Refugio para un corazón - Karen Rose Smith - E-Book

Refugio para un corazón E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

Ella había hecho sus planes para tener un bebé… Sam Barclay aceptaría ser el padre y Corrie Edwards conseguiría el bebé que siempre había deseado. Parecía un buen plan, hasta que Sam, su donante de esperma decidió que quería la oportunidad que el destino ya le había negado una vez, la de ser padre en todos los sentidos. El romance no entraba en los planes de Corrie, iba a ser un estricto acuerdo de negocios. Sin embargo, cuanto más se acercaba el momento de la concepción, más deseaba Sam que la relación fuera personal. ¿Podría convencer a Corrie de que juntos podían formar el hogar y la familia que ambos anhelaban?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Karen Rose Smith

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Refugio para un corazón , julia1791 - agosto 2024

Título original:The Daddy Plan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741010

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DonarÍas tu esperma para que pueda tener un bebé? —le preguntó Corrie Edwards a su jefe.

Sam Barclay que se encontraba en la cabaña familiar de los bosques nevados de Minnesota, no supo si echarse a reír o irse al lago a pescar en el hielo.

—Estás de broma, ¿verdad? —su ayudante veterinaria no podía saber cuánto lo inquietaba la pregunta. Había cancelado su boda porque su prometida le había ocultado que había abortado.

—Lo digo en serio, Sam —contestó Corrie con determinación—. No he conducido durante cuatro horas con este mal tiempo sin una buena razón.

Aún tenía puesto su anorak amarillo y los copos de nieve se derretían sobre sus rizos color castaño rojizo. Él y su socio la habían contratado hacía tres años como auxiliar, tras comprar la clínica.

Estudiando el brillo de sus ojos azules y las pecas que salpicaban su nariz, sintió una incómoda tensión en el estómago. ¡Se trataba de Corrie, por Dios! Era su jefe. Sólo hablaban de animales, del tiempo y de la vida en Rapid Creek, no de temas personales.

«Pero compartisteis un beso increíble, de otro mundo», dijo una voz en su cabeza. Eso había sido hacía dos años; antes de Alicia.

—Quítate el abrigo y cuéntame de qué va esto. Prepararé café.

Mientras Corrie se quitaba el anorak y lo colgaba de una silla, Sam se fijó en como el suéter azul se ajustaba a sus senos y caía suelto alrededor de su estrecha cintura. Sus piernas parecían muy largas con las mallas y las botas altas.

Sintió un golpe de deseo y se obligó a concentrarse en hacer café. Aun así, se fijó en como Corrie se inclinaba hacia Patches. El chucho marrón y negro tenía rasgos de Labrador y de otras diez razas más. Jasper, el pequeño cocker spaniel color beige que había entrado con Corrie, se había acomodado en la cama de Patches. A su perro no parecía importarle, parecía encantado de que Corrie le rascara las orejas.

Por alguna extraña razón, Sam se preguntó cómo sería el que Corrie lo tocara… Maldijo.

—¿Pasa algo? —preguntó ella, mirándolo. La cabaña era demasiado pequeña para ocultar un ruido o cualquier otra cosa.

Los ojos de ella recorrieron su rostro y descendieron por su camisa de franela y sus pantalones vaqueros. Él tuvo la impresión de que estaba evaluando sus genes; se puso rojo.

—No pasa nada. El café estará listo enseguida.

Cuando se sentó junto a ella, en el sofá, notó que se tensaba, cuadraba los hombros y alzaba la barbilla, como si se preparara para una batalla.

Nunca habría tachado a Corrie de luchadora. Era como si su pregunta hubiera destapado a una persona que no era la estable y discreta Corrie Edwards que él había creído.

—¿Quieres ser madre? —preguntó con gentileza.

—Siempre he querido ser madre —lo miró con ojos brillantes por la emoción—. Pero no he encontrado al hombre adecuado ni creo vaya a encontrarlo. Y sigo cumpliendo años.

