaba que ella nunca tuviera que ver.

—Dime la verdad, ¿por qué te fuiste del hotel sin despedirte?

—Pensé que estaba haciendo lo mejor para los dos —repuso ella con aparente sinceridad—. Así no tendríamos que enfrentarnos a una situación embarazosa a la mañana siguiente, cuando no supiéramos qué decir ni cómo despedirnos.

—¿Siempre sales huyendo cuando te encuentras en situaciones complicadas? —le preguntó.

Se dio cuenta de que apenas la conocía. Sólo sabía que era lo bastante amiga de Camille como para que ella la hubiera elegido como dama de honor.

Sierra se quedó en silencio. Él se pasó las manos por su pelo negro, y decidió que era mejor no insistir, tenía otras cuestiones pendientes más importantes que la que le acababa de hacer.

—¿Has ido al médico?

—Sí.

—¿Qué has decidido hacer?

Las mejillas de Sierra, que habían estado algo pálidas desde que apareciera por su despacho, se llenaron de color al escuchar su pregunta.

—¡No pienso abortar!

—No te he pedido que lo hagas —contestó él mientras daba un paso hacia ella.

Se arrepintió enseguida de haberlo hecho porque le invadió el perfume de rosas que Sierra llevaba. Era el mismo que le había estado volviendo loco esa noche mientras hablaban en la fiesta y horas después en la cama.

—Sólo quiero saber si estás segura de que el bebé es mío.

—Sí, es tuyo —repuso ella en voz baja—. ¿No me crees? —añadió Sierra al ver que él no decía nada.

Intentó que su cara no expresara lo que pensaba, pero se dio cuenta de que no había conseguido ocultar su falta de confianza. Le costaba mucho confiar en la gente, pero sobre todo en las mujeres.

—Muy bien, Ben —comentó ella mientras abría su bolso y sacaba una tarjeta de visita—. Toma. Ahora ya tienes mi número y la dirección de mi tienda. Nuestro bebé nacerá a finales de mayo. Llámame si quieres estar involucrado en su vida y ser su padre. Y, si no es así, lo entiendo.

Antes de que pudiera reaccionar, Sierra salió al pasillo con paso rápido.

Se quedó mirando el movimiento de su melena, la delicada tela de su vestido acariciando sus piernas… Sabía que tenía que llamarla e ir tras ella, convencerla para que entrara de nuevo en su despacho para acordar algo más concreto, pero no hizo nada.

Era uno de los ayudantes del fiscal más estables, serios y responsables de la unidad de crímenes violentos del distrito de Albuquerque, pero lo que acababa de saber había conseguido dejarlo sin palabras y completamente conmocionado.

«Voy a ser padre», pensó.

Tenía que decidir qué iba a hacer antes de hablar de nuevo con Sierra. Tenía que saber si ella era sincera o si estaba intentando manipularlo para conseguir dinero. No sabía si de verdad estaba embarazada o si el niño era realmente suyo.

Sonó entonces el teléfono y, como sabía que ya no podría alcanzarla, se acercó a su mesa y tomó el auricular. Se dio cuenta de que lo que acababa de saber iba a ser el caso más duro y complicado de su vida.

 

 

El sábado por la tarde, Sierra agarró con fuerza el teléfono mientras esperaba la reacción de su tía.

—Se lo dijiste ayer y él dijo… —murmuró Gina Ruiz desde el otro lado del mundo.

Ella no podía dejar de dar vueltas por la tienda de abalorios que tenía cerca del centro de Albuquerque. Su tía Gina le preguntaba con la misma fiereza y afán de protección que habría tenido una madre. Después de todo, su tía había hecho ese papel mejor que sus propios padres y la quería por ello.

—Se quedó conmocionado —repuso ella.

—Bueno, es mejor así. Eso quiere decir que no le pasa esto todos los días.

A pesar de lo mareada que estaba, no pudo evitar sonreír al escucharla.

—Eso espero. Nunca me habría acostado con él si hubiera pensado que…

Se quedó callada al darse cuenta de lo que acababa de decir. Recordó que estaba hablando con su tía, no con su amiga Camille.

—¿Qué ocurrió, Sierra? Tú no sueles hacer este tipo de cosas. Me contaste que Ben Barclay va a ser el padrino de Miguel, pero no lo conocías, ¿verdad? ¿Acaso se aprovechó de ti de alguna manera? ¿Crees que puso algo en tu copa? ¿Bebiste demasiado vino esa noche?

