Coser y cantar - Carmen Domingo - E-Book

Coser y cantar E-Book

Carmen Domingo

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Beschreibung

UN REFERENTE PARA ENTENDER EL ROL DE LA MUJER EN ESPAÑA  Una crónica sobre cómo se definió el papel de las mujeres durante la dictadura franquista.  Tras la Guerra Civil, el aparato represivo del franquismo no se detuvo ante nada ni ante nadie en su intención de construir una España que bailara al compás del nuevo régimen. En el caso de las mujeres, la represión no se limitó al ámbito público, sino que se instaló en las casas, invadiendo mesas y dormitorios. En poco tiempo, la Sección Femenina, con Pilar Primo de Rivera a la cabeza y en estrecha colaboración con la Iglesia católica, logró relegar a la mujer a las dos únicas funciones que podía realizar: ser esposa y madre.   Muchas fueron las que agacharon la cabeza, otras acabaron en la cárcel y unas cuantas optaron por el exilio. A todas ellas, que de tanto coser y cantar olvidaron vivir, da voz Carmen Domingo en este libro, un hermoso homenaje sobre un tiempo pasado que nos ayuda a entender mejor el lugar del que venimos.  Edición corregida y ampliada por la autora. 

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CARMEN DOMINGO

COSER Y CANTAR

Las mujeres y la política en España (1939-1975)

© del texto: Carmen Domingo, 2007, 2024.

Autora representada por Silvia Bastos, S.L., Agencia Literaria.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: octubre de 2024.

ref: obdo376

isbn: 978-84-1132-854-8

aura digit • composición digital

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

¿Cabe también en las mujeres la entrega hasta llegar al heroísmo? Sí, cabe, aunque, en las mujeres, el heroísmo consiste más en hacer que en morir heroicamente. […] Y porque su temperamento soporta mejor la constante abnegación de todos los días que el hecho extraordinario.

Lecciones para las Flechas (1949)

Los masones matan a los niños menores de siete años y beben su sangre en un cráneo y los comunistas, generalmente, matan a sus madres.

enrique herrera oria, España es mi madre (1939)

contenido

A modo de prólogo. Casi cuarenta años a ciegas

PRIMERA PARTE: AÑOS OSCUROS: LA MUJER DE LA ESPAÑA «NACIONAL»

1. Sigue la lucha por la «cruzada»

2. Las damas de Franco

SEGUNDA PARTE: LA MANO CASTIGADORA DE FRANCO: MUJERES REDUCIDAS AL SILENCIO

3. Las cárceles desde dentro

4. Exilio interior: la fuerza de la palabra

TERCERA PARTE: HACIA Y EN EL EXILIO

5. La esperanza sigue más allá de la frontera

6. La lucha desde los exilios

CUARTA PARTE: PRIMERAS REIVINDICACIONES

7. Clandestinidad

8. España empieza a despertar

9. «Muchas gracias, Pilar»

Epílogo. Hacia otra España

Biografías

Anexos

Bibliografía

Notas

Imágenes

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Epígrafe

Comenzar a leer

Bibliografía

Notas

Notas al pie

a modo de prólogo casi cuarenta años a ciegas

El 5 de agosto de 1939, veintiséis días después de iniciada la Guerra Civil, Julita Conesa dicta a una compañera de celda una carta para su madre y sus hermanos. Es una despedida en la que se lee:

Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar.

Julia concluye su carta pidiendo un último deseo: «Que mi nombre no se borre en la historia». Julita, diecinueve años, está detenida en la Cárcel de Ventas, junto con doce compañeras más: Carmen Barrero Aguado (20 años), Martina Barroso García (22 años), Blanca Brisac Vázquez (29 años), Pilar Bueno Ibáñez (27 años), Adelina García Casillas (19 años), Elena Gil Olaya (20 años), Virtudes González García (18 años), Ana López Gallego (21 años), Joaquina López Laffite (23 años), Dionisia Manzanero Salas (20 años), Victoria Muñoz García (18 años) y Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años). Todas ellas están en prisión bajo la acusación de implicación en el atentado que tuvo lugar el 27 de julio de 1939 contra Gabaldón, en el que también murió su hija. Son las Trece Rosas.a La mayoría de ellas serán fusiladas siendo menores, puesto que en aquella época la mayoría de edad se obtenía a los veintitrés años.

Tras el asesinato del comandante Gabaldón se practicaron detenciones en Madrid de forma indiscriminada a todos aquellos militantes de las JSUb que tenían fichados. En realidad, las detenciones se hicieron más para acallar los ánimos exaltados que porque se supiera a ciencia cierta quién había realizado el atentado. Uno de aquellos detenidos, tras sufrir torturas, acabó implicando, entre otros, a trece chicas, la mitad de ellas menores de edad, y la mayoría pertenecientes a las JSU. Por sorprendente que pueda parecer, lo cierto es que todas ellas habían sido detenidas con antelación al asesinato, entre mayo y junio, poco después de acabada la guerra, lo que demostraba que era imposible que hubieran participado en el mismo. Pero en aquel entonces la maquinaria militar no podía detenerse por nimiedades temporales. Se pusieron en marcha y el 1 y 2 de agosto les realizaron un consejo de guerra y un juicio sumarísimo, implicándolas a todas en el atentado. La sentencia fue clara: condena a muerte.

El 4 de agosto, el día antes de su fusilamiento, otra carta, esta de petición de clemencia y escrita por la madre de Julita Conesa, había salido hacia la Dirección General de Seguridad para que se hiciera una «revisión de la causa lo más rápidamente posible». Cuando se abrió el sobre ya habían sido juzgadas y sentenciadas, y todos los expedientes habían regresado al archivo de la cárcel con la «E» de «Enterado» que rubricaba Franco sobre las penas de muerte. Las firmó el 13 de agosto. Las habían fusilado el día 5. Fue uno de los fusilamientos más masivos del régimen: un total de 56 personas fueron asesinadas bajo una acusación no demostrada de participación en el atentado contra Gabaldón. Y también fue uno de los pocos fusilamientos que suscitó condenas internacionales, a partir del cual variaron, al menos un poco, las edades de los fusilados: se limitaron a los mayores de edad.

Tras ese fusilamiento masivo, los detenidos, los «vencidos», confirmaron de la peor de las maneras sus miedos: el aparato represivo de Franco no se detenía ante las mujeres, ni ante los menores, ni ante la falta de pruebas, nada. Empezaba así una de las etapas más sangrientas de la reciente historia de España, una etapa que duraría casi cuarenta años.

El fascismo español tuvo, desde el mismo 18 de julio, pero especialmente tras finalizar la contienda, un objetivo claro: someter y controlar a toda la sociedad, implantando un régimen de represión y vigilancia total de la población. Una vigilancia que alcanzaba todos los órdenes de la vida, no solo en cárceles y campos de concentración, sino también en los puestos de trabajo, las casas, las escuelas… y que no solo ejercía el Estado como tal, sino que además contó con un gran aliado: la Iglesia católica. Así, la asimilación de la guerra a una cruzada determinó tanto la orientación doctrinal nacionalcatólica que iba a seguir el régimen como el predominio de un aparato simbólico antimodernizador que afectaría en el campo de las costumbres, los modelos de comportamiento y fundamentalmente la concepción de cómo debía ser la mujer, principal encargada de impulsar por la senda correcta a la nueva España, que, finalmente, iba a ser una, grande y libre.

