De la guerra - CARL VON CLAUSEWITZ - E-Book

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Carl von Clausewitz

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Beschreibung

Escrito tras las Guerras napoleónicas, entre los años 1816 y 1830, De la Guerra es uno de los libros sobre estrategia y táctica militar más reconocidos mundialmente, además de ser de lectura obligada en prácticamente todas las academias militares. Las reflexiones del general prusiano Carl von Clausewitz, extraídas de su vasta experiencia militar, así como su sólida comprensión de la historia europea, constituyen una gran parte de la base de esta obra.

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Carl von Clausewitz

De la guerra

Título original: De la Guerra

Autor: General Carl von Clausewitz

© 2015 by Ediciones Obelisco, S. L

Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta

08005 Barcelona-España

www.edicionesobelisco.com

www.books4pocket.com

1.ª edición en versión digital: mayo de 2015

Ilustración de la cubierta: Enrique Iborra

Maquetación ebook: Caurina.com

ISBN EPUB: 978-84-16192-76-2

Depósito Legal: B-12.859-2015

Código Bic: DNF

Código Bisac: CKB000000

Contenido

Portadilla

Créditos

Prólogo de la primera edición

Notas del autor

Prólogo del autor

Libro primero. Sobre la naturaleza de la guerra

Capítulo I. ¿Qué es la guerra?

Capítulo II. Fin y medios en la guerra

Capítulo III. El genio guerrero

Capítulo IV. Del peligro en la guerra

Capítulo V. De las fatigas corporales en la guerra

capítulo VI. Información en la guerra

capítulo VII. Fricción en la guerra

capítulo VIII. Observaciones finales al primer libro

Libro segundo. Sobre la teoría de la guerra

Capítulo I. División del arte de la guerra

Capítulo II. Sobre la teoría de la guerra

Capítulo III. Arte o ciencia de la guerra

Capítulo IV. El método

Capítulo V. Crítica

capítulo VI. Acerca de ejemplos

Libro tercero. Sobre la estrategia en general

Capítulo I. Estrategia

Capítulo II. Elementos de la estrategia

Capítulo III. Factores morales

Capítulo IV. Principales potencias morales

Capítulo V. Virtud militar del Ejército

capítulo VI. La intrepidez

capítulo VII. Perseverancia

capítulo VIII. Superioridad numérica

Capítulo IX. La sorpresa

capítulo X. La astucia

capítulo XI. Reunión de fuerzas en el espacio

capítulo XII. Reunión de fuerzas en el tiempo

capítulo XIII. Reserva estratégica

capítulo XIV. Economía de fuerzas

capítulo XV. Elemento geométrico

capítulo XVI. Sobre las suspensiones en la guerra

capítulo XVII. Sobre el carácter de la guerra actual

capítulo XVIII. Tensión y reposo

Libro cuarto. Sobre el combate

Capítulo I. Introducción

Capítulo II. Carácter de la batalla moderna

Capítulo III. El combate en general

Capítulo IV. Continuación

Capítulo V. De la significación del combate

capítulo VI. Duración del combate

capítulo VII. Decisión del combate

capítulo VIII. Acuerdo mutuo para el combate

Capítulo IX. Batalla general

capítulo X. Continuación

capítulo XI. Continuación

capítulo XII. Medios estratégicos de utilizar la victoria

capítulo XIII. Retirada después de una batalla perdida

capítulo XIV. Combate nocturno

Libro quinto. Las fuerzas armadas

Capítulo I. Esquema general

Capítulo II. Teatro de la guerra, ejército, campaña

Capítulo III. La relación de fuerzas

Capítulo IV. Proporción de las tres armas

Capítulo V. El orden de batalla de un ejército

capítulo VI. La disposición general de un ejército

capítulo VII. La vanguardia y los puestos avanzados

capítulo VIII. Modo de actuar de los cuerpos avanzados

Capítulo IX. Los campamentos

capítulo X. Las marchas

capítulo XI. Las marchas (continuación)

capítulo XII. Las marchas (continuación)

capítulo XIII. Los acantonamientos

capítulo XIV. La subsistencia

capítulo XV. La base de operaciones

capítulo XVI. Las líneas de comunicaciones

capítulo XVII. Sobre el territorio y el terreno

capítulo XVIII. El dominio del terreno

Libro sexto. De la defensiva

Capítulo I. Ataque y defensa

Capítulo II. Relaciones tácticas entre el ataque y la defensa

Capítulo III. Relaciones estratégicas entre el ataque y la defensa

Capítulo IV. Convergencia de los ataques y divergencia de la defensa

Capítulo V. Carácter de la defensa estratégica

capítulo VI. Extensión de los medios de defensa

capítulo VII. Reacción mutua entre el ataque y la defensa

capítulo VIII. De los diversos modos de resistencia

Capítulo IX. Batalla defensiva

capítulo X. Plazas fuertes

capítulo XI. Plazas fuertes (continuación)

capítulo XII. Posiciones defensivas

capítulo XIII. Posiciones fuertes y campos fortificados

capítulo XIV. Posiciones de flanco

capítulo XV. Defensa de las montañas

capítulo XVI. Continuación

capítulo XVII. Continuación

capítulo XVIII. Defensa de ríos y afluentes

capítulo XIX. Continuación

capítulo XX. Defensa de pantanos

capítulo XXI. Defensa de bosques

capítulo XXII. El cordón

capítulo XXIII. Llave del país

capítulo XXIV. Efectos sobre los flancos

capítulo XXV. Retirada en el interior del país

capítulo XXVI. Armamento del pueblo

capítulo XXVII. Defensa de un teatro de guerra

capítulo XXVIII. Continuación

capítulo XXIX. Continuación-Resistencia sucesiva

capítulo XXX. Continuación-Defensa de un teatro de guerra cuando la decisión no es buscada

Libro séptimo. De la ofensiva

Capítulo I. El ataque y sus relaciones con la defensa

Capítulo II. Esencia de la ofensiva estratégica

Capítulo III. Del objeto de la ofensiva estratégica

Capítulo IV. Fuerza decreciente del ataque

Capítulo V. Punto límite de la ofensiva

capítulo VI. Destrucción de las fuerzas enemigas

capítulo VII. La batalla ofensiva

capítulo VIII. Paso de ríos

Capítulo IX. Ataques de posiciones defensivas

capítulo X. Ataques de campos atrincherados

capítulo XI. Ataque de las montañas

capítulo XII. Ataque de las líneas

capítulo XIII. Maniobras

capítulo XIV. Ataques de pantanos, inundaciones, bosques

capítulo XV. Ataque de un teatro de guerra cuando se busca una solución

capítulo XVI. Ataque de un teatro de guerra cuando la solución no es buscada

capítulo XVII. Ataque de las plazas fuertes

capítulo XVIII. Ataque de los convoyes

capítulo XIX. Ataque a un ejército enemigo en sus acantonamientos

capítulo XX. Diversiones

capítulo XXI. Invasión

Libro octavo. Plan de guerra

Capítulo I. Introducción

Capítulo II. Guerra absoluta y real

Capítulo III (A). Correlación intrínseca de la guerra

Capítulo III (B). De la magnitud del objetivo de la guerra y de la de sus esfuerzos

Capítulo IV. Datos más precisos concernientes al objetivo militar. Destrucción del enemigo

Capítulo V. Continuación. Objetivo limitado

capítulo VI (A). Influencia del fin político en el objetivo militar

capítulo VI (B). La guerra es un instrumento de la política

capítulo VII. Objetivo limitado. Guerra de agresión

capítulo VIII. Objetivo limitado. Defensa

Capítulo IX. Plan de guerra cuando el objetivo es el aniquilamiento del adversario

Prólogo de la primera edición

Extrañará, yconrazón, queunamanofemeninaseatrevaaacompañarconunprólogounaobradelanaturalezadelapresente. Paramisamigosnonecesitaestoexplicaciónalguna; peroaundelosojosdelosquenomeconocenesperoalejartodapresuncióndeorgulloporelsimplerelatodeloqueahacerlomehainducido.