Las preguntas de su tía le hicieron pensar en la fiesta y en cuando vio por primera vez a Ben. Era un hombre muy atractivo y le llamaron la atención su negro pelo, sus pómulos y una mandíbula fuerte que le hacía parecer muy serio. Cuando sus ojos grises la observaron durante varios seguros desde el otro lado del salón, ella se sintió… Se quedó sin aliento y sintió que todo su cuerpo se estremecía.

Llevaba tiempo sin salir con nadie. Los recuerdos del que fuera su prometido y de cómo había muerto estaban aún muy frescos en su memoria.

Sabía mejor que nadie que no se podía controlar el destino. Después de que alguien los presentara, Ben y ella habían empezado a hablar del trabajo de él y de su tienda. Había mucho ruido en la sala y se imaginó, cuando Ben la invitó a subir a su habitación, que le gustaba el silencio y la tranquilidad tanto como a ella. Lo último que se hubiera imaginado era que esa conversación iba a acabar con los dos en la cama.

—¿Sierra?

—Tía Gina, fue todo un caballero —la tranquilizó ella—. No sé cómo explicar lo que pasó, pero los dos fuimos responsables. Ocurrió y ya está. No sé por qué ni cómo.

—¿Quieres que vaya a verte?

Sus padres eran antropólogos y viajaban por todo el mundo. Había vivido con ellos de pequeña, pero siempre había tenido muy claro que para ellos lo primero era su trabajo. Su madre se había encargado de encontrar niñeras y profesoras que cuidaran de ella y la educaran. Y, durante largas temporadas, la llevaban a Nuevo México para que viviera con su tía.

Siempre se había sentido fuera de lugar. Recordó como había escuchado una vez a sus padres discutiendo con su tía sobre la necesidad que tenía de ir a un instituto normal, relacionarse con niños de su edad y conseguir echar raíces en un sitio donde fuera a pasar más de seis meses. Su tía Gina le ofreció entonces que viviera con ella durante los cuatro años del instituto y ella aceptó encantada. Creía que nunca podría agradecérselo lo suficiente.

Su tía estaba en esos momentos en Grecia, disfrutando de unas vacaciones con las que había soñado toda su vida. No podía permitir que acortara su viaje para volver a casa.

—No hace falta. De verdad, estoy bien. Camille y Miguel están aquí y tengo más amigos. Voy a estar muy ocupada estos días. La boda de Camille es la semana que viene.

—Pero, ¿quién va a cuidar de ti cuando se vayan de viaje? ¿Y si te pasa algo o te encuentras mal?

—Puedo cuidar de mí misma. Si ocurre algo, llamo a mi médico. Tía Gina, de verdad, no te preocupes.

Escuchó entonces la campana de la puerta de su tienda. Levantó la vista y vio que se trataba de Ben Barclay.

—Tía Gina, Ben acaba de entrar en la tienda, tengo que colgar.

—¡No dejes que tome ninguna decisión por ti! —le aconsejó la mujer.

—No lo haré.

—Llámame pronto.

—De acuerdo. Te quiero —murmuró ella antes de apagar su teléfono móvil.

Con el brillante sol de Nuevo México a su espalda, no pudo distinguir el rostro de Ben hasta que se acercó al mostrador. Vio como analizaba rápidamente la tienda. Miraba los tarros llenos de cuentas de cristal y abalorios, las pulseras hechas con lapislázuli, turquesas y cristal veneciano.

Su rostro no expresaba nada, no podía imaginarse qué le estaría pareciendo todo aquello. Se dio cuenta de que no era la primera vez que le pasaba lo mismo con él.

Llevaba pantalones informales en color negro y una camisa negra y granate. Se dio cuenta de que resultaba tan apuesto y elegante como cuando iba con traje. No pudo evitar pensar en aquella noche, en sus anchos hombros, su fuerte torso, sus musculosos brazos…

Pero sabía que no podía esperar nada de él. Había algo en Ben que le inquietaba, se imaginó que era deformación profesional. Le había pasado lo mismo con su prometido. Travis había sido médico y su vocación de salvar vidas lo dominaba. Ben también salvaba vidas, pero de una manera muy distinta. Él intentaba meter a los malos entre rejas para que no pudieran hacer más daño. Su trabajo había sido otra de las razones por las que había decidido aquella noche desaparecer antes de que él se despertara. Estuviera bien o mal, sabía que no le convenía estar con un hombre demasiado dedicado a su trabajo.