La Segunda República había supuesto para las mujeres conquistas políticas y jurídicas que impulsaban al país hacia la modernización, convirtiendo el trabajo y la defensa de sus derechos en componentes imprescindibles para que su ciudadanía fuera completa.1 Sin embargo, tras el 1 de abril del 39, el Fuero del Trabajo —aplicado en los territorios españoles conforme iban ganando los sublevados y con una redacción muy cercana a la Carta di Lavoro de Mussolini— hará que España vaya en dirección contraria. Será la ley que establezca unas nuevas pautas con las que vivir en el país después del final de la guerra y que modifique todos los logros anteriores, limitándolos hasta casi hacerlos inexistentes. Así, el recién creado régimen franquista implanta una de las primeras leyes del nuevo Estado y les dedica a las mujeres la conocida frase: «El Estado libertará a la mujer casada del taller y de la fábrica». A continuación, se constituirá el sindicato vertical para los hombres y, con él, el silenciamiento de los derechos laborales; a él estará asociado el retorno al hogar de las mujeres.c Entre la promulgación del Fuero del Trabajo y la del Fuero de los españoles, el 17 de julio de 1945, donde se atribuye a la familia «derechos y deberes anteriores y superiores a toda ley humana positiva»2, el Estado de Franco establece unas treinta medidas jurídicas para estimular la natalidad y disuadir de mejor o peor manera a las mujeres casadas de realizar cualquier trabajo fuera del hogar.

La verdad es que Franco hizo cuanto pudo —y pudo mucho— para impedir que la mujer actuase en las mismas condiciones que el hombre en cualquier aspecto de la vida cotidiana que no estuviese relacionado con la Iglesia, la cuna o la cocina, llegando a premiar, aunque algo tacañamente, a la familia numerosa. El cuidado de los hijos y de la casa era uno de los métodos más seguros, bien lo sabía él, de mantener a la mujer al margen de lo laboral, mucho antes incluso de que estos hubieran nacido.

Pero no será el caudillo el encargado de hacer que las mujeres lleven a la práctica la «inspiración» del jefe, sino la Sección Femenina, y Pilar Primo de Rivera la máxima transmisora de sus principios: «En las mujeres, el conocimiento analítico no puede perturbar las finas arterias de la feminidad», las cuales son —no podía ser de otra manera— «resignación, sumisión, entrega, sacrificio, aceptación, renuncia», valores que ya «el viril, rotundo y enérgico José Antonio Primo de Rivera» había dedicado a la mujer. Y las palabras del Ausente, presente ya en aquellos momentos en el Valle de los Caídos, no se discutían.

El papel de la mujer en la nueva sociedad empezará a considerarse una de las principales cuestiones nacionales. Así, en esa época, en los cuarenta y los cincuenta, por surrealista que parezca, todo lo que ataña a la mujer será cuestionado y legislado de nuevo. Hasta el atuendo femenino servirá para situar o recordar a las mujeres que están en un bando u otro, que les corresponde un papel u otro en la nueva España. Por eso el «vestir cristiano» se impone, con la intención de recuperar el tradicional papel femenino —«Harás patria si haces costumbres sanas con tu vestir cristiano. Decídete, mujer»3—, seguido de consejos sobre cómo ir contra la moda, ocasión de despilfarro, de perniciosa autonomía y defensa de las apariencias… unas apariencias que, mal llevadas, eran signo inequívoco del descarrío al que la mujer estaba abocada.

Todo ello nos hace llegar a una conclusión no demasiado tranquilizadora: «La guerra es de los hombres; la posguerra, de las mujeres. A ellas les corresponde ahora enderezar la cotidianeidad como si nada hubiese ocurrido, hacerse el loco con respecto al pasado precisamente para no volverse locas», dirá Assumpta Roura en Mujeres para después de una guerra, y no le falta razón, aunque eso sea a fuerza de anular a la mujer, precisamente, como persona.

A lo largo de Coser y cantar son las mujeres las que nos explican la historia de la posguerra española. Cómo se vivieron los primeros años tras el conflicto bélico y cómo empezó el despertar —en la misma dictadura— de una conciencia que las hizo seguir luchando para volver a ser coprotagonistas de la historia de España.

La victoria fascista en abril de 1939 igualó el papel del hombre y la mujer vencidos, porque es evidente que en el sufrimiento, en la culpa, en la tortura y en la muerte las mujeres siempre han obtenido el privilegio de ser… como hombres, y eso se detecta ya desde el inicio de la dictadura franquista. La militancia y la participación de la mujer republicana en la Guerra Civil llevó a muchas a la cárcel y a otras a juicios sumarísimos y fusilamientos —con o sin juicio previo—.4 De hecho, como ejemplo baste saber que entre 1939 y 1940 hubo, aproximadamente, unas 30.000 mujeres encarceladas; y solo en la Cárcel de Ventas, en Madrid, fueron fusiladas unas 1.000. Pero no condenaron o fusilaron únicamente a aquellas mujeres que se implicaron de un modo u otro en la guerra: el catálogo de culpas fue bastante más amplio. Y tuvieron castigos específicos derivados, por ejemplo, de la consanguinidad con alguno de los hombres detenidos o perseguidos. O lo que es lo mismo, las mujeres no solo eran culpables de auxilio a la rebelión por haber tomado parte activa en la lucha, sino también lo eran aquellas mujeres casadas con militares o milicianos republicanos, sus hermanos, sus hijas, sus madres… Esa militancia bastó para fusilarlas, encarcelarlas, torturarlas, raparlas al cero o pasearlas por las calles de sus pueblos y ciudades.

Este fin de la democracia que supuso el fin de la Guerra Civil condicionó la vida no solo de aquellas republicanas detenidas y juzgadas, sino también el de aquellas que día a día se vieron obligadas a buscar algún medio de subsistencia en las calles de la España de la posguerra. Para ellas y para los que con ellas estaban, así como para aquellos de su familia que se encontraban detenidos. La situación en que se quedaba la mujer no era demasiado placentera, pero no por eso las vencidas se dejaron acallar, anular por completo, sino que siguieron luchando fuera de las cárceles, dentro o fuera de nuestras fronteras. Las republicanas asumieron condenas, penas de muerte, el silencio, las largas colas del racionamiento… mientras las mujeres que apoyaban al bando franquista entraban a tomar de nuevo posesión de su hogar y de una vida esplendorosa, e incluso algunas de ellas a dirigir el destino de las demás. Sus maridos se cuidaban de preservarlas, pasearlas y llevarlas del brazo en las primeras fiestas de sociedad, mientras sus hijas crecían educadas por las monjas y la Sección Femenina, rezando en la Iglesia, cantando y bailando en los Coros y Danzas de la Falange, ayudando en la beneficencia… De nuevo, las dos Españas enfrentadas, como señala Susana Tavera:

En las familias bien, el futuro de las niñas estaba pautado: iban a un colegio casi siempre de monjas y seguían enseñanza reglada hasta la pubertad. A continuación se dedicaban a prepararse para actividades consideradas femeninas, y, en caso de adquirir profesión activa, la abandonaban al casarse. También estaba establecida la trayectoria al otro lado del abanico social: unos pocos años yendo a escuela, sin acabar siquiera los estudios elementales y, a continuación, a trabajar en fábricas o talleres sin que el matrimonio y ni, a veces, el primer hijo las alejara de un trabajo remunerado que, aunque precario, era indispensable.5

Entre las mujeres republicanas, además de las represaliadas y encarceladas, hubo otro grupo de mujeres no menos significativo: las exiliadas. Una vez fuera de España, empezó para ellas un nuevo drama para las que se dirigieron a la frontera francesa, no solo por la dureza de la situación en que se encontraban, sino también por el trato recibido una vez allí. Muchos de aquellos españoles, olvidados los sufrimientos y agravios que acababan de sufrir, querían seguir luchando unidos por el mismo ideal común, ayudando a los pueblos europeos sobre los que pesaba la clara amenaza del fascismo. Sin embargo, la realidad fue que comunistas, socialistas, anarquistas, todos y todas, continuaron desangrándose primero en los campos de concentración franceses y, acto seguido, en la guerra contra Hitler y los fascistas.