—Sólo tienes treinta y tres —protestó Sam. Era un año mayor que él.

—Treinta y tres es joven con respecto al resto de mi vida, pero no para tener hijos… —movió la cabeza—. Tengo una amiga en Minneapolis que tiene treinta y ocho. Se quedó embarazada y todo iba bien, hasta que tuvo preeclampsia; estuvo a punto de morir. Tengo otra amiga en St. Paul que tiene treinta y cinco. Tuvo a su primera hija hace seis meses; nunca imaginó que criarla sería tan difícil, ni que estaría siempre agotada.

—Eso no implica que vaya a pasarte a ti.

—Lo sé. Pero anhelo ser madre, Sam. Una madre como lo fue la mía para mí. Cada año que pasa mis óvulos envejecen y mi fertilidad disminuye. No quiero acabar sin tener hijos por no haber tomado una decisión a tiempo.

—¿Y mi esperma te interesa por…? —necesitaba saber por qué se lo pedía a él.

—Eres… —le tocó el brazo y se sonrojó—. Eres muy guapo, tienes buena edad y eres fantástico con Kyle. Te he visto con él.

Su sobrino Kyle tenía cinco años y era una de sus personas favoritas. A Sam le gustaban los niños tanto como los animales. No tenían motivos ulteriores y sus reacciones eran sinceras.

—Me siento halagado, Corrie, de verdad. Pero ser padre de esa manera… —el contacto de su mano en el brazo lo estaba distrayendo. Ella no parecía consciente de estar tocándolo. Eran jefe y empleada. Siempre habían simulado que aquel beso no había tenido lugar.

—No hace falta que seas padre en el sentido real —apartó la mano—. Es decir, podría ser un acuerdo de negocios. Donas tu esperma y ya está.

—Si te quedaras embarazada y tuviera un hijo, ¿crees que no querría participar en su vida?

—No lo sé. ¿Querrías?

Él pensó en Alicia, en lo que había hecho y en cuánto le había dolido; en la horrorosa sensación de traición. No se imaginaba tener un hijo y no formar parte de su vida.

—¿Sabes lo complicado que podría llegar a ser?

—O no —aseveró ella—. Si me quedara embarazada y tuviera un bebé, me gustaría que tuviera un modelo masculino en su vida. Tú encajarías en ese sentido. Te he visto con Kyle y serías fantástico. Pero también sé, por tu hermano Nathan, que te has planteado montar una clínica veterinaria en el extranjero. Si decidieras hacerlo, no estarías atado.

—Un bebé es una atadura bien grande.

—Creía que los hombres preferían donar su esperma y evitar la responsabilidad —dijo Corrie, estudiando su rostro.

—¿De dónde has sacado esa opinión?

—No importa de dónde —Corrie se sonrojó—. Simplemente, creo que la mayoría de los hombres no practican el sexo para convertirse en padres. Se marchan cuando algo va mal, o cuando conocen a alguien que les gusta más.

«Eso no es cierto. Fue mi madre la que se marchó», deseó gritar Sam. Pero no lo hizo. Corrie tenía su opinión y era obvio que se debía a alguna experiencia concreta. Últimamente, él mismo había llegado a la conclusión de que estaba destinado a quedarse soltero. Su padre había confiado en una mujer que lo había abandonado, y también a sus hijos. Él había dado una oportunidad al amor y había salido malparado.

—Deja que te diga algo, Corrie. Si tuviera un hijo, no evadiría mi responsabilidad. Tendrás que decidir si puedes o no puedes aceptar eso.

—No esperaba que fueras a querer involucrarte —sus ojos se agrandaron por la sorpresa.

Sam se preguntó si sería porque después de ese beso en La Taberna, en Nochevieja, ambos habían ignorado la química, la posibilidad de conexión.