Laobraaquedebenprecederestarlíneashaocupadocasiexclusivamentelosdoceúltimosañosdelavidademiqueridoesposo, arrebatadoenedadtempranaalapatriayamí. Terminarlaerasuardientedeseo, perosuintenciónnocomunicarlaalmundodurantesuvida, ycuandoyomeobstinabaendisuadirledetalpropósito, merespondíaconfrecuencia, comoenbroma, otambiéncomopresintiendounamuerteprematura: «Túlapublicarás». Estaspalabras (queenaquellosdíasfelicesmearrancaronlágrimasalgunasveces, porpocodispuestaqueestuvieraentoncesadarlessugraveacepción) sonlasqueahora, ysegúnelparecerdemisamigos, meobliganaescribiralgunaslíneassobrelaobrapóstumademiqueridoesposo; yauncuandotambiénsobreestoquepandiversasopiniones, seguramentenoseinterpretarámalelsentimientoquemehallevadoavencerlatimidezquedificultalapresentacióndeunamujer, auncuandoseaenpapeltansecundariocomoelqueaquímecabe.

Claroestáquetampocohetenidolamásremotaideadeconsiderarmecomolapropiapublicistadeunaobraqueestámuyporencimademishorizontes; sólocomounacompañeraquieroestarasuladoensuentradaenelmundo, ytalpuestosíqueososolicitarlo, yaqueensuplaneamientoyrevisiónmefueconcedidounosimilar.

Quienhaconocidonuestrofelizmatrimonioysabequetodonoslocomunicamos, nosóloalegríasypesares, sinotambiénlasocupacioneseinteresesdelavidadiaria, comprenderáquenopodíaocuparamiqueridoesposountrabajodetalíndolesinsermeexactamenteconocido. Nadiemejorqueyopuededartestimoniodelcelo, delamorqueenélponía, delasesperanzasqueaélligó, asícomolaépocaycausadesuorigen. Suespíritu, tanricamentedotado, habíasentidodesdesuadolescencialanecesidaddeluzydeverdad, yaunquesuinstruccióneramuycompleja, sureflexiónsehabíadirigidoprincipalmentealacienciadelaguerra, alaqueleinclinabasuvocaciónyquedetantaimportanciaesparaelbienestardelospueblos. ScharnhorstlepusoenelrectocaminoyelconseguirsucolocacióndeprofesorenlaEscuelaGeneralMilitarelaño1810, asícomoelhonorqueseleconfióalmismotiemponombrándoleparadarlaprimeraenseñanzamilitaraSARelpríncipeheredero, fueronnuevosimpulsosquedieronasusinvestigacionesytrabajosaquelladirecciónylaideadeescribiraquéllossobreloscualessehabíadadoasímismounaexplicaciónsatisfactoria.

Unescritoconelcualterminó, enelaño1812, lasleccionesaSARelpríncipeheredero, contieneelgermendesusobrasposteriores; perosóloenelaño1816, enCoblenza, empezódenuevoaentregarsealostrabajoscientíficosyareunirlosfrutosquelaabundanteexperienciadecuatroañosdepesadaguerrahabíamadurado. Escribiósusopinionesenunprincipioencortasydeshilvanadasnotas. Lasiguiente, queestabasinfechaentresuspapeles, pareceprovenirdeaqueltiempo.

«Enlasfrasesaquíapuntadasestánconsiderados, segúnmiopinión, losprincipiosfundamentalesqueconstituyenlaestrategia. Yolosmirabacomomerosmaterialesyaunlleguéapensarfundirlosenuntodo.

»Estosmaterialeshannacidosinpreconcebidoplan. Miintenciónfueprimeramente, sinatenderalsistemaniaestrechadependenciaconelpuntocapitaldeestetema, escribirenfrasescortas, precisasyextractadasmismeditadasconclusiones.

»LaformacomoMontesquieutratósuasuntomeparecíaconfusa. Meimaginabaqueloscortosysentenciososcapítulosquesólogérmenesqueríallamaralprincipio, atraeríanalosintelectuales, tantoporloquedeellospodíadeducirse, comoporloqueensíencerraban; tambiénmeimaginabaunlectorinteligenteyconocedordelamateria. Peromimaneradeser, quesiempremeimpulsaadesarrollarysistematizar, tambiénaquísehizopasoalfin. Poralgúntiempopudelimitarmeadeducirdelasdisertacionesqueescribísobreasuntosaisladoslosresultadosmásimportantes, yconcentrarsuespírituenunpequeñovolumen, peromástardehavencidoporcompletomicarácter, hedesarrolladoloquehepodido, ymeherepresentado, naturalmente, unlectornoiniciadoaúnenlamateria.

»Cuantomásavanzabaenmitrabajomásmedejaballevardelespíritudeinvestigacióndeprocedersistemáticamente, yasísesucedieronunotrasotroloscapítulos.

»Miúltimaideaerarevisarlotodootravez, motivarenlosprimerospárrafosotrosmuchos, ytalvezcondensarenlosúltimosmuchosanálisisenunresultado, paraformaruntodoaceptableenunpequeñotomoenoctavo. Almismotiempoqueríaevitartodolocorriente, defácilcomprensión, cienvecesrepetidoygeneralmenteaceptado; puesmiambicióneraescribirunlibroquenofueraolvidadoalosdosotresaños, yqueelqueseinteresaraporestosasuntospudieraconsultarmásdeunavez».

EnCoblenza, dondeteníamuchosasuntosdelservicio, sólopodíadedicarasusestudiosprivadoshorasperdidas; consunombramientoparadirectordelaEscuelaGeneralMilitardeBerlín, en1818, pudodisponerdeltiempoparadarmayorextensiónasuobrayenriquecerlaconlahistoriadelasguerrasmodernas; tiempoquelehermanabaconsunuevocargoquedesdeotropuntodevistanopodíabastarle, yaqueporelreglamentodelaescuela, aúnhoyvigente, lapartecientíficadelestablecimientonodependedeldirector, sinoqueesdirigidaporunacomisióndeestudios. Porlibrequeestuviesedevanidadydetodaambiciónegoístaeintranquila, sentía, sinembargo, lanecesidaddeserverdaderamenteútilydenodejarimproductivaslasfacultadesconqueDioslehabíadotado. Enlavidaactivanoestabaenpuestoenquetalnecesidadpudierasatisfacerse, ynoacariciabagrandesesperanzasdelograrlomásadelante; suactividadenterasedirigíaalreinodelaciencia, ylautilidadqueconsuobraesperabaofrecerundíafueelobjetivodesuvida; y, noobstante, sudecisióndequenoaparecieralaobrahastadespuésdesumuerte, quesiempreestuvofirmeenél, eslamejorpruebadequeningunapretensiónvanidosadeelogioypopularidad, ningunahuellademiraegoístasemezclabaaesanobleansiadeproducirunaobragrandeyduradera.