A pesar de sus intenciones, los comienzos no fueron precisamente halagüeños. «Hicieron de nosotros un rebaño de parias, una inmensa legión de esclavos sin ninguno de los derechos reconocidos por el Estatuto Internacional del Derecho al Asilo a los refugiados políticos», manifestaba Federica Montseny en Éxodo:

Desarraigados, sin hogar ni patria; cubiertos de harapos, de piojos y de sarna; ensangrentados y vencidos, con el cuerpo maltrecho y el alma transida… Cuando otros se suicidaban, declarándose vencidos, nosotros, cargados de cadenas, nos preparábamos para vencer… y con la misma esperanza, la misma energía, iríamos a impedir el avance del fascismo en Europa.

Poco importaba la situación en que se encontraban. Estas palabras de la que fuera ministra de Sanidad en el último gobierno republicano muestran de forma clara la moral que, a pesar de la derrota que se negaban todavía a reconocer como definitiva, mantendrían los españoles hasta la mismísima invasión de Polonia. La misma creencia en la democracia y la libertad que los había llevado a una guerra a muerte el 18 de julio de 1936 les ayudaría a seguir luchando muchos años.

Pero no solo las derrotadas forman parte de la España de posguerra: en esta etapa histórica, más que en ninguna otra, también es relevante el papel de la «otra España», la de las ganadoras, las protagonistas de ese feminismo franquista que será el que quedará como herencia no solo a la generación de la inmediata posguerra, sino también a la generación de la transición. Aquella fuerza de contención ideológica que fue la Sección Femenina y el Auxilio Social aportó a la cultura española un excelente recetario de cocina y la organización de Coros y Danzas, así como estableció durante cuarenta años las referencias de una determinada concepción del papel de la mujer que partía de un referente tan simple como peligroso: la Virgen María.

¿Cómo tuvo lugar la manipulación ideológica de la mujer bajo el franquismo, primero a través del instrumento de la Sección Femenina falangista y después con la ayuda de la Iglesia católica? ¿Cómo se impuso un integrismo católico y reaccionario maquillado de modernidad y adaptado a una visión de los vencedores económicos, políticos, sociales y culturales? Lo cierto es que no costó mucho convencer del nuevo régimen. Los más de 350.000 detenidos en las cárceles españolas eran un argumento difícil de refutar. Por no hablar de que después de la guerra España era un país cuya población masculina se encontraba diezmada.

Por ende, no hace falta ser un lince para entender la primera de las soluciones por las que opta el régimen para levantar España: la mujer debe ser madre y como tal será la encargada de traer, ahora sí, buenos españoles a este mundo. Tan solo hará falta educarlos correctamente, pero para ello antes hay que tener bien educadas a sus madres. Se desarrolla entonces un discurso político que tiene raíces nacionalsindicalistas, tan similar en algunos puntos al nazismo que desde la Sección Femenina envían una comisión de mujeres falangistas a Alemania para estudiar el funcionamiento de sus Escuelas del Hogar en 1939, para aprender y adaptar sus ideas a nuestra nación sin equivocarse.d El resultado no se hizo esperar: en 1940 empezaron a funcionar escuelas en nuestro país administradas principalmente por mujeres solteras, pero dirigidas a aquellas que tenían que dejar de serlo. Había que enseñarles los conocimientos necesarios para ser las esposas y madres que la nueva España necesitaba.

Aplicadas las innovaciones y sugerencias fascistas, los años pasan y España vuelve a contemplarse desde Europa, lo que obliga —ya a finales de los años cincuenta— a seguir algunos de los consejos dados desde los países vecinos e intentar adaptarse a los nuevos tiempos. Vemos entonces cómo paulatinamente esos cambios afectan a la situación de la mujer. De este modo, se aprobó en las Cortes franquistas la Ley de julio de 1961, de la que derivaron las primeras mejoras laborales para las mujeres. No era un simple gesto de generosidad franquista. España tenía que abrirse al mercado exterior y empezó a experimentar unas tasas de crecimiento económico que la forzaron a contratar mano de obra barata, algo que se conseguía —cómo no— liberalizando el trabajo de las mujeres. Fuese por lo que fuese —lo veremos en profundidad en la última parte del libro—, esta ley le sirvió a Franco para que, de cara a la galería, el régimen anticonstitucional franquista se presentara como uno equiparable a los de su entorno, de donde estaba aislado desde 1945 tras el final de la Segunda Guerra Mundial.e

Aunque predominan los comentarios de hombres —legisladores y curas, únicas cabezas pensantes según el régimen—, que en no pocas ocasiones serán quienes establezcan el papel que debe desempeñar la mujer en esta nueva España, grande y libre, que se está forjando, son las voces de ellas, de las mujeres que viven la España de la posguerra —dentro o fuera de sus fronteras—, principalmente a través de sus memorias, autobiografías o sus artículos y novelas, quienes nos dan la pauta de cómo se mueve la sociedad española en esos años. Unas mujeres que luchan, reivindican, participan y colaboran en el devenir de España; unas mujeres que dudan entre mantener una ilusión de pasado o crear una ilusión de futuro; unas mujeres que, aunque en algún caso, como Victoria Kent, acabaron por decir «Lo que quiero es no olvidar», también dijeron, como Mercè Rodoreda, «Lo que quiero es olvidar». Unas mujeres que —y aquí es donde la verdad se impone— no consiguieron sus propósitos, porque lo que pasó fue mucho más sencillo: ellas fueron las olvidadas.

primera parteAÑOS OSCUROS: LA MUJER DE LA ESPAÑA «NACIONAL»f

En cuanto la intervención femenina se aplicase a las cosas, a la producción material o intelectual de riquezas o de valores, renacería la tragedia a que nos condenó ayer la sociedad democrática; la tragedia cuyas manifestaciones agudas empezaron en la esclavitud femenina de las fábricas de Mánchester y ha culminado en la esclavitud femenina de la trinchera de las milicianas rojas.

eugeni d’ors, Y, revista para la mujer (1938)

Nada de conocimientos científicos para estas niñas. La cocina —¡sí, la cocina!— debe ser su gran laboratorio.