Ben se acercó al mostrador, tras el que estaba ella.

—Me dijiste en la fiesta que hacías joyas. ¿Cuáles son las tuyas? —le preguntó.

Se dio cuenta de que intentaba ser amable y empezar con un tema trivial antes de hablar de cosas más complicadas.

—He hecho todo lo que vendo. Mi trabajo me da la oportunidad de poder hacer algo cuando tengo insomnio… —bromeó ella.

Le costó sonreír, pero lo hizo. No sabía a qué había ido Ben a la tienda ni qué le iba a decir.

Los ojos grises de ese hombre absorbían todo lo que veía y eso también la incluía a ella, con sus pantalones marrones y blusa color turquesa. Se fijó en el largo collar que llevaba.

—¿También hiciste ése?

Se derritió al sentir que estaba observándola y asintió con la cabeza. Recordó cómo había sido hacer el amor con él y cómo había sentido que no había nadie más en el mundo, sólo ellos dos.

Ben levantó su collar y acarició una de las piedras turquesa, después se concentró en los corales.

—Eres una mujer con mucho talento.

—Se me da bien juntar y coordinar colores y formas. Eso es todo.

Ben soltó entonces el collar como si sus piedras le quemaran la piel.

—Quiero formar parte de la vida del bebé. Si es que es mi bebé…

Una parte de ella sabía que su vida sería mucho más fácil y menos complicada si decidía criar sola a su hijo. Pero le contestó con sinceridad.

—Lo es.

Vio como Ben apretaba la mandíbula al oír la respuesta. Se preguntó si ese hombre creería que sólo le estaba contando eso para sacarle dinero.

—No necesito ayuda.

—¿Tienes seguro médico?

—Sí. No fui a verte porque necesitara nada.

—Simplemente pensaste que debía saberlo, ¿no?

Ben estaba consiguiendo que su razón para contárselo sonara estúpida, pero era real, estaba siendo sincera.

—Tengo una cita con mi tocóloga el próximo jueves. Si quieres conocerla o tienes alguna pregunta…

No terminó de hablar. Sentía que estaban moviéndose en un terreno demasiado personal y no estaba preparada para eso. Ya habían compartido un momento muy íntimo, pero aquello era completamente distinto, iban a ser padres.

—Tengo un juicio dentro de poco, pero si puedo encontrar un hueco, asistiré a esa cita con la doctora. Dame la información exacta de dónde y cuándo y allí estaré.

Aquello era muy incómodo. Había tenido pocas relaciones en su vida. Cuando por fin pudo ir a un instituto normal, las chicas de su edad le sacaban mucha ventaja en el terreno sentimental, tenían mucha más experiencia. Todo lo que ella había querido siempre era encontrar a una persona que la entendiera y a la que ella pudiera entender. Y Travis había sido esa persona. Aunque su tía le había dicho que a los veinte años era demasiado joven como para comprometerse, también le había aconsejado que hiciera lo que su corazón le decía. Y eso había hecho.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó entonces Ben al ver que se quedaba pensativa.

—En cómo he llegado hasta aquí…

—¿A Albuquerque?

—No, no exactamente. Pensaba en cómo he llegado a esta situación con veinticuatro años, una tienda y además embarazada.

Ben se quedó callado, como si esperara que ella dijera algo más, pero no lo hizo. No lo conocía lo suficiente.

—Me comentaste que vives con tu tía. ¿Tienes más familia aquí en Albuquerque?

—No —repuso ella mientras negaba con la cabeza—. Mis padres están ahora mismo viviendo en África. Y mi tía…

No terminó de hablar, no quería contarle demasiado.

—¿Qué pasa con tu tía?

—Está de viaje. Volverá dentro de unas semanas.

—¿Sabe que estás embarazada?

—La llamé esta tarde para decírselo. Quería que lo supieras tú antes.

Ben se quedó un momento pensativo al escucharlo.

—¿Y Camille?

—Se lo diré si tenemos algo de tiempo para estar solas antes de la boda. Si no, esperaré hasta que vuelvan de luna de miel.

—¿Vas a quedarte a dormir en la hacienda después de la boda?

Los padres de Miguel Padilla vivían en una hacienda a las afueras de Santa Fe. Allí iba a celebrarse la ceremonia de la boda. El banquete, en cambio, sería en el mismo hotel donde los novios habían tenido su fiesta de compromiso.

—Sí, me quedaré allí esa noche. La madre de Camille quiere hacerme algunos encargos para regalar a sus sobrinas en Navidad y quería hablar conmigo del tema. ¿Y tú?

—No lo había decidido aún, pero me parece que sería buena idea que me quedara. De hecho, podríamos ir juntos.

Se quedó sin aliento al escuchar su sugerencia.

—¿Juntos?

—Bueno, tenemos que tomar muchas decisiones. ¿No crees que sería buena idea que aprovecháramos la ocasión para conocernos un poco mejor?

Ella ni siquiera se había parado a pensar en qué iba a pasar a partir de ese momento. Su principal objetivo hasta el día anterior había sido decirle que estaba embarazada. Ni siquiera había sabido cómo iba a reaccionar o si querría ser el padre de ese bebé. Pensó que quizás ese fin de semana fuera una buena oportunidad para descubrir si podrían llegar a criar juntos a un niño.

Ben frunció el ceño al ver que ella tardaba en contestar.

—Bueno, si crees que es demasiado complicado…

—No, no es eso. Es que… Es que no sabía cómo ibas a reaccionar, pensé que no ibas a querer saber nada de este niño.

—¿Qué es lo que te hizo pensar así?

—Tu carrera ocupa casi todo tu tiempo. Además, no se trata del tipo de responsabilidad que los hombres asuman fácilmente.

—Y tú asumiste que yo no querría hacerme cargo, ¿no?

—Supongo que sí.

Los dos se quedaron en silencio unos segundos.

—A lo mejor después de la boda de Miguel y Camille ya nos conoceremos algo mejor.

Había algo en Ben que le atraía, pero que también le daba miedo. No era un miedo físico ni nada parecido. Lo que le daba miedo era cómo la miraba, parecía tener demasiadas preguntas en sus ojos, como si no acabara de creer todo lo que ella le decía. La miraba como si ella estuviera a un lado de la verja y él en el otro.

También cabía la posibilidad de que se estuviera imaginando todo eso y Ben no fuera tan complicado como ella creía.

Igual que ella había hecho el día anterior, Ben se sacó del bolsillo una tarjeta de visita y se la entregó.

—Mi teléfono móvil está ahí. En ese número puedes localizarme en todo momento. Te llamaré en un par de días y hablaremos de cómo quedar el sábado para ir a la boda.

Sierra asintió con la cabeza y él se giró para salir de la tienda.

—Ben —lo llamó entonces.

Él la miró de nuevo.

—Gracias por hacer que esto sea algo más fácil.

—Ya veremos si es fácil o no cuando nos conozcamos mejor —repuso él mientras salía de la tienda.

Se quedó mirándolo mientras intentaba decidir si habría sido un error acceder a ir con él a la boda. Se imaginaba que podría cambiar de opinión y conducir ella misma hasta la hacienda.

Pero sabía que eso sería muy cobarde y ella no lo era.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Estás lista? —le preguntó Ben mientras miraba a Sierra de arriba abajo.

Nerviosa y alterada después de abrirle la puerta de su piso, se preguntó por enésima vez por qué habría accedido a ir con él hasta la hacienda de Santa Fe para la boda de Miguel y Camille.

—Claro. Voy a por mi bolsa de viaje y el vestido y ya está. Pasa, por favor.

Decidió que lo mejor era ser amable, pero manteniendo las distancias. Ésa era la idea, pero la realidad era que estaba muy nerviosa, sobre todo después de ver lo guapo que estaba con un polo negro y unos pantalones color caqui.

Se apartó para dejarlo pasar.

En cuanto entró en el pequeño salón de la casa, se dio cuenta de que iba a ser muy difícil mantener las distancias. Alto, fuerte y de anchas espaldas, Ben parecía tener la capacidad de llenar toda la habitación con su presencia.

—Muy bonita —comentó él mirando a su alrededor.