Asícontinuótrabajandocelosamentehastaqueenlaprimaverade1830fuetrasladadoaArtillería, ydetalmodofueabsorbidasuactividad, ahoraenunaspectotandistinto, queporlomenosenunprincipiotuvoquerenunciarasustrabajosdeautor. Arreglósuspapeles, lacrólospaquetes, losrotulóysedespidiótristementedeestaocupación, quetangrataselehabíahecho. EnagostodelmismoañofuetrasladadoaBreslau, dondeseencargódelasegundainspeccióndeArtillería, peroendiciembreotravezfuellamadoaBerlínycolocadocomojefedeEstadoMayordelmariscalcondedeGneisenau (duranteeltiempoquelefueconcedidoelmandoenjefe). Enmarzode1831acompañóasuvenerablegeneralaPosen.

Cuandoennoviembre, despuésdeladolorosapérdida, volvióaBreslau, leanimabalaesperanzadeproseguirsuobrayquizádepoderlaterminarduranteelinvierno. Dioshabíadispuestootracosa: el7 denoviembrehabíaregresadoaBreslau, el16yanoexistía, ylospaquetesselladosporsumanoseabrierondespuésdesumuerte.

Estaherenciaeslaqueahorasepublicaenestevolumen, talcomoseencontraba, sinaumentarniquitarunapalabra. Noobstante, ensupublicaciónhubomuchoquehacer, ordenandoydeliberando. Estoysumamenteagradecidaavariosamigossincerosporelapoyoquemehanprestado, especialmenteelcomandanteO’Etzel, quehatomadoasucargolacorreccióndelaspruebasylapreparacióndelosmapasqueacompañanalapartehistóricadelaobra. Tambiénmeatrevoanombraraquíamiqueridohermano, quefuemisosténenlahoradeladesgraciayquetantosehadistinguidotambiénenestostrabajos. Enlacuidadosalecturayordenacióndelosmismos, haencontrado, entreotras, dosnotasdemiqueridoesposo, unaescritaelaño1827yotra, sinfecha, quepareceserposterior, queseinsertanacontinuacióndeesteprólogo.

A otrosmuchosamigosquisieradarlasgraciasporsuconsejoyporlaadhesiónyamistadquemehandemostrado, peroaunquenopuedacitarlosaquínodudaránciertamentedemireconocimiento; ésteestantomayorestandoconvencidadequecuantopormíhicieronnofuesólopormipersona, sinoporelamigodelcualDiosleshabíaprivadotanpronto.

Muyfelizfuiunidaatalhombreduranteveintiúnaños; peromeconsueladetanirreparablepérdidaeltesorodemisrecuerdosyesperanza, elricolegadodeafectosyamistadquedeboaldifuntoyelrelevantesentimientodeversuméritoexcepcionaltanhonrosaygeneralmentereconocido.

LaconfianzaconquedosnoblespríncipesmeacogenesunnuevobeneficioquetengoqueagradeceraDios, yaquemeabrenunahonrosaprofesiónalaquemededicaréconentusiasmo.1 ¡Quealgúndíapuedaserbenditamivocación, ymiqueridopequeñopríncipe, enestemomentoconfiadoamisolicitud, puedaleerestelibroyenélhallelainspiracióndehechossemejantesalosdesusgloriososantepasados!

 

Escrito en Marmor-Palais. Potsdam, el 30 de junio de 1832.

María de Clausewitz

1. La viuda de Clausewitz, que antes había sido condesa de Brühl, fue nombrada aya superior del príncipe Guillermo.

Notas del autor

1.a «Considero los seis primeros libros, que ya se encuentran escritos en limpio, como una masa informe en cierto modo que aún debe ser corregida. En esta corrección aparecerá clara a la vista en todas partes la doble modalidad de la guerra y, por consiguiente, recibirán todas las ideas un sentido más preciso, una orientación determinada y una aplicación más inmediata. Esta doble modalidad de la guerra consiste: en aquélla cuyo fin es el abatimientodelcontrario, sea que lo aniquilemos políticamente o simplemente lo dejemos indefenso para obligarle a la deseada paz, y en aquélla en que sólosepretendehaceralgunasconquistasenlasfronterasdesureino, sea para conservarlas o para hacerlas objeto de un cambio beneficioso en el tratado de paz. Los puntos de paso de una a otra deben conservarse; pero en todo debe manifestarse la distinta naturaleza de ambas tendencias y su separación está en lo que tienen de incompatible.

»Además de esta diferencia, de hecho, debe fijarse de manera expresiva y exacta el punto de vista práctico, puesto que la guerra noesmásquelapolíticadelEstadoproseguidaconotrosmedios. Manteniéndonos en este punto de vista ganarán nuestras consideraciones en unidad y todo se nos presentará claramente separado. Aunque no encuentra una aplicación esencial hasta el libro octavo, se desarrollará por completo, sin embargo, en el primer libro y también dejará sentir su influencia en la corrección de los seis primeros. Por tal trabajo de revisión, se librará a éstos de muchas impurezas, se cerrarán muchas grietas y hendiduras y muchas generalidades pasarán en formas e ideas más precisas.

»El libro séptimo, Delataque, cuyo capítulo único ya está bosquejado, se debe mirar como un reflejo del libro sexto y se escribirá desde el punto de vista arriba mencionado, así es que, no sólo no necesitará revisión, sino que servirá de norma a la de los seis primeros libros.

»Para el libro octavo, Delplandeguerra, esto es, de la organización de toda una guerra, hay varios capítulos proyectados que no pueden considerarse como verdaderos materiales, sino como un grosero trabajo preliminar para conocer previa y exactamente el asunto que debe producirlo. Han cumplido su objeto, y al terminar el libro séptimo pienso empezar enseguida con el octavo, en el que principalmente se tendrán en cuenta los dos puntos de vista arriba citados que simplificarán y reforzarán el espíritu de lo expuesto.

»Espero en este libro serenar la frente de muchos estrategas y estadistas al señalar, por lo menos, en todas partes de qué se trata y qué es lo que debe considerarse en una guerra.

»Si en la preparación de mi libro octavo fijo claramente mis ideas y se señalan convenientemente las líneas generales de la guerra, tanto más fácil me será trasladar este espíritu a los seis primeros libros y dejar traslucir allí este armazón. Sólo entonces empezaré la corrección de los libros citados.

»Si me interrumpiera en este trabajo una muerte inesperada, no podría llamarse a lo escrito más que una informe masa de ideas, las que, expuestas a incesantes malas interpretaciones, darán lugar a cantidad de críticas sin madurar, ya que en estas cosas cree cada cual que lo que se le ocurre en el momento de tomar la pluma es tan bueno para dicho e impreso y lo tiene por tan indudable como que dos y dos son cuatro. Si tal crítico se tomara la pena de pensar años enteros sobre este asunto y compararlo siempre con la historia de las guerras, sería seguramente más circunspecto en su crítica.

»A pesar de su forma incompleta creo que un lector sin prejuicios y que busque la verdad y el convencimiento, no podrá por menos de reconocer en los seis primeros libros el fruto de una reflexión y estudio de la guerra de varios años, y quizá halle en ellos las ideas esenciales de las que podría resultar una revolución en estas teorías.

 

Berlín, 10julio1827».

• • •

2.a El escrito aparentemente posterior, y también incompleto, es el siguiente:

«El manuscrito sobre la dirección de la gran guerra, que se hallará después de mi muerte, sólo debe apreciarse como una colección de materiales con los que podría construirse una teoría de la gran guerra. La mayor parte no me han satisfecho aún, y el sexto libro es una mera tentativa; yo lo hubiera terminado y buscado el motivo para otro.