La mujer de Acción Católica (octubre 1941)

1sigue la lucha por la «cruzada»

Franco y la Falange hicieron todo lo que pudieron para que la mujer perdiese la relevancia que había alcanzado durante el período republicano y la posterior contienda, conscientes de los adelantos que para ellas había supuesto la República. Había que reparar de algún modo el daño ocasionado antes y después del 36 y centrar las obligaciones de la mujer de nuevo en la Iglesia, la cuna y la cocina: no podían «desmandarse». No en vano Pilar Primo de Rivera repetía en sus mítines, casi desde el comienzo mismo de la contienda, la consigna que acabó identificándose con la Sección Femenina: «El talento creador ha sido reservado por Dios para las inteligencias varoniles». Seguida de una no menos reconfortante afirmación: «El conocimiento analítico puede perturbar las finas arterias de la feminidad». De modo que no se contemplaba que la mujer, por voluntad propia, tuviera ni deseo ni capacidad para estudiar o trabajar, sino simplemente para ser mujer y lo que eso suponía: ser esposa y madre en la vida. Caso contrario, si se ponía a trabajar, era tan solo por necesidad, ya que era poco apropiado para el talento femenino y derivado sin duda del anterior caos republicano, como explica Antonio García Figar en Por una mujer mejor:

Las sufragistas han sido un aborto de la Naturaleza, o un esfuerzo personal de la mujer para «desfeminizarse». No consiguiéndolo por entero, han caído en un estado de anormalidad sexual, repugnante para los hombres y nada feliz para las mujeres. El cambio de vestido, en su forma fundamental y tradicional, deja su huella permanente en el cerebro de la mujer, hasta el punto, como vemos en algunas películas americanas, de que, mientras la esposa lee la prensa, el esposo enciende la lumbre y lava los platos.1

Y aunque pueda sorprender, incluso molestar, que sea una mujer la que defienda estas posturas, es precisamente eso lo que hizo que el discurso de Pilar Primo de Rivera funcionara y recibiera el respaldo de las autoridades. «La clave del buen resultado de la Sección Femenina de Falange hay que buscarla en su antifeminismo, que la hacía grata a los ojos de Franco, y en la borrosa personalidad de su creadora, siempre dispuesta a someterse a la jerarquía superior», dirá Carmen Martín Gaite (1987).

Convertida España en un Estado totalitario, las mujeres que durante la guerra apoyaron el bando sublevado, ahora ya oficial, aceptaron los preceptos marcados por este. Una formación de Estado que venía fraguándose los tres años de la contienda y que ellas se dedicaron a propagar y a defender a pesar de que suponía un recorte en los derechos, que adquiría acentos especialmente significativos para ellas. La importancia que tenían las mujeres como colectivo en la España de Franco seguía marcada —y lo siguió durante mucho tiempo— por la conocida frase de Hitler: «Hay que convencer a las mujeres; los hombres vienen solos». Y este convencimiento en España pasaba por feminizar y exaltar los papeles tradicionales que debía cumplir la mujer, así como por eliminar lo aprendido anteriormente. Todo ello, sin embargo, solo podía conseguirse tras la completa desaparición de los «rojos», como defiende Pilar Primo de Rivera en muchos de sus discursos:

[A] todas aquellas españolas que el Gobierno no considera que se las deba imponer un castigo ejemplar, a todas esas tenemos que incorporarlas, tenemos que hacerles conocer nuestras doctrinas […] Tenemos que meterles tan dentro de sí ese espíritu nuestro que lleguen a olvidarse de su procedencia, que sientan el orgullo de ser españoles con la misma fuerza con que nosotros lo sentimos, y que ya entre sus hijos y los nuestros no se perciba diferencia alguna. […] Queremos conseguir que todas las mujeres tengan una formación religiosa a fondo, apartándolas de ciertas cosas que no son necesarias y que, en cambio, [les] impide percibir toda la grandeza de la liturgia ordenada por la Iglesia.2

Una vez «unificada la ideología», siguiendo algún método a determinar que Pilar Primo de Rivera no aclara, había que pasar a la segunda fase de unificación: la educación, que conduciría al restablecimiento de España. Una reconstrucción que, habida cuenta de que el país acababa de salir de una guerra, tenía necesariamente que pasar por la recuperación social, y para eso había que traer más españoles al mundo, y educarlos siguiendo los nuevos preceptos. Así, en la España de los cuarenta, la política de feminización de mano de la Sección Femenina empieza a ser el punto de partida y se apoya en un sistema en el que la familia será la unidad económica por excelencia. Con dos miembros —padre y madre— debidamente certificados por la Iglesia tras el sacramento del matrimonio y con una misión principal y casi única: traer hijos al mundo. Y aquí es donde la Iglesia católica empieza a intervenir, junto con la Sección Femenina, en el destino de las españolas, del que no se separará nunca.

No fue difícil convencer a la capa adicta y devota franquista de que debía demostrar a los demás lo que había que hacer para salvarse. A pesar de eso se distribuyó una circular con fecha 14 de marzo de 1940, recordando a las camaradas su obligación primera de asistir a las conferencias del asesor religioso y comulgar, por si a algunas mujeres sus «múltiples obligaciones» les impedían acordarse de sus obligaciones religiosas. La corriente más integrista de la Iglesia católica y el Estado franquista unieron entonces sus esfuerzos para dominar a la sociedad española por medio de la religión y el terror, porque «creemos que esta es la verdad y, al creer en ella, queremos que todas nuestras afiliadas participen del gozo que siente todo el que ha encontrado la verdad y disponga su vida para alcanzarla eternamente, después de la muerte». Y también porque «las glorias más importantes de España van unidas siempre a las glorias de la Iglesia, y nuestra cultura y nuestra expansión siempre han tenido una orientación católica».3 Para confirmar la unión entre la Sección Femenina y la religión recurrieron a un hombre, fray Justo Pérez de Urbel, que afirmó esa unidad en enero de 1941 en el V Congreso de la Sección Femenina, celebrado en Barcelona: «Se consigna como ideal que donde quiera que haya un grupo de afiliadas, haya también un asesor religioso», debidamente autorizado por sus superiores y obispos y que «a ser posible sean sacerdotes falangistas o personas capaces de llevar a cabo una fecunda labor que en ningún momento pueda resultar perniciosa para la propia organización». Tampoco debemos olvidar, en esta línea, los consejos del padre Arrese: «España, y óiganlo bien claro algunos que visten camisa azul, pero tapando la camisa roja: España no será nada si no es católica».

Porque fue la Iglesia, desde el momento mismo en que empezó a formar parte de la guerra, en pro de la santa Cruzada en el año 36, la que no solo no redujo, sino que incrementó, la violencia, misal en mano, contra todo aquello que no acataba sus principios. No contenta con su participación, una vez en la posguerra ayudó a las presas en su reclusión con la intención de hacer de ellas aquellas mujeres ejemplares que debían poblar las ciudades de España, sin duda ejemplos del catolicismo más valorado. Todo ello con la sana intención de recuperar, como dirá Mercedes Sanz Bachiller, el prototipo de mujer ejemplar que siempre había habido en España: «Por comparación con otros pueblos podemos apreciar la maravilla de la mujer española, sentimental, digna, recatada y cristiana, con carácter de fortaleza, y alientos de heroicidad».4

Y así se acabó por establecer entre la Falange y la Iglesia una simbiosis que dio lugar al nacionalsindicalismo católico, clave para entender la vida española en los años cuarenta y cincuenta y muy significativo en el momento de establecer comparaciones con otras dictaduras fascistas del momento por su originalidad. En España, Iglesia y Estado unieron, como hasta el momento no se había hecho en ninguna dictadura fascista occidental, sus esfuerzos para dominar a la población.

Fue ya en los primeros meses tras el golpe de Estado cuando empezaron a redactarse un buen número de leyes alrededor de una organización encargada de transmitir y fijar las directrices establecidas para la mujer: la Sección Femenina de Falange Española y de las JONS. En ese momento, dicha organización ve aumentado su poder como Sección Femenina del Movimiento de un día para otro y, dentro de ella, el Auxilio Social obtiene la protección del Estado para cumplir funciones benéficas y sociales, con la facultad de crear instituciones y administrar recursos, así como de aplicar las leyes que se refieren a la mujer.