Él había percibido que Corrie tenía barreras que sería difícil derribar. Además, no habían querido arriesgar una relación jefe-empleada que funcionaba bien. Por lo visto no habían estado preparados para pasar a una relación más íntima.

Captó el agradable aroma que solía rodear a Corrie, una mezcla de melocotón y vainilla. Debía ser su champú o una loción hidratante. En ese momento, estudiando su rostro con forma de corazón y el amasijo de rizos caoba, el perfume lo envolvió por completo.

Necesitaba una taza de café. Se levantó y fue a la cocina, desconcertado por la propuesta. Tendría que rechazarla. Ni siquiera sabía por qué la estaba considerando.

Tal vez porque convertirse en padre, aunque fuera así, daría sentido a su vida. Un sentido del que en ese momento carecía.

Jasper decidió que ya había sesteado bastante. Se levantó, trotó hacia Sam y lo miró expectante.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Sam, aprovechando para cambiar de tema, al menos hasta que pudiera centrar sus pensamientos.

—Siempre que voy a la cocina, quiere un capricho. Llevo algunos en el anorak.

—Ya voy yo —dijo Sam, antes de que Corrie se levantara. Encontró una bolsa en el bolsillo del abrigo. Sacó una galletita. El perro se alzó sobre las patas traseras y bailoteó a su alrededor, hasta que Sam la dejó caer en su boca.

—No me has dicho por qué estás cuidando al de Shirley Klinedinst.

—Shirley falleció hace dos semanas —dijo Corrie con expresión triste.

—Oh, lo siento —sabía que Corrie y la anciana estaban bastante unidas. La vieja granja de Shirley, en las afueras de la ciudad, suponía demasiado trabajo para ella. Shirley no tenía parientes allí y Sam sabía que Corrie iba al menos una vez por semana a echarle una mano.

—Su abogado me llamó después de que la llevaran al hospital y me comunicó que tenía instrucciones de entregarme a Jasper si le ocurría algo, al menos hasta que se lea su testamento. Por lo visto incluyó alguna disposición respecto a Jasper. Acepté, por supuesto.

Jasper terminó de comerse la galletita, corrió hacia Corrie y saltó al sofá. Ella se rió y le dio un abrazo. Por alguna razón, eso enterneció a Sam. Veía a Corrie con animales todos los días, los manejaba con seguridad y destreza. Pero verla con Jasper era distinto. Se la imaginó con el vientre abultado, acunando al bebé, siguiéndolo cuando diera sus primeros pasos. La Corrie Edwards que estaba viendo ese día era muy distinta a la que había tratado con indiferencia los últimos años.

Se preguntó si el cambio estaba en él o en ella. Tal vez su propuesta había conseguido que la viera como mujer, en vez de como empleada.

—No podrás conducir de vuelta hoy.

—¿Por qué no? —alzó la cabeza y lo miró.

—Va a nevar. No despejarán esta carretera hasta que los quitanieves acaben con la general.

—Tengo un todoterreno.

—Sé realista, Corrie. Ya está oscureciendo. ¿Y si te quedas atascada? No hay cobertura de móvil. Ni siquiera podrías llamarme a mí.

Ella miró al cocker y Sam supo que no haría nada que pusiera en peligro al animal.

—No pensaba quedarme. No he traído ropa…

—¿Ni cepillo de dientes? —bromeó él—. ¿Pensabas venir, hacer la pregunta y salir corriendo? ¿Por qué no has esperado a que regresara? La boda de Nathan y Sara es el fin de semana que viene y no puedo faltar.

—Sabía lo de la boda. Pero esa es otra razón para que viniera hoy. Pensé que sería embarazoso trabajar juntos hasta que me dieras una respuesta. No quería que te sintieras presionado.

—Cuando te comunique mi decisión seguiremos trabajando juntos.

—Lo sé. Pero si no quieres hacerlo, actuaremos como si nunca te lo hubiera pedido.