»Pero tengo las líneas generales, que en esos trozos destacan, por las que convienen al aspecto de la guerra; ellas son el fruto de una prolija observación con constante dirección a la vida práctica y con el constante recuerdo de lo que me han enseñado la experiencia y el trato con ilustres soldados.

»El séptimo libro debía comprender el ataque, cuyo asunto está ligeramente esbozado; el octavo, el plan de guerra, en el cual habría considerado más especialmente el aspecto humano y político de la guerra.

»El primer capítulo del libro primero es el único que creo terminado, pues servirá, al menos, para indicar la orientación que en todas partes he procurado mantener.

»La teoría de la gran guerra, o la llamada estrategia, tiene extraordinarias dificultades y se puede afirmar que muy pocos hombres alcanzan conceptos claros de los asuntos aislados, pero sólo hasta donde lo permita la necesaria dependencia del conjunto. Los más, obedecen al obrar a su simple tactodeljuicioque da más o menos resultados, según el genio de cada uno. Así han procedido todos los grandes capitanes; en ello estriba en parte su grandeza y su genio, ya que con ese tactosiempre encontraban el éxito; así se procederá siempre que se trate de obrar, porque ese tactoalcanza a ello perfectamente; pero cuando no es el caso de obrar por sí mismo, sino de convencer a otro en una discusión, entonces priva el claro concepto y la demostración de aquella íntima dependencia; el atraso de una instrucción acabada en este sentido es la causa de que la mayor parte de las discusiones no sean otra cosa que un cambio de frases en que cada uno conserva su opinión, o se llega a una transacción, término medio entre las opuestas opiniones, que no tiene valor propio alguno.

»Las claras concepciones, en estas cosas, no son tampoco inútiles; además, el espíritu humano está dirigido generalmente a la verdad y tiene la necesidad de permanecer, en todo caso, en determinadas dependencias.

»Las grandes dificultades que presenta una construcción filosófica del arte de la guerra y las numerosas y fracasadas tentativas que se han hecho en ese sentido han llevado a decir a mucha gente:

»No es posible tal teoría tratándose de cosas que no puede abarcar una ley permanente. Participaríamos de esta opinión y abandonaríamos todo intento de teoría si no se admitieran como evidentes gran número de frases, por ejemplo: que la defensa es la forma más fuerte con fin negativo; el ataque la más débil con fin positivo; que los grandes éxitos determinan los pequeños; que se pueden hacer concurrir las acciones estratégicas en un centro de gravedad; que una demostración, un débil empleo de fuerza; es como un verdadero ataque y, por tanto, debe ser preparado de manera especial; que la victoria no consiste simplemente en la conquista de los campos de batalla sino en la destrucción de las fuerzas enemigas, físicas y morales, la cual sólo se consigue, la mayor parte de las veces, en la persecución que sigue a la batalla ganada; que el éxito es siempre mayor donde se ha conseguido la victoria; que el paso de una línea y dirección a otras sólo puede considerarse como un mal necesario; que la justificación de los envolvimientos únicamente se halla en la absoluta superioridad o en la superioridad de las líneas de enlace y retirada propias sobre las del contrario; que las posiciones de flanco sólo pueden admitirse en las condiciones últimamente dichas; que todo combate se debilita en el avance».

Prólogo del autor

 

 

Queelconceptodeciencianoseresumesóloniprincipalmenteenunsistemaodoctrinaescosaquehoyendíanonecesitaexplicación. Enlasiguienteexposiciónnoseencontraráelsistemaaprimeravista, yenvezdeunadoctrinacompletanosedescubriránmásquematerialesparaella. Suformacientíficaestáenelesfuerzodeindagarlaesenciadelosfenómenosguerreros; enseñalarsuenlaceconlanaturalezadelascosasquelosconstituyen. Nadasehaqueridosustraeralaconsecuenciafilosófica; perodondeéstasecontinúaenunhilodemasiadodelgadoelautorhapreferidoromperloparareanudarloaloscorrespondientesfenómenosexperimentales; porqueasícomolasplantassólodanfrutocuandolaflornonaceademasiadaalturaeneltallo, asíenlasartesprácticaslashojasyfloresteóricasnodebenlevantarsedemasiadosinomantenersepró­ximasalsueloconstituidoporlaexperiencia.

Indiscutiblementeseráunaequivocaciónquererdeducirdelacomposiciónquímicadelgranodetrigolaformadelaespigaaquedaorigen, yaquesólonecesitamosiralcampoparaverlaperfectamente. Investigaciónyobservación, filosofíayexperiencianipuedenmenospreciarsemutuamenteniseexcluyen; ambasseprestanrecíprocagarantía. Lospreceptosdeestelibro, ligadosporsuíntimadependencia, seapoyan, yaenlaexperiencia, yacomoenunpuntoexterior, enelconceptodelaguerra, ynopuedenpasarsesinesteapoyo.2

Quizánoseaimposibleescribirunateoríadelaguerrasistemática, sólidayrazonada; perolasactualesestánmuydistantesdetalcosa. Suespírituanticientífico, porcompletoinconsecuente, ensuansiadeconseguirelenlaceyconjuntodelsistemalasllenadevulgaridades, lugarescomunesypalabreríadetodaclase. SiqueremosunaexpresivaimagendeellobastaleerelsiguienteresumendeLichtenberg, deunadisposiciónparacasodefuegos:

«Cuandounacasaardeseprocurarácubrirantetodolaparedderechadelacasa, y, porelcontrario, laparedizquierdadelacasaqueestáaladerecha; porquesi, porejemplo, quisiéramosprotegerlaparedizquierdadelacasaqueestáalaizquierda, comolaparedderechadelacasaestáaladerechadelaparedizquierda, ycomoelfuegoestáaladerechadeestaparedytambiéndelaparedderecha (puestoquehemossentadoquelacasasehallaalaizquierdadelfuego), está, portanto, laparedderechamáscercadelfuegoquelaizquierda, ylaparedderechadelacasapodríaquemarsesinoseprotegieseantesqueelfuegollegaraalaizquierda, queestáprotegida; porconsiguiente, sepodríaquemaralgoquenoprotegemos, yciertamenteantesqueotracosaquetambiénsequemaríasinolaprotegiéramos; enresumen, quedebemosdejaréstaycubriraquélla. Yparafijarlasideas, séanospermitidoelobservarquesilacasaestáaladerechadelfuegoeslaparedizquierda, ysilacasaestáalaizquierdalaparedderecha, laquedebeprotegerse».

Paranoaterrorizarallectorinteligentecontaleslugarescomunesyquitarelvaloraloquerestadebueno, diluyéndolo, hapreferidoelautorpresentarenpequeñaspepitasdepurometalloquesureflexióndemuchosañossobrelaguerra, eltratocongentesjuiciosasquelaconocíanymuchasexperienciaspropiaslesugeríanyafirmaban. Asíhannacidoloscapítulosdeestelibro, débilmenteligadosenapariencia, peroalosqueprobablementenofaltaunaíntimadependencia. Quizáaparezcaprontouncerebrosuperiorque, envezdeestaspepitassueltas, ofrezcaeltodoenunpurolingotesinescoria.

 

 

 

2. Que no lo aprecian así muchos escritores militares, especialmente aquellos que quieren tratar la guerra científicamente, lo prueban los numerosos ejemplos en cuyos razonamientos se devoran los pros y contras de tal modo que, como en el cuento de los dos leones, nunca quedan ni los rabos. (N. del A.)

Libro primero

Sobre la naturaleza de la guerra

Capítulo I

¿Qué es la guerra?