Fue en la concentración nacional, la que se realizó en Medina del Campo en mayo de 1939, cuando la Sección Femenina le ofreció sus servicios de forma pública a Franco y donde se manifestó que el nuevo y único propósito iba a ser la reintegración de las mujeres al hogar como sacrificio para con la nueva patria: «Estamos aquí reunidas solo para festejar vuestra victoria y honrar a vuestros soldados. Porque la única misión que tienen asignada las mujeres en la Patria es el Hogar», afirmó con seguridad en ese momento Pilar Primo de Rivera. El 27 de julio de ese mismo año el Servicio Social se estableció como organismo del Estado, aunque no se estableció oficialmente como tal hasta el año siguiente. Se redactaron y aprobaron entonces los dieciocho puntos que conformaban el ideario de la Sección Femenina:

A la aurora eleva tu corazón a Dios y piensa en un nuevo día para la Patria.

Ten disciplina, disciplina y disciplina.

No comentes ninguna orden, cúmplela sin vacilar.

En ningún caso y bajo ningún pretexto te excuses de un acto de servicio.

A ti ya no te corresponde la acción: anima a cumplirla.

Que el hombre que esté en tu vida sea mejor patriota.

No olvides que tu misión es educar a tus hijos para el bien de la Patria.

La angustia de tu corazón de mujer compénsala con la serenidad de que ayudas a salvar España.

Obra alegremente y sin titubear.

Obedece y, con tu ejemplo, enseña a obedecer.

Procura ser tú siempre la rueda del carro y deja su gobierno a quien corresponda.

No busques destacar tu personalidad, ayuda a que sea otro el que sobresalga.

Ama a España, sobre todo para que puedas inculcar a otros tus amores.

No esperes otra recompensa a tu esfuerzo que la satisfacción propia.

Que los haces que forman la Falange estén cimentados en un común anhelo individual.

Lo que hagas supérate al hacerlo.

Tu entereza animará a vencer.

Ninguna gloria es comparable a la gloria de darlo todo por la Patria.

La realidad fue que Franco no tenía nada que temer de la actitud de estas nuevas mujeres, ya que, como dirá Pilar Primo de Rivera en su primera circular hecha pública tras la guerra, la Sección Femenina solo quería realizar «una labor callada, continua, que no nos traerá más compensación que el pensar cómo gracias a la Falange las mujeres van a ser más limpias, los niños más sanos, los pueblos más alegres y las casas más claras». No parecía que fueran a dar problemas. Una vez confirmado que desde la organización no iba a realizarse ningún cuestionamiento, ni público ni privado, de la labor del régimen ni de la del caudillo, Franco le atribuyó unas labores concretas a la Sección Femenina: la movilización y formación de las afiliadas pertenecientes a la Sección Femenina de FET y de las JONS; la formación política y la educación profesional de las mujeres encuadradas en el resto de secciones del Movimiento, y la formación para el hogar de las mujeres de los centros de educación, trabajo… El caudillo tenía razón, los problemas con la formación de las mujeres iban a ser mínimos: «Entendemos por formación no el hecho de instruir —informar—, sino de dar forma. Todo lo que se pretende para las mujeres es hacerlas vivir conforme a unos principios esenciales».5

Por eso, como podía leerse en la revista Medinag y en otras publicaciones de la época, se exaltaba el papel de la esposa, madre y mártir de la patria, para confirmar que eso era lo único, por deseado y esperado, a lo que podía aspirar la española:

Nuestras mujeres han sabido darnos perennes lecciones del más puro ascetismo. Pero nunca insistiremos bastante en lo necesitados que estamos de dotar de forma un cimiento, el sólido pilar trascendente del dolor femenino. Y no creáis que pedimos la eliminación del dolor. Arraigado en la entraña de nuestra doctrina, lo queremos […] Queremos el dolor como el más noble cortejo de la muerte, pero el dolor gozoso al que debe llevarnos la consideración de la conquista que supone el sacrificio de nuestros mejores ofrendados al más alto sueño: muerte pedida, deseada, como el mejor galardón.6

Junto a lo anterior, había que seguir las consignas dadas por Pío XII a las jóvenes católicas españolas: «Toda mujer está destinada a ser madre (en sentido físico o espiritual). A este fin ha ordenado el Creador todo el ser propio de la mujer». Pero la Iglesia católica, con el papa a la cabeza, no se quedó en este único consejo: fue más allá, y el día en que el general Franco logró la victoria sobre la República española le hizo llegar el siguiente telegrama de apoyo: «Elevando nuestra alma a Dios, le damos las gracias sinceramente a vuestra Excelencia, por la victoria de la España católica». A Franco no pudieron irle mejor aquellas palabras: la Iglesia legitimaba no solo su triunfo, sino también su jefatura de Estado. De inmediato le encargó a Acción Católica la misión de recristianizar «esa parte del pueblo que ha sido pervertida, envenenada por doctrinas de la corrupción».

Una vez establecidas y delimitadas las tareas que competían a cada una de las asociaciones y repartidos, medianamente, los papeles que debían cumplir, empezaron a controlarse el resto de entidades que habían podido subsistir. Sin embargo, desde la Sección Femenina solo se les permitió a las mujeres afiliarse a Acción Católica, insistiendo machaconamente en sus circulares sobre el comportamiento que debían tener con la Iglesia y los preceptos que estaban obligadas a cumplir, así como las normas sociales y de vestimenta que debían seguir para ser el mejor ejemplo.

Fue también en ese momento cuando se pusieron en marcha las Cátedras Ambulantes —una diría que a imitación de las Misiones Pedagógicas republicanas—, dependientes de la Sección Femenina, donde se realizaron campañas de alfabetización y de divulgación sanitaria en las áreas rurales, y donde se transmitía como único pensamiento el de Falange, según explica Pilar Primo de Rivera en sus memorias Recuerdos de una vida:

Llevaba también este departamento [político] las Cátedras Ambulantes. Formaban estas grupos de camaradas especializadas, incluso alguna era médico; en número de cinco se desplazaban a los pueblos más abandonados para impartir cultura. Al principio vivían alojadas en el pueblo durante unos 45 a 60 días y enseñaban, de acuerdo con el médico y los maestros, lo relativo a cuidados sanitarios, cultura, industrias rurales, legislación social y también educación, lo que llamábamos convivencia social, según el texto de Carmen Werner.7

En 1940 se creará el cuerpo de divulgadoras sanitarias del ámbito rural. Todas ellas se dedicarán a realizar por los pueblos más recónditos campañas de alimentación infantil, de vacunación e higiene, junto con la difusión del ineludible trivium de religión, formación política y cultura general. Estas mujeres fueron un eficaz puente extendido entre las gentes más humildes y el Estado, estimulando una adscripción al régimen basada más en el agradecimiento que en el conocimiento de la realidad política. En su tarea, las asistentes sanitario-rurales de Sección se complementaban con el Auxilio Social.

En la educación escolar, se trataba de no perder de vista una ley promulgada el 4 de noviembre de 1938 en la que se obligó a la separación de niños y niñas, porque era perjudicial, amoral y antipedagógico para los espíritus sensibles —los de las niñas— estar y recibir educación de forma conjunta. Pero la cuestión no es que fuesen diferentes, sino que uno de esos patrones educativos estaba creado para ser considerado superior al otro: en la medida en que el papel masculino era el dominante, la forma de educación que le correspondía era siempre tenida por superior, y les confería mayores posibilidades de actuación a aquellos que la recibían.

Se introdujo, entonces, la asignatura de Hogar para las mujeres que cursaban bachillerato, con el objetivo de formar a las jóvenes estudiantes hacia su verdadero destino en la vida. Con este punto de partida no hacían más que obedecer a lo establecido por el Vaticano, desde donde se instituyeron las funciones propias de las mujeres y de los hombres.