Un mostrador cubierto de azulejos marrones separaba la cocina del resto de la estancia. Había una mesa para cuatro y una conejera en la que había metidos diversos artefactos. Las casa estaba provista de una alarma para proteger los tesoros que su tía había ido reuniendo durante años.

—Éste ha sido mi hogar más que ningún otro sitio —admitió ella.

—Dijiste que habías vivido con tu tía mientras estudiabas en el instituto.

Le sorprendió ver que la había estado escuchando y que se acordaba de muchas cosas.

—Así es y volví a vivir con ella cuando regresé a Albuquerque hace algunos años.

—No me contaste dónde habías vivido antes de volver.

Apartó la mirada y aprovechó para levantar la bolsa de viaje.

—Podemos hablar de ello en el coche —repuso ella—. Será mejor que nos vayamos ya.

Antes de que supiera qué iba a hacer, Ben agarró el asa de la bolsa.

—Deja que la lleve yo.

—Soy más fuerte de lo que parezco.

Estaba muy cerca de él, tanto que podía oler su loción de afeitado.

—Ya me lo imagino, pero vas a necesitar tener una mano libre para cerrar la puerta.

Se dio cuenta de que tenía razón y de que parecía estar en todo.

Sus manos se rozaron mientras le entregaba la bolsa. La de Ben estaba caliente y era algo áspera. Recordaba perfectamente cómo había sido sentir esas manos sobre su piel.

Se miraron a los ojos y los dos se quedaron sin respiración durante un segundo. Después, Ben se apartó para dejarle pasar.

—Las damas primero —le dijo.

Encendió la alarma y cerró la puerta. Después, mientras él metía su bolsa en el maletero, ella colgó el vestido para la ceremonia al lado del esmoquin de Ben.

Ya se había sentado y puesto el cinturón de seguridad cuando él se metió en el coche. La miró durante unos segundos sin encender el motor.

—¿Qué?

—Me sorprende que no lleves más equipaje.

—Sólo es una noche.

—Sí, pero con la boda y todo eso…

Se imaginó que Ben había esperado que llevara un enorme neceser lleno de cosméticos, un par de maletas con más ropa y cosas así.

—Siempre he sido muy viajera y he aprendido a hacerlo con poco equipaje.

—Eres de las pocas mujeres capaces de hacerlo —repuso él mientras arrancaba el coche.

—Mi madre también viaja ligera de equipaje. Es una de las cosas más útiles que me ha enseñado.

Salieron de su casa y condujeron por su calle hasta el semáforo. Estaba en rojo y Ben aprovechó para mirarla de nuevo mientras detenía el coche.

—Me contaste que tus padres eran antropólogos y que viajaste con ellos hasta que viniste aquí a vivir con tu tía mientras ibas al instituto, ¿no?

—Eso es.

—¿Eres hija única?

—Sí.

—Entonces, ¿cómo dejaron que vinieras a casa de tu tía durante esos años tan importantes? No entiendo que quisieran perderse tu primera cita con un chico, tus primeros bailes en el colegio, la primera vez que conducías…

Se había dado cuenta nada más conocerlo de que era un hombre bastante cínico, pero no podía negar que también era muy perspicaz. Se imaginó que podía deberse a su profesión, debía de estar acostumbrado a interrogar a testigos y delincuentes.

—No han sido unos padres al uso.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Ben mientras iba por la calle principal hacia la autopista.

Su tía había sido la única persona a la que había contado hasta qué punto le había afectado tener una infancia tan poco convencional, lo sola que se había sentido siempre y cómo había tenido la sensación toda la vida de que no había sido una hija deseada.

Ben parecía tener mucho interés en ese tema y no sabía cómo salir de esa situación.

—Mis padres estaban muy metidos en sus carreras —le dijo.

—Muchos padres lo están.

—Supongo que sí.

Pero Ben no parecía dispuesto a dejarlo estar.

—Y, ¿cómo te afectó que estuvieran tan centrados en sus trabajos en vez de en ti?

—¿Estás intentando psicoanalizarme?

—No, sólo intento saber un poco más de tu pasado —repuso Ben mientras la miraba de reojo.

—¿Vas a hablarme tú del tuyo? Me contaste que eres de Minnesota, pero la verdad que no sé nada más de tu pasado.

—¿Estás intentando evitar mi pregunta?