I. Introducción

Pensamos considerar primeramente los elementos aislados de nuestro objeto, luego las partes o miembros del mismo, y, por último, el todo en su armónica e íntima constitución, para proceder así de lo simple a lo compuesto. Pero aquí, más que en cuestión alguna, es necesario comenzar refiriéndose a la naturaleza del todo, porque aquí, como en parte alguna, deben ser meditados siempre el todo y la parte al mismo tiempo.

II. Definición

No queremos dar de la guerra una pesada definición de publicistas, sino detenernos en el elemento de la guerra, en el combate singular. La guerra no es otra cosa que un combate singular amplificado. Si queremos concebir como unidad la multitud de combates singulares que la constituyen, nada mejor que representarnos dos luchadores. Cada uno pretende, por medio de la fuerza física, someter al otro al cumplimiento de su voluntad; su fin inmediato es derribarlo e incapacitarlo para ulterior resistencia.

Laguerraes, pues, unactodefuerzaparaobligaralcontrarioalcumplimientodenuestravoluntad.

La fuerza se arma con los inventos de las ciencias y las artes, para combatir la fuerza. Imperceptibles limitaciones apenas dignas de mención, que ella misma establece con el nombre de derechodegentes, le acompañan sin debilitar esencialmente su energía. La fuerza, es decir, la fuerza física (pues moral no existe fuera de los conceptos de Estado y de ley) es el medio; someter el enemigo a nuestra voluntad, el fin. Para conseguir este fintenemos que dejar indefenso al enemigo, y éste es, conforme con nuestro concepto, el objeto o «finespecífico» delaacciónguerrera. Éste representa al fin mediato y lo sustituye en cierto modo como a algo no perteneciente a la guerra misma.

III. Extremo empleo de la fuerza

Almas humanitarias podrán concebir fácilmente que exista una inutilización, un desarme artístico del adversario sin causarle demasiadas heridas, y que tal sea la verdadera tendencia del arte de la guerra. Por muy bello que esto nos parezca, nos vemos obligados, sin embargo, a destruir tal error, pues en asuntos tan peligrosos como lo es la guerra, los errores que se dejan subsistir por benignidad son, precisamente los más perjudiciales.

Como el empleo de la fuerza física en su sentido más lato no excluye de modo alguno la cooperación de la inteligencia, el que emplee esa fuerza sin miramientos, sin economía de sangre, adquirirá superioridad si el enemigo no hace lo mismo. Por este medio impone la ley al otro, y así pujan hasta el último extremo, sin que haya otros límites que sus intrínsecas atenuantes.

Así debemos apreciar el problema, pues sería una tentativa inútil y contraproducente prescindir de la naturaleza de la guerra por aversión al cruel elemento.

Si las guerras de los pueblos civilizados son menos crueles y devastadoras que en los incivilizados, es debido al estado social de los pueblos, tanto nacional como internacional. En tal estado y en sus relaciones tiene origen la guerra, y él la modera, restringe y condiciona; pero tales cosas no pertenecen a la guerra misma, son únicamente un dato; jamás puede introducirse en la filosofía de la guerra un principio de moderación sin cometer un absurdo.

La lucha entre hombres consta, en el fondo, de dos distintos elementos: el sentimientoy la intenciónhostiles. Hemos escogido el último de estos elementos, como característica de nuestra definición, por ser el más general. No puede concebirse el odio cruel y acendrado, rayano ya en instinto, sin intención hostil; por el contrario, hay muchos propósitos hostiles que no van acompañados de enemistad del sentimiento alguno, o, por lo menos, sin que haya existido previamente. En los pueblos salvajes predominan las intenciones propias del sentimiento; en los civilizados, las pertenecientes a la razón; mas tal diferencia no reside en el estado mismo del salvajismo o civilización, sino en las circunstancias, organización, etc., que le acompañan; por tanto, no puede establecerse para cada caso aislado sino para la mayoría de los casos; en una palabra, aun los pueblos más civilizados pueden inflamarse en un odio recíproco.

De aquí se desprende cuán desacertados estaríamos en considerar la guerra de los civilizados como la ejecución de un acto meramente racional de los Gobiernos, y cada vez más desprovisto de todo apasionamiento tal, que finalmente no serían necesarias las fuerzas físicas, sino sólo sus relaciones: una especie de álgebradelaacción.

La teoría empezaba a moverse en ese sentido cuando los acontecimientos de las últimas guerras le enseñaron otro mejor. Si la guerra es un acto de violencia, pertenece necesariamente al sentimiento. Si no sale de él, viene, no obstante, al mismo, en parte mayor o menor, y éste máso menosno depende del grado de civilización, sino de la importancia de los intereses encontrados y de la persistencia de su incompatibilidad.

Si no vemos en los pueblos civilizados dar muerte a los prisioneros y destruir los campos y ciudades es porque, mezclándose más la inteligencia en la dirección de la guerra, ha mostrado medios más eficaces para el uso de la fuerza que las crueles exteriorizaciones del instinto.

La invención de la pólvora, el perfeccionamiento siempre creciente de las armas de fuego prueban cumplidamente que la tendencia al aniquilamiento del enemigo expuesta en el concepto de la guerra no está de hecho ni molestada ni desechada por la progresiva civilización.

Repetimos, pues, nuestro aforismo: laguerraesunactodefuerzay no existen límites en el empleo de ésta; cada beligerante impone al otro la ley, se establece una acción recíproca que, lógicamente, debe conducir al extremo. Esto es la primera acciónrecíprocay el primer extremoa que conduce.

(Primera acción recíproca).

IV. El fin es dejar indefenso al enemigo

Hemos dicho que el fin de la acción guerrera era dejar indefenso al enemigo, y queremos probar ahora que esto es necesario, por lo menos en la representación teórica.

Si el contrario ha de cumplir nuestra voluntad, es preciso ponerlo en una situación que sea más perjudicial que el sacrificio que de él pretendemos obtener; las desventajas de tal situación no deben, por lo menos, según las apariencias, ser transitorias; de otro modo esperaría el contrario mejor ocasión y no cedería. Todo cambio producido en aquélla por la prosecución de la acción guerrera debe conducir a otra peor; cuando menos; así ha de parecernos. La peor situación a que puede llegar un beligerante es la de completa indefensión. Si ha de someterse al adversario al cumplimiento de nuestra voluntad por medio de la acción guerrera, es preciso o incapacitarlo de hecho o colocarle en tal estado que quede amenazado de este resultado, según toda probabilidad. De aquí se desprende que el desarme o derribo del adversario, como queramos llamarlo, debe ser siempre el fin del acto guerrero.

Pero la guerra no es la acción de una fuerza viva sobre una masa inerte, ya que una pasividad absoluta no podía constituir acción guerrera; así pues, es siempre el choque de dos fuerzas vivas, y lo que hemos dicho acerca del fin de la acción guerrera debe ser considerado en ambos bandos. Aquí hay otra vez acciónrecíproca. En tanto yo no haya derribado al enemigo debo temer que él me derribe; no soy, pues, dueño de mí mismo sino que él me impone la ley como yo se la impongo. Ésta es la segunda acciónrecíprocaque conduce a un segundo extremo.

V. Extremo esfuerzo

Si queremos derribar al contrario necesitamos medir nuestro esfuerzo con su resistencia; ésta se expresa en un producto cuyos factores no pueden separarse, y son: lamagnituddelosmediosexistentesylafirmezadelavoluntad.