El máximo dignatario de la Iglesia católica tenía claro que no eran idénticas, sino complementarias, las funciones de hombres y mujeres, pensamiento coherente con la encíclica Casti Connubii publicada por Pío XI en 1930. En esta se enunciaba «un temperamento diferente para el sexo femenino», el cual no era otro que el de otorgar a la mujer el «corazón» y al hombre «la cabeza», y que ejemplificaba especialmente Pilar Primo de Rivera en uno de sus discursos:

Es sin duda nuestro movimiento el que en cierto aspecto esencial asume mejor un sentido femenino de la existencia. En su espíritu de abnegación, abnegación que significa […] renuncia a las satisfacciones sensuales en homenaje a un orden superior. Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos quien sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas.

Así se configuró una imagen estereotipada de la mujer que quedó plasmada en las fotografías familiares, en la vida cotidiana, en los ámbitos laboral, educativo, religioso…, que «encasilló» a las mujeres durante varias décadas y, lo que es peor, estuvo sustentado por el pensamiento católico más reaccionario:

¿Para qué servirán a las jóvenes los logaritmos? ¿Y los senos y los cosenos? Y como la inmensa mayoría de las jóvenes no han de necesitarlo, que no lo estudien. […] Una esposa sabia o una madre doctora son como un padre niñera o un esposo nodriza. ¿Hay carreras que pueden ejercerse sin prejuicio de la misión esencial de la mujer? Sí; la de Farmacia, Medicina de niños; Filosofía y Letras, para archivera… Una joven, ¿puede ser doctora? Si lo es por necesidad, claro que puede ser; si lo es por ostentar un título, no es recomendable; si se casa, que el marido sea también doctor, para alternar con ella, y si él no lo es que ella no lo sea.8

El agradecimiento que las niñas debían sentir al recibir educación de la Falange, en palabras del ideólogo franquista Ernesto Giménez Caballero, era indiscutible, como la «arcilla que sufre la fortuna de lo informe, hasta que una mano la salva en forma, en estatua».9 No podían considerarse casuales, por tanto, consignas como: «Las mujeres no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho», lanzadas por Pilar Primo de Rivera. Nunca se cuestionó la Sección Femenina el papel de la mujer, sino que le vino dado. La jerarquización tenía un valor axiomático y la mujer, en esa única escala de valores válida, estaba situada debajo del hombre: él era «el verdadero centro de la creación». Y así, de un plumazo, la mujer volvía a ser menor de edad si se casaba y a no existir si no lo hacía. Haciendo hincapié, además, en la importancia de ser una mujer sometida y pasiva, especialmente culpable de todo lo que pasara a partir del concepto de pecado asociado al goce sexual, práctica tolerada por el régimen solo si estaba asociada a la idea de procreación. Además, la mujer debía mantener una actitud de respeto y acatamiento hacia su marido. Tan solo a partir de estos principios podría llevar una vida plena, tal como explicó Pilar Primo de Rivera en el VIII Congreso Nacional celebrado en Guadalupe en 1944:

Porque en esto nuestra vida falangista es un poco como nuestra vida particular. Tenemos que tener detrás de nosotras toda la fuerza y la decisión del hombre para sentirnos más seguras, y a cambio de esto nosotras les ofrecemos la abnegación en nuestros servicios y el no ser nunca un motivo de discordia. Que ese es el papel de la mujer en la vida; el armonizar voluntades y el dejarse guiar por la voluntad más fuerte y la sabiduría del hombre.

Y no solo había que tener fe en el marido, añadirá con convicción la hermana del fundador de Falange, sino en la Falange misma, la única con capacidad para solucionar todos nuestros problemas:

Vuestro ser falangista os dará soluciones para todas las circunstancias que os encontréis y seréis falangistas permanentes, lo mismo por la mañana que por la noche…

Una fe ciega en la Falange que se extenderá a la Sección Femenina. Lo que explica que Pilar Primo de Rivera se vanagloriase en sus memorias de que ella y la Sección Femenina eran una sola cosa:

La Sección Femenina y yo éramos la misma cosa, y cómo concebíamos nuestra proyección sobre el ser humano y cómo esa proyección debía abarcarlo en su totalidad. Por eso, todos los departamentos iban dirigidos a conseguir este fin, cada uno en su esfera. Así, el departamento de formación se encargaba de formar a la persona en su integridad religiosa y política. Dependía directamente de mí, sin regidora intermedia, por ser el que dirigía la formación general, asesorada en lo religioso por fray Justo Pérez de Urbel, y en lo político por una jefa, que primero fue, con verdadero acierto, hasta que se casó, Josefina Veglisón, y después Julia Eseverri, con la misma eficacia.10

la sección femenina y los postulados eclesiásticos

«Y lo propio de la Sección Femenina —dirá Pilar Primo de Rivera en el diario Arriba a finales de 1940— es el servicio en silencio, la labor abnegada, sin prestancia exterior, pero profunda. Como es el temperamento de las mujeres: abnegación y silencio. Como es la Falange […] cuanto más abnegadas, más falangistas y más femeninas seremos».11 Y así, con estos presupuestos de partida, se extiende, desde 1939, a lo largo de todo el Estado español un credo ideológico que acaba por convertirse en un órgano de naturaleza compleja que se pone al servicio del poder establecido. La Sección Femenina pasa a ser integrante del Movimiento y la clave de su política de feminización, condicionada por los presupuestos eclesiásticos:

La religión ha sido clave de nuestra historia y garantía de nuestra obra. Las glorias más importantes de la historia de España van unidas siempre a las glorias de la Iglesia y nuestra cultura y nuestra expansión siempre han tenido una orientación católica.12

Las principales actividades de esa Sección Femenina fueron la Escuela del Hogar —que pretendió inculcar en las niñas y muchachas españolas la vocación de servicio al marido y a los hijos y de desempeño fiel de las labores domésticas— y los Coros y Danzas (para popularizar el folclore tradicional), además de la labor de cristianización y las escuelas.

En sus discursos y escritos, Pilar Primo de Rivera explicita la defensa de la religión y la consideración de la parroquia como centro al que debe dirigirse gran parte de la actividad social de las mujeres, así como la necesidad incuestionable de una formación religiosa profunda de las afiliadas. La Iglesia, por su tradicional penetración social, con una estructura participativa de base parroquial ya organizada, más flexible y cercana a las vivencias de una población fiel y profundamente católica por tradición, era consciente de que podía cultivar mayores éxitos que las chicas de Pilar. Y así, pocos años después, la primera en reducir ámbitos de poder será la organización falangista. Con una estructura extensa y aparatosa, pero poco dinámica, no superó el descalabro ideológico que supuso el final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1945, sufrió una constante sangría en sus filas, mientras la organización católica se hacía con el control de la mayor parte de sus sectores juveniles. Pero eso todavía queda lejos, y aunque desde el principio la Sección Femenina podía imaginarse que quizás perdería poder, no dudó en proclamar su religiosidad a voz en grito en el Plan de formación, Sección Femenina de FET y de las JONS (1945), para asegurarse un aliado importante:

Sumisión respetuosa y amorosa a la jerarquía de la Iglesia, cuyas direcciones, consejos, serán sagrados para ellas.

Orientación hacia la parroquia, casa del cristiano, donde Dios derrama sus gracias con especial solicitud. Especial orientación de las muchachas y mujeres hacia la parroquia como casa donde todos los cristianos deben ver un hogar.

Preocupación especial por la liturgia, oración auténtica de la Iglesia.