—Quieres que me lo piense bien —se movió hacia ella y sus rodillas se rozaron.

—Significa mucho para mí, Sam —sus ojos se humedecieron.

—¿Tienes hermanos o familia? —sabía que había perdido a su madre poco antes de empezar a trabajar con Eric y con él, pero nada más.

—Mi padre está en Minneapolis. Pero no estamos unidos. Siempre quise tener hermanos y hermanas. Tú eres afortunado por tener dos hermanos —dijo Corrie con añoranza.

—Nathan y Ben son geniales cuando se ocupan de sus propios asuntos. Pero a veces, cuando no están demasiado ocupados, deciden husmear en mi vida.

Sam era el pequeño. Nathan, el mayor, estaba a punto de casarse; su prometida Sara y su hijo Kyle eran el centro de su vida. Ben, el mediano, Ayudante del Fiscal de Distrito en Alburquerque, era cínico con respecto a las mujeres y la vida.

—Cuando era niño, Ben, Nathan y yo éramos como los tres mosqueteros. Todos para uno y uno para todos. No me imagino no teniendo su apoyo. ¿Te sentías sola?

—A veces —admitió ella—. Por eso recogía animales vagabundos y les buscaba hogares.

Él siempre había sabido que Corrie era una mujer con sentimientos. Se notaba en su forma de tratar a los animales. En ese momento estaba viendo que tenía un lado más profundo que no había percibido antes. Profundidad y belleza.

Si tuvieran un bebé juntos…

Un bebé. La idea rondaba su mente como si quisiera echar raíces. Tuvo el súbito deseo de acariciar el cabello de Corrie, de probar sus bonitos labios rosados.

—Deberíamos sacar a los perros antes de que nieve y baje más la temperatura —dijo.

Descolgó su anorak de una percha que había junto a la puerta, para enfrentarse a la fría noche de enero.

No pudo dejar de pensar en que Corrie quisiera un hijo suyo. Eso sin duda era bueno para su ego, pero también le provocaba un tumulto interior.

Se preguntó si sería por lo que había hecho Alicia. Tenía que descubrir la respuesta antes de darle un sí o un no a Corrie.

 

 

Corrie tenía los nervios desatados.

Ni en sueños había imaginado pasar la noche en la cabaña, con Sam Barclay. O tal vez sí. Quizá ese fuera el problema.

Notó que Sam la miraba, mientras ella simulaba observar a Jasper jugar con la nieve. Patches lo había perseguido y en ese momento él le devolvía el favor. Sabía que Sam estaba intentando decidir quién era ella en realidad.

Era una mujer que había estado enamorada de su jefe desde el primer día. Una mujer que no atraía a los hombres porque no quería hacerlo. Su padre le había sido infiel a su madre. Corrie nunca olvidaría el día que había presenciado esa infidelidad con sus propios ojos. Eso había cambiado su relación con sus padres para siempre. Se había enamorado en la universidad pero no había tardado en descubrir que el tipo no sentía lo mismo por ella. Después de hacer el amor con ella había pasado a la siguiente conquista. Esa experiencia la había llevado a evitar cualquier tipo de relación romántica.

No había querido sentirse atraída por Sam Barclay. Pero había algo en su sonrisa, en sus ojos cariñosos y en su forma de hablar con los animales que la había encandilado. También hubo un beso en Nochevieja, hacía dos años. Pero después no había vuelto a fijarse en ella. Había estado demasiado ocupado esforzándose para que la clínica fuera un éxito. Y el año anterior se había enamorado de una agente de viajes, Alicia Walker, a quien había conocido mientras planificaba un viaje a una reserva animal en África. Alicia y él habían estado juntos hasta el mes de agosto pasado.

Nadie parecía saber por qué habían roto, pero Corrie había captado la devastación de Sam. Se había preocupado por él cuando decidió irse al bosque antes de Acción de Gracias, pero también había comprendido que ella necesitaba algo nuevo en su vida. Ésa había sido su resolución de Año Nuevo. Había tardado dos semanas en reunir el coraje para conducir hasta allí.

«¿Qué es lo peor que puede ocurrir?», se había preguntado. Tan sólo que él dijera «no». En ese caso iría a una clínica de fertilidad en Minneapolis. Pero aún no había dicho que no, y eso le daba esperanzas.

Empezaba a hacer viento. Tiritando, Corrie fue hacia la cabaña, seguida por Jasper.

—Voy dentro —le gritó, como si pasar la noche con él no fuera importante, como si no hubiera que llenar el silencio con conversación, como si no fuera a estar pendiente de cada uno de sus movimientos, de cada palabra, de cada mirada.

Sam era su jefe. Tenía que jugar bien sus cartas; dijera sí o no, no quería perder su empleo.

—Cuidado con el escalón —gritó él.

La bota de ella resbaló y habría acabado en la nieve si Sam no hubiera llegado corriendo para rodearla con sus brazos.

—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca, acariciando su mejilla con el aliento—. No te habrás torcido el tobillo, ¿verdad?

Sam llevaba días sin afeitarse, su barba era tan oscura como su cabello. Era tan sexy que, a pesar de la baja temperatura exterior, la de ella estaba subiendo. Tragó una bocanada de aire frío.

—Mi tobillo está perfectamente —contestó.

—Te ayudaré a subir —siguió mirándola.

Ella tuvo la extraña sensación de que la estaba viendo por primera vez. Llevaban tres años trabajando juntos y nunca había sentido eso. Tal vez fueran imaginaciones suyas. Siempre había ocultado la atracción que sentía por él.

Sam puso una mano bajo su codo y la condujo hasta la puerta y entraron. Él silbó a Patches y el enorme perro llegó corriendo. Ambos perros se sacudieron los copos de nieve del pelaje.

—¿Tienes una toalla para secar a Jasper? —pidió Corrie—. No quiero que se le enrede el pelo.

—Claro, también buscaré algo para ti.

—¿Para mí?

—¿No querrás dormir con tu ropa, no?

—Podría —dijo ella, que no lo había pensado.

—No hace falta —Sam se encogió de hombros—. Tengo una camisa de franela que seguramente te llegará hasta las rodillas.

Corrie sintió un escalofrío al pensar en desvestirse y ponerse una camisa de Sam. Él le llevó una toalla y dejó la camisa en el sofá. Se arrodilló para secar a Jasper y mientras lo hacía percibió que Sam estaba pendiente de ella.

—¿Qué? —alzó la cabeza para mirarlo.

—Estaba pensando en ti como madre.

—¿Y? —lo animó. Se ruborizó levemente y se preguntó si iba a aceptar.

—Creo que lo harás bien —parecía incómodo y tenía una expresión que a ella le pareció tristeza.

El cumplido debería haberle proporcionado seguridad, pero percibía que él estaba preocupado por algo. Dudaba que se conocieran lo bastante para que él le hiciera confidencias. Tal vez sus pensamientos estuvieran relacionados con Alicia; en las fallidas promesas y esperanzas compartidas.

Había recurrido a Sam porque tenía muchas cualidades que admiraba; su compasión y gentileza encabezaban la lista. Era maravilloso con su sobrino y parecían gustarle los niños.

—Ser madre es un trabajo de veinticuatro horas al día —comentó Sam en voz baja.

—Lo sé —se apoyó sobre los talones y dejó que Jasper se marchara con Patches.

—Algunas mujeres no se dan cuenta de el compromiso que implica. Supongo que por eso se deprimen después de tener un bebé.

—Soy consciente del compromiso que supone la maternidad. Mi madre me crió sola, después de que mi padre se divorciara de ella. Sé lo que es ser madre soltera.

También sabía lo que eran la traición y la infidelidad y lo incapaces que eran los hombres de cumplir sus promesas. No debía olvidar eso cuando mirara a Sam y se sintiera atraída por él. La atracción no duraba mucho, ni tampoco la felicidad de los dos primeros años de matrimonio. Sólo tenía que recordar las lágrimas de su madre para separar la imagen de Sam como futuro padre, de la de Sam, el hombre atractivo.

—Mis padres también se divorciaron —admitió Sam—. Pero fue mi padre quien nos crió. Mi madre se marchó porque deseaba otras cosas. Ocuparse de una familia era demasiado esfuerzo para ella. Lo que quiero decir, Corrie, es que debes estar totalmente segura. Si tomas esta decisión nunca podrás dar marcha atrás.

—No soy impulsiva Sam —aseguró ella, pensando que debía haberle dolido mucho el abandono de su madre.

—Ten en cuenta que la idea puede ser más atractiva que la realidad. Tener un bebé no es fácil y criarlo menos aún.

—No permitiré que el miedo me impida hacer algo que he deseado siempre. Me gustan mucho los animales, sí, pero quiero tener hijos, Sam.

—¿Hijos? —él enarcó una ceja.

—Empezaré con uno y luego ya veremos.

—¿Sabes cuánto cuesta criar a un hijo hoy en día?

—¡Déjalo! No he venido a pedirte permiso para tener un hijo. Tanto si donas tu esperma como si no, voy a tenerlo. No es un debate, es un sueño que haré realidad —casi nunca le había mostrado su genio a Sam, pero estaba enfadándola. Hablaba como sí el supiera más de la vida que ella.

Él la escrutó con sus ojos marrones y ella sintió un escalofrío. Sólo quería su esperma, no quería sentirse atraída por él. Ni siquiera quería pensar en ser padres juntos. No podía contar con Sam, ni con ningún hombre. Creía que sería un buen padre pero eso lo demostraría el tiempo. Ella sería la constante en la vida del niño o niña y tomaría las decisiones importantes. Si Sam aceptaba ser el padre, ya vería cuánto participaba. Pero no contaba con ello, ni lo esperaba.

—Voy a cambiarme —dijo, agarrando la camisa.

—¿No quieres cenar antes de acostarte? —preguntó él con una sonrisa maliciosa.

—No tengo hambre. Me cambiaré y me acurrucaré en el sofá.

—Puedes dormir en la habitación si quieres, el sofá es incómodo —señaló él dormitorio con la cabeza—. Pero hará más calor aquí fuera si dejo la estufa de leña encendida.

—El sofá estará bien.

—Como quieras —dijo él.

Ella prefería estar caliente y en el sofá. Si dormía en la cama de Sam, él invadiría sus sueños. Quería tener su bebé, pero de forma impersonal. Una relación personal con Sam sería demasiado peligrosa para su corazón.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

La puerta del dormitorio de Sam se abrió. Corrie se incorporó en el sofá.

—¿Empieza a hacer frío? —preguntó él.

—Un poco.

Sam no llevaba camiseta, sólo unos pantalones de chándal color gris. El vello rizado de su pecho se estrechaba hasta convertirse en una hilera que se perdía bajo el pantalón. Ella desvió la mirada.

En la oscuridad, con el silencio roto sólo por los ronquidos de los perros que dormían junto al sofá, algo poderoso y primitivo vibró entre Sam y ella. Tal vez por la hora, o porque él llevaba el torso desnudo, o porque era el hombre más sexy que había visto nunca.

—Pondré más leña —fue hacia la chimenea, rompiendo el hechizo.

—¿Cortas tú la leña? —preguntó ella, que no podía dejar de mirar su espalda desnuda y sus musculosos brazos y hombros.

—Sí. ¿Por qué? ¿Te interesa aprender a cortar troncos? —la miró por encima del hombro, con una sonrisa burlona.

—No. Seguramente no podría ni con el hacha.

—Eres más fuerte de lo que pareces. Levantaste al perro del señor Huff. Debe pesar al menos treinta kilos.

Sam cerró la puerta de la estufa empotrada en la chimenea y se frotó las manos en los muslos. El estómago de Corrie gruñó y Sam lo oyó.

—Debes tener hambre. Apenas has cenado.

Eso había sido porque estaba nerviosa y se sentía como una tonta. Después de ponerse la camisa de Sam en el cuarto de baño y regresar al salón, había comprendido que la oscuridad exterior no implicaba que fuera hora de acostarse. Había perdido la noción del tiempo. Él había calentado una sopa de lata y ella había comido un poco en el sofá, envuelta en una manta, rezando porque las horas pasaran rápidamente.

Mientras ella hojeaba unas revistas, Sam había trabajado en su ordenador portátil hasta que, antes de acostarse, sacó a los perros a dar un paseo.

—¿Te apetecen unas galletas y chocolate caliente? —preguntó él con cara de niño travieso que quisiera darse un capricho—. Así dejará de rugirte el estómago.

La habitación empezaba a calentarse de nuevo. Ella se puso en pie. No se había quitado los calcetines. Se sentía un poco ridícula con la camisa que le llegaba a las rodillas y calcetines.

—Te ayudaré.

La cocina era tan pequeña que no podían moverse sin que sus caderas o brazos se rozaran. Ella metió dos tazas con agua en el microondas mientras él sacaba las galletas del armario.

—¿De verdad te has levantado para poner más leña en la estufa? —preguntó ella, cuando el silencio se hizo tan intenso que se mascaba.

—Sabía que empezaría a hacer frío si el fuego se apagaba pero, en realidad, no he dejado de dar vueltas a tu petición. No es como si estuviera saliendo contigo y una noche, por falta de precaución, te dejara embarazada. Lo que planeas es algo muy distinto.

—¿No crees que es mucho mejor lo que yo propongo? Sería algo que decidiríamos los dos, no un accidente. Si no quieres involucrarte en absoluto, no habría problema. Yo asumiría toda la responsabilidad por el bebé. Es lo que deseo.

—No entiendo por qué estás tan empeñada en hacer esto sola —comentó él, estudiándola con tanta intensidad que la puso nerviosa.

—No es tan raro. Sola, no tendría que dar cuentas a nadie. Sola, tomaría decisiones basándome en lo que yo considero mejor, no tendría que preocuparme de lo que otra persona dijera o pensara.

—¿A qué se debe tu independencia, Corrie? ¿Qué te ocurrió?

La pregunta la sorprendió. Aunque no podía evadirla, tampoco podía contestar con toda sinceridad. No se conocían lo bastante bien.

—Ya te he dicho que mi padre y mi madre se divorciaron.

—Es algo más que eso. Eres una persona entregada. No dudas en ocuparte de un animal herido o hacer compañía a una persona como Shirley. ¿Qué te llevó a ser así?

Si ella se cerraba en banda, Sam podría rechazar su petición, considerándola un mero capricho. Tras pensarlo, decidió contestar.

—Después de que mi padre se fuera, mi madre y yo cuidamos la una de la otra. Era una mujer bondadosa y ayudaba a todo el mundo. Supongo que eso lo aprendí de ella. Cuando enfermó… —calló. No había pretendido entrar en ese tema.

Sonó el timbre del microondas y ella agradeció la interrupción. Sacó las tazas de agua caliente, pero Sam se las quitó y las puso en la encimera. Estaba tan cerca que se sintió rodeada por sus musculosos brazos y su aroma masculino.

—¿Cuándo enfermó tu madre?

—Oh, Sam. En realidad no quiero…

—Dímelo —pidió él, mirándola a los ojos y poniendo las manos sobre sus hombros.

—Estudiaba segundo de veterinaria cuando le diagnosticaron cáncer de ovarios. Sólo me tenía a mí. Dejé los estudios y volví a casa a cuidarla.