La magnitud de los recursos existentes podría precisarse, ya que (aunque no por completo) es cosa de números; no así la firmeza de voluntad que se deja precisar mucho menos, y que únicamente podremos apreciar de algún modo por la fuerza del motivo. Establecido que por estos medios consigamos una aceptable probabilidad para expresión de la resistencia del contrario, podremos medir por ella nuestro esfuerzo y hacer éste tan grande que la supere, o lo mayor posible, en el caso de que no alcancen nuestros recursos de toda clase. Mas lo mismo hace el contrario; nueva puja que en el campo especulativo debe llevar el intento hasta el último extremo. Ésta es la tercera acción recíproca y el tercer extremoque nos encontramos.

(Tercera acción recíproca).

VI. Modificaciones en la realidad

En el campo abstracto de las meras concepciones, el raciocinio no descansa hasta llegar al límite, pues tiene que operar con un límite, con un conflicto de fuerzas abandonadas a sí mismas y que no obedecen más que a sus íntimas leyes. Si quisiéramos sacar de este concepto de guerra un punto de partida para el fin a alcanzar y para los medios que debemos emplear, las constantes acciones recíprocas nos llevarían al extremo de considerar lo que sólo era un resultado de la especulación, sacado por un hilo apenas visible de sutileza lógica. Si ceñidos siempre a lo absoluto, rodeando las dificultades, quisiéramos perseverar en la rigidez lógica, recurriendo al extremo en todo tiempo y asignar el supremo esfuerzo a cada caso, se llegaría a simples afirmaciones teóricas sin valor práctico alguno.

Si suponemos que el máximo esfuerzo es unabsoluto, fácil de determinar, debemos admitir, sin embargo, que el espíritu humano difícilmente se sometería a esta quimera lógica. En muchos casos tendría lugar un inútil despliegue de fuerzas, que encontraría un contrapeso en otros principios de la política; esto requeriría un esfuerzo de la voluntad, que no estando en proporción con el fin propuesto no podría tener realidad, pues la voluntad humana jamás recibe su fuerza de una sutileza lógica.

Pero todo se transforma al pasar de la abstracción a la realidad. Allí todo queda regido por el optimismo y podemos concebir tanto unas cosas como otras, no sólo tendiendo a la perfección sino alcanzándola. ¿Sucederá esto en la realidad? Así sucedería, si:

1. La guerra fuera un acto aislado que naciera de repente y sin relación alguna con la vida anterior del Estado.

2. Cuando consistiera en una solución única o en una serie simultánea de soluciones.

3. Cuando llevara en sí un resultado definitivo y no influyera en ella, mediante el cálculo, la consecuente situación política que debe suceder a la guerra.

VII. La guerra nunca es un acto aislado

En lo que respecta al primer punto, ninguno de los adversarios es una persona abstracta para el otro, ni aun refiriéndose al factor del producto de resistencia mencionado, que no descansa en cosas exteriores, esto es, a la voluntad. Esta voluntad no es un incognoscible absoluto; anuncia lo que será mañana con su manera de ser actual. La guerra no surge repentinamente; su expansión no es obra de un momento; los adversarios pueden juzgar cada uno del otro a grandes rasgos, por lo que es y por lo que hace, no por lo que, rigurosamente pensando, debiera ser y hacer. Además, el hombre, con su imperfecta constitución, queda siempre tras la línea de perfecto en absoluto y, por tanto, estas imperfecciones, puestas en actividad por ambas partes, engendran un principio moderador de la guerra.

VIII. No consiste en un golpe aislado sin duración

El segundo punto nos da margen para las siguientes consideraciones:

Si la solución en la guerra fuera una, o una serie simultánea, revestirían todos los preparativos para la misma tendencia al límite; ya que una omisión no sería reparable, serían en la vida real los preparativos del adversario, a lo sumo y en cuanto nos fueran conocidos, la medida de que podríamos disponer, y el resto cae otra vez en el campo de la abstracción. Si la solución consta de varios actos sucesivos, los precedentes pueden, con todos sus accidentes, servir de norma a los posteriores, y en esta forma se nos presenta aquí la realidad sustituyendo a la abstracción y moderando la tendencia al extremo.

Toda guerra estará comprendida necesariamente en una solución o serie simultánea, cuando los medios de combate se obtengan o puedan ser obtenidos de una vez, puesto que una resolución desfavorable disminuye los medios de combate, y si en la primera se han empleado todos ellos, no debe pensarse en la segunda. Las acciones guerreras que pueden seguir a la primera le pertenecen en esencia y sólo constituyen su duración.

Pero ya hemos visto en los preparativos para la guerra que la realidad sustituye a la mera concepción y una prudente medida a una preparación teórica extrema; por tanto, no llegarán ambos adversarios a un esfuerzo supremo, ni se pondrán en juego todos los medios a la vez.

Pero tales medios no pueden ser empleados a un tiempo, ya sea por su naturaleza especial, ya por lo peculiar de su uso, y son: lasfuerzasdecombate, elpaíscon su terreno y población ylosaliados.

El país, con su suelo y población, además de ser la fuente de los propios medios de combate, constituye por sí una parte integrante de las magnitudes que obran en la guerra, y lo hace sólo con la parte que pertenece al teatro de la guerra o que ejerce sobre él una influencia directa.

Podremos emplear a la vez todos los medios de combate transportables, pero no todas las fuentes, ríos, montes, habitantes, etc.; en fin, todo el país, como no sea tan pequeño que la primera acción guerrera lo abarque por completo. Por otra parte, la cooperación de los aliados no depende de la voluntad de los beligerantes, y según la naturaleza de las relaciones internacionales, es frecuente que aquélla sólo tenga lugar o se acentúe más adelante para restablecer el equilibrio perdido.

Más adelante precisaremos cómo esta parte de los medios de resistencia que no pueden ser empleados al mismo tiempo constituyen una parte del todo, más importante de lo que a primera vista pudiera creerse, y cómo puede restablecerse el equilibrio alterado en una primera acción librada con numerosos medios. Aquí nos basta señalar que la naturaleza de la guerra consiste en la completa reunión de las fuerzas en el menor tiempo. Sin embargo, esto no puede ser por sí y ante sí una razón para moderar el pugilato de esfuerzos para la primera resolución, pues una resolución desfavorable siempre es una desventaja a la que no podemos exponernos intencionadamente, y porque aunque no fuera la única la influencia ejercida en las posteriores, sería proporcional a su importancia; pero la posibilidad de posterior resolución podría dar refugio al espíritu humano, tímido ante un esfuerzo excesivo y, por tanto, que en la primera resolución no se reúnan ni actúen los medios en la medida que en otro caso tendría lugar.

Lo que cada uno de ambos adversarios abandona por debilidad será para el otro una razón objetiva de su moderación, y así, por medio de esta acción recíproca, se disminuirá en una cierta cantidad el esfuerzo para llegar al límite.

IX. El resultado de la guerra no es un «absoluto»

Finalmente, la total resolución de una guerra no puede considerarse siempre como absoluta, sino que muchas veces el Estado vencido ve en ella sólo un mal pasajero, al que puede encontrarse un remedio en las posteriores relaciones políticas. Es fácil deducir cuánto moderará esto la intensidad de la excitación y la magnitud del esfuerzo material.

X. Las probabilidades de la realidad sustituyen a lo extremo y absoluto del concepto

De esta manera se despoja a la completa acción guerrera de la severa ley que rige las fuerzas dirigidas al último extremo. Al no ser éste buscado ni temido, toca al juicio el fijar el límite de los esfuerzos, cosa que sólo puede hacer basándose en los datos que ofrecen los acontecimientos de la vida real y según leyes de probabilidad, pues no siendo ya ambos adversarios puros conceptos, sino Estados y Gobiernos con individualidad definida, ya no será la guerra un desarrollo de acciones ideales sino propiamente constituido; por tanto, será lo realmente conocido un dato para la esperada determinación de lo desconocido.