Fue antes, ya en la concentración-homenaje celebrada en Medina del Campo, el 30 de mayo de 1939, cuando se delimita la función asignada para las mujeres del Movimiento y con él la obligatoriedad de realizar el Servicio Social, necesario para todo. En ese sentido se pronunciará Pilar Primo de Rivera en 1953: «En esta labor más que una brillantez aparente nos interesa ir calando en el alma de las nuevas generaciones, y en este sentido creo que vamos consiguiendo algo». El Servicio Social de la Mujer fue establecido por decreto, en la parte de España que ya estaba dominada por el Ejército sublevado, el 7 de octubre de 1937. El mes siguiente se redactaba otro decreto en el que se decía que los certificados e insignias otorgados a las mujeres serían «título de arraigo en la nueva España». Y se explicitaba que todas las mujeres, entre los diecisiete y los treinta y cinco años, debían prestar servicio un mínimo de seis meses.

A través del Servicio Social se consiguió que pasaran por la Sección Femenina entre 1940 y 1952 un gran número de españolas. Pero el control del Servicio Social no estuvo, desde el principio, en manos de la Sección Femenina, sino del Auxilio Social. Este organismo fue creado y estaba dirigido por Mercedes Sanz Bachiller. La viuda del líder de Falange Onésimo Redondo, a pesar de tener un sentir ideológico muy próximo al de Pilar Primo de Rivera, no tuvo muy buena relación con la hermana del fallecido fundador de Falange. Tras varios encontronazos entre ellas, el conflicto se saldó mediante sendos decretos que delimitaron las funciones de cada delegación. Sin embargo, ya a finales de 1938, Pilar Primo de Rivera comunicaba al secretario general del partido que renunciaba a todo lo relacionado con Auxilio Social, pero no al Servicio Social de la mujer. Le costará conseguirlo, pero en diciembre de 1939 dicho servicio quedaba adscrito a la Sección Femenina: había ganado la primera de las varias batallas que librarían las dos mujeres. La suerte de Mercedes Sanz Bachiller estaba echada: los legitimistas de Falange, con Pilar Primo de Rivera y Serrano Suñer a la cabeza, no tardaron en lograr su puesto. La errónea decisión que tomó la viuda de casarse fue la gota que les sirvió para colmar el vaso. Su matrimonio con Javier Martínez de Bedoya fue considerado no solo una deslealtad al esposo muerto, sino también a Falange. Algo que la hermana-viuda de España no podía ni quería tolerar y que le sirvió de argumento en una nación para la que un «marido muerto» —en realidad era su hermano, pero fue tratada siempre como viuda— en acto de guerra y de defensa a la patria era pedigrí suficiente para mantenerse en el cargo.

Luego, en 1940, el Auxilio Social se asoció a un cometido esencialmente católico. La España del régimen no podía permitirse el lujo de que existiese un organismo tan claramente benéfico, porque eso mostraba una debilidad que el franquismo no se quería permitir. Poco tardó en presentar su dimisión Mercedes Sanz Bachiller tras estos cambios. Admitida su renuncia y sustituida por otro equipo, el 17 de mayo de 1940, aumentó la dependencia de este organismo al Movimiento y con ella a la Iglesia católica. El nuevo equipo —formado por Martínez de Tena y Carmen de Icaza— dependía directamente del Ministerio de la Gobernación. Este se encargó de fijar los presupuestos con que contaba y estableció nuevos requisitos, no solo de actuación, sino también de las personas a las que estaba destinado. Mercedes Sanz Bachiller fue compensada con un cargo en el Consejo de Administración del Instituto Nacional de Previsión, puesto en el que se mantendría muchos años.

La Sección Femenina extendía así sus tentáculos y aumentaba su poder. Se trataba, como afirmó Pilar Primo de Rivera en la revista Y en febrero de 1944, de:h

No perder ni un minuto, ni hora, ni día, en esta complicada misión de enseñar que de toda esta prisa necesita la patria para que ni una sola mujer escape a nuestra influencia y para que todas ellas sepan después, en cualquier circunstancia, reaccionar según nuestro entendimiento falangista de la vida y de la historia.13

Para la Sección Femenina, el Servicio Social fue el medio idóneo para difundir los principios nacionalsindicalistas. Logró con facilidad que acabara por ser obligatorio su cumplimiento para poder acceder a determinados puestos de trabajo, así como para la obtención de títulos académicos o certificados de estudios, del pasaporte, del carnet de conducir… A partir de 1944 las reformas legislativas realizadas hicieron que su cumplimiento fuera obligatorio para prácticamente la totalidad de españolas.14

Desde la Sección Femenina se realizaban cursos con los que se pretendía crear un modelo de mujer a seguir y en ellos incluyeron uno de los primeros motivos de discrepancia entre dicha organización y la Iglesia: las prácticas deportivas.

Un sistema coordinado y metodológico que llevará a la creación de una Educación Física dirigida de modo específico hacia la mujer, buscando la práctica de un ejercicio físico y deportivo bien dirigido, que consiga no solo el fortalecimiento y desarrollo corporal, sino el enriquecimiento de la persona a través de la aplicación de métodos pedagógicos adecuados.

Se plantearon entonces tres objetivos, aplicables en los deportes, como explicó Pilar Primo de Rivera:15

Perfección del cuerpo, necesaria para el equilibrio de la persona humana.

Salud del alma, que necesita a su vez de ese equilibrio como parte de la formación religiosa.

Espíritu de competitividad, que enseña a las mujeres a participar en todas las tareas.

Fue así como la gimnasia se convirtió en un escándalo católico nacional de tal magnitud que la Iglesia se vio obligada a intervenir. El por entonces cardenal Segura condenó las prácticas gimnásticas, al considerarlas «escandalosas y lascivas»; claro que el cardenal también condenó poco después los Coros y Danzas, en un «alarde de modernización y tolerancia» característica de esos años. Pero Pilar Primo de Rivera, alejada de estos postulados, y sin intención de hacerle demasiado caso, no tardó mucho en replicar y defender su intención de incluir el ejercicio físico dentro de las clases impartidas por sus muchachas:

La Educación Física no cabe duda que tiene sus peligros, tiene también inmensas ventajas, como son la disciplina colectiva […] la afición al aire, al sol […] Tiene, además, la limpieza, que no está reñida con la honradez moral y que, en cambio, es muy agradable para la vida en común. Y el peligro que pudiere haber para las mujeres que se aficionen a presentarse delante del público con unos trajes que no se acomodan quizás a la moral cristiana, o la cosa, un poco pagana, que tiene en sí de darle demasiada importancia a la belleza del cuerpo, está salvada con una vigilancia constante sobre la indumentaria.

Luis Agosti, médico y campeón nacional de lanzamiento de jabalina, redactó un libro con los consejos que debían seguir las muchachas. Había que diferenciar entre prácticas lascivas y la preparación del cuerpo de la mujer para predisponerla a ser una madre sana que diera a luz hijos sanos. Y ese era el verdadero y único interés que los movía. La Educación Física fue un departamento más de los que dependían de la Sección Femenina y sus clases, en colegios públicos y privados, acabaron siendo obligatorias.

Nacieron así los pololos y, con ellos, las normas de moral asociadas a la vestimenta y a las actividades públicas y grupales de las mujeres, frente a las que existían distintas posturas, como refleja este texto de Emilio Enciso:

La mujer atleta, la campeón, la que desarrolla una fuerza muscular extraordinaria, la que alardea de buenos puños, etc. No puede ser el ideal de esposa para ningún hombre, e indudablemente, en general, nunca será la mejor madre. La que se entrega con frenesí a los deportes, y participa apasionadamente en los campeonatos, difícilmente conservará la delicadeza de sentimientos y la belleza moral del pudor femenino indispensables en la maternidad cristiana.