Ateniéndose a las leyes de probabilidad, cada bando deducirá del carácter, disposiciones, estado y relaciones del contrario la manera de obrar de éste, y, en consonancia, determinará su línea de conducta.

XI. Vuelve a presentarse el fin político

Aquí se impone nuevamente y por sí, a nuestra consideración, un asunto que habíamos alejado provisionalmente de ella (véase número 2); es éste el finpolíticodelaguerra.

La ley de lo extremo, el propósito de dejar indefenso al contrario, de derribarle, nos lo había hasta aquí ocultado en cierto modo. A medida que esta ley pierde fuerza y tal propósito retrocede ante su objeto, debe, pues, reaparecer el fin político. Siendo el completo proceso un cálculo de probabilidades basado en personas y relaciones determinadas, constituirá el fin político, como motivo originario, un factor esencial. Cuanto menor sea el sacrificio que reclamemos de nuestro adversario es lógico esperar que tanto menores serán sus esfuerzos para rehusárnoslo. Cuanto más escasos sean éstos, tanto menores serán también los nuestros. Además, a menor cuantía del fin político, tanto menor será el valor que le demos; pronto nos acomodaremos a renunciar a él, y por esta razón también serán menores nuestros esfuerzos.

Por tanto, el fin político como motivo originario de la guerra nos dará la medida así para el resultado que pretende alcanzarse por medio del acto guerrero, como para los esfuerzos que deben realizarse. Pero este papel no le corresponde más que relativamente a los dos Estados beligerantes, porque se trata de realidades y no de meras abstracciones. Un mismo fin político en distintos pueblos, y aun en uno solo, puede en distintas épocas originar diferentes acciones. Pero si el fin político vale como medida, es en cuanto lo concebimos ejerciendo su acción sobre las masas que debe mover; su naturaleza, pues, ejerce marcada influencia. Es fácil ver que por esta circunstancia pueden variar en absoluto los resultados, según su influencia en los principios de refuerzo o debilitación de las masas. En dos pueblos y Estados pueden concurrir tales excitaciones y tal suma de elementos hostiles, que una insignificante causa política de una guerra puede ocasionar una acción muy superior a su naturaleza, una verdadera explosión.

Esto es aplicable a los esfuerzos determinados en ambos Estados por el fin político y al objetivo que el mismo confía a la acción guerrera. Algunas veces el mismo fin político puede ser también ese objetivo; por ejemplo, la conquista de una provincia. Otras no es apropiado para indicar el objetivo de la acción guerrera, y en este caso debemos elegir un objetivo que le sea equivalente y que pueda representarlo al hacerse la paz. Pero también aquí se presupone siempre la consideración del carácter de los Estados contendientes. En ciertas circunstancias, el equivalente ha de ser de mayor peso que el fin político para poder alcanzar este último. Tanto más predominará y resolverá el fin político cuanto mayor sea la diferencia en las masas y más escasa sea la excitación en ambas naciones y en sus relaciones; casos hay que sólo él decide.

Siendo el objetivo de la acción guerrera un equivalente del fin político, esta acción disminuirá de intensidad con él, y en mayor proporción cuanto mayor sea el predominio de este fin político; así se explica que sin incompatibilidades manifiestas varíen las guerras tanto en importancia y energía, desde la guerra sin cuartel a la simple observación armada. Esto nos lleva a un problema de otro género, que hemos de desarrollar y discutir.

XII. No se justifica aún una suspensión en la acción guerrera

Por insignificantes que sean las exigencias políticas de ambos contendientes, débiles los medios empleados y reducido el objetivo confiado al acto guerrero, ¿puede este acto cesar un instante? Este problema reside en la esencia del asunto. Toda acción necesita para llevarse a cabo un cierto tiempo, que denominaremos su duración. Será mayor o menor, según la actividad desplegada por los beligerantes.

De estos mayor y menor no nos ocuparemos aquí. Cada uno procede a su manera: el lento las hace despacio, no porque quiera emplear más tiempo, sino porque lo necesita su natural, y hacerlo más deprisa sería hacerlo peor. Este tiempo depende de íntimas razones y pertenece a la duración propia de la acción.

Concediendo en la guerra a cada acción su duración propia, tenemos que aceptar, por lo menos, a primera vista, que todo gasto de tiempo fuera de esa duración, esto es, toda suspensión, aparece contraproducente. No olvidemos que no hablamos de los adelantos hechos por uno u otro de dos contrarios, sino del curso de la acción guerrera en conjunto.

XIII. Sólo existe una razón que puede detener en la ejecución, razón que parece no convenir más que a un bando

Al prepararse ambos bandos para la lucha lo harán impulsados por algún principio hostil; mientras permanezcan dispuestos, esto es, mientras no concluyan la paz, debe existir ese principio, que únicamente puede descansar en una condición, la misma para ambos bandos, a saber: esperarunaépocamásfavorabledelcursodelaacción. Parece, en un principio, que tal condición sólo puede aprovechar a uno de los beligerantes, puesto que por su propia naturaleza recaerá en perjuicio del otro. Si uno tiene interés en obrar, el otro debe tenerlo en esperar.

Un completo equilibrio en las fuerzas no puede producir suspensión alguna, pues de otro modo aquélla cuyo fin fuere positivo (agresora), debe continuar las operaciones.

Si queremos concebir este equilibrio haciendo que aquélla cuyo fin sea positivo, y, por tanto, el motivo de mayor fuerza cuente con medios más escasos, de tal modo que se establezca la igualdad en el producto motivo por fuerza, aún deberemos razonar siempre así: si no se prevé ningún cambio probable en ese estado de equilibrio debe hacerse la paz; pero si tal cambio se prevé, la paz sólo sería favorable a uno de los beligerantes, y el otro se vería precisado a obrar. Vemos, pues, que el concepto del equilibrio no puede explicar la suspensión de la acción, sino que ésta se reduce a la espera del momento favorable. Establecido, pues, que uno de los dos Estados tiene un fin positivo en la guerra, éste querrá conquistar una provincia del contrario para hacerla pesar en las condiciones de la paz. Con esa conquista llena su fin político, cesa la necesidad de obrar, y para él empieza la inacción. Si el contrario se acomoda a ese éxito debe concluir la paz; en caso contrario, proseguir la acción; mas si comprende fácilmente que en cuatro semanas se organizará mejor, tendrá razón suficiente para demorar su acción.

Al parecer, desde este mismo instante recae en el contrario el lógico deber de continuar actuando para no dejar al vencido el tiempo de prepararse. Claro es que aquí presuponemos una perfecta apreciación del caso por parte de ambos bandos.

XIV. En consecuencia vendría una continuidad en la acción guerrera impulsándolo todo

Si existiera tal continuidad en la acción guerrera, lo llevaría todo otra vez al límite; pues, en efecto, se deduce que tal incansable actividad inflamando más y más las facultades del alma, y dando al conjunto un alto grado de apasionamiento, crearía una fuerza elemental mayor, y la continuidad de la acción llevaría consigo, con un ininterrumpido enlace causal, consecuencias de tal entidad, que cada acción aislada encerraría importancia y riesgo mayores.

Pero ya sabemos que la acción guerrera raras veces o nunca tiene esa continuidad, y que hay gran número de guerras en que una parte insignificante de su duración se ha invertido en obrar, y la suspensión ha llenado el resto. Es imposible que esto constituya siempre una anomalía, y, por tanto, la suspensión de la acción guerrera debe ser posible; esto es, no debe llevar en sí contradicción alguna. Del cómo y por qué de tal cosa vamos a ocuparnos ahora.

XV. Para esto tomamos en cuenta un principio de polaridad

Como hemos supuesto siempre que el interés de uno de los generales es opuesto al del general enemigo, hemos aceptado una verdadera polaridad. Nos reservamos el dedicar un capítulo a este punto; sin embargo, diremos sobre él lo siguiente:

«El principio de la polaridad sólo tiene valor cuando se aplica a un mismo objeto, en el que las magnitudes positivas, y sus opuestas, las negativas, se destruyen. En una batalla cada una de las dos partes quiere vencer, hay una verdadera polaridad, pues una victoria destruye la otra. Mas cuando se trata de dos cosas distintas que tienen una relación externa común, la polaridad entonces no es de las cosas, sino de sus relaciones».

XVI. Ataque y defensa son cosas de distinto carácter y de desigual valor; la polaridad, por tanto, no puede referirse a ellas

Si no existiera más que una forma de guerra, es decir, el ataque solamente, sin defensa, o con otras palabras: si sólo diferenciara al ataque de la defensa el motivo positivo que aquél tiene y a ésta le falta, la lucha sería siempre una y la misma; las ventajas de uno serían desventajas de igual magnitud en el contrario: existiría polaridad.

Pero la actividad guerrera se desdobla en dos formas: ataque y defensa, muy distintas y de desigual valor, como positivamente probaremos más tarde. La polaridad reside en aquello a que ambas se refieren, en el resultado, pero no en el ataque ni en la defensa en sí mismos. Si un general desea retardar la solución, el otro la quiere antes; pero siempre por la misma forma de la lucha. Si Atiene interés en atacar al enemigo, no ahora, sino cuatro semanas después, el interés de Bes el ser atacado, no cuatro semanas después, sino en el acto. Ésta es la recíproca inmediata; sin que pueda deducirse que Btenga interés en atacar a Aen el acto, cosa que es completamente distinta.

XVII. Por la superioridad de la defensa sobre el ataque se anula muchas veces la acción de la polaridad, y así se explica la suspensión del acto guerrero

Siendo la forma defensiva más fuerte que la del ataque, como luego demostraremos, nos preguntamos si la ventaja que el uno encuentra en diferir la solución será tan grande como la que supone la defensiva en el otro; cuando no se verifique así, tampoco podrá neutralizar al contrario por medio de su acción, y, por lo tanto, esta espera no podrá influir en la marcha del acto guerrero. Vemos, pues, que la fuerza impulsiva que posee la polaridad de los intereses puede ser destruida por la diferencia de fuerza de las formas defensiva y ofensiva.

Si aquél para el que el presente es favorable resulta demasiado débil, para pasarse sin la ventaja de la defensiva, debe acomodarse a afrontar un futuro quizá más desfavorable; porque puede ser mejor batirse a la defensiva en ese futuro que en el presente atacando o que hacer la paz. Según nuestro convencimiento, la superioridad de la defensa (bien entendida) es muy grande, mucho mayor de lo que imaginamos a primera vista; así se explican un gran número de períodos de suspensión que se presentan en las guerras, sin que nos veamos obligados a juzgar sobre una íntima contradicción. Cuanto más débiles sean los motivos que impulsan a obrar, con mayor facilidad son absorbidos y neutralizados en la diferencia de las formas de defensa y ataque, paralizándose con frecuencia el acto guerrero, de acuerdo con lo que la experiencia enseña.

XVIII. El conocimiento imperfecto de los hechos proporciona una segunda razón

Hay una segunda razón que puede detener la acción guerrera, y es la imperfecta apreciación de los hechos. Cada general en jefe sólo conoce exactamente su situación, pues de la del contrario únicamente tiene dudosas noticias; puede, por tanto, equivocarse en su juicio; y en consecuencia de tal error creer que corresponde obrar al contrario cuando le toca a él exclusivamente. Este defecto de apreciación podrá dar lugar lo mismo a una acción que a una suspensión inoportunas, y por sí, lo mismo puede influir en la aceleración que en el retardo del acto guerrero; mas, aunque así sea, siempre puede considerarse como una de las causas naturales, que sin íntima contradicción pueden originar el estacionamiento del acto guerrero. Pero si observamos que siempre nos sentimos inclinados a considerar la fuerza del contrario excesiva, más bien que escasa, pues tal es el modo de ser humano, tendremos que convenir en que la imperfecta apreciación del caso conducirá generalmente a detener la acción guerrera y moderar su principio fundamental.

La posibilidad de una suspensión introduce una nueva moderación en el acto guerrero, pues lo disuelve en cierto modo con el tiempo, disemina el peligro y aumenta los medios de poder restablecer el equilibrio perdido. Cuanto mayor sean las tensiones hostiles de las cuales ha surgido la guerra, mayor será su energía y más cortos los períodos de suspensión; éstos aumentarán con la debilidad del principio vital de la guerra mencionado, porque la magnitud de los motivos aumenta la voluntad, y ésta es en todo caso, como sabemos, un factor en el producto de fuerza.

XIX. La frecuente suspensión del acto guerrero aleja más la guerra de lo absoluto y la hace más cálculo de probabilidades

Cuanto más lentamente se deslice el acto guerrero, cuanto más frecuentes y duraderas sean las suspensiones, antes será posible reparar un error; más atrevidos serán los jefes en sus suposiciones, y por la misma razón permanecerá por bajo del límite tantas veces aludido, y todo lo basarán en probabilidades y suposiciones. Como la naturaleza de un acto concreto exige un cálculo de probabilidades con las relaciones dadas, el desarrollo más o menos lento del acto guerrero nos deja más o menos tiempo para este cálculo.

XX. Ya sólo falta el azar para convertir el acto guerrero en un juego, y este elemento es el que menos le falta

Vemos aquí cómo la naturaleza objetiva de la guerra convierte a ésta en un cálculo de probabilidades; aún se necesita un nuevo elemento para convertir la acción en un juego, elemento que no le falta; éste es el azar. No hay actividad humana alguna que esté en tan constante y general contacto con el azar como la guerra. Con el azar tiene un importante puesto en la guerra lo contingente y con ello la fortuna.

XXI. Cómo por su naturaleza objetiva, también se convierte en hecho fortuito por su naturaleza subjetiva

Si echamos una ojeada a la naturaleza subjetiva de la guerra, esto es, sobre aquellas condiciones bajo las cuales debe llevarse a cabo, aún más se nos presentará en su aspecto de juego. El elemento sobre el que se mueve la actividad guerrera es el peligro; pero, ¿cuál es la fuerza del alma de más importancia en el peligro? Elvalor. Ahora, el valor puede armonizarse con el hábil cálculo; pero son cosas de distinta naturaleza, pertenecen a diferentes aspectos del alma; por el contrario, la osadía, la confianza en la fortuna, la audacia y la temeridad son sólo manifestaciones de valor, y todas estas facultades del alma buscan lo fortuito porque constituyen su elemento.

Vemos, pues, que lo absoluto, lo llamado matemático, no encuentra firme base en parte alguna del arte de la guerra, puesto que en ella se integra un juego de posibilidades, probabilidades, suerte y desgracia que corre por los hilos de su trama, siendo de todos los ramos de la actividad humana el juego de naipes el que más se le asemeja.

XXII. Cómo esto conviene al espíritu humano en general