Bueno es el deporte moderado, un ejercicio físico prudencial, siempre que no se oponga, antes bien, contribuya a la formación maternal de la mujer. Así, en la gimnasia, por ejemplo, no deberá la muchacha entregarse a los mismos ejercicios que el muchacho, sino que sus movimientos deberán ser menos violentos, más delicados, más conformes con su psicología y siempre rimados con la modestia cristiana.16

Pilar Primo de Rivera, para evitar conflictos, se encargó de que la ropa deportiva no fuera provocativa y le encargó al religioso, fray Justo Pérez de Urbel la asesoría del vestuario. Este creó un código indumentario apropiado que fuera tolerable por la Iglesia. Por eso hubo una serie de deportes vetados a las mujeres: la lucha, el fútbol y el remo. Y el atletismo, aunque no fue prohibido, se incluyó dentro de los deportes extremadamente peligrosos. Asimismo, aunque la gimnasia estaba recomendada, solo podían practicarla aquellas mujeres jóvenes y solteras, ya que, como queda claro en un artículo publicado en 1958 en la revista Teresa:

Una mujer que tenga que atender a las faenas domésticas con toda regularidad tiene ocasión de hacer tanta gimnasia como no hará nunca, verdaderamente, si trabajase fuera de su casa. Solamente la limpieza y abrillantado de los pavimentos constituye un ejemplo eficacísimo, y si se piensa en los movimientos que son necesarios para quitar el polvo de los sitios altos, limpiar los cristales, sacudir los trajes, se darán cuenta de que se realizan tantos movimientos de cultura física que, aun cuando no tienen como finalidad la estética del cuerpo, son igualmente eficacísimos precisamente para este fin.

Dentro de Falange, la Sección Femenina reproducía a escala las pautas de comportamiento del denominado sexo débil y por eso incorporar la gimnasia dentro de las materias impartidas por las chicas de Pilar se debía hacer con mucho cuidado. Por ende, las normas de vestuario deportivo para las mujeres acabaron siendo más concretas:17

Los pantalones azules de gimnasia deben ser de una amplitud tal que parezcan enteramente como faldas de vuelo.

La longitud debe ser exactamente hasta media pantorrilla, de forma que al subir la goma y ajustándosela por encima de la rodilla, esta esté totalmente cubierta por la falda.

Las blusas de la gimnasia serán asimismo de una amplitud normal para que no se ciñan al cuerpo.

En las competiciones de natación se utilizarán siempre los trajes de baño aprobados en la circular n.º 74 del Departamento de E. F. (solían ser de lana).

Se prohíbe salir a la calle con el traje de gimnasia sin ponerse el abrigo encima (también cuando la competición o concurso se celebre en verano).

Y para que no hubiera lugar a dudas de que la defensa del deporte no era algo que debiera servir para «descarriar a mujeres», se apuntaban sugerencias de prácticas deportivas en el hogar que se comentan solas:18

La limpieza y abrillantado de los pavimentos, quitar el polvo de los sitios altos, limpiar cristales, sacudir los trajes, cumplen los mismos objetivos que un ejercicio programado o un deporte.

La Sección Femenina asimilaba un discurso eclesiástico al que apenas interponía matices, si bien declamaba en un tono menos moralista y más patriótico la improrrogable urgencia de la construcción de una nueva mujer sobre los viejos y tradicionales moldes que le facilitaba la Iglesia. Vellocino de oro de las esperanzas falangistas, la escuela ofrecía, en palabras de la delegada nacional de la Sección Femenina, firmes posibilidades de adoctrinamiento, incluso incluyendo la gimnasia, pues «cogiéndolas como nosotros las cogemos, en una edad amoldable, es muy poco lo que se pierde».19 De este modo, la transmisión de principios ideológicos mediante el ejemplo, acorde con la callada y discreta actuación que se le reservaba a la mujer, teñía la organización de un marcado carácter religioso, específicamente femenino. No en vano Dios parecía haberle concedido a la mujer, y por extensión a la organización falangista, «tal vez como compensación de su natural flaqueza, una feliz propensión a la fe y la piedad».20 Desde las páginas de algunas publicaciones de la institución se explicitaba la supeditación del ideal nacionalsindicalista a los principios católicos, y se defendía el derecho natural de la Iglesia a «la educación de la infancia por su maternidad espiritual».21

Pero tampoco en el terreno puramente educativo de las escuelas llevarán a cabo las chicas de Pilar una labor sin conflictos entre la Sección Femenina y la Iglesia. Las monjas, encargadas tradicionalmente de la educación más conservadora en los colegios españoles, reclamarán su parcela de poder en el mismo momento en que la Sección Femenina empiece a seleccionar maestras.

Siempre trataron sus dirigentes, tanto los de la Sección Femenina como los de la Iglesia católica, de caminar juntos. Sin embargo, al final de la guerra se habían producido las primeras fricciones relacionadas con el control de la educación en España, discrepancias que habría que limar más adelante, pero que nunca quedarían del todo resueltas. Al final la aplicación del modelo pedagógico auténticamente fascista en la enseñanza durante el período comprendido entre 1939 y 1945 confirmará estas alianzas. Fue entonces el momento en que aparecieron o se reafirmaron organizaciones femeninas como Madres Cristianas, Hijas de María o Acción Católica. Todas ellas de carácter claramente doctrinal y con un claro objetivo compartido ya con la Sección Femenina.i En concreto la renovación de los grupos de Acción Católica femeninos empezaron a organizarse ya en plena guerra y en abril de 1940 se reinauguró la nueva sede en Madrid.

Hasta tal punto era importante el sentido católico para el desarrollo completo de la mujer que uno de los fundadores de Falange, García Valdecasas, en el discurso del IV Consejo Nacional aseguró que este era «más primordial para las mujeres que para los hombres». Afirmaciones que siempre acababan siendo apoyadas por Pilar Primo de Rivera en sus discursos:

España, en este momento, está dividida en sus tierras y en sus hombres. Hay una parte de españoles que son rojos y otros que no lo somos. Esto, naturalmente, tiene que ser una cosa transitoria, porque sería horrible que durara de generación en generación con odio perdurable.22

Sin embargo, tanto en los escritos que dejó José Antonio como en algunos de los discursos de su hermana Pilar, el criterio primero mantenido desde Falange (aunque este variaría con los años hacia un nacionalcatolicismo) priorizaba la difusión del nacionalsindicalismo sobre cualquier otra ideología. Al final, la dirigente de Falange acabó anteponiendo la religión a todo lo demás, y Falange fue la encargada de extender el catolicismo a partir de tres puntales: sumisión a la jerarquía, difusión de la liturgia y orientación hacia la parroquia.

En junio de 1941j la dictadura de Franco establece el acuerdo con el Vaticano de «no legislar sobre materias mixtas o sobre aquellas que puedan interesar de algún modo a la Iglesia, sin previo acuerdo con la Santa Sede».23 Se entendía que el pacto incluía la enseñanza, la moralidad y, cómo no, la familia.

Las relaciones entre Iglesia y Estado en materia de enseñanza quedarían ratificadas en los artículos del Concordato entre la Santa Sede y España, firmado el 27 de agosto de 1953. En su declaración de principios, la Ley declara que la Enseñanza Media se ajustará a las normas del Dogma y la Moral católicos. El artículo 26 ordena: En todos los centros docentes de cualquier orden y grado, sean estatales o no estatales, la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia. Y el artículo 31: La Iglesia podrá libremente ejercer el derecho de organizar y dirigir escuelas públicas de cualquier orden y grado, incluso para seglares. El Estado español garantizará la enseñanza de la religión católica en todos los centros docentes.